Refugio Barragán de Toscano
Premio del bien y castigo del mal
© Refugio Barragán de Toscano
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ISBN 978-607-8338-79-5
Se editó para publicación digital en diciembre de 2017
Hecho en México
Narrar en femenino desde el siglo XIX
María Guadalupe Sánchez Robles
Cuando apareció, en 1884, Premio del bien y castigo del mal se convirtió en la primera novela mexicana escrita por una mujer, dedicada, por cierto, a la literatura y a la docencia. Refugio Barragán de Toscano, la autora de esta excelente narración, nació en Tonila, Jalisco, en 1843. Recibió el título de maestra en Colima en 1865 y al año siguiente estrenó La hija del capitán. Otras exitosas obras dramáticas fueron Diadema de perlas o Los bastardos de Alfonso XI (1873) y Libertinaje y virtud o El verdugo del hogar (1881), tragedia costumbrista. En 1887, año en que apareció su novela más famosa, La hija del bandido o Los subterráneos del Nevado, se mudó de Zapotlán el Grande, Jalisco, a Guadalajara, donde fundó el periódico La palmera del valle. Viuda del profesor Esteban Toscano Arreola, en 1890 se trasladó a la Ciudad de México para laborar intensamente en la docencia. Ahí falleció en 1916. Además de sus libros para niños, cabe destacar de su producción lírica La hija de Nazareth y Celajes de Occidente.
Las obras de Refugio Barragán muestran un decidido interés por constituir una expresión del yo femenino en una época de construcción social como fue el último tercio del siglo XIX mexicano, momento en el cual se gozó de cierta paz y estabilidad entre los conflictos posteriores a la guerra de Reforma y la época revolucionaria. Los temas de su obra se focalizan en confirmar los valores sociales, culturales, políticos y hasta económicos imperantes en la llamada pax porfiriana. Le interesan la fe, la moral, la descripción de un orden determinado para todos los integrantes de la sociedad, así como representar las prácticas y los rituales de las clases privilegiadas.
Barragán de Toscano es una de las pioneras de la escritura femenina moderna en México, además de una autora en plena madurez y con un completo dominio de técnicas y recursos literarios. Así lo demuestra en Premio del bien y castigo del mal, novela corta armoniosa, equilibrada con destacadas descripciones del paisaje y una trama interesante expuesta de una manera sencilla y eficaz.
La novela trata del conflicto emocional y moral de dos jóvenes mujeres de gran belleza; el origen del drama se sitúa en el periodo histórico que linda con el fin de la Independencia: la entrada de Agustín de Iturbide a México el 23 de septiembre de 1821, la crónica de un concierto en honor del emperador mexicano y la narración de los desastres del motín del 4 de diciembre de 1828. La protagonista es la joven Concha, cuya hermosura rivaliza solo con la bondad que ejerce sobre el mundo. Ella vive un final dichoso al casarse con el joven Gaspar, quien a su vez resulta tener un pasado truculento relacionado con Valentina, bella mujer considerada hechicera, que en su momento fue enemiga de María, la madre de Concha.
La narradora-autora de la novela interviene frecuentemente para comentar aquello que está contando; a veces lo hace con digresiones y refranes, los cuales al mismo tiempo que expresan sus opiniones «personales» presentan los enunciados que grandes colectividades (políticas o religiosas) manifiestan como postulados socioculturales y que se presentan como pertenecientes a sistemas de autoridad, por lo tanto de validación. Se desempeña la escritura como una voz que persevera en el afán de convencer a sus lectoras de seguir la senda del bien en pos del beneficio colectivo.
Premio del bien y castigo del mal se lee como una curiosa y afortunada amalgama del romanticismo y del realismo costumbrista, escuelas literarias que arribaron con cierto retraso al México del siglo XIX, pero que aun así se impusieron con fuerza en el público lector de la época.
Los ideales de la literatura romántica, así como los recursos y las preocupaciones del realismo, tuvieron suelo fértil en las expresiones artísticas de la república liberal que se veían articuladas por intelectuales del talante de Ignacio Manuel Altamirano, quien abogaba por una producción estética que también fuese un trabajo hacia la construcción y el establecimiento de un ideal identitario y nacional: «Cada país tiene su poesía especial, y esta poesía refleja el color local, el lenguaje, las costumbres que le son propias […] la poesía nacional es la más bella […] es preciso, antes que todo, ser nacional», menciona Altamirano en su «Carta a una poetisa» (1872).
El romanticismo instaura una religiosidad manifiesta en el carácter sagrado que se descubre en las cosas terrenas y en las obras de la naturaleza. Así se explicaría después el interés superlativo de los positivistas por la naturaleza como elemento constituyente de la identidad nacional. Otro factor preferido por los liberales es la idea romántica de un afán totalizador y cíclico: todo realiza una función en la construcción de la realidad. Además consideran que en esta percepción de lo real total también se tiene que imponer una concepción cíclica, un principio debe dar lugar a un fin, y en relación con esto, la novela de Barragán de Toscano muestra más de un signo o proceso: la necesidad de reconstituir lo familiar; que todas las historias tengan un fin, buscado o no, pero que se complete.
La república liberal concentra sus intereses culturales y artísticos en una suerte de postulados positivistas que ven en las manifestaciones estéticas una panoplia de herramientas y recursos disponibles para dar lugar a una construcción social prediseñada, con el propósito de alcanzar un punto social máximo. A través de propulsar el avance social, el progreso y la modernidad, se pretendía llegar a la consecución de tales metas por medio de la educación. Esta serie de ideas colectivas se encuentran detrás de las enunciaciones estéticas de la época, e inscrita en esta globalidad de ideas promodernidad se localiza la novela de Refugio Barragán de Toscano.
Se pretendía la educación de la juventud, de las jóvenes sobre todo (la heroína «había cuidado de llenar su alma con el rico tesoro de la virtud y los conocimientos necesarios de una sólida instrucción» [p. 21]), ya que no se podía pensar en acuñar una identidad nacional sin tomar en cuenta a las mujeres. No es de extrañar que varios de los protagonistas de la novela sean huérfanos o provengan de una familia atomizada, lo cual deriva en una marca doble: la capacidad de los héroes y las heroínas para reconstituirse como individuos capaces en lo social y lo personal, y como muestra del interés positivista y nacional por reconstruir la familia, núcleo básico de la nueva y moderna nación.
Como novela preocupada por los personajes femeninos, Premio del bien y castigo del mal los va desarrollando en términos de una estrecha relación con la naturaleza, signo también muy positivista, pues considera a lo natural como una muestra del poder del universo para manifestarse a sí mismo. Las mujeres no son solo bellas, también poseen personalidades y caracteres sólidos y profundos. La novela presenta la evolución y el crecimiento individual de la protagonista conforme el texto avanza y la trama se vuelve más compleja; reciben educación, ya sea otorgada por sus mayores o conseguida por ellas mismas, y mantienen además una conciencia de su propia importancia como seres sociales y afectivos.
Al incorporarse a la empresa nacional de integración cultural emprendida años antes por Altamirano, el desempeño artístico de Refugio Barragán de Toscano intenta revelar a sus lectoras y lectores, y revelarse a sí misma, a través de un conjunto de preguntas —muy en relación con los postulados formativos de su tiempo—, uno de los grandes misterios: el de las mujeres mismas. Si lo femenino se constituye como uno de los grandes enigmas, quién mejor que una mujer para hablarles a las jóvenes y niñas sobre el tema. Se focaliza en describir a la mujer desde un yo femenino agudo y educado.
Resulta feliz comprobar que esta novela de fines del siglo XIX mexicano deja atrás factores que en la literatura popular serían más difíciles de eliminar o dejar de considerar, como el maniqueísmo, ya que en sus protagonistas principales se presenta la belleza física por igual: tanto la heroína como su rival son bellas, por lo que la diferencia no será la hermosura o la fealdad en correspondencia directa con la bondad o la maldad, sino la complejidad moral de sus decisiones y sus actos, como en cualquier gran narración del siglo XX. El drama aquí reside en qué es lo que se hace con los dones recibidos. Los infortunios son consecuencia de haber actuado erróneamente; sus decisiones no colaboran al experimento social del momento: la construcción de una sociedad bella, progresista y buena por excelencia. El mal no es «castigado» por una fuerza moral superior; si hay un revés económico, social y hasta emocional se presenta como una consecuencia de una elección tomada en libertad. En un gesto moderno, nos presenta la novela este binomio realista: la relación entre causa y consecuencia.
Por cuanto toca a la belleza como gran preocupación de Premio del bien y castigo del mal, podemos citar un par de ejemplos notables. Este se refiere a la madre de la heroína:
María […] era hermosa, pero con esa hermosura espiritual, que más habla al alma que a los sentidos: sus ojos azules como las ondas de un lago, serenos como el cielo de primavera y velados por unas pestañas de seda, tenían el poder de hacerse admirar por la dulzura de sus miradas siempre apacibles: una cabellera de oro ligeramente rizada caía sobre sus hombros, un tanto adelgazados por la falta de su completo desarrollo: su talle era esbelto como las palmas de nuestras costas, y delgado como los juncos de la sierra (p. 64).
Como decíamos arriba, el texto dota a las mujeres de un considerable nivel de hermosura que ellas pueden o no aprovechar para sí mismas y para la sociedad. A continuación una autodescripción de Valentina, la rival de María:
Mi padre […] me había regalado un rico traje de terciopelo granate, adornado con blondas y galones para que lo estrenara esa noche. Un collar de rubíes rodeaba mi garganta y unos pendientes de lo mismo caían sobre mis hombros; mis brazos estaban ceñidos por unos brazaletes de oro; y en mis manos brillaban ricos anillos; una corona de margaritas blancas y jazmines, arreglada con gracia sobre mis cabellos, completaba mi tocado.
Me acerqué a un espejo y no pude menos que sonreír satisfecha de una belleza que yo juzgaba sin rival (p. 70).
La belleza se constituye como un signo muy importante para la generación de sentido novelístico, va más allá del aspecto físico y puede adquirir tonos morales y hasta intelectuales. Es un don que puede aprovecharse o desperdiciarse, siempre dependiendo del actuar de los personajes femeninos.
¿Por qué se debería leer Premio del bien y castigo del mal hoy en día, más de ciento treinta años después de su publicación original? Por la excelente labor de rescate y modernización ortográfica realizada por Ediciones Arlequín, por su calidad literaria, por la actualidad de su escritura y por sus preocupaciones: analogías intelectuales y morales relativas a lo femenino, la importancia de la belleza para la sociedad actual, la necesidad de la bondad, entre otras.
La novela hace reflexionar al lector sobre todos los asuntos de los que se ocupa, pero también propone serias consideraciones sobre el poder de la ficción en medio de una sociedad concreta, sobre cómo la experiencia estética puede modificar los discursos y por lo tanto las ideas. Como buena novela de la modernidad americana, coloca a sus protagonistas en una serie de cuestionamientos existenciales que se contagian al lector y al escucha.
Premio del bien y castigo del mal, de Refugio Barragán de Toscano, tiene la fortuna de conjuntar un par de signos que hoy nos podrían parecer disímbolos: la belleza como una fuerza moral. La belleza como un poder, una energía propia de lo femenino y que, como característica muy suya, no constituye en sí misma una desventaja o una debilidad, sino todo lo contrario. La belleza es moral en esta novela, en el sentido de que implica una serie de concepciones tradicionales y además exhibe su desempeño como marca de lo virtuoso, ya se vea en conflicto o no, como cada una de las protagonistas principales parece representar. La belleza se constituye en una forma política en el sentido de que es considerada por la novela como un poder, a veces símbólico, a veces literal, físico. Siguiendo con esta idea, si la belleza es un poder palpable y real, es vista como una energía concreta, perteneciente a esta serie de conceptos sobre lo natural que románticos, realistas y positivistas entendían. Esta novela habla sobre todo, y esto es lo que debería interesarnos a los lectores de este siglo XXI, de individualidad y autodeterminación.
Premio del bien y castigo del mal muestra a la belleza como un signo por medio del cual las mujeres logran consolidarse como individuos y seres capaces de construirse un porvenir y, al mismo tiempo, de enfrentarse al futuro.
¡Enhorabuena por su reedición!
Nota del editor
Agradecemos a la Dra. María Guadalupe Sánchez Robles la feliz noticia del resguardo de un ejemplar de la edición príncipe de Premio del bien y castigo del mal en el acervo de la Biblioteca Álvarez del Castillo y Fonoteca de la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco Juan José Arreola. El presente texto fue transcrito de una copia de esa edición, impresa en Ciudad Guzmán en 1884 por José Contreras. El trabajo editorial consistió en la actualización ortográfica y la corrección ortotipográfica, sobre todo cuidamos el uso de rayas para diálogos y acotaciones. No incluimos el prólogo de Joaquín Silva por considerarlo de poco valor para el lector actual.
1. Curiosidad femenina
Serían las cuatro de la tarde de un caluroso día de primavera. El cielo estaba limpio como la transparencia de un espejo: gorjeaban en las ramas de los sauces llorones los sedosos y pardos cenzontles, los mulatos de negra pluma y las graciosas y pequeñas chirinas, sacudiendo de vez en cuando sus granizas alillas para ahuyentar el calor.
Desierto se veía el campo; uno que otro labrador, que tornaba de sus labores en busca de ese tranquilo descanso que solo se disfruta después de un trabajo laborioso, le cruzaba silbando, con su morral al hombro, su azadón en la mano y el pie calzado con anchos huaraches. Las brumas se extendían sobre las llanadas azules que se divisaban a lo lejos, tornasoladas por los últimos reflejos del sol, cuyos rayos, un tanto ardorosos todavía, cubrían con un cendal de oro las verdes y chatas colinas que en torno de ellas se levantaban, coronadas de tarayes y madroños: las templadas brisas de la tarde parecían jugar en un mar de colores o en un búcaro de flores, pues por tal cosa hubiera podido tomarse el campo, que forma las orillas de la fértil ciudad de Zamora, en la tarde que nos ocupa.
La luz a torrentes parecía haber roto el ropaje del iris para regar jirones de él sobre la tierra. El río Duero con sus azules ondas, su acompasado murmurio y sus brillantes arenas, se deslizaba tranquilo sobre su verde cauce y en medio de risueñas alamedas.
A la hora mencionada, un carruaje girando con rapidez salió de Zamora, y tomando por una estrecha callejuela, bardeada por extensas huertas y pequeñas casas de teja, se encontró bien pronto en una deliciosa llanura donde las siluetas de los copudos fresnos y salcedas parecían bañadas en polvo de oro, desprendido de la corona brillante de un sol próximo a desaparecer tras de su tumba diaria, en medio de un cortejo de nacaradas nubes. Cortando después por una ancha vereda se encontró a corta distancia de un extenso bosque de agigantados árboles y esbeltos arbustos.
El cochero hizo pasar el carruaje y, santiguándose antes, trató de cambiar la dirección del tronco compuesto por dos caballos tordillos, que con las ventanillas de la nariz abiertas y los ijares sudorosos, revelaban la fatiga de su correría por el campo.
Al pararse el coche, una cabeza femenina de diez y ocho años, graciosa, y rubia como la cuajada espiga, asomó por una portañuela del carruaje, dejando ver un rostro de hada, tan dulce y seductor como la ilusión del primer amor, Sus labios nacarados se abrieron dando paso a una voz melodiosa y argentina, como los susurros de la tarde, esos vagos rumores que atraen hacia sí, con su misteriosa dulzura, todas las fibras de nuestra alma; esas armonías indefinibles que arrebatan, deleitan y conmueven.
—Juan —dijo al cochero, mostrándole con el índice un punto donde los últimos rayos del sol iban a quebrarse sobre un tupido grupo de fresnos y plataneros—, ¿llegaremos a ese delicioso bosquecillo que tan bello me parece desde este sitio y que, según veo, está ya bastante cerca de nosotros para que dejemos de verle?
—¡Líbrenos mi señora de Guadalupe de pasar más adelante, señorita! —exclamó el cochero palideciendo.
—¿Y por qué? —preguntó la joven con ingenua sencillez.
—Porque en ese maldito bosque, que tan bonito se mira, está el rancho de la hechicera Antonia; y naiden se acerca a él sin salir enhechizado, si no que lo diga mi primo Ambrosio que tiene cuatro años de un dolor de estómago, que ya… porque en una jarana que se puso se metió allí. Sus artes diabólicas tienen en ruina a más de cuatro curiosos que han querido verla; como ñor Tomás el arrendador que, ¡dios me valga!, no ha podido ser güeno dende que se incontró con ella.
A estas palabras, una segunda cabeza juvenil rozó los rubios rizos de la primera y, tendiendo una mirada recelosa, murmuró:
—Concha, volvámonos; no sea que nos suceda algo funesto en este sitio.
—¿Tienes miedo tú también, mi querida Elena? —preguntó Concha en son de burla; y luego añadió riéndose —¡Vaya! Pues yo creía que tenías un alma más grande…
—¿Pues acaso no lo tienes tú también? —le preguntó Elena a la vez.
—¡Miedo yo…! —exclamó Concha, fijando los ojos en su amiga.
—La señorita Elena tiene razón —se atrevió a decir el cochero—, mejor es irnos.
—No soy de esa opinión —dijo Concha riendo— porque soy curiosa como todas las hijas de Eva. Si Juan no me hubiera picado mi curiosidad, no me empeñaría en llegar a ese bosquecillo que tanto horror inspira a la gente crédula y sencilla; pero voy a ser consecuente con ustedes esta tarde, en la inteligencia de que mañana iremos a sentarnos bajo esos árboles que tanto espanto han causado a Juan.