TAL VEZ FUI
SAINT-EXUPÉRY
Fran Russo
TAL VEZ FUI
SAINT-EXUPÉRY
{Colección etcétera}
Primera edición, octubre 2017
© Fran Russo, 2017
© Esdrújula Ediciones, 2017
ESDRÚJULA EDICIONES
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Edición a cargo de
Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz
Impresión: Ulzama
«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el Código Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquier tipo de soporte sin la preceptiva autorización.»
Depósito legal: GR 1169-2017
ISBN: 978-84-17042-29-5
Impreso en España· Printed in Spain
Al Antoine
que todos llevamos dentro,
el buscador,
el aviador,
el pionero,
el soñador,
el aventurero
y el luchador.
En este libro, no solo desvelo un secreto íntimo sino que me someto por siempre a una doble sentencia.
La primera remite a los que no me crean,
lo cual para nada me importa.
La segunda concierne a quienes sí me crean,
y, desde ahora, vean al fantasma de Antoine en mí; cuando ya no soy él, sino Fran, como no seré Fran la próxima vez ni tú eres ahora el niño que fuiste.
Fran Russo
1
Creer en algo
«Parecerá que estoy muerto, pero no es verdad. Es demasiado lejos y no puedo llevar este cuerpo que pesa demasiado. Será como una corteza vieja que se abandona».
El principito, Antoine de Saint Exupéry
Paz, una inmensa paz junto con una serenidad indescriptible es lo que recuerdo de los momentos previos a morir. En todas las muertes que he podido rememorar sucede igual, una tranquilidad inconmensurable; pero esta última preludiaba además una suerte de perfección que, en contraposición a mi cuerpo cansado y a mi mente saturada de emociones, potenciaba más aquella anhelada tranquilidad.
Miré el horizonte, eterno; y eterno me sentí. Todo era perfecto, en el sentido más profundo que puede entenderse dicho vocablo. Todo estaba en su lugar, sobre todo yo, que ya no formaba parte solo de mí, ni de mi maltrecho cuerpo aprisionado en esa carlinga, ni del metal del avión, ni de mis atormentados pensamientos, ni siquiera del mar palpitante que refulgía abajo.
Observaba el agua brillar como un espejo de plata bajo el sol del mediodía, infinito en su maravilla. Allí abajo, millones de estrellas jugaban sobre las olas hechas espuma y deshaciéndose al descender lentamente desde sus crestas. Desde arriba todo tenía un lento discurrir, suave, delicado y silencioso. Seguramente esta será la perspectiva que de nosotros, los hombres hormiga, tienen desde los cielos. Nos contemplarán, seguro que con extrañeza, inmersos en nuestras ajetreadas e importantísimas tareas rutinarias, y se preguntarán si somos conscientes de que, aunque tengamos prisa y urgencia en hacerlo todo, desde arriba la vida se siente calma y pausada; como debería ser, como es en realidad.
Allí abajo, unos retazos de tierra se sumergían en el mar, como una mano y sus dedos hundiéndose en el agua. En esas costas y algunas islas, en lo hondo de sus corazones, seguro que cientos, miles de mujeres y hombres libres respiraban sin ser conscientes de que yo los observaba desde arriba, como un ángel sobrevolando sus almas, más cerca del cielo que de la tierra.
Había tratado de ser ese ángel guerrero que velara por ellos, que mantuviera intacta su libertad, pero estaba cansado, mis alas desgajadas y raídas requerían un reposo y mis vuelos se hacían cada vez más pesados y tediosos.
Esta es una de mis remembranzas, que en realidad son algo más que eso porque conllevan sensaciones y emociones tan poderosas que en nada se parecen a los recuerdos de mi vida actual. Como todos, a veces no soy capaz de recordar cosas que he hecho en esta misma vida, hace días o meses. Incluso olvido a amigos y sucesos que me llegaron al alma y que no debería olvidar tan fácilmente. Parece que la memoria tiene sus propias leyes para proseguir su camino.
¿Cómo voy a recordar dónde estaba el baño en una casa en la que supuestamente habité en otra vida si no recuerdo dónde estaba el de aquellas en las que viví en esta misma vida? Surgen muchas dudas, ojalá las aclare este libro. Aun así, mi labor es compartir y exponer, nunca convencer.
Cambiamos, evolucionamos y crecemos. No puedo ser la misma persona vida tras vida. Tampoco soy el mismo que hace unos pocos años; cambian mi carácter, mis gustos y mi esencia. ¿Cómo no voy a haber cambiado desde una vida anterior? ¿Para qué seguir siendo el mismo si se puede mutar, si se puede y debe evolucionar?
Este libro no está escrito para llamar la atención, pues es evidente el descrédito y la mofa que significa. Quien piense lo contrario no calibra bien las consecuencias. Sobre todo si sabe que yo no necesitaba reclamo, sino que justo en este momento de mi carrera pretendía lo contrario: comenzar a ser menos mediático por mi otra profesión.
Pero el destino reserva sorpresas y me tocó, o elegí, este papel. Con gusto lo acepto y trataré de estar a la altura compartiendo lo experimentado por si resulta útil. Esta es, sinceramente, mi única meta.
Y merece la pena más allá de todos los éxitos profesionales, económicos y personales.
Lo primero que muchos se preguntarán es qué base puedo tener yo para hablar de algo, qué títulos ostento. Son los mismos que tienes tú, que también has vivido mil vidas aunque lo rechaces, aunque no lo recuerdes. Tú que has aprendido de todas esas experiencias y, como a mí, de tan poco te sirven los títulos que hasta los has olvidado. Has heredado solamente lo esencial, e incluso a veces decidiste olvidar parte de lo aprendido, por alguna buena razón que desconozco y sobre la que más adelante reflexionaremos juntos.
Tu vida, como la vida de todos, consiste en tener conciencia de ti mismo, de tus experiencias, tus metas, tus sueños. Es lo que amas y lo que temes, es todo lo que te conforma.
Se tiene miedo a la muerte porque se teme que la conciencia, con todo su contenido, se vacíe y desaparezca como una botella de buen vino que se hace añicos en el suelo tras años de lenta maduración.
No ocurre de ese modo, nunca ha sido ni será así. Algo dentro me impele a decretarlo, algo que no sé explicar. El ser humano ha tratado de explicar su origen y su final de mil formas, anhelando calmar su pánico, su angustiada existencia. Esta es otra más de esas teorías, pero no se basa en el recuerdo o la razón de otros, ni en experiencias ajenas, sino en la mía propia, en mis conclusiones empíricas y en mi propia memoria de quien soy realmente ahora, y lo que hay en mí de otros del pasado.
Como un buen vino, estas letras reposaron en un extenso letargo durante años, empapándose de los más desconocidos sabores ocultos de mi ser interno, sin olvidar las ligeras notas que fueran retazos de quienes antaño fui. Como de una barrica de roble cuyos aromas robara el vino, este libro fue atrapando mi esencia, la que incluso yo desconocía, y fue convirtiéndose, a mi parecer, en un dulce caldo que cosechara lo vivido en esta y otras existencias.
El vino más añejo no tiene por qué ser el mejor, depende de la magia de muchos factores, pero sobre todo del amor y la entrega con que se le trabaja. Durante mucho tiempo he cultivado la vid, podándola, retirando hojas y ramas que puedan hacerle perder el real vigor que potencie la esencia. Pausadamente, estación tras estación, he rehecho estas líneas, he dado forma al resultado, a su sabor, su aroma, su textura, para que sea fácil entrar en él, para que quien lo deguste se deleite y halle belleza y profundidad, equilibrio entre la forma y la sustancia.
Ignoro si lo he logrado, solo sé que es mi mejor cosecha, y que este vino soy yo. Que sea apreciado por unos o rechazado por otros no me importa, más amor y entrega no he podido dedicarle.
Siento una profunda admiración por muchos que exponen de alguna manera algo similar a lo que yo aquí, pero algunos son complejos de entender, o se pierde uno en la poesía, en la matemática, o en un lenguaje lejano y carente de consideración con el no iniciado.
He degustado los vinos de otros. Vinos maravillosos que enamoran, otros que emborrachan, empalagosos o demasiado dulces, avinagrados en exceso o que tomaron demasiada esencia de sus toneles de madera amarga. Hay seguro un vino para cada paladar, para cada sed o necesidad.
Es probable que quien me lea dude de mi relato, que guste de lo que comparto o no lo haga, pero todo esto es lo mejor de mí; hecho con amor y paciencia y ninguna pretensión más allá de ser de utilidad a otros en su búsqueda de paz interna y serenidad profunda. Comprendo la duda de quien me lea, y me sincero ahora diciéndole, con la mano en el corazón, que no pretendo convencerle de nada y que yo mismo, a veces, sigo dudando de algo tan mágico, extraño y complicado de aceptar.
Lo importante es que incluso desde mi mente científica y testaruda, nada me ha dado más paz, y en nada he hallado más lógica y sentido acerca de la vida como en esta particular realidad de la reencarnación que expongo. Una realidad, la mía, pienso, bastante alejada del concepto que muchos tienen, como veremos más adelante.
Sería comprensible que cualquier persona inteligente y madura que leyera este libro rechazara de entrada la idea que expongo y la tildara de locura. Pero igualmente sería constructiva la actitud de abrir la mente, por si de alguna manera se expusiera algo novedoso, útil, o tan siquiera interesante de reflexionar y alimentar la vida de uno. Ya no digo que cambie esa vida, o que acepte toda mi perspectiva, pero puede que le haga contemplar una realidad carente de angustia existencial o halle un sentido en la vida con mayor lógica que otras teorías que no hayan saciado completamente su sed.
Yo he sido desde el comienzo el primer escéptico, y no solo eso, sino incluso negacionista, que no es lo mismo. Quiero ser profundamente sincero y honesto con quien me lea. No sé lo que está pasando, estoy descubriéndolo. Todo apunta a algo evidente, pero no puedo saber con esa certeza que tanto otros como yo mismo quisiéramos. Aun así, no necesito certezas, es extraño de explicar, pero tengo dentro de mí algo que no sé si puede llamarse certeza, aunque sabe igual.
Durante mucho tiempo dudé y negué, hasta que todo me condujo a aceptar la realidad tal como se me mostraba. Porque rechazarla era precisamente caer en esa absurda testarudez y negación alejada de los hechos evidentes, de la lógica más contundente.
Es justamente mi obcecada mente científica la que busca racionalidad y lógica en lo que viví y estoy viviendo. Y es ella la que me ha llevado a tener que planteármelo en serio, a hallar por lo descubierto una inmensa paz en el corazón y a no tener más remedio que compartir todo aquí, por si a alguien le reconforta el alma tanto como a mí. Entonces, sinceramente, poco tiene de importante para mí y para los demás que haya sido Antoine o no, porque quizás hasta que no deje este mundo no lo sabré, ni lo sabremos con total certeza ninguno, hasta abandonar nuestras cortezas, nuestros cuerpos físicos.
Por eso expongo aquí una síntesis quizás diferente, una nueva perspectiva que para mi mente ha sido un camino más sencillo, lógico y razonable, pero que ante todo me ha propiciado una paz indescriptible y una plena serenidad ante un mundo que antes veía injusto e incomprensible. Eso creo que es lo más importante de este libro, más allá de si me equivoco o no en quién fui o dejo de ser.
El ser humano busca un propósito a su existencia, busca un porqué está aquí que dé respuesta a la angustia de la probabilidad de que todo sea fruto del azar. Me conmueve hondamente haber entendido con mi corazón, que no solo con mi mente, que ese propósito es algo tan sencillo como conocernos. Con el hermoso añadido de que para conocernos debemos aprender que somos amor puro y que solo amando entenderemos nuestra esencia más profunda.
En lo particular, cada ser humano busca además un propósito personal, que suele estar relacionado con superarse a sí mismo poniéndose a prueba en algo que el alma sabe puede evolucionar. Lo complementa con pactos con otras almas y decide encuentros enriquecedores que condicionarán a ambos seres a unas experiencias, pero esos pactos pueden ser modificados o anulados a voluntad, nada es obligatorio y la libertad está constantemente presente.
Siempre el propósito o propósitos con los que venimos a esta vida han sido decididos por nosotros. Nadie nos impone nada y podemos cambiarlos si lo estimamos oportuno. Jamás un propósito puede ser causa de angustia, no es esa su función ni su naturaleza.
Cada uno busca y define sus propósitos, pero siempre son para bien, nuestro y de los demás. Nunca conllevan forzar a los demás a nada, ni siquiera a despertar. Como mucho compartir lo que eres o has aprendido y ser ejemplo de ello. Mi vida ha sido modelada por muchas experiencia de muchos encuentros que me han llevado a tomar muchas decisiones, para finalmente, o por ahora, escribir estos libros. Es mi propósito, y durante muchos años no ha estado claro. Incluso todo lo vivido antes, aunque no lo pareciera, me estaba llevando a cumplirlo. Eso he optado en esta vida, y planifiqué todo para ello, junto otros aprendizajes paralelos quizás igual de importantes.
Pero mi vía no es mejor ni peor que ninguna otra, sea más discreta y callada, pública o reconocida. Cada cual encierra unos aprendizajes y a ellos adecua y encauza su propio propósito en la vida.
No leas por favor este libro pensando que lo relevante es quién he sido, sino quién eres tú. Profundizando en que has sido muchos y serás otros tantos, en un hermoso camino de aprendizaje y amor.
Lo importante es la realidad de la reencarnación y la paz y lógica que engloba este concepto, el contemplar la vida actual como parte de una vida mayor. Lo importante de este libro no es la vida como Antoine, sino el conjunto de vidas. Porque no solo recuerdo haber sido él, sino otras personas para nada famosas ni con vidas interesantes de relatar. De ello sí que no albergo dudas, para mí es una certeza total el hecho de que he vivido otras vidas, de modo que me tomo la licencia honesta de usar a Antoine como altavoz en mi intento de compartir una verdad que ha inundado de paz mi ser. Todo lo que venga merece la pena con que solo resulte útil a una persona que me lea.
Recuerdo haber sido un revolucionario en Francia, traicionado y apuñalado en un puente, arrojado al Sena para morir ahogado. Haber sido encarcelado por decir lo que pensaba y hacerlo público. Haber sido guerrero que arrasara poblados buscando una paz y seguridad para los suyos que jamás hallaría.
Fui campesina, esclavo, mercader, marinero, militar y médico que salvaba vidas. He quitado otras veces la vida creyendo que la daba, incluso matando por amor. He sido monje en muchas culturas, buscando las respuestas en el silencio y la soledad de montañas y desiertos, de islas y de cuevas.
Recuerdo haber sido muchos, pero todos buscaban, todos tenían en común que solo experimentaban diferentes circunstancias que encerraban buscar quién era en realidad.
Busqué, dentro y fuera de mí, lejos y cerca. Buscaba una y otra vez, incluso olvidando lo hallado, y volvía a buscar. Busqué en los corazones de otros, de mil maestros, como otras veces las buscaba en libros, en la naturaleza o directamente de los dioses.
He sido niño muchas veces, como he sido niña, y me mataron, abusaron de mí, me maltrataron y manipularon. He sido a la vez quien mataba, abusaba, maltrataba y manipulaba, para comprender las consecuencias de mis actos y conocerme. Era la mejor manera de comprender al nivel más profundo las consecuencias de mis actos, lo que realmente estaba ocasionando al otro. Así evolucionaba, aprendía que lo que hiciera a los demás debía ser analizado bajo el sincero análisis de si era lo que a mí me gustaría que me hicieran. Y más allá, analizar si realmente tendría consecuencias positivas u otras en las que no había meditado.
De todas esas experiencias aprendí cosas como que la venganza no sirve para nada, o que el actuar de forma egoísta no es tan placentero. Aprendí que un pequeño esfuerzo por los demás tendría recompensas inimaginables, que trabajar en equipo lograba metas mayores o que el amor era el más efectivo de los caminos hacia el futuro. Después de mucho experimentar diversas formas de ser, descubrí por pura estadística que la paz que tanto anhelaba estaba detrás del amor, y que cualquier atajo no saciaba mi espíritu, sino que lo atormentaba.
Y finalmente aprendí que ese yo no era más que un buscador que aprendía de cada experiencia, que evolucionaba viviendo cosas que parecían no aportar nada pero que finalmente encerraban grandes lecciones. Aprendí que nada era ni bueno ni malo, sino que dependía de cómo se contemplara. Incluso que tenía el poder de dar la vuelta a esas cosas y, aunque pareciera imposible, sacar algo valioso de tragedias y vivencias extremas. Todo eso me enriquecía, me hacía más fuerte y más valiente. Cada experiencia era al fin y al cabo maravillosa, porque me hacía crecer. Y aún me queda mucho por aprender, mucho por experimentar.
He sido muchos, y muchas, y a través de todos ellos ahora soy yo. Y en su recuerdo, aunque opaco y poco detallado, puedo aprender, porque cada aprendizaje reposa en mi corazón como una experiencia lejana. Como cuando aprendes algo de un sueño, de algo que no has vivido pero que ya no necesitas experimentar. Porque era tan real que la vivencia ya forma parte de tu existencia como si lo hubiera sido en verdad.
Yo solo quiero compartir todo lo aprendido, todo lo vivido, porque esta perspectiva tan completa y detallada no la he contemplado desde ningún otro lado. Y expresarla no se me hace sencillo.
Yo sé poco, pero creo que he vislumbrado una verdad valiosa que enriquece al alma y da mucha paz. No sé si es cierta, pero da paz. Es mi deber compartir que, aunque no pueda tener certezas de esas con pruebas irrebatibles, todo esto da mucha paz. No sé mucho, pero estoy en ello y eso no quita que no pueda compartirlo. No puedo temer equivocarme por mi ansia de compartir, así que reconozco que estoy en el proceso de asimilar todo esto y de conocerlo en profundidad. Por ahora me quedo con la paz que otorga al corazón, y luego la mente ya lo asumirá; si es que debe ser así.
No deseo convencer a nadie, ni pretendo hacerlo. Pero es mi deber moral compartir algo tan valioso para mí. Esta es mi realidad y el hecho de que conocerla pueda cambiarle la vida a alguien depende de esa persona, más que de una lectura. Dependerá de sus propias experiencias y de las decisiones que le lleven a vivirlas, a recordar y a percatarse de su inmortalidad. Si leer estas palabras ayuda a despertar en alguien el contemplar la vida así sería maravilloso. Sobre todo si le da paz y le roba para siempre la tradicional angustia por la muerte.
Justamente lo que hizo a Sócrates y a Descartes dos de los mayores pensadores de la historia fue la simbiosis de su sabiduría y su humildad. Aceptar que no podemos saberlo todo, que podemos dudar de todo menos de nuestra propia duda, es un acto sincero que nos reconcilia con la realidad de nuestra anhelante e innegable búsqueda de respuestas y la relatividad de hallarlas definitivamente. Muchos nos justificamos para entretenernos continuamente con mil excusas, pero no nos sacian. En el fondo seguimos buscando entender quiénes somos.
No puedo saber nada con certeza absoluta, dudo de todo menos de mi búsqueda y de que soy un ser que busca entenderse, conocerse. Pues esto es lo que he hallado, paz, en un sencillo esquema que brotó de algo que quiero llamar memoria o experiencia. Si sirve, aquí se expone. A eso he venido, a servir, a ser útil.
Antoine de Saint Exupéry fue un buscador de la verdad que llegó tan lejos como su cuerpo le permitió en pos de encontrar respuestas. Sería una pena para mi corazón que alguien pensara que este libro insulta el recuerdo de un querido personaje que es reverenciado en el mundo entero, y sobre todo en su Francia natal, donde es incluso tenido por un héroe.
Todo lo contrario, pues solo deseo en este libro magnificar una luz de su ser que pocos percibieron ni comprendieron, la de Exupéry como pensador, para muchos un filósofo, pues serlo no consiste en estudiar en la universidad y tener un título, sino en estudiarse a fondo uno mismo y lo que otros han creído aprender, para compartir con los demás en un intento de ser justamente útil.