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la creación literaria



coordinador

ALBERTO VITAL


Alexis Díaz-Pimienta



El crimen perfecto de Pedrito Mendrugo



11o. Premio Internacional de Narrativa, 2013




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Para Ramón Torreira Crespo y José Buajasan Marrawi, agradecido.



A Paquita Armas Fonseca, por tanta insistencia.


Advertencia


Ésta es una novela de ficción, pero una novela de ficción basada en hechos históricos, reales, en los que la realidad es tan real que la ficción no parece ficticia. Los protagonistas de esta historia son personajes de ficción “ensamblados” a partir de personas que vivieron y sufrieron en su “infancia propia” cuanto se cuenta en estas páginas.



No seamos sectarios: la infancia a veces es un paraíso perdido. Pero otras veces es un infierno de mierda.


MARIO BENEDETTI




…y los niños son niños, así en el hambre como en la guerra.


JORGE MONTEALEGRE

Capítulo I
Las alas de Peter Pan

…¿jugamos una vez más al juego de los niños infelices?


FRANZ KAFKA


Según la primera versión que se escuchó en Camp Matecumbe, el niño llamado Esteban saltó por la ventana de la Torre Alta porque estaba asustado, le tenía miedo a la oscuridad y la presencia de la luna en el patio le infundía confianza. El niño llamado Esteban no había calculado el peligro de la altura, porque en su casa de La Habana las ventanas estaban a metro y poco del suelo, no a tres, como éstas, y a veces él y su hermana Caridad jugaban a escapar por allí en cuanto el lobo entraba por la chimenea. Lo que nadie se explicaba era por qué el cadáver del niño llamado Esteban estaba tan limpio, con su pijama de seda puesto, con un dedo entre los labios e, incluso, con esa cara de pasmosa tranquilidad, no de espanto.

Según la segunda versión, al niño llamado Esteban lo habían empujado por la ventana de la Torre Alta, después de adormecerlo con una infusión de amapolas de las que cultivaba el vecino Neighbor en su jardín, a pocos metros del Campamento. Y quienes lo habían empujado habían sido tres niños mayores que él, dos de ellos cubanos también, el tercero un huérfano de Brooklyn, convencidos los tres de que el niño llamado Esteban era la reencarnación del mal, de que sus ojos azules eran diabólicos y su boca vampírica; sí, el niño llamado Esteban era el Demonio, the Devil, como decía la hermana Sor Tránsito, aunque de débil no tenía nada, el niño llamado Esteban era más fuerte que todos ellos juntos, era un Demonio con pijama de seda y cabeza muy dura, sólo así se explica que hubiera sido capaz de abofetear a la hermana Sor Tránsito en medio del comedor, delante de todos, a la hora del almuerzo, un renacuajo sin dientes y que no levantaba dos cuartas del piso abofeteándola como si fuese un hombre. Aunque según el más grande de todos los Grandes, aquella placidez en el rostro del cadáver del niño llamado Esteban se debía al efecto de las amapolas, no a su satánica desfachatez, como decían los tres sospechosos de haberlo empujado; el plácido rostro del niño llamado Esteban sobre la hierba no era el rostro de un Devil satisfecho y burlón, con carita de ángel y pelo rubio ensortijado, sino el de un Devil débil por el hambre y el cansancio, previamente sedado con las amapolas del vecino Neighbor: era el verdadero rostro del Ángel Caído.

Según la tercera versión, el niño llamado Esteban saltó por la ventana, pero no por miedo a la oscuridad, ni por el efecto de las amapolas, sino con ganas de matarse, porque no soportaba más la ausencia de su madre, quien le había prometido que en poco tiempo vendría a buscarlo, ni el silencio maldito de su hermana Cari, quien había jurado no hablar más, nunca más, hasta que no volvieran a El Vedado. El niño llamado Esteban era un niño inteligente, calculador, a pesar de su edad sabía muy bien el significado de la palabra Muerte, sabía que la Muerte era el “no más”, la paz, el descanso, como dijeron todos sus familiares cuando murió el abuelo Paco: al fin descansó, que en paz descanse, ya no sufrirá más. Y de verdad, la cara del abuelo Paco estaba graciosamente pálida, incluso risueña, como si se burlara de todos aquellos que lloraban porque él estaba descansando. El niño llamado Esteban no vio el cadáver de su abuelo Paco colgando de la guásima del patio, sino dentro del féretro, bien peinado, con el traje más fino que tenía, maquillado incluso, pero escuchó muy bien la palabra “suicidio” y comprendió que el viejo había escogido, él mismo, el momento y la forma para descansar, que su abuelo había sido genio y figura hasta la sepultura, frase dicha con admiración por su madre entre mohines y susurros, así que cuando llegó su turno de acercarse al féretro lo único que vio fue eso, la tranquilidad del rostro de su abuelo, su sonrisa burlesca, y dijo lo mismo que los otros, que en paz descanse, lo mismo que, según la tercera versión, repitió para sí mismo antes de saltar por la ventana de la Torre Alta, en paz descanso, porque el niño llamado Esteban estaba cansado de los golpes, de las burlas, de la soledad, del frío, del hambre, del inglés, y no lograba descansar ni estar en paz con nadie.

Según la cuarta versión, al niño llamado Esteban lo había empujado desde la Torre Alta el Artista, su mejor amigo, compañero de juegos y confidente en todo, el mismo que aseguraba haber encontrado su cadáver. Esta versión se apoyaba en que el Artista y el difunto Esteban no siempre habían sido “socios”, tenían un pasado tormentoso, su amistad había empezado con una de las broncas más sonadas entre los pequeñines, y aunque luego hicieron las paces, en el fondo el niño llamado Esteban sospechaba que su amigo tenía algo que ver con el nombrete que le gritaban todos, sospechaba que cuando el Artista se juntaba con los Grandes lo traicionaba a cambio de protección, o por placer, y se volvía como ellos. Es posible, entonces, que tuvieran un altercado mayor que el inicial y que esta vez el Artista decidiera vengarse. No que decidiera matarlo, seguramente no quería matarlo, pero asustarlo sí, lanzarlo por la ventana para que comprobara que él no sabía volar, como decía, que no era más que un niño como los demás, un niño sin padres, sin casa, sin familia, sin barrio, un niño que lloraba todas las noches, como todos los niños. Sí, es posible que el Artista lo haya hecho, y que luego, como es listo, saliera corriendo a decirle a la hermana Sor Tránsito y al Padre Catá que se había encontrado el cadáver de su amigo junto a la Torre Alta, y es normal que lo dijera, así, desencajado, con lágrimas y todo, pues para eso era el Artista.

Pero según la quinta versión (la más difundida), al niño llamado Esteban quien lo había empujado por la ventana de la Torre Alta había sido, precisamente, la hermana Sor Tránsito, quien había sido abofeteada por aquel cuban bastard ese mismo mediodía, a la hora del almuerzo, cuando éste se negó a comerse un huevo duro, con sal y todo, porque decía que en su casa de La Habana comía bistec y tenía criadas y el comedor era tres veces más grande que el patio del campamento, y que todos los domingos por la mañana él iba con sus primos al Country Club y al Coney Island, a jugar y a montar aparatos, y que allí tampoco le daban huevos duros, que los huevos duros se los comían las criadas escondidas en su cuarto al fondo de la casa, todas juntas y con los delantales puestos, que él las había visto muchas veces, huevos duros con mayonesa o con salsa de tomate. Pero él no, él era Estebita, el pequeño Estebita, el hombrecito de la casa, él sólo comía huevos duros cuando se le antojaba, y sólo para que las criadas abandonaran aquellas caras de tonta satisfacción, como si los huevos duros fueran un alimento exclusivamente suyo, no, no lo eran, aunque a Estebita no le gustaban mucho, sólo unas pocas veces los comió, aunque eso sí, dejando siempre pedacitos en el plato. Pero esto la hermana Sor Tránsito no lo sabía, ni los cocineros del Campamento tampoco, ni los otros niños. Por eso no entendieron que el niño llamado Esteban, el pequeño Estebita, rebautizado allí como Pedrito Mendrugo, se negara rotundamente a comer huevo duro y empujara la bandeja lejos, cruzara los brazos y cerrara la boca. Los demás niños continuaron masticando su ración, con las bocas abiertas y soltando de vez en cuando trozos de yema o de clara, y granos de arroz, y migas de pan, pero todos mirando de hito en hito, asustados, a Pedrito Mendrugo y a la hermana Sor Tránsito, quien, desde un extremo del comedor, venía hecha una fiera en dirección al niño. Pedrito Mendrugo entrecerró los ojos, no quiso verla, pero la intuyó, y comenzó a sudar y a orinarse al mismo tiempo. Ya conocía las maneras de la hermana Sor Tránsito. Ya había estado dos días con la cara marcada por su manaza, todo porque le había pedido en español un dulce, y la hermana Sor Tránsito no perdonaba que los cuban bastards se negaran a hablar su lengua de adopción, la que sería su lengua en el futuro, no soportaba que estando a salvo del comunismo continuaran practicando esa lengua de salvajes y negros. Nada, que el dulce se tradujo en pescozón sonoro, mensaje acústico que sonó sweet, pero con muchas eses, el golpe de la mano cortando el aire hasta encontrar su cara sonó ssssssweet, y desde entonces Pedrito Mendrugo interpretó que ssssssweet quería decir “galleta”, “bofetada”, “pescozón”, “gaznatón”, y nunca más pidió un ssssssweet, por supuesto, llevaba casi un mes en Camp Matecumbe sin probar un dulce, palabra muy mala porque a quien la pronunciaba le daban un ssssssweet y le dejaban los dedos marcados en la cara durante mucho rato, y entendió pronto, pese a lo pequeñito que era, los entresijos de la polisemia en lengua inglesa, precoz erudición la de Pedrito Mendrugo, aprendió que la representación gráfica de ssssssweet (cinco dedos abiertos sobre la mejilla) se repetía con bastante frecuencia entre los niños de Camp Matecumbe, que ssssssweet podía significar lo mismo dulce, que pan, leche, frazada, hambre, mamá, papá, miedo, frío, dolor…, y que si alguien decía la palabra Cuba, entonces se ganaba dos ssssssweets en vez de uno, y que si alguien decía una frase completa en la que aparecieran, en cualquier orden, las palabras Cuba, mamá, papá, extrañar, familia…, los numerosos ssssssweets iban acompañados de empujones y noches enteras encerrados en la Torre Alta, a oscuras, solo, intentando colocar sus deditos abiertos en el molde que el ssssssweet de la hermana Sor Tránsito les dejaba en el rostro. Pedrito Mendrugo aprendió que en Camp Matecumbe todo lo que se dijera en español se traducía en ssssssweets.

Entonces, cuando los demás niños escucharon que Pedrito Mendrugo dijo huevos no, clarito y en voz alta, empujando su bandeja y cruzando los brazos, comprendieron que el pobre había hecho méritos suficientes para unos cuantos ssssssweets, él solito. Y cuando vieron que la hermana Sor Tránsito se desplazaba con paso firme hacia donde estaba el cuban bastard desafecto, aceptaron que esta vez los ssssssweets sería muchos, y fuertes, que no sonarían como otras veces, ssssssweet, sino ssssssweet-bum, desplazamiento de la mano y golpe seco, ssssssweet-bum, e imaginaron que Pedrito Mendrugo iba a perder más dientes de los que le faltaban, que no tendría sólo la ausencia de los dientes superiores centrales, desdentición propia a sus años, sino que escupiría colmillos y muelas después de los ssssssweet-bums de la hermana Sor Tránsito, porque esta vez Pedrito Mendrugo no sólo había dicho en español “huevos no”, sino que lo había dicho y se había cruzado de brazos y había empujado la bandeja con fuerza y había entrecerrado los ojos y fruncido el ceño y apretado la boca, todos gestos típicos de los cuban bastards, así que esta vez no lo salvaba nadie, la hermana Sor Tránsito no aguantaría esto, pobre Pedrito Mendrugo, tercer encontronazo con la hermana Sor Tránsito en la misma semana.

Por su parte, Pedrito Mendrugo, en cuanto vio delante de sí la bandeja con dos huevos duros, un poco de arroz blanco y un trozo de pan, olvidó por completo que era Pedrito Mendrugo, se acordó solamente de que era el niño Esteban, el pequeño Estebita, y se dio cuenta de que aquella mujerona que respondía al pintoresco nombre de la hermana Sor Tránsito no era más que la criada Pili, su criada, vestida de negro, con zapatos blancos, con túnica y rosario, así que continuó, orinado y sudado, con los brazos cruzados y los oídos atentos al ruido de los pasos de su Pili Tránsito, a sus bufidos de prelada enfadada poco preparada para una bofetada por la huevonada de Esteban Estrada. Pili Tránsito acercó la bandeja a Pedrito Mendrugo, despacio, pero el pequeño Estebita la volvió a empujar, seguro de sí mismo, como todo el señorito que era, un señorito de los Estrada nada menos, y que ya estaba hecho todo un hombrecito, si no, evoquémoslo: ahí va el pequeño Estebita con su esmoquin blanco en la fiesta por la Primera Comunión de la prima Lorenza, y todos tienen que ver con él, hasta la prima Lorenza le da un beso de novios, en la piscina, cuando nadie los mira, la prima Lorenza vence el miedo al pecado, a la impureza, a la inmaculación, y le da un beso con los ojos cerrados, porque Esteban Estrada está tan bonito, y ella también lo llama así, Esteban Estrada, no ha dicho niño Esteban, ni pequeño Estebita, ella, como todos en la fiesta de su Comunión, ha hablado de él como si hablara de su padre; incluso el señor Embajador de Honduras y los dos señores Senadores, invitados de honor (según palabras de su madre) le estrecharon la manecita como si fuese un hombre y exclamaron, vaya, otro Esteban Estrada, los tres por separado dijeron lo mismo, vaya, otro Esteban Estrada, como si lo hubieran ensayado antes, pero no, nada de ensayo, era el respeto que inspiraba la figura del pequeño Estebita vestido de etiqueta para la Comunión de su novia Lorenza, aunque nadie supiera lo de su noviazgo, aunque nadie los hubiera visto besarse en la piscina, y cuando todos estaban ya borrachos, riendo a carcajadas y brindando hasta por gusto, Lorenza y él se escondieron tras el piano de la planta alta y repitieron varias veces aquel beso de novios, cogidos de la mano, con cuidado de no estrujar el vestidito de ella, todo encajes y vuelos, y de no manchar el esmoquin del señorito Esteban Estrada, y entre beso y beso ella filosofaba, esto se llama amarse, ¿sabes?, pero Esteban Estrada no hablaba, se dejaba guiar por las emociones, cerraba los ojos, fruncía el ceño y apretaba los labios con la misma intensidad que ahora, en el comedor de Camp Matecumbe, sólo que aquella vez no tenía los brazos cruzados, no sudaba frío ni estaba orinado, no vestía un short sucio y una camisa de seis días, no tenía delante de sí a la criada Pili disfrazada de la hermana Sor Tránsito, imitándolo sólo para desafiarlo, Pili Tránsito con los brazos cruzados y el ceño fruncido como él, pero con los ojos, eso sí, muy abiertos.

La hermana Sor Tránsito empujó la bandeja con la comida hacia Pedrito Mendrugo, hasta el filo mismo de la mesa.

Esteban Estrada no levantó la vista, descruzó los brazos, empujó la bandeja todavía más lejos y repitió:

—Huevos no.

Entonces, todos los niños de Camp Matecumbe dejaron de comer, de moverse, de respirar casi, se quedaron contemplando la escena en posturas realmente ridículas: unos con la boca abierta y llena de comida; otros con las cucharas en el aire; otros con un vaso de agua inclinado en los labios, chorreándose; otros con la boca cerrada y el carrillo inflado, interrupción de una mascada enorme; otros trincando su huevo duro con un tenedor; todos quedaron con los ojos tan abiertos como la hermana Sor Tránsito y la piel tan sudada como Pedrito Mendrugo, mirándolos, atónitos.

La hermana Sor Tránsito descansó sobre una de sus piernas, se acercó más a Pedrito Mendrugo, y se inclinó sobre él, dejándole caer en la cara el aire cálido, grueso, de su respiración. Lentamente, como si acopiara paciencia, tomó la bandeja, y no le dijo “come”, ni “tienes que comer”, ni “o comes o ya sabes qué te espera”, sino que, simplemente, con lentitud amilanante, separó la bandeja del filo de la mesa y la colocó más hacia el centro, a unos centímetros de la boca de Pedrito Mendrugo, para que el cuban bastard la viera, por si no la había visto. Ante aquella situación, poco a poco, Esteban Estrada se fue convirtiendo en el niño Esteban y éste en el pequeño Estebita, pero los tres rehusaban convertirse en Pedrito Mendrugo, ese nombrete que le habían colgado los niños más grandes de Camp Matecumbe.

Eran las doce y treinta y seis del mediodía, y todos estaban tensos, sin moverse, porque la monja había puesto de nuevo la bandeja de comida ante los ojos de Pedrito Mendrugo, y se había apoyado sobre la mesa antes de repetirle con voz ronca que se lo comiera. Pero Pedrito Mendrugo estaba en uno de esos arranques propios de su edad, era víctima de un ataque de testarudez, así que por tercera vez empujó la bandeja lejos de sí, esta vez con más fuerza, derramando el arroz sobre la mesa. Curiosamente, el huevo duro no rodó, se quedó en medio de la bandeja, entre los cubiertos, junto al pan. Todos sabían que la hermana Sor Tránsito no aguantaría otra desobediencia, indisciplina, insubordinación… No por lo menos con Pedrito Mendrugo, un renacuajo con quien no había día que no tuviera un altercado.

Lentamente, la hermana Sor Tránsito pegó su cara al oído derecho del pequeño Estebita, y balbuceó entre dientes:

Eat the egg now, cuban bastard!

Pero Pedrito Mendrugo no movió un músculo, no respondió, y sólo cuando la monja puso la bandeja más cerca de su cara, a la altura de su boca, golpeando con la otra mano sobre la mesa (las bandejas de todos los demás saltaron por los aires, los huevos duros de todos los demás rodaron al suelo, pero ninguno de los otros niños podía apartar la vista de Pedrito Mendrugo, de su imagen de Buda pequeño y ojeroso, mudo y desafiante); sólo cuando la monja repitió a todo volumen, eat the egg now, cuban bastard!, Pedrito Mendrugo, lentamente, levantó la mirada hacia la hermana Sor Tránsito, abrió los ojos mucho más y le dijo bien alto, para que todos lo escucharan:

—¡Que huevos no, so bruja!

Todos los demás niños se quedaron con el arroz y el pan y el huevo solidificados en las bocas, ahogándose, esperando ser testigos de los más grandes ssssssweet-bums de la historia de Camp Matecumbe; todos sin respiración, sin manos, sin estómagos; cientos de espantajos calculando cómo caerían los dientes de Pedrito Mendrugo, cómo se ahuecarían sus mejillas y sangraría su nariz y babearía su boca desdentada. Pero no. Al escuchar el grito, ¡que huevos no, so bruja!, la hermana Sor Tránsito no lanzó el ssssssweet-bum supremo, como todos esperaban, sino que cambió de técnica, cogió con una mano el pelo rubio de Pedrito Mendrugo, a la altura de la cocorota, tiró de él hacia atrás, hasta levantarle la mandíbula, luego pegó su vientre fofo a la cara del niño y con la mano que le quedaba libre, agarró el huevo duro, aquel huevo duro que continuaba, terco como su dueño, en medio de la bandeja, para, lentamente, con saña, comenzar a empujárselo entre los labios, por la ranura que dejaba la ausencia de dientes, sin dejar de repetir mientras se lo embutía:

Cuban bastard, cuban bastard, cuban bastard!

Pedrito Mendrugo se revolvía, forcejeaba, hasta que la hermana Sor Tránsito soltó su pelo, se colocó detrás de él y mientras con una mano le empujaba la cabeza contra su barriga, agarrándola por la mandíbula y presionando en los carrillos con las puntas de los dedos, para que el cuban bastard abriera bien la boca, con la otra recogía los restos de huevo que había en su camisa, en la mesa, sobre la bandeja, y se los metía con fuerza en la boca. Pedrito Mendrugo se revolvía, pataleaba por debajo de la mesa, pero no podía evitar que los trozos de huevo se acumularan en su boca, y que luego bajaran a su estómago hechos un engrudo con saliva. Enseguida la hermana Sor Tránsito se dio cuenta de que junto a la bandeja había otros huevos (el de Tingo Talango, el de Ojo de Pescao, el del Marrano) y empujando cuerpo y niño y odio hacia adelante, fue agarrándolos y repitiendo la Operación Embutimiento, la boca de Pedrito Mendrugo convertida en una raja de buzón ensanchada, la cabeza de Pedrito Mendrugo convertida en un buzón babeante, rubio y babeante, triste y babeante, con una baba espesa, amarillenta, mientras la mano de la hermana Sor Tránsito le restregaba aquella argamasa de baba y lágrimas y yema y clara de huevo por el resto de la cara. Nadie sabe por qué se detuvo, si había muchos huevos más, sobre la mesa, en las bandejas, en la silla, en el suelo; nadie sabe por qué de pronto la hermana Sor Tránsito soltó la cabeza-buzón de Pedrito Mendrugo, se sacudió la ropa y aspiró hondo, repitiendo en voz baja:

Cuban bastard!

Fue entonces cuando Pedrito Mendrugo tuvo su acto de mayor valentía hasta el momento, su proeza suprema, sólo empequeñecida por la bofetada que vendría más tarde. Cuando la hermana Sor Tránsito pasaba revista, uno por uno, a los rostros de los otros comensales, a esa cohorte de asustados testigos de qué les podía pasar a los niños bitongos si no aprendían inglés ni aceptaban las normas de su nueva vida; cuando la hermana Sor Tránsito estaba terminando su sádica inspección y su mirada regresaba, triunfante, a la cara-buzón de Pedrito Mendrugo, éste, abalanzándose sobre la mesa, comenzó a vomitar uno por uno todos los trozos de huevo que había ingerido, los devolvía casi con la misma forma que tenían cuando la monja se los metiera dentro. Aquello era un espectáculo repulsivo y escalofriante. El buzón devolvía la correspondencia, es decir, el buzón correspondía a la hermana Sor Tránsito, y las yemas, y los trozos de clara iban cayendo sobre el mantel, sobre el suelo, sobre la bandeja, y algunos salpicaban el hábito de la hermana Sor Tránsito, quien no atinaba ni a moverse, sorprendida, y temblaba como una posesa. Hasta que se movió. Comprobó con sorna que muchos trozos habían regresado a la bandeja de Pedrito Mendrugo, habían caído otra vez en sus compartimentos, y agarró la bandeja con una sola mano, la acercó a la cara del pequeño y repitió con tono suave, como si fuera la orden más inocua del mundo:

Eat the egg, Cuban bastard!

Los demás niños sentían que la comida se les paralizaba en el estómago, todos tenían ganas de vomitar también, hacían e intentaban aguantar las arcadas. Su hermana Cari comenzó a llorar y a vomitar ella también, de repugnancia y miedo. Los Grandes se miraron entre ellos y se pusieron de pie por puro instinto, pero no se atrevían a intervenir, a decir nada; Tingo Talango y el Artista miraban a Pedrito Mendrugo, sólo a él, como si quisieran prestarle otra boca, otro estómago, otro cuerpo. Pero Pedrito Mendrugo no los necesitaba. Estaba otra vez vestido con su esmoquin blanco y sus zapatos de dos tonos, paseaba otra vez por Miramar viendo a los niños pobres que comían panes negros y duros, así que cuando vio que aquella pordiosera vestida con túnica se le acercaba con una bandeja llena de inmundicias, no lo pensó dos veces, levantó la mano y con todas sus fuerzas abofeteó a la intrusa, le encasquetó tremendo ssssssweet-bum en pleno rostro, el esperado ssssssweet-bum supremo, un golpe que la tambaleó primero, y la hizo caer después sobre la mesa, con la bandeja llena de vómito encima, sobre el pecho y la cara, toda ella convertida en un negro depósito de huevos, jugos gástricos, saliva y llanto de Pedrito Mendrugo, quien aprovechando su caída echó a correr hacia el patio de Camp Matecumbe.

Si la amenaza de la hermana Sor Tránsito acercando la bandeja con un huevo duro a la cara de Pedrito Mendrugo los había paralizado a todos, si el embutimiento de los demás huevos los había descompuesto y la orden de comer su propio vómito los había asqueado, aquella bofetada de Pedrito Mendrugo a la hermana Sor Tránsito fue la apoteosis, el Apocalipsis no anunciado, era como si el mundo se hubiera vuelto al revés, como si de pronto todo se derrumbara sin darles tiempo para reaccionar, para calibrar lo que estaba pasando. Ni siquiera el resto de las monjas reaccionaron. Ni los trabajadores del servicio. Nadie. Después vendrían las especulaciones, como siempre, pero lo cierto es que ni siquiera la hermana Sor Tránsito estaba preparada para aquello. Se quedó tirada sobre la mesa, no impidió que el resto de los comensales saliera huyendo también, única reacción, instintiva, salvaje, de los niños, y no salió a perseguir a ese cuban bastard que acababa de firmar, delante de todos, su sentencia de muerte.

Por eso la versión de que el cadáver de Pedrito Mendrugo era obra de la hermana Sor Tránsito tenía mucha fuerza, era la favorita de grandes y pequeños. Después de aquello Pedrito Mendrugo desapareció. No estaba en las barracas. No estaba en la enfermería. No estaba en los aseos. No estaba tras los árboles del patio. No estaba en el Santuario del Padre Catá. No estaba en el gimnasio. No estaba en la Sala de Recreo. No estaba en casa del vecino Neighbor. No estaba entre las tiendas de campaña. No estaba en la Torre Alta. No estaba en ningún lado. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.

—¿Ven? Era verdad lo que él decía —especuló Tingo Talango, al segundo día de desaparecido.

—¿Qué cosa? —preguntó el Artista.

—Que era Peter Pan. Se fue volando.

Pero el Artista no estaba para chiquilladas. Le dio la espalda a Tingo Talango y siguió cavilando sobre cuál era el mejor sitio de los alrededores para acampar y sobrevivir una persona sola, dos días enteros.

Tingo Talango no se dio por vencido, se acercó a Lunar de Sangre y le dijo bajito:

—Era verdad lo que decía Pedrito Mendrugo.

Lunar de Sangre miró hacia todos lados por si alguien los oía, y preguntó lo mismo que el Artista:

—¿Qué cosa?

Tingo Talango se sintió más seguro.

—Que él era el verdadero Peter Pan. Se fue volando.

Y Lunar de Sangre se lo dijo al Marrano, y éste se lo comentó a Ojo de Pescao, y Ojo de Pescao se lo dijo a Raspadura, y Raspadura a Culo e’pollo y Culo e’pollo a Comino y Comino al Huevón y el Huevón al Conejo y el Conejo a Lagartija, pero Lagartija era más racional (sin llegar a la kantiana reflexión del Artista), era capaz de darse cuenta de las fisuras, de las lagunas existentes en cualquier planteamiento que intentara ser lógico.

—¿Y dónde estaban sus alas, a ver? —preguntó Lagartija, así, con desparpajo de niño prodigio—. Si él era el verdadero Peter Pan, ¿dónde estaban sus alas?

Todos habían olvidado este detalle: que el verdadero Peter Pan no tenía alas, que quien tenía alas era Campanita; y ahora comenzaban a reflexionar en torno a la pregunta. El Conejo se encogió de hombros y le devolvió la pregunta al Huevón, quien se rascó los huevos y se la devolvió a Comino, quien bajó la cabeza y le repitió la pregunta a Culo e’pollo, y Culo e’pollo a Raspadura, y Raspadura a Ojo de Pescao, y Ojo de Pescao al Marrano, y el Marrano al niño del lunar de sangre, pero cuando éste intentó devolvérsela a Tingo Talango, ya Tingo Talango no estaba a su lado, así que comenzaron de nuevo las especulaciones:

que si la hermana Sor Tránsito tenía razón, a lo mejor Pedrito Mendrugo no era más que el Demonio, the Devil, y tenía las alas bajo la camisa, porque nunca nadie lo había visto desnudo; que si Pedrito Mendrugo tenía unas alas muy pequeñitas, pero con mucha fuerza, y no se le veían; que si Pedrito Mendrugo tenía alas portátiles, se las quitaba por el día y se las enganchaba otra vez por la noche, por eso la semana aquella que durmió en la silla no lo afectó casi, se ponía las alas y se iba a dormir a unas camas enormes, en el cielo, en los árboles, en las azoteas de las casas; que si Pedrito Mendrugo no tenía alas, sino hélices, y no en la espalda, sino en la cabeza; que si Pedrito Mendrugo era un fantasma; que si Pedrito Mendrugo iba todas las noches a La Habana y hablaba con sus padres…


y ante cada una de estas especulaciones Cari Wendy asentía, no dejaba de asentir, aunque los especuladores vinieran de dos en dos y cada uno trajera una distinta; Cari Wendy asentía y después se perdía tras los árboles. Pero para desespero de la pequeña Cari Wendy, además de la continua “especuladera”, las versiones sobre la muerte de Pedrito Mendrugo se sucedían, se entremezclaban, se superponían y todas llegaban hasta sus oídos.

Una de las versiones tenía en cuenta que, conociéndolo como lo conocían, por su espíritu protector y su carácter, el niño llamado Esteban no era un suicida, él no dejaría sola, por nada del mundo, a su hermana Caridad en aquel campamento, sobre todo porque se lo había prometido a sus padres, y lo dijo muchas veces, él ya era un hombrecito, iba a cuidar de ella en Estados Unidos, lo juraba (besándose con fuerza el intersticio entre el índice y el pulgar, con éste encima), lo juraba por la memoria de su abuelo Paco.

Entonces, por una parte, era absurdo pensar que el niño llamado Esteban se hubiera lanzado por la ventana de la Torre Alta, y por otra, todos los Grandes estaban, por órdenes precisas del Padre Catá, sujetos a una estricta vigilancia nocturna para limitar al máximo sus tropelías contra los pequeños, así que era también difícil que alguno hubiera podido ir hasta la Torre Alta y empujarlo.

Y, por último, la hermana Sor Tránsito era una religiosa de la Orden de San Felipe Neri, recta sí, pero muy católica, no cometería un crimen a los ojos de Dios, todo cuanto ella hacía dentro del Campamento era precisamente para enmendar, enderezar, llevar por buen camino a esos pequeños descarriados que el Señor había puesto en sus manos para salvarlos de la barbarie comunista.

Entonces, las versiones anteriores no eran sólidas, eran simples especulaciones también, rumores de pasillo, chismes que iban de boca en boca, de barraca en barraca, entre las tiendas de campaña y los árboles del patio, porque eso sí, alguna explicación había que darle a la aparición del cadáver de Pedrito Mendrugo con su pijama de seda puesto y el dedo en la boca, bajo la ventana de la Torre Alta; alguna explicación, aunque no fuera lógica.

En realidad, todas las versiones de la muerte de Pedrito Mendrugo eran disparatadas, enriquecidas con los fantasmas de cada uno, distorsionadas de boca en boca, de barraca en barraca. Todos temían que lo acusaran de su muerte y se zafaba la presunción de culpabilidad acusando a otros, dándole coherencia a sus propios temores. Aunque todas las versiones eran absurdas no sólo por eso, sino porque la esencia misma del rumor, de la especulación, era errónea. Pedrito Mendrugo no estaba muerto, como pensaron al principio. Bajo la ventana de la Torre Alta no había un cadáver, sino un niño dormido, con el dedo en la boca y un pijama de seda; un niño al que todos conocían como Pedrito Mendrugo y que, además, una vez había dicho que prefería suicidarse antes que seguir allí, en Camp Matecumbe, y otra vez había contado con lujo de detalles lo del suicidio de su abuelo Paco, y en los últimos días insistía en que él podía volar, que él era el Peter Pan verdadero, y, para colmo, para rematar su mala racha, o mala suerte, o mala cabeza, como quieran llamarlo, ese mismo mediodía había abofeteado a la hermana Sor Tránsito delante de todos, en el comedor, por culpa de unos cuantos huevos duros.

Por todas estas cosas, y algunas más, en Camp Matecumbe todos estaban convencidos (incluso algunos Grandes) de que Pedrito Mendrugo no era un niño normal, de que algo de cierto tenía que haber en eso de que era Peter Pan, aunque no se le vieran las alas. Cuando desapareció, el Padre Catá, desesperado, movilizó a todas las monjas, a las Buenas y a las Malas, a los maestros, a los cocineros, a los Asistentes Sociales, al vecino Neighbor, a todos los Grandes, mandó a buscar a la policía, llamó por teléfono al Reverendo Walsh para contarle el caso, y durante largas horas peinaron los alrededores de Camp Matecumbe sin encontrar ni rastro de Pedrito Mendrugo. Cari Wendy y el Artista se sumaron a la búsqueda. Hasta la hermana Sor Tránsito, seria, no se sabía si obligada o no, hasta ella ayudó en la búsqueda, preguntó a los vecinos, recorrió algunas calles del Down Town de Miami con una foto de Pedrito Mendrugo, comentando, preguntando: He is a poor cuban child… Please, have you seen him?

Pero nada. Al tercer día el Padre Catá se decidió a hacer la denuncia, a pegar fotos del niño por todo Miami, y a llamar a sus padres en La Habana, para comunicarles la triste noticia, la indisciplina, fuga y desaparición de Pedrito Mendrugo. La decisión se tomó un miércoles, a las 10 de la noche, reunida la Junta Directiva del Campamento con un alto oficial de la Policía de Dade County y un enviado especial del Reverendo Walsh, empleado del Catholic Welfare Bureau, todos en el Santuario del Padre Catá, preocupados por la desaparición del niño. Bien. Ok. All right. Decidido. Comenzarían a hacer pública aquella trágica noticia a las diez de la mañana del día siguiente. Pero fatalidad: justo a las ocho de la mañana, dos horas antes de que el Padre Catá telefoneara al señor Esteban Estrada, fue cuando el Artista entró corriendo en el Santuario, sofocado, llorando, diciendo que había hallado el cadáver de Pedrito Mendrugo.

En ese momento, en el Santuario sólo estaban el Padre Catá y Sor Evangelista, desayunando y conversando, y se quedaron de piedra, con las tazas de café con leche detenidas en el aire. Tardaron varios segundos en reaccionar, pensando en el talante fantasioso del Artista, pero finalmente se miraron, soltaron las tazas y lo acribillaron a preguntas. Dos minutos, o tres, duró aquel rápido y nervioso interrogatorio, pero por esa mínima tardanza el Padre Catá y la hermana Sor Evangelista no fueron los primeros en ver el cadáver de Pedrito Mendrugo, sino los últimos.

Antes de entrar en el Santuario, ya el Artista había atravesado todo Camp Matecumbe gritando que había encontrado el cadáver de Pedrito Mendrugo. Los internos corrieron la voz de barraca en barraca, como marinos en plena maniobra de atraque o abordaje:

—¡El Artista encontró muerto a Pedrito Mendrugo!

De tienda de campaña en tienda de campaña:

—¡Dice el Artista que encontró muerto a Peter Pan!

De chicos a grandes y de grandes a chicos:

—¡Se mató Peter Pan!

Entre las cocineras del Campamento:

—¡Asesinaron a Peter Pan!

Todos con el aliento entrecortado y con el timbre propio de las especulaciones más terribles. Entonces, como una marejada de curiosos, los niños se precipitaron hacia la Torre Alta, que estaba a unos cien metros detrás de las duchas, oculta entre pinares. Unos corrían con el pan del desayuno entre los dientes, otros sin camisa, otros descalzos, algunos Grandes con el cepillo de dientes en la boca y la boca llena de pasta dental, escupiéndola a lo largo del camino, uno de los más grandes enjabonado y envuelto en una toalla de la cintura para abajo, y en la retaguardia del grupo, el niño del lunar de sangre dando saltitos de alegría, esos saltitos ingenuamente rítmicos que dan los niños de todo el mundo mientras corren con la mente en blanco, zancada y salto al mismo tiempo, salto y zancada simétricos y alternantes, una alegría por supuesto inocente, impulsiva, porque habían hallado a Peter Pan, a Pedrito Mendrugo, sin sopesar la palabra “cadáver”.

Hubo una sola persona en todo Camp Matecumbe que no se movió al oír la noticia, que siguió bebiéndose su café con leche, sola en el inmenso comedor, bien peinada, en silencio, aunque asintiendo todo el tiempo: Cari Wendy. Al darse cuenta de esto, los demás niños especularon con la posibilidad de que la hermana de Pedrito Mendrugo se hubiera vuelto sorda, además de muda, y de que no hubiera escuchado los gritos del Artista.

—Pobrecita, qué será de ella ahora que su hermano ha muerto.

Cuando la turba de curiosos llegó a la parte trasera de la Torre Alta, ninguno, ni grandes ni pequeños, se atrevió a tocar al héroe muerto, nadie se acercó a menos de un metro del cadáver. Sin duda, Pedrito Mendrugo, Peter Pan, se había vuelto el héroe de cada uno de los internos, desde el mismo momento en que produjo “Pan con diente de leche” hasta el instante en que dio la bofetada a la hermana Sor Tránsito. Y no todo el mundo tiene valor para tocar el cadáver de un ídolo, para profanar un mito. Lo miraban. Cuchicheaban. Lo volvían a mirar. Volvían a cuchichear. Y cuando el Padre Catá y la hermana Sor Evangelista aparecieron en la Torre, ellos también con medio desayuno atravesado en el gaznate, cuando el Padre Catá, otra vez con su voz de barco de vapor, ordenó que todos los niños se retiraran ¡inmediatamente!, y mientras regresaban en parejas o en grupos de cinco, de ocho, comenzaron a crecer las especulaciones.

En menos de media hora, varias versiones del suicidio de Pedrito Mendrugo rodaron por el Campamento, y otras tantas del asesinato de Peter Pan, y dos hablaban de la muerte natural del niño llamado Esteban, cada una con fundamentos serios, con grandes dosis de veracidad y detallitos más o menos hiperbólicos. Entre la muerte natural, el asesinato y el suicidio, las nebulosas eran grandes, poderosas, suscitaban grandes discusiones, pero, sin duda, la mayoría se inclinaba por la culpabilidad de la hermana Sor Tránsito, la monja abofeteada, quien había estado, desde el primer día, en guerra declarada contra el difunto Peter-Pedro-Pan-Pedrito-Mendrugo.

En el fondo, todos querían que la hermana Sor Tránsito fuera culpable de la muerte del héroe, y que fuera acusada, juzgada, condenada, ejecutada por aquel asesinato. Pero claro, para que haya asesinato tiene que haber cadáver, lo que no se cumplía en el caso de Pedrito Mendrugo, ya que, como comprobaron el Padre Catá y la hermana Sor Evangelista en cuanto se quedaron solos en la parte trasera de la Torre Alta, el niño llamado Esteban lo que estaba era dormido, vestido con su flamante pijama de seda, con el dedo pulgar en la boca y profundamente dormido. Esto contribuyó más al misterio. Nunca se supo cómo Pedrito Mendrugo había desaparecido sangrando, con huevo hasta en los ojos, con la ropa sucia, y había aparecido vestido de esa forma, muerto de sueño, elegante y sonriendo. Las especulaciones fueron muchas:

que si en sus viajes a La Habana Peter Pan se cambiaba de ropa varias veces; que si su hermana Cari Wendy era su cómplice, lo tenía escondido y le llevaba comida, ropa, sábanas; que si Peter Pan tenía armarios llenos de pijamas de seda y de alas, escondidos detrás de los árboles; que si Peter Pan era inmortal…

Especulaciones que siguieron rodando en las cabezas de los más pequeños durante mucho tiempo, incluso después de que el Padre Catá supiera lo de la paliza de la hermana Sor Tránsito a Pedrito Mendrugo, lo de los huevos duros y el bofetón paralizante, y de que, con “un juicio sumarial” (palabras del Artista), obligara a la monja a aceptar su traslado a un campamento en Massachusetts. Al Padre Catá no le importaron los alegatos de la hermana Sor Tránsito sobre que un sssssssweet-bum no podía salir jamás de la mano de una pequeña criatura de Dios, mucho menos para golpear a una persona adulta; no, no le importaron nada. El Padre Catá consultó nuevamente con el reverendo Walsh, por teléfono, y éste le dio libertad absoluta para que decidiera el destino de la hermana Sor Tránsito. Así que el Padre Catá escuchó primero las opiniones de las otras monjas, luego la de los demás niños (pequeños y grandes), y expulsó a su compañera de solitarios y de púlpito, sin explicaciones.

De este modo, el crimen de Pedrito Mendrugo fue un crimen perfecto, un crimen sin cadáver, pero con la criminal juzgada y condenada. A partir de la salida de la hermana Sor Tránsito, Pedrito Mendrugo tuvo una cama para él solo, junto al catre de su hermana Cari, en una de las barracas que no se mojaban y comenzó a ser atendido directamente por la hermana Sor Evangelista, quien lo primero que hizo fue regalarle un dulce, un pastelito de chocolate con almendras. Todo esto acrecentó la especulación de que Pedrito Mendrugo había sido adoptado por el Padre Catá, o era pariente suyo, y, entre los más pequeños, se confirmaba que sí, que Pedrito Mendrugo tenía alas y por las noches iba hasta La Habana a que la madre le cambiara la ropa de cama, le lavara el pijama, lo colmara de besos. Cuando estas especulaciones llegaban a oídos de su hermana Cari, ésta, sin inmutarse, asentía, miraba fijo al especulador y asentía, con una cara de felicidad tremenda. Fue entonces cuando el Artista dijo que “El crimen perfecto de Pedrito Mendrugo” era una obra de arte. Pero el niño del lunar de sangre desafió la autoridad del Artista y dijo que una obra de arte sí, pero que su verdadero título era “Muerte y resurrección de Peter Pan”, no “El crimen perfecto de Pedrito Mendrugo”. Se formó el debate. Durante largas horas el Artista defendió su teoría del crimen perfecto, y del concepto “perfección” como la máxima expresión del Arte, mientras el niño del lunar de sangre argumentaba que Peter Pan era el único de todos ellos que entraba y salía del infierno, que iba a La Habana todas las noches, que no sólo no había crecido ni envejecido como todos ellos (aquí Tingo Talango y Ojo de Pescao dijeron que no, que ellos tampoco habían envejecido), sino que había muerto y renacido como Lázaro, había vuelto del verdadero país de Nunca Jamás, y eso era Arte, si la Biblia era Arte, como alguna vez había dicho el propio Artista, entonces, regresar del mundo de los muertos también era Arte.

Escuchando todas y cada una de las especulaciones sobre la vida y la muerte de Pedrito Mendrugo, Cari Wendy asentía, daba vueltas alrededor de un árbol y asentía, peinaba su muñeca y asentía, lloraba y asentía, cantaba y asentía, le escribía cartas a sus padres y asentía, todo el tiempo asentía, y cuando se cansaba de asentir, se acurrucaba en su catre oliendo la punta de una funda sucia, manía familiar de los Estrada, se tapaba de pies a cabeza y soñaba con las alas de su hermano.