CUENTOS MARENGOS
AUTORES MALAGUEÑOS
CUENTOS MARENGOS
Colección Kandis, número 6
© de los textos: los autores
© de la edición: Ediciones Azimut
Ilustración de cubierta: Ana Isabel Angulo Delgado
Maquetación y diseño: ePubOnline
1a edición enero de 2018
ISBN: 978-84-948219-1-2
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A los faros deseados
TRIPULACIÓN
Javier Noriega Hernández
Lola Clavero
Francisco Eduardo Conde Ruiz
Salvador Domínguez Ruiz
Raelana Dsagan
Guadalupe Eichelbaum
Juan José López Gallego
Herminia Luque
María Teresa Morillas García
Gabriel Noguera
Miguel Ángel Oeste
Loli Pérez González
Francisco Javier Rodríguez Barranco
José Antonio Sau Martín
Margarita Souviron
PRÓLOGO DEL COORDINADOR
Aquí cada uno que piense lo que quiera, pero hace varios miles de año la civilización no se hubiera transportado sobre carros de bueyes, y no es que tenga nada contra los bueyes, por supuesto.
Por eso era necesario que los seres humanos del momento se embarcaran, nunca mejor dicho, en aventuras de resultado incierto en unas naves, cuya tecnología no estaba del todo mal, habida cuenta, sobre todo, de las posibilidades de la época.
Desde el punto de vista mediterráneo y occidental es de justicia que nos sintamos agradecidos con este mar, pero no fue el único, puesto que las navegaciones de los chinos por el hoy llamado océano Índico rebasan en un par de milenios las de los fenicios, que ya es decir. Mucho más impactante me resultó el caso de las Islas Fiji cuando las visité hace tiempo, dado que ahí aseguran que fueron pobladas por africanos procedentes de su ribera oriental, que emprendieron ese periplo por razones que hoy día todavía nos resultan desconocidas. Incluso veneran con actitud casi religiosa el punto donde se produjo el primer desembarco. En general, la historia de los Mares del Sur se construye de esa manera: singladuras arriesgadas de una isla a otra, salvo Australia, cuyo desarrollo es de otra índole, vinculado al mar, ni que decir tiene, pero de manera diferente.
En el planeta Agua, por tanto, todas las civilizaciones buscaron siempre construirse alrededor de ese elemento, bien en oasis en el desierto, bien en la proximidad de cuencas fluviales, bien directamente en puertos junto al mar, que ha sido evocado por escritores de todas las épocas bajo muy diferentes puntos de vista: desde los miles de barcos que movieron los griegos en pos de Helena de Troya, dando así origen al primer texto conocido de nuestra cultura[1], hasta el intimismo de las historias de amor de Gara y Jonay en las Islas Canarias o los maorís Hinema y Tutanekai en Aotearoa, actual Nueva Zelanda, pasando por la mitología de Simbad, el Marino, o toda las peripecias de los Mares del Sur. Grandes, grandes Stevenson y Conrad.
Llegamos así a la trimilenaria Málaga, cuyo nacimiento se debe precisamente a las navegaciones mediterráneas, donde un grupo de escritores ahí afincados se proponen pues lo que han hecho siempre: respirar el aire salobre de la brisa local, sólo que ahora plasmándolo en un conjunto de relatos y compartiéndolo con los lectores, puesto que, al fin y al cabo, la literatura es un medio de comunicación y para que funcione hace falta un receptor del mensaje.
Pero se ha querido que asistiéramos a una realidad que se descompone como un fenómeno de refracción de la luz blanca a su paso por un prisma, porque del mar surgen las islas, en sentido literal o metafórico, que pueden ser el espacio natural para la utopía o la región propia de la pesadilla. De ahí que no todos los sentimientos sean gozosos en este libro, sino que la proximidad del mar se resuelve unas veces permitiendo aflorar las más bajas pasiones, mientras que otras es el escenario de una historia de amor, de una leyenda o de ambas.
Personas-islas, en definitiva, pueblan las páginas de Cuentos marengos lo que nos permitirá un acercamiento al ser humano desde muy diferentes opciones entre las que se encuentran la socarronería, la nostalgia, la duda, el drama, la fantasía e incluso la evocación futurista, valga la paradoja, puesto que de lo que se trata es de poner rumbo a esa Humanidad-Mar, dado que es una cuestión de hecho que vivimos de espaldas al mar, incluso en la poblaciones costeras: habitamos junto al mar, de eso no cabe ninguna duda y de vez en cuando lo escuchamos como parte de nuestra experiencia urbana, pero el mar cada está más lejos de las sociedades occidentales.
El mar es el gran negocio, sobre todo si se ve arropado por un clima plácido. El mar es lo que alimenta la industria turística de toda una nación, lo que no me parece negativo, es sólo que, como decían los andaluces de Jarcha hace casi cuarenta años, «tienen los pescadores rotas las redes de no poder secarlas donde ellos quieren». El mar es algo más que los chiringuitos, los restaurantes de paella para dos y los edificios de apartamentos. El mar es la historia, perdón, la Historia. El mar es la poesía y una segura fuente de inspiración. El mar ha regalado generosamente sus términos más queridos a otras actividades que han surgido luego: decimos, por ejemplo, «nave espacial» o «piloto» en el contexto de la actividad aeroespacial, o hablamos de «astronauta», que toma de la antigüedad latina el étimo «nauta». El mar ha sido la vía de comunicación por excelencia durante milenios y sus aguas han guardado, guardan y guardarán por siempre tesoros de incalculable valor material y cultural. Y por eso los autores que se agrupan alrededor del proyecto Cuentos marengos vuelven sus ojos al mar e intentan contagiar su entusiasmo a toda la sociedad. El mar como arte. El mar como belleza. El mar como vida. El mar como personas.
Todos los trabajos arribados han pasado por un riguroso proceso de selección y han sido elegidos, inicialmente los autores y luego los textos, en función de su calidad, eso está claro, pero también bajo la consideración de cómo apuntalaban la pluralidad de voces que se perseguía. Sin embargo, como ya habrá podido comprobarse, no he querido particularizar a ningún cuento mis razonamientos en estas páginas iniciales, ni mucho menos extraer citas de los textos, puesto que habría tenido que mencionar a todos y eso hubiera oscurecido lo que se pretende en estas líneas, es decir, plantear las ideas básicas de un libro donde, eso sí debo decirlo, conviven con total naturalidad autores con un importante recorrido literario, reconocido en prestigiosos certámenes, y otros cuya obra no ha gozado aún de la difusión que merece. Poco a poco.
Considérense, pues, a partir de este momento como miembros de la tripulación de Cuentos marengos, busquen acomodo en el sollado de la nao y disfruten con la lectura de este libro, que nace del agua, como no podía ser de otra manera.
Francisco Javier Rodríguez Barranco
Enero, 2017
[1] Y, por cierto, que si nos referimos a Helena de Troya, se me hace irresistible pasar por alto este verso de Christopher Marlowe en La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto: «Was this the face that launched a thousand ships?» (‘¿Fue ésa la cara por la que zarparon miles de barcos?’), siendo así que varias décadas después, con Marlowe oficialmente muerto, Shakespeare publicó lo siguiente en Troilus and Cressida : «She is a pearl/ Whose price that launched above a thousand ships» (‘Ella es una perla/ por cuyo precio zarparon miles de barcos’). Que vamos ver, que yo no digo nada. Que a Shakespeare le gustaba Marlowe, pues a Shakespeare le gustaba Marlowe: ¿qué hay de malo en eso? Mucho mejor la poesía de Marlowe que los pasquines de caballería. La gente es que es muy mal pensada…, pero, vaya, que para los amantes de las historias de espías en la Inglaterra isabelina, quizá sea buena la lectura de The Murder of the Man Who Was Shakespeare, de Calvin Hoffman (Nueva York, Julian Messner, 1955).