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Dirección de Ignacio Arellano

(Universidad de Navarra, Pamplona)

con la colaboración de Christoph Strosetzki

(Westfälische Wilhelms-Universität, Münster)

y Marc Vitse

(Université de Toulouse Le Mirail/Toulouse II)

Subdirección:

Juan M. Escudero

(Universidad de Navarra, Pamplona)

Consejo asesor:

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(University of Oxford)

Biblioteca Áurea Hispánica, 82

LITERATURA, BIBLIOTECAS Y DERECHOS DE AUTOR EN EL SIGLO DE ORO (1600-1700)

JOSÉ MARÍA DÍEZ BORQUE (DIR.)
ÁLVARO BUSTOS TÁULER (ED.)

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2012

Reservados todos los derechos

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info@iberoamericanalibros.com

www.ibero-americana.net

ISBN 978-84-8489-671-5 (Iberoamericana)

ISBN 978-3-86527-736-7 (Vervuert)

Depósito Legal: M-40057-2012

Cubierta: Carlos Zamora

Impreso en España

Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN Y EXPLICACIÓN

PARTE I: LITERATURA EN BIBLIOTECAS

1. EL «CANON LITERARIO» EN BIBLIOTECAS ESPAÑOLAS DEL SIGLO DE ORO (1600-1650) (José María Díez Borque)

Introducción

Literatura en las bibliotecas particulares

El «canon literario» en las bibliotecas

Relación de inventarios de las bibliotecas

Bibliografía

2. PROSA DE FICCIÓN, POESÍA Y TEATRO EN BIBLIOTECAS PARTICULARES DEL SIGLO DE ORO (1651-1700)

Prosa de ficción, poesía y teatro en los inventarios de bibliotecas particulares (1651-1700) (Fermín de los Reyes Gómez)

Prosa de ficción (novela y otros géneros) en bibliotecas particulares (1651-1700) (M.a Soledad Arredondo)

Poesía en bibliotecas particulares (1651-1700) (Álvaro Bustos Táuler)

Teatro en bibliotecas particulares (1651-1700) (Rebeca Sanmartín Bastida y Esther Borrego Gutiérrez)

Relación de inventarios (1651-1700) (M.a Soledad Arredondo, Álvaro Bustos Táuler, Fermín de los Reyes Gómez y Rebeca Sanmartín Bastida)

Bibliografía

PARTE II: «DERECHOS DE AUTOR EN LOS SIGLOS DE ORO». ANTECEDENTES Y CONSECUENTES
(José María Díez Borque)

1. INTRODUCCIÓN

2. EL AUTOR

3. ANTECEDENTES:LA EDAD MEDIA

4. «DERECHOS DE AUTOR» EN LOS SIGLOS DE ORO

5. CONSECUENTES

Siglo XVIII

Siglo XIX

Siglo XX

Siglo XXI

BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN Y EXPLICACIÓN

Se ofrecen en la primera parte de este libro algunos resultados de las investigaciones de los miembros del Proyecto I+D (2009-2012) «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro» (FFI 2009, 07862; IP: José María Díez Borque; miembros: Soledad Arredondo, Álvaro Bustos, Fermín de los Reyes, Rebeca Sanmartín Bastida). En la segunda parte se da una primera aproximación al estudio de los «derechos de autor» en el Siglo de Oro. Los trabajos han de continuar en los próximos años para abordar el siglo XVI,en el marco del proyecto de investigación I+D (2013-2015) «De la biblioteca particular al canon literario en los Siglos de Oro (II)» (FFI 2012, 35894).

En este volumen se estudian 65 inventarios publicados de bibliotecas para el período de 1600 a 1650 (Díez Borque) y 83 para 1651-1700 (Arredondo; Bustos; De los Reyes; Sanmartín). Se limita por ahora el campo de investigación a inventarios publicados —en cada caso se da la referencia precisa—, sabiendo, claro, de la existencia de otros muchos, además de diversos documentos pertinentes. Se refieren a distintas clases sociales y áreas geográficas. Supone tomar en consideración miles de libros, lo que ya de entrada puede implicar algún error de cómputo o involuntarias ausencias.

Los problemas comienzan en la naturaleza de las propias fuentes de información. Por eso, son numerosas las dificultades de todo tipo: desde la transcripción e identificación de cada libro, al modo de citar en la época y hoy o al problema de la lectura efectiva de los libros poseídos, pasando por otras cuestiones pertinentes como el tipo y origen de la biblioteca, las ausencias, las peculiaridades de cada uno de los géneros, la sospecha de lo que no se ha inventariado, la tipología de los inventarios, los libros devaluados, las clasificaciones temáticas de la época, etc. Para todo ello son de gran utilidad los estudios que acompañan a la publicación de los distintos inventarios. De toda esa problemática se da cumplida cuenta en los epígrafes «Problemas de los inventarios de bibliotecas» (Díez Borque) y «Los problemas y ausencias de los inventarios de 1651 a 1700» (De los Reyes), y allí remito.

La utilidad de este tipo de estudios para acercarse a cuestiones fundamentales de la historia de la literatura, como la presencia/ausencia de géneros, obras y escritores en las bibliotecas estudiadas, con lo que ello supone para valorar los acuerdos y desacuerdos entre la «realidad del siglo» y lo que ha retenido la memoria literaria. También es pertinente valorar comparativamente las proporciones de cada uno de los géneros literarios entre sí y con respecto a otros tipos de libros: presencia de literatura española y literatura extranjera; permanencia de autores y géneros; peculiaridades de cada uno de los géneros; condicionantes como la clase social, el sexo o el precio; censura y autocensura; ámbito rural o urbano; oralidad (manuscrito e impreso); cuántos y quiénes leían literatura; cultura de las bibliotecas, etc.

Son cuestiones tan apasionantes como fundamentales en la historia de la literatura. El alcance de este libro es mucho más modesto que dar respuesta a tantas e incitantes preguntas, pero algo podrá haber útil para este camino, que hay que recorrer con la conciencia de las limitaciones de todo tipo a que aludía anteriormente mencionadas anteriormente. Con estos mimbres hay que hacer el cesto.

Lo referente al período 1600-1650 se limita a la reconstrucción del «canon literario» en las bibliotecas estudiadas, entendido en el sentido de presencia significativa de obras y autores, ordenados por el número de apariciones. A mucho más alcanza, claro está, el debatido concepto de «canon literario», con aspectos teóricos en los que aquí no se entra. Por otra parte, en mi libro Literatura (novela, poesía, teatro) en bibliotecas particulares del Siglo de Oro español (1600-1650) (Madrid/Frankfurt, Iberoamericana/Vervuert, 2010) y en más de doce artículos en los últimos años se analizan las diversas cuestiones que aparecen en este libro.

Para el período 1651-1700, con una introducción general (De los Reyes) se estudia la prosa de ficción (Arredondo), poesía (Bustos), teatro (Sanmartín y Borrego) en las bibliotecas estudiadas, con planteamientos semejantes a los de los trabajos mencionados. Cada autor es responsable de lo que firma y, como en todo libro colectivo, son inevitables ciertas diferencias y variedad de alcances. El lector, sin que aquí sea necesaria más explicación, comprobará las variaciones y divergencias con respecto al período de 1600-1650.

La segunda parte del libro, «Derechos de autor en los Siglos de Oro» se separa del alcance y sentido de la primera y tiene un carácter independiente. Pero parecía oportuno, después del recorrido por obras y autores, abordar un tema tan importante como el de los «derechos de autor» de esos escritores presentes en las bibliotecas, así como de los antecedentes (Edad Media) y consecuentes (hasta nuestro siglo). Me hubiera gustado poder aportar más datos, pero los que hay ya son reveladores del proceso de profesionalización del escritor, con todo lo que ello supone, así como de las marcadas diferencias entre géneros y épocas, y de los imprevisibles nuevos tiempos. Es decir, se analiza el camino que va del juglar-creador medieval a la literatura en la red, pasando por el folletín, el periodismo, el best-seller… Se advierte así el lento reconocimiento de la propiedad intelectual y de su rentabilidad económica.

Soy, somos, conscientes de las limitaciones y riesgos, las enunciadas y más, pero había que decidir entre iniciar el camino o quedarse en casa, y se ha optado por lo primero, en la confianza de que alguna aportación habrá que sea de utilidad.

JOSÉ MARÍA DÍEZ BORQUE

PARTE I

LITERATURA EN BIBLIOTECAS

1. EL «CANON LITERARIO» EN BIBLIOTECAS ESPAÑOLAS DEL SIGLO DE ORO (1600-1650)*

José M.a Díez Borque

1. INTRODUCCIÓN

La memoria literaria construye la imagen del pasado con unos variados y complejos mecanismos de presencias-ausencias, olvidos, valoración, en suma, de la literatura del pasado. La historia de la literatura viene a convertirse en un conjunto de méritos y deméritos, es decir, en un escalafón, en que entran en juego diversidad de criterios de variada índole y alcance. Lleva esto al complejo problema del «canon literario» y las razones y modos de su construcción. No es mi intención aquí internarme en tan proceloso mar, lleno de peligros. Hay ya una rica bibliografía sobre las incitantes cuestiones que plantea el «canon literario», que desborda los alcances de este estudio1. El hecho cierto es que no se tiene en cuenta, creo, en sus debidas proporciones, la «realidad de verdad», como decía Torres Naharro, de autores y obras en su siglo, lo que marca, en muchos casos, diferencias entre valoraciones en su época y valoraciones hoy, con acuerdos, sí, pero con desacuerdos significativos.

La historia de la literatura tiene también la obligación de contar con la consideración del peso y permanencia de géneros, obras y autores en su siglo; importancia de la literatura, lectura y sus condicionantes2, culturas de la biblioteca3, medios de difusión, etc., es decir, la realidad, pisando la tierra del día a día.

Mi propósito, en lo que sigue, no es, obviamente, contestar a tantas incitaciones; ni es el lugar, ni hay fuerzas para ello. Pero algunas aportaciones puede que haya, en la línea de lo apuntado más arriba. Mi intención es analizar una nutrida muestra de inventarios de bibliotecas, miles de libros, de distintas clases sociales y áreas geográficas (en el próximo apartado se verán los detalles de todo esto) para elaborar el «canon de excelencia» construido por las proporciones de la presencia de autores y obras literarias en dichas bibliotecas. No se me oculta que será necesario ir sumando el estudio de otros inventarios, y fuentes documentales, de los numerosos existentes, pero algo se avanza, creo, con lo aquí hecho, y puede servir al lector para alguna conclusión, según sus intenciones.

Tampoco se me oculta que la difusión en libro es solo una parcela de la comunicación literaria, pues ahí está el peso de la oralidad, tan apasionante como poco conocida, el manuscrito, la poesía en la calle, el teatro en su alcance de cultura oral, la lectura pública, etc. No son menores, ni mucho menos, los problemas que plantean las propias fuentes de información, como se verá después. Pero con estos mimbres hay que fabricar el cesto, o, si se quiere, los riesgos y carencias del viaje no deben apoyar la actitud de quedarse en casa. Lo que pueda haber de positivo creo que compensa las limitaciones.

Caería fuera de los alcances de este capítulo el estudio de la frecuencia, en términos porcentuales, del libro literario, con respecto a otro tipo de libros, y en el mismo sentido de prosa de ficción; poesía; teatro; número de libros y estructura de las bibliotecas; libros a la venta en las librerías; catálogos de impresos; diferencias por clases sociales y géneros, etc. En parte ya lo hice en otros lugares, en parte está en proceso de investigación y, en parte, supera mis posibilidades4.

2. LITERATURA EN LAS BIBLIOTECAS PARTICULARES

2.1. Bibliotecas estudiadas

En la línea de mis trabajos en este campo y contando con ellos5, estudio 65 bibliotecas particulares del Siglo de Oro español (1600-1650), según los datos que dan Chevalier, Laspéras, Dadson, Prieto, Bouza, Manso6… Son miles de libros en el conjunto, pues, aunque en una gran mayoría el número de libros sea reducido, hay bibliotecas excepcionales con importantes fondos, como la del conde de Gondomar y la del rey Felipe IV (35; 55)7, y destacadas, como las de San Juan de Ribera (18); el regidor Peralta (27); Monegro (31); el inquisidor Salazar (53); el escritor Caro (63); y otras estimables: las del arzobispo Hernando (22); el arcediano Castilla (26); el guantero Moreno (38); conde de Benavente (51), etc. No ignoro, claro está, la existencia de miles de inventarios y otros documentos sin publicar y trabajos en curso sobre distintas bibliotecas8, pero me atengo a lo que digo más arriba (ver n. 6). La muestra irá completándose también con mis propios trabajos y los del grupo de investigación que dirijo9.

Las bibliotecas aquí estudiadas pertenecen no sólo a distintas áreas geográficas, sino a diversas clases sociales, lo que supone cubrir un amplio espectro sociocultural:

Se toman en consideración bibliotecas de la nobleza (de aquí en adelante estos números remiten a 4b. Relación de inventarios):1; 9; 16; 21; 24; 32; 33; 35; 36; 42; 44; 48; 51; 55; 56; 57; 58; 61; 62; de cargos y autoridades (2; 8; 12; 23; 27; 29; 37; 43; 49; 50; 53; 54); gentes de hábitos (10; 18; 19; 22; 25; 26; 28; 40; 52; 59); profesiones liberales (7; 11; 13; 20; 31; 39; 45; 63) y «clases trabajadoras» (3; 4; 5; 6; 14; 15; 17; 34; 38; 41; 46; 47; 64) (no se ha podido identificar la clase social de las bibliotecas 30; 60; 65)10.

No puedo pasar por alto los diversos e importantes problemas que plantean los inventarios considerados aquí como fuentes de información para los objetivos de estudio arriba mencionados.A todos nos hubiera gustado que fueran más detallados, cuidadosos, con «criterios catalográficos», pero, en general, no es así y es necesario contar con lo que hay. El problema, por fuerza, es común a todos mis estudios citados en nota 4, y a éste, por lo que debo retener aquí, a continuación, en el apartado b, lo que sobre ello he escrito11.

2.1.1. Problemas de los inventarios de bibliotecas

En primer lugar, la tipología de fuentes es variada: inventarios post mortem, en vida, ventas, testamentos, segundas nupcias, almonedas, hijuelas, partijas, etc., lo que afecta, claro, a las posibilidades informativas de estas12. Asumido esto, no es menos importante contar con lo que no está o no puede estar en estas fuentes documentales, en los inventarios, es decir, el problema de las ausencias. Retengo lo que escribía en otra ocasión sobre ello:

El profesor Víctor Infantes ha hecho un útil y juicioso balance de los problemas que plantean los inventarios, atendiendo al tipo de bibliotecas, «tipología documental del propio inventario», «clases estamentales» y número de libros, etc. Interesa aquí, sin entrar en cuestiones de lectura, como dije, su análisis de lo que no está en los inventarios, tanto libros prestados, sin valor, omitidos por varias razones, como «lo que no son libros»: relaciones de sucesos, almanaques, calendarios, sermones, oraciones, pliegos sueltos, etc. Por su parte, Chevalier y Dadson abordan el problema, fundamentalmente, desde la relación inventario-lectura, en que, como he repetido, no entro aquí. Pero sí me interesa lo que apunta Dadson sobre que «un inventario no tiene por qué representar todos los libros que una persona ha poseído en su vida», las ausencias de «libros de entretenimiento», diferencias entre el elevado número de ediciones de una obra y lo que los inventarios reflejan, ausencias por mal estado del mucho uso, préstamos, desacuerdos entre el status del poseedor y sus libros, dificultad de extraer conclusiones por el reducido número de libros de algunas bibliotecas, etc.13

Por su parte, Lorenzo y Ferrero aluden a las «prácticas de préstamo, alquiler y empeño de libros»14, lo que afecta, desde luego, al significado e interpretación de lo inventariado.Y en este sentido Chevalier puntualiza que «la presencia de un libro en una casa no significa gran cosa, o mejor dicho puede significar varias cosas» y lo concreta después, en la diferencia de lecturas de clérigos y letrados y en lo que significan sus bibliotecas especializadas15. Pero no son menores los problemas de cuantificación, identificación y clasificación. Como señalan Lorenzo y Ferrero, a veces hay indicaciones como «mesa de libros», «cajones de libros», no se especifica el número de ejemplares, se dan relaciones incompletas, se da «una cifra monetaria global»16. En alguna ocasión se incluyen bajo un mismo registro varios títulos (13; 18; 38; 51; etc.), varios volúmenes de un mismo título, se da un número global sin especificar títulos, se anota «varios libros», sin más. También se da el caso de volúmenes en que se encuadernan juntas varias obras. O en un mismo libro (por ejemplo, 18; 21; 26; 27, etc.) aparecen varios autores, por lo que se computan aquí como un solo libro, pero se tiene en cuenta a los distintos autores a la hora de establecer proporciones. De ahí los problemas de libro-registro, que veremos.

Hay marcadas diferencias en los inventarios en el modo de citar los libros. En aisladas ocasiones dan título, autor y año de edición. Frecuentemente, dan títulos sólo, autores sólo, indicaciones temáticas generales, precisiones sobre las características materiales del libro, títulos en forma aleatoria. Encontramos indicaciones como «un libro griego que no hay quien sepa qué libro es» (21, p. 3); «tres libros de mano antiguos» (31, p. 110); «un libro de mano que no tiene nombre ni autor» (21, p. 14). Todo esto dificulta la identificación, por lo que hay que agradecer el esfuerzo de algunos editores modernos de los inventarios para establecer, con los datos a mano, la obra de que se trata, siempre, claro, con un insalvable margen de error. Lorenzo y Ferrero enfatizan las dificultades de establecer la edición concreta de que se trata, por esta forma de citar por temas, lengua, estado de conservación, tipografía, alusiones genéricas, autor, incluso cuando se cita autor y título resumido17.

Una gran mayoría de los inventarios estudiados aquí no ofrecen clasificaciones temáticas, pero hay unos pocos casos en que sí lo hacen, lo que nos sitúa ante un apasionante problema cultural que merecería detenido estudio, para el que no hay espacio ni ocasión aquí. En todo caso, valga decir que la ordenación por temas que es toda clasificación ofrece datos impagables para la historia cultural del período en cuanto al modo de acotar y abarcar los saberes. Pero no es esto, como queda dicho, lo que aquí interesa, sino, una vez más, los problemas que estas clasificaciones presentan, que no son pocos, y llevan a confusión, a la hora de utilizarlas para separar la literatura en sus diversos géneros de otros tipos de libros (Historia, Derecho, Filosofía, Cosmografía, Matemáticas, Religión, Geografía, etc.).

Encontramos así, por ejemplo, obras literarias bajo el epígrafe «Historia romana» (26) o «Diversos de Teología y Humanidad» (27), aunque pueden orientar clasificaciones del tipo «Letras humanas» (26 y 59), «Buenas letras» (63), etc. Pero el más cumplido testimonio de las dificultades que ofrecen las clasificaciones temáticas para aislar las obras literarias del conjunto de libros nos lo ofrecen los inventarios de dos bibliotecas singulares: la del conde de Gondomar y la de Felipe IV. Encontramos en ambas, junto a una gran variedad de temas, clasificaciones específicamente literarias, que parecería que acotan el terreno de la literatura y dentro de ella el de los distintos géneros, pues tal especificación se hace en ocasiones. Pero no siempre es así. Como mero testimonio orientativo valga decir que en la del conde de Gondomar, bajo el epígrafe «Libros de poesía en griego», se incluye el teatro de Aristófanes, Sófocles, Eurípides; en «Libros de poesía en latín» a Terencio, Séneca; en «Libros de poesía en español» aparece Florando de Castilla, la Diana de Montemayor, la segunda parte de esta escrita por Alonso Pérez, etc. En la de Felipe IV, en «Poetas latinos traducidos»: Plauto, Terencio; en «Poetas españoles»: Cárcel de amor, de San Pedro, Diana de Montemayor, Dorotea y Arcadia de Lope de Vega, etc. Bouza analiza, cumplidamente, el significado, alcance y problemas de la clasificación por materias de la biblioteca de Felipe IV —allí remito— descubriéndonos, por ejemplo, «duplicaciones», como en el caso de Barros, «practicidad» de la clasificación, ausencias, como en el caso de Herrera y Jáuregui, etc.; y Manso Porto apunta el problema de que las obras de algunos escritores «estuviesen encuadernadas formando colecciones con poemas de otros autores», incluso en obras en prosa18.

Esto recalca los problemas de las fuentes de información, como venimos viendo, y subraya la dificultad de que las menciones y proporciones alcancen un grado de exactitud que es muy difícil de lograr. Por otra parte, el elevado número de libros incluidos en estos inventarios y la mención de obras muy complejas de identificar hacen difícil, en ocasiones, la separación genérica desde los criterios de la historia de la literatura, especialmente en el caso de las bibliotecas del conde de Gondomar (35) y Felipe IV (55). Por ello, en estas dos «especiales» bibliotecas atiendo, en forma general, a los autores presentes en ellas, de distintos géneros literarios, pero no las cuento a la hora de establecer proporciones de libros en los distintos géneros literarios con respecto al número total de los que integran las bibliotecas.

Por si fueran pocos, todavía hay otros problemas que plantean los inventarios, que enumero, siguiendo las puntualizaciones de Lorenzo y Ferrero: «representatividad social frente al conjunto poblacional», «difícil establecer categorías socioprofesionales», «visión fundamentalmente urbana del ámbito de la lectura o de la posesión de libros», «distinguir qué libro de los inventarios masculinos o del matrimonio eran objeto de lectura de la mujer», «no abarcaba todas las pertenencias»19.

No todos los problemas enunciados hasta aquí afectan del mismo modo al objeto de esta investigación, pero parecía oportuno recoger estas cautelas, remitiendo a la «Introducción y explicación a la Relación de Inventarios» para problemas específicos del estudio que aquí se ofrece. Tras esta cura en salud, justa y necesaria, no estará de más decir que hay un importante volumen de datos ciertos sobre el significado de la presencia de literatura en bibliotecas particulares del Siglo de Oro, que cada lector podrá interpretar y utilizar según sus intereses, sin entrar yo aquí, pues no es mi propósito, en la valoración de una ya rica bibliografía sobre bibliotecas20 ni internarme en los resbaladizos y peligrosos, por conjeturales, terrenos de la lectura21. Sobra decir que los problemas hasta aquí enunciados varían según el tipo de fuentes y no son equivalentes para todas ellas, pero afectan, de forma importante, como se irá viendo, a los inventarios aquí utilizados.

No quiero pasar por alto que la presencia contrastada de literatura en las bibliotecas particulares podría ponerse en relación con los repertorios de obras impresas en el período, tiradas, estudios de imprentas en particular, pero esto, obviamente, nos llevaría a otros planteamientos. Sin embargo sí sería oportuno poner en relación inventarios de bibliotecas e inventarios de librerías. Me parece muy ilustrativo el camino que va de las obras atesoradas en las bibliotecas privadas a las obras a la venta en las librerías del siglo, contando con que los inventarios de librerías tienen problemas semejantes, no iguales, a los inventarios de bibliotecas, como hemos visto hasta aquí. Pero esto ya no es un problema específico de las fuentes de información, que es lo que aquí estoy tratando, como de las características de las bibliotecas particulares en el período, sólo en cuanto a la posesión de literatura, pues, como queda dicho, no me interesa aquí el estudio de las bibliotecas en sí mismas.

Todavía he de aludir a algunos problemas particulares de las fuentes aquí utilizadas: en algún caso hay diferente grado de información de las 65 bibliotecas estudiadas, según el género. Por ello en poesía tengo en cuenta 60 bibliotecas, en novela, 63, y en teatro, 59. Por otra parte, en alguna aislada ocasión no ha sido posible precisar el número de libros que forman la biblioteca.

Recordaré, para que todo quede claro, que, a pesar de todos los problemas enunciados, utilizo, en general, el término libro,aunque quizá hubiera sido más conveniente el de registro.

Varía, naturalmente, la ortografía de los inventarios, por lo que, en general, unifico con criterios actuales para facilitar la comprensión.

2.1.2. La literatura en las bibliotecas

Antes de entrar en los terrenos del canon de excelencia, de acuerdo con los autores y obras presentes en las bibliotecas estudiadas, creo que es necesario valorar el peso de la literatura en dichas bibliotecas, según los géneros literarios, lo que supone también responder a la incitante pregunta ¿qué había, además de obras literarias, en esas bibliotecas del siglo XVII?,aunque a esto sólo pueda aludir de forma meramente sintomática, pues son miles de libros los que entran en el cómputo. Adelanto que sería un estudio muy sugestivo el de los temas y sus proporciones en las bibliotecas, lo que abriría un importante camino para acotar el imaginario cultural del siglo. Quede ahí el reto.

Los datos sobre el peso del libro literario en las bibliotecas estudiadas, contando, además, con las que no tienen literatura, son contundentes:

Prescindo, por las razones apuntadas, de las bibliotecas del conde de Gondomar (35) y de Felipe IV (55) y, claro está, de las que no hay inventario completo (10; 23; 28; 33; 50; 61) y de las que no tienen literatura en sus fondos, lo que hace un total de dieciocho bibliotecas, es decir cuento 47 aquí. Los datos son los siguientes: hay quince bibliotecas (31,91%) que tienen hasta el 5% de libros literarios en sus fondos: […]

Trece bibliotecas tienen del 5,1 al 10% de libros literarios (27,65). […]

Diez bibliotecas del 10,1 al 15% (21,27%). […]

Por fin, en otras nueve bibliotecas la presencia de libros literarios supera el 15% (19,14%), sobrepasando el 20% en siete de ellas, lo que es una proporción muy importante en sí misma, pero de poco relieve en el conjunto: […]

Queda claro en lo que antecede que la mayoría de las bibliotecas (28) tienen hasta el 10% de libros literarios en sus fondos (59,57% del total), mientras que las que superan el 20% de libros literarios son solamente siete (14,89% del total). No puede olvidarse, además, que en diez bibliotecas no aparecen obras literarias, lo que reduce todavía más el peso de la literatura22.

Teniendo en cuenta los datos apuntados, y sin entrar en proporciones, ni en distinción estamental, hay que preguntarse por lo que en estas bibliotecas rodeaba al libro literario, es decir, ¿qué había además de literatura? Un simple muestreo nos descubre la muy importante presencia del libro religioso con una gran variedad de géneros y manifestaciones, que van de devocionarios, libros de horas, letanías, sermones, pasionarios, Evangelios, Biblias, a obras de San Agustín, San Jerónimo, San Ambrosio, Santo Tomás, Kempis, Santa Teresa, fray Luis de Granada, Flos sanctorum, etc. El peso del libro religioso en las bibliotecas es muy destacable, como digo, y muestra unos determinados horizontes del imaginario colectivo. Importante lugar tiene la Historia en estas bibliotecas, también con variedad de géneros: crónicas, anales, guerras… No faltan, aunque ya no sea tan significativo, libros de diversas ciencias (Derecho,Teología, Política, Astronomía, Geografía, Administración…), de la especialidad profesional de los poseedores; «libros prácticos» de labores, cocina, lunarios, pronósticos, caligrafía, agricultura, viajes, mapas, etc. Importante es subrayar la recurrencia de autores como Nebrija, gramáticos y retóricos, Guevara, libros de apotegmas y sentencias, etc.

Las clasificaciones del propio siglo XVII, aunque distan mucho de nuestros conceptos clasificatorios de hoy y aunque a la hora de incluir títulos en cada uno de ellos ofrezcan muchos problemas, son útiles para reconstruir el modo de «acotar» saberes en el propio siglo, pero no puedo entrar en ello aquí.

Sería necesario, ya lo dije, un estudio detallado de proporciones de los distintos tipos de libros, no sólo para conocer la cultura de la biblioteca en el siglo XVII, con diferencias por niveles socioculturales, sino el lugar de la literatura en este rico y variado conjunto. Desborda esto mis intenciones aquí, y sólo he pretendido —una vez que hemos visto y valorado las proporciones del libro literario— ofrecer un breve panorama de los libros que «rodeaban» a la literatura en las bibliotecas estudiadas. Hay que tener presente todo esto a la hora de reconstruir e interpretar el «canon de excelencia» literario en dichas bibliotecas, que es lo que me interesa realmente aquí.

3. EL «CANON LITERARIO» EN LAS BIBLIOTECAS

Ya quedó explicado en el apartado 2.1.1 el sentido y alcance de tan complejo sintagma, cual es el de «canon literario» en su utilización en estas páginas. Por ello, voy a presentar, de acuerdo con el número de apariciones en las bibliotecas estudiadas —y, en el caso de la poesía, número de ejemplares, por su especial valor— el escalafón de prestigios, es decir, el orden de importancia, en teatro, prosa de ficción (incluyo también el cuento, la fábula y Celestina) y poesía, prescindiendo de los autores y obras que aparecen en una sola biblioteca, porque no me parecen relevantes para mis intereses aquí:

Teatro

1° Terencio: 11

2° Séneca: 6

Plauto: 6

3° Lope de Vega: 3

Aristófanes: 3

Guarini: 3

Ferreira: 3

Naharro: 3

Rueda: 3

4° Sófocles: 2

Eurípides: 2

¿Lobo?: 2

Enzina: 2

Gil Vicente: 2

Cueva: 2

Virués: 2

Prosa de ficción

1° Esopo: 13

Celestina:10

3° Boccaccio: 7

Guzmán de Alfarache:7

Galateo + Galateo con Lazarillo:7

Diana:6

Arcadia (Sannazaro): 5

Arcadia (Lope de Vega): 5

Amadís de Gaula:5

Quijote + obras de Cervantes:5

6° Apuleyo: 4

Bandello: 4

Peregrino:4

Persiles:4

Pícara Justina:4

Selva de aventuras:4

7° Zintio:3

Lucanor:3

Timoneda: 3

Cristalián:3

Carnestolendas:3

Novelas ejemplares:3

Sergas:2

Heliodoro: 2

Argenis:2

Galatea:2

Florisel:2

Los diez libros de fortuna:2

Lazarillo, anónimo: 2

Pastor de Fílida:2

Febo:2

Días del jardín:2

Leucipe:2

Carlomagno:2

Don Diego de noche:2

Arcipreste de Talavera:2

Palmerín:2

Belianís:2

Pastores de Belén:2

Caballero Asisio:2

Menina:2

Florando:2

Noches de invierno:2

Lazarillo (Hurtado de Mendoza) (2).Ver 3° Galateo con Lazarillo.

Poesía

1° Virgilio: 21 (48)

2° Ovidio: 20 (58)

3° Petrarca: 16 (38)

4° Mena: 13 (20) (incluyo Glosas)

Lucano: 13 (18)

5° Ariosto: 12 (24)

Alciato: 12 (19)

6° Horacio: 11 (23)

7° Lope de Vega: 9 (30)

8° Torcuato Tasso: 8 (25)

Dante: 8 (14)

Boiardo: 8 (9) (8 + 1 en latín que cuento en poesía latina)

9° Juvenal: 7 (14)

Garcilaso: 7 (12)

Padilla: 7 (10)

Ausiàs March: 7 (9)

Covarrubias: 7 (7)

10° Homero: 6 (16)

Marcial: 6 (9)

Prudencio: 6 (8)

Barros: 6 (7).

Por de pronto, un hecho contundente salta a la vista: en teatro y poesía, el primero y segundo puesto lo ocupa la literatura latina clásica: Terencio y Séneca y Virgilio y Ovidio, respectivamente. En prosa de ficción, un clásico griego: Esopo. Además, con una presencia muy significativa: Terencio en once bibliotecas;Virgilio en 21 bibliotecas, con 48 ejemplares, y Ovidio en 20 con 58 ejemplares; Esopo en 13 bibliotecas. Supone esto que Terencio está presente en el 47,82% de las bibliotecas con obras de teatro y Séneca y Plauto en el 26,08%. Más significativo es, todavía, que la obra de Virgilio esté en el 43,75% de las bibliotecas con poesía y Ovidio en el 41,66%. Por su parte, la obra del griego Esopo está en el 35,13% bibliotecas con prosa de ficción en sus fondos. Creo, en consecuencia, que ha de tenerse en cuenta el peso de la literatura clásica que muestra esto, que todavía será corroborado por otros datos, que comentaré después.

Siguiendo con el «canon de excelencia», comprobamos que en teatro, si un comediógrafo como Terencio ocupa el primer puesto, a distancia, todavía dos clásicos latinos, un autor de tragedias como Séneca, y otro de comedias como Plauto, ocupan el segundo lugar, con su presencia en seis bibliotecas, frente a la ausencia de los grandes dramaturgos del siglo XVII (Guillén de Castro, Tirso de Molina, Ruiz de Alarcón,Vélez de Guevara, Calderón de la Barca, etc.), pues sólo el gran Lope de Vega aparece en tres bibliotecas (aunque en un caso con Góngora y en otro «Comedias de Lope de Vega y otros autores», cuyo alcance ignoro). Si tenemos presente que está a la altura del comediógrafo griego Aristófanes, del italiano Guarini, del portugués Ferreira y de los dramaturgos españoles del siglo XVI,Naharro y Rueda, podemos pensar que el teatro que se representaba en los corrales de comedias, coliseos y otros espacios teatrales23 no tenía el lugar merecido en las bibliotecas, quizá porque era, fundamentalmente, cultura oral, que tenía su lugar propio en los espacios teatrales. No se me oculta que el problema es de gran envergadura, pues hay que tener presente la variedad de formas impresas de difusión del teatro: partes de un solo autor, de varios autores, sueltas, pliegos de cordel… Pero es que todavía en el puesto quinto, dos bibliotecas, volvemos a encontrar dramaturgos del XVI (Enzina, Gil Vicente, Cueva,Virués), los trágicos griegos, Sófocles y Eurípides, y ninguno del siglo XVII.

A la luz de los datos que la documentación teatral del XVII proporciona24, no parece que el teatro de los dramaturgos del XVI,de los clásicos griegos y latinos, de los italianos y portugueses tuviera una «realidad escénica» en el siglo XVII,lo que lleva a pensar, con todas las reservas, claro, que eran los autores no representados los que tenían presencia en las bibliotecas, pues los del XVII«vivían» en los escenarios. Pero, habida cuenta de que el teatro del siglo XVII también vio la luz en forma impresa —con la variedad de formas a que aludí—, habrá que plantearse, desde varias perspectivas, la competencia lectura-representación, que, ayer y hoy, es un aspecto importante de la comunicación teatral.

En la prosa de ficción —aparte de Esopo en primer lugar, que ya vimos— me parece muy revelador el hecho de que La Celestina, de Fernando de Rojas (no entro aquí, en absoluto, en el problema del género literario), ocupe un segundo lugar, diez bibliotecas, con lo que viene a coincidir la memoria literaria con el canon de nuestro siglo, lo que no ocurrirá en otros casos, como veremos. Subraya la importancia de la obra de Rojas, ayer y hoy. Lo mismo que, en cierto modo, ocurre con Guzmán de Alfarache (3° en siete bibliotecas), a la altura del italiano Boccaccio, y de Galateo, de Lucas Gracián Dantisco, obra que no tiene ese peso en la memoria literaria, pero que en su mezcla de novela cortesana y cuentos debía tener un carácter de manual de cortesía y educación: Galateo español. De lo que se debe hacer y guardar en la común conversación para ser bienquisto y amado de las gentes.Y es significativo que se editara tanto suelto como acompañado del Lazarillo«censurado» (habría que sumar la edición separada del Lazarillo—Hurtado de Mendoza—, dos bibliotecas). Creo que es un testimonio de la distancia entre la realidad del siglo y la reconstrucción por la historia de la literatura, corroborada por el hecho de que el anónimo Lazarillo de Tormes sólo aparezca en dos bibliotecas (la del conde de Gondomar y la del rey Felipe IV).Aunque esto sea obligado por la censura, no deja de ser revelador de cómo el control condicionó la difusión literaria.

Parece que la novela pastoril del siglo XVI todavía contaba con una presencia importante en el siglo XVII,pues encontramos La Diana de Montemayor en lugar cuarto (seis bibliotecas) acompañada por otras novelas pastoriles en lugar destacado: en el quinto (cinco bibliotecas) Arcadia de Sannazaro y Arcadia de Lope de Vega, y todavía otras novelas pastoriles en octavo lugar (dos bibliotecas) en que conviven obras hoy más consideradas por la historia de la literatura, como Menina e moça o Pastores de Belén, con obras de menor peso y calado como Pastor de Fílida.Creo que es una incitación para replantearse la perduración de los géneros y la distancia del ayer al hoy, como vengo diciendo. Aunque soy consciente de la limitación de los datos, cuando menos es un reto para seguir investigando este apasionante problema.

Con su presencia en cinco bibliotecas (quinto lugar) comprobamos que el más singular libro de caballerías, Amadís de Gaula, está a la altura del Quijote de Cervantes. La obra señera del género y la que se propone destruirlo. Pero esto me interesa menos que el modesto lugar que ocupa la más importante obra de la literatura española. No me permito extraer conclusiones apresuradas sobre tan importante problema como es la recepción del Quijote en su siglo, pero es de nuevo una invitación para seguir avanzando en este imprescindible campo y para replantearse la duración del género caballeresco.

El sexto lugar (cuatro bibliotecas) testimonia la convivencia de géneros de la prosa de ficción en el siglo XVII,pero con obras importantes del canon de la historia de la literatura. Tenemos testimonios de la novela picaresca: Pícara Justina, pero también de la novela de «aventuras»: Peregrino en su patria; Trabajos de Persiles y Sigismunda; Selva de aventuras.Ésta era la realidad literaria del siglo, pero no hay que olvidar que también hay aquí lugar para la novela latina (Apuleyo) e italiana (Bandello). Algo semejante ocurre en el séptimo lugar (tres bibliotecas). Junto al italiano Zintio, encontramos libros de caballerías (Cristalián), novela «cortesana» (Carnestolendas), colecciones de cuentos (Conde Lucanor; Timoneda). Pero creo que el hecho más destacable es el modesto lugar de obra tan importante como Novelas ejemplares de Cervantes. Las investigaciones que lleva a cabo el grupo de I + D que dirijo25, con el análisis de cientos de inventarios, vendrán a corroborar estos datos.

A partir de aquí, hay un nutrido grupo de obras que aparecen en dos o en una biblioteca, que testimonian la presencia de los distintos géneros de prosa de ficción de los siglos XVI y XVII,pero no me internaré ya en este boscaje, pues lo más importante eran los primeros puestos del canon de prosa de ficción.

En poesía, visto ya el significado de Virgilio y Ovidio, 1° y 2° lugar, tenemos que el gran Petrarca, de decisiva influencia en la creación literaria, ocupa un tercer lugar, con su presencia en 16 bibliotecas con 38 ejemplares. Pero destaca el hecho de que no aparezca ningún poeta español hasta el cuarto lugar (13 bibliotecas) y que no sea ningún poeta del XVI o XVII,sino medieval: Juan de Mena, con 20 ejemplares, a la altura del latino Lucano (18 ejemplares). Se comprende el prestigio de la obra de Mena, pero no deja de llamar la atención que los grandes poetas del XV, como el marqués de Santillana y Jorge Manrique, no aparezcan en ninguno de los diez primeros lugares (Jorge Manrique aparece en tres bibliotecas y Santillana en cinco) y que no encontremos hasta el séptimo lugar (nueve bibliotecas) a un poeta del propio siglo XVII,como el gran Lope de Vega (aunque con treinta ejemplares). Lo mismo cabe decir de Garcilaso de la Vega (noveno lugar, siete bibliotecas, doce ejemplares), a la altura de un poeta de menor entidad como Padilla (diez ejemplares); Covarrubias (7 ejemplares) y próximo a un Barros (10° lugar, seis bibliotecas, siete ejemplares). Es decir, la presencia de poesía española en este escalafón se limita a Mena, Lope, Garcilaso, Padilla, Covarrubias y Barros y al valenciano Ausiàs March (noveno lugar, siete bibliotecas, nueve ejemplares) y destaca la limitada presencia de romanceros (5). Un poeta del XV,en lugar muy destacado, como vimos; presencia de poetas del XVI y XVII del «canon de excelencia», aunque aquí en modesto lugar, y de otros de menor calidad. Aunque hemos de tener presentes los procedimientos de difusión de la poesía, junto al impreso, manuscrito, oralidad, pliegos, poesía en la calle…, no dejan de ser datos muy reveladores, a tener en cuenta por la historia de la literatura.

Frente a lo que acabamos de ver, destaca la presencia de poesía latina y poesía italiana, lo que quizá pueda estar también condicionado por los procedimientos de difusión a que aludía. Además del hecho contundente, ya comentado, de los primeros puestos, tenemos que también encontramos poetas latinos en sexto lugar: Horacio (once bibliotecas); Marcial y Prudencio, décimo lugar (seis bibliotecas) e italianos de la altura de Ariosto (quinto lugar, 18 bibliotecas);Tasso, Dante (octavo, ocho bibliotecas), pero también aparecen poetas de menor relevancia que éstos como Alciato (quinto, doce bibliotecas) y Boiardo (octavo, ocho bibliotecas). Por otra parte, destaca el modesto lugar de la poesía griega, solamente Homero (décimo lugar, seis bibliotecas), lo que estaría de acuerdo con el peso del «renacimiento griego» que ha establecido Luis Gil26.

Tras el recorrido hasta aquí de «presencias», podría presentar una nómina de «ausencias» significativas, pero, aparte de su carácter abierto y, en consecuencia, difícilmente abarcable, prefiero seguir el consejo de Antonio Machado para la crítica literaria: atenerse a lo que hay y no a lo que no está. Creo que la literatura que hay en las bibliotecas, en los distintos géneros, permite unas conclusiones que no por provisionales dejan de ser significativas, tanto para reconstruir la «realidad literaria» del siglo como para valorar las diferencias, acuerdos, desacuerdos con lo que la memoria literaria ha retenido y con la reconstrucción que la historia de la literatura lleva a cabo. Sirve, además, para replantearse las consecuencias de las formas y medios de difusión, los resultados del control y censura,la «duración de géneros» y autores…, en suma,la realidad literaria del siglo, a la que habrá que seguir acercándose desde distintas perspectivas. Al fondo, siempre el problema del canon literario.

4. RELACIÓN DE INVENTARIOS DE LAS BIBLIOTECAS27

4.1. Introducción y explicación

Ya me he referido en el apartado 2b a los problemas generales de las fuentes de información (y allí remito), pero conviene ahora hacer algunas puntualizaciones concretas antes de pasar a la relación de inventarios, con los libros literarios en cada uno de ellos.

En poesía sólo doy autor (apellido, excepto cuando plantea dudas), entre interrogaciones cuando puede haber más obras con ese título, utilizando, en general, las identificaciones que proponen los editores de los inventarios. No hago distinción entre lengua original y traducción, y no incluyo aquí libros cuyo original es en prosa. De cada autor doy el número de veces que aparece su obra en cada biblioteca, entre paréntesis, título cuando no se ha identificado al autor y, entre paréntesis, cuando es del caso, la posible autoría. En novela doy título y autor, y en teatro autor sólo o autor y obra, utilizando, cuando es el caso, las identificaciones de los editores de los inventarios. Por las razones conocidas, en los inventarios 35 y 55 sigo criterios particulares.

En los inventarios 35 (conde de Gondomar) y 55 (Felipe IV) sigo los epígrafes de las clasificaciones, pero sitúo las obras en su lugar, en general, según la lengua original, aunque aparezcan en otro apartado; indico con asterisco las dudas, pero puede haber problemas por las clasificaciones, miles de libros, identificaciones, etc. En estos dos inventarios separo novela española y novela extranjera, sin dar la relación completa de ésta, habida cuenta de los géneros que interesan, específicamente, en este estudio.

No tomo en consideración, en el conjunto, salmos, letanías, cánones litúrgicos, libros de música, ni cuando de un autor sólo se mencionan «obras», como en Covarrubias, Policiano, Ateneo, Horozco, etc.

Excluyo, por problemas de identificación, adscripción genérica, dudas…, una serie de autores y obras (indico título cuando no figura el autor): Coloma (4). Silva de varios autores; Floresta española (6); Álvarez (7); Saldaña; Camilo (8). Baptista;Tintelman; Soria; Ioachim; Virgilio sobre Antonio de Nebrija (18). Hermosilla; El Pelayo; Fábula de Adonis; Lucrecia Morena (21). Biblioteca Hispánica; Picrio (25). La historia troyana; Silva nupcial (29). Ojea (30); Oviedo de Anguilano; Laçon; Olivia de Saúco; Galiçio (31). Tirses y Tirseo; Guzmán; Diálogos de amor de Dorida (34). Pasquino (36).Velázquez; Mártires;Villava; Álvarez;Vega; Historia de San Isidro; Pérez de Herrera (38). Hernández Blasco; Alexio Piamonte (41). Céspedes; Historia del rey Don Rodrigo; Milagros de Nuestra Señora; Las nueve peñas (43). Padilla (45). Zamora (46). Fábula pastoril; Arte del Antonio; Discreción del teatro del cielo (48). Tragedia de Europa; Miranda; Mayante de la muerte de Orlando; Orfeo en griego; Fábulas del Pronario; Prólogo de la primera epístola de Ovidio; Pelea de Acteón y Hércules; Petrarca espiritual (51). Matheo;Villalba (54). Fiestas de Lerma (56). Poggio florentino (59). Poliantea; Sidonio Apolinar; Ortelio; Erici Puteani; Pontano; Filostrato; Mateo; Céspedes; Ateneo; Espinosa; Hermani Hugon (63). Boccalini (64). En el caso de los inventarios 35 y 55 lo indico con asterisco, como se dijo.

Hay que contar con todo lo que se dice en el apartado 2b, en especial lo que concierne a título-libro-registro. En particular, cuando un título incluye varios volúmenes se cuenta como uno y cuando en un mismo volumen aparece la obra de varios poetas se computan individualmente. Pero, además, a la hora de indicar el número de libros en cada biblioteca (excepto en alguna ocasión en que no ha sido posible) hay que tener muy presente todo lo que se dice en el mencionado apartado 2b, especialmente en lo que se refiere a repeticiones, inclusión, en algún caso, de varios libros bajo una misma entrada, indeterminaciones, etc. Quizá la denominación de registro hubiera sido más adecuada que la de libro, pero he preferido ésta última, a pesar de los problemas.

A diferencia de los apartados siguientes de este libro, no se indica nombre ni profesión o situación social cuando figura expresamente en el título. Por la procedencia de este estudio, en la Relación que sigue se utiliza un procedimiento de cita que difiere levemente de la Relación de inventarios correspondiente al período 1650-1700.

b)Relación28

1 (1602) -«Brianda de la Cerda y Sarmiento. Duquesa de Béjar», Dadson, Trevor J., Libros, lectores y lecturas, Madrid, Arco/Libros, 1998, pp. 424-431. -58 libros. Poesía: Virgilio; Ovidio; Lucano. Novela: Cristalián de España (B. Bernal). Teatro: Comedia en portugués.

2 (1602) -«El gusto por la historia: la biblioteca de don Álvaro de Córdoba (…)», gentilhombre de cámara, Prieto Bernabé,José M., Lecturas y lectores. La cultura del impreso en el Madrid del Siglo de Oro (1550-1650), Mérida, ERE, 2004, II, pp. 69-73. -27 libros.

3 (1602) -«Disociación entre lecturas y actividad laboral. Magno Lucenberg, agente de negocios de los Fúcares, (…)», Prieto Bernabé,José M., Lecturas,pp. 315-318. -24 libros. Poesía: Virgilio; Ercilla. Novela: Amadís de Gaula, en francés.

4 (1602) –«Lecturas tradicionales en la biblioteca de Pedro García Carrero, cerero (…)», Prieto Bernabé,José M., Lecturas,pp. 382-386. -36 libros. Novela: Enrique fi de Oliva.

5 (1603) -«El platero Juan de Arfe y Villagarcía y el inventario de sus bienes», Barrio Moya, J. L., Anales del Instituto de Estudios Madrileños,19 (1982), pp. 30-31. -23 libros.Poesía: Ovidio (2). Novela y otros géneros: Patrañuelo (J. de Timoneda).

6 (1604) -«Dos Antonios de Segura y la librería de Antonio de Sigura», criado del rey, Astrana Marín, Luis, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes (…), Madrid, Instituto Editorial Reus, 1958,VII, pp. 792-793. -54 libros. Poesía: Lope de Vega; Garcilaso de la Vega; Ovidio (4); Alciato;Virgilio; Guajardo; B. Tasso. Novela: Arcadia (Lope de Vega); Selva de aventuras (J. de Contreras); 2a parte del caballero Asisio (fray G. de Mata) (verso); Galateo español (L. Gracián Dantisco). Teatro: Terencio en romance.

7 (1604) -«Alonso de Barros (1604)», escritor, Dadson,Trevor J., Libros,pp. 369-383. -151 libros: Poesía: Petrarca (3); Pérez de Guzmán; Libro de los cuatro cantos (Fuentes); Glosa sobre las Trescientas de Juan de Mena; Silvestre; Ovidio;Virgilio; Lucano; Novela y otros géneros: Pastor de Fílida (L. Gálvez de Montalvo); Celestina (F. de Rojas); Los diez libros de fortuna de amor (A. de Lo Frasso); Esopo.