Portada: Hijos de Darwin. Dario Fo
Portadilla: Hijos de Darwin. Dario Fo

 

Edición en formato digital: mayo de 2018

 

Título original: Darwin.
Ma siamo scimmie da parte di padre o di madre?

Diseño gráfico: Ediciones Siruela

© Chiarelettere editore srl, 2016

Gruppo editoriale Mauri Spagnol

© De la traducción, Carlos Gumpert

Ilustraciones del interior y cubierta
diseñadas y dibujadas por Dario Fo
con la colaboración de Jessica Borroni
© Ediciones Siruela, S. A., 2018

 

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-17454-24-1

 

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

En el principio fue la Biblia

Adiós, paraíso terrestre

 

El redescubrimiento del mundo

Un joven curioso y sediento de saberes

Patas que se acortan y picos que se alargan

Un diluvio colosal

Un auténtico mundo utópico

 

Dos libros revolucionarios

Correspondencia que despachar y conocimientos que divulgar

Contra la trata de esclavos

Un éxito inesperado

En parte peces, en parte monos

 

La evolución sometida a ataques

Bajo el fuego cruzado de católicos y conservadores

Mivart el envidioso

La revancha de Darwin

El libro de las caras

 

De hormigas, perros, caballos y aves cantarinas

Insectos hiperconectados y kamikazes

La cúpula del hormiguero

El perro al que le gustaba Brahms

Un caballo como amigo

El sentido estético entre los animales

Cada nuevo pensamiento genera insultos y amenazas

 

Darwin y las mujeres

La misoginia nació con el varón

Y fue la mujer acuática

La (escasa) fortuna del evolucionismo

Un chamán darwinista en las Galápagos

La sociedad matriarcal de Madagascar

 

Métodos, errores y maravillas

De vuelta a casa

La cooperación gana a la competencia

Mi abuelo y la pasiflora

La balsa de las hormigas

La observación antes que nada

Injertos, cruces y metamorfosis

Dinosaurios, peces voladores y otras monstruosidades

 

La lección de Darwin

Meticulosidad, prudencia y generosidad

Nunca te detengas

 

Galería

En el principio fue la Biblia

Adiós, paraíso terrestre

 

Yo tenía diecinueve años cuando terminó la última guerra mundial. Todo se estaba transformando ante mis ojos y ante los de los chicos y chicas que tenían más o menos mi edad. Descubrimos que había otro mundo que se nos había mantenido oculto. Escritores y científicos extraordinarios que durante toda nuestra juventud nos habían sido prohibidos.

Descubrimos por ejemplo que, a propósito de la Biblia, todo el Génesis, es decir, la historia de Dios que crea al hombre y a la mujer y los pone a vivir en el paraíso, especialmente en lo que se refiere a los tiempos, casaba mal.

Y, sin embargo, hasta hace solo dos siglos, toda la población de la esfera terrestre estaba más que convencida de que el mundo en el que vivimos había sido creado por el Padre eterno en seis días. E incluso se conocía la edad exacta de la Creación, cuyo origen un erudito, católico por supuesto, como James Ussher, quien vivió en Irlanda en la primera mitad del siglo XVII, situaba con absoluta certeza, gracias a sus cálculos, en el 22 de octubre de 4004 a. C., alrededor del mediodía más o menos, justo a la hora en que todo el mundo suele irse a comer. Hoy no hay ningún científico en todo el mundo que no sonría irónicamente cuando se le recuerda esa fecha tan precisa. Y es que, en efecto, como los chicos de entonces descubrimos más tarde, el nacimiento del universo se remontaba a más de 13.000 millones de años atrás —¡una notable diferencia!—.

Y pensar que la Biblia, que nos ha transmitido esta historia, nos fue dictada, según los profetas, nada menos que por el Padre eterno en persona.

Si seguimos leyendo las Sagradas Escrituras, veremos al Creador terriblemente enojado por la simple razón de que Adán y Eva, esos dos hijos suyos varón y hembra, nada más venir al mundo, escogieran, entre sus distintas propuestas, el árbol del saber y del conocimiento en lugar del que prometía la eternidad.

—Fuera de aquí —ordenó Dios entre gritos—. Como castigo, sufriréis hambre, frío y grandes bochornos. Tú, mujer, parirás entre atroces dolores y, al final, ambos, en lugar de vivir para siempre, moriréis.

Caramba, ¡cómo se las gastaba ese dios, menudo carácter!

Pero la conmoción más impactante para mí y para los chicos de mi edad, justo después de 1945, vino cuando nos enteramos con absoluta certeza de que el primer hombre y la primera mujer no vieron la luz entre el Tigris y el Éufrates, como nos asegura la Biblia, sino en el corazón de África, y no el segundo día de hace seis mil años, sino dos millones de años antes. Pero entonces, nos dijimos, Adán y Eva eran africanos. Eso significaba que los primeros dos seres humanos eran de piel negra.

Al instante se me vino a la cabeza un pasaje bíblico en el que se advertía de que Dios creó a sus dos primeras criaturas a su imagen y semejanza. Así pues, si negras eran sus criaturas, ¡Dios también tenía que ser negro! ¡Dios mío! ¡Un dios negro! Y no había discusión alguna que sacar a la palestra.

¿Qué es lo que me lleva a desvelar al lector estas verdades históricas? Pues el hecho de que son más o menos las mismas que las que hace dos siglos provocaron en el joven Darwin una consternación igual a la que a este respecto sentimos nosotros, los jóvenes de la inmediata posguerra.

Pero ¿quién era este Darwin? Y, sobre todo, ¿por qué he venido aquí para hablar de él con tanto entusiasmo?