1/ Los nombres propios de personas señalados con un asterisco (*) son remitidos al apéndice biográfico, donde se ofrece una breve semblanza de sus vidas.
Eladi Romero García
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Ministerio de Educación, Cultura y Deporte
Primera edición: enero 2018
© Eladi Romero García
© de esta edición: Laertes S.L. de Ediciones, 2017
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ISBN: 978-84-16783-47-2
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El 24 de julio de 1936 salió de Barcelona un número indeterminado de hombres y mujeres (acaso unos dos mil) con la intención de conquistar Zaragoza, una ciudad de la que llegaban alarmantes noticias sobre la represión que los militares rebeldes estaban llevando a cabo contra sus camaradas de la Confederación Nacional del Trabajo (la CNT). Muchos de los integrantes en aquella legión de impulsivos libertarios también habían combatido en las calles barcelonesas durante los días 19 y 20, derrotando a los militares que asimismo se habían rebelado allí contra el gobierno del Frente Popular.
La columna que iba a penetrar por tierras aragonesas estaba dirigida por Buenaventura Durruti, el incansable luchador anarquista empeñado en llegar hasta la capital del Ebro e implantar la revolución libertaria allí por donde pasara. De ahí que a la unidad que dirigía se le conoció de inmediato con el nombre de columna Durruti. Una unidad de milicianos voluntarios que, junto con el Quinto Regimiento comunista creado por aquellas mismas fechas en Madrid, se convertiría en la agrupación de estas características más famosa de toda la guerra civil.
Sin embargo, pronto se produjo el primer aviso de que no todo iba a resultar fácil. El día 28, en los alrededores del pueblo zaragozano de Pina de Ebro una parte de la columna sufrió un ataque aéreo que produjo la desbandada. La guerra que llegaba del cielo atemorizó a numerosos milicianos, que abandonaron la columna para regresar a Barcelona. El avance hacia Zaragoza se frenó, y lo que en principio debía ser una marcha triunfal acabó convirtiéndose en un fracaso militar.
Pero la guerra continuó. Más columnas catalanas se unieron a la de Durruti para combatir en el frente aragonés, a la vez que se intentaba imponer la utopía libertaria colectivista en los pueblos ocupados. A veces, con sangre. Un programa revolucionario que llamó la atención de numerosos extranjeros, que vinieron a Aragón con la intención de contar lo que estaba sucediendo o incluso para unirse a la columna.
Este libro trata de las vicisitudes de aquellos miles de combatientes anarquistas que combatieron toda la guerra, murieron o tuvieron que exiliarse tras la derrota final. Lucharon en Aragón, en Madrid, en Cataluña... El gobierno de la república les obligó a militarizarse y convertirse en una unidad denominada 26 división del Ejército Popular, aunque parece ser que nunca se perdió el inicial espíritu libertario que les había unido. Cuando eso sucedió, allá por mayo de 1937, Durruti llevaba ya seis meses muerto. Había caído desplomado en Madrid por una bala sobre la que todavía hoy desconocemos de qué arma surgió.
Sabemos el final de esta historia: la amarga derrota de 1939 en tierras catalanas, después de una rápida retirada, casi una desbandada, por tierras aragonesas en marzo del año anterior. La mayoría de los combatientes pasaron a Francia, donde fueron tratados como individuos extremamente peligrosos y encerrados en campos de internamiento. Algunos tuvieron luego la fortuna de llegar a Hispanoamérica, aunque su mayor parte vivió la ocupación alemana e incluso la muerte en el campo de exterminio austriaco de Mauthausen-Gusen.
Los que sobrevivieron contaron muchas cosas, que sirven de base a este libro, donde por primera vez se aborda de forma completa y exhaustiva la historia de la columna Durruti y de su heredera la 26 división, de sus protagonistas y de sus vivencias. Hemos utilizado para su elaboración fuentes muy variadas como memorias, recuerdos, artículos de prensa, documentos originales obtenidos en archivos, fotografías e incluso reportajes cinematográficos. Una ardua tarea de cuyo resultado nos sentimos sencillamente satisfechos.
El protagonista de este libro no es Buenaventura Durruti Dumange, sino el conjunto de milicianos y soldados que formaron parte, durante la guerra civil, de la columna que llevó su nombre, luego transformada en la denominada 26 división del Ejército Popular de la república.
Sin embargo, no hay duda de que el alma que dirigió dicha columna, hasta su muerte el 20 de noviembre de 1936 en Madrid, fue Durruti, un hombre que hizo de sus ideales libertarios la guía que dirigió prácticamente toda su vida, hasta el extremo de convertirse en uno de los revolucionarios más afamados tanto en Europa como en Sudamérica entre 1917 y 1936. Después de su fallecimiento, su figura se convertiría además en un mito, exaltado por sus correligionarios y a la vez denostado por sus múltiples enemigos, tanto de un bando como de otro. De ahí que, antes de pasar a narrar lo acontecido en la columna que llevó su apellido, ofrezcamos algunas pinceladas de su peculiar trayectoria revolucionaria.
Durruti nació el 14 de julio de 1896 en León, segundo de los ocho hijos de Santiago Durruti y Anastasia Domínguez. Influido por un maestro de taller socialista llamado Melchor Martínez y por su propio padre, seguidor de esa misma ideología, en abril de 1913 se afilió a la Unión de Metalúrgicos del sindicato UGT (la Unión General de Trabajadores, de filiación socialista). Cabe señalar que desde tres años atrás trabajaba como aprendiz en el taller del citado Martínez.
Empleado aquel año en la compañía minera Anglo-Hispana como montador de lavaderos de carbón en Matallana de Torío, a unos 30 kilómetros al norte de León, no tardó en verse involucrado en un conflicto provocado por los mineros, que exigían la destitución de uno de los ingenieros por su actitud claramente contraria a sus intereses. Los mineros, con el apoyo de Durruti y los demás mecánicos, consiguieron que el ingeniero fuera despedido. Sin embargo, al regresar Durruti a León, se encontró con la noticia de que la Guardia Civil había empezado a interesarse por él.
En 1914, el padre de Durruti le consigue un nuevo trabajo como mecánico ajustador en la Compañía de Ferrocarriles del Norte, empresa en la que su progenitor trabajó hasta caer enfermo. En Asturias se encontraba Durruti cuando, en 1917, estalló la gran huelga revolucionaria promovida por la UGT y secundada por el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (en adelante, la CNT). Buenaventura desplegó durante la huelga una gran actividad, contribuyendo a la quema de locomotoras y al levantamiento del tendido de las vías, lo que significó su expulsión de la UGT, poco proclive a este tipo de acciones, y obviamente, el despido de la compañía. Junto con un amigo leonés llamado Antonio Rodríguez (cuyo verdadero nombre era Gregorio Martínez Gazán), apodado El Toto, se dirigió en primer lugar hacia Gijón, donde contactó con la CNT, y posteriormente huyó a Francia, ya que además de por saboteador era buscado por desertor. Había comenzado su vida como activista revolucionario perseguido por las autoridades.
El 1 de enero de 1919 Durruti cruzó clandestinamente la frontera y se dirigió de nuevo a Asturias, donde debería realizar una misión encomendada por la CNT. Una vez cumplida la misión, parece ser que estuvo en La Robla, a 25 kilómetros al norte de León, implicado en un grave conflicto laboral, dirigiéndose poco después a Valladolid, donde permaneció unos tres meses. Más tarde, y cuando se encaminaba hacia Galicia con el fin de participar en diversas acciones, fue detenido por la Guardia Civil y enviado a La Coruña. Allí le identificaron como desertor y le trasladaron a San Sebastián, siendo sometido a consejo de guerra y encarcelado. Sin embargo, permaneció muy poco tiempo en la cárcel, ya que, con la ayuda de varios compañeros, logró evadirse y huyó a Francia en julio de 1919, después de haber pasado algún tiempo escondido en los montes.
En 1920 regresó a España por San Sebastián, y se dirigió a Barcelona. Antes de emprender la marcha hacia la capital catalana, rechazó un trabajo en una fábrica de Rentería que Manuel Buenacasa Tomeo (activo dirigente cenetista aragonés) y otros compañeros le habían buscado, así como un puesto en el comité de metalúrgicos de la CNT en el País Vasco. No era hombre para cargos de dirección, quedaba claro. «En mi opinión los cargos importan poco —decía Durruti—. Lo importante para mí es la base, a fin de poder obligar a los de arriba, desde ella, a que respeten sus compromisos, impidiéndoles así, en la medida de lo posible, que se burocraticen» (cita reproducida en la biografía de Durruti de Julio Acerete, p. 36, ver bibliografía). A su paso por el País Vasco, Durruti conoció a otros anarquistas significados: Gregorio Suberviola, Marcelino del Campo (ambos abatidos por la policía en Barcelona en 1924), Cristóbal Aldabaldetrecu y Moisés Ruiz, con los que creó el grupo llamado Los Justicieros, cuyos lugares de acción eran, simultáneamente, Aragón y Guipúzcoa. El grupo decidió actuar rápidamente y con contundencia, y su primer objetivo fue Alfonso XIII, aprovechando que el monarca iba a asistir a la inauguración del casino Gran Kursaal de San Sebastián. La pretensión de los anarquistas era acabar con la vida del rey valiéndose de explosivos, pero sus intenciones se vieron frustradas ante el masivo despliegue policiaco que se llevó a cabo en el País Vasco para lograr la captura de Durruti y los suyos, que habían sido denunciados.
En febrero de 1921, Durruti se encontraba en Andalucía en cumplimiento de una nueva misión, cuyo fin era ampliar las bases del anarquismo en esta región. El 9 de marzo, en compañía de Juliana López Mainar, con la que había viajado al sur, regresó a Madrid y fue apresado por la policía. Precisamente el día anterior, tres desconocidos habían asesinado al presidente del gobierno Eduardo Dato, y la capital se encontraba tomada por las fuerzas del orden. No obstante, Durruti, haciendo uso de una falsa personalidad, logró engañar a la policía y salió libre, continuando su viaje de vuelta a Barcelona.
El grupo de Los Justicieros, que más tarde cambió su nombre por el de Crisol, siguió en su línea de utilización de la violencia como respuesta a la otra violencia desatada por la patronal. A finales de 1922 se constituía el grupo Los Solidarios, cuyo fin primordial era la lucha contra las bandas armadas subvencionadas por los empresarios. Los choques entre estos grupos llegaron a adquirir un carácter de verdadera guerra civil. Los Solidarios contaban con varios colaboradores y gente de confianza, cuya ayuda era solicitada según la naturaleza del asunto que les ocupara. Los principales componentes del grupo eran Durruti, Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Eusebio Brau (muerto por la Guardia Civil en 1923), Aurelio Fernández Sánchez, Miguel García Vivancos, Alfonso Miguel Martortell, Ricardo Sanz García* (futuro jefe, ya durante la guerra, de la 26 división), Rafael Torres Escartín, Ramona Berni Toldrà y los citados Antonio Rodríguez El Toto, Juliana López y Gregorio Suberviola.
Uno de los primeros objetivos del grupo fue el cardenal-arzobispo de Zaragoza Juan Soldevila Romero, un individuo que todos relacionaban con la patronal y sus duras medidas aplicadas en la lucha contra los anarquistas. Fue asesinado en la capital aragonesa el 4 de junio de 1923, cuando circulaba con su vehículo, por dos personas identificadas como Francisco Ascaso y Rafael Torres, que serían juzgados por el atentado.
El 1 de septiembre se llevaba a cabo una nueva y espectacular acción de Los Solidarios, en esta ocasión contra la sede del Banco de España de Gijón. Un atraco a mano armada en el que los asaltantes se llevaron un botín de unas 675.000 pesetas. La acción no resultó fácil. Durruti, después de mantener un violento tiroteo con la Guardia Civil, logró huir subiendo al tejado de una casa y abandonando la ciudad al amparo de la noche. «La banda de Durruti» comenzaba a ocupar los titulares de la prensa burguesa. Días más tarde, el mismo Durruti, ayudado por varios compañeros, conseguía liberar a Francisco Ascaso, que se encontraba en prisión por la muerte de Soldevila.
Ambos amigos, Durruti y Ascaso, deciden emprender la huida a Francia. Una vez en París, toman contacto con otros anarquistas allí establecidos, y juntos dan origen a la Editorial Anarquista Internacional. La creación de esta empresa tenía como fin propagar por todo el mundo las obras ideológicas y de lucha del movimiento libertario. En la capital francesa tuvieron conocimiento de la muerte de varios de sus compañeros como Del Campo y Suberviola.
A finales del año 1924, Durruti y Ascaso embarcaban con rumbo a Hispanoamérica. Cuba constituyó el punto inicial de su periplo por estas tierras, y allí encontraron empleo como cortadores de caña. Pronto comenzaron su labor en favor de los trabajadores de ese país, y el punto álgido de sus acciones fue la ejecución de un empresario que mantenía a sus obreros en un lastimoso estado de práctica esclavitud. La activa búsqueda de los dos anarquistas por la policía les convenció de la necesidad de abandonar la isla, dirigiéndose entonces a México. Allí se encontraron con García Vivancos y el libertario turolense Gregorio Jover, y juntos continuaron su peregrinaje por Uruguay, Chile, Perú y Argentina bajo la denominación de Los Errantes. Sus principales acciones fueron el asalto a bancos, buscando obtener fondos con los que pagar fianzas para sus compañeros detenidos en España.
Al final, Durruti, Ascaso y Jover, buscados por casi todas las policías de Hispanoamérica, decidieron regresar a Europa. Para ello embarcaron en un transatlántico que se dirigía al Reino Unido. Cuando el barco realizó una parada de emergencia en Canarias, se creyeron descubiertos y a punto de ser entregados a las autoridades españolas. Afortunadamente para ellos, no había motivo de alarma, y, unas semanas después, el navío reemprendió su marcha hacia el Reino Unido. Desde allí cruzaron el canal de la Mancha y, poco antes del primero de mayo, se encontraban en París. En esta ciudad, Durruti trabajó durante algún tiempo en el sector metalúrgico y conoció a otros anarquistas de gran prestigio como los franceses Sébastien Faure y Louis Lecoin o los exiliados rusos Voline (cuyo nombre real era Vsevolod Mijailovich Eichenbaum), Peter Andreyevich Arshinov y el famoso dirigente anarquista ucraniano Néstor Majnó.
El 14 de julio de 1924 era el día señalado para que Alfonso XIII, acompañado del dictador Primo de Rivera, llegara a París, invitado por el gobierno francés con motivo de la fiesta nacional. Enterados de la visita, Los Solidarios dedicaron mes y medio a preparar un plan destinado de nuevo a acabar con la vida del monarca español. Para ello se pertrecharon de gran cantidad de munición, tres fusiles y un automóvil. El atentado se llevaría a cabo en la estación anterior a París, donde el tren en el que viajaba la comitiva real efectuaría una breve parada. El vagón que ocupaban el rey y sus acompañantes sería ametrallado y luego huirían en el automóvil. Sin embargo, la policía francesa fue puesta en antecedentes, y el plan de los anarquistas quedó frustrado. El 25 de junio, en un modesto hotel parisiense de la calle Legendre, Durruti, Ascaso y Jover eran detenidos y posteriormente encarcelados. El 2 de julio aparecía la noticia de su detención en la prensa. Las demandas de extradición por parte de diversos gobiernos, entre ellos, el de España, no se hicieron esperar.
Faure y Lecoin promovieron una gran campaña en favor de los detenidos para que no fuesen entregados a ninguno de los gobiernos peticionarios de la extradición. Los anarquistas españoles fueron juzgados —la defensa corrió a cargo de Lecoin— y definitivamente indultados en julio de 1927. No obstante, no se les permitió la residencia en territorio francés. La misma policía francesa los introdujo clandestinamente en Bélgica. Poco después, era la policía belga quien utilizaba el mismo método con respecto a Francia. Nuevamente descubiertos en este país, Bélgica les admitió, si bien para permanecer allí tuvieron que adoptar una personalidad falsa previo acuerdo con la policía belga. Precisamente en aquel año se creaba en Valencia la Federación Anarquista Ibérica (en adelante, la FAI), una organización cuya finalidad era activar el movimiento libertario y acercar al sindicato CNT hacia el ideal puramente anarquista, en oposición al colaboracionismo y moderación que pregonaban algunos de sus miembros como Ángel Pestaña, Joan Peiró o Juan López. Una situación que posteriormente originó una división entre ambas tendencias. Para pertenecer a la FAI era condición indispensable estar afiliado a la CNT, y con su creación el anarquismo de acción iba a adquirir una nueva dimensión.
El 14 de abril de 1931 era proclamada la II República en España. El 15, Durruti regresaba al esperanzado país, después de haber pasado antes por Alemania e incluso intentado buscar infructuosamente refugio seguro en la URSS. A partir de entonces, él mismo, junto con Francisco Ascaso, Juan García Oliver, Federica Montseny, Gregorio Jover y demás partidarios del anarquismo práctico, iban a ser quienes dominarían la nueva organización de lucha ácrata.
El 1 de mayo del mismo año, la FAI lanzó su primer aviso serio a la nueva república. En el palacio de Bellas Artes de Barcelona se celebró un gran mitin, en el que se elaboró una lista de reivindicaciones obreras: disolución de la Guardia Civil, expropiación de las pertenencias de las órdenes religiosas, desaparición de los monopolios, reparto de los cotos de caza, etc. Allí, Durruti se dirigió al auditorio empleando las siguientes palabras: «Si fuéramos republicanos, afirmaríamos que el gobierno provisional se va a mostrar incapaz de asegurarnos el triunfo de aquello que el pueblo le ha proporcionado. Pero como somos auténticos trabajadores, decimos que, siguiendo por ese camino, es muy posible que el país se encuentre cualquier día de estos al borde de la guerra civil. La República apenas si nos interesa; la aceptamos como punto de partida de un proceso de democratización social...» (palabras citadas en el periódico libertario Solidaridad Obrera del 25 de mayo de 1931). Una vez finalizado el mitin, se organizó una gran manifestación a cuya cabeza marchaban los inevitables Durruti, Ascaso y Oliver. La Guardia Civil, puesta sobre aviso, hizo frente a la marcha. Como resultado del enfrentamiento hubo dos muertos y varios heridos entre los manifestantes y un muerto y quince heridos entre los agentes. La lucha concluyó cuando un destacamento de infantería al mando de un capitán del ejército se prestó a mediar entre ambos contendientes.
La intranquilidad de la clase obrera se hace palpable en todas partes. Los conflictos y las huelgas se suceden por todo el país: Sabadell, Lérida, Gijón, etc. En Madrid, Sevilla y Málaga, los conventos comienzan a arder. Mientras todo esto sucedía, Emilienne Morin, Mimí, la mujer que el dirigente libertario había conocido en París en 1927, daba a luz a Colette, la hija de ambos. Casi al mismo tiempo, moría en León el padre de Durruti. Por tal motivo, este se dirigió a su ciudad natal para asistir al entierro, que fue, a la vez que el adiós definitivo a su progenitor, un gran homenaje a la presencia allí del destacado revolucionario. Durruti fue invitado por los sindicatos de la CNT leonesa a un mitin que se celebraría unos días después. Aceptó la propuesta y, como consecuencia, las autoridades intentaron detenerle argumentando su participación en el atraco al Banco de España de Gijón. Según cuenta Abel Paz (ver bibliografía, p. 311), Durruti se encaró con un comandante de la Guardia Civil, amenazando con organizar «una buena asonada en León» si se le impedía participar en el mitin.
El día señalado para la celebración del acto, la plaza de toros se encontraba repleta de trabajadores. La reunión estaba presidida por Laurentino Tejerina, secretario local de la CNT. Allí, Durruti se dirigió a sus paisanos y les habló durante largo tiempo sobre el momento prerrevolucionario que se estaba viviendo en España. Efectivamente, Durruti no se equivocaba. El 18 de enero de 1932 se iba a producir un gran acontecimiento en la historia del movimiento libertario. El escenario fue la cuenca minera del Alto Llobregat. Ese día se proclamaba allí el comunismo libertario. Fígols fue el primer pueblo en lanzarse a la aventura revolucionaria. Tras este siguieron Manresa, Berga y varias localidades más. Inmediatamente, el gobierno hizo uso de la ley de Defensa de la República. La rápida intervención del ejército y la posterior represión constituyeron las medidas adoptadas. Los responsables serían detenidos, pero la represión no solo se localizó en esta comarca, sino que se extendió por toda España. Y Durruti fue considerado uno de los instigadores más activos de estos sucesos.
Como consecuencia de dicha apreciación, en la mañana del día 21 Durruti y los hermanos Francisco y Domingo Ascaso eran detenidos y condenados al confinamiento lejos de la península. Al amanecer del 10 de febrero, un destartalado y viejo trasatlántico salía del puerto de Barcelona llevando a bordo a 125 detenidos como consecuencia de los sucesos del Alto Llobregat. Su destino era Guinea. Sin embargo, el gobernador de Villa-Cisneros se negó a admitir en su jurisdicción a Buenaventura Durruti, al que consideraba el asesino de su padre, Fernando González Regueral, teniente coronel y ex-gobernador civil de Vizcaya y Navarra, cuya muerte había tenido lugar el 17 de mayo de 1923 en León. Durruti no había tenido nada que ver en la ejecución material del acto, ya que los autores de este atentado, según sospechó la policía en su momento, fueron Suberviola y El Toto, aunque no llegaron a ser encausados por el crimen. El hecho, en definitiva, fue que Durruti y algunos compañeros detenidos fueron trasladados a Fuerteventura, donde arribaron el 13 de abril de 1932.
Una vez que Ascaso y Durruti recobraron la libertad —fueron los últimos en abandonar el destierro junto con el murciano Tomás Cano Ruiz—, tras pasar cerca de cuatro meses y medio en la isla, sus esfuerzos se encaminaron hacia la preparación de la sublevación que tendría lugar en enero de 1933. Durruti, Ascaso y García Oliver eran los encargados de coordinar el alzamiento en Barcelona. El fracaso de esta sublevación es sobradamente conocido; sin embargo, los anarquistas lucharon a fondo en diversos puntos del país. En Andalucía, la represión llevada a cabo adquirió dimensiones trágicas, especialmente en el pueblo gaditano de Casas Viejas.
En abril, Durruti y Francisco Ascaso eran detenidos, después de haber asistido a una reunión, cuando se dirigían a sus hogares. Los dos amigos estuvieron en la cárcel de Barcelona hasta julio, en que fueron trasladados al penal de Santa María (Cádiz). Ascaso permaneció allí hasta octubre, y Durruti fue liberado unos días antes, después de haber sido juzgado como «vagabundo», en aplicación de la recién aprobada ley de Vagos y Maleantes.
En noviembre, los partidos de derechas ganan las elecciones, pasando a gobernar Alejandro Lerroux y sus radicales, que serían posteriormente apoyados por el reaccionario católico José María Gil-Robles y su Confederación Española de Derechas Autónomas (la CEDA). Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue declarar el estado de emergencia, por temor a que los trabajadores se levantaran contra las nuevas directrices políticas. En efecto, el 8 de diciembre, varios puntos de la península se encontraban en huelga general: Barcelona, Valencia, Granada, Córdoba, Badajoz, Huesca... En las demás capitales reinaba una gran confusión. Aragón constituía el principal centro de la insurrección. En Barbastro, Calanda, Alcampell, Valderrobles, Alcorisa y otros pueblos hubo numerosos enfrentamientos con las fuerzas gubernamentales. En casi todos ellos se llegó a proclamar el comunismo libertario. Como consecuencia de la represión llevada a cabo, hubo más de ochenta muertos, y las cárceles se vieron de nuevo repletas. Allí fueron a parar Durruti, Cipriano Mera e Isaac Puente, componentes del comité nacional revolucionario, cuya misión había sido la de coordinar el alzamiento.
La mayoría de los detenidos fueron, sin embargo, liberados muy pronto merced a la imaginación de Durruti, que ideó un plan que sus compañeros en libertad se encargaron de llevar a la práctica. La Voz de Aragón, en su edición de 25 de enero de 1934, daba así la noticia: «Ayer tuvo lugar un suceso de una audacia increíble. Un grupo de siete individuos, armados con pistolas, penetraron en las dependencias del Tribunal de Urgencia de Zaragoza, donde se instruye la causa por los recientes acontecimientos revolucionarios: los asaltantes sorprendieron a los jueces y sus secretarios cuando se encontraban más atareados, obligándoles a permanecer inmóviles, tras lo cual se apoderaron de la totalidad del sumario concerniente al movimiento de diciembre último. Después de esto, los siete hombres desaparecieron a toda prisa».
Los nuevos interrogatorios solo pudieron probar la supuesta culpabilidad de los responsables más significados, entre ellos los tres componentes del comité revolucionario. Durruti, Mera y Puente fueron conducidos al penal de Burgos, donde permanecieron hasta recobrar la libertad en el mes de mayo.
Mientras, en Barcelona se producía una huelga de tranvías. En Madrid, el ramo de la construcción acuerda el paro. En Tarragona, Valls, Manresa, etc., las huelgas se intensifican. En Zaragoza, abril comienza con el preludio de una gran huelga general que habría de durar treinta y seis días. Hubo despidos y detenciones, que no desanimaron a los trabajadores. Fue también en Zaragoza donde se iba a manifestar de un modo claro la solidaridad que los militantes libertarios pregonaban. Una gran caravana de camiones fue organizada para recoger a los hijos de los huelguistas y llevarlos a las casas de las familias obreras que, por toda España —principalmente Cataluña—, se habían ofrecido para acoger a los niños zaragozanos mientras durase la huelga. Allí, en el centro vital de la operación, se encontraba una vez más Buenaventura Durruti.
El bienio de gobierno derechista (1934-1936) siguió transcurriendo entre huelgas, detenciones arbitrarias, tiroteos, asesinatos de obreros... La revolución asturiana de octubre de 1934 y su posterior represión es un ejemplo fiel, a la vez que estremecedor, de la represión aplicada por aquel gobierno. Por estas fechas, el 5 de octubre, Durruti es encarcelado de nuevo. Mientras, el proceso de desintegración del régimen del llamado «bienio negro» se acelera hasta alcanzar su punto culminante en septiembre de 1935, momento en que el gobierno de Lerroux se ve obligado a abandonar debido a diversos escándalos, siendo sustituido por dos gobiernos transitorios (el de Joaquín Chapaprieta y el de Manuel Portela Valladares), hasta las nuevas elecciones del 16 de febrero de 1936. Durante los dos primeros meses de ese año, se suceden los mítines organizados por la CNT y la FAI en contra del fascismo cada vez más asentado en España, abogando por la unidad revolucionaria. Ante la proximidad de los comicios, los libertarios más prestigiosos decidieron apoyar la participación electoral a favor de la coalición izquierdista Frente Popular.
Triunfante en las elecciones el Frente Popular, las reformas se hacen cada vez más necesarias ante las exigencias populares. Así lo hace ver Durruti el 4 de marzo, en el transcurso de un mitin celebrado en la sala Price de Barcelona. Aludiendo al levantamiento de la suspensión del estatuto autonómico de Cataluña y al retorno de Lluís Companys como presidente de la Generalitat (había sido encarcelado a raíz de los sucesos de octubre de 1934), Durruti decía: «No venimos aquí a celebrar festejos por la llegada de unos señores. Venimos a decir a los hombres de izquierda que fuimos nosotros los que determinarnos su triunfo, y que somos nosotros los que mantenemos los conflictos que deben ser solucionados inmediatamente. Nuestra generosidad determinará la reconquista del 14 de abril» (palabras citadas en Solidaridad Obrera del 6 de marzo de 1936).
Del 1 al 10 de mayo de 1936 se celebró en Zaragoza el IV congreso de la CNT, que se auguraba como de gran importancia. El primer hecho que sorprendió a la opinión fue el elevado número de asistentes: 649 delegados en representación de 988 sindicatos y 559.294 afiliados. Por aquellas fechas, el contingente de trabajadores encuadrados en la CNT se aproximaba al millón y medio. En este congreso se convocó a los sindicalistas disidentes —los llamados Treintistas, grupo anarcosindicalista surgido en 1931, contrario al radicalismo faísta—, que se mostraron dispuestos a su reintegración en el seno de la confederación. El triunfo de la FAI parecía inapelable. Entre los temas tratados durante el congreso destacamos la alianza revolucionaria (los asistentes autorizaron iniciar conversaciones con la UGT), el análisis de la situación política y social, el paro forzoso (en parte provocado por el cierre patronal), el problema agrario y el concepto de comunismo libertario, la necesidad de llevar hasta sus máximas consecuencias la reforma agraria. En relación con los temas laborales, el congreso aprobó defender la jornada semanal de 36 horas sin disminución de salario, el aumento de los puestos de trabajo gracias a esa disminución de la jornada, la abolición de la duplicidad de empleos y profesiones fijas y eventuales, la abolición del trabajo a destajo, el pago de primas y horas extraordinarias, la constitución de bolsas de trabajo dentro de los sindicatos, la jubilación a los 70 y 40 años para hombres y mujeres respectivamente y la reclamación a las administraciones para que estas llevaran a cabo obras públicas y sociales destinadas a terminar con el paro.
El día de la clausura se celebró en la plaza de toros de Zaragoza un espectacular mitin, al que acudieron varios miles de trabajadores procedentes de toda España. La ciudad estaba prácticamente tomada por los anarcosindicalistas. El éxito del congreso —al que Durruti asistió como representante del Sindicato Único Fabril y Textil de Barcelona— quizá fuera una de las causas primordiales que aceleró, si no contribuyó de manera decisiva, los sucesos venideros. El 17 de julio de 1936 se iniciaba la sublevación militar. Muchos de los más prestigiosos hombres de izquierdas parecieron mostrarse sorprendidos por este hecho. Las dudas y la falta de decisión de las primeras horas constituyeron algunas de las razones fundamentales de la derrota republicana. No fue en cambio este el caso de la CNT-FAI, acostumbrada a mantenerse siempre alerta. Los militantes barceloneses ya trataban, días antes, de conseguir armas con el fin de impedir que los militares de Barcelona se alzaran. La negativa del presidente Companys a armar al pueblo exasperó los ánimos de los anarquistas. Ellos fueron los primeros en lanzarse a la calle con el propósito de frenar la intentona militar. A las pocas horas de producirse la sublevación militar, se luchaba tenazmente en los centros neurálgicos de la ciudad. Al frente de las fuerzas populares estaban Durruti, Ascaso, Jover, García Oliver, Aurelio Fernández y otros significados anarcosindicalistas que se encontraban entonces en Cataluña. Muchos de los libertarios que combatieron a su lado constituirían el germen de las columnas que días más tarde marcharían al frente a luchar ahora en Aragón.
La historia de la columna Durruti comenzó, pues, en Barcelona, justo en el inicio del golpe militar contra la república.
Dicha ciudad, con casi 1.200.000 habitantes en 1936, era la capital de la 4.ª división orgánica, dirigida por el general Francisco Llano de la Encomienda, un hombre contrario a cualquier rebelión contra la legalidad vigente. La conspiración antirrepublicana fue básicamente orquestada por militares de su guarnición, en conexión con otros oficiales destinados en las demás ciudades catalanas. La colaboración civil resultó muy reducida, aunque los contactos mantenidos por los militares rebeldes con tradicionalistas y falangistas hacían presumir una participación más amplia.
Existía entre las gentes de derechas de Cataluña una fuerte tendencia hacia el tradicionalismo carlista, que más tarde se manifestaría en la creación del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, una de las unidades requetés que, al participar en las batallas de Belchite y del Ebro, sufrió gran cantidad de bajas. Los falangistas, en cambio, eran escasos en Cataluña, y además no estaban excesivamente organizados (sus jefes locales eran Roberto Bassas Figa y José María Poblador Álvarez). Otros civiles implicados pertenecían a los antiguos somatenes y sindicatos libres, al España Club (una asociación ultraderechista y utraespañolista creada en Barcelona en febrero de 1935 por disidentes del Partido Nacionalista Español, policías y militares retirados, con sede en la calle Ripoll n.º 25) y al mencionado Partido Nacionalista Español, así como a las Juventudes de Acción Popular (rama juvenil de la CEDA), a Renovación Española y a la Agrupación de Juventudes Antimarxistas.
Poco antes de la rebelión, los requetés catalanes, dirigidos por un propietario, abogado y periodista de Valls llamado Tomás Caylá Grau y por José María Cunill Postius, estaban en contacto con los militares de la clandestina y reaccionaria Unión Militar Española (o UME, fundada en Madrid en 1933) a través del capitán de artillería Luis López Varela, adscrito al regimiento de artillería de montaña n.º 1. En general, se trataba de pequeños y medianos propietarios agrícolas, que se sumaron a la rebelión en un número que rondaba los 800 en toda Cataluña. La noche del 18 al 19 de julio, unos pocos centenares, muchos procedentes de Tarrasa y Sabadell, se presentaron en los cuarteles de caballería de la calle Tarragona (150) y en la maestranza de Artillería de San Andrés (200), participando en una lucha donde fueron numerosos los que murieron o acabaron detenidos. También los hubo que lograron escapar a la zona facciosa. Caylá, a quien sus subordinados habían aconsejado que no participara en los enfrentamientos, sería fusilado el 14 de agosto en la plaza de la República de Valls (Tarragona), su localidad natal.
El proyecto de los rebeldes consistía en sacar a la tropa de los cuarteles con la excusa de garantizar el orden ante una pretendida revuelta antirrepublicana, tomar los puntos clave de la ciudad y poner provisionalmente su guarnición al mando del general de brigada rebelde Álvaro Fernández Burriel, jefe de la 2.ª brigada de caballería, en espera de la llegada desde Mallorca del general de división Manuel Goded (quien, junto con Emilio Mola, era uno de los artífices de la conspiración).
Fue la fidelidad de las fuerzas de orden público la que salvó a la república en Barcelona. Desde abril de 1936, los oficiales de la Guardia de Asalto sospechosos habían sido retirados del mando (su jefe, el comandante Manuel Marzo Pellicer, fue trasladado a Zaragoza), mientras que el capitán Federico Escofet, comisario de Orden Público de la Generalitat, junto a su segundo el comandante Vicente Guarner Vivancos, tenían previsto ya un plan de actuación ante una posible rebelión militar. El espionaje ejercido por ambos personajes sobre los miembros de la UME les permitió conocer casi al detalle los preparativos de la conspiración, facilitándoles la planificación de una defensa eficaz.
Por otro lado, la Guardia Civil constituía un verdadero enigma. Dirigida en Cataluña por el general José Aranguren, hombre de posturas poco claras, dependía no obstante del consejero de Gobernación de la Generalitat Josep Maria Espanya, quien buscó en todo momento mantener la fidelidad del cuerpo.
Los conspiradores tampoco contaban con el apoyo de la aeronáutica militar, la cual tenía desplegada en Barcelona a la 3.ª escuadra, con base en el aeródromo del Prat de Llobregat y bajo el mando del teniente coronel Felipe Díaz Sandino y de su fiel colaborador el capitán Servando Meana Miranda. Tenía bajo su mando una escuadrilla de Nieuport-Delage NiD 52 y una patrulla de Breguet XIX. No era el caso de la aeronáutica naval, que sí se mostraba partidaria de los sublevados. Integraban sus efectivos un par de Macchi M.18, un Dornier Wal y un Vickers Vildebeest.
La nutrida representación sindical de la ciudad, esencialmente anarquista, también se encontraba en situación de tensa espera (llegó incluso a instalar guardias ante los cuarteles), y aunque no dispusiera de armas suficientes (la Generalitat se negó en un principio a entregárselas), acudiría de inmediato cuando las sirenas de las fábricas anunciaron la salida de los soldados de sus cuarteles. Sus líderes más representativos (los ya conocidos Buenaventura Durruti, Juan García Oliver, los hermanos Francisco y Domingo Ascaso, Gregorio Jover y Ricardo Sanz) llevaban organizando en Barcelona el reparto de armas, algunas obtenidas asaltando buques de línea regular como el Uruguay o el Marqués de Comillas.
Paralelamente, había sido convocada en Barcelona una Olimpiada Popular, réplica a la olimpiada oficial que debía celebrarse en Berlín, la entonces capital del nazismo. Muchos exiliados políticos de la Europa central y oriental, refugiados en París durante el verano de 1936, se trasladaron a la ciudad condal a mediados de julio, con objeto de participar en estos juegos populares. No obstante, y a causa de la rebelión militar, la olimpiada tuvo que ser suspendida, aunque muchos de los extranjeros que debían concurrir en ella acabaron por enrolarse en las milicias populares.
El día 18, conocida la rebelión del ejército en Marruecos, se caracterizó por los preparativos desarrollados en ambos bandos. En Barcelona, todos los cuarteles, excepto intendencia (al mando del comandante Antonio Sanz Neira) y aviación (al mando del teniente coronel Felipe Díaz Sandino), estaban dispuestos a sacar a sus hombres a la calle. Los planes de Escofet y Guarner consistían en utilizar los guardias de asalto (unos 2.000 en Barcelona), los 200 mossos d’esquadra (la policía autonómica al mando del teniente coronel Félix Gavarri i Hortet) y los 1.000 agentes de policía para procurar, en los diversos puntos prefijados, frenar el avance de los rebeldes. La Guardia Civil y los carabineros todavía no mostraban una postura clara, aunque al final se pusieron del lado de la república. De hecho, la noche del 18 el general Aranguren convocó a los coroneles Antonio Escobar y José Brotons en el cuartel de la Guardia Civil de la calle Ausiàs March manifestando que, ante la inminente sublevación militar, era preciso mantener la fidelidad al gobierno. El presidente de la Generalitat Lluís Companys y el general Aranguren, a petición del consejero Josep Maria Espanya, se refugiaron posteriormente en la consejería de Gobernación de Via Laietana.
Todo comenzó en la madrugada del 19 y culminó en una verdadera batalla por calles y plazas. Los soldados del cuartel de Pedralbes, mandados por el comandante rebelde José López-Amor y el capitán Enrique López Belda, llegaron hasta las plazas de Universitat y de Catalunya (donde comenzó el tiroteo) y a la sede de la división orgánica (en el paseo Colón). Apoyados por derechistas vestidos de militares tomaron incluso varios prisioneros, entre los que se encontraba el dirigente del Partido Sindicalista Ángel Pestaña. Los edificios de la Telefónica, el casino militar y el hotel Colón, sitos en la plaza de Catalunya, se convirtieron entonces en fortalezas de los rebeldes.
Los soldados de caballería del cuartel de Travessera, junto a varios paisanos, llegaron al Cinc D’Oros (confluencia entre Diagonal y Passeig de Gràcia, llamada así por los cinco faroles que la iluminaban), donde se enfrentaron a los guardias de asalto. El regimiento de caballería Montesa de la calle Tarragona, donde se encontraba el general Fernández Burriel, pudo llegar a la plaza Espanya y pronto se enfrentó a sus opositores. Unos 50 artilleros del cuartel de San Andrés que viajaban en camiones fueron exterminados por guardias y paisanos en la confluencia entre Balmes y Diagonal. En la avenida de Icària, los artilleros de montaña del cuartel de los Docks (donde a su vez se encontraba López Varela), que debían ocupar el palacio de la Generalitat, fueron frenados por las barricadas obreras y perdieron sus piezas artilleras. Algo parecido sucedió en el Paralelo, donde los anarquistas habían levantado parapetos en la brecha de Sant Pau. Los soldados del cuartel de la Ciudadela asimismo avanzaron hacia el centro, pero las divisiones internas les impidieron actuar con eficacia y por la tarde caerían en manos de los civiles. Hacia las ocho de la tarde, los carabineros del cuartel de Sant Pau optaron por unirse a la lucha junto a los civiles.
La Guardia Civil dirigida por Aranguren y el coronel Escobar, al final decantada por la república, logró dominar al primer foco rebelde de la plaza de Catalunya hacia media tarde, liberando además a los presos de la plaza Universitat. Mientras, en la sede divisionaria, el general Llano de la Encomienda intentaba frenar la rebelión, sin que sus órdenes fueran escuchadas. Desplazado allí el general Fernández Burriel, ordenó de inmediato su detención. Luego, entre las 12 y las 13 horas del mismo día 19, llegaría en hidroavión desde Mallorca el general Goded, quien asimismo se instaló en dicha sede. Otros aviones, ahora republicanos, partieron de la base del Prat de Llobregat y sobrevolaron los cuarteles para intimidar a los rebeldes.
Los anarquistas, bajo el mando de Durruti, los hermanos Ascaso y los sargentos de artillería Valeriano Gordo y José Manzana Vivó* (dos militares que acabarían en las columnas anarquistas de Aragón, Manzana en la de Durruti y Gordo en la de Antonio Ortiz), asediaron los cuarteles de la maestranza de San Andrés y de Atarazanas (un viejo cuartel de artillería donde se encontraba también la plana mayor de la división y diversas dependencias militares) gracias a las armas obtenidas en los enfrentamientos anteriores. Uno de sus grupos ocuparía asimismo el cuartel de Pedralbes, mientras otro asaltaba la cárcel Modelo y liberaba a sus presos.
Poco a poco, todos los núcleos de resistencia fueron derrotados, algunos de forma dramática, como el del convento de los carmelitas. En este punto, situado en la esquina de Diagonal con la calle Roger de Llúria, se refugiaron tropas del regimiento de caballería Santiago dirigidas por el coronel Francisco Lacasa Burgos, rendidas la mañana del día 20 a la Guardia Civil que las asediaba. La población civil allí congregada culpó a los frailes de apoyarles, y en el momento de la entrega de armas hubo una matanza de prisioneros (incluido el propio Lacasa), a pesar de los intentos del coronel Escobar por evitarla. Luego, el ya general Escobar se rendiría a los franquistas al final de la guerra en Ciudad Real, siendo fusilado en Montjuïc en 1940 y viendo así castigada su fidelidad a la república.
El general Goded, desde la sede divisionaria, telefoneó hacia las 4 de la tarde al general Aranguren, instándolo a que se rindiera. La situación llegó a adquirir visos cómicos, pues Aranguren, a su vez, amenazó con cañonear el edificio de los rebeldes si no se rendían en media hora. Al cumplirse el plazo, comenzó el asalto y el bombardeo contra la sede de Goded, que se encontraba totalmente aislada. A pesar de cierta bandera blanca aparecida en el edificio, los rebeldes continuaron disparando con sus ametralladoras, y al tomarse el edificio hacia las 5, Goded estuvo a punto de ser linchado por el pueblo. El general pudo ser trasladado no obstante al palacio de la Generalitat, donde a instancias del presidente Companys declaró por radio a sus subordinados que les daba libertad para deponer las armas. Al finalizar el día, los cuarteles de San Andrés fueron también ocupados.
El día 20, solo quedaban en rebeldía los soldados del convento de los carmelitas (cuya resolución ya hemos visto) y los del cuartel de Atarazanas, bombardeado por los aviones del Prat de Llobregat. Francisco Ascaso, uno de los sitiadores, murió de un disparo en la frente. Los enfurecidos anarquistas atacaron entonces, con Durruti al frente, y ocuparon el cuartel, dando lugar a la consiguiente matanza.
En total hubo unos 450 muertos y miles de heridos, en su mayoría cenetistas, aunque lo más destacado fue la desaparición del poder militar en Barcelona, y con ello, en toda Cataluña. En ese momento, el proletariado en armas, de signo mayoritariamente libertario, se autoasignó la victoria y el derecho a iniciar su propia revolución. Solo en el cuartel de San Andrés, principal arsenal de Barcelona y sede del 7.° regimiento ligero de artillería, abandonado por sus ocupantes la noche del 19 al 20 de julio, los anarquistas que se hicieron con el control del lugar habían obtenido entre 30.000 y 50.000 fusiles. No todos acabarían en el frente, más bien al contrario, ya que buen número de ellos fueron destinados a armar a los libertarios dedicados a controlar las calles de Barcelona.