Querido lector:
Me pide Fran (Francisco J. Sánchez) que escriba unas letras de presentación para su libro NIHILA y lo hago con mucho gusto.
He leído su texto con placer e interés. Me ha pillado. ¿Cómo lo clasificaría? ¿Es un cuento o, más bien, una parábola con toda la resonancia bíblica?
Se percibe muy claro el paralelismo entre el “Buen Pastor” de nuestro cuento y el buen educador, el maestro. Aquí Fran pone de manifiesto su pasión por educar, que es en él auténtica vocación y que se concreta en la búsqueda del bien para cada uno de sus alumnos.
El maestro auténtico, como el Buen Pastor, conoce a cada una de sus ovejas y “las llama por su nombre”. Su nombre, ese nombre nuevo que cada ser humano ha de descubrir, coincide con la vocación a la que se nos llama, esa para la que Dios nos regala la vida y que el verdadero educador –padres, maestros- ayudará a que descubra el chaval que tiene a su cargo. Solo así el niño alcanzará su mejor desarrollo y su felicidad. Solo desde esa respuesta, aquí, podrá aportar lo mejor de sí mismo allí donde se integre como adulto.
Pero el educador, como el Buen Pastor, como el “Maestro”, no podrá conseguir esto sin correr riesgos, sin la entrega de su vida a esa labor no siempre reconocida, sin amar mucho a cada uno de sus alumnos, sin conocerlos de verdad. Respetando siempre su libertad, pero orientándola, ayudándola, ayudándole a superar dificultades.
Déjate enganchar por la narración. Es tan sugerente que sacarás mil y una lecciones. Disfrutarás a la vez que te enriqueces con su lectura.
Justa Olmos (mss).
ÍNDICE
PORTADA
PORTADA INTERIOR
QUERIDO LECTOR
1. NIHILA
2. BELLA
3. DARJ MUN
4. EL ENCUENTRO
5. EL ASCENSO A LAS CUMBRES
6. BA
7. EL POBLADO
8. UN POCO MÁS DE SUBIDA
9. EL BUEN PASTOR
10. EL CABALLERO REAL
11. NICOLÁS
12. OCULTOS
13. A TRABAJAR
14. CONTINÚA LA MARCHA
15. EL DESIERTO DE LA NOCHE
16. UN ENCUENTRO INESPERADO
17. LA BÚSQUEDA
18. LA PERSECUCIÓN
19. CAMBIO DE PLANES
20. A TIEMPO
21. LA PRIMERA MAÑANA
22. EN SUS MANOS
23. UN NUEVO NOMBRE
TALLER DE LECTURA
FRAN SÁNCHEZ
AGRADECIMIENTOS
CRÉDITOS
1
NIHILA
Salmos 104:13
Cada vez que la observaba, el Buen Pastor tarareaba “regocíjate para amar, zambulléndote en mi paz”. Nihila soñaba con darle una lana de color blanco, sin mancha, como el de las cumbres de Hermón. Pero su pelo, duro y áspero, de tono atezado, rodeaba la mayor parte de su cuerpo. Su pelona cabeza, junto con las patas, eran las únicas partes claras que aportaban algo de luz mientras se la contemplaba.
La hierba de las laderas de Hermón perdía poco a poco la humedad acumulada durante el invierno. Unos desperezados rayos de sol calentaban la pradera. Las flores coloreaban la superficie de la zona mientras se descubrían ante el zumbido de las abejas. La frondosidad disminuía a medida que se ascendía hacia la cumbre. En la misma, la nieve se resistía a derretirse. Los árboles, cargados de nidos con polluelos, trinaban en la planicie. Poco a poco, se confirmaba el abandono del invierno y el Monte Hermón se preparaba, un año más, para recibir a todas las bestias del campo.
Desde la cima, los copos convertidos en agua descendían por la ladera hasta empapar el llano. Nihila pacía, se retozaba en la espesura y, risueña y vivaracha, introducía las puntas de sus pezuñas en el estanque. Bajaba su cabeza y relamía agua fresca mientras fisgaba el banco de pececillos que, al notar una extraña presencia, se sumergía veloz hasta el fondo. El remanso del lago los mantenía con vida junto a cientos de anfibios e insectos.
Nihila sabía que su extraño color no carecía de explicación. Su madre, Bella, le relató la historia de su origen en numerosas ocasiones con el fin de hacerla comprender el porqué de su pelaje. Ella escuchaba atenta siempre, como si fuera la primera vez que oía la narración. ¿Cuál sería la palabra mágica que le ayudaría a aceptar sin remordimientos la forma y el color de su peculiar complexión? Aquellos relatos que se le repetían, una y otra vez, no la convencían porque no los consideraba razones sólidas o de prestigio para defenderse ante los continuos ataques que sus compañeras hacían sobre su distorsionada belleza. Ella era distinta al resto. Aquella mañana, su fuerte anhelo por ser igual a la mayoría separó a Nihila del rebaño preferido del Buen Pastor.
2
BELLA
Dos años antes, uno de los días de mediados de febrero, el sol irrumpió en la pradera con una fuerza descomunal, a pesar de que aún quedaba un mes largo para que llegara la primavera. Parecía que el frío y la escarcha habían pasado de largo para no volver otra vez. El viento del sur despejó las pocas nubes rezagadas en la cumbre de la montaña. El sol irradiaba impetuoso y los pastorcillos, sabios conocedores de los cambios climáticos, no quisieron perder la oportunidad. Sacaron a pastar a sus ovejas por la extensa planicie. Así, se juntaron nueve de los doce rebaños que convivían en la misma zona. Todas las ovejas eran blancas, excepto el hato de ovejas negras del Buen Pastor, también presente.
El pastorcillo de turno al cargo de éstas las llevó más allá de las vallas fronterizas que separaban a unos grupos de otros, sin caer en la cuenta de que el resto de sus compañeros también harían lo mismo. Pronto, la pradera quedó cubierta por un manto blanco cuya claridad sólo se disipaba, de vez en cuando, por pequeños puntos de lana negra. Las ovejas preferidas del Buen Pastor estaban esparcidas entre cientos de bolas de lana blanca, arropadas bajo un cielo al que coronaba, exultante, el sol.
Fue allí, en aquel improvisado ambiente donde Bella, la madre de Nihila, conoció a Valiente. Bella pertenecía a una reconocida casta de oveja negra que habitaba en el Monte Hermón, también reconocido por los lugareños como la Montaña de Cabellos Blancos, gracias a la nieve que se acumulaba en su cima. Bella siempre fue una hembra muy vigilada y protegida por los jóvenes pastores, quienes tenían la orden expresa de no descuidar a ninguna oveja, y mucho menos perder a las negras. Aunque nadie entendía la predilección del Buen Pastor, había que acatarla. Al fin y al cabo, él era, es y será el dueño y señor de todas las tierras que uno pudiera ver desde el risco de Gebel Esh-Sheikh o Monte Hermón.
Inmersa entre cientos de ovejas, Bella jamás se hubiera percatado de Valiente si no fuera por la dimensión de este robusto carnero. Valiente sacaba una cabeza al resto de los de su especie. Pezuñas, patas, paletillas, costados, cuello y cabeza se multiplicaban por dos. Su cornamenta lucía en lo alto de su cabeza como si de una corona se tratase.
Él se crió, desde nada más nacer, en un diminuto rebaño de diez ovejas custodiadas por cinco obedientes perros pastores que tomaban muy en serio su trabajo. El control al que Valiente se vio sometido desde pequeño le acostumbró a la figura autoritaria del can. Obligado, aprendió a conocerlo a fondo, mucho más que el resto de los carneros. Tanto es así que, en más de una ocasión, él mismo frustró el perverso ataque de un lobo como si fuera uno más entre los perros guardianes.
Los pastorcillos, acostumbrados al trato diario con los rebaños, conocían a cada oveja y carnero por su nombre y por sus cualidades. De esta manera, no tardaron en apreciar las arrogantes tendencias de Valiente. Tras consultarlo con el Buen Pastor, decidieron nombrar a Valiente “Carnero Mayor de entre los carneros”. Como distintivo de su graduación, sobre el cuello de este macho dominante colgaba un enorme cencerro: el cencerro mayor. Su sonido estimulaba el inicio o la detención de la marcha para el resto del grupo en el transcurso de la senda.
Aquella soleada mañana, Bella permanecía recostada sobre la sombra de una de las peñas del pastizal. Su quietud se disipó al percatarse de que la sombra de la roca se duplicaba con la rapidez del rayo: ¿se estará nublando el día?, pensó. Parecía que la alegría de los rayos del sol se desplomaba para dar lugar a una temperatura más fresca de lo normal. Ensimismada, llegó a asustarse cuando sintió cómo aquella potente sombra aparecía y desaparecía velozmente. El fuerte resoplido de Valiente en su costado hizo que ésta se incorporara del suelo dando un violento brinco para resguardarse, a continuación, tras la misma roca en que descansaba. Tal fue el apresuramiento con que lo hizo que su cuerpo se desequilibró. Su cabecilla golpeó bruscamente contra el costado de Valiente. Este quedó tumbado panza arriba mientras ella, nerviosa, golpeaba con sus patas la barriga del Carnero Mayor para recuperar su estabilidad.
Valiente rompió a reír mientras Bella jadeaba intentando dejar atrás el susto. Ante el revuelo, el cencerro de Valiente sonó y resonó, como pocas veces, con un ritmo bastante desconcertado, lo cual dispersó al resto de las ovejas. Valiente estará de “malas pulgas”, pensaron todas. Guardemos la distancia.
Al poco, ambos quedaron solos, frente a frente, ocultos tras la roca:
– ¿No te da vergüenza haberme asustado de esta manera? –gritó.
– ¿Vergüenza?, ¿vergüenza? ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué pregunta! ¿Acaso no sabes quién soy? –increpaba Valiente cuando Bella le cortó:
– Por supuesto que no, pero a juzgar por tu comportamiento, sin duda, eres el mayor de los borregos.
Valiente frenó en seco sus alborotadoras carcajadas, y con tono serio se presentó:
– ¡Yo soy Valiente! Guía y Carnero Mayor del segundo mejor rebaño del Buen Pastor.
– Muy bien –inició su contraataque Bella– pues, yo soy... –pero apenas pudo terminar.
– ¡Bella! Tú eres una oveja negra llamada Bella –respondió raudo Valiente– y perteneces al rebaño escogido del Buen Pastor.
Bella quedó impresionada al comprobar que conocía no solo su nombre sino también su procedencia.
– Sí, sí, pero... ¿cómo sabes quién soy? –preguntó un tanto confundida.
– Bella, como carnero guía de varios de los rebaños del Buen Pastor tengo el deber de aprender cuáles son las hembras y los machos que forman cada grupo, incluido el tuyo.
La respiración de Bella fue tornando a la tranquilidad mientras en su mente se repetían las palabras que acaba de escuchar: tengo el deber de aprender cuáles son las hembras y los machos que conforman cada rebaño. El Mayor volvió a irrumpir:
– ¡Bella! ¿Me escuchas? –replicó el Carnero.
– ¿Eh? Sí, sí, claro, Valiente –contestó ella–. Y... dime, ¿es cierto que nosotras somos las preferidas del Buen Pastor?
– Sí, sin duda, lo sois. No hay mañana en la que el Buen Pastor no ponga sus ojos en vosotras. Su corazón descansa y retorna en paz cuando, tras el transcurso de la oscura noche, comprueba, al despuntar los primeros rayos de sol, que todas permanecéis en el lugar donde os dejó. Él no ignora que sois también el rebaño más codiciado y perseguido por Lucero.