Primera edición digital: mayo 2018
Imagen de la cubierta: Shutterstock.com
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Laura Vera
Revisión: David García Cames
Versión digital realizada por Libros.com
© 2018 Daniel Fernández de Lis
© 2018 Libros.com
editorial@libros.com
ISBN digital: 978-84-17236-54-0
Aunque hay que situar el inicio del reinado de la dinastía Plantagenet en el año 1154, con la coronación como reyes de Inglaterra de Enrique II y de su esposa Leonor de Aquitania, resulta imposible entender la historia de esta dinastía inglesa sin hablar previamente de su relación con las posesiones familiares en el actual territorio francés, de donde procedía el primer Plantagenet. Eso nos obliga a retroceder algo en el tiempo, para explicar los motivos que llevaron a un duque normando a invadir Inglaterra en el año 1066 y las consecuencias de dicha invasión.
A comienzos del siglo XI parecía que Inglaterra por fin comenzaba a afianzarse como reino sajón bajo la regencia de los descendientes del vencedor de los vikingos Alfredo el Grande… hasta la subida al trono de Aethelred II.
El apodo con el que Aethelred ha pasado a la historia, The Unready (el Indeciso podría ser una traducción adecuada), proviene de un juego de palabras entre el significado de su nombre sajón: Aethelraed (noble consejo) frente a Unraed (mal consejo, o sin consejo, e incluso aún peor, ya que podría significar consejo maligno o traición). Alude a su falta de preparación para gobernar, y quizá no sea del todo justo, ya que era un administrador competente y realizó una compilación de leyes conocida como Wantage Code que sería usada durante muchos años como base de las leyes civiles del reino. Además a él se debe la creación de una famosísima figura que perdura hoy en día incluso en los Estados Unidos: los jueces (reeves) de condado (shire); es decir, los shire-reeves, de cuya contracción deriva la palabra sheriff.
Pero Aethelred no era un líder carismático y tampoco un soldado. Por eso, cuando Inglaterra se vio sometida a un recrudecimiento de las invasiones danesas, Aethelred no estuvo a la altura. Los guerreros daneses eran dirigidos por el rey Harald Bluetooth y su hijo Sweyn Forkbeard. Las fuerzas de Harald y Sweyn no se parecían a las bandas de asaltantes vikingos del siglo IX, sino que constituían un ejército bien armado y mejor organizado que llegó a Inglaterra con intención de sacar el mayor beneficio de la situación y, sobre todo, no pretendía atacar y retirarse. Su propósito era asentarse en territorio inglés.
Aethelred basó su estrategia en dos pilares fundamentales: ofrecer a los asaltantes daneses ingentes cantidades de dinero en contraprestación por el mantenimiento de cierta paz en su reino (el tributo así pagado se conoció con el nombre de danegeld) y buscar una alianza con los descendientes de los vikingos del conde Rollo que se habían instalado en Normandía, casándose en segundas nupcias con la hermana del duque de Normandía, Ricardo II, de nombre Emma. Esta decisión de unir su destino con los normandos tendría enormes consecuencias en el futuro del país a partir del año 1066.
Sin embargo, Aethelred cometió un error fatal cuando ordenó que todos los daneses que habitaban Inglaterra fuesen masacrados, dando lugar a hechos como la llamada Matanza del día de San Brice. Como hemos comentado más arriba, ni Aethelred era un caudillo militar ni los sajones se encontraban en situación de hacer frente a los daneses cuando, en el año 1013, el rey de Dinamarca, Sweyn Forkbeard, se dio cuenta de que Inglaterra era una fruta madura lista para ser recogida y organizó una invasión en toda regla para hacerse definitivamente con el dominio del país. Zarpó desde Dinamarca acompañado por su hijo Knut con una impresionante flota de barcos lujosamente ornamentados, que provocaron una mezcla de miedo y admiración en los sajones, azotados durante años por la pobreza y el hambre como consecuencia de las invasiones danesas.
Aethelred y Emma se instalaron en Londres, donde opusieron resistencia junto al vikingo Thorkell, que había abandonado a Sweyn. Este prosiguió la conquista del resto del país y fue reconocido como soberano por diversos nobles y señores en Bath. Temiendo por su suerte si mantenían su resistencia, los londinenses acabaron por someterse a Sweyn.
Aethelred y su esposa buscaron entonces refugio junto con sus hijos en el condado natal de esta, Normandía, y aunque no llegó a ser coronado, Sweyn se convirtió de facto en rey (las fuentes de la época hablan de que en todo el país se le consideraba como el verdadero rey) en reconocimiento a su dominio de toda Inglaterra, un logro que había sido esquivo a sus antecesores. Lamentablemente para él no pudo disfrutar mucho de su situación, puesto que sólo tres meses después fallecía.
Cuando tuvieron noticia de su muerte y del regreso de su hijo Knut a Dinamarca para defender su derecho al trono danés, los nobles ingleses decidieron llamar de vuelta del exilio a Aethelred para que ocupara de nuevo el trono de Inglaterra. El hecho de que impusieran como condición para su apoyo a Aethelred «que gobernara el reino de una manera más justa a como lo había hecho en el pasado» demuestra el grado de insatisfacción que sus súbditos tenían hacia la forma en que se había desempeñado como rey. El monarca volvió a Inglaterra acompañado de su esposa Emma, pero dejaron en Normandía a sus hijos, entre ellos al futuro rey Eduardo el Confesor.
La tarea iniciada por Sweyn de conquistar Inglaterra fue completada por su hijo Knut, quien tras la muerte de Aethelred contendió por el dominio del país con el hijo del primer matrimonio del rey sajón, llamado Edmund Ironside. En 1016 Edmund también falleció y el camino de Knut quedó libre; sometió de manera definitiva al país, y fue coronado rey, adoptando la forma sajona de su nombre y pasando a la historia como Canute el Grande. Una de sus primeras medidas fue casarse con la viuda de Aethelred, Emma, para dar así apariencia de continuidad dinástica a su subida al trono. Knut concentró en sus manos el gobierno de las islas británicas, Dinamarca, Noruega y parte de Suecia, y gobernó de manera no disputada hasta su muerte en 1035. De su matrimonio con Emma nació Harthacnut.
A la muerte de Knut le sigue un período de incertidumbre, derivado de las disputas entre los candidatos a sucederle en el trono y acrecentado por el papel protagonista que los señores del reino, earls, han ido adquiriendo gracias a la política de Knut (quien dividió el reino en cuatro earldoms, cada uno de ellos regido por un earl); entre ellos destaca especialmente Godwin, earl de Wessex.
Tras un breve lapso en que el hijo de Emma y Canute, Harthacnut, ciñe la corona (1040-1042) emerge la figura de uno de los monarcas ingleses más recordados: Eduardo el Confesor, hermanastro de Harthacnut e hijo de Emma y Aethelred.
Eduardo, a quien sus largos años de exilio en la tierra de su madre (Normandía) habían dejado un especial vínculo con ese lugar y sus parientes maternos, gobernó hasta su muerte en 1066 luchando contra la dura oposición de Godwin y sus hijos. El mayor de estos, Harold, estaba destinado a ser el último rey sajón muerto en batalla.
Eduardo, elevado posteriormente a la categoría de santo, murió sin descendencia el 5 de enero de 1066. Tres grandes figuras de la época reclamaron el derecho a la sucesión en el trono inglés:
Harold Godwinson: al ser el más poderoso entre los pretendientes al trono de origen sajón, Harold era el heredero oficial, y de hecho fue coronado rey por el Witenagemot (asamblea de nobles sajona) tras la muerte de Eduardo, si bien era plenamente consciente de las reivindicaciones de sus formidables enemigos.
Harald Hardradda, rey de Noruega: reclamaba el derecho a la sucesión basándose en su vínculo con los reyes nórdicos que precedieron a Eduardo. El predecesor de Harald en el trono de Noruega, Magnus el Bueno y el rey de Dinamarca Harthacnut, hijo de Canute el Grande, habían acordado que el que sobreviviera de los dos heredaría todos los reinos del fallecido. Cuando el danés murió en 1042, Magnus se convirtió en rey de Dinamarca y heredó las pretensiones de los daneses al trono de Inglaterra. Estas fueron a su vez transmitidas a Harald Hardradda cuando sucedió a Magnus como rey de Noruega. Harald tenía fama de ser el mejor guerrero de su tiempo, reputación ganada a golpe de espada a lo largo de los campos de batalla del mundo conocido desde Escandinavia a Constantinopla.
Guillermo el Bastardo, duque de Normandía: intentaba basar su derecho a través de su tía y madre de Eduardo el Confesor, Emma de Normandía. Guillermo era la persona con menos posibilidades de acceder al trono que se pudiera imaginar. Como su propio apodo indica, era hijo bastardo de Roberto, duque de Normandía, lo que hacía poco probable que le sucediese. Esta dificultad se agravó porque cuando su padre murió, aunque le designó heredero, Guillermo sólo tenía ocho años, lo que hacía altamente improbable en aquella época que sobreviviese a todas las intrigas para desposeerlo de sus derechos. Guillermo lo hizo y a la muerte de Eduardo puso sus ojos en la apetecible manzana que era Inglaterra. Sostenía para ello que, ya en 1051, el arzobispo de Canterbury le había comunicado el deseo del rey inglés de que fuera su sucesor, intención que había confirmado el propio Harold Godwinson en un viaje a Normandía en 1064, en el que le juró obediencia como futuro rey inglés, poniendo su mano sobre reliquias sagradas. Las fuentes sajonas niegan que se produjera el viaje o alegan que el juramento se produjo bajo coacciones y amenazas. En todo caso, este argumento sirvió de excusa a Guillermo, quien proclamó que su invasión de Inglaterra se produjo por su santa indignación ante el quebrantamiento del juramento sagrado prestado por Harold. Guillermo obtuvo incluso el beneplácito para su expedición del papa Alejandro II, lo que no era baladí en la época. El carácter de «guerra santa» con el que se invistió la invasión normanda de Inglaterra inclinó la balanza de muchos nobles y caballeros indecisos en favor de la causa del Bastardo.
Durante todo el año 1066, Harold sabía que iba a sufrir dos invasiones, una por el norte (de Harald) y otra por el sur (de Guillermo), por lo que tuvo que mantener sus fuerzas preparadas para ambos supuestos y exprimir a sus servicios de información con el fin de que le tuvieran al tanto hasta del más mínimo movimiento en sus costas.
Finalmente fue Harald el primero en mover ficha (contando con el apoyo del hermano de Harold, Tostig) y la jugada le salió mal. Consiguieron una pírrica victoria inicial contra los sajones en la batalla de Fulford. Sin embargo, finalmente el más poderoso guerrero de la época fue derrotado por Harold en la batalla de Stamford Bridge, el 25 de septiembre de 1066. Harald y Tostig perecieron en la batalla.
En cuanto Guillermo tuvo conocimiento de ello, movilizó a sus fuerzas, obligando a Harold a recorrer con su agotado y mermado ejército todo el país para detener esta segunda invasión. Finalmente, ambos regimientos se encontraron en Hastings el 14 de octubre de 1066 y, aunque las tropas de Harold combatieron bravamente y tuvieron sus opciones, finalmente la batalla se decantó por los normandos y Harold falleció. Guillermo pudo cambiar su apodo de Bastardo por el de Conquistador.
Una cuestión era haber derrotado militarmente a los sajones en Hastings y otra muy diferente que ello supusiese la sumisión del país al ejército normando. De hecho, las fuerzas sajonas supervivientes tras la derrota organizaron una dura resistencia contra los normandos en su avance hacia Londres e incluso llegaron a elegir un sucesor. En Londres, apoyado por el arzobispo de York y los condes de Mercia y Northumbria, Edgar Aetheling fue elegido rey por un Witenagemot con muchas ausencias y reunido a toda prisa para suceder al fallecido Harold.
Edgar era descendiente de la casa real de Wessex y por sus venas corría la sangre del gran rey sajón Alfredo el Grande. Su mismo sobrenombre de Aetheling implicaba en el reino de Wessex un reconocimiento a su vinculación al trono.
Pero aunque la vieja tradición sajona contemplaba la elección del Witenagemot como forma de designar un rey, la costumbre continental requería una ceremonia de coronación como la definitiva toma de posesión del trono. Y Edgar no llegó a ser coronado en Westminster. Por ello, los normandos jamás reconocieron a Edgar como rey de Inglaterra.
Guillermo de Normandía aceleró su avance hacia Londres, en el que alternaba una violenta política de tierra quemada (arrasando poblaciones como Romney o Dover) con negociaciones con los magnates de la nobleza y el clero sajón para sumarlos a su causa, perdonando a la gente de ciudades como Winchester a cambio de una importante suma.
Sin embargo, a medida que se aproximaba a la capital, Guillermo supo que los ciudadanos habían cerrado sus puertas y no tenían intención de permitirle entrar en la ciudad. Las noticias de la elección de Edgar tampoco contribuyeron a tranquilizar al normando. Pero la toma militar de Londres era francamente complicada, entre otras cosas porque el río Támesis se interponía entre el ejército de Guillermo y la ciudad.
Guillermo, que contaba con el problema añadido de dotar de suministros a sus tropas, optó por una táctica que ya había usado antes y que repetiría años después, cuando el norte del país se levantó contra él, y que puede resumirse en tres pilares fundamentales: quema de poblaciones, asesinato de hombres y apropiación de las cosechas de los condados circundantes (Sussex, Kent, Hampshire, Middlesex y Hertfordshire).
La escasez de alimentos que esta política supondría y la partida de los condes de Mercia y Northumbria con sus tropas acabaron doblegando a los ciudadanos de Londres, y una delegación encabezada por el propio Edgar se dirigió a Berkhamsted, donde rindió homenaje a Guillermo. No sería un sometimiento definitivo.
Guillermo I llegó a su coronación con dudas. Por un lado prefería esperar a tener un mayor dominio militar del país y a la llegada de su esposa desde Normandía para que fuera coronada junto a él. Por otro, le resultaría más sencillo obtener la sumisión de los que todavía no le reconocían si lo hacía como rey proclamado en Westminster, y con ello se pondría fin además a la discusión sobre si Edgar era o no el sucesor de Harold. Se impuso la segunda opinión y se hicieron todos los preparativos para que Guillermo fuese coronado en una brillante y solemne ceremonia en Westminster el día de Navidad de 1066.
Inicialmente todo se desarrolló de conformidad con el ritual habitual en las ceremonias sajonas, con el arzobispo de York presidiendo la celebración y el nuevo rey realizando el tradicional juramento sobre el desempeño de su cargo. Pero en un momento determinado los acontecimientos dejaron de seguir su curso conforme a lo establecido. Las versiones de los hechos varían según la fuente. Para los historiadores normandos, a la guarnición que se encontraba en el exterior nadie le había explicado que, como parte del ceremonial, se preguntaría a los notables presentes dentro de la abadía si aceptaban al nuevo rey y que esta pregunta debía ser contestada a viva voz, en primer lugar en inglés por los sajones y después en francés por los normandos. Al escuchar el griterío, los soldados normandos pensaron que se había producido una traición sajona de última hora y se lanzaron a la quema de las casas cercanas a la abadía, aprovechando para dedicarse al pillaje y a atacar a los ciudadanos londinenses.
Por su parte las fuentes sajonas niegan esta versión, con un argumento que parece difícilmente discutible: si los soldados normandos hubiesen sospechado que Guillermo se encontraba en peligro se hubiesen dirigido al interior de la abadía en auxilio del rey, en vez de someter a las viviendas cercanas al fuego y al robo. Para añadir más confusión a la ceremonia, entre las personas que se encontraban dentro cundió el pánico y huyeron de la iglesia: algunas fueron pasto de las llamas y otras se sumaron al saqueo que estaban llevando a cabo los soldados normandos.
Con la abadía casi evacuada y las pocas personas que permanecieron en ella temblando de miedo, la celebración sin embargo siguió adelante y Guillermo fue coronado y ungido con los óleos sagrados que le confirmaron como rey de Inglaterra.
Durante los años siguientes Guillermo tuvo que seguir sofocando diversas rebeliones sajonas. En su lucha contra los focos de resistencia se comportó en ocasiones con sus súbditos y sus tierras más como lo haría un vándalo que como un rey de Inglaterra. Habíamos apuntado que el sometimiento de Edgar Aetheling en Berkhamsted no fue definitivo. Más bien todo lo contrario; a partir de ese momento, el objetivo de su vida fue la recuperación del trono inglés. Inició diversas rebeliones contra el dominio normando, pero todas ellas acabaron en fracaso y en su necesidad de buscar refugio fuera de Inglaterra. En 1069 encabezó un intento de tomar la ciudad de York que no pudo llevar a cabo y se vio obligado a huir a Escocia. En 1070 se unió a una invasión de Inglaterra llevada a cabo por los daneses; llegaron a tomar York, pero posteriormente la abandonaron y regresaron a sus barcos. Finalmente, Guillermo consiguió derrotar a los daneses y Edgar debió buscar refugio primero en Escocia y luego en Flandes, cuando Guillermo, harto de las incursiones de los escoceses y los exiliados ingleses sobre su reino, decidió lanzar una intrusión sobre su vecino del norte. Con ello pretendía, y consiguió, poner fin a la amenaza del rey Malcolm de Escocia, que se había vuelto más grave cuando este había contraído matrimonio con la hermana de Edgar Aetheling.
Este último no abandonó su idea de recuperar el trono inglés y, una vez en el continente, buscó el apoyo del rey de Francia. Felipe I le ofreció encantado un castillo desde el que amenazar las posesiones de Guillermo en Normandía y Edgar volvió a embarcar, con destino a Escocia, para buscar el apoyo financiero y militar de su cuñado, el rey Malcolm, para una nueva invasión de Inglaterra. Pero cuando navegaba de regreso a Francia su barco naufragó. Edgar perdió todo su tesoro y estuvo a punto de perder también la vida. De vuelta a Escocia, el rey Malcolm logró convencerle de la inutilidad de sus intentos de recuperar el trono inglés y de la necesidad de someterse y hacer las paces con el que ya era el indiscutido rey de Inglaterra, Guillermo I.
Finalmente, en 1075 Edgar Aetheling juró fidelidad a Guillermo el Conquistador, quien le perdonó sus intentos de rebelión permitiéndole pasar el resto de sus días como un miembro más de su corte. Llegó a combatir por él en Italia y participó en las cruzadas.
A la muerte de Guillermo I le sucedió su hijo Guillermo II, para el que Edgar realizó funciones diplomáticas en Escocia. Cuando Guillermo II falleció, sus dos hermanos Roberto y Enrique se disputaron el trono de Inglaterra. Edgar se puso una vez más del lado perdedor y se alineó con Roberto, que finalmente fue derrotado por Enrique I. Edgar fue hecho prisionero por el nuevo rey en 1106, pero fue liberado y pasó el resto de sus días retirado en sus posesiones en Hampshire, sin meterse en más problemas hasta su muerte en 1125.
Edgar no fue el único sajón que luchó contra la conquista normanda de Inglaterra. La resistencia fue especialmente dura en el norte del país, donde la presencia e influencia de los daneses estaban todavía muy vigentes. Tan es así, que Guillermo emprendió una brutal campaña para someter a los rebeldes territorios norteños, conocida como The Harrying of the North (El Hostigamiento del Norte), y en ella el Conquistador no tuvo piedad alguna ni con la población (se estima que murieron asesinadas por los normandos cerca de cien mil personas), ni con el ganado ni las cosechas (arrambló con toda la tierra fértil que se puso a su alcance).
Entre los sajones que se negaron a aceptar el dominio de Guillermo destaca en la cultura popular inglesa la figura de Hereward the Wake (Hereward el Proscrito). Era hijo de un noble sajón que fue asesinado junto con su hermano por los normandos. Tras vengar la muerte de sus familiares, Hereward se convirtió en un proscrito y tuvo que huir de las propiedades familiares.
Él y sus hombres se refugiaron en las marismas densamente pobladas de bosques cercanos a Ely. A semejanza del bosque de Sherwood, los partidarios de Hereward (curiosamente conocidos como «hombres de los bosques») se refugiaron en un terreno de difícil acceso y que era necesario conocer como la palma de la mano; de esa forma, ocultos en las boscosas y pantanosas tierras de Ely, evitaban el acoso de las tropas normandas de Guillermo.
Este grupo de desterrados, a los que se unieron algunos daneses (Hereward tenía antepasados daneses), se dedicó a atacar y a asaltar a las partidas de soldados normandos que patrullaban por la zona. La más famosa de sus correrías les llevó a atacar la abadía de Peterborough con el fin de salvar sus tesoros de la rapiña normanda. Finalmente, y al parecer con la intervención de los monjes de Ely (que señalaron a los normandos un camino secreto para llegar hasta el campamento de Hereward), este y sus hombres fueron desalojados de dicho campamento y Hereward tuvo que huir fuera de Inglaterra. Al parecer, años después obtuvo el perdón real y recuperó sus propiedades, ya que las mismas figuran a su nombre en el recuento de tierras realizado por Guillermo y conocido como The Domesday Book.
Hubo otros sajones, como Gytha, madre del rey Harold derrotado en Hastings, o Waltheof, señor de Northumbria, quienes también se opusieron militarmente a la dominación normanda, pero ha sido Hereward el que ha pasado al imaginario inglés como héroe de la resistencia sajona contra la invasión normanda, hasta el punto de que se considera que alguno de los rasgos atribuidos a Robin Hood le corresponden a él.
Cabe preguntarse qué cambios supuso para los habitantes sajones de Inglaterra la conquista normanda del país tras la batalla de Hastings. Dejando a un lado la ya comentada política de tierra quemada llevada a cabo por Guillermo en los alrededores de Londres y en el norte, lo cierto es que esta respuesta varía en función del grupo social al que nos refiramos. Así, para los esclavos situados en el escalafón más bajo poca diferencia pudo suponer la procedencia o el idioma de sus amos. En el mismo sentido, los agricultores y hombres libres siguieron más preocupados por sus cosechas y por sus medios de alimentación que por los vaivenes políticos.
Los más afectados fueron los alrededor de cinco mil thengs o señores, que pasaron de ser la clase dominante del país a verse relegados en posesiones, riqueza y poder por la élite del ejército normando. Tuvieron que adaptarse a la nueva situación y eso no siempre fue fácil y llevó su tiempo.
Uno de los principales cambios entre el sistema sajón y el normando se produjo en las normas sobre la propiedad de tierras y la herencia. Para los sajones el concepto de propiedades era de carácter familiar, en el sentido de que el derecho a su uso incluía a hijos, hermanos, sobrinos, tíos y demás parientes, y cuando un theng fallecía sus propiedades se dividían entre sus descendientes. Para los normandos, sin embargo, el principio fundamental era el mantenimiento del imperio familiar, por lo que la primogenitura era el elemento esencial para tener derecho a la herencia. Los demás hijos varones tenían que buscarse la vida como caballeros en batallas y torneos, o en el ámbito eclesiástico; las hijas eran moneda de cambio para las alianzas estratégicas familiares. El principio de la primogenitura era aplicable también en lo referente al reino; el tiempo de la designación del sucesor del rey fallecido por elección del Witenagemot propio de la monarquía sajona dio paso al de la monarquía hereditaria normanda.
Otro cambio singular en la mentalidad de la nobleza después de la conquista fue el de la obligación de prestar servicios militares y tropas a la Corona en caso de conflicto. Para los thengs sajones, era su condición de terratenientes con recursos económicos y humanos la que justificaba que tuvieran que acudir a la llamada del rey. Tras la conquista, Guillermo cambió el orden de los factores: primero estaba la obligación de prestar hombres y servicios militares al rey. Si esta se cumplía (como hicieron los nobles que le acompañaron desde Normandía) el rey podía ceder las tierras confiscadas a la derrotada aristocracia sajona y convertirlos en propietarios, en terratenientes. Los nuevos propietarios afianzaban su posición de dos formas: mediante la construcción de castillos (primero de madera y luego de piedra) poblados con una guarnición de caballeros y mediante la cesión de parte de sus tierras a miembros de su mesnada que, a cambio, se comprometían a obedecer la llamada a las armas de su señor en caso de necesidad.
Como consecuencia, aquí el orden de los factores sí alteraba el producto, puesto que la desobediencia de los señores normandos a la llamada de auxilio del rey (o de los súbditos de un conde o un duque a la petición de su señor) constituía un motivo capaz de justificar que se les desposeyera de esas tierras para otorgárselas a otro señor leal.
Esta fue una de las justificaciones del brutal trabajo estadístico y burocrático que Guillermo mandó elaborar en 1085, The Domesday Book («Libro del día del juicio»), que recopilaba todas las propiedades del reino: sus dueños, su extensión, cada uno sus bienes, cada uno de sus esclavos y de sus siervos, incluso cada una de sus vacas, bueyes y cerdos. Cuando algún terrateniente faltaba a su juramento y no prestaba el apoyo bélico necesario, el rey sabía exactamente hasta dónde tenía que llegar para coaccionar, multar o incluso expropiar al señor en cuestión. La compilación de la riqueza del país también le permitía conocer exactamente cómo de lejos podía llevar a cabo su política de exacción de impuestos.
El riesgo de este sistema feudal vendría cuando un gobernante no tuviese la fuerza necesaria para obligar a prestarle servicios a los dueños de los castillos y ejércitos privados. Los sucesores de Guillermo tuvieron oportunidad de sufrir esta situación en numerosas ocasiones.
El Conquistador aplicó este mismo principio al gobierno de la Iglesia en Inglaterra. Tal y como hacía en Normandía, depuso a los obispos y abades sajones que no habían muerto durante la invasión y los sustituyó por religiosos de origen normando que debían su cargo al rey y, por tanto, tenían que jurarle obediencia. En esta tarea Guillermo contó con la inestimable ayuda del arzobispo de Canterbury, Lanfranc, al que designó para sustituir al sajón Stingand.
Desde el punto de vista geopolítico y económico, Hastings supuso que Inglaterra pasara de ser un Estado sometido al área de influencia nórdica que la invasión danesa de principios de siglo había llevado consigo (más notable en el norte y el este del país y más laxa en Wessex y Mercia) a conformarse como un Estado implicado en la política continental, como consecuencia de sus vínculos con Francia. Esta tendencia se mantendrá hasta finales del siglo XV, en que, coincidiendo con el fin de la dinastía Plantagenet y la pérdida de sus posesiones en Francia tras la guerra de los Cien Años, los monarcas Tudor tienen que acometer la tarea de «reinventar» política y estratégicamente el papel de Inglaterra en el escenario internacional.
Tras el acceso al trono del primer rey normando de Inglaterra, Guillermo el Conquistador, le sucedieron sus dos hijos, primero Guillermo II y luego Enrique I. Este tuvo dos vástagos, Guillermo y Matilda. La sucesión parecía asegurada con su hijo varón, pero entonces ocurrió algo que alteró todos los planes del rey y la historia del país. Al ostentar los reyes de Inglaterra soberanía en las tierras francesas de Normandía eran habituales los viajes en barco de la familia real entre ambas orillas del canal de la Mancha. En uno de ellos, a bordo del Barco Blanco naufragó y pereció el heredero Guillermo el 25 de noviembre de 1120.
La muerte de Guillermo ocasionó a Enrique I un enorme problema sucesorio; sólo tenía otro descendiente legítimo (aunque engendró más de veinte hijos) y además de ser una mujer era viuda y sin hijos. Nada había regulado en la reciente monarquía anglo-normanda sobre la posibilidad de que una mujer heredase la corona, pero para la mentalidad de la época, en la que los reyes eran los primeros en la línea de batalla, parecía poco probable que Matilda fuera aceptada como reina. El hecho de que hiciera repetir la ceremonia hasta en tres ocasiones (1128, 1131 y 1133) demuestra que Enrique tampoco tenía nada claro que el juramento fuera a ser respetado.
Como era de esperar, el papel inicial de Matilda fue el de ser ofrecida en esponsales a un monarca con el que a su reino le interesase estrechar relaciones; en este caso con el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Enrique. De ahí el título de emperatriz que, a pesar del temprano fallecimiento de su esposo, ella siempre insistió en conservar.
Al morir el emperador, ella retornó a Inglaterra con un papel poco definido hasta la muerte de su hermano Guillermo. En ese momento Enrique I, a pesar del juramento antes comentado, decidió que era necesario volver a casarla. Si no tenía un hijo heredero varón, quizá pudiera tener un nieto antes de morir. Y la elección de marido para su hija fue una obra maestra de estrategia política: Godofredo de Anjou, ducado situado en la frontera sur de los dominios normandos de Enrique, que podía amortiguar la tensión con Francia. De hecho, antes de fallecer en el naufragio del Barco Blanco, el heredero Guillermo se había casado también con una princesa de Anjou, hermana de Godofredo.
La pareja contrajo matrimonio el 17 de junio de 1128 en Le Mans y desde ese mismo momento Godofredo se convirtió en duque de Anjou, por la renuncia que su padre hizo en su favor. Los Anjou eran conocidos por su procedencia como angevinos y Godofredo, según la leyenda, acostumbraba a llevar como adorno en su sombrero una planta que en latín se conoce como planta genista. Aunque no existe certeza a este respecto, y a pesar de que no fue usado por sus descendientes hasta que lo hizo Ricardo de York en 1450, lo cierto es que, con el tiempo, el nombre Plantagenet se generalizó para denominar a los reyes ingleses descendientes de Godofredo y Matilda. El 5 de marzo de 1133 nació el primer hijo de la pareja, al que bautizaron con el nombre de Enrique, en honor de su abuelo materno.
Como era previsible, al fallecer Enrique I el 1 de diciembre de 1135, los principales nobles del reino renegaron del juramento de lealtad que, hasta en tres ocasiones, prestaron a instancias del rey a su hija Matilda. Alguno alegó que hizo el juramento bajo la condición de que Matilda no contrajese matrimonio con un príncipe extranjero y que, al haberse casado con Godofredo de Anjou, se consideraba liberado de la promesa formulada.
El más importante de los nobles del país fue el primero en no cumplir el juramento prestado; se trataba del sobrino del fallecido rey y primo de la emperatriz, Esteban de Blois (que se libró del naufragio del Barco Blanco al cambiar de navío poco antes de zarpar, alegando sufrir de diarrea, aunque posiblemente lo hiciera al ver el estado de embriaguez en el que se hallaban tanto tripulantes como pasajeros). En cuanto recibió noticia de la muerte de Enrique I, Esteban viajó desde Boulogne-sur-Mer a Londres, se proclamó rey, se apropió del tesoro real y se hizo coronar por el arzobispo de Canterbury en Londres el 22 de diciembre. A continuación consiguió el apoyo de los barones y obispos de Inglaterra y de Normandía, tanto a un lado del Canal como al otro.
Esteban (que ni siquiera poseía el mejor derecho en su rama familiar, ya que contaba con un hermano mayor de nombre Teobaldo), era sin embargo un candidato más que razonable para un nombramiento por méritos: rico, de modales cortesanos, bien relacionado con la nobleza y el clero (su hermano Enrique era obispo de Winchester), cercano a los cuarenta años, su matrimonio con Matilda de Boulogne era económicamente importante para el comercio de lana inglés. Y, sobre todo, fue muy hábil en su rápida reacción ante el vacío de poder creado por la muerte de Enrique I; supo estar en el lugar preciso en el momento adecuado.
Pero Esteban encontró en Matilda un formidable enemigo. Aunque no pudo reaccionar tan rápidamente como su primo (se encontraba en Anjou y estaba embarazada), no se mostraba dispuesta a dar fácilmente su brazo a torcer. Acostumbrada a ejercer el poder (en varias ocasiones ocupó la regencia del Imperio ante las ausencias de su primer esposo), la emperatriz estaba además apoyada por su belicoso segundo marido, el bajo pero robusto pelirrojo Godofredo de Anjou, procedente de una familia conocida por su tempestuoso carácter, que será también un rasgo distintivo de los reyes Plantagenet. Sin embargo, este matrimonio tenía también su lado negativo: la histórica rivalidad y mala relación entre Anjou y Normandía hacía que los señores normandos mirasen con desconfianza e incluso desprecio al esposo de Matilda. Y sus hijos Enrique y Godofredo, de tres y un año respectivamente, poco apoyo podían recibir de las fuerzas relevantes del reino.
Matilda inició una lenta pero segura tarea de reconquista de las posesiones de su padre. En Normandía mediante el ataque militar desde Anjou dirigido por Godofredo. Y en Inglaterra aprovechando las dificultades que Esteban encontró en el gobierno del país para aglutinar a su alrededor a los descontentos: Roberto de Gloucester (hijo natural de Enrique I y hermanastro por tanto de Matilda), que era el noble más poderoso y con más ascendente entre los notables del país; Enrique, obispo de Winchester y hermano del rey Esteban, ofendido por haber sido relegado en la elección del arzobispo de Canterbury; y Roger, obispo de Salisbury, que vio cómo Esteban arrestaba a su hijo y a sus seguidores por mostrar su descontento con la forma de gobernar del rey; por último los nobles perjudicados por la política de favores de Esteban y la red de competentes funcionarios creada por Enrique I para administrar el país, que fue desmantelada por el nuevo rey.
En 1139 Matilda empezó a mover ficha: planteó su caso ante el papa en Roma solicitando ser reconocida como heredera de su padre, invadió Inglaterra con el apoyo de Roberto de Gloucester y otros barones ingleses y galeses descontentos e instaló su corte en Bristol. Comenzó un período de cruenta guerra civil de resultado incierto, pues ninguno de los contendientes poseía fuerza suficiente para derrotar de manera definitiva a su rival. Matilda se hizo fuerte en el oeste, mientras que Esteban dominaba el sureste del país. En la parte central y en el norte ninguno logró asentar sus dominios, por lo que quedó en manos de diversos señores feudales. Y en todo el reino la situación fue aprovechada para dirimir disputas privadas entre señores y ciudades, y bandas de maleantes atacaron iglesias, monasterios y granjas para hacerse con sus riquezas y sus alimentos.
En 1141 la balanza parecía inclinarse hacia el bando de Matilda cuando su ejército, dirigido por Roberto de Gloucester, atacó Lincoln y tomó prisionero al rey Esteban. Se preparaba la coronación en Londres, pero entre la resistencia de las fuerzas leales a Esteban (dirigidas por su esposa) y la rápida pérdida de apoyo entre nobles y clero, Matilda perdió su oportunidad. Los ciudadanos de Londres, partidarios de Esteban, le abrieron con renuencia las puertas de la ciudad, pero cuando la emperatriz exigió altaneramente su apoyo financiero una multitud exaltada se dirigió a Westminster y forzó a Matilda a huir precipitadamente a Oxford. Para colmo de males, la expedición que envió para meter en vereda al obispo de Winchester finalizó desastrosamente cuando Roberto de Gloucester fue hecho prisionero. Matilda no tuvo más remedio que intercambiarlo por el rey Esteban y la situación volvió al punto de partida.
En 1142 el estado del conflicto sufrió un cambio radical y fue Esteban quien tuvo sitiada a Matilda en Oxford. En una posición desesperada, la emperatriz tomó una no menos desesperada medida: en una fría y nevada noche invernal se vistió con una capa blanca y se escabulló fuera de Oxford sin ser advertida por el ejército agresor. Tras una caminata de casi quince kilómetros a través de la campiña llegó a Abingdon, donde fue recibida por varios leales a su causa que la pusieron a salvo para continuar la lucha. Comenzó de nuevo una guerra civil sin un dominador claro, en la que el mayor perdedor era el pueblo inglés, que se vio sacudido por las violentas escaramuzas entre uno y otro ejército, además de estar sometido al pillaje de bandas de criminales que aprovechaban la falta de ley y orden para robar, violar y asesinar impunemente. Para terminar de arreglar el desastroso panorama inglés, el rey David I de Escocia decidió que era el mejor momento para invadir el norte del país.
Muy gráficamente, la crónica anglosajona describió este período de guerra así: «When Christ and His Saints Slept» («Cuando Cristo y los santos descansaron»), refiriéndose a que el país estaba dejado de la mano de Dios por la violencia que se expandió a lo largo de todo el reino durante el conflicto.
La situación permaneció estancada hasta que en 1148 Matilda decidió dejar Inglaterra e instalarse en Normandía (que sí había sido conquistada para la causa por su esposo Godofredo). Eso no significaba que tirase la toalla en la lucha por la corona de Inglaterra, sino que «cedía los trastos» a su joven e impetuoso hijo Enrique, que estaba cerca de cumplir dieciséis años y en disposición de irrumpir de manera estruendosa en la historia inglesa.
Desde su adolescencia Enrique dio muestras de una enorme personalidad y de una ambición equiparable. De temperamento tempestuoso, capaz de pasar de la calma a la ira en segundos, con una energía vital que le acompañaría durante toda su vida y le permitiría viajar incesantemente entre las diferentes regiones de sus vastas propiedades, Enrique era más angevino que inglés. Visitó la isla por primera vez a los nueve años en 1142 y pasó quince meses en la universidad de Bristol bajo la tutela de Adelardo de Bath, hasta que sus padres decidieron en 1144 que sería más seguro para él continuar su formación en Normandía.
En 1147, con sólo trece años, había hecho una espectacular aunque algo chusca primera aparición en el escenario político inglés, cuando desembarcó al frente de un pequeño grupo de mercenarios para tratar de ayudar a su madre en la guerra. Al pánico inicial le sucedió un colectivo suspiro de alivio cuando el impulsivo adolescente vio frenado en seco su esfuerzo, al no poder pagar a sus soldados y ser abandonado por estos. En un curioso gesto, el rey Esteban asumió la entrega de la soldada de los mercenarios… a cambio de que volviesen a Normandía. El cachorro regresó al continente con el rabo entre las piernas. Pero el cambio no le vino mal, pues a su vuelta siguió aprendiendo de su padre el difícil arte de la política y de la guerra.
Por eso, cuando en 1149 regresó al país lo hizo con una madurez y visión política muy superiores a su edad, y con el claro objetivo de ganarse el respeto y el apoyo de los principales barones y señores del reino en su pretensión al trono. En primer lugar se dirigió a Escocia para ser ordenado caballero por su tío, el rey David. A partir de entonces pasó su tiempo a caballo (o más bien de barco en barco) entre Inglaterra, donde participó en diferentes escaramuzas de la guerra civil con éxito desigual, y Francia, donde su padre le cedió el título de duque de Normandía en 1150. En 1151 se convirtió también en conde de Anjou a la muerte de su progenitor. Y en 1152 contrajo matrimonio con Leonor de Aquitania, tema que analizaremos en detalle en el siguiente capítulo.
Para concluir con la narración de la guerra civil entre Esteban de Blois y la emperatriz Matilda y su hijo, baste decir que el Enrique de Anjou que regresó a Inglaterra en 1153 no era ya el adolescente de trece años con un puñado de mercenarios mal pagados. Era un adulto con experiencia militar y política, conde y duque por derecho propio, casado con la mujer más famosa de Europa y dueño por nacimiento y matrimonio de una extensión territorial en el continente equiparable a la del rey de Francia. Y, como consecuencia de todo ello, con las tropas y los fondos necesarios para sostener la contienda civil iniciada por su madre.
Enrique de Anjou desembarcó en enero de 1153 en una Inglaterra devastada por dieciocho años de desgobierno y guerra civil al mando de una fuerza de tres mil infantes y ciento cuarenta caballeros. Sus hombres sitiaron y masacraron a los habitantes de la población de Malmesbury, forzando al ejército de Esteban a recorrer todo el país en pleno invierno en penosas condiciones para hacer frente a la amenaza. En una muestra del estado de hartazgo que la interminable contienda había producido en el pueblo inglés, los soldados de Esteban se negaron a combatir y forzaron la retirada del rey.
Poco a poco, los señores del reino fueron viendo en Enrique no sólo un poderoso señor, un gobernante hábil y capaz y un guerrero en condiciones de llevarles a la victoria en el campo de batalla, sino sobre todo a alguien que podía, por fin, lograr que terminase el enfrentamiento que venía sangrando al reino durante años.
Con el fin de ganarse el favor de una población más que harta, la primera medida de Enrique fue enviar de vuelta a Normandía a quinientos de sus temidos mercenarios que habían sembrado el pánico tras su actuación en Malmesbury (por cierto, la flota en la que regresaban naufragó en el Canal y todos ellos perecieron, por lo que algunos vieron en ello un castigo divino). Enrique entró en conversación con los magnates del país favorables a Esteban e incluso abrió una vía de negociación con este a través del arzobispo de Canterbury y el obispo de Winchester (que, recordemos, era hermano del rey).
Otro factor favoreció la rápida adhesión de los principales nobles del país a la causa de Enrique: prácticamente todos ellos eran de origen normando, descendientes de los compañeros de Guillermo el Conquistador y, por tanto, dueños de importantes propiedades en Normandía. Sólo Enrique estaba en condiciones de darles garantías sobre sus tierras en el continente o amenazarles con la pérdida de las mismas si no le prestaban su apoyo en Inglaterra.
Durante la primavera y el verano de 1153 recorrió Inglaterra, pero no lo hizo sembrando la muerte y la destrucción ni quemando las cosechas, sino recibiendo en paz a los notables del reino y garantizando el retorno de la ley y el orden cuando ciñese la corona. Fue así ganando poco a poco apoyos para su causa, aunque sabía que tarde o temprano tendría que vérselas cara a cara con Esteban.
XI
El primer problema en Inglaterra lo tuvo Guillermo II cuando el designado arzobispo de Canterbury, el obispo Anselmo, se negó a realizar la tradicional ceremonia en la que el rey le hacía entrega de su sello y su anillo, al tiempo que el obispo rendía homenaje al monarca. Anselmo quería hacer notar con esta oposición a la ceremonia que su poder no procedía del rey, sino de Dios a través de su representante en la tierra, el papa. Una solución de compromiso se encontró ya con Enrique I: el arzobispo Anselmo no recibiría los símbolos de su cargo del rey, pero sí le prestaría la ceremonia de homenaje. Sin embargo, cuando Anselmo falleció, el problema volvió a plantearse y el cargo permaneció vacante durante cinco años. Durante el reinado de Esteban, el nuevo arzobispo de Canterbury (Teobaldo), rehusó celebrar la ceremonia de coronación como rey asociado de su hijo Eustaquio.
Este enfrentamiento se vería enormemente agravado en el reinado de Enrique II con un dramático y sangriento desenlace.