Publicado por:
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© 2017, Beca Aberdeen
© 2017, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor
Joan Adell i Lavé
Coordinación
Abel Carretero Ernesto
Portada
Daniela Alcalá
Maquetación
María Alejandra Domínguez
Revisión
Jesús Espínola
Primera edición: diciembre de 2017
ISBN: 978-84-17142-64-3
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
Quisiera dar las gracias a mi madre por iniciarme en el amor a la lectura y por mostrarse fascinada con mis primeros intentos de escritura. Gracias a mi padre por haberme contagiado su pasión por la ciencia ficción y por haberme leído enciclopedias como si fuera un juego.
Gracias a Charlotte, por cuestionarme el argumento hasta que me puse seria con su desarrollo. Gracias a la escritora Haimi Snown por ayudarme a pulir esta historia con su sabiduría y por guiarme siempre hacia el camino correcto y a Julia Ortega por su espléndida corrección.
Gracias a Tania por ser la primera en hablar de mis personajes como si existieran. Gracias a Alberto por soportar mis inseguridades y animarme incondicionalmente. Gracias a Irene por proporcionarme inspiración con nuestras largas conversaciones.
Y en especial, gracias a mis lectoras y lectores de Wattpad, cuyas palabras han sido el aliento que me hizo continuar cuando me flaqueaban las fuerzas. Sin ellos, nada de esto hubiera ocurrido.
A mi hermana,
para que nunca se conforme
con vivir una sola vida.
«Cuando infeliz, postrado por el hombre y la suerte,
en mi triste destierro lloro a solas,
y agito al sordo cielo mi grito vano y fuerte,
y, volviendo a mirarme, mi destino maldigo».
William Shakespeare
A millones de kilómetros de la Tierra, rodeada de brillantes cuerpos celestes, se encontraba la estación espacial de Noé. Un lugar construido para albergar vida de la misma forma que en el planeta Tierra.
Ash miró la formidable construcción a través del grueso cristal de su nave espacial. Los arcos blancos del casco exterior no le permitían ver nada más.
—¿Nerviosa? —le preguntó su hermana mientras esperaban la autorización para entrar en Noé.
—No sabría decirte —contestó Ash, tamborileando en los mandos de la nave rítmicamente. Kara depositó su mirada sobre sus pálidas manos y sonrió.
Ash se detuvo al instante.
—No te entiendo. Has pilotado esta nave desde Pentace hasta aquí. ¿Y te asusta conocer a un grupo de muchachos? No le asustaba, le aterraba. Conducir esa nave era fácil. Había aprendido a navegar con catorce años. Pero Ash no tenía ni idea de cómo iba a hacer para enfrentarse a lo que la esperaba en la academia de Noé. Había crecido en Pentace: una base espacial militar en la que solo había soldados y políticos. Por esa razón no había niños ni adolescentes aparte de ella y su hermana, que habían ido a vivir allí con sus padres cuando Ash solo tenía un año. Ahora que había cumplido los dieciséis, la mandaban a Noé, a una academia de portentos informáticos para que aprendiera a relacionarse con gente de su edad.
Era un poco tarde para eso, pensó sintiendo cómo los nervios le recorrían el cuerpo con un punzante cosquilleo.
Durante las últimas dos semanas antes de ir a Noé, se había dedicado a ver películas de institutos y adolescentes para poder documentarse y tener una pista de cómo iba a ser la experiencia. Pero estas no habían hecho más que empeorar sus miedos. Al parecer, la gente de su edad era cruel y elitista. Y allí estaba ella, una friki informática, sin belleza exterior y con conocimientos nulos de cómo comportarse en sociedad. Se la iban a comer con patatas.
Su nave estaba atracada en uno de los puertos de la aduana de Noé, donde todas las que llegaban del exterior eran examinadas.
Dos oficiales entraron en la nave para revisarla y Kara les informó de sus nombres completos para que pudieran comprobar sus identidades.
Tras la inspección, Ash puso la nave en marcha y los oficiales abrieron las compuertas que daban acceso al casco exterior de Noé. La imagen que recibieron a través de la enorme pantalla las dejó mudas de asombro.
Noé era una gigantesca plataforma espacial. Tan grande que solo alcanzaban a ver una pequeña parte de esta. Era totalmente blanca con forma rectangular en la base, pero por arriba una cúpula gigantesca desprendía una luz brillantísima, muy similar a la del mismo sol. Era una auténtica ciudad en el espacio.
—No puedo creer que hayamos esperado tanto tiempo para ver esto —dijo Kara, extasiada.
Su hermana era diez años mayor que ella y había vivido su infancia en la Tierra, por lo que había visto muchas cosas. Pero Ash se había criado en Pentace y no tenía recuerdos de la Tierra. Pentace, con sus luces de recreación solar tan ridículas, y su sobriedad militar era todo lo que conocía.
Las puertas del casco se abrieron, y lo primero que se veía al entrar era un pasillo ancho que hacía las veces de pista de aterrizaje, cuyos lados se utilizaban de aparcamiento, donde había varias mininaves atracadas.
La nave de Ash, una interespacial, era el doble de grande que las demás, lo que atrajo muchas miradas curiosas. Todos allí sabían que ese tipo de nave pertenecía al Gobierno y que estaba diseñada para recorrer largas distancias.
A Ash no le gustaba nada ser el centro de atención. Sabía que aquel viaje no era una buena idea. Acababa de llegar a Noé y ya estaba sintiéndose como un mono de feria.
Continuaron su avance hacia el otro extremo de la galería. La estación estaba llena de gente. A ambos lados de la pista se extendía un raudal de expositores con comida y todo tipo de cosas necesarias para viajar. Cuando estos terminaban, había una especie de cápsula acoplada a la pared de la galería con dos filas de asientos. Letras luminosas se desprendían en el aire delante de esta con el nombre de los destinos. Una voz femenina y suave anunciaba la salida de la siguiente cápsula en tres minutos.
—Antes de coger el áncora necesito ir al servicio —anunció Kara, mirando a su alrededor.
Ash asintió, distraída con la excitación que recorría su cuerpo. Observaba su entorno con un hambre de novedades que acababa de despertarse en su interior.
Vio a un niño de tres años a unos dos metros de ella. Era el primer niño aparte de su propia imagen en el espejo que había visto jamás. Veinticinco años era la edad mínima que se le requería a un soldado destinado en Pentace. El niño le devolvió la mirada y comenzó a sonreír. Ash no pudo evitar corresponderle el gesto, y el padre que lo acompañaba pareció divertido con el flechazo de su hijo.
—Ahí está. ¡Ash!
Escuchó los gritos de Kara a su espalda. Cuando dio la vuelta se encontró a su hermana sujeta por el brazo de dos agentes de la ley.
—¿Qué ocurre?
—Esta persona no tiene identificación —explicó uno de los agentes sin soltarle el brazo a Kara—. Es ilegal no estar identificado.
—Solo es un problema informático con mi perfil de Facebook, ya te lo he dicho —le espetó, irritada—. Mi hermana... ¿Sabes quién es mi hermana?
—No, joven —contestó el agente.
Parecía contenerse para no poner los ojos en blanco, como si Kara le hubiera repetido aquella frase demasiadas veces.
—No sé quién es tu hermana porque no puedo acceder a su perfil. Ese es exactamente el problema.
—Lo siento, agente —intervino Ash al entender el problema—. Nuestro Facebook no está activado porque pertenecemos a la Liga anti-Facebook. Estos son nuestros números de identificación.
Ash intentó no sucumbir ante las miradas que estaba recibiendo. La de los agentes era de incredulidad y sospecha; y la de Kara, asesina.
La agente comprobó en su microordenador los datos de ambas chicas. Miró a su compañero y asintió, un tanto confusa.
—¿Es cierto? —preguntó el hombre, sorprendido.
—Es lo que dice aquí —aseguró su compañera, girando el aparato para que leyera la imagen holográfica.
El agente clavó sus ojos en Kara.
—¿Perteneces a la Liga anti-Facebook y ni siquiera lo sabes? —le preguntó con sospecha.
—Es que soy muy radical en estos temas y me enfado mucho cuando me piden mi Facebook —improvisó Kara, un tanto sonrojada.
Ash rogó en silencio porque eso fuera suficiente para convencer al hombre. Su compañera le susurró discretamente al oído y eso la puso nerviosa.
—¿Adónde os dirigís?
—A la academia de informáticos de Noé. Mi hermana va a estudiar allí este año. Yo solo voy a acompañarla porque es menor de edad, y regreso mañana a Pentace.
—De acuerdo, podéis seguir con vuestro viaje —concedió el hombre al fin.
Al parecer su compañera había intercedido por ellas. Quedaba claro quién era el poli bueno y quién el poli malo.
Dieron la vuelta y comenzaron a alejarse, un tanto tensas, pero la voz de la mujer las detuvo en seco.
—Un momento —pidió.
«¿Y ahora qué?».
—Aquí dice que no estás esterilizada —comentó la mujer, mirando a Kara—. No puedes entrar en Noé si eres fértil.
—Mire otra vez —le espetó Kara, comenzando a crisparse de nuevo—. Tengo un permiso especial.
—Ningún permiso, por muy corto que sea, permite la entrada en esta ciudad sin estar esterilizada. Una noche es más que suficiente para quedar embarazada.
Kara se cruzó de brazos y la miró con arrogancia.
—No si eres lesbiana —se limitó a decir, con satisfacción, provocando que los agentes intercambiaran una mirada.
La mujer continuó leyendo la información sobre Kara y se encontró con el permiso especial que tanto le había costado conseguir. Tuvo que demostrar su homosexualidad para que, finalmente, se lo otorgaran.
Al fin, los guardias las dejaron en paz y avanzaron hacia la cápsula sorteando gente a su paso.
—Podías haberme avisado de que ibas a inscribirme en el programa de la liga —le reprochó Kara—. ¿Sabes el mal rato que pasé cuando la policía me pidió que me identificara y no pude acceder a mi Facebook?
—Lo siento. No pensé en esa posibilidad —se disculpó—. Y no te dije lo que planeaba hacer porque creí que te negarías a estar incomunicada.
—Por supuesto que iba a negarme. Devuélveme mi Facebook ahora mismo.
Ash apretó los labios.
—Me temo que tendrás que esperar hasta mañana por la mañana, cuando salgas de la academia.
Su hermana puso una expresión de horror que decidió ignorar.
La cápsula estaba formada por dos tiras de cuatro asientos cada una, enfrentadas la una a la otra. Tomaron sillones contiguos de espaldas a la pared a la vez que más gente escogía los suyos. Cuando estuvo llena por sus ocho ocupantes, una voz anunció que las puertas iban a cerrarse y dos cristales translúcidos descendieron a ambos lados como párpados.
—Bienvenidos al áncora Alfa. Con destino a la Academia de Noé, Hospital de Noé y Centro de Noé. Por favor, no se levanten de los asientos. Por su propia seguridad les rogamos que permanezcan sentados durante todo el trayecto.
Ash giró la cabeza para mirar a su hermana. Esta tenía la misma expresión de turista que ella. Se les notaba a leguas que era su primera vez en la ciudad.
La cápsula estaba empotrada en la pared, justo de cara a la estación, pero dio un giro de ciento ochenta grados sobre sí misma, y dentro de la propia pared, que consiguió hacer que su corazón se acelerara un poco.
Ahora se encontraban con un paisaje muy diferente. Ya no estaban en la estación ni a nivel del suelo, sino suspendidos en el aire. Por encima tenían una cubierta, y su cápsula se desplazó hacia abajo para luego ir hacia delante. A los pocos segundos de estar a nivel del suelo salieron de la cubierta al exterior.
Lo que vio a continuación la dejó totalmente muda. El cielo y la luz del sol.
Por supuesto, no era el cielo de verdad. Era uno falso construido por la NASA para lograr que la ciudad de Noé fuera lo más real posible.
—Impresionante —dijo Kara a su lado, sacando a Ash de su ensimismamiento.
—¿Es así, de verdad? —preguntó a su hermana sin poder dejar de mirar hacia arriba—. ¿La Tierra es así?
—Es bastante parecido —aprobó Kara, también fascinada.
Aquel cielo despertó un hambre en Ash que ni ella misma sabía que tuviera. Quería ver más. Quería ir a la Tierra, pero eso no era posible.
Sus padres habían sido reclutados para construir Noé hacía quince años, y se habían trasladado a Pentace entonces. Su padre era experto en bioquímica, por lo que formó parte de la creación de un ecosistema autosuficiente similar al de la Tierra.
Ochenta años atrás, un grupo de personas preocupadas por el estado de contaminación la Tierra crearon «El Proyecto Noé» como plan B y vía de escape por si las cosas se ponían feas.
Noé acabó siendo necesario tras la Tercera Guerra Mundial, que terminó por destrozar el planeta azul.
La madre de Ash era miembro del Servicio de Inteligencia Secreta. Por esa razón vivían en Pentace, que se ocupaba de la protección militar de Noé.
Durante esos años, los padres de Ash decidieron no llevarla a la Tierra, para evitar que su exilio fuera menos sufrido. Si no tenía recuerdos, no echaría de menos al planeta, al contrario de lo que le ocurría a su hermana.
Después, la guerra estalló, y la Tierra se tornó peligrosa. Por esa razón Ash nunca pudo volver. Tampoco había podido visitar Noé. De pequeña, cuando su padre se trasladaba a menudo allí para trabajar en su construcción, los niveles de oxígeno fluctuaban y eran peligrosos para una niña. Durante ese año de funcionamiento tampoco había ido de visita, ya que las normas de la ciudad exigían que toda mujer en edad fértil estuviera sometida a una esterilización transitoria. No había espacio para más habitantes en Noé. Los padres de Ash se negaron a dejarla pasar por el proceso, siendo tan joven. Incluso ahora, con dieciséis años, la operación la había dejado débil y dolorida.
No obstante, ni el postoperatorio, ni la falta de sueño, ni su miedo a enfrentarse a los jóvenes de su edad podían disminuir la felicidad que sentía en esos instantes al contemplar el falso cielo azul y la luz del sol, tan distinta a luz artificial de Pentace. Y aún le quedaba mucho por ver.
Se apearon de la cápsula a las puertas de la academia. La fachada del edificio estaba cubierta de vegetación para incrementar la producción de oxígeno. El verde de esta brillaba de forma rabiosa debido a los rayos de sol.
—No pienses que me he olvidado del asunto de Facebook —dijo su hermana, interrumpiendo sus cavilaciones—. No me digas que sigues con la estúpida idea de ocultar tu verdadero nombre.
—No es una idea estúpida —se defendió ella—. Es la única condición que le puse al director de la academia. Por eso, ni tú ni yo podemos tener nuestro Facebook activado aquí. En este lugar mi nombre es Ashling Barrott y no hay más que hablar. El director no ha tenido ningún problema con mi condición.
Kara soltó una risotada.
—Semyon Lozis te hubiera cedido su cama y dado un masaje en los pies si se lo hubieras propuesto como condición.
Lozis era el director de la academia para portentos informáticos de Noé, y llevaba tiempo rogándole a Ash que se matriculara en su escuela.
—Por favor, Kara. Déjame hacer esto a mi manera.
Su hermana suspiró, dándose por vencida, y avanzó hacia la entrada de la academia.
Las puertas no eran automáticas, respetando el principio de ahorro de energía. Noé era una colonia naturalista, y según los naturalistas, a uno no le costaba nada abrir una puerta, como para malgastar energía utilizando versiones automáticas.
Era pesada y extrañamente cálida por la acción de los rayos de sol sobre la superficie. Su corazón latía con fuerza y notaba cómo la sangre corría por sus venas.
—No te encojas. ¿Aún te duele por la operación o es que quieres esconderte del mundo?
Ash pestañeó e imitó la postura de su hermana, que le había enseñado cómo sacar pecho y levantar la cabeza con un orgullo que no sentía.
—Aunque no quieras compartirlo con nadie más, no olvides nunca quién eres.
—¿Por qué sonríes así? —le preguntó a su hermana, al ver la cara de bobalicona con que la estaba mirando.
—Te voy a echar mucho de menos.
—¿Por qué no te vienes a vivir a Noé? Quizá alguna familia pueda acogerte como estudiante. En la Tierra se hacía, ¿verdad?
Kara sacudió la cabeza.
—No hay sitio para mí en Noé.
—No quieres abandonar Pentace por esa soldado —insinuó Ash, divirtiéndose al ver el sonrojo en las mejillas de su hermana. Uno de los inconvenientes de ser pelirroja.
—No sé de qué estás hablando.
—Vamos, la he visto salir de tu habitación —aseguró—. ¿No tiene una casa en Noé?
Kara pareció mortificada por un segundo.
—Sí. Una casa, y un novio también.
—¡Kara! —protestó Ash, sin poder creer lo que oía.
—Es complicado, ¿vale?
—¿Así que pasa seis meses de permiso en Noé con su novio y seis meses contigo en Pentace?
No daba crédito. Mientras que su vida sentimental era menos que nula: bajo cero; otras, por ahí, estaban viviendo dobles romances.
—No me juzgues con esa mirada de madre superiora. No sabes lo que es... —se detuvo y de pronto sonrió—. Pero a partir de hoy vas a estar rodeada de muchachos. Veremos cómo de fría te mantienes.
El vestíbulo de la academia era amplio y muy alto. Paredes y columnas blancas sujetaban un techo que solo se extendía por el centro, dejando los laterales ocupados por cristales, que permitían la entrada de la luz del sol ficticio. El recibidor era un eje central del que partían varios pasillos, igual de amplios y luminosos. Y en el lado opuesto a la puerta principal por la que habían entrado, se extendía una hilera de puertas de cristal que daban paso a un jardín.
Ash caminó como una sonámbula hacia el jardín, y Kara no intentó detenerla. Quizá porque entendía que, siendo la primera vez que veía uno, su reunión con el director Lozis podía esperar.
El jardín era lo suficientemente grande como para no poder abarcarlo todo a un golpe de vista. Ash se dispuso a avanzar para recorrerlo cuando sintió algo tocando su pierna. Bajó la mirada, desconcertada, y no pudo evitar soltar un grito de sorpresa cuando vio lo que era. Un gato blanco y delgado que se estaba frotando contra su pierna.
Ash se agachó lentamente y contuvo la respiración para tocarlo. Su mano se paralizó a mitad de camino. Nunca había tocado ni visto a ninguna criatura diferente al ser humano. No sabía cómo sería para el gato el hecho de que ella lo tocara. ¿La mordería?
Sin embargo, el felino, al ver la mano extendida de Ash, movió su cabeza para frotarla contra esta.
—Tábata —gritó una voz, sacándola de su ensimismamiento.
Sin apartarse del gato, miró hacia arriba para ver de dónde provenía la voz. Una chica se acercaba corriendo hacia ellas.
—Tábata, no molestes —dijo la joven y respiró entrecortadamente al pararse delante de ellas—. Lo siento, es muy pesada. Incluso con extraños.
—No importa, es muy bonita —le respondió, volviendo a mirar al animal. El cual, pareciendo entenderla, maulló. El sonido le pareció lo más adorable que había oído en su vida.
—Parece que le gustas —sonrió la chica inclinándose hacia ellas—. ¿Te gustan los felinos?
Miró al gato, que en ese momento frotó su cara contra la palma de su mano, cerrando los ojos en el proceso, y asintió.
—Soy Zsuzsanna Krasznai, pero llamadme Sooz. La pequeña pesada es Tábata.
Ash no sabía a cuál de las dos le iba mejor lo de pequeña, ya que Sooz era aún más bajita que ella. Eso la hubiera reconfortado si no fuera por lo guapa que se veía. Era rubia y su pelo caía en una cascada de rizos sobre su espalda. Iba vestida combinando detalles de su atuendo con complementos del mismo color. Y con prendas que se ajustaban y se ensanchaban en los sitios necesarios para destacar su figura. Su secbra, el pequeño ordenador conectado a su cerebro, que estaba pegado desde su frente a su sien, no era el básico color plata que te instalaban los médicos, como el de Ash, sino que era una combinación de piedras turquesas y blancas que resaltaban sus ojos marrones y combinaban con su maquillaje.
—Ash y Kara —contestó, señalando a su hermana.
Sooz arrugó la frente tal y como Ash esperaba. Sabía que no decir el nombre completo en una presentación, para que la otra persona pueda indagar en tu perfil de Facebook, era una falta de educación.
—Qué nombres tan cortos —dijo Sooz, masticando las palabras con curiosidad.
—Perdona a mi hermana. Se ha criado entre monos —intervino Kara—. Es Kara y Ashling Barrott. Pero no te molestes en buscarnos en Facebook. Somos miembros de la liga.
—¿De la liga? —repitió Sooz. En ese momento Ash supo qué no le gustaba de aquella chica: era demasiado curiosa. Tenía cara de periodista.
—La Liga anti-Facebook —le explicó con tono suave, intentando reparar la rudeza anterior.
Sooz abrió los ojos con adoración.
—¡Vaya! Nunca había conocido a nadie de esa liga. ¿Venís a inscribiros?
—Solo yo —sonrió Ash—. Kara regresará a Pentace mañana.
—¿Pentace? —exclamó Sooz, cada vez más excitada—. ¿Vivíais allí?
Ash asintió.
—La sede de la liga está allí.
—¿Y cómo...?
—En realidad, debemos irnos. Tenemos una cita con Lozis —la interrumpió Kara, previendo que la avalancha de preguntas no tendría fin—. ¿Sabes dónde podemos encontrarlo?
—Por supuesto —declaró Sooz—. Os conduciré hasta su despacho.
Se inclinó para dejar que Tábata saltara de sus brazos. La gata se alejó con paso ligero hacia unos arbustos que estaban a unos cinco metros de ellas. Siguiéndola con la mirada, vio que había un grupo de gente detrás de estos. Tábata se acercó al grupo de chicos y se subió en el pecho de uno de ellos, que estaba tumbado sobre la hierba. Llevaba una sudadera negra sin mangas, abierta sobre una camiseta blanca y ajustada, y unos pantalones cortos que descubrían sus rodillas. Empezó a jugar con Tábata, tapándole la cara con su mano. El otro brazo descansaba flexionado detrás de su cabeza.
Apartó la vista con dificultad y se preparó para entrevistarse con el director de la academia. A pesar de haber visto al hombre en Pentace en innumerables ocasiones, siempre la inquietaba entrevistarse con gente con quien no tuviera confianza. Era un sentimiento que le debía a su maldita timidez.
—¿Estás segura de que no quieres quedarte hasta el lunes? —le preguntó a su hermana a las cuatro de la mañana, mientras esperaban a que llegara la cápsula.
—A las seis sale una nave para Pentace, y no sé cuándo será la siguiente.
—Salen naves para Pentace con regularidad —aseguró Ash, aunque sabía que no era necesariamente cierto. Se resistía a la idea de dejarla ir. Era la primera vez que se separaban. La primera vez que se quedaba sola.
—Ahora tienes una amiga —dijo Kara adivinando sus pensamientos—. Relaciónate, diviértete, toma el sol.
El áncora llegó y su hermana le dio un rápido abrazo.
—Ten cuidado con los chicos. Ve despacio y no dejes que te presionen para hacer algo que no quieres —le susurró.
—Tranquila, estoy totalmente a salvo. Mírame. Ya has visto a Sooz. Somos Jane y Cheetah.
Su hermana arrugó el entrecejo.
—Espero que esa chica te enseñe a confiar en ti.
Pobre de ella si tenía que coger seguridad en sí misma a través de Barbie Complementos.
—Por cierto, tengo algo para ti —continuó Kara, sacándose un aparato de la pernera—. Es una tatuadora. Dame tu antebrazo.
Ash extendió la mano y su hermana presionó el objeto contra su piel. Después de treinta segundos lo retiró. Unas palabras en negro contrastaban con la blancura de su piel y el azul de sus venas.
«Si eres una joya extraordinaria, solo un experto puede valorarte. No esperes que cualquier ignorante sepa hacerlo».
—Es de un cuento argentino antiguo —dijo su hermana después de leerlo en voz alta—. El tatuaje está programado para durar seis meses. Espero que no necesites más tiempo para aprender la lección.
Kara le dio un beso en la frente y se apresuró en tomar la cápsula.
Cuando desapareció de su vista, volvió a entrar en el edificio y observó el vestíbulo por un momento, sin poder creer que después de dieciséis años fuera a tener un nuevo hogar.
Se acercó a las puertas de cristal que comunicaban con el jardín, vacío e impregnado de la paz de la mañana. ¿Qué otra oportunidad iba a tener de observarlo detenidamente, sin exponerse ella misma a miradas curiosas?
Deslizó la puerta con cuidado, casi con miedo a emitir un sonido brusco que incomodara el escenario. Avanzó por el camino de piedra, dejando que la paz del momento la inundara. El relajante eco del agua cayendo la impulsó a avanzar, curiosa por descubrir su procedencia.
Continuó por la ruta que a lo lejos enlazaba con otra área de habitaciones, pero se detuvo buscando el sonido del agua. Y entonces divisó la cascada por encima de las copas de los árboles que se extendían a unos cincuenta metros a su derecha.
Pisó la hierba, agachándose para tocarla con ambas manos. Las finas hojas cosquillearon su palma.
Elevó la mirada, intentando abarcarlo todo de un solo golpe, pero sus ojos protestaron por el esfuerzo de mirar tan lejos. Se dio cuenta de que era la primera vez en su vida que miraba más allá de unas paredes.
Redujo la distancia que la separaba de los árboles, parándose delante de uno de ellos, y después se acercó al tronco rugoso y áspero, lleno de surcos e imperfecciones que nunca había imaginado. Pasó la mano por este, despacio, y de alguna manera notó que en su estática versión estaba vivo.
En ese momento le pareció divisar a una persona entre los árboles. Una chica, vestida con una chaqueta roja que facilitaba su visibilidad entre los arbustos. Parecía estar hablando con alguien más. De hecho, si escuchaba con atención, podía oír un murmullo de voces ahogadas por el ruido del agua. Y ella que había creído que a esas horas de un domingo todos dormían.
Avanzó un metro más entre los árboles, encontrándose con una explanada circular rodeada por la vegetación. A la cabeza de la planicie pudo ver la pequeña cascada que brotaba de una formidable piedra que se insertaba en una especie de invernadero, ligado al edificio principal. El líquido proveniente de la cascada formaba un riachuelo que rodeaba el claro. Seis filas de pupitres daban la cara a la caída de agua y se orientaban a una mesa principal. Era un aula creada al aire libre, en un claro en mitad del bosque.
Volvió a atisbar la chaqueta roja entre los árboles. Recorrió el círculo, oculta entre la vegetación, hasta que empezó a escuchar las voces con más claridad. A diez metros pudo ver, entre las ramas, a la chica, apoyada en un árbol. Otro chico se inclinó sobre ella, apresándola contra el tronco mientras le besaba el cuello. Al hacerlo, algo en su muñeca brilló captando toda la atención de Ash, ya que nunca antes había visto un artefacto así. La chica alzó la mano para acariciar su brazo mientras él la besaba.
Entrecerró los ojos para vislumbrar la escena. No era que le gustara espiar a las parejas, pero aquel brazalete de luces de colores había logrado picar su curiosidad. También la chica lo llevaba, aunque en su caso brillaba con una luz distinta.
Dándose por vencida, comenzó a retroceder por donde había venido hasta que divisó a otro grupo de jóvenes a unos metros de la pareja. Estos se acercaron a la cascada y treparon por la pierda hasta que los perdió de vista.
—¿Perdida?
Su corazón dio tal vuelco que por un instante solo pudo concentrarse en apaciguarlo. Cuando lo logró, dio la vuelta lentamente para encontrarse con un joven que la observaba con los brazos cruzados.
—¿Te has perdido? —repitió él ante su falta de respuesta. La miró de arriba abajo y pareció intrigado y confuso, como si no esperara encontrarse a alguien como ella por allí.
—No —murmuró sin encontrarse la voz. Ahora lo reconocía. Era el chico que jugaba con Tábata la noche anterior—. Solo estaba dando una vuelta.
Él se rascó la barbilla con el pulgar, de forma inconsciente. Como si fuera un gesto que necesitara hacer para pensar con claridad. Pero a Ash le bastó para ver la misteriosa pulsera en su muñeca.
—No quería interrumpir las actividades de tu secta —dijo, a pesar de que el joven no parecía corresponder al perfil de un sectario. Era rubio con el pelo rapado casi al cero en un lateral de su cabeza. La pequeña piedra de su secbra, situada por encima de su sien, marcaba una línea por donde el pelo crecía más largo. Había algo corrupto en sus ojos, o quizá era su boca. Como si guardaran un secreto que podría corromperla en menos de un segundo. Sus labios, incluso cerrados, mantenían una ligera curvatura como si algo le resultara divertido.
—¿Mi secta?
—Bueno. Un grupo de gente, a las cinco de la mañana, en un bosque, llevando el mismo artefacto —aclaró ella, señalando su pulsera—. ¿Qué clase de persona hace eso?
—¿Qué clase de persona los espía? —inquirió él, mirándola desde arriba con arrogancia.
Ash apretó los labios sin saber qué contestar.
—¿Qué es? —dijo, y señaló su muñeca de nuevo.
Sus labios volvieron a dibujar aquella perversa y casi imperceptible sonrisa que comenzaba a ponerla nerviosa. Se miró la muñeca sin descruzar los brazos.
—¿No sabes lo que es? —su voz denotaba incredulidad, pero sus ojos mostraron cierta diversión.
Ash dio un paso al frente para examinar el aparato más de cerca.
Se trataba de un brazalete ancho que le cubría la muñeca y parte de la mano. No resbalaba suelto por la articulación, como un adorno, sino que se ajustaba a su hueso con un agarre firme. Contaba con una pequeña pantalla por la que, dedujo, salía la luz que había visto antes.
—¿Qué función tiene? —volvió a preguntar al no encontrar nada familiar en él.
El muchacho enarcó los ojos, atravesándola con la mirada como si intentara leerle la mente. Sus ojos oscuros encerraban una fuerza mística.
—¿Cuántos años tienes?
Ash intentó no temblar ante la superioridad de su voz. Era consciente de que su aspecto era deplorable. Llevaba su melena rebelde controlada en un moño sin gracia, y el uniforme de la NASA le quedaba grande: unos pantalones negros anchos y una enorme sudadera negra que le llegaba casi a las rodillas.
—¿Qué tiene que ver eso? —protestó ella, mirando hacia los lados, simplemente incapaz de mantener aquella mirada maquiavélica. Notó el calor del sonrojo extendiéndose por sus mejillas.
«Tranquila, no es tu tipo».
—Porque no sé si puedes soportar la respuesta —se burló y la observó minuciosamente. Se cruzó de brazos de nuevo, con altanería, como si fuera un portero de discoteca. Parecía complacido con su perturbación—. Mejor vuelve a la cama antes de que tu curiosidad sea satisfecha.
Aunque había sido dicho a modo de ultimátum, Ash sintió una reacción poco usual ante una amenaza. Sintió como si sus piernas se hubieran vuelto de gelatina.
Tenía un programa para colarse en ciertos aparatos y se le ocurrió probarlo en ese momento. Segundos después, estaba dentro. Lo encendió para poder analizar el programa que utilizaba. Al parecer, era uno bastante sencillo y no pudo evitar sentirse decepcionada.
El joven, boquiabierto, se miró la muñeca al ver el artefacto encendido.
—Es un acumulador de energía, ¿verdad? —adivinó ella.
—¿Lo has encendido tú? —marcó cada palabra como si no pudiera creer que algo así fuera posible. Sus ojos la observaban como platos—. ¿Cómo has entrado tan rápido? ¿Con qué programa? ¿Quién eres?
Demasiadas preguntas para su gusto.
—Tengo que irme.
—¿Cómo te llamas? ¿Cómo se llama el programa que has utilizado? —continuó, haciendo caso omiso de su despedida.
Ash suspiró, dándose la vuelta para volver a su habitación.
—Es complicado de usar —se limitó a decir por encima de su hombro mientras se alejaba.
Al parecer, eso fue lo peor que podía haber dicho. El joven se movió con asombrosa rapidez, interponiéndose en su camino. Ash levantó los brazos al chocar contra él con muy poca gracia. Pero en cuanto se recuperó del susto, se dispuso a sortear el obstáculo para proseguir su ruta. Y lo hubiera logrado de no ser porque él la agarró del brazo.
—¿Sabes quién soy, cría? Soy el mejor informático de la academia.
Ash intentó no reír ante la indignación del muchacho porque alguien se hubiera atrevido a insinuar que un programa era demasiado complicado para él.
—Entonces, estoy segura de que conoces uno mejor.
Por un segundo, la expresión semipermanente de autocontrol desapareció de su rostro y Ash intuyó que deseaba estrangularla.
Un silbido les llegó a través del bosque. Parecía provenir de la cascada, o al menos fue allí adonde miró él. Se giró hacia aquella dirección para contestar con otro agudo silbido y Ash aprovechó la oportunidad para aumentar la distancia entre ellos. Tampoco se giró para comprobar si él la seguía, sino que a toda prisa cruzó el jardín en sentido a su habitación.
Aunque sabía que si no la había alcanzado a esas alturas significaba que no la estaba siguiendo, una apremiante ansiedad la hizo recorrer la distancia en tiempo récord. Y no desapareció hasta que ingresó a su habitación.
Se quedó ahí, parada y echada contra el cristal de su puerta durante varios minutos. Se sorprendió a sí misma al darse cuenta de dos cosas: una era que estaba apretando la mandíbula y los puños; y la otra, que estaba observando la parte de su brazo donde la mano de él la había sujetado, como si pudiera encontrar algo fascinante allí.
Sacudió la cabeza, notando que debía de estar muy cansada para comportarse de una forma tan extraña, y emprendió el camino de regreso a su cama. Aquella era toda la cura que necesitaba.