Pasión por enseñar
La identidad personal y
profesional del docente
y sus valores
NARCEA, S. A. DE EDICIONES
MADRID
CHISTOPHER DAY ha publicado en NARCEA:
•Formar docentes. Cómo, cuándo y en qué condiciones aprende el profesorado
© NARCEA, S.A. DE EDICIONES
Paseo Imperial, 53-55. 28005 Madrid. España
www.narceaediciones.es
Autorizada la traducción de la edición inglesa publicada por
RoutledgeFalmer, miembro de Taylor & Francis Group
© Título original: A Passion for Teaching
Traducción: Pablo Manzano
Cubierta: Eclipse Creativa
ISBN papel: 978-84-277-1508-0
ISBN ePdf: 978-84-277-2009-1
ISBN ePub: 978-84-277-2388-7
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Índice
PRÓLOGO de Robert Fried
INTRODUCCIÓN: la necesidad de la pasión
1 Por qué es esencial la pasión
Enseñanza apasionada y eficacia
Vocación por la enseñanza
Pasión, esperanza e ideales
Un momento para la reflexión
2 Fines morales: afecto, valor y las voces de los alumnos
Fines morales
Afecto
Valor
Voces apasionadas
Recuerdos
Un momento para la reflexión
3 Emociones, sentimientos e identidad personal y profesional
Emociones
Emociones y cognición
Labor emocional, trabajo emocional
Las emociones y los niveles de rendimiento
Identidad profesional e identidad personal
La identidad activista
Identidades cambiantes
Un momento para la reflexión
4 La pasión y el compromiso: satisfacción en el trabajo, motivación y autoeficacia
Caracteres del compromiso
Cómo mantener el compromiso
Implicación personal en la tarea profesional
Comprometidos con el aprendizaje
Apoyo mutuo
Eficacia
Satisfacción en el trabajo, moral y motivación
Un momento para la reflexión
5 Construir el saber sobre la práctica
Modelos de enseñanza
Fluidez y creatividad en el aprendizaje
Tacto
Intuición
Las necesidades de aprendizaje de los alumnos
Inteligencias múltiples
Inteligencia emocional
Inteligencia espiritual
Inteligencia ética: el imperativo moral
Un momento para la reflexión
6 Pasión por el propio aprendizaje y por el desarrollo profesional
Dejar tiempo para respirar
Los retos de la práctica reflexiva
Tipos de reflexión
Desafío al yo: la dimensión emocional
Reflexión sobre la práctica
Fases de la carrera docente
Hacia una combinación óptima de oportunidades
Educación y formación durante el servicio activo
Tres propuestas de formación continua
Un momento para la reflexión
7 Comunidades de aprendizaje apasionadas
Cultura escolar
Colegialidad
Comunidades de aprendizaje: aulas y escuelas
Implicar a los docentes en su formación
Redes de aprendizaje
Aprendizaje de los docentes: dos ejemplos
La función de liderazgo
Eficacia colectiva y confianza relacional
Pasión por el cambio
Un momento para la reflexión
8 Mantener la pasión
El estancamiento profesional: reorientación o formación continua
Promover la autoestima
Cuestiones de liderazgo
Mantenerse en forma: equilibrar la vida y el trabajo
Profecías de obligado cumplimiento
Mantenerse en contacto
Ser apasionado, también en circunstancias difíciles
Mantener viva la pasión
BIBLIOGRAFÍA
Prólogo
Como autor que ha escrito sobre la “pasión” en la enseñanza y el aprendizaje, me he sentido a menudo como un exiliado, un vagabundo por la periferia de la Academia, un estudioso demasiado harapiento y de mirada demasiado delirante como para ser invitado a la amable conversación académica.
Durante casi un decenio, he tenido la tentación de sentirme un poco acomplejado por haber titulado mi libro: The Passionate Teacher. En 1995, mi editor insistió en que le añadiera el subtítulo A Practical Guide1, que, para mí, no tenía mucho sentido, pero parecía darle un tono más pragmático. Cuando mi libro hizo su primera aparición, temí que los educadores profesionales lo evitaran y durante años tuve la sensación de que la última parte de la pesadilla se había hecho realidad. La “pasión” del título parecía suficiente para que el público universitario serio lo eludiera y no lo citara. Muchos docentes compraron el libro, pero, en público, no hablaban mucho de él, o presentaban de forma silenciosa un ejemplar a sus familiares o amigos íntimos.
Sin embargo, ahora que Christopher Day ha reunido un rico y variado tejido de ideas y conceptos y lo ha llamado: Pasión por enseñar, me siento liberado. La pasión ya pertenece a la “mayoría dominante”. No parece mal que los imperturbables académicos hablen de la “pasión” como ingrediente esencial tanto en unos estudios educativos satisfactorios como en la práctica. La “pasión” ha sido invitada a entrar en un contexto en el que sólo entraban palabras como “eficiencia”, “rigor” y “erudición” o términos de resonancias empresariales, como “basado en los resultados”, “orientado al rendimiento” y “éxito para todos”. Guste o no, hemos entrado en la “Era de la pasión”.
Sin embargo, no todo es bueno. La legitimidad de la pasión en cuanto participante en la conversación académica no está garantizada en la era de los tests, de la comercialización del terreno público del aprendizaje, de los marcos curriculares de talla única impuestos por el Estado, de manifestaciones severas, si no draconianas, de “rendición de cuentas”. Se está exhortando a los docentes a que “enseñen para el examen”, ahora que ha sido políticamente impuesto y burocráticamente santificado. Por extraño que parezca, incluso los partidarios más radicales de los tests se declaran “apasionados”, con respecto a los niveles más elevados, a las medidas más rígidas, a no dejar atrás a ningún niño. Corremos el riesgo de dejar la “pasión” en manos de nuestros adversarios en el mismo momento en que se ha convertido en aceptable para nuestros eruditos colegas.
En este mundo complejo de competidores e ideologías contendientes, Christopher Day nos ha preparado una magnífica mesa, con ocho menús/capítulos, cada uno de los cuales tiene muchos platos/secciones, de estudiosos y docentes de todo el mundo, y todos con la “pasión” como eje. La amplitud de sus lecturas es impresionante: cita a autores de los cuatro continentes y es muy generoso al buscar citas de otros cuando cree que iluminan aspectos clave de sus propias opiniones y creencias acerca de la pasión por la enseñanza. Nos sentimos tentados a detenernos en algunas de estas citas, contemplando su profundidad y complejidad.
También me ha impresionado la extensión que dedica a la “pasión” en todos los aspectos de la vida y el trabajo de los docentes. Donde otros autores nos hemos limitado a la práctica en clase, y a la preparación intelectual y emocional, él se ha ocupado de la vida en evolución de los maestros, desde sus primeros encuentros con los alumnos, pasando por los retos y problemas a la mitad de su carrera profesional, hasta sus años de madurez en la profesión y la calidad de sus asociaciones en las escuelas. Se preocupa por las “comunidades apasionadas por el aprendizaje” y por el “desarrollo” de los educadores en su profesión. Llega incluso a introducir los trabajos de otros –las inteligencias múltiples, de Howard Gardner, y la inteligencia emocional, de Daniel Goleman– en el marco de la “pasión”, sin dar al lector la sensación de que los esté expropiando al servicio del apasionado plan del autor.
Actuando como erudito anfitrión, Christopher Day puede ser, a veces, demasiado modesto con respecto a sus propias aportaciones creativas. Uno comienza buscando su voz en este coro de sabiduría. Cuando se oye, es una bienvenida al banquete, como cuando reafirma sus puntos de vista sobre la preocupación de las escuelas por la “eficacia”:
“Estar apasionado por enseñar no consiste sólo en manifestar entusiasmo, sino también en llevarlo a la práctica de manera inteligente, fundada en unos principios y orientada por unos valores... La pasión se relaciona con el entusiasmo, la preocupación, el compromiso y la esperanza, que son características clave de la eficacia en la enseñanza” (p. 28).
Y cuando advierte:
“En los últimos años, han proliferado los textos sobre la eficacia de la escuela y del docente. Sin embargo, ninguno ha sabido reconocer que la enseñanza y el aprendizaje eficaces se basan, en el fondo, en el ejercicio de la pasión (y de la compasión) de los maestros en el aula, como un elemento más de la comunidad de aprendizaje en general. Una influencia clave en la capacidad de los profesores para hacer esto es la parte que desempeña el contexto de la escuela” (p. 149).
También, cuando, en las páginas finales del libro, escribe:
“La enseñanza apasionada no parece afectar las normas impuestas por los órdenes social, económico y político o, incluso, emocional. Sin embargo, su función emancipadora consiste en influir en la capacidad de los alumnos para entusiasmarse con el aprendizaje, en ayudarles a elevar su mirada más allá de lo inmediato y aprender más sobre sí mismos, en construir una identidad basada en autoimágenes nuevas” (p. 191).
Christopher Day ha conseguido dos cosas importantes en este libro: ha hecho de la “pasión” la pieza maestra para reformar y mejorar la enseñanza y el aprendizaje, en vez de tratarla como un adorno, y ha extendido su investigación sobre la pasión a un espectro de actividades mayor que nunca. Su índice general es, en sí mismo, un menú rico y variado de ofertas de temas que hablan del carácter central de la pasión.
Éste no es un libro para leer de un tirón. Hay que leerlo con tranquilidad para no correr el riesgo de indigestarse. Es un libro para saborear. No es de “lectura rápida” ni de los que no se pueden dejar una vez que se empiezan. Si se va a la playa de vacaciones, busque otra cosa y reserve Pasión por enseñar para los momentos más tranquilos dedicados a la contemplación.
Este libro es atractivo para la persona reflexiva por naturaleza, para el educador que ya acepta la importancia de la pasión como una fuerza creativa, interactiva, moral, y quiere ver hasta dónde llega el círculo, cuántos aspectos esenciales del oficio, el diseño, la conceptuación y el potencial interactivo de la enseñanza y el aprendizaje pueden iluminarse con la pasión.
Este libro no debería leerse como yo lo he leído: de un tirón, sometido a la presión de un plazo fijo. En realidad, debería eliminarse de los cursos de formación inicial del profesorado, de los seminarios de formación continua o de los seminarios de posgrado en los que se exija a los lectores que “dominen” rápidamente grandes cantidades de material; sin embargo, es una introducción excelente al mundo de los estudios humanos de la educación para los educadores principiantes, así como para los docentes con experiencia que quieran revisar sus valores y fines. Puedo imaginarme a muchos de los lectores utilizando este libro, como yo mismo hice, para descubrir a nuevos autores dignos de leerse.
Es revelador que Day concluya cada capítulo con “Un momento de reflexión”, porque ése es el lema de este volumen fascinante, complejo, lleno de ideas y estimulador del pensamiento.
Robert L. Fried
Northeastern University, Boston
1 FRIED, R.L.: The passionate teacher: a practical guide, Boston: Beacon Press, 1995.
Introducción
La necesidad de la pasión
“La enseñanza está organizada de manera que los docentes interpreten y pongan en práctica las normas educativas, el currículo y la instrucción. Son el punto de contacto humano con los alumnos. Todas las influencias sobre la calidad de la educación están mediadas por él y por su acción. Tienen la posibilidad de aumentar la calidad de la educación dando vida al currículo e infundiendo en los alumnos la curiosidad y el aprendizaje autodirigido. Y también pueden degradar la calidad de la educación merced al error, la pereza, la crueldad o la incompetencia. Para bien o para mal, los profesores determinan la calidad de la educación” (Clark, 1995, p. 3).
Este libro va dirigido a los maestros, profesores, formadores del profesorado y futuros docentes que sienten pasión por la enseñanza; que aman a sus alumnos, el aprendizaje y la vida docente; que reconocen que la enseñanza no sólo tiene relación con el compromiso intelectual y emocional con otros, sean alumnos, colegas o padres, sino también con el compromiso intelectual y emocional con uno mismo, mediante la revisión y renovación periódicas de los fines y las prácticas. Trata de ser una contribución a la comprensión y el perfeccionamiento de la profesión docente y de aportar puntos de vista nuevos al trabajo y la vida de los educadores. Es también un reconocimiento a las diversas formas de esfuerzo intelectual, físico, emocional y, en particular, apasionado que, en sus mejores momentos, realizan los docentes y que forman el contenido fundamental del libro. Se dirige a todas las personas que reconocen las limitaciones de una reforma que sólo se impulsa desde el exterior y que afirman apasionadamente unos valores y responsabilidades morales más generales que deben ser impulsados desde dentro e incluirse y expresarse en el buen ejercicio docente.
La historia que cuenta este libro procede del corazón y de la cabeza. En su preparación, he descubierto a muchas personas que han escrito de forma convincente sobre un aspecto u otro de la pasión por la enseñanza. Unos se centran en el yo de los docentes; otros, en su trabajo; algunos, en la importancia del compromiso, la satisfacción en el trabajo, la identidad y la influencia de la normativa sobre ellos. Otros escriben sobre la comprensión emocional y los fines morales de los docentes y la importancia de la pasión colectiva en las escuelas, en cuanto comunidades de aprendizaje. En la mayoría de las investigaciones y escritos, estos aspectos son líneas argumentales discretas; sin embargo, en la práctica, todos interactúan y constituyen el todo. Lo que he tratado de hacer aquí es reunirlos de forma diferente, con unas relaciones nuevas y, de ese modo, contribuir con interpretaciones distintas a lo que significa convertirse en un docente con pasión por la enseñanza y seguir siéndolo.
Los recuerdos más fuertes de mi escolaridad son de maestros que estaban más preocupados por el control que por la creatividad y más interesados por su asignatura que por sus alumnos. Sin embargo, entre ellos, había algunos que estaban apasionadamente interesados por entusiasmar a sus alumnos con el gusto por aprender, que se daban cuenta de cuándo las personas tenían algún problema, y actuaban en consecuencia, que estaban decididos a hacer todo lo posible para comunicarse de manera que conectara con los intereses y necesidades de los alumnos. Estos maestros me enseñaron el valor de la reflexión, me mostraron mundos nuevos, me motivaron para explorarlos a pesar de mis malas experiencias escolares. No eran carismáticos; uno tenía un tartamudeo permanente, otro parecía increíblemente impreciso en nuestro mundo regido por objetivos, y otro era un déspota pedagógico en clase. Sin embargo, todos ellos manifestaban en sus acciones una preocupación profunda y sostenida por los alumnos que tenían a su cargo y, como llegué a descubrir más tarde, una pasión por su trabajo y la idea de que éste iba mucho más allá de la transmisión del currículo y la evaluación del rendimiento mensurable.
Los docentes apasionados por la enseñanza se muestran com-prometidos, entusiastas e intelectual y emocionalmente enérgicos en su trabajo con niños, jóvenes y adultos. Sin embargo, estos signos manifiestos de la pasión se sustentan sobre unos fines morales claros que van más allá de la implementación eficiente de los currículos establecidos. Los docentes apasionados son conscientes del desafío de los contextos sociales más generales en los que enseñan, tienen un sentido claro de identidad y creen que pueden favorecer el aprendizaje y el rendimiento de todos sus alumnos. Se preocupan profundamente por ellos. Les gustan. También se preocupan por cómo y qué enseñan y quieren aprender más acerca de ambas cosas con el fin de ser y seguir siendo algo más que docentes competentes. Saben el papel que desempeña la emoción en el aprendizaje y en la enseñanza en el aula. Están comprometidos con el trabajo cooperativo y, a veces, en colaboración con los colegas de sus escuelas y de otras, buscan y aprovechan las oportunidades de emprender reflexiones de distintas clases en su práctica profesional y sobre ella. Para estos maestros, la enseñanza es una profesión creativa y audaz, y la pasión no es una mera posibilidad. Es esencial para la enseñanza de alta calidad.
“Los maestros comprometidos apasionadamente son los que aman de manera absoluta lo que hacen. Están buscando constantemente formas más eficaces de llegar a sus alumnos, de dominar los contenidos y métodos de su oficio. Sienten como misión personal... aprender tanto como puedan sobre el mundo, sobre los demás, sobre ellos mismos, y ayudar a los demás a hacer lo mismo” (Zehm y Kottler, 1993, p. 118).
ESCUELAS CREADORAS DE SABER
David Hargreaves, en su trabajo sobre la profesionalidad creativa y el papel de los maestros en la sociedad del conocimiento para DEMOS, un gabinete de reflexión estratégica1 independiente, formula la necesidad de escuelas creadoras de saber que estén abiertas al mundo exterior, trascendiendo la realidad del aula; que desarrollen una cultura de compromiso y de entusiasmo por el perfeccionamiento continuo; que estimulen las relaciones informales en vez de las jerárquicas, y la diversidad en vez de la uniformidad entre el personal, y que muestren la disposición a fomentar todo lo que suponga experimentar con ideas nuevas, en una cultura en la que los errores se consideren como “vías para el aprendizaje” (Hargreaves, 1998, p. 26). En esas escuelas, se apoyarán, compartirán e intercambiarán las ideas nuevas y, en ese proceso, se validarán en el plano del docente y en el de la escuela.
Pero esto no se producirá, si no se comprende la necesidad de la participación activa y del compromiso emocional de todos los docentes y del personal asociado. Los cambios estructurales no bastan para garantizar los cambios de unas culturas individuales y colectivas que, durante generaciones, han fomentado el aislamiento en vez de la colaboración, y en las que los errores siguen siendo castigados de forma directa (mediante la inspección externa y las tablas de clasificación) y de forma indirecta (a través de la crítica mediática y la financiación selectiva basada en el rendimiento). Cuando Hargreaves y otros muchos antes que él presentaron su visión del futuro de la enseñanza, no lograron captar la necesidad de atraer a los docentes de manera que no sólo pidan “más” o algo “diferente”, sino que reconozcan su necesidad de realizarse personalmente, estar satisfechos en el trabajo, sentirse valorados, y que tengan tiempo y espacio para la creación, la recreación y el mantenimiento de la pasión por la enseñanza que les permita hacerlo lo mejor posible. Bullough y Baughman (1997) expresan muy bien los problemas del cambio cuando escriben que “para que un cambio se consolide, debe encontrar un sitio en el pensamiento de los maestros, en sus sistemas de creencias y en sus formas habituales de actuar e interactuar en el aula, o surgir de su... [propio]... pensamiento” (p. xv).
En mi trabajo con docentes de escuelas primarias y secundarias durante más de veinte años, he sido testigo de lo que ha quedado muy bien documentado en encuestas y estudios detallados de investigación: el deterioro de la moral y el incremento de la carga de trabajo de docentes de todas las edades y la consiguiente crisis de ingreso de nuevos aspirantes y de permanencia de los profesionales. Hay muchas razones para ello, pero quizá las dos más significativas sean los cambios en la sociedad y los “niveles” de rendimiento. De ellas me ocuparé brevemente a continuación, porque es imposible escribir acerca de la pasión por la enseñanza sin tenerlas en cuenta.
CAMBIOS EN LA SOCIEDAD
Al escribir acerca de la naturaleza humana y el orden social en la comunidad, Fukuyama (1999) indica que las consecuencias del paso a la sociedad de la información, en la que una “tecnología barata hace cada vez más fácil mover información a través de las fronteras nacionales y la rápida comunicación por televisión, radio, fax y correo electrónico debilita los límites de unas comunidades culturales establecidas desde antiguo” (p. 3), no son del todo positivas. Señala “el grave deterioro de las condiciones sociales en la mayor parte del mundo industrializado... el declive del parentesco como institución social...” (p. 4) y, en paralelo, el incremento del delito, los niños sin padre, el sida, la drogodependencia y la drogadicción. Añade a esto unos resultados y unas oportunidades educativas inferiores, el descenso de la confianza en instituciones y políticos, y la quiebra de reglas generalizables de conducta, maximizando la libertad personal.
Fukuyama escribe sobre las “ligaduras que vinculan [a los indivi-duos] en redes de obligación social [que se han]... relajado mucho” (p. 47, o. c.), lo que tiene consecuencias para las funciones sociales de las escuelas y, por tanto, para los maestros, en ambientes escolares que están en situación social desfavorecida y con alumnos “cuyos padres no han logrado facilitar[les]... un capital social suficiente y no consiguen mantenerlo” (ibid., p. 259). Esto se complica en lugares en los que hay pocas oportunidades de educación de alta calidad, a causa de problemas de captación del profesorado, carencia de maestros especialistas en áreas clave con cualificación adecuada, continuidad del profesorado y problemas de calidad que, al parecer, se están convirtiendo en características permanentes en algunas escuelas de muchos países.
NIVELES O ESTÁNDARES DE RENDIMIENTO
Las preocupaciones por la necesidad de elevar los niveles o estándares de rendimiento y mejorar en las tablas de clasificación económica mundial han impulsado a los gobiernos a intervenir de forma más activa en todos los aspectos de la vida escolar para mejorar los sistemas escolares durante los últimos veinte años; la autosuficiencia financiera y la conformidad ideológica se han convertido en los dos aspectos de la realidad que cuentan para muchas escuelas actuales y sus maestros (Hargreaves, 1994). Una característica de este movimiento de reforma es la tendencia internacional al desarrollo de competencias docentes mensurables como medio para evaluar los niveles docentes, lo que tiene unas poderosas con-secuencias para la profesionalidad de los docentes. Elliot (1991, p. 124), por ejemplo, dice que lo que preocupa en la evaluación por competencias son las formas de aplicar unos puntos de vista muy diferentes sobre la enseñanza –la enseñanza como tecnología y la enseñanza como práctica moral– para juzgar la eficacia y los méritos de los docentes.
En ambos, el hecho de ser competente forma parte de la práctica profesional pero, si prevalece la idea de los docentes como técnicos especializados en el aula cuya única finalidad es implementar el currículo, el arte y la ciencia de la enseñanza, pueden quedar degradados a la posesión de un conjunto de competencias técnicas básicas.
Con el tiempo, la tentación de los dirigentes de juzgar a los docentes sólo en relación con bloques de competencias, en vez de utilizar éstos como puntos de referencia, puede resultar tan abrumadora como la de los maestros al juzgar el progreso de los alumnos exclusivamente por los resultados obtenidos en unos tests. Conviene, por tanto, que se reconozcan las limitaciones de los resultados de rendimiento en las competencias, tal como se conciben en la actualidad, como medios para juzgar el trabajo de los docentes y para planificar su desarrollo, y que el profesorado tenga una visión crítica de su valía, que se establezca en el contexto de una visión educativa más general.
Tengo que hacer seis observaciones sobre el plan gubernamental de los niveles de rendimiento y sus efectos sobre las escuelas, los docentes y los alumnos:
1. Los niveles mensurables, tal como están construidos, explican una porción relativamente limitada de la enseñanza, el aprendizaje y el rendimiento.
2. En las áreas que, según el plan gubernamental, son fundamentales, como lectoescritura, aritmética o ciencias naturales, había pruebas de un mayor rendimiento de los alumnos. En la actualidad, se ha llegado a una fase de meseta y los observadores señalan un efecto “techo”.
3. Por mucho que hagan los maestros, hay ciertas edades y alumnos a quienes los problemas en el nacimiento, las influencias familiares y de los compañeros, y su motivación escolar impiden que su educación alcance los niveles prescritos para toda la nación.
4. El empleo de competencias conductuales para medir las capacidades de los docentes no explica sus fines morales, más generales.
5. No es cierto que la reducción de la autonomía del maestro haya llevado a una enseñanza mejor ni a un mayor compromiso de los docentes.
6. Hay una crisis continua de ingresos y permanencia en la profesión. No obstante, sin unos profesores comprometidos es difícil que se eleven los niveles y se solucionen los problemas planteados por los cambios que se producen en la sociedad.
Los capítulos de este libro no presentan un conjunto de prescripciones para conseguir la llamada enseñanza “eficaz”. Hay muchos libros e infinidad de documentos, informes, comunicaciones y artículos que lo hacen; tantos que resulta difícil creer que las escuelas no estén llenas de profesores eficaces. Por supuesto, no lo están, simple-mente porque las escuelas y las aulas son organizaciones complejas y la calidad de la enseñanza y el aprendizaje depende más del docente y del aprendiz que de las normas y las prescripciones.
En cambio, los siguientes capítulos se centran en las cualidades, valores, finalidades, características y prácticas del profesorado, en distintos contextos y fases de sus vidas, que están, han estado o quieren estar de nuevo apasionados por su ejercicio docente. Es un programa amplio y rico, y no me disculpo por haber incluido una serie de fuentes y referencias de muchos autores sabios, cultos, hábiles y apasionados que han informado y estimulado mi pensamiento porque la sabiduría no reside en una única persona. Espero, por tanto, que se utilice tanto como libro de referencia, en el que “zambullirse” de vez en cuando, como en ayuda a la reflexión. Por eso mismo, cada capítulo acaba con una corta sección de “Un momento de reflexión”. También deseo que su estilo de presentación fomente las ojeadas del educador más ocupado. Sobre todo, espero que refresque y estimule a todos los que entregan su cabeza y su corazón a la llamada de la enseñanza.
CONTENIDO DEL LIBRO
Los capítulos de esta obra comienzan centrándose en el yo interior de los docentes, sus valores, emociones y compromisos, pasando a contemplar su propio aprendizaje y prácticas en las comunidades que influyen, en su forma de estructurarlas y, por último, en los retos que supone mantener su pasión por la enseñanza.
En el capítulo 1, Por qué es esencial la «pasión», me centro en las características de la enseñanza apasionada, los contextos generales económico, social y político en el que se produce y la relación entre la enseñanza apasionada y la eficacia, el “buen” docente, la pasión, la esperanza y los ideales. El capítulo concluye con un plan holístico para la educación del profesor apasionado.
En el capítulo 2, Fines morales: afecto, valor y las voces de los alumnos, comento, en primer lugar, los valores, virtudes y responsabilidades fundamentales relacionados con el docente apasionado y las conexiones entre éstos y la preocupación y la compasión que inunda las aulas en las que la motivación y el aprendizaje están íntimamente conectados con las relaciones humanas. Concluyo con una serie de alumnos que “hablan” de sus experiencias y adultos que comentan recuerdos de sus maestros.
En el capítulo 3, Emociones e identidades, reúno y comento bibliografía procedente de muy diversas tendencias que reconoce el papel esencial que desempeña la “emoción” en la enseñanza y su conexión con los “niveles” de rendimiento en las escuelas. Hablo del lugar que ocupan las emociones en la toma de decisiones y en la enseñanza, que es, a la vez, esfuerzo emocional y trabajo emocional. El yo es un elemento crucial de la forma que tienen los docentes de interpretar y estructurar la naturaleza de su trabajo. A los alumnos y a los padres también les importa sobremanera la clase de persona que sea el profesor, por lo que la segunda parte se centra en la importancia que las identidades personales y profesionales tienen para los docentes, al facilitarles la comprensión y el control de sí mismos, de sus alumnos y de las influencias externas.
En el capítulo 4, La pasión del compromiso: satisfacción en el trabajo, motivación y autoeficacia, señalo que el compromiso es la cualidad que distingue a quienes se preocupan, tienen fines morales y están apasionados por sus alumnos y sus materias, de quienes tienen la enseñanza como un trabajo más. El capítulo pone ejemplos de lo que siente el profesorado sobre su compromiso y muestra los problemas por mantenerlo a través de las distintas fases de la vida docente en diferentes contextos. En relación con esto, hablo de la “autoeficacia” o eficacia personal (la creencia de que uno mismo puede influir en el aprendizaje de los alumnos) y de la importancia de la motivación, la moral y la satisfacción en el trabajo para una buena enseñanza.
En el capítulo 5, Construir el saber sobre la práctica, reúno investigaciones seleccionadas con el fin de ampliar, reforzar y estimular el pensamiento apasionado acerca de la enseñanza y el aprendizaje: investigaciones sobre las inteligencias múltiples, los modelos de enseñanza, la inteligencia emocional, la inteligencia espiritual y los estilos de aprendizaje de los alumnos y sus consecuencias para la práctica. Señalo diversas formas de mirar “bajo la superficie” con el fin de identificar y satisfacer las necesidades de aprendizaje de los alumnos de manera creativa.
El objeto del capítulo 6, Pasión por el propio aprendizaje y el desarrollo profesional, se refiere al aprendizaje de los mismos docentes. El mantenimiento de una enseñanza adecuada no sólo exige que todos los docentes revisen con regularidad su forma de aplicar los principios de diferenciación, coherencia, progresión y continuidad, y equilibrio en cuanto al “qué” y el “cómo” de su ejercicio docente, sino también en cuanto al “porqué”, en relación con sus fines morales. Ser un profesional significa tener un compromiso de por vida con la reflexión sobre la práctica. Sabemos que el conocimiento de sí mismos, el compromiso, el entusiasmo y la inteligencia emocional de los maestros contribuyen al aprendizaje del alumno. Sin embargo, las investigaciones indican que la rutina, las culturas escolares y las historias personales operan, a menudo, en contra del cumplimiento de esta aspiración.
Propongo que la dedicación a distintas formas de formación pro-fesional continua sea esencial para que los docentes puedan mantener la calidad de su trabajo en todas las fases de su vida docente. En la segunda parte del capítulo, me centro en los fines y los problemas de las distintas modalidades de práctica reflexiva que suponen la intervención de la mente y de las emociones, y presento modelos para organizar actividades adecuadas de desarrollo profesional.
Como los docentes trabajan en entornos sociales y pueden influir en su compromiso y en su ejercicio formativo, tanto positiva como negativamente, el capítulo 7, Comunidades de aprendizaje apasionadas, se centra en la escuela como elemento de influencia en la capacidad de los docentes para construir y mantener su pasión por la enseñanza. Como campo intelectual y emocional, la escuela puede unir o dividir a sus miembros. Comento las características y normas culturales de las escuelas en cuanto comunidades de aprendizaje, tanto para el profesorado como para los alumnos. Señalo que los profesores apasionados no trabajan aislados de sus colegas ni de sus alumnos. Por tanto, podemos esperar que sus clases sean lugares en los que los alumnos participen activamente en las decisiones relativas a su propio aprendizaje; que las prácticas de los docentes se pongan en común a través de una dirección que estimule las observaciones de los compañeros y otras formas de colegialidad, y que haya un sentido colectivo de eficacia y confianza. El aprendizaje en red entre escuelas también resulta interesante porque estimula y apoya a los docentes para que aprendan juntos y unos de otros, por medio de una investigación práctica sostenida.
El capítulo final se centra en Mantener la pasión porque, en la enseñanza, nunca hay un momento en el que se pueda decir que no hay nada más que hacer. Para algunos, la pasión comienza a flaquear por las exigencias cotidianas de los alumnos, el medio y los factores de la vida personal. Sin embargo, esto no es inevitable. Con un buen liderazgo en la escuela y la conciencia de la necesidad del equilibrio entre la vida y el trabajo, el apoyo de los colegas y de otras personas, la revisión regular de los fines, valores y prácticas y la renovación del compromiso, es posible mantener la pasión. El capítulo recoge ejemplos de docentes que han “tirado la toalla” y de otros que siguen “conectados” y expresan su pasión por la enseñanza a lo largo de su carrera en contextos problemáticos.
En esencia, soy optimista con respecto a la profesión docente y a sus aportaciones continuas al complejo arte de educar a niños y jóvenes que no han elegido que los eduquen. Creo que la enseñanza es una profesión para gente valerosa y que los mejores docentes son los que están comprometidos, son apasionados y se muestran capaces de mantener ese compromiso y esa pasión durante su carrera.
“La profesionalidad define la calidad de la práctica. Define el modo de comportarse en un trabajo, cómo integran los miembros sus obligaciones con sus conocimientos y destrezas en un contexto de colegialidad y de relaciones contractuales y éticas con los clientes... Enseñar en un contexto educativo está fuertemente conectado con el perfeccionamiento de los individuos. Es, por tanto, imposible hablar durante mucho tiempo sobre los docentes y la enseñanza sin un lenguaje de moralidad” (Sockett, 1993, p. 91).
En la actualidad, los educadores constituyen, en potencia, el activo más importante para llevar a la práctica una sociedad de aprendizaje democráticamente justa. Más que nunca, deben ser algo más que transmisores de conocimientos. En este siglo, tienen que desempeñar papeles más complejos para que se realicen la creatividad, la curiosidad intelectual, la salud emocional y el sentido de ciudadanía activa de los alumnos. También, tienen la clave del incremento o la disminución de la autoestima, el rendimiento y la visión de las posibilidades de aprendizaje presentes y futuras de los alumnos mediante su compromiso, conocimientos y destrezas. Los tipos y calidad de las oportunidades de educación, entrenamiento y desarrollo a lo largo de su carrera y las culturas en las que trabajen influirán en su capacidad de ayudar a los alumnos a que aprendan a aprender para alcanzar el éxito.
Sabemos que los obstáculos que se oponen al éxito son, con frecuencia grandes. Para algunos docentes, la esperanza, el optimis-mo y la confianza en sí mismos, que son las “fuentes” vitales del aprendizaje satisfactorio y del cambio educativo positivo (Hargreaves y Fullan, 1998, p. 1), están sufriendo el desgaste de las presiones de una rendición de cuentas cada vez más estricta, los exámenes de los alumnos, la inspección escolar, el control del rendimiento y la consiguiente burocratización de unos gobiernos que, aunque proclaman la importancia de los docentes y la complejidad de la enseñanza, continúan aumentando la carga de trabajo en nombre de la elevación de los niveles.
Los mejores docentes son los que tienen una identidad intelectual y emocional fuerte y un compromiso con su materia o materias y con sus alumnos. Las observaciones de alumnos de todas las edades y de todo el mundo acerca de sus mejores maestros señalan su compromiso apasionado como factor clave, porque:
“El ejemplo que damos como adultos apasionados nos permite conectar con las mentes y los espíritus [de los alumnos] de un modo que nos posibilita producir un impacto duradero y positivo en sus vidas... trabajando con los alumnos en la frontera de sus experiencias, sentimientos y opiniones individuales y colectivas” (Fried, 1995, pp. 27-28).
Sólo en raras ocasiones se reconoce que esta pasión está en el centro mismo de los esfuerzos intelectuales y del compromiso de los profesores cuando trabajan en beneficio de los fines morales de la sociedad a través de los alumnos y los jóvenes. En el corazón de cada capítulo se esconde el interés por comprender y articular esta pasión y las formas por las que la sociedad la estructura y media a través de las variadas experiencias de maestros, sus historias y biografías personales, sus valores y creencias y los contextos en los que trabajan. Este libro se dirige y se refiere a los docentes para quienes la enseñanza es más que una mera ocupación, un desafío intelectual o una tarea de control; para quienes la vocación y el compromiso son características esenciales de su profesionalidad. Va dirigido a los profesores que están preocupados, a través de su trabajo, por la educación, en su sentido más amplio, que reconocen que la participación y la asistencia emocionales son esenciales para una buena enseñanza, que están comprometidos con el servicio y que son, han sido o quieren ser de nuevo apasionados.
1 La expresión utilizada por el autor es ‘think tank’ (entrecomillado en el original), cuyo significado literal es: “depósito de pensamiento”. Los think tanks son gabinetes de reflexión estratégica que pretenden ofrecer análisis y prospectiva de distintos aspectos de la realidad. Lo traducimos, por tanto, como “gabinete de reflexión estratégica”. (N. del T.).
Capítulo 1
Por qué es esencial la pasión
“Con nuestras prisas por reformar la educación, hemos olvidado una sencilla verdad: la reforma no se logrará nunca renovando asignaciones, poniendo límites a las escuelas, reformulando currículos y revisando textos, si seguimos degradando y desalentando al recurso humano que llamamos maestro, de quien tanto depende... si no conseguimos valorar –y desafiar a– el corazón humano que es la fuente de la buena enseñanza” (Palmer, 1998, p. 3).
El diccionario define la “pasión” como “un sentimiento muy intenso”. Es un motor, una fuerza motivadora que emana de la emoción. Las personas se apasionan por cosas, asuntos, causas, personas. El apasionamiento genera energía, determinación, convicción, compromiso e, incluso, obsesión. La pasión puede llevar a una visión más penetrante (la determinación de alcanzar una meta profundamente deseada), pero también puede limitar una visión más amplia y llevar a una persona exclusivamente en pos de una convicción que se abraza apasionadamente a expensas de otras cosas. La pasión no es un lujo, una floritura o una cualidad que sólo posean unos pocos docentes. Es esencial para una buena enseñanza.
“No es sólo un rasgo de personalidad que tengan unas personas y otras no, sino algo que puede descubrirse, enseñarse o reproducirse, aunque las regularidades de la vida escolar se confabulen contra ella. La pasión y la práctica no son ideas opuestas; la buena planificación y el buen diseño son tan importantes como la preocupación y la espontaneidad para sacar lo mejor de los alumnos. Aunque no lo sea todo, la pasión, por incómoda que resulte la palabra, está en el centro de lo que es o debe ser la enseñanza” (Fried, 1995, p. 6).
En consecuencia, la pasión puede llevar por una parte, a unos resultados conductuales positivos, comprometidos; o negativos y destructivos, por otra, dependiendo del equilibro interno racionalemocional. El equilibrio positivo-negativo se basa en una división clara, por ejemplo, el presupuesto de que la ira es una emoción negativa y el amor, positiva. De hecho, los modelos teóricos actuales que se derivan de la neurofisiología (van der Kolk, 1994), la psicología cognitiva (Metzger y cols., 1990; Goleman, 1995) y diversas terapias (Jackins, 1965, 1973, 1989) observan que la intensidad de la emoción tiene una elevada tendencia a interferir el pensamiento racional. Por tanto, es probable que los sentimientos apasionados nublen el juicio y lleven a conductas extremas que pueden no ser racionales. Con frecuencia, lo que impulsa los sentimientos apasionados es inconsciente. Como observa Nias: “Bajo el control ordenado y la tranquilidad profesional de todos los docentes... bullen pasiones profundas, potencialmente explosivas, que conllevan desesperación, euforia, ira y alegría de una especie que, normalmente, el pensamiento público no asocia con el trabajo” (1996, p. 226).
Sin embargo, los buenos maestros dedican gran parte de su yo emocional fundamental a su trabajo con los alumnos. No sólo tienen que rendir cuentas de su trabajo ante los padres y los directivos, sino que también son responsables ante los estudiantes a los que enseñan.
Estar apasionado por enseñar no consiste sólo en manifestar entusiasmo, sino también en llevarlo a la práctica de manera inteligente, fundada en unos principios y orientada por unos valores. Los docentes eficaces tienen pasión por su asignatura, pasión por sus alumnos y la creencia apasionada en que su yo y su forma de enseñar pueden influir positivamente en la vida de sus alumnos, tanto en el momento de la enseñanza como en días, semanas, meses e, incluso, años más tarde. La pasión se relaciona con el entusiasmo, la preocupación, el compromiso y la esperanza, que son características clave de la eficacia en la enseñanza. Para los maestros que se preocupan, el estudiante como persona es tan importante como el estudiante en cuanto aprendiz.
Es probable que ese respeto por la persona se traduzca en una mayor motivación para aprender. También conocen a sus alumnos y crean relaciones que fortalecen el proceso de aprendizaje (Stronge, 2002). La pasión también está asociada con la justicia y la comprensión, cualidades que mencionan constantemente los estudiantes en sus evaluaciones de los buenos maestros, y con las cualidades que los docentes eficaces exhiben en sus interacciones sociales cotidianas: escuchar lo que dicen los alumnos, estar cerca de ellos, tener un buen sentido del humor, animar a los alumnos a que aprendan de distintas maneras, relacionar el aprendizaje con la experiencia, animar a los estudiantes a que se responsabilicen de su propio aprendizaje, mantener un ambiente de clase organizado, conocer bien su materia, crear ambientes de aprendizaje que atraigan a los estudiantes y estimulen en ellos el entusiasmo por aprender.
Sólo cuando los docentes sean capaces y estén preparados para alimentar y expresar sus pasiones por su campo de conocimientos y sobre el aprendizaje, de trasladarlas a su trabajo, de romper “la niebla de la conformidad pasiva o del desinterés activo” (Fried, 1995, p. 1) que parece envolver a veces a muchos estudiantes, alcanzarán el éxito.
“Las pasiones de los maestros les ayudan a ellos y a sus alumnos a escapar de la muerte lenta de la dedicación al trabajo, los ritos formularios que, en las escuelas, suelen traducirse en comprobar que se han hecho las tareas para casa, tratar el currículo, poner exámenes, calificar y dejarlo todo atrás rápidamente” (Fried, 1995, p. 19).
ENSEÑANZA APASIONADA Y EFICACIA
Se espera que todos los docentes sean profesionales con suficientes conocimientos y destrezas, dispuestos a responsabilizarse de elevar los niveles de rendimiento de todos los alumnos de manera que estimulen su interés por aprender. Se espera, también, que promuevan las relaciones entre la escuela y los padres, que aborden cuestiones de cultura y lengua, problemas ambientales y cuestiones sociales, cívicas y morales, problemas de equidad, justicia social y democracia participativa, y el aprendizaje durante toda la vida. En otras palabras, el trabajo de los docentes es complejo y se ubica en contextos que son, al mismo tiempo, exigentes (en cuanto a conocimientos y técnicas de control de la clase y de la enseñanza) y emocional e intelectualmente desafiantes. Se dice que, en su trabajo, se enfrentan a una serie de imperativos externos que conducen a unas exigencias contradictorias: por una parte, se reconoce cada vez más la importancia del trabajo en equipo y la cooperación, la tolerancia y la comprensión mutua para la economía, la educación permanente y la sociedad. Por otra, aumenta el distanciamiento de los alumnos de la escolarización formal, se insiste cada vez más en la competición y en los valores materiales y aumentan las desigualdades, se ahondan las diferencias sociales y se rompe la cohesión social (UNESCO, 1996; Bentley, 1998).
Conviene recordar que los maestros cargan con una responsabilidad importante con respecto al control de estas exigencias. Constituyen “una de nuestras últimas esperanzas para reconstruir el sentido de comunidad” (Hargreaves y Fullan, 1998, p. 42).
Las reformas institucionales han transformado también la forma de enseñar de los docentes en las escuelas de Inglaterra y les han hecho responsables de manera pública de los resultados de los alumnos. En el llamado programa de “ejecutividad”1 (Lyotard, 1979; Ball, 2000) no todo es malo: ahora los profesores y las escuelas planifican de cara al progreso de los alumnos y lo supervisan de forma mucho más sistemática. Sin embargo, su implementación general, burocrática y gerencialista, ha agotado a muchos, de manera que han perdido la pasión por educar con la que ingresaron en la profesión. El espacio que quedaba antes para la espontaneidad, la creatividad y para atender a las necesidades de aprendizaje de los niños y los jóvenes se ha contraído a medida que los profesores tratan de alcanzar los objetivos de rendimiento señalados por el gobierno y de cumplir las exigencias burocráticas.