Alasdair MacIntyre

Ética en los conflictos de la Modernidad

Traducción de David Cerdá

EDICIONES RIALP, S. A.

Título original: Ethics in the Conflicts of Modernity

© 2016 by University of Cambridge

© 2017 de la versión española, por DAVID CERDÁ,

by Ediciones Rialp, S. A.,

Colombia, 63, 8º A - 28016 Madrid

(www.rialp.com)

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 978-84-321-4873-6

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Oh, mundo, a pesar de todo subsistimos,

y bajo las cenizas todavía se avivan las ascuas.

(George Campbell Hay)

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

CITA

PREFACIO

I. DESEOS, BIENES Y «LO BUENO»: ALGUNAS CUESTIONES FILOSÓFICAS

1. DESEOS, POR QUÉ IMPORTAN Y QUÉ SON; ¿EN QUÉ CONSISTE TENER BUENAS RAZONES PARA DESEAR ALGO?

2. «LO BUENO», LOS BIENES Y LA DISCREPANCIA SOBRE LOS BIENES

3. JUICIOS EXPRESIVISTAS SOBRE «EL BIEN» Y SOBRE LAS DISCREPANCIAS EN TORNO A LOS BIENES

4. «BUENO» Y LOS BIENES ENTENDIDOS EN TÉRMINOS DE REALIZACIÓN HUMANA: EL TURNO DE ARISTÓTELES

5. LAS BASES DEL DESACUERDO ENTRE EXPRESIVISTAS Y NEOARISTOTÉLICOS

6. DOS CONCEPCIONES RIVALES DEL DESARROLLO MORAL

7. CONFLICTOS INSTRUCTIVOS ENTRE LOS JUICIOS DE UN AGENTE Y SUS DESEOS: EXPRESIVISTAS, FRANKFURT Y NIETZSCHE

8. LA CONCEPCIÓN NEOARISTOTÉLICA DEL AGENTE RACIONAL

9. EXPRESIVISTAS CONTRA NEOARISTOTÉLICOS: UN CONFLICTO FILOSÓFICO EN EL QUE NINGÚN BANDO PARECE CAPAZ DE VENCER AL OTRO

10. POR QUÉ HE DEJADO A UN LADO NO SOLO LAS POSTURAS FILOSÓFICAS DE LOS FILÓSOFOS MORALES CONTEMPORÁNEOS, SINO TAMBIÉN SUS POSTURAS MORALES

II. LA TEORÍA, LA PRÁCTICA Y SUS CONTEXTOS SOCIALES

1. CÓMO RESPONDER AL TIPO DE DISCREPANCIA FILOSÓFICA DESCRITA EN EL CAPÍTULO I: LOS CONTEXTOS SOCIALES DE LA TEORIZACIÓN FILOSÓFICA

2. EL MODELO DE HUME: SU CONCEPCIÓN LOCAL Y PARTICULAR DE LO NATURAL Y LO UNIVERSAL

3. ARISTÓTELES Y SU CONTEXTO SOCIAL; LA RECEPCIÓN QUE TOMÁS DE AQUINO HACE DE ARISTÓTELES DESDE DICHO CONTEXTO; CÓMO EL AQUINATE PARECE HABERSE VUELTO IRRELEVANTE

4. MARX, LA PLUSVALÍA Y LA EXPLICACIÓN DE LA APARENTE IRRELEVANCIA DE TOMÁS DE AQUINO

5. LA ECONOMÍA ACADÉMICA COMO UNA VÍA HACIA LA COMPRENSIÓN Y LA CONFUSIÓN

6. EL MARXISMO Y EL DISTRIBUTISMO COMO CRÍTICAS RIVALES DE LA POSICIÓN DOMINANTE

7. ¿QUÉ HEMOS APRENDIDO SOBRE CÓMO IR MÁS ALLÁ DEL IMPASSE DEL CAPÍTULO I?

III. MORAL Y MODERNIDAD

1. LA MORAL, LA MORAL DE LA MODERNIDAD

2. LA MODERNIDAD EN LA QUE LA MORAL SE ENCUENTRA EN SU TERRENO

3. ESTADO Y MERCADO: LA ÉTICA DEL ESTADO Y LA ÉTICA DEL MERCADO

4. DESEOS, FINES, Y LA MULTIPLICACIÓN DE LOS DESEOS

5. LA ESTRUCTURACIÓN DE LOS DESEOS MEDIANTE NORMAS

6. CÓMO Y POR QUÉ LA MORAL FUNCIONA COMO LO HACE

7. LA MORAL CUESTIONADA POR EL EXPRESIVISMO: LOS LÍMITES DE UNA CRÍTICA EXPRESIVISTA

8. LA MORAL CUESTIONADA POR OSCAR WILDE

9. LA MORAL CUESTIONADA POR D.H. LAWRENCE

10. LA MORAL CUESTIONADA POR BERNARD WILLIAMS

11. PREGUNTAS PLANTEADAS A Y POR WILLIAMS

IV. EL NEOARISTOTELISMO DESARROLLADO EN TÉRMINOS TOMISTAS CONTEMPORÁNEOS: ASPECTOS DE RELEVANCIA Y JUSTIFICACIÓN RACIONAL

1. PROBLEMAS PLANTEADOS POR LOS NEOARISTOTÉLICOS

2. FAMILIAS, CENTROS DE TRABAJO Y ESCUELAS: BIENES COMUNES Y CONFLICTOS

3. LA POLÍTICA DE LA COMUNIDAD LOCAL Y EL CONFLICTO: EJEMPLOS DANESES Y BRASILEÑOS

4. LA RACIONALIDAD PRÁCTICA DESDE EL PUNTO DE VISTA DEL ORDEN DOMINANTE

5. LA RACIONALIDAD PRÁCTICA DESDE UN PUNTO DE VISTA NEOARISTOTÉLICO

6. LA CONCEPCIÓN DOMINANTE DE LA FELICIDAD

7. LA CRÍTICA NEOARISTOTÉLICA DE LA CONCEPCIÓN DOMINANTE

8. ALGUNAS INCOHERENCIAS Y CONFLICTOS CONTEMPORÁNEOS

9. CÓMO JUSTIFICAN SUS POSTURAS LOS ARISTOTÉLICOS TOMISTAS EN LOS DEBATES CONTEMPORÁNEOS: ASPECTOS DE LA JUSTIFICACIÓN RACIONAL

10. LA RELEVANCIA DE LAS VIRTUDES ENTENDIDA EN TÉRMINOS ARISTOTÉLICOS Y TOMISTAS

11. LA CRÍTICA DE BERNARD WILLIAMS DE LOS CONCEPTOS Y ARGUMENTOS ARISTOTÉLICOS Y TOMISTAS: UNA RESPUESTA

12. NARRACIONES

13. LAS CONTINUAS DISCREPANCIAS EN CUANTO A LA NARRATIVA

V. CUATRO NARRACIONES

1. INTRODUCCIÓN

2. VASILI GROSSMAN

3. SANDRA DAY O’CONNOR

4. C.L.R. JAMES

5. DENIS FAUL

6. ¿Y ENTONCES?

ALASDAIR MCINTYRE

PREFACIO

ESTE ENSAYO SE DIVIDE en cinco capítulos. Las cuestiones planteadas en el primero, acerca de nuestros deseos y cómo hemos de pensar acerca de ellos, se refieren a preguntas que a menudo se hace la persona de a pie, alejada del ámbito de la filosofía. Cuando estas personas, por una u otra circunstancia, tratan de llevar sus respuestas hasta un estadio algo más avanzado, descubren que, tal vez inadvertidamente, se han convertido en filósofos, y que en consecuencia necesitan siquiera una parte de los recursos conceptuales y argumentativos que los filósofos profesionales pueden proporcionarles. Así es como su indagación, como la aquí expuesta, se torna filosófica. No obstante, en nuestra cultura la filosofía ha devenido casi exclusivamente una disciplina académica especializada, y quienes la practican, además, casi siempre se dirigen solamente a sus colegas, y no al sujeto instruido y a la vez profano. Más aún: estos mismos profesionales han sido atosigados por el sistema académico durante los últimos cincuenta años para que publicasen más y más como requisito para su supervivencia académica, produciéndose, como resultado, para la mayoría de los temas de interés filosófico, un extraordinario volumen de escritos, creciente e inmanejable, que ha de ser leído a modo de prólogo antes de añadirse algo de cosecha propia. Advierto a los lectores que mis referencias a esta literatura son selectivas y escasas. De haber intentado, conscientemente, no solo abrirme paso entre todos los escritos relevantes publicados en torno a la filosofía de la mente y la ética, sino después, asimismo, explicar mi recepción de las principales posturas de sus autores, mi escrito alcanzaría una extensión imposible, y adoptaría un formato que haría que este ensayo fuese inaccesible al lector común, que es para quien escribo.

En cualquier caso, he recorrido mi propio camino lenta y dolorosamente —este dolor ha sido a veces, aunque en modo alguno siempre, el dolor del aburrimiento—, pasando por lo importante de dicha literatura. Así pues, si tengo lectores que son filósofos profesionales, estos pueden estar seguros de que, si no hago referencia a un vasto corpus de trabajos publicados, incluyendo los suyos, es porque nada de lo que encontré en ellos fue suficiente para abandonar o modificar los puntos de vista aquí expresados y los argumentos aquí desarrollados. Invito a mis lectores a que sopesen mi extensa argumentación en sus propios términos, cualesquiera que estos sean. Mi objetivo principal no es recabar su aquiescencia, pues lograrlo o no depende en grado sustancial de las convicciones y premisas que aportan consigo a la lectura; pretendo más bien invitarles a redefinir sus propias posturas a la luz del caso que les presento.

Las preguntas del capítulo primero nos abocan a un impasse filosófico, a una confrontación entre dos posturas rivales e incompatibles, la correspondiente al expresivismo y la de cierto tipo de aristotelismo, dos conjuntos de tesis y argumentos sobre el significado y el uso del término «bueno» y sobre la naturaleza de los bienes. Los protagonistas de ambas posturas son incapaces de proporcionar razones suficientes para que sus críticos y oponentes cambien de parecer. Hay que decir que desde cada de uno de estos puntos de vista antagónicos las relaciones entre los deseos y el razonamiento práctico se entienden de modo muy distinto, y que el impasse, aunque sea teórico, tiene importantes implicaciones prácticas. ¿Hay entonces alguna manera de superar ese atolladero? Mi estrategia en el segundo capítulo consiste en volverme hacia una pregunta de otro tipo, una en la que considero ciertos contextos sociales e históricos en los que la teorización filosófica sobre asuntos relevantes ha funcionado; también considero el modo en que ha funcionado en dichos contextos. Me fijo especialmente en cómo tal teorización puede dar lugar a veces a equívocos éticos y políticos, por enmascarar las realidades socioeconómicas de ciertos lugares y tiempos determinados. También apunto que el remedio para esa teorización es, al menos en parte, teorizar mejor, realizando precisamente el tipo de teorización que tiene la capacidad para hacernos conscientes de esas mismas realidades. Ejemplos extraídos de Hume, Aristóteles, Tomás de Aquino, Marx y otros sirven como un primer paso para repensar las relaciones entre la teorización filosófica y la práctica diaria, a fin de que sea posible plantear esas preguntas sin respuesta que deparan las conclusiones que alcancé en el primer capítulo; cuestiones que conciernen a los aspectos relevantes de la moral distintivamente moderna y a los contextos sociales en cuyos términos, según se verá, necesitamos entender las posturas filosóficas rivales que había discutido.

El tercer capítulo de este ensayo, por lo tanto, consiste en un informe histórico y sociológico, si bien elemental y esquemático, de los factores clave de las estructuras sociales y la vida social de la Modernidad avanzada, en el curso de la cual la moral adoptó un nuevo y peculiar aspecto, aquel justamente en el que emergió la oposición entre posturas filosóficas rivales que discuto en el primer capítulo. A mi juicio, podremos entender cómo y por qué la moral que es característica del mundo moderno, la moral que llamo «Moral», ha funcionado del modo en que lo ha hecho, si y solo si la consideramos en relación no solo a las estructuras políticas, económicas y sociales que son distintivas de la Modernidad, sino también a las formas de sentir y desear específicamente modernas. Afirmo, igualmente, que solo podemos entender el expresivismo adecuadamente si consideramos a un tiempo cómo realiza una subversiva crítica de la Moral y las limitaciones de dicha crítica. Dichas limitaciones, que resultan ser limitaciones del expresivismo en cuanto teoría, son identificadas al discutirse los argumentos de tres notables críticos de la Moral, Oscar Wilde, D.H. Lawrence y Bernard Williams, un filósofo cuyas disquisiciones están inusualmente entreveradas de aspectos relativos al contexto social e histórico. Es Williams quien más hace para que consigamos entender la presente situación del agente reflexivo y las alternativas que ella o él afronta, en parte por las conclusiones que alcanza, y en parte por los asuntos que su trabajo destapa sin ser capaz de resolverlos.

En el capítulo cuarto ya estaré preparado para volver a la investigación filosófica original, pero ahora pertrechado con un mejor entendimiento que me permitirá superar el impasse en el que habíamos quedado varados, no solo porque a esas alturas ya habré sido capaz de identificar dónde triunfa y dónde fracasa el expresivismo, sino también porque estaré capacitado para producir un análisis adecuado sobre en qué consiste producir justificaciones racionales en los contextos prácticos. La discusión de los puntos de vista de Williams habrá arrojado por entonces una importante luz sobre lo que está en juego en nuestra situación contemporánea en cuanto a si aceptar o no una postura ética y política neoaristotélica. Así pues, este cuarto capítulo es una explicación más completa del neoaristotelismo, y más específicamente del tomismo, en cuanto a su relación con las limitaciones morales, políticas y económicas y las posibilidades del orden social contemporáneo. Mi argumento está urdido con el fin de mostrar que solamente desde una perspectiva tomista aristotélica podemos caracterizar adecuadamente algunos rasgos clave del orden social de la Modernidad avanzada, y que el tomismo aristotélico, pasado por el tamiz de las aportaciones de Marx, nos puede dotar de los recursos necesarios para construir un posicionamiento ético y político contemporáneo que nos permite y exige actuar contra la Modernidad desde dentro de ella. La conclusión es que un cierto tipo de narración resulta indispensable para entender la vida práctica y moral.

El quinto y último capítulo sirve de ejemplo a esta tesis, proporcionando un estudio biográfico de las relaciones entre teoría y práctica y entre deseo y razonamiento práctico en cuatro vidas muy distintas del siglo veinte, las del novelista soviético Vasili Grossman, la jueza americana Sandra Day O’Connor, el historiador marxista nacido en Trinidad y Tobago C.L.R. James, y el sacerdote católico irlandés y activista político monseñor Denis Faul. Fue en buena parte gracias a personas como ellos, tanto más que gracias a Aristóteles, Tomás de Aquino o Marx, que aprendí a entender tanto la unidad de las investigaciones políticas y morales como su complejidad, debido a que su naturaleza esencial es a la vez filosófica, histórica y sociológica. Una de las moralejas a extraer por quien quiera que comparta mis conclusiones es que la organización actual de las disciplinas académicas es enemiga de esta clase de investigaciones.

Soy muy consciente de haber intentado a la vez mucho y poco: poco, a causa de la necesidad de implicarme con posturas adversas hasta un grado en el que nunca antes lo había hecho, mucho por el extenso campo que he cubierto. Una de las consecuencias ha sido el haber tenido algunas veces que exponer el mismo punto en diferentes contextos. Los lectores que legítimamente se irriten por estas repeticiones han de considerar que la alternativa hubiera sido remitirles con demasiada frecuencia a otras páginas del texto, con la consiguiente perturbación de su lectura. Algunas de las tesis que afirmo y algunos de los argumentos que defiendo repiten, revisan, corrigen o reemplazan tesis afirmadas y argumentos defendidos en mis anteriores libros y artículos, de modo que podría haber inundado el texto con referencias a estas declaraciones previas; pero me parece que es mejor no hacer tal cosa[1]. Tengo igualmente el placer de reconocer mi deuda con, en primer lugar, aquellas instituciones que me proporcionaron la hospitalidad académica que tanto necesité y aprecié desde que me jubilé y dejé de dar clases en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Notre Dame: el Centro para la Ética y la Cultura de Notre Dame y su Centro Maritain, y el Centro de Estudios Aristotélicos de Ética y Política Contemporánea de la Universidad de Londres. Estoy enormemente agradecido por la extraordi­naria generosidad manifestada por los colegas que, en diversas universidades, leyeron y comentaron los primeros borradores de este libro: Joseph Dunne, Raymond Geuss, Kelvin Knight y Elijah Millgram, que aportaron cada uno su propio punto de vista, significativamente distinto del mío. Aprendí mucho de ellos, aunque tal vez no tanto como ellos esperaban. También contraje una considerable deuda con Jonathan Lear, Jeffery Nicholas y John O’Callaghan, que hicieron incisivos comentarios en determinados pasajes, y con los dos lectores de Cambridge University Press por los errores y pasajes oscuros que detectaron. Estoy especialmente agradecido a mi revisora, Jacqueline French. Versiones anteriores de este libro fueron leídas en seminarios en la Universidad Metropolitana de Londres. No habría podido tener mejores críticos que quienes participaron en dichos seminarios, de modo que también les estoy inmensamente agradecido. Ni que decir tiene que los defectos y errores que existiesen aún en el texto serían responsabilidad mía.

Permítanme que deje constancia de una clase distinta de deuda que asimismo contraje. Muy raramente, en filosofía, una persona o argumento ostenta la última palabra. El debate continúa casi siempre, y esto es algo que se cumple notoriamente en los temas que he abordado en este libro: cómo los juicios evaluativos y normativos han de ser entendidos, cómo hay que concebir el deseo y el razonamiento práctico, en qué consiste tener un adecuado autoconocimiento, qué rol juega la narrativa en nuestro entendimiento de la vida humana y qué clase de entendimiento sobre todo ello puede aportar la perspectiva tomista. Cada una de las posturas con las que me comprometo me sitúa en abierta contraposición con filósofos de fuste, de gran penetración e ingenio, a los que mis argumentos no han de persuadirles. Con ellos también estoy muy en deuda, porque son ellos quienes me han obligado una y otra vez a repensar dichos argumentos.

Con nadie estoy más en deuda que con Lynn Sumida Joy, no solo por sus comentarios sobre los anteriores borradores de este libro, especialmente perspicaces e instructivos, sino por hacer que el proyecto en su totalidad fuese posible.

[1] Debo señalar, no obstante, que, dentro del capítulo cuarto, las secciones 4.6 y 4.7 fueron originalmente publicadas como parte de mi artículo «Philosophical Education Against Contemporary Culture», en Proceedings of the American Catholic Philosophical Association 87 (2013): 43–56, y algunas partes de la sección 4.12 en mi artículo «Ends and Endings», en American Catholic Philosophical Quarterly 88, 4 (otoño 2014): 807–821.