Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pack Molly McAdams, n.º 11 - mayo 2018
I.S.B.N.: 978-84-9139-312-2
Portada
Créditos
Índice
De las cenizas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
Agradecimientos
Arriésgate
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Agradecimientos
—¿Conoces a alguno de los que van a estar allí, Ty?
—Solo a Gage. Pero no pasa nada, así podremos conocer gente nueva de inmediato.
Murmuré para mis adentros. No se me daba muy bien hacer amigos; no comprendían mi necesidad de estar siempre cerca de Tyler y, cuando aparecía con moratones o puntos, todos pensaban automáticamente que me estaba autolesionando o que Tyler y yo manteníamos una relación de abusos. Claro que eso no era culpa de ellos; nunca les respondíamos, así que los rumores seguían circulando.
—Cassi, nadie sabrá nada de tu pasado, los moratones que te quedan habrán desaparecido en pocas semanas y ya te has ido de allí. Además, no soporto que no tengas a nadie más. Confía en mí, lo comprendo, pero no lo soporto por ti. Necesitas más gente en tu vida.
—Lo sé. —Instintivamente me rodeé con los brazos, cubriéndome las zonas donde tenía algunos de los moratones. Por suerte nadie podía verlos, a no ser que me quedara en ropa interior, pero no podía decirse lo mismo de algunas de las cicatrices. Al menos las cicatrices eran normales en una persona, y las peores las tapaba la ropa, así que simplemente parecía propensa a los accidentes.
—Eh. —Tyler me agarró una mano y la apartó de mi lado—. Se acabó, no volverá a suceder. Y yo siempre estaré a tu lado, hagas nuevos amigos o no. Estoy aquí. Pero al menos inténtalo. Esta es tu oportunidad de empezar una nueva vida… ¿no es lo que hace ese pájaro que tanto te gusta?
—El fénix no es un pájaro de verdad, Ty.
—Lo que sea, pero es tu favorito. ¿No es eso lo que simboliza? El nuevo comienzo.
—Renacer y renovarse —murmuré.
—Sí, lo mismo. Mueren solo para volver y empezar una nueva vida, ¿no? Estamos empezando una nueva vida, Cass. —Negó ligeramente con la cabeza y después se puso serio—. Pero no te pongas a arder espontáneamente y te mueras. Te quiero demasiado y el fuego no les iría bien a los asientos de cuero.
Yo resoplé y le di un empujón con la otra mano.
—Eres un idiota, Ty; qué manera de estropear el momento tan romántico que has tenido.
Él se carcajeó.
—Ahora en serio. —Me dio un beso en la mano y me mantuvo la mirada durante unos segundos antes de volver a mirar hacia la carretera—. Nueva vida, Cassi, y empieza ahora mismo.
Tyler y yo no estábamos liados, pero teníamos una relación que ni siquiera entendía la gente con la que habíamos crecido.
Nos criamos a una casa de distancia el uno del otro, en un barrio con club de campo. Nuestros padres eran médicos; nuestras madres eran de las que se quedaban en casa con los hijos y pasaban las tardes en el club cotilleando y bebiendo martinis. Cuando cumplí seis años, mi padre murió de un ataque al corazón… precisamente mientras trabajaba. Ahora que soy mayor, no entiendo cómo nadie fue capaz de salvarlo; trabajaba en Urgencias, por el amor de Dios, ¿y nadie fue capaz de salvarlo? Pero, en aquel momento, solo sabía que mi héroe se había ido.
Mi padre trabajaba muchas horas, pero yo era su princesa y, cuando estaba en casa, solo estábamos los dos. Se atrevía a ponerse tiaras y boas para tomar el té conmigo; se sabía los nombres de todos mis animales de peluche, hablaba con ellos como si fueran a responderle; y siempre era el que me contaba cuentos por la noche. Mi madre era asombrosa, pero sabía que teníamos una relación especial, así que siempre se quedaba en el umbral de la puerta, observando con una sonrisa. Cuando yo me hacía daño, si él estaba en el trabajo, mi madre dejaba claro que no podía hacerlo mejor y entonces tenía que esperar pacientemente a que mi padre llegara a casa. Ella debía de llamarlo, porque él entraba corriendo en casa como si me estuviera muriendo, aunque casi siempre era un simple arañazo, me tomaba en brazos y me ponía una tirita donde fuera necesario, y milagrosamente me sentía mucho mejor. Como ya he dicho, mi padre era mi héroe. Toda niña pequeña necesita un padre así. Pero ahora, además de los valiosos recuerdos, lo único que me queda de él es su amor por el fénix. Mi madre había permitido que mi padre se saliera con la suya al pintar la enorme silueta de un fénix sobre mi cama cuando empecé la guardería, un dibujo que sigue allí actualmente, aunque mi madre amenazara constantemente con pintar encima. Y, aunque yo intenté quedarme con un anillo que llevó durante toda su vida adulta con un fénix grabado encima, mi madre lo había encontrado y escondido poco después de su muerte, y no había vuelto a verlo desde entonces.
Mi madre comenzó a beber obsesivamente cuando él murió. Su café de la mañana llevaba ron, a las diez de la mañana ya estaba preparando margaritas, después se iba al club a seguir con los martinis y, para cuando yo volvía del colegio, estaba bebiendo whisky o vodka directamente de la botella. Sacaba tiempo para sus amigas, pero dejó de despertarme para ir a clase, dejó de hacerme la comida, se olvidaba de recogerme del colegio, básicamente se había olvidado de que yo existía. Después de que el primer día me quedara olvidada en el colegio, y de que al día siguiente no fuera a clase porque ella no quería salir de su habitación, Stephanie, la madre de Tyler, empezó a llevarme al colegio y a recogerme sin decir palabra. Ella sabía que mi madre estaba sufriendo, pero no sabía hasta qué punto.
Después de una semana sin ropa limpia y tras varios casos de ensayo y error, empecé a hacerme la colada, intenté resolver sola los deberes y preparaba sándwiches de mermelada y mantequilla de cacahuete para las dos. Dejaba siempre uno frente a la puerta de su dormitorio. Casi un año después de la muerte de mi padre, Jeff entró en escena. Era rico, dirigía una gran compañía –su apellido estaba por todas partes en Mission Viejo, California–, pero hasta ese día yo no lo había visto ni había oído hablar de él. Un día Stephanie me dejó en casa y él se acababa de mudar, mi madre ya se había casado con él.
Aquella noche fue la primera vez que me pegaban, y fue mi propia madre. Mi madre cariñosa y dulce, que no podía matar ni a una mosca, y mucho menos dar un azote a su hija cuando se portaba mal, me pegó. Le pregunté quién era Jeff y por qué me pedía que lo llamase papá, y mi madre me pegó en la espalda con la nueva botella de whisky que había estado intentando abrir. No se rompió, pero me dejó un moratón con bastante mala pinta. Desde ese momento, no pasó un solo día sin que uno de los dos me agrediera de alguna forma. Normalmente eran puñetazos o tortas, y empecé a agradecerlos, porque, cuando empezaron a lanzar tazas de café, copas o lámparas, o cuando mi madre se quitaba los zapatos de tacón y me golpeaba repetidamente en la cabeza con la punta… yo no sabía si seguiría viva al día siguiente. Como una semana después de la primera agresión, me golpearon por primera vez con la llave de tubo de Jeff, y esa fue la primera noche que abrí mi ventana, levanté la malla metálica y me fui a la ventana de Tyler. A los siete años, me ayudó a entrar en su habitación, me dejó un pijama, puesto que yo tenía el camisón lleno de sangre, y me estrechó las manos hasta que los dos nos quedamos dormidos en su cama.
Durante los últimos once años, Tyler me había rogado que le permitiese contarles a sus padres lo que estaba ocurriendo, pero yo no podía permitir que eso pasara. Si Tyler se lo contaba, llamarían a alguien y sabía que me apartarían de él. Mi héroe había muerto y la madre a la que yo quería había desaparecido en el fondo de una botella; no pensaba permitir que alguien me apartara de Ty también. Lo único a lo que había logrado que accediera era a que, si alguna vez me encontraba inconsciente, se rompería cualquier promesa y podría contárselo a quien quisiera. Pero eso solo servía para mantener a Tyler callado; no habíamos tenido en cuenta a los vecinos…
Transcurridos los tres primeros años de abusos, dejé de meterme en casa de Ty cada noche, y solo lo hacía las noches en las que golpeaban algo más que mi cuerpo, pero Tyler siempre estaba esperando, pasase lo que pasase. Tenía un botiquín de primeros auxilios en su habitación y me limpiaría y vendaría todo lo que pudiera. Utilizábamos puntos de aproximación para casi todos los cortes, pero en tres ocasiones me obligó a que los dieran de sutura. Le decíamos a su padre que me había tropezado con algo mientras corría por la calle. No soy ingenua y sé que su padre no me creía, sobre todo porque no me gustaba correr y la única relación que tenía con los deportes era cuando los veía en la tele de Ty, pero siempre nos cuidábamos de ocultar mis moratones cuando estábamos con él y nunca intentó averiguar cómo me había hecho realmente los cortes. Yo me sentaba a la mesa de su cocina y dejaba que me cosiera; después me dejaban en la puerta tras asegurarse de que estaba bien, y Tyler ya estaba esperando junto a su ventana abierta en cuanto daba la vuelta a la casa. Todas las noches tenía algo preparado con lo que yo pudiera dormir, y todas las noches me daba la mano y se acurrucaba junto a mí hasta que nos quedábamos dormidos.
De modo que, cuando Tyler me besaba en la frente, en la mejilla o en la mano, nunca significaba nada romántico. Se limitaba a consolarme como había hecho desde que éramos niños.
—¿Cassi? ¿Te he perdido? —Tyler agitó la mano frente a mi cara.
—Perdona. La vida, empezar de nuevo. Los amigos, sí… esto va a ser… necesito… amigos. —Estoy segura de que debía de haber algo de gramática en aquella frase.
Ty soltó una carcajada, me apretó la rodilla y, tras unos minutos en silencio, agradecí que cambiara de tema.
—¿Qué te parece entonces el apartamento?
—Está genial. ¿Estás seguro de que quieres que me quede contigo? Puedo buscarme otro sitio, o incluso dormir en el sofá… —¿Otro sitio? La idea era tan absurda que casi resultaba divertida; no tenía ni cien dólares a mi nombre.
—Ni hablar, he compartido la cama contigo durante once años, no pienso cambiar ahora.
—Ty, pero ¿qué pasará cuando tengas una novia? ¿De verdad vas a querer explicar por qué vivo contigo? Por qué compartimos cómoda, armario y cama.
Tyler me miró durante un segundo antes de centrar la mirada de nuevo en la carretera. Sus ojos marrones se habían oscurecido y tenía los labios apretados.
—Te vas a quedar conmigo, Cassi.
Yo suspiré, pero no dije nada más. Ya habíamos tenido una versión de aquella discusión muchas veces. Todas las relaciones que él tenía acababan por mí y el hecho de que siempre estuviéramos juntos. No me gustaba echar a perder sus relaciones y, cada vez que salía con alguien, incluso dejaba de ir a su habitación y de responder a sus llamadas para que, en su lugar, pudiera concentrarse en su novia. Pero eso nunca duraba; se colaba por mi ventana, me sacaba de la cama y me llevaba de vuelta a su casa. Nunca tuvimos que preocuparnos por mis novios, ya que nunca había tenido uno. Con el sentimiento protector de Tyler y todo eso, nadie intentaba siquiera acercarse a mí lo suficiente. Tampoco es que me importara; el único chico por el que alguna vez había sentido algo era demasiado mayor para mí y solo había estado en mi vida durante unos pocos minutos. Cuando había abierto la puerta y lo había visto allí de pie, habían empezado a revolotear mariposas en mi estómago y había sentido una extraña conexión con él que no había sentido con nadie, e incluso después de que se marchara seguí soñando con su intensidad y con aquellos ojos azules hechizantes. Sin embargo Ty no sabía nada sobre él, porque, ¿qué sentido tendría? Yo acababa de cumplir dieciséis años y él era policía; sabía que no volvería a verlo, y así fue. Además, salvo por mi verdadero padre y por Ty, me costaba mucho dejar que se me acercaran los hombres, hubiera o no extraña conexión. Cuando mi mundo, ya alterado, terminó de quedar patas arriba en cuanto un hombre nuevo entró en nuestra casa… los problemas de confianza eran cuestión de tiempo.
Tyler había decidido ir a la Universidad de Texas, en Austin, donde estudiaba actualmente su primo Gage, que era dos años mayor que nosotros. Había oído hablar mucho de Gage y de su familia durante años, dado que eran los únicos primos de Ty, y me alegraba sinceramente de que se fuera. Gage era como un hermano para él y Tyler no lo había visto en varios años, de modo que compartir un apartamento con él sería bueno para Ty. Yo no estaba segura de lo que haría cuando Tyler se marchara; lo único que sí sabía era que me marcharía de la casa en la que había crecido. Solo tenía que aguantar un mes más hasta cumplir los dieciocho y después me iría. Pero Tyler, siendo como es, hizo planes por mí. Se coló por mi ventana, me dijo que hiciera la maleta y, antes de llevarme a su Jeep, les dijo a mi madre y a Jeff exactamente lo que pensaba de ellos. Yo no tuve tiempo de preocuparme por las consecuencias de su bronca, porque, casi sin darme cuenta, estábamos en la autopista camino de Texas. Hicimos el viaje en poco más de un día y ahora, tras haber estado allí el tiempo suficiente para vaciar el coche y darnos una ducha, nos dirigíamos hacia un lago, a una fiesta para reunirnos con Gage y con sus amigos.
La familia de Gage no era de Austin; no sabía en qué parte de Texas vivían, pero al parecer tenían un rancho. Tras enterarme de aquello, tuve que morderme la lengua para no preguntar cómo era Gage. Entendía que ahora estábamos en Texas, pero Austin ya había echado por tierra mis expectativas de carreteras polvorientas y plantas rodadoras, con sus edificios céntricos y verde por todas partes. Pero no sabía cómo sería vivir con un vaquero de vaqueros ajustados, hebilla gigante en el cinturón y sombrero como los que había visto en los rodeos y en las películas. Probablemente me echara a reír cada vez que lo viera.
Cuando nos acercamos al lago y al grupo de gente, tomé aliento en un intento inútil por controlar los nervios. No me entusiasmaba la gente nueva.
Tyler me agarró la mano y la apretó con fuerza.
—Nuevo comienzo, Cassi. Y yo estaré a tu lado.
—Lo sé. Puedo hacerlo. —Detuvo el Jeep e inmediatamente retiré esas palabras. «No», pensé. «No, no puedo hacerlo». Tuve que pensar rápidamente dónde estaba cada moratón y asegurarme de que la ropa los tapara todos, aunque ya lo hubiera hecho en el apartamento. No quería que nadie allí supiera qué tipo de vida había tenido.
Salté del Jeep de Tyler, tomé aliento de nuevo y me obligué a animarme. «Nueva vida. Puedo hacerlo». Me di la vuelta, bordeé el capó y, antes de llegar junto a Tyler, lo vi. No sé si decidí de manera consciente dejar de caminar o si seguía andando hacia Tyler y no me daba cuenta; lo único en lo que podía fijarme era en el tipo situado a unos tres metros de mí. Era alto, más alto que Tyler, que medía un metro ochenta, y llevaba unos pantalones cortos anchos de color tostado y una camisa blanca de algodón desabrochada, que dejaba ver su torso y sus abdominales bronceados y definidos. Tenía los brazos cubiertos de músculos, pero no parecía de los que se pasan horas en el gimnasio o toman esteroides. Me parecían unos músculos naturales, desarrollados a base de trabajo. Tenía el pelo negro azabache y revuelto, con ese aspecto de acabar de salir de la cama, y sentí un cosquilleo en la mano con la idea de deslizar los dedos por él. Desde allí no veía de qué color tenía los ojos, pero estaba mirándome fijamente con la boca ligeramente abierta. Tenía una botella de agua en la mano, levantada como si hubiera estado a punto de dar un trago antes de verme. Yo no tenía ni idea de lo que estaba ocurriéndome, pero todo mi cuerpo comenzó a estremecerse y empezaron a sudarme las palmas de las manos solo con mirarlo.
Había visto muchos tipos atractivos; Tyler parecía un modelo de Abercrombie, por el amor de Dios. Pero aquel nuevo chico no podía describirse con algo tan degradante como «atractivo». Parecía un dios. Se me aceleró la respiración y empezó a calentárseme la sangre cuando di un paso hacia él. Justo en ese momento, una rubia alta de piernas largas corrió hacia él, le rodeó la cintura con los brazos y le dio un beso en la mandíbula. Fue como si alguien me diese un puñetazo en el estómago e inmediatamente sentí celos de aquella chica, fuera quien fuera. Negué con la cabeza y me obligué a mirar hacia otro lado. «¿Qué diablos haces, Cassidy? Cálmate».
—¿Cassi, vienes?
Parpadeé y miré a Tyler, que tenía la mano extendida hacia mí.
—Oh, sí. —Miré otra vez al otro chico y vi que seguía sin moverse. La alegre rubia no paraba de hablar y él ni siquiera parecía estar haciéndole caso. Yo sentí que se me sonrojaban las mejillas por cómo me miraba, como si hubiese visto el sol por primera vez, y seguí andando hacia Tyler.
Tyler me acercó a él y me susurró al oído:
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —le aseguré, intentando que se me tranquilizara el corazón, en esa ocasión por una razón bien distinta.
Me dio un beso en la mejilla y me aparté.
—Bueno, deja que te presente a Gage.
Claro. Gage. Tyler me soltó la mano y colocó la suya en la parte inferior de mi espalda mientras me conducía hacia el chico nuevo y la rubia de piernas largas. «Oh, no. No, no, no, no».
—¿Qué pasa, tío? —Tyler le dio una palmada en la espalda y el chico nuevo apartó lentamente la mirada de mí para fijarse en el chico que le había golpeado.
A Gage se le desencajaron los ojos cuando vio a Ty.
—¡Tyler, hola! No sabía que estuvieras aquí ya.
Oh. Genial. Dios. Esa voz. Incluso con una frase tan corta pude captar su acento. Era una voz profunda y grave, y probablemente la cosa más sexy que hubiera oído nunca.
—Sí, acabamos de llegar. Cassi, este es mi primo Gage. Gage, esta es Cassi.
Gage me ofreció su mano.
—Es un placer, Cassi. Me alegro de que por fin estéis aquí.
Sentí que me temblaban las rodillas y un torrente de electricidad recorrió mi cuerpo cuando le estreché la mano. A juzgar por cómo miró nuestras manos unidas, él también lo había sentido.
—Me alegro de conocerte. —Ahora que estaba más cerca, pude ver sus ojos verdes y brillantes, ocultos tras unas pestañas negras y espesas. Era la masculinidad por definición. Desde su mandíbula angulosa hasta sus pómulos marcados, su nariz definida y aquellos labios que incitaban a besar; todo en él era masculino. Lo único que compensaba la masculinidad eran sus hoyuelos infantiles, que me tenían embobada. Sí, «dios» era la única palabra capaz de definirlo.
Nuestras manos no se separaron lo suficientemente deprisa para la rubia alta, de modo que extendió su mano también.
—Yo soy Brynn, la novia de Gage. —Enarcó las cejas al decir la palabra «novia».
Yo no debería haberlo hecho, pero volví a mirar a Gage. Él frunció el ceño, ya fuera por confusión o por enfado, cuando miró a Brynn. «Tiene que ser una broma», pensé yo. No me importaba que hubieran pasado solo dos segundos desde que lo viera por primera vez, aquella no podía ser una reacción normal para dos personas que acababan de conocerse, y tenía una maldita novia. Ni siquiera había sentido lo mismo con el policía que se había presentado en mi puerta aquella noche, ¡y había estado pensando en él durante casi dos años!
Estiré los hombros, le solté la mano a Gage y me fijé en Brynn.
—¡Me alegro de conocerte, Brynn! —Esperaba que mi sonrisa pareciera auténtica. No necesitaba ya un enemigo, sobre todo si salía con el chico con el que yo iba a vivir. Pero, maldita sea, no voy a mentir; ya estaba pensando en cómo podría quitármela de en medio.
Tyler y Brynn se dieron la mano, ella volvió a mirarme y advirtió que estaba haciendo todo lo posible por evitar mirar a su novio. Tyler y Gage estaban poniéndose al día y, cada vez que Gage hablaba, yo tenía que obligarme a no cerrar los ojos y entregarme a los escalofríos que su voz provocaba por todo mi cuerpo.
—Bueno, Cassi, ¿qué te parece si te presentamos al resto de las chicas? —preguntó Brynn con dulzura.
Tyler se mostró encantado; eso era exactamente lo que deseaba.
—Me parece fantástico —dije apartándome de los chicos. Me parecía mal alejarme, pero sentí que Gage me miraba mientras lo hacía.
—Tyler y tú, ¿eh? —dijo Brynn dándome un empujón en el hombro.
—¿Qué quieres decir?
—Hacéis buena pareja. —No era un cumplido, estaba sonsacándome información.
—Gracias, pero no. Tyler y yo somos buenos amigos, nada más.
—¿Estás segura de eso? He visto cómo te miraba, y te rodeaba con el brazo.
—Simplemente somos así. Hemos sido amigos toda la vida.
—Claro. ¿Y tú también vas a la Universidad de Texas? —preguntó. Parecía tener demasiada curiosidad.
—Oh, no. No tengo pensado estudiar.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —Si no hubiera sido por su media sonrisa, habría parecido interesada sin más.
—¿Sinceramente? No tengo ni idea. Tyler me hizo la maleta y me metió en su Jeep. Al parecer a Gage no le importaba que viviera con ellos. —Sonreí con superioridad y me volví para empezar a presentarme a las chicas que ahora estaban junto a nosotras.
¿Qué diablos había sido eso? Nunca me había sucedido algo parecido. Nada más ver a Cassi, había sido como si mi mundo se detuviera. Lo único en lo que podía pensar era en recorrer la distancia que nos separaba. No sé cómo describirlo, pero necesitaba acercarme a ella. Por desgracia, me quedé pegado al suelo, observando a la chica más guapa que había visto nunca. Su melena castaña estaba despeinada por el viento, y aquellos enormes ojos de color miel me hicieron desear perderme en ellos. Parecía tan dulce y frágil que deseaba rodearla con los brazos y protegerla para que no viera nada malo en el mundo, pero algo en sus ojos me dijo que ella sabía demasiado bien cómo era el mundo y que podía cuidarse sola. Y por eso resultaba tan confuso que se aferrara a mi primo como si fuera un salvavidas.
Tyler me dijo que iba a traer a una amiga a vivir con nosotros. Recordaba haber oído su nombre a lo largo de los años, pero, cada vez que hablaba de ella, parecía que eran solo amigos. ¿Por qué entonces le sujetaba la mano y le dio un beso en la mejilla? Ni siquiera pude disimular el gruñido que me salió al verlo. Y luego estaba la maldita Brynn. ¿Novia? ¿En serio? Habíamos tenido dos citas desastrosas el año pasado y yo le dije antes de acabar las clases que no quería ninguna relación con ella. Pensé que estábamos bien, porque me había evitado durante toda la tarde, hasta que aparecieron Cassi y Ty.
En cuanto Cassi habló, tuve que obligarme a respirar de nuevo. Su voz era suave y melódica. Le pegaba a la perfección. Era pequeña e, incluso con lo bajita que era, aquellas piernas enfundadas en unos pantalones cortos podían hacer que cualquier chico se arrodillara y suplicara. No podía dejar de pensar en cómo sería abrazarla, cómo quedaría en mi camioneta o en mi caballo. Y sí, no voy a mentir, ya me la había imaginado debajo de mí… pero era imposible no imaginárselo solo con verla.
Después de que Brynn se la llevara, tuve que hacer un gran esfuerzo por dejar de mirarla, pero no quería que Tyler se diese cuenta de que ya estaba completamente embobado con ella.
—Es mía, Gage. Vamos a dejarlo claro ya.
De acuerdo, puede que hubiese sido más descarado de lo que pensaba.
—Creí que habías dicho que erais solo amigos.
—Es mi mejor amiga, pero ya lo verás. Es mía.
Yo asentí y le di una palmada en la espalda para obligarme a aflojar el puño.
—Te entiendo, tío. Vamos a por una cerveza.
A medida que avanzaba la noche, seguí acercándome más a ella. Me sentía como un asqueroso, intentando estar cerca de ella, pero no podía evitarlo. Deseaba escuchar su voz y su risa; juro que cuando se reía parecía el canto de un ángel. Estuve a punto de soltar un gruñido. ¿El canto de un ángel? ¿Qué diablos me pasa?
Estábamos todos sentados en torno a la hoguera, hablando y bebiendo. Yo estaba a pocos metros de Cassi cuando ella se levantó para acercarse a Jackie. De no ser por lo que ocurrió inmediatamente después, le habría dado un puñetazo en la cara a Jake por tocarla. Con una mano le acarició la parte delantera del muslo y con la otra le agarró el culo, lo que hizo que ella se tambaleara, cayera encima de mí y derramara su cerveza sobre mi camisa.
Sus enormes ojos se volvieron aún mayores y ella soltó un grito ahogado.
—¡Oh, Dios! ¡Lo siento mucho! —El sol estaba poniéndose y estaba oscureciendo, pero yo vi claramente que se sonrojaba. Estoy bastante seguro de que su rubor se convirtió en mi nueva cosa favorita.
Me reí y la agarré por los hombros para estabilizarla, sin importarme en absoluto lo de mi camisa.
—¿Estás bien?
Ella se fijó en mis labios y se mordió ligeramente el labio inferior. Deseaba reemplazar sus dientes con los míos y, sin darme cuenta, me incliné hacia delante. Ella parpadeó rápidamente, levantó la mirada y después miró a Jake, que estaba a mi derecha.
—Estoy bien. Siento mucho lo de tu camisa, de verdad.
«Dios, esto no es normal. Me ha dirigido solo un par de frases en toda la noche, ¿y he estado a punto de besarla?».
—No te preocupes por eso —murmuré mientras ella se enderezaba y seguía andando hacia Jackie, pero acto seguido Tyler la apartó y le habló al oído mientras la rodeaba con los brazos.
—Maldita sea, cuando dijiste que tu primo iba a traer a una chica, no esperaba que estuviese tan buena —dijo Jake.
—Jake, si vuelves a tocarla… ya verás lo que ocurre.
—Vaya, estás ya colgado de la chica de tu primo, ¿eh? ¿Vas a intentar algo?
Miré a Cassi, entre los brazos de Ty, y negué con la cabeza mientras levantaba la cerveza para dar un trago.
—No. —«Sí, sí voy a intentarlo».
—Bueno, si tú no lo intentas, lo haré yo.
—Jake —gruñí yo.
—De acuerdo, de acuerdo. Relájate, Gage. No pienso tocarla, y ya la has oído… está bien. —Jake se inclinó para sacar otra cerveza de la nevera, se recostó en su silla y dejó de mirar a Cassi para fijarse en Lanie.
Después de una mirada rápida para comprobar que Cassi y Tyler seguían hablando tranquilamente, me levanté y caminé hasta donde estaban aparcadas todas las camionetas. Me quité la camisa mojada y la colgué en la parte trasera de mi camioneta antes de sacar una limpia del asiento de atrás. Al darme la vuelta, Tyler estaba caminando hacia mí.
—Me alegro mucho de que estés aquí —le dije.
—Yo también. —Dio un largo trago a su lata de cerveza antes de dejarla en la plataforma trasera—. Estábamos deseando llegar aquí. California empezaba a cansarme; me apetecía un lugar nuevo. Y, oye, sé que ya te lo he dicho, pero te agradezco que nos dejes quedarnos contigo. Sé que podrías haber compartido el apartamento con cualquier otro, y probablemente no hubiera traído a una chica consigo.
—No te preocupes por eso, tú eres de la familia. Para ser sincero, me sorprendió un poco que me dijeras que ibas a venir a Austin a estudiar conmigo. Después de que empezaras a negarte a venir al rancho con tía Steph y tío Jim hace unos años, di por hecho que ya no te caíamos muy bien.
—No, no tenía nada que ver con vosotros. No quería dejar sola a Cassi. Pero siento que pensaras eso.
Tomé aliento y me recordé a mí mismo que Cassi había seguido a Tyler hasta Texas.
—¿En serio? No lo entiendo, Ty, dijiste que era una amiga. Luego va y te sigue hasta aquí, y ahora dices que no querías venir de visita porque no querías dejarla. ¿Por qué nunca me dijiste lo que había realmente entre vosotros?
—Es complicado; de verdad éramos solo amigos. Pero ella me necesitaba; no podía dejarla. Y estoy enamorado de ella, tío.
Dios mío. Sentí como si alguien me hubiera dado un puñetazo en el estómago. ¿Cómo podía gustarme tanto aquella chica como para sentirme dolido por pensar que estuviera con Ty? Con cualquiera, en realidad. En serio, aquello no podía ser normal.
—¿Qué quieres decir con que te necesitaba?
Tyler suspiró y negó con la cabeza.
—Como ya te he dicho, es complicado.
Ambos levantamos la mirada cuando oímos a las chicas chillar y patalear. Algunos de los chicos estaban lanzándolas al lago, y no pude evitar dirigirme hacia Jake cuando este levantó a Cassi y se la echó al hombro. Ya había apretado los puños para cuando la dejara en el suelo. Ella tenía la cara oculta por la melena mientras le golpeaba en la espalda con sus manos pequeñas.
—¡Bájame! ¡No llevo bañador! —Parecía tan decidida para ser tan pequeña que estuve a punto de sonreír. A punto—. ¡Hablo en serio, bájame!
—Jake, te he dicho que no la tocaras. Bájala. —Estaba justo detrás de ellos. Cassi le agarró la parte superior de los vaqueros para impulsarse hacia arriba y mirarme, pero Jake se dio la vuelta para mirarme él. Cassi estaba intentando darle patadas también y él colocó las manos en sus muslos, lo que me hizo volver a apretar los puños.
—Vamos, Gage. —Parecía molesto—. Las demás chicas han caído al agua.
—Ella no quiere… —Jake la bajó al suelo e hizo que se le levantara la camisa por la espalda. Me quedé sin palabras, y al menos dos personas más situadas detrás de mí expresaron su sorpresa. ¿Qué demonios?
Tyler agarró a Cassi y comenzó a apartarla. La miró compasivamente y, cuando me miró a mí, lo hizo con preocupación. Cassi tenía la cara roja de nuevo y los labios apretados mientras permitía que Tyler la guiase hacia su Jeep.
Jake me miró como si estuviera loco; si no fuera porque los demás chicos tuvieron la misma reacción, yo también me habría sentido así. Me di la vuelta, seguí a Tyler y a Cassi hasta el Jeep y esperé hasta estar seguro de que nadie podía oírnos.
—¿Qué diablos acabo de ver?
Tyler la ayudó a subir al vehículo antes de caminar hacia el lado del conductor y abrir la puerta. Cassi miraba hacia delante con la mandíbula apretada.
—Ty, tío, ¿qué era eso?
—Nada. Te veremos cuando vuelvas al apartamento.
—¡Eso no podía ser nada!
Él suspiró, se apartó de la puerta y se inclinó hacia mí para que Cassi no pudiera oírlo.
—Mira, estábamos intentando evitar algo así, pero, como ya lo has visto, te lo explicaré más tarde. Pero esto es justo de lo que estaba huyendo ella, así que, si no te importa, me la llevo al apartamento.
No esperé a nada más. Prácticamente corrí hacia mi camioneta, agarré la camisa mojada mientras levantaba la portezuela trasera, me subí y volví a casa con ellos. Se me pasaron un millón de cosas por la cabeza de camino al apartamento, y todas ellas me hicieron agarrar el volante con fuerza. Estaba lo suficientemente oscuro como para no poder estar seguro de lo que había visto, pero parecían hematomas. Muchos. Había oído hablar de gente con algunas enfermedades que está llena de cardenales. Intenté imaginar de qué podría tratarse y pensé en su cuerpo diminuto. Si el aspecto de su cara no hubiera sido tan saludable, habría estado seguro de que se trataba de eso. Pero, a juzgar por lo que había dicho Tyler sobre no querer dejarla sola, tampoco podía descartar aquello. Me negaba a pensar en lo evidente; era imposible que alguien pudiera hacerle daño. De ser así, me encargaría de él.
¿Por qué sentía la necesidad de protegerla? No la conocía de nada y apenas habíamos cruzado palabra en toda la noche. No era así cuando se trataba de mis hermanas, y las quería más que a nada. No sé qué tenía aquella chica, pero ya se me había metido dentro. Y todavía no estaba seguro de sí eso me gustaba o no.
El trayecto se me hizo interminable, y suspiré aliviado cuando al fin aparqué en mi hueco. Cuando ellos se detuvieron junto a mí, corrí hacia la puerta del copiloto y la abrí. La cara de Cassi me hizo dar un paso atrás. No había ninguna emoción en ella y, aunque no me miraba a los ojos, los suyos parecían muertos. Extendí la mano para ayudarla a bajar, pero Tyler me empujó, me miró con rabia y la ayudó a bajar él mismo. La rodeó con un brazo mientras la conducía hacia nuestra casa y la llevaba directa a su dormitorio. Yo me quedé en el salón, esperando a que salieran, pero transcurrieron treinta minutos y la puerta seguía sin abrirse. Suspiré apesadumbrado, me di la vuelta y me fui a mi cuarto de baño a ducharme, dado que aún olía a la cerveza que Cassi me había derramado encima. Gracias a Dios no me había parado la policía de camino a casa. Cuando regresé a mi habitación, Tyler estaba sentado sobre la cama.
—Lo siento, Gage, Cassi no quería hablar contigo cuando hemos llegado.
—¿Está enferma, Ty?
Ty dio un respingo.
—¿Qué? No, no está enferma. ¿Por qué iba a…? Oh. No. No lo está.
Una parte de mí se sintió aliviada, pero, ahora que sabía que no era eso, me daba náuseas pensar en lo que podía haber ocurrido.
—¿Por eso no querías dejarla sola? —pregunté.
—Sí, por eso.
—¿Su novio?
Él negó con la cabeza.
—¿Sus padres? —apreté los dientes cuando él asintió.
—Espera un segundo. —Tyler caminó rápidamente hasta el otro lado del apartamento y yo oí que su puerta se abría y se cerraba dos veces antes de que regresara a mi habitación y cerrara la puerta—. Quería asegurarme de que estaba durmiendo; no quiere que lo sepas. Pero, dado que lo has visto, tengo que contártelo… necesito contárselo a alguien. —Se llevó las manos a la cabeza y tomó aire mientras su cuerpo empezaba a temblar—. No se lo he contado a nadie en once años. ¿Sabes lo que ha sido saber lo que ocurría y no ser capaz de decir nada?
—¿Once años? —pregunté yo, y me obligué a apoyarme contra la pared para no ir hacia él—. ¿Esto pasa desde hace once años y no se lo has contado a nadie? ¿Qué diablos te pasa?
—¡Ella me hizo prometer que no lo haría! Estaba aterrorizada con la idea de que se la llevaran.
—¿No has visto eso? ¡Tiene la espalda llena de manchas negras y azules!
Tyler levantó de nuevo la cabeza.
—Eso no es de lo peor que he visto. Solía venir con contusiones; en algunas ocasiones la convencí para que le dieran puntos. Te juro que esa chica es más dura que la mayoría de hombres que conozco, porque dejaba que mi padre le cosiera los cortes en la cocina sin ningún tipo de anestesia. Y había también veces en las que ni siquiera podía levantarse del suelo. Cuando era joven, a veces se quedaba allí tirada durante horas hasta poder moverse; cuando crecimos y le conseguimos un teléfono, me escribía mensajes y yo iba a buscarla.
Intenté tragar saliva para no vomitar.
—Llegó hasta ese punto y no dijiste nada nunca. ¿Qué habrías hecho si la hubieran matado una de esas veces, Ty?
Tyler dejó escapar un sollozo desde donde se encontraba.
—Me odio a mí mismo por permitir que pasara por eso. Pero, siempre que intentaba enfrentarme a ellos, ella salía y me obligaba a marcharme. Yo lo hacía y esa noche, o al día siguiente, era una de esas veces en las que la golpeaban con tanta fuerza que después no podía levantarse.
—Eso no es excusa, podrías habértela llevado. ¡El tío Jim podría haber hecho algo!
—Mira, Gage, ¡no puedes hacerme sentir peor de lo que ya me siento! Soy yo quien tenía que limpiarle la sangre, soy yo quien tenía que vendarle las heridas incluso en las múltiples ocasiones en las que deberían haberle dado puntos. Tuve que comprarme una nevera pequeña para mi habitación para poder tener hielo si ella venía. —Sacó el móvil del bolsillo, golpeó la pantalla varias veces con el dedo y soltó otro sollozo mientras me lo pasaba.
—¿Qué es esto? —Fueran lo que fueran aquellos hematomas, no habían sido causados por unas manos. Los pequeños rectángulos me resultaban familiares, pero no lograba identificar lo que eran.
—Un palo de golf. Lo de esta última vez ni siquiera lo sabía. Me lo ha contado cuando veníamos, y he sacado las fotos antes de entrar aquí. Me ha dicho que sucedió ayer por la mañana, antes de que fuera a recoger sus cosas.
—¿Hay más fotos?
Tyler levantó la cabeza un segundo para asentir.
—Desde que tuve mi primer móvil, he sacado fotos cada vez que venía, y siempre las paso a los nuevos teléfonos para poder tenerlas. Tengo copias de seguridad. Ella no me permitía decir nada, pero yo quería tener fotos por si acaso… —Dejó de hablar. No era necesario que terminara la frase; yo capté el mensaje.
Miré algunas de las fotos y no podía creer que aquella fuese la Cassi dulce que había conocido hacía unas horas. Hematomas de todas las formas, tamaños y colores cubrían su cuerpo y era horrible mirarlos, pero no podía parar. Podía verse como los que se difuminaban iban quedando cubiertos por otros nuevos, y en otras fotos se veían sus brazos, su espalda y su cara cubiertos de sangre. Lo más doloroso era que, en las fotos en las que aparecía su cara, tenía la misma expresión que yo había visto fuera. Sin emoción, unos ojos muertos, sin lágrimas.
—¿Qué le hacían?
—No quieras saberlo.
Claro que quería. Ya estaba planeando irme a California con mi pistola del calibre doce.
—¿Qué le hacían?
Tyler se quedó callado durante tanto tiempo que pensé que no iba a responder.
—Cuando empezó, normalmente eran solo golpes y patadas. A medida que fue creciendo, empezaron a golpearla con cualquier cosa que tuvieran a mano. Cuando eso empezó, Cassi solo venía a mi casa cuando se trataba de otros objetos. Llegó a echar de menos los días en los que solo usaban las manos.
—Entonces, lo que he visto esta noche, ¿dices que no es lo peor?
—En absoluto.
—¿Qué fue lo peor?
Tyler suspiró y me miró mientras las lágrimas resbalaban por su cara.
—No sé. Hubo algunas que sobresalían de las demás, pero no podría decirte una ocasión que fuera la peor.
Yo seguí mirándolo con rabia; merecía una paliza por permitir que se hubiese prolongado durante tanto tiempo. Cassi debía de tener ahora diecisiete o dieciocho años, de modo que debía de tener seis o siete cuando todo empezó. Y él lo había sabido desde el principio.
—Hace un par de años, una noche apareció la policía…
—Creí que habías dicho que no te dejaba llamar.
—No fui yo. —Suspiró y se pasó las manos por el pelo varias veces—. La anciana que vivía entre nosotros la oyó gritar una noche y llamó a la policía.
Me aparté de la pared y agité los brazos.
—¿Tuviste una oportunidad perfecta y aun así no hiciste nada? ¿Ellos no hicieron nada?
—¡Gage, yo ni siquiera supe que había ido la policía hasta que ella me escribió horas más tarde para contármelo!
—¿Qué ocurrió? —pregunté yo, y me obligué a apoyarme de nuevo contra la pared.
—Cassi abrió la puerta. Su madre y su padrastro estaban detrás de ella. No se le veía ninguno de los hematomas y todos negaron los gritos, incluyendo Cass.
¿En serio? ¿Qué diablos?
—Cuando se marchó la policía, su madre se quitó los zapatos y utilizó el tacón para golpearle la cabeza repetidas veces. Había muchísima sangre cuando yo llegué, Gage, y estuvo casi una semana sin poder apoyar siquiera la cabeza en la almohada. En otra ocasión su padre le lanzó un vaso de alcohol, ella lo esquivó y el vaso se hizo añicos contra la pared. Como no la alcanzó, él la agarró del cuello, la arrastró hasta donde estaba y siguió haciéndole cortes en la frente, en los brazos, en el estómago y en la espalda con uno de los cristales. Tuvo que llevar una bufanda todos los días hasta que desaparecieron las marcas de los dedos en el cuello. Y por eso lleva flequillo. Tiene esas cicatrices desde los diez años, y la de la cabeza ya apenas se nota, pero aun así ella intenta ocultarla. Intenta ocultarlas todas, pero algunas no puede a no ser que quiera llevar vaqueros y manga larga en verano.
Yo me quedé allí, de piedra, intentando relacionar a la chica de la que hablaba con la chica que yo acababa de conocer. Ni siquiera podía creérmelo viendo las fotos; no podía imaginar que alguien pudiera tocarla, o que ella estuviera dispuesta a permitir que siguiera pasando.
—Menudo hombre estás hecho, Tyler. —Abrí la puerta y me quedé de pie junto a ella con los brazos cruzados.
Pareció replegarse sobre sí mismo.
—¿Crees que no lo sé?
No podía decirle nada más. En cuanto salió de mi habitación, cerré de un portazo y me tiré sobre la cama. Quería obligarle a quedarse en mi habitación e ir yo a verla. Abrazarla y decirle que nunca permitiría que nadie volviera a hacerle daño. Pero, por alguna razón, Cassi lo prefería a él, y apenas nos conocíamos, así que resultaría muy siniestro que intentara acercarme lo suficiente como para oírla hablar esa noche.
Empecé a temblar al pensar que alguien pudiera ponerle la mano encima, y mucho menos usar objetos afilados. La dulce Cassi se merecía un hombre y unos padres que la mimaran. No unos que la golpeaban y un chico que se quedaba sentado sin hacer nada. Tragué saliva para contener el vómito por tercera vez desde que descubriera lo ocurrido y me obligué a quedarme en la cama.
Cerré los ojos e intenté estabilizar mi respiración, concentrándome en su cara y en sus ojos de color miel en vez de en lo que había visto en su espalda y en las imágenes que el teléfono de Tyler había grabado a fuego en mi cerebro. Imaginé que deslizaba las manos por su pelo largo y oscuro. Imaginé mi boca besando su cuello, sus mejillas y finalmente aquellos labios carnosos y atractivos. «Tyler no se la merece. En absoluto». Pensé en tomarla en brazos y llevármela al rancho para mantenerla a salvo el resto de su vida. Pero Cassi ya había estado viviendo una vida que no había elegido, así que yo tampoco elegiría por ella; esperaría a que ella lo abandonara y se acercara a mí.