BREVE HISTORIA
DE LA MITOLOGÍA
DE ROMA Y ETRURIA
BREVE HISTORIA
DE LA MITOLOGÍA
DE ROMA Y ETRURIA
Lucía Avial Chicharro

Colección: Breve Historia
www.brevehistoria.com
Título: Breve historia de la mitología de Roma y Etruria
Autor: © Lucía Avial Chicharro
Director de colección: Luis E. Íñigo Fernández
Copyright de la presente edición: © 2018 Ediciones Nowtilus, S.L.
Doña Juana I de Castilla, 44, 3.º C, 28027 Madrid
www.nowtilus.com
Elaboración de textos: Santos Rodríguez
Diseño y realización de cubierta: Universo Cultura y Ocio
Imagen de portada: Montaje fotográfico de la Loba capitolina o Luperca. Estatua de bronce que se encuentra en los Museos Capitolinos
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
ISBN edición digital: 978-84-9967-945-7
Fecha de edición: mayo 2018
Depósito legal: M-11544-2018
Canto las terribles armas de Marte y el varón que, huyendo de las riberas de Troya por el rigor de los hados, pisó el primero la Italia y las costas Lavinias.
Virgilio. Eneida, libro I.
Con las primeras palabras de Virgilio, el magnífico poeta del siglo I d. C., acerca del periplo de Eneas hasta Italia, damos comienzo a la aventura que nos llevará a recorrer los principales mitos del mundo etrusco y romano, pasando brevemente por los pocos mitos de algunos pueblos itálicos que también se conservan.
Es importante considerar que, al contrario que los griegos, tanto los romanos como los latinos carecieron de una mitología divina propia y centraron estas historias en los diversos héroes que protagonizaron cada una de ellas. Esto les llevó a tomar los mitos griegos para sus propios dioses y convirtieron su primitiva historia en las leyendas que dieron base a su cultura. Por tanto, podemos decir que los romanos no tuvieron más mitos que los episodios de carácter semihistórico relacionados con el origen de su propia ciudad, como los relatos de los reyes o el de Coriolano, entre otros. Preferían centrarse en sus héroes legendarios, entre ellos Rómulo o el mismo Eneas, a contar las historias de los dioses, ya que la ciudad destinada a ser la dueña del mundo debía tener necesariamente un origen heroico que justificase sus ambiciones territoriales. Los etruscos, en cambio, sí que poseyeron una mitología propia, muy rica y fascinante, de la que conocemos muy poco a día de hoy. En la mayor parte de sus representaciones, se pueden encontrar las versiones etruscas de los mitos griegos, los cuales adoptaron y usaron en detrimento de los suyos propios, lo que ha dificultado en la actualidad el estudio de la mitología de este pueblo.
La península itálica se encontraba poblada por una gran variedad de pueblos (ligures, sabinos, umbros, latinos, volscos, etruscos...) que entraron en contacto con los navegantes y los establecimientos comerciales de griegos, fenicios y cartagineses entre otros, un hecho que modificó sustancialmente sus creencias y su mitología. De todos estos pueblos, el etrusco fue el más evolucionado y, a la vez, el más diferente, sobre todo en cuando a su lengua y sus costumbres, lo que los diferenciaba claramente del resto de los pueblos itálicos.
Las ciudades etruscas (ubicadas básicamente en la zona de la Italia central) tuvieron su momento de desarrollo y expansión entre los siglos X y I a. C. Su civilización se expandió por la costa occidental del norte y del centro de Italia, con lo que se convirtieron los ríos Arno y Tíber en sus principales fronteras físicas. Los etruscos poseían una organización político-social en forma de ciudades-Estado individuales e independientes. Sus puertos eran verdaderos centros internacionales en la Antigüedad, adonde iban a parar tanto fenicios como griegos, quienes influían en su cultura y su religión. Y a su vez, por su gran desarrollo y expansión, estos acabaron influyendo sobre otros pueblos itálicos, entre los que hay que incluir a la propia ciudad de Roma y a los latinos. Sin embargo, su declive comenzó con la toma de la ciudad de Veyes por parte de Roma en el año 396 a. C., lo que provocó que comenzase su romanización, que se consideró culminada tras la caída de Caere (la actual Cerveteri) en el año 273 a. C.
Entre los siglos X y VIII a. C., la Italia central se encontraba poblada por osco-umbros y latinos, sobre todo. Los latinos al principio se quedaron en la zona de los montes Albanos para bajar poco después a los valles, que tenían mejores tierras y permitían que floreciese la agricultura y la ganadería. El desarrollo del futuro asentamiento que se conocería como Roma dio comienzo en diferentes poblaciones separadas, situadas en los montes. De hecho, sobre la parte norte del Palatino se han encontrado varias cabañas de tipo circular, que se pueden fechar en el siglo IX a. C., consideradas como el primer poblamiento existente en esta zona. Los núcleos latinos que habitaban en las colinas del Quirinal, Esquilino y Celio se acabaron uniendo a los del Palatino y fortificaron a continuación toda el área habitada. De esta forma, comenzó la Roma quadrata en el siglo VIII a. C. El perímetro de Roma se acabó extendiendo por el Capitolio y el pequeño valle que lo separaba del Palatino. Además, a estos emplazamientos primitivos se unieron las colinas del Viminal y del Aventino y se creó de esta forma el Septimontium, es decir, la unión de las siete colinas históricas que conformaron Roma. Por su situación fronteriza con el mundo etrusco, la ciudad sufrió fuertes influencias de esa cultura que también condicionaron su desarrollo histórico.
Estas son las condiciones en las que nos encontramos en los orígenes de Etruria y de Roma y a partir de las cuales daremos comienzo a nuestro viaje por las respectivas mitologías de ambas culturas. Asimismo, es importante añadir que cada cultura es producto de unas circunstancias concretas relacionadas con el tiempo y el espacio en el que se desarrollan. Ello nos ha llevado a dedicar unos capítulos a las religiones etruscas y romanas, además del proceso de helenización que ambos sufrieron, porque creemos que para poder comprender correctamente su mitología debemos acercarnos primero a sus creencias.
Antes de pasar a conocer la religión etrusca, siguiente parada en nuestro recorrido mitológico, vamos a hacer un breve repaso a las principales fuentes clásicas que nos permiten conocer las leyendas itálicas. Por nuestra parte, recomendamos al lector acercarse a estos autores en el caso de encontrarse interesados en conocer más a fondo toda la mitología del mundo itálico, especialmente, el romano.
950-750 a. C.: Edad del Hierro/período protoetrusco o villanoviano
750-600 a. C.: Período orientalizante
600-450 a. C.: Período arcaico
450-300 a. C.: Período clásico
300-100 a. C.: Período helenístico
21 de abril
del 753 a. C.: fundación mítica de la ciudad de Roma por Rómulo
1. Monarquía (753-509 a. C.)
753-717 a. C.: reinado de Rómulo
716-674 a. C.: reinado de Numa Pompilio
673-642 a. C.: reinado de Tulio Hostilio
641-617 a. C.: reinado de Anco Marcio
616-578 a. C.: reinado de Tarquinio Prisco
578-534 a. C.: reinado de Servio Tulio
534-509 a. C.: reinado de Tarquinio el Soberbio
509 a. C.: exilio del rey Tarquinio el Soberbio y fin de la monarquía romana
2. República (509-27 a. C.)
450 a. C.: Ley de las XII Tablas
264 a. C.: comienzo de la I guerra púnica
219 a. C.: comienzo de la II guerra púnica con la marcha a través de los Alpes de Aníbal
149 a. C.: comienzo de la III guerra púnica
84-82 a. C.: primera guerra civil
60 a. C.: primer triunvirato entre Julio César, Pompeyo Magno y Craso
49 a. C.: César cruza el Rubicón. Comienza la II guerra civil
15 de marzo
del 44 a. C.: asesinato de Cayo Julio César
43 a. C.: segundo triunvirato entre Marco Antonio, Octavio y Lépido
31 a. C.: batalla de Accio
3. Imperio (27 a. C.-476 d. C.)
27 a. C.: comienzo del reinado de Octavio Augusto
14 d. C.: muerte del emperador Augusto
69 d. C.: año de los cuatro emperadores y fin de la dinastía Julio-Claudia
96 d. C.: fin de la dinastía Flavia y comienzo de la dinastía Antonina
192 d. C.: fin de la dinastía Antonina
312 d. C.: batalla del Puente Milvio
313 d. C.: edicto de Milán
380 d. C.: el cristianismo se convierte en la religión oficial
395 d. C.: el emperador Teodosio divide el Imperio en dos partes: Imperio romano de Occidente e Imperio romano de Oriente
476 d. C.: caída del Imperio romano de Occidente

Mapa de los pueblos itálicos. Italia se encontraba poblada por diferentes pueblos, entre los que destacaban, por su importancia cultural, los etruscos y los latinos. Fuente original: ROLDÁN, J.M. (2007): Historia de Roma, Cátedra.
Para comenzar, en este capítulo realizaremos un breve recorrido por el mundo religioso etrusco, camino que nos va a permitir acercarnos a sus mitos de forma más clara. Sin embargo, antes de pasar a hablar de religión propiamente dicha, es conveniente conocer brevemente al pueblo etrusco destacando su evolución histórica y sus características culturales más importantes para, de esta forma, comprender su desarrollo religioso.
La civilización etrusca (quienes se denominaban a sí mismos como rasenna) se desarrolló principalmente en la región de Etruria, la cual ocupaba toda la actual Toscana, partes del oeste de la Umbría, el norte del Lacio y zonas de las áreas de Campania, Lombardía, Véneto y Emilia-Romaña. Pese a que se conocen de forma tan clara los límites geográficos del territorio etrusco, debemos comprender que Etruria se definía de una forma más cultural que física. Cada ciudad etrusca se encontraba caracterizada por su independencia, aunque compartiese con las demás tanto el idioma como la religión y las costumbres.

Mapa de Etruria. La civilización etrusca surgió en la zona de la Italia central. Su expansión geográfica la llevó a alcanzar lugares tan alejados como las áreas de la Campania o del Véneto entre otras.
La base de la cultura etrusca se encontraba en el período villanoviano (950-750 a. C.), momento en el que se desarrollaron unas comunidades agrícolas que habitaban en chozas sobre espacios elevados e incineraban a sus muertos. Sobre este sustrato, a partir del 800 a. C., encontraremos los primeros rasgos característicos de la cultura etrusca. En este primer período, tenemos las más tempranas representaciones de figuras humanas y animales dentro de diversos objetos, pero no ha sido posible reconocer el contenido mitológico de estas imágenes, por lo tanto, carece de historia para nosotros.
La civilización etrusca tuvo un carácter básicamente urbano, ya que se desarrollaron siguiendo el modelo de ciudades-Estado, gobernados por un cierto número de príncipes que se consideraban como la élite social de cada uno de estos territorios. Por ello, nunca se puede hablar de un país etrusco unificado, ya que, aunque tenían la misma cultura, cada ciudad suponía un reino independiente que seguía sus propias directrices políticas.
En los años centrales del siglo VII a. C., coincidiendo con el período orientalizante, el comercio etrusco se encontraba en su momento de mayor expansión, se hacían a la mar en grandes naves tanto mercantes como de guerra. Su sociedad se encontraba basada en monarquías dentro de cada una de las ciudades-Estado independientes, con un rey que era, a la vez, el sumo sacerdote y el juez supremo. Además, se encontraba jerarquizada, ya que se censaba según el patrimonio en cinco clases sociales distintas, y dividida entre las llamadas gentes maiores y minores. Sin embargo, hacia el siglo VII a. C., su sistema político y social cambió y pasó a tener un sistema republicano oligárquico dividido en una clase noble con carácter privilegiado y otra artesana y campesina, sobre todo.
Durante el período orientalizante, debido al contacto que sostuvieron con los griegos, se introdujeron en el mundo etrusco diversas innovaciones de tipo tecnológico y cultural. Los dirigentes etruscos se convirtieron en príncipes y aristócratas, mecenas de un rico y refinado arte. El contacto con esta cultura trajo consigo nuevas ideas y nuevos objetos que se adaptaron a la mentalidad etrusca. Este contacto se reflejó, asimismo, en la religión y la mitología adoptándose algunas divinidades o mitos extranjeros, como veremos más adelante en los capítulos relativos a los mitos etruscos. Muchas de las representaciones míticas que surgieron en este momento presentaban claros paralelos con ciertos caracteres griegos con adaptaciones locales, que facilitan, en la actualidad, la identificación del personaje.
Entre finales del siglo V a. C. y comienzos del siglo IV a. C. (coincidiendo con su período arcaico) se desarrolló el apogeo de la civilización etrusca y fue ese su momento de máxima expansión (a través de la confederación de ciudades) y esplendor. Durante el período clásico (474-311 a. C.), las ciudades etruscas entraron en conflicto con diversos pueblos entre los que destacaron los ligures, los vénetos, los picenos, los sabinos y los umbros por el norte, y los griegos y los cartagineses por el sur, aunque las influencias culturales de estos últimos se habían hecho ya patentes desde el siglo VII a. C. Este momento de declive dio comienzo cuando, tras ser derrotados en Cumas (474 a. C.), perdieron el control del mar Tirreno, a lo que hay que añadir los conflictos con Cartago y la conquista del área de la Etruria interior por Roma. Sin embargo, el auténtico período de decadencia se dio entre los años 311 a. C. y el 265 a. C., momento en el que concluyó la integración etrusca al mundo romano. Sin embargo, y pese al declive político de Etruria, podemos considerar que los etruscos existieron culturalmente hasta el siglo I a. C., momento en el que la mayoría de los investigadores consideran como desaparecido a este pueblo.
Pese a todo, fue durante el período clásico cuando florecieron la mayor parte de las representaciones míticas y se importó desde Grecia un cierto número de convenciones estilísticas que se adaptaron al imaginario local etrusco. Estas adaptaciones han sido interpretadas por varios investigadores como la constatación del hecho de que los etruscos, aunque conocían el arte y la mitología griegas, no la entendieron adecuadamente y prefirieron tomar los modelos helenos para reflejar su propia mentalidad.
Los textos antiguos, que redactaron en su gran mayoría los autores grecolatinos, presentaban a los etruscos con una visión muy particular, que no sabemos actualmente si se correspondería con la verdad. En estos textos, se hacía especial hincapié en el gusto que los tirrenos sentían por la vida, la bebida y los placeres de todo tipo. Sin embargo, también es importante señalar que los etruscos eran un pueblo muy religioso que extendió sus rituales y sus dioses hasta la propia Roma. Estos dos rasgos, un gusto exagerado por la vida y los placeres y su profunda religiosidad, fueron los más señalados por los autores antiguos, a los que hay que añadir la situación social de las mujeres dentro del mundo tirreno. Para estos escritores, era un hecho muy llamativo que las mujeres de los etruscos gozasen de tanta libertad y participasen con los hombres en actos sociales como los banquetes, por eso les gustaba señalar esta actitud junto con las características ya mencionadas.

Tumba de los Leopardos, Tarquinia. Los etruscos fueron conocidos, ya en la propia Antigüedad, por su gusto por los placeres de la vida, algo que se reflejó en la decoración de sus tumbas. En este fresco podemos ver la imagen de un banquete funerario, celebrado a imitación de aquellos que realizaron en vida.
La lengua etrusca no tuvo escritura hasta el siglo VII a. C. aproximadamente, coincidiendo con el momento en el que tomaron contacto con el alfabeto que usaban los griegos. Este alfabeto fue usado también como modelo por parte de otros pueblos itálicos, como los oscos o los picenos, por ejemplo. Se conserva un cierto número de inscripciones etruscas, cuya traducción ha supuesto un reto para los estudiosos dedicados a dicha labor, ya que esta lengua se ha considerado que no es de origen indoeuropeo, lo que dificulta el conocimiento que podamos tener del mundo tirreno. Ello se debía a que, aunque usaban un alfabeto de origen griego, el etrusco podía leerse pero no entenderse, de tal forma que actualmente se desconoce qué querían decir la mayor parte de las inscripciones. Estos problemas con la lengua etrusca han hecho que, en la actualidad, la mejor fuente para conocer los mitos etruscos sean las representaciones artísticas tanto en objetos como en pinturas.
La religión etrusca, la cual compartió algunos aspectos con otras religiones mediterráneas y con ciertos sistemas filosóficos, se basaba en la revelación sagrada (realizada por personajes como Tages o Vegoia, que conoceremos en otro capítulo) y en los textos que se reflejaban en la literatura sagrada, la Etrusca Disciplina, con los cuales se quería conocer la voluntad divina (que se manifestaba a través de diversos prodigios llamados ostenta, los cuales podían ser elementos meteorológicos, telúricos, cósmicos y orgánicos). Los libros que componían la Etrusca Disciplina se encontraban divididos, sobre todo, en los Libri Haruspicini (que se usaban para examinar las entrañas de los animales sacrificados), los Libri Fulgurales (que ayudaban a interpretar los diversos fenómenos naturales), los Libri Acherontici (con doctrinas de salvación para el alma de los muertos) y los Libri Rituales (que contenían los rituales, las normas para la fundación de las ciudades…). Los augures y los arúspices se encontraban, de forma casi permanente, consultando estos libros sagrados con los que interpretaban las señales divinas que servían para mostrar la voluntad de los dioses a los hombres. Asimismo, los etruscos usaban la religión como una forma de vida, que se encontraba en torno a una relación especial e íntima existente entre los dioses y los seres humanos. Por ello, los etruscos concibieron su propia historia como un hecho creado e intervenido por unas divinidades implicadas, que marcaban las directrices que los hombres debían seguir.
La base fundamental de la religión de este pueblo la constituían las diferentes prácticas y rituales de carácter mágico. Dichas prácticas, que acabaron pasando a la religión romana, se encontraban basadas en la fulminación (el estudio de señales celestes como los rayos), en la interpretación del vuelo de las aves y el examen del hígado de los animales sacrificados. Pese al evidente origen etrusco de estas técnicas, hubo una clara influencia griega dentro de la adivinación, lo que se refleja en las prácticas con éxtasis, en los sueños premonitorios y en la existencia de oráculos practicados por sacerdotisas. Además, hay que añadir que la religión etrusca regulaba el uso de unas normas fijas para la correcta realización de los rituales, ya que era sumamente importante desarrollar de forma adecuada los ritos, y una fuerte creencia en los sacrificios de tipo expiatorio.
Como estamos viendo, eran un pueblo profundamente religioso, un hecho en el que coincidían la mayor parte de las fuentes antiguas que hablaban sobre los etruscos. Sus obras representaban, con frecuencia, distintas escenas de carácter sacro y se vinculaban de alguna forma con el mundo de los dioses. Asimismo, los ritos funerarios tenían gran importancia, como se comprueba en la numerosa cantidad de escenas de luchas, sacrificios o muertes dentro de las tumbas que cumplían con una clara función ritual. Este tipo de escenas servían para sustituir las ofrendas de sangre que reclamaban los muertos para su sustento en el más allá, una idea muy arraigada dentro de la mentalidad de los tirrenos.
Dentro del mundo funerario existía también una relación muy estrecha entre el sexo y la religión, que se reflejaba en la enorme variedad de símbolos y escenas de carácter sexual encontradas dentro del arte etrusco. Cuando aparecen estas escenas eróticas dentro de las tumbas sabemos que su función era la de proteger a los difuntos de los posibles espíritus nocivos y demonios que trataban de atormentarlos en su camino hacia el más allá. Eran empleadas con evidentes propósitos religiosos y apotropaicos, honraban con ellas a los dioses y protegían tanto a vivos como a muertos. Este tipo de imágenes causaban un gran impacto visual a los visitantes, lo que permitía a su portador protegerse de todo mal, por lo que cumplían una clara función dentro del espacio religioso, pese a que pudiera parecer un tema inadecuado dentro de un contexto funerario.

Imagen de la diosa Thuran, con aspecto de Lasa, uno de los alados miembros de su cortejo. Thuran era la diosa del amor, de la fertilidad y de la vitalidad dentro del mundo etrusco, además de ser la patrona protectora de la ciudad de Vulci. Tenía carácter apotropaico, podía aparecer dentro de las tumbas como protectora de los difuntos. Normalmente se la representaba con alas, a la imagen de las Lasas, acompañantes de su cortejo, lo que en ocasiones podía llegar a dificultar su identificación.
La religión etrusca contaba con la presencia de varias diosas madre que aparecían representadas en numerosas ocasiones en diversos objetos o escenas. Eran tan importantes que incluso Mnerva (equivalente a la diosa virgen Atenea o Minerva, según griegos o romanos) aparecía en las representaciones artísticas acompañada de sus hijos o bien amamantándolos. De hecho, no conocemos ninguna divinidad femenina etrusca que guardase su virginidad como ocurría con las griegas Atenea, Artemis y Hestia. Asimismo, también es posible encontrar diversas escenas de nacimiento, donde vemos tanto deidades masculinas como femeninas, formando parte del acto de la procreación.
Pese a todo, el elemento más representativo de la religión etrusca era la ausencia de una iconografía claramente establecida y fijada en el caso de diversas deidades, como le ocurría a los griegos. Por ejemplo, los géneros, las edades o las relaciones personales podían ir cambiando según la historia que se narrase. Un claro caso era Tinia (equivalente al Júpiter romano), quien podía aparecer o bien como un joven dios o bien como el adulto barbado que estamos acostumbrados a ver en el caso de Zeus o Júpiter. La misma situación podemos encontrar en las divinidades menores asociadas al círculo de Thuran (la diosa etrusca del amor y la fertilidad) que podían cambiar de género, y aparecían tanto como figuras masculinas como femeninas. Las escenas de carácter mitológico que se conservan muestran a unas divinidades muy similares a las griegas, pero con la particularidad de que se representaban de forma distinta, adaptadas a la cultura etrusca.
Los etruscos, al igual que la inmensa mayoría de los pueblos mediterráneos, creían en una vida más allá de la muerte, idea que reflejaban en sus tumbas, urnas y sarcófagos. Esta creencia los llevó a adornar y depositar objetos en los espacios funerarios que, además de ser de utilidad para la posterior vida del difunto, servían para mostrar el estatus y la cultura de los aristócratas. La profusa decoración de las tumbas ayudaba a expresar la devoción que se tenía a los ancestros familiares, además de la gran importancia que poseía el parentesco para esta sociedad y la idea de una continuidad en el mundo del más allá. Los etruscos intentaban que los difuntos se sintiesen como en casa en sus enterramientos, lo que les llevaba a depositar en ellos numerosas ofrendas que pudiesen ayudarles en su nueva vida.

Túmulo funerario de la necrópolis de Cerveteri. La creencia etrusca sobre el más allá los llevó a tratar de recrear todos los aspectos de su vida en las tumbas, a las que consideraban como su nuevo hogar tras la muerte.
Ya hemos mencionado a los Libri Acherontici dentro de los que contenían la Etrusca Disciplina. En ellos, se recogía toda la doctrina de salvación que permitía al alma de los muertos alcanzar un estado similar a la inmortalidad y eran deificadas a través de las ofrendas, los ritos y los sacrificios propios de las divinidades infernales. También se reflejaba el viaje que hacía una segunda alma del difunto hacia el más allá, tanto por vía terrestre (usando un carro tirado por caballos) como por vía marítima.
El filósofo neoplatónico Cornelio Labeo escribió que las almas, al fallecer, sufrían un proceso de divinización que les llevaba a convertirse en los llamados Dii Penates o Dii Viales. Los Penates etruscos, a diferencia de los romanos, habitaban en los Infiernos y se encontraban formados por hombres mortales que, al morir, eran divinizados. El filósofo pitagórico Nigidio Fíbulo nos hablaba de la existencia de cuatro tipos de Penates etruscos, clasificación que también se debe tener en cuenta: un primer grupo pertenecía a Júpiter, otro a Neptuno, el tercero a los inferi (las divinidades infernales) y el cuarto a los mortales ya fallecidos. Por tanto, según la clasificación de Fíbulo, el difunto alcanzaba la categoría de deidad y pasaba a formar parte de este cuarto grupo de Penates. Pese a todo, incluso entre los propios etruscos hubo siempre una cierta confusión entre los antepasados ya fallecidos y los Penates, lo que puede traer a equívoco en la actualidad a la hora de distinguirlos.
Dentro del más allá etrusco también era de suma importancia tener en cuenta a los Dii Animales, un tipo de divinidad en el que los difuntos se podían transformar. Se realizaba una ceremonia en la que se sacrificaba a un animal y se ofrecía a los dioses la sangre que le brotaba de la herida. La sangre se consideraba como el alma (anima) de la víctima, que se identificaba con la vida a través de un proceso simbólico, por lo que se entregaba a los dioses. Por este proceso, el alma del animal pasaba a reemplazar la del muerto y era ofrecida en su lugar a las divinidades infernales. De esta forma, el alma escapaba de la muerte quedando deificada bajo la forma de los llamados Dii Animales.
Las actividades funerarias se relacionaban, sobre todo, con la exaltación de los difuntos, lo que les llevaba a poseer un marcado carácter festivo. Se centraban en la realización de libaciones, ofrendas de tipo vegetal e inmolaciones de diversos animales. Mediante la ejecución de estas actividades aseguraban la pervivencia de los difuntos en el más allá, quienes eran elevados a la categoría de dioses, como ya hemos estado viendo, además de ayudar a cohesionar al grupo de los vivos bajo el recuerdo de los que ya no estaban.
Por tanto, los etruscos sintieron una honda preocupación por la muerte, lo que les llevó a considerar muchos de los actos de la vida como los necesarios preparativos para el mundo de la ultratumba. Sin embargo, es necesario añadir que las primitivas creencias escatológicas de los etruscos fueron modificadas debido a las influencias foráneas que recibieron a lo largo de toda su historia, por lo que variaron ligeramente según el momento que nos encontremos analizando.
El difunto sobrevivía en la tumba, acompañado de los objetos y ofrendas que depositaban sus deudos, mientras que su alma era llevada al otro mundo. Este viaje de ultratumba se fue conformando poco a poco con el contacto de la mitología griega, que influyó directamente en las creencias etruscas sobre el mundo de la muerte. Sin embargo, este más allá era un lugar triste y sin esperanza, poblado por diversos seres monstruosos y demonios terroríficos, tal y como creían los griegos que debía de ser el Hades. En una época más tardía, en cambio, surgió una doctrina de salvación, en la que el alma podía ser acogida tanto en los cielos como en las Islas de los Bienaventurados. En ambos casos, se debía realizar un viaje con claro carácter simbólico, ya fuese por tierra o por mar, acompañado por un delfín o un hipocampo que eran los que los trasladaban al otro mundo. En Etruria, además de estos seres y en relación con el momento de transición del alma, podían aparecer vinculados tanto tritones como otros personajes entre los que encontramos a la Escila, las nereidas y diversos genios (daimones) marinos.

Urna cineraria procedente de Chiusi, depositada en el Museum of Fine Arts of Boston. La parte inferior de esta urna se encuentra decorada con una escila, monstruo marino con torso de mujer y cola de pez. Suponía uno de los peligros que se podía encontrar el fallecido durante su viaje hacia el mundo de la ultratumba, por lo que a veces se representaba con carácter apotropaico.
Aunque sobre los dioses de los etruscos hablaremos de forma más detenida en otro apartado, no por ello queremos dejar de mencionarlos brevemente en este capítulo explicando algo sobre ellos en relación con su religión.
Entre los siglos IX y VIII a. C., el panteón religioso mostraba unos dioses de aspecto verdaderamente monstruoso, que poco a poco van pasando a tener unas características zoológicas para llegar finalmente a la apariencia antropomórfica. Estas deidades eran clasificadas según su función, y podían encontrarse dioses celestes, terrestres, acuáticos, guerreros, curativos, infernales
Los dioses etruscos estaban en permanente contacto con el mundo terrenal. Por ello, los hombres debían conocer siempre sus intenciones y sus deseos, lo que provocaba que tuviesen que entrar en contacto con ellos a través de la aruspicina.
Gracias a objetos como el hígado de Piacenza (un modelo dividido en cuarenta casillas que servía para enseñar a los sacerdotes a interpretar las entrañas de los animales sacrificados) podemos conocer el nombre de numerosos dioses etruscos, la mayoría de los cuales tenían una clara correspondencia con las deidades romanas. Dentro del hígado de Piacenza se localizaban, a los lados de la línea de que dividían ambos lóbulos, dos nombres escritos, que eran Usils y Tius. Usils era el equivalente al disco solar, por lo que posiblemente ese lóbulo serviría para designar al sol al día, y el otro haría referencia o bien a la luna o a la noche.

Hígado de Piacenza. Este objeto ayudaba a los sacerdotes en sus sacrificios, ya que les indicaban como interpretar las entrañas de las victimas del ritual. Se encontraba dividido en secciones, donde aparecían los nombres de los dioses y el área de influencia que poseían en las entrañas.
El espacio del hígado se subdividía en diversas áreas que recibían el nombre de templum. La bóveda celeste se separaba en dieciséis partes, que equivaldrían a la morada de los dioses. En el sector celeste noreste se localizaban los grandes dioses superiores, mientras que los dioses de la tierra y de la naturaleza se encontraban en la zona del mediodía. Finalmente, las divinidades infernales habitaban en la región del poniente.
Además del hígado de Piacenza, conocemos a los dioses y a sus características a través de diversas ruedas celestes, como la famosa rueda de Pallotino. Al igual que en el caso del hígado de Piacenza, las divinidades superiores favorables se hallan en el sector noreste, las terrestres en el mediodía y las infernales habitaban en el sector noroeste, considerado por tanto el más nefasto. El agua se encontraba señalada con la palabra NEQ, que indicaba a Nethuns, el patrón de las aguas.
Por tanto, el panteón etrusco quedaba concebido en función de los augurios. El estudio de las distintas señales del cielo, gracias a la ayuda de elementos como los mencionados previamente, indicaban que dios era el que enviaba el mensaje y, por tanto, cuál era el campo que dominaba.