Al otro lado
del miedo
Neus Rovira
Primera edición: Barcelona, abril 2017
Segunda edición: Barcelona, marzo 2018
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A los terapeutas, maestros, ángeles y sanadores
que me habéis acompañado hasta aquí.
Os debo una copa.
Prólogo
Corren nuevos tiempos en muchos sentidos y direcciones, las luces y las sombras salen al escenario de las conciencias, polarizando la existencia entre el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto. Poniéndonos en la tesitura de elegir y defender la opción personal en cada momento.
Prolifera la valoración del tener y la prisa, el todo rápido. Una sola verdad, un solo credo, defender lo mío, atacar lo del otro, acumular, alcanzar, conseguir; son palabras que forman parte de nuestro lenguaje. El miedo se ha convertido en una forma de estar en la vida dando lugar a distanciamientos, diferenciación y rencillas.
La existencia transcurre entre polaridades y a lo largo de la historia la elección ha sido excluyente, dando lugar al rechazo, el desprecio o incluso el intento de destrucción de uno de los pares.
A estas alturas muchos sabemos, que tanto en los conflictos internos como externamente, la exclusión lleva a la guerra, puesto que la parte excluida, se fortalece en la sombra tomando dimensiones descomunales y, más pronto que tarde, reclama su lugar. La exclusión está pasada de moda, ya hemos experimentado suficiente sufrimiento como para continuar por ese camino. La exclusión a lo largo de la historia, no ha traído más que guerras que devastan todo a su alrededor sembrando la tierra de seres heridos, donde el sufrimiento, la insatisfacción y el desánimo invaden las conciencias. De manera que ya sabemos a dónde conduce la exclusión y el empecinamiento.
Se abre un nuevo paradigma: elegir sin excluir, caminar en una dirección porque es la que has elegido y te va bien a ti; aceptando la existencia de otras desde el amor, exenta de críticas y rechazos.
¿Y si es el momento de abrirse a una nueva percepción de la realidad? Una nueva manera de ver y estar en la existencia donde convivan todas nuestras diferentes dimensiones, aspectos y características. Tal vez si nos las aceptamos, también aceptemos al otro. Que en realidad no se diferencia de mí si me abro a todo lo que soy.
Es momento de aprender a elegir, de tomar partido y decidir la ruta por donde recorrer la existencia, sin menospreciar la ruta que otros eligieron o la que transitábamos con anterioridad, mientras cultivamos una buena relación entre el tener y Ser. Los budistas hablan de la vía del medio, la psicología del vacío fértil, el cristianismo de la contemplación.
Son conceptos difíciles de sostener y vivenciar en los primeros años de nuestra vida, donde experimentar, transgredir y saltarse los límites resulta apasionante y enriquecedor. Donde el temor y la ambición guían nuestros pasos en el descubrimiento de quiénes somos y del mundo. Todo tiene su tiempo bajo el sol.
Lo cierto es que filósofos, pensadores, creativos, economistas, médicos y desde todos los colectivos profesionales más visionarios, están sumando en vez de restar. Están encontrando nuevas vías de conexión que como Internet, ponen en contacto ideas de todos los lugares del planeta. A esa nueva generación de visionarios, pertenece Neus Rovira.
Su libro es el relato de una experiencia personal, el desarrollo del Ser evolucionando de manera consciente, que atravesando miedos y creencias, ha ido un poco más allá de lo conocido, racional y seguro.
Neus nos hace viajar desde su proceso terapéutico, donde la conciencia está puesta en el yo y las relaciones, en la dimensión espiritual-trascendental, que con claridad y sencillez, toma forma en este libro, acogiendo con valentía y coraje todos los tropiezos y vicisitudes del camino.
«Somos espíritus que toman forma» dice Neus en su libro, yo también lo creo porque decido creerlo, porque verlo así me sienta bien.
Tenemos el compromiso de participar y aportar a nuestro planeta y a nuestra comunidad, la singularidad que nos caracteriza tanto como espíritus encarnados en él, como miembros de la tribu humana a la que pertenecemos. Sin excluir por ello ninguna de las aportaciones que hacen los demás.
Su lectura de forma cercana y amena, me ha inspirado, recordado y abierto la puerta de mi corazón y mi mente. Y si lo ha hecho en mí, tengo la certeza de que su lectura inspirará a muchas otras personas sensibles con el tema de las distintas dimensiones de los seres en el mundo.
Su compromiso y entrega con el propio proceso personal junto a su sensibilidad y su inmensa curiosidad con corazón, han dotado a Neus de la capacidad de asomarse y ver «Al otro lado del miedo».
Ana Bernáldez
Introducción
Sentía la imperiosa necesidad de crear un libro. Sin saber exactamente el mensaje a transmitir y aún sin divisar la información ordenada en mi mente, el impulso resonaba con fuerza en mi interior, no podía seguir obviándolo. Me decidí a empezar. Fue mientras escribía cuando obtuve la respuesta.
Comprendí que relatar mis experiencias me ayudaba a liberar el pasado y en consecuencia a trascender. Inesperadamente me observé de lejos, reconociéndome el valor de haber afrontado cada uno de mis desafíos internos de un modo prácticamente inevitable; empujada por una profunda necesidad de despertar y descubriendo, casi por sorpresa, cómo los obstáculos sorteados habían sido claves para lograr la transición. La sombra me puso en jaque pero gané la partida. Accedí a la luz universal, a la conexión espiritual y al anhelado encuentro con mi propia alma.
Para colmo, el reproductor de música repetía incesante la misma canción una y otra vez. Me encontraba absorta, atendiendo exclusivamente a la carretera, cuando de repente la letra entró en mis oídos y ahí estaba el mensaje. Confirmado Neus, escribe el libro.
¿Cuál fue la canción? Durante la lectura la encontraréis, aceptadme el regalo. Os invito al encuentro entre la mente, el cuerpo y el corazón. Un viaje donde las respuestas nacen del reflejo entre nuestras almas.
Bienvenidos a mi mundo.
¿Eso es todo?
Fue lo que pensé a los veinticinco años. Parecía como si la sociedad ya no pudiera ofrecerme nada más. Había completado mis estudios superiores, lo cual me permitía tener un trabajo digno como educadora en escuelas y guarderías; disponía de piso propio, de buenas amistades y, a pesar de que los amores iban y venían, sentía que prácticamente no me quedaba nada más por hacer. No era por no tener objetivos, que siempre los he tenido, sino más bien una sensación de vacío. Me sentía perpleja al ver que solo me faltaba casarme y tener hijos. Claro, después me esperaban cincuenta años de crianza, vida matrimonial, trabajo, médicos… ¡El típico topicazo! Pero, ¿cómo puede ser? Me parecía una estafa.
Recuerdo perfectamente mis años universitarios. Desde pequeña he sido curiosa, hecho que me ha llevado a formarme en muchos aspectos y a picotear en varios estudios que en ocasiones no he terminado como la sociedad espera que termines, es decir, con un título. Cuando empezamos unos estudios todo nuestro entorno espera que los terminemos cuando se acaben los años estipulados para esa formación. Yo creo que a veces llegamos a un lugar donde nos abastecen de conocimientos y experiencias pero quizás cuando sintamos que estemos llenos de lo que necesitamos saber debamos irnos. Algo termina cuando uno decide que termina, ese es el final.
Me encontraba en la Universidad de Barcelona, estudiando magisterio musical, después de haber probado con la psicología pero haberme titulado finalmente en educación infantil y después en interpretación de lengua de signos.
Si no recuerdo mal era ya el segundo año de carrera. Todo me iba aparentemente bien. Trabajaba por las mañanas en una guardería, de la que guardo un grato recuerdo y buenas amistades, y al mediodía salía corriendo hacia la otra punta de Barcelona para trabajar de monitora en una escuela de educación especial. Allí enseñaba a las alumnas y alumnos buenos modales en la mesa, luego tareas de higiene y acabábamos jugando en el patio. Acto seguido, tras engullir un bocadillo por falta de tiempo, cogía el coche y me iba a estudiar a la universidad hasta las diez de la noche. Hacía lo que la mayoría: trabajar, estudiar y forjarme un buen lugar en la sociedad.
Por cuestiones de horarios, o malcomía al mediodía o simplemente no comía. Iba corriendo de un lugar a otro sin descansos, de hecho incluso llegaba tarde, puesto que la hora de salir de un trabajo coincidía con la hora de entrar en el otro que, a su vez, a la salida coincidía con la hora de empezar la universidad. Llevaba demasiados años estudiando y trabajando, y la cruda realidad se hacía notar cada día más; tenía la sensación de que la vida me pasaba volando.
Unos meses después aumentaron mi horario de trabajo en la escuela de educación especial, y decidí marcharme del jardín de infancia. Aquello suponía una mejor distribución del tiempo para mí a la vez que prosperaba profesionalmente en lo que más me llenaba. No es que la guardería no me gustara, de hecho había mejor ambiente de trabajo allí, pero estando con personas a las que la sociedad llama «discapacitadas» me sentía como pez en el agua, era mi mundo.
Evidentemente los fines de semana se me presentaban repletos de lecturas por terminar, deberes, reuniones y trabajos en grupo. Recuerdo que era invierno, no es que en Barcelona los inviernos sean muy crudos, pero se me habían roto los únicos zapatos que tenía. Así que aquí me tenéis con los pies aireados por las costuras, cuando no mojados. Necesitaba comprarme un calzado, ¡ya!
Estaba en mitad de una clase, en la facultad de magisterio como os decía, y por un momento miré hacia la ventana. Entraba un sol radiante y el viento mecía las verdes hojas con suavidad. Dejé de escuchar. Por unos segundos me evadí completamente. Suspiré. Con veinticinco años tengo un buen trabajo, estoy montando un piso para independizarme en breve, soy lo que se espera que sea; sin embargo, no tengo tiempo ni de comprarme unos puñeteros zapatos. Pero qué estoy haciendo, me pregunté. Fue como si me hubiera alcanzado un rayo. De pronto lo sentí: el agobio, las prisas, el malcomer, la falta de tiempo, el cansancio acumulado, no divertirme, ¡zapato roto! ¿Cuántos meses llevo con el zapato roto? Todo el invierno fue la respuesta. Todo el invierno. Me sentía cansada y, la verdad, enfadada con el mundo.
Me maravilla la facilidad con la que la sociedad aprieta y lo que podemos llegar a exigirnos a nosotros mismos para ser aceptados. Aquellos árboles fueron mi salvación. Por la noche les dije a mis padres que quería abandonar los estudios. Les expresé cómo me sentía desde hacía tiempo, solo que ni yo misma lo había sabido hasta aquella tarde en clase. El desgaste era insoportable.