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Título original: Ketogene Ernährung bei Krebs, Die Besten Lebensmittel bei Tumorerkrankungen

Traducido del inglés por Diego Merino Sancho/p>

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN

Solo las personas que se han enfrentado al diagnóstico «cáncer» saben lo que implica emocionalmente. Después del impacto inicial, dos preguntas vienen a la mente de los pacientes: «¿Qué pueden hacer los médicos por mí?» y «Qué puedo hacer por mí mismo?». En este libro trataremos de responder a esta última pregunta. A pesar de lo terrible que es saber que estamos enfermos, debemos recordar que nadie está desarmado frente al cáncer. Es importante contar con médicos competentes y comprensivos, pero no son las únicas opciones: los pacientes tienen en sus manos diversos modos de complementar la terapia. Por lo tanto, cuanto antes empiecen a actuar, más posibilidades tendrán de curarse, es decir, de influir positivamente en la evolución de la enfermedad y de nuevo llevar una vida activa y tan sana como sea posible.

La importancia que tiene la alimentación en la lucha contra el cáncer no sorprende a nadie. Lo mismo que nos alimenta a nosotros alimenta también a los tumores.

Además de nutrirnos, los alimentos activan en nuestro organismo un gran número de procesos que pueden contribuir a mejorar nuestra salud o a empeorarla. Lo que comemos puede ir más allá del abastecimiento de energía del tumor: en ciertos casos puede ayudar a que prolifere, en otros ralentizar su crecimiento y en otros incluso perjudicarlo.

Esto es una buena noticia, porque significa que podemos aprovechar los alimentos que ingerimos para lograr un efecto neutro o nocivo en el tumor.

Es la razón por la que las personas enfermas de cáncer deberían esforzarse por elegir, de manera precisa, aquellos alimentos y bebidas que nutren y fortalecen las partes sanas de sus cuerpos, sin que los tumores saquen provecho de ellos –e incluso mejor si los debilitan–. Estas personas deberían tomarse en serio el consumo de alimentos que permitan a su organismo crear sus propios remedios para luchar contra el cáncer.

Nosotros como autores del libro Krebszellen lieben Zucker-Patienten brauchen Fett 1 (publicado en 2012 por la editorial systemed-Verlag) estamos convencidos de que una alimentación pobre en glúcidos está indicada en la gran mayoría de los cánceres. Esta obra tenía como objetivo explicar las razones de nuestra convicción e indicar qué alimentos elegir; para ello presentamos, de manera detallada, los principios y argumentos científicos a favor de la alimentación pobre en glúcidos.

Este libro que tienes entre manos se diferencia en dos cosas del anterior. Por un lado, es una versión más breve, clara y simplificada pero también más práctica y asequible, cumpliendo así las peticiones de muchos lectores que encontraron el primero demasiado científico, detallado y «estadístico», por citar algunas críticas. Por otro lado, se trata también de una puesta al día de las investigaciones y los descubrimientos científicos hechos desde entonces.

En estas páginas te mostramos los conocimientos actuales sobre las dietas muy bajas en glúcidos para la salud en general y para el tratamiento contra el cáncer en particular. Partiendo de esta base científica, recomendamos una alimentación que, a la vez que satisface las necesidades fundamentales de nutrientes, micronutrientes, vitaminas y fibra alimentaria, cubre de forma directa las necesidades de las personas con cáncer. Al cabo de un tiempo, el metabolismo de los enfermos de cáncer se modifica, de manera que una alimentación rica en glúcidos se hace cada vez más difícil de asimilar y resulta perjudicial para su salud. Por el contrario, una alimentación cetogénica, es decir, baja en glúcidos, puede fortalecer las células sanas de sus cuerpos y proporcionarles, de manera óptima, la energía y las sustancias que necesitan para renovarse, sin que las células tumorales se aprovechen de ello.

En este libro no te proporcionamos una dieta «milagro». Sus afirmaciones de ninguna manera pretenden deslumbrar asegurando que basta con seguir una alimentación pobre en glúcidos y que se pueda «matar de hambre» al cáncer dejando de comer azúcar y feculentos. No contiene ninguna declaración no comprobada ni ninguna teoría arriesgada. Estos últimos años, la leyenda urbana que sostiene que se puede «matar de hambre» a los tumores se ha extendido como la pólvora y algunos nos han acusado de propagarla en nuestro libro publicado en 2012. Basta con leerlo para ver que esto no es cierto.

En esta obra, explicamos cómo las personas que padecen cáncer pueden seguir una dieta cetogénica para sentirse mejor –a pesar de la enfermedad.

¿Qué es la «alimentación cetogénica»? Cuando una persona consume a diario alimentos y bebidas que contienen, a la vez, muy pocos glúcidos y una cantidad importante de materia grasa, su hígado fabrica un gran número de pequeñas moléculas llamadas «cetonas», «cuerpos cetónicos» o «ácidos cetónicos»: se dice entonces que sigue una alimentación –o una dieta– cetogénica. El hígado produce cetonas a partir de la materia grasa. Estas cetonas representan una excelente fuente de energía para casi todos los tejidos corporales, sin aportarles nada o casi nada a las células cancerosas. Con la alimentación cetogénica, los tumores tienen un acceso más restringido a su alimento principal: el azúcar. Por este motivo, las cetonas pueden frenar de muchas maneras el crecimiento y la proliferación de los tumores. Además, una persona que sigue una alimentación cetogénica no le impone, de ninguna manera, a su cuerpo unas condiciones «artificiales» o anormales. De hecho, a lo largo de la historia de la humanidad, los períodos en los que la alimentación del ser humano contenía pocos glúcidos eran la regla y no la excepción.

Estos últimos años hemos visto muchos descubrimientos que hacen pensar que la alimentación cetogénica no solo es inocua para los pacientes de cáncer, sino que, además, es beneficiosa para la gran mayoría de ellos. Hemos escrito este libro porque estamos convencidos de que esta alimentación constituye un excelente y seguro modo –aunque por ­desgracia aún desconocido– de ayudar a los pacientes, y es nuestro deseo ponerlo a disposición de todo aquel que esté decidido a ponerlo en práctica.

Queremos precisar que, más allá de la venta de este libro, ninguno de los autores tiene ningún interés económico vinculado con la alimentación cetogénica ni con ningún producto o servicio relacionado con el contenido de estas páginas. No vendemos productos de la dieta cetogénica. Tampoco damos conferencias lucrativas. Y al contrario que otros autores de libros sobre alimentación anticáncer, nosotros somos totalmente independientes. No nos afecta ningún conflicto de intereses.

Además, nosotros probamos lo que recomendamos. De hecho, todos hemos seguido la dieta que preconizamos aquí durante largos períodos de tiempo y algunos aún continuamos con ella.

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Hablamos, pues, desde la experiencia: seguir una dieta cetogénica no solo es posible, también es agradable y delicioso. Podemos elaborarla sin mucho esfuerzo, usando productos congelados y precocinados, aunque es siempre mejor, por supuesto, cocinar uno mismo con ingredientes frescos y naturales. Pero de un modo u otro, la alimentación cetogénica es variada y sabrosa. Si por un lado elimina o sustituye las guarniciones a base de feculentos, incorpora por otro gran cantidad de vegetales y plantas aromáticas. Permite ser creativo en la cocina sin muchos esfuerzos. Ya sean entremeses, platos o postres, la alimentación cetogénica abre nuevos horizontes gustativos no solo a los enfermos, también a todos los que comparten mesa con ellos. Estos últimos pueden elegir: son libres de seguir acompañando sus platos de pasta o patatas –pero quizás se den cuenta de que una alimentación pobre en glúcidos les hace mucho bien a ellos también.

Este libro es una propuesta. No queremos convencer a nadie ni imponer nada. Lo que pretendemos es informar al público de que existe una manera de alimentarse especialmente adaptada para las personas con cáncer.

Esperamos que os sea útil.

CONSTANZA Y WURZBURGO, diciembre de 2015


1. «Las células cancerosas adoran el azúcar» –Los pacientes necesitan materia grasa.

EXPERIENCIA

EXPERIENCIAS DE UNA PACIENTE
por CHRISTIANE WADER

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«¡Usted tiene metástasis en el hígado!»
Esta noticia hizo que se me viniera el mundo encima

Una vez concluida mi terapia de cáncer de mama, estaba reincorporada a mi puesto de trabajo. Había comenzado una nueva vida. Yo seguía escrupulosamente el consejo de los médicos que consistía en mantener un tratamiento complementario de deporte de resistencia combinado con entrenamiento de fuerza.

Después de toda la rutina de cuidados postoperatorios y reconocimientos, ahora surgía este diagnóstico.

Corría el mes de septiembre de 2011. En febrero del 2010 recibí mi primer diagnóstico de cáncer de mama.

Cuando el cáncer vuelve a aparecer y se comprueba que los órganos están afectados por la metástasis, la noticia puede resultar aún más deprimente que en el primer diagnóstico. A partir de este momento ya se puede considerar, en la ­mayoría de los tipos de tumor, que se trata de una enfermedad incurable. Te sientes indefensa, en especial cuando has hecho todo lo posible para evitar una recaída. En el ámbito personal las cosas tampoco suelen resultar muy distintas.

Yo logré evadirme de este estado de indefensión. A ello me ayudó que la metástasis fuera catalogada como operable y se pudo eliminar a las pocas semanas del diagnóstico. Fue muy distinto cuando, después del primer diagnóstico, yo comencé, de acuerdo con el consejo de los médicos, a practicar actividades deportivas y también a tratar de encontrar distintas posibilidades de coadyuvar con la terapia.

Mi diagnóstico de la metástasis surgió a raíz de una PET-CT (tomografía por emisión de positrones combinada con una tomografía computarizada). El procedimiento consistió en inyectar previamente una solución de glucosa con un marcador radioactivo para que fuera visible en el cuerpo. Eso es debido a que los tumores que están creciendo sienten gran avidez por el azúcar, que hace destellar precisamente las zonas en que están ubicados.

Mi marido fue informado por el Dr. Peter Heilmeyer, por aquel entonces director de la Clínica Überruh, de Isny, que esta apetencia por el azúcar que sentían las células tumorales no solo servía como elemento diagnóstico, sino que, a lo mejor, también podía aprovecharse con fines terapéuticos. Heilmeyer contaba con unos primeros resultados positivos en sus estudios del cáncer con una variante de alimentación que fuera baja en carbohidratos (low-carb).

Durante mis segundas sesiones de quimioterapia conocí a la Profesora Ulrike Kämmerer, de la Clínica Universitaria de Wurzburgo, que había informado de un primer estudio aplicando esta forma de alimentación a enfermos cancerosos de todo el mundo. A pesar de que aquel estudio solo arrojaba algunos resultados positivos en pacientes aislados, yo estaba firmemente decidida a pasarme al nuevo tipo de alimentación, a la dieta cetogénica.

La verdad es que yo no tenía nada que perder, por lo que la posibilidad de hacer algo me proporcionaba una energía suplementaria. Para plantearme una meta alcanzable y poder distinguir un horizonte, me propuse adoptar la dieta cetogénica durante dos años. Sin embargo, en aquellos momentos resultaba difícil conseguir buenas informaciones, ideas creativas y consejos sobre el tema, pues la primera edición de este libro apareció en el año 2014 y la primera obra escrita, igualmente en la editorial systemed-Verlag: Krebszellen lieben Zucker-Patienten brauchen Fett, de la Prof. Dra. Kämmerer y sus coautores, la Dra. habil. 1 Christina Schlattere y el Dr. habil. Gerd Knoll vio la luz en mayo del año 2012. Así me embarqué por aquel entonces en un incierto futuro cetogénico.

Sin embargo, antes del primer libro los autores ya habían redactado un folleto informativo que fue la base y fundamento de mis conocimientos cetogénicos. Además, y de forma adicional, la señora Kämmerer me proporcionó personalmente algunos buenos consejos personales que me resultaron muy útiles en los primeros días y semanas. Sin una obra de referencia como la que aquí se presenta, los comienzos son muy duros. Yo debía recopilar, trabajando como una hormiguita, todas las informaciones adicionales relativas al tema. Por aquellos tiempos no solo se carecía de una «cultura de masas» cetogénica sino que los ingredientes de esa cultura eran un artículo escaso. Los alimentos especiales no aparecían en las tiendas de Internet y eran difíciles de conseguir.

Así pasé mucho tiempo, superando los obstáculos cetogénicos cotidianos y buscando en Internet ideas sobre recetas y sus potenciales ingredientes. Además fisgoneé en todas las tiendas de alimentación y comercios de productos dietéticos de mi entorno. En lo que se refiere a los productos que pudieran resultarme útiles, yo tuve que constatar que la dieta low-carb seguida no resultaba, en muchas ocasiones, fácil de valorar correctamente.

Esto, irónicamente, es válido sobre todo para los productos naturales, pues en ellos no figuran datos de su valor nutritivo.

En la variante más estricta de la dieta cetogénica, con un máximo de 20 g de carbohidratos por día, este valor se supera rápidamente por un exceso de azúcar o féculas. Un puñado de pimiento rojo, por ejemplo, pesa cerca de 100 g y contiene 6,5 g de hidratos de carbono. Eso no constituye un tope excesivo a la hora de incorporar a la comida otros alimentos con glúcidos. La incorporación de los otros dos nutrientes básicos (proteínas y grasas) también se plantea de forma muy exigente. Alimentarse de forma auténticamente cetónica y conseguir una perfecta distribución de los nutrientes no es algo que resulte sencillo.

Ya sea por error o por ignorancia, es frecuente, por ejemplo, ingerir mucha proteína en comparación con la cantidad de grasa, sobre todo a causa de las advertencias contra las grasas que, durante decenios, nos han grabado en la mente los gurús de la nutrición. A estos últimos se les puede y se les debería despedir sin más y mantener la conciencia tranquila ante el progreso de los avances científicos. Un filete magro no debe constituir un ideal. Es mejor un filete con mucha mantequilla vegetal que, además, tiene un efecto cetogénico. También el yogur vegetal y los lácteos sin aceite añadido de lino o coco contienen claramente más del 21% deseado de proteína.

El objetivo no debe ser, por tanto, desterrar radicalmente los carbohidratos, sino incrementar adicionalmente las grasas. Yo acostumbro a suplementar mis platos con mantequilla, grasa o aceite. Hay veces que, a la hora de comer, consumo además un trozo de queso con una capa bien gruesa de mantequilla helada y de esa forma ajusto mi relación de nutrientes. Al comprar los artículos me preocupo de que haya una buena relación omega-3/omega-6 y de que sean de buena procedencia. Por ejemplo, la mantequilla debe estar preparada con leche de vacas que hayan sido alimentadas con pasto. La meta consiste, para mí, en consumir entre el 5 y el 9% de carbohidratos, con umbral superior en los 20 g; de proteínas un máximo del 21%. El resto de la energía lo obtengo de las grasas. Constituyen entre el 70 y el 85% de las calorías absorbidas.

¿Cómo comienzo yo, en vista de estas experiencias, a organizar a partir de hoy la adaptación práctica de mi alimentación cotidiana? ¿Cómo conseguir que, a pesar de la novedad y los ingredientes que, en principio, resultan extraños, la comida me resulte apetitosa? ¿Cómo se puede ser feliz con la dieta cetogénica y no tener una constante sensación de renuncia a los platos preferidos?

Y ahora algo que puede sonar banal: no hay nada mejor que ponerse manos a la obra. Y todo comienzo siempre ­tiene su encanto. ¡Por lo tanto solo hay que empezar, confiar y entregarse a la aventura y la novedad! Que quede clara una cosa: cada persona es distinta a las demás, por lo que no cabe pensar que haya un inicio perfecto, un único camino ideal. De vez en cuando algo fracasa, porque no tiene un sabor agradable o la preparación conlleva mucho tiempo. Esto no tiene nada que ver con el principio especial «ceto», sino con el principio general «novato». ¡No hay que desanimarse! Para mí, al principio, la base de mi iniciación estuvo constituida por un buen conocimiento de los valores nutritivos. Yo hice pruebas seleccionando alimentos que suministraran menos de 5 g de carbohidratos por cada 100 g de producto. En la «Parte 3» de este libro se compendia la información sobre los alimentos más adecuados.

Resulta muy eficaz concentrarse en aquellos alimentos de origen natural cuyos valores alimenticios sean los adecuados en lugar de pensar insistentemente en los que a partir de ahora van a ser desterrados de nuestra mesa (por ejemplo, arroz, pasta o patatas). Lo que resulta realmente más inspirador es escuchar a tu propio apetito y responderle con creatividad. Ese es un gran primer paso para funcionar con la «ceto-cocina».

En el almuerzo y la cena resulta fácil readaptarse. En ellos solo se debe contar con una guarnición que sacie el hambre sustituyendo el arroz, por ejemplo, por una o varias verduras aliñadas con un buen aceite. Seguro que te vendrán a la cabeza una u otra de esas comidas consideradas «normales», pero podrás cambiar las patatas por un estupendo puré de chirivías con calabacín. Así seguro que todo resultará cetogénico desde el primer día e igualmente obtendrás experiencia culinaria. De hecho se renuncia comparativamente a pocas cosas pero se gana en otras muchas.

¿Qué se puede desayunar? Ya no se puede tomar ni el muesli normal ni los panecillos, pero, de todas formas, también existen innumerables posibilidades. Mi desayuno predilecto era un gran cuenco de ensalada de frutas con yogur que he sustituido por algunas frambuesas sobre pasta de almendras y requesón. ¿Has probado alguna vez la papaya? Los crepes de huevo, queso fresco y harina de coco tienen un sabor extraordinario. Una mezcla de nueces, semillas y algunas especias constituyen una buena base para el muesli, basta ponerla en remojo y cocerla para formar una granola. Es adecuada para llevar a la oficina y usarla como tentempié. Por lo demás, cualquier plato de huevos con aceite o una buena mantequilla clarificada sirve de magnífico desayuno y también es adecuado como piscolabis para el almuerzo o la cena. Existe gran número de variantes con hortalizas, hierbas aromáticas y especias que se pueden utilizar de forma muy distinta.

También se pueden comer dulces. Muchas personas pueden seguir con los que acostumbren, preparándolos exclusivamente con edulcorantes, estevia o un glicitol (alcohol de azúcar), por ejemplo el eritritol. En la bollería se sustituye la harina de cereales por un poco de almendra molida o harina de coco. Cualquiera conoce estos ingredientes de la bollería navideña y puedes incorporarlos a lo largo de todo el año a la máquina de amasar cetogénica. Para mí la adaptación no fue sencilla, y eso a pesar de que ya tenía conocimientos del tema que había ido recogiendo por todas partes. El presente libro, del que ahora aparece una nueva edición, rellena este vacío. Entretanto han ido apareciendo otros libros de recetas de cocina referidos a la dieta «ceto» y a la low-carb. En todos los comercios normales están apareciendo cada vez más ingredientes «ceto» y también disponen de productos preparados. En realidad tampoco hay que ser, como me ocurre a mí, especialmente ambicioso en la cocina para poder alimentarse de modo cetogénico. Creo que es fundamental contar aquí con un fundado conocimiento de que si bien algunos de estos productos son muy pobres en hidratos de carbono, también tienen poca grasa. Un trozo de bizcocho seco de tipo low-carb untado con mantequilla o grasa de coco resulta doblemente sabroso y exquisito.

Mi pretensión era, y sigue siendo, mantener estable la cetosis, una situación metabólica en la que el hígado incrementa la producción de cuerpos cetónicos. La principal fuente de energía para el organismo pasa de la glucosa a dichos cuerpos cetónicos. Quien no sea consecuente con su dieta cetogénica (es decir, que también ingiera muchos carbohidratos o proteínas, o que consume poca grasa) percibirá cómo «la cetosis se despide» de su cuerpo. El hígado ha detenido la producción de cuerpos cetónicos y el metabolismo vuelve a elaborar la glucosa primaria.

Esto puede ocurrir a veces, sobre todo al principio, cuando se desconoce la idea que acabo de apuntar. Y resulta catastrófico. Pero, y hablo en nombre de mi experiencia: no es una buena idea eso de cambiar durante el fin de semana una rutina «ceto» por una alimentación rica en glúcidos. La adaptación del metabolismo siempre es agotadora para el organismo. Cuando se es paciente de cáncer hay que emplear los recursos de la mejor forma posible para el día a día, o para la terapia que se siga, en lugar de estar ­sacrificándose ­constantemente a causa de los reajustes metabólicos. La presente obra fomenta un inicio cetogénico competente lo mismo que pretende ser un compañero regular a lo largo de los meses. Yo misma lo consulto de forma periódica y, sin embargo, siempre me asombro de que el hecho de refrescar mis conocimientos, profundizar en ellos y completar sus informaciones con mi propia experiencia, me posibilita la consecución de mejores resultados.

Pero la alimentación cetogénica es y se mantiene «distinta» de la corriente principal que impera en cocinas y obradores de panadería. En consecuencia, tú también debes atreverte a ser «distinto». Aliméntate en plan cetogénico y ríete de las miradas perplejas en el restaurante cuando te sirvas una y otra vez de la botella de aceite para tu ensalada. Si cocinas u horneas para tus amigos, te motivará el hecho de que a tus invitados les guste tanto la comida. Por último, he comprobado realmente que la baguete «normal» comprada para mis invitados se ha quedado intacta en la mesa y, en general, han preferido dedicarse a la barbacoa cetogénica. ¿No es esto suficiente para justificar que la cocina cetogénica puede resultar sabrosa y tan exquisita que, en modo alguno, supone renunciar a nada?

Naturalmente, esto hace aumentar la comprensión de familiares y amigos cuando descubren la cocina cetogénica y acaban por comprender que el paciente no es un «mártir» culinario y que la preparación de los platos no resulta tan complicada como cabría esperar. La consecuencia es que no solo aumenta la comprensión de los demás sino también el apoyo de amigos y familiares. Nuestro círculo más cercano puede ayudar, a base de aprender, a preparar comidas cetogénicas perfectas y adaptadas a los invitados.

Además de los parientes y amigos, también los médicos suponen unos acompañantes muy importantes en el camino después de un diagnóstico. Por desgracia, es frecuente que falte la imaginación suficiente para poder preparar, día a día, una comida baja en carbohidratos. La mayoría de los médicos estima que esa alimentación supone una restricción excesiva para los pacientes, y eso sin mencionar las dudas que surgen en este sentido. Es frecuente escuchar palabras desmotivadoras por parte de los médicos como, por ejemplo, que todo resulta demasiado duro y agotador. Realmente, es en el punto medio donde surge una buena calidad de vida para los pacientes cancerosos. Incluso he escuchado frecuentemente a pacientes afectados de otras enfermedades que hay que aceptar un diagnóstico grave y no renunciar.

Desde mi experiencia de muchos años, y mi marcado sibaritismo, puedo hacer una afirmación: la calidad de vida, el placer de comer y todo lo demás no sufren en absoluto, sino todo lo contrario. Lo que se necesita es una nueva orientación del pensamiento, un poco de organización y una apertura hacia lo nuevo. Naturalmente estamos ante un reto, pues hay que reconsiderar una forma de alimentación adquirida desde la infancia y aprender otra nueva. Sin embargo, el paciente cetogénico suele contar con la motivación y el tiempo necesarios para adquirir estos conocimientos. Además, hoy en día hay menos usuarios de la dieta low-carb que se sientan marginados, debido a que cada vez son más los que se sirven de la alimentación pobre en carbohidratos, la mayoría por motivos de salud o de fitness. No ocurriría así si la práctica resultara excesivamente intolerable o si fuera complicado preparar la comida según el nuevo recetario o que al incorporar productos más variados los platos supieran mejor. No hay que olvidar una cosa: la grasa es un saborizante. Además el gusto puede cambiar de forma muy variada: basta un poco de leche de almendras para percibir su dulzor o el «bergkäse» (queso de montaña similar al emmental, pero de sabor más fuerte) sin mantequilla extra para que resulte un sabor más seco.

Disfrutar de la creatividad en la cocina nos aporta placer, y las creaciones propias nos corroboran casi a diario que hemos elegido el camino correcto.

No pierdas la motivación si, al principio, resulta difícil compaginar la cabeza con el estómago y no todo sale bien. ¡Déjate inspirar y motivar por este libro, por las nuevas posibilidades culinarias y por la idea de su más que probable utilidad para la salud!

Este libro tiene que transmitirnos una idea básica acerca de los más recientes conocimientos científicos así como unos consejos prácticos sobre la forma de alimentarse. Yo la considero como muy valiosa y sobradamente conseguida. Sin los conocimientos que aparecen en ella, es probable que, a partir del diagnóstico de la metástasis, mi vida hubiera transcurrido de forma muy distinta. Reciban los autores mi más profundo agradecimiento por esta útil obra de referencia. Vaya mi especial reconocimiento a la Prof. Dra. Kämmerer por su inspiración, entrega y apoyo.

Creo que es importante decir alguna cosa más:

Sí, al cabo de cuatro años el diagnóstico es que mi metástasis está en total remisión, es decir, no hay signos de que crezca el tumor.

Sí, hoy me encuentro en una forma excelente y llena de planes para el futuro.

Sí, mi oncólogo me llama la «mujer milagro».

Y, por último, sí, la cetoalimentación combinada con un ejercicio regular ha jugado en todo lo anterior un papel muy importante.

Naturalmente, no se puede saber de forma precisa por qué ha ocurrido todo esto. Yo he escrito esta introducción porque quiero mostrar que la adaptación a esta alimentación resulta posible y beneficiosa para los pacientes. No la he escrito para que mi caso particular se constituya como prueba de la «eficacia terapéutica» de la alimentación cetogénica. Para eso se necesitan más estudios; yo espero que se realicen a pesar de lo difícil que resulta su financiación debido a que las empresas farmacéuticas no obtienen ningún beneficio de ellos.

También es interesante comentar que algunas personas interpretan la cetoalimentación como «alternativa» a las terapias convencionales. Es una postura errónea y peligrosa. Yo la veo, más bien, como complemento y no rechazo, en absoluto, los tratamientos de la medicina convencional. Es más, tampoco pretendo cambiar en el futuro mi forma de actuar. Y es que tiene mucho sentido todo lo que aparece en este libro.

Para que los pacientes puedan intercambiar ideas, preguntas y preocupaciones he creado el grupo Facebook: https://www.facebook.com/groups/ketobeikrebs/. Es un servicio de atención eficaz para pacientes con ideas similares y también para el encuentro online con expertos.

Deseo que la lectura te resulte sugerente y que obtengas gran éxito (y disfrutes) con la alimentación cetogénica.

CHRISTIANE WADER

MÚNICH, octubre de 2015.


1. «Habil», por habilitado, se refiere, en Alemania, al doctor que hace una tesis para ser profesor.

RELACIÓN

LA RELACIÓN CON EL MÉDICO

Aunque la alimentación cetogénica es casi tan antigua como la propia humanidad, la ciencia no ha reconocido su eficacia en los enfermos de cáncer hasta hace muy poco.

Es, por lo tanto, muy probable que tu médico no haya oído hablar de ella. Y a priori no será una excepción porque, hasta ahora, este tema se ha llevado como algo confidencial. Es más, de hecho, los descubrimientos en investigación médica tardan, de media, unos dieciocho años en llegar hasta las consultas.

Pero nadie está condenado a esperar dieciocho años. Los médicos están ya acostumbrados, hoy día, a que sus pacientes les lleven información que han encontrado –en la televisión, en libros, en Internet, etc.–. Ni el mejor de los médicos de cabecera lo sabe todo, pero un buen profesional siempre estará abierto a escuchar atentamente las preguntas de un paciente sobre la información que ha descubierto y, a su vez, investigarla. Algo muy fácil hoy día, más que hace veinte años, gracias a las nuevas tecnologías.

Es lógico que, si decides cambiar de alimentación, se lo comuniques a los doctores que siguen tu caso. Recomendamos hablar a toda costa con tu médico de cabecera y también con el oncólogo para comentar el cambio de alimentación. En ciertos casos, por ejemplo los diabéticos que siguen un tratamiento médico, la comunicación con el facultativo es absolutamente necesaria. Del mismo modo, te aconsejamos que consultes a tu médico cada vez que no te sientas bien, ya que la dieta cetogénica produce una ligera bajada de la actividad de la tiroides que puede ser molesta y afectar a las tasas de lípidos en sangre –vemos esta misma ligera e inocua bajada de la actividad de la tiroides en un ayuno, que produce el mismo efecto sobre el organismo que la alimentación cetogénica–. Cuando este problema aparece, tu médico puede remediarlo recetándote algún medicamento.

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La alimentación cetogénica no da ningún problema a la gran mayoría de los seres humanos. Pero cada individuo es único, por eso no podemos negar que, más allá de los primeros días de necesaria adaptación –con las ciertas dificultades que ello conlleva–, esta dieta puede no ser adecuada para determinadas personas. De ahí la importancia de que te siga y acompañe un médico.

De hecho, vemos cada vez más médicos a favor de la dieta cetogénica para los enfermos de cáncer. Las razones son, por un lado, los resultados de varios estudios y, por otro, lo que ellos mismos observan en aquellos de sus pacientes que han optado por esta dieta pobre en glúcidos y rica en materia grasa. Prueba de ello son los programas de televisión que se han emitido estos últimos años sobre este tema y que han dado la palabra a estos profesionales de la salud.

Puede ser que tu médico se oponga a este tipo de alimentación, incluso si le muestras las bases científicas sobre las que se funda. ¿Cómo actuar en este caso? Pregúntate si no sería mejor cambiar de médico o, al menos, consultar a otro con la mente más abierta a la alimentación cetogénica (esta última opción, desgraciadamente, tiene el inconveniente de ser más costosa porque te verás obligado a acudir a un especialista distinto al estipulado en tu seguro médico).

Existe otra posibilidad para poder beneficiarse de un acompañamiento médico continuo: participar en uno de los muchos estudios en marcha sobre la alimentación cetogénica en personas con cáncer.

parte1

¿Por qué elegir
una dieta cetogénica?

FUNDAMENTOS

CAPÍTULO I
¿QUÉ ES EL CÁNCER?¿DE QUÉ SE ALIMENTA?

Para describir lo que es el cáncer, a menudo evocamos la idea de una división celular fuera de control. En realidad, el cáncer no es una sola enfermedad, es un conjunto de distintas enfermedades que tienen en común el hecho de que ciertas células se comportan de manera descontrolada dentro de un tejido o de un órgano, ya sean los pulmones, un pecho, el hígado, la sangre, etc. Pero cuando evocamos este comportamiento descontrolado de las células cancerosas, ¿no deberíamos primero tener clara la noción de «división controlada»?

¿Qué es el cáncer?

Todos los seres humanos, al igual que la mayoría de los animales y las plantas (las que no se reproducen por esquejes o estratificación), provienen de una única célula. Normalmente se trata de un ovocito fecundado. Si este ovocito se dividiese una y otra vez produciendo más y más células ­idénticas, solo generaría un montón de células –pero no un caballito de mar, un cocotero o un ser humano.

Los organismos complejos solo pueden desarrollarse si las células se dividen y se especializan de forma controlada y según un programa muy bien definido.

La división controlada implica tres fenómenos:

  1. Solo se crean las células que van a ser utilizadas (por ejemplo para construir un hígado de un determinado tamaño).
  2. Ciertas células especializadas se generan en el lugar preciso donde serán útiles (por ejemplo, en el hígado se desarrollan las células hepáticas, cuyo aspecto y función son totalmente distintos a, digamos, las musculares o cerebrales).
  3. El organismo elimina de manera precisa todas las células no usadas.

Cuando estos mecanismos funcionan correctamente, el óvulo fecundado –imaginemos que se trata de un óvulo humano– da como resultado a un ser humano normal y, globalmente, con buena salud...

Esta división controlada, sin la que todos seríamos un montón de células creciendo hasta el infinito –y generando, por lo tanto, tumores– es un proceso altamente complejo y regulado. Desgraciadamente, también puede tener errores. A lo largo de la vida de un ser humano, nacen constantemente células que escapan a ese proceso. Por regla general, mueren o son detectadas por las defensas del cuerpo y reducidas hasta convertirlas en inofensivas o, al menos, son detenidas por el propio entorno en el que se encuentran. Aunque puede ocurrir que consigan imponerse y sigan dividiéndose. Se crea­ ­entonces una gran cantidad de células que se dividen una y otra vez de manera anárquica. Esta agrupación puede hacerse tan grande que termine creando problemas de salud. Puede desarrollarse dentro de otros órganos y perjudicarlos, además de competir con los tejidos sanos por la energía. Asimismo, las células pueden desprenderse y establecerse en otros lugares del cuerpo para crear allí otras agrupaciones de células: las metástasis. Es al enfrentarnos a este conjunto de fenómenos cuando la medicina habla de tumor maligno.

Las células cancerosas han perdido su capacidad para ser útiles y ordenadas dentro de un organismo. Y según pasa el tiempo, también pierden las características propias del órgano en el que nacieron.

El crecimiento descontrolado de las células no es el único punto en común de todos los tumores. Sea cual sea la razón por la que aparecen –infección viral o una de las muchas mutaciones genéticas que se producen–, casi todos los tipos de cánceres agresivos tienen una característica en común: la materia con la que se alimentan, es decir, aquello con lo que se abastecen de energía se aleja cada vez más de lo que usan las células normales.

¿De qué se alimenta el cáncer? ¿De qué no se alimenta?