FEDERICO VARESE
AMOR, MUERTE Y DINERO EN EL CORAZÓN DEL CRIMEN ORGANIZADO
TRADUCCIÓN DE DANIEL SALDAÑA
BARCELONA MÉXICO BUENOS AIRES NUEVA YORK
© Federico Varese, 2017
© Traducción: Daniel Saldaña
© Malpaso Ediciones, S. L. U.
C/ Diputació, 327, pral. 1.ª
08010 Barcelona
www.malpasoed.com
Título original: Mafia Life
ISBN: 978-84-17081-86-7
Primera edición: junio de 2018
Diseño de interiores: Sergi Gòdia
Maquetación: Palabra de apache
Imagen de cubierta: Chantal Pinzi / EyeEm
Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente
prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright,
la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio
o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro (incluyendo las
fotocopias y la difusión a través de Internet), y la distribución de ejemplares
de esta edición mediante alquiler o préstamo, salvo en las excepciones
que determine la ley.
La vida es difícil.
Y luego mueres.
Una mañana nevada de noviembre del año 2016 me encuentro ante una tumba bien conservada, dentro de una vasta necrópolis rusa. No es uno de los túmulos más extraordinarios, pero la figura de Nikolái Zikov a tamaño real me contempla con solemnidad. Su imagen está grabada sobre un elegante mármol negro, y en el espacio que lo rodea hay una mesa minúscula, una cruz ortodoxa de aspecto sobrio y un florero. No muy lejos de él están enterrados algunos de sus colegas. La última vez que lo vi fue a mediados de los años noventa, y desde entonces no había regresado al lugar donde Zikov fuera jefe local de la mafia: la ciudad de Perm, en la región rusa del Ural. Aunque he escrito mucho sobre el tiempo que pasé en Rusia durante los años noventa, nunca creí que valiera la pena detenerme demasiado en nuestros encuentros. Este libro lo traerá de vuelta a la vida. Zikov pertenecía a una fraternidad criminal secreta que ha llegado a ocupar un lugar importante en el mundo europeo del hampa. Sus miembros lucen tatuajes impresionantes, se rigen por un código de honor secreto y operan en la mayor parte de Europa. En Mafia Life encontraremos individuos igualmente exóticos de Sicilia, Hong Kong y Japón, y viajaremos a lugares tan lejanos como Macao, Birmania y Dubái, de vuelta a Grecia y al otro lado del Atlántico, para descubrir las formas que adopta la ilegalidad en nuestros días. Pero no hay que pensar, ni por un instante, que un mafioso es un señor importante que vive en un lugar muy lejano. Bien podría vivir entre nosotros, lo mismo en la Inglaterra suburbana que en Palermo. Pongamos tan solo un ejemplo.
Recientemente, en el pueblo de Salford, Gran Mánchester, un hombre fue atacado con un machete, y lanzaron una granada a la casa de otro. Un niño de nueve años recibió un disparo al abrir la puerta de su casa: el asesino iba a por el padre. Treinta niños viven con miedo al asesinato en este pueblo, que tiene 234.000 habitantes; existen aquí veinticinco grupos del crimen organizado, y se produjeron diecinueve tiroteos en doce meses. «La policía no controla las calles», explicó un pandillero a la BBC en 2016.1
Imagina que eres uno de los hinchas que fueron al estadio del Manchester United para ver el partido contra el Wigan Athletic el 26 de diciembre de 2011. Si en verdad lo eres, quizá recuerdes que el Manchester United se impuso al Wigan cinco goles a cero. Pero algo más sucedía fuera del campo. Había «personal» uniformado dirigiendo a los hinchas para que aparcaran cerca del estadio de fútbol Old Trafford. Miles de personas podían encontrar fácilmente un lugar por cinco libras. Una ganga. Alrededor de los edificios de oficinas, grandes áreas de descampados, espacios de exhibición de coches y terrenos baldíos se habían convertido en aparcamientos para los partidos del Manchester United durante la temporada. La pega era que aquellos empleados trabajaban para el crimen organizado local y usaban áreas públicas de manera ilegal. De vez en cuando se enfrascaban en guerras territoriales por ver quién controlaba los mejores lugares. El 26 de diciembre de 2011 la policía se movilizó y detuvo a trece personas de entre quince y cincuenta años de edad.2 Intentaban acabar con un negocio que reportaba millones de libras cada temporada.
El estadio Old Trafford está junto a Salford, a unos tres kilómetros y medio del centro de Mánchester. The Haçienda, la discoteca europea más emblemática de las décadas de 1980 y 1990, impulsó la música rave y el acid house, además de producir los discos de Joy Division.3 Un tal Donald Noonan, residente local perteneciente a una temida e importante familia criminal de Salford, regenteaba las puertas del garito. Uno de sus hermanos había sido acusado de homicidio y luego fue absuelto, mientras que otro sumaba más de cuarenta condenas por robo armado y agresión a un oficial de policía. Intimidaban tanto que, cuando los detenía la policía, los dejaban ir, con independencia de lo que hubieran hecho (presuntamente). Donald puso un poco de orden en la discoteca The Haçienda. Se permitía la entrada a las bandas, pero cada una se sentaba en una esquina diferente, para evitar las peleas sanguinarias. Les vendían las bebidas a precio de coste para que no tuvieran que robarlas abiertamente y no hostigaran al personal al hacerlo. Peter Hook, miembro fundador de Joy Division y copropietario del Haçienda, cuenta que recibir a los gánsteres ofrecía ventajas adicionales: algunos de los trabajadores obtenían de ellos créditos sin intereses, en vez de tener que pasar por los bancos. Y la asociación con una banda importante revestía cierto prestigio: «Nuestros gorilas eran tan poderosos y tan jodidamente violentos que adonde quiera que fuéramos nos perseguía la fama de estar asociados con ellos», escribe Peter Hook en su libro sobre The Haçienda. Por otro lado, permitir a los gánsteres que gestionaran las puertas del club tenía algunas desventajas: ellos controlaban el flujo de drogas y los porteros se veían arrastrados a su guerra de bandas pues, para no quedar mal, los obligaban a vengarse por lo que sucediera la noche anterior. Un establecimiento legal que tantos de nosotros frecuentábamos y queríamos era cómplice de esa violencia gratuita.
Han pasado unos veinte años y la mayor parte de los lectores pensará que los días salvajes de The Haçienda son cosa del pasado. Después de todo, la discoteca cerró sus puertas en junio de 1997. El barrio de Salford Quays, tocado por la gentrificación, alberga ahora algunas oficinas de la BBC y la ITV. Sin embargo, mientras escribía este libro alguien segó la vida del gánster más influyente de Salford, el 26 de julio de 2015, en un golpe planeado cuidadosamente. Paul Massey murió de un disparo cuando bajaba de un BMW plateado frente a su casa en Salford.4 Poco después de su muerte suspendí la escritura de este libro y viajé al pueblo; ahí conocí a Don Brown, un oficial de policía que empezó a trabajar en esas calles en 1983:
Detuve a Massey tres veces. La primera vez cuando él tenía diecisiete años. Era un tipo pequeño, físicamente no valía mucho, pero tenía agallas para el trabajo. Incluso apuñaló a un hombre frente a un equipo de la BBC que filmaba una película sobre él. Y fue a la cárcel por ese crimen.
La violencia es un ingrediente fundamental en este oficio. Massey y los mafiosos como él deben ser capaces de convencer a un público escéptico de que tienen lo que se necesita para apretar el gatillo. Una vez que han consolidado su reputación, la gente será más propensa a obedecer sus órdenes; se deduce que los mafiosos tendrán que usar «menos» violencia en sus negocios cotidianos.5
Esta gente no solo se dedica a comprar y a vender productos ilegales. Organizan mercados. Controlan espacios públicos. En vez de vender drogas en las esquinas quieren controlar quién tiene derecho a venderlas. Pronto expanden sus redes de extorsión desde un solo ámbito hacia otros elementos de la economía local —de las drogas a la prostitución; de las tiendas de ultramarinos a los taxistas y peluqueros; de los aparcamientos y geriátricos al negocio de la construcción—, hasta que sectores enteros quedan bajo su dominio. Se presentan como instituciones de gobierno, esencialmente en competencia con el Estado legítimo.
Los intereses comerciales de Massey iban más allá de pasar drogas. Fundó una empresa oficialmente llamada Personal Management Security,I abreviado PMS. Todo el mundo sabía que PMS significaba «Paul Massey Security». En solo unos cuantos años la empresa obtuvo contratos lucrativos en Salford, Mánchester y otros lugares. Contaba entre sus clientes a Metrolink, la red de tren ligero de Mánchester, y la constructora responsable de una nueva estación de policía en esa misma ciudad (ambos contratos fueron anulados a causa de las protestas públicas). «Estas empresas de seguridad son, en la práctica, sistemas de extorsión», señala Don Brown. Incluso Massey, un vándalo de poca monta según todos los indicios, pisaba fuerte en el mundo de la ilegalidad.
El suntuoso funeral de Paul Massey celebrado en Salford, en 2015. El tributo floral le describe como una «leyenda de Salford». La carroza está cubierta con banderas del Manchester United.
Los individuos como Massey, y los personajes que llegaremos a conocer en este libro, viven en comunidad. Massey creció entre personas que desconfiaban de la policía y de las instituciones legítimas. De hecho, los disturbios de Salford de 1992 consistieron en una semana entera de ataques contra la policía y los bomberos. Los nombres de quienes se chivaban a las autoridades aparecían escritos con aerosol en las paredes de la principal zona comercial. Hace cuatro años, en un bar de la localidad, dispararon a un hombre frente a treinta personas.6 Después del asesinato, el homicida apuntó hacia los testigos y los amenazó para que no hablaran. Como en otros incidentes similares, la grabación de las cámaras de seguridad desapareció. En vez de omertà, el código de silencio siciliano, la policía lo llama «muro de silencio». Pero es lo mismo. Entrevistado por la BBC en 2016, el exfiscal en jefe de la Corona para Gran Mánchester concluía: «La impresión será que ciertas personas están por encima de la ley y que algunos individuos sentirán que pueden asesinar y quedar impunes». También admitió que «hay un déficit de confianza en la policía».
Con el tiempo, la justicia gánster le arrebata el control a la ley y al orden oficiales. No se ha detenido a nadie por el asesinato de Massey, pero a un residente de la localidad, de 33 años de edad, le cosieron a tiros desde una motocicleta, un crimen característico del mundo del hampa en Salford. Corren rumores de que la víctima había participado en el asesinato de Massey.
El sistema informal de mantenimiento del orden en Salford decide incluso la multa que debe pagar un ladrón de coches cuando atropella por error a un peatón. Los miembros de la Compañía de Salford —también llamada la Compañía (los dos nombres designan a la banda de Massey)— son figuras de autoridad alternativa que imparten su propia justicia sumaria a los transgresores.7 El siguiente paso es que el gánster mismo se convierte en líder comunitario. En 2015 el Guardian informó que circulaba el rumor de que la policía había pedido a Massey que interviniera como mediador tras algunos incidentes violentos en el pueblo, entre ellos un ataque con granada y otro con machete.II Massey también fungió como mediador en conflictos entre bandas por todo el Reino Unido. En 2010, para afianzar su papel como líder comunitario, incluso se presentó a la alcaldía de Salford, quedando en cuarto lugar. Si el sistema electoral hubiera sido distinto —de representación proporcional, pongamos por caso— Massey hubiera alcanzado un escaño en la asamblea local, junto con algunos de sus aliados.8
Estas personas se aprovechan de las comunidades y, sin embargo, llegan a ser consideradas autoridades, figuras dignas de respeto solo en virtud del temor que inspiran. Dado que operan en contextos en los que existe un conjunto de instituciones oficiales, los pandilleros y mafiosos intentan influir sobre el proceso democrático apoyando a sus candidatos o presentándose a puestos de elección popular. Algunos miembros de la comunidad se benefician de la presencia del crimen organizado, pero son una minoría. Desafortunadamente, las autoridades legítimas a menudo inspiran menos confianza que los gánsteres locales. De hecho, las mafias son formaciones paraestatales rudimentarias, y si se les permite existir y florecer llegan a sustituir a las instituciones legítimas.
En algunos aspectos fundamentales, las mafias de las que trata este libro —la Cosa Nostra, la mafia italoamericana, la mafia rusa, la Yakuza japonesa y las Tríadas de Hong Kong— también «difieren» de bandas como la de Massey. Mientras que las bandas tienden a ser organizaciones independientes, las mafias se han esforzado por desarrollar normas de comportamiento compartidas transversalmente por todas las familias, y tienen muchas cosas en común que las distinguen de otras formas de crimen organizado. Todas estas mafias surgieron en épocas turbulentas, cuando los estados no eran fiables y eran incapaces de gobernar correctamente sobre la economía (legal e ilegal); todas tienen ceremonias de iniciación memorables y suelen presentar estructuras jerárquicas y reglas internas similares, incluidas reglas relativas al sexo y la vida familiar; y todas ellas operan dentro de los mismos mercados clave, legales e ilegales, como la construcción, las licitaciones públicas, el narcotráfico y la prostitución. Una mafia es, de hecho, un conjunto de «bandas» que controlan un territorio y se adscriben a las mismas normas de comportamiento. Pueden, pese a ello, pelear entre sí, pero pertenecen a una misma estructura. Y sobre todo han existido desde hace muchísimo más tiempo que las bandas.
¿Quiénes son los mafiosos? Hay una tendencia a describirlos como superhombres, como sociópatas demoníacos que dirigen una organización al estilo de Spectre, salida de una película de James Bond. Esta no es la impresión que me dejaron mis limitados encuentros con mafiosos. Con frecuencia se me pregunta si tenía miedo al conocerlos, y por qué aceptaban ellos hablar conmigo. Creo que los delincuentes comparten con nosotros el deseo, muy humano, de comunicarse, de hablar de sí mismos y justificar sus acciones. De hecho, puedo imaginarme con facilidad cómo, si las cosas hubieran sido de otro modo, un punto de partida diferente o una decisión personal los pudieron haber llevado hacia otro tipo de vida.
Estas personas tienen trato con la violencia, pero no van por ahí matando a todos los que se encuentran. Mi mejor protección era tomármelos en serio y no albergar más motivos que un profundo deseo de entender, de saber cómo veían el mundo, en qué creían que consistía la vida y si valía la pena. Yo me ponía bajo su cuidado durante una hora, más o menos, y ellos a su vez aceptaban el reto. Me hacía pasar por un loco inocente, un académico optimista e ingenuo, y así me convertía en un pequeño observador de su mundo.
Desde luego, uno debe seguir algunas reglas básicas en este tipo de entrevistas. Nunca pregunto detalles específicos del estilo «quién mató a quién», como preguntaría un periodista de investigación o un policía. Para que una entrevista rinda frutos no conviene mostrar repulsa o superioridad moral. A fin de reducir la percepción de amenaza, las preguntas deben tratar sobre «la gente que está en el mismo negocio», en vez de sobre el entrevistado en particular. En mi caso, esta resultó ser una buena estrategia. Tras unos cuantos comentarios generales, regularmente el entrevistado pasaba a hablar de un caso específico, bien fuera el suyo o el de «un conocido». Muy rara vez utilicé grabadora. En mi experiencia, resulta incómodo para los entrevistados y uno obtiene respuestas evasivas. Mi método preferido es tomar notas: le recuerda al entrevistado el propósito del encuentro (es decir, escribir un texto de investigación que se hará público) y al mismo tiempo reduce el riesgo de que el entrevistador dé un mal uso a la información.
Mafia Life no se basa solamente en las entrevistas que realicé. Lejos de ello. Otra fuente importante fue la evidencia judicial, los datos biográficos y las conversaciones grabadas por la policía en el curso de sus investigaciones. Nunca pierdo de vista que este material ha sido recopilado con un propósito muy diferente del mío. Pero sería necio de mi parte ignorar por completo una fuente de información tan rica. Uno puede encontrar, sepultadas entre expedientes judiciales, valiosas pistas sobre la vida de los mafiosos. Las grabaciones policiales de conversaciones telefónicas, cuyos sujetos ignoran que están siendo escuchados, permiten que nos convirtamos en testigos invisibles; accedemos tanto a las altas esferas de un grupo criminal como a sus bajos fondos, y descubrimos mucho sobre la vida diaria y el trabajo de sus afiliados. Ningún etnógrafo soñaría con un nivel de acceso semejante.9 También me serví de los informes investigativos y las confesiones publicadas. Consciente de las limitaciones del tipo de datos utilizados, he intentado reconstruir una historia plausible, consistente con la mayoría de las fuentes. El lector será el juez definitivo que decida si lo he logrado.
Con este libro quiero traer a un primer plano el lado humano de las conspiraciones criminales. Aquí describo a los mafiosos como individuos, no más inteligentes que el resto de nosotros, que cometen errores y a veces son estafados, y terminan muertos o tras las rejas. Usando la estructura de una vida común, narro los complejos desafíos que enfrentan los mafiosos al dirigir sus organizaciones. Al igual que el resto de nosotros, los mafiosos nacen y crecen, quizá se casan, encuentran un trabajo o administran un negocio, ahorran e invierten su dinero, participan en política, enferman y al final mueren.
Ocho elementos conforman los capítulos centrales de este libro: «Nacimiento», «Trabajo», «Administración», «Dinero», «Amor», «Imagen personal», «Política», «Muerte» y «Post mortem». Cada capítulo comienza con una historia narrada en detalle. A continuación, indago en lo que podemos aprender de tal historia.
El personaje principal en «Nacimiento» es Nikolái Zikov, jefe de la mafia rusa. Como hacía Massey en Salford, Zikov dirigía una red de extorsión e intentaba establecerse como líder comunitario. Pertenecía a una fraternidad secreta que surgió en el sistema penitenciario soviético, con una ideología de oposición a aquel régimen. La fraternidad tenía además un ritual de iniciación —un proceso de renacimiento para el futuro miembro— muy parecido al de otras mafias (y ausente en las bandas de Salford). Con la caída de la Unión Soviética esta fraternidad se convirtió en un actor muy importante dentro del mundo delictivo de varios países, y aspiró, como otras mafias, a controlar mercados y territorios.
En «Trabajo» me centro en Antonino Rotolo, jefe de la Familia Pagliarelli de la mafia en Palermo. A partir de las exhaustivas intervenciones telefónicas de la policía, reconstruí la manera en que Rotolo dirigía las redes de extorsión en su vecindario, y cómo su segundo de a bordo había planeado el regreso de la Cosa Nostra al narcotráfico a gran escala, gracias a una alianza con la mafia italoamericana. Además, detallo la situación que Antonino y otros jefes enfrentaron a partir de 2008, incluidas la crisis económica, la infatigable presión policial, las detenciones y la llegada de una población migrante, venida del otro lado del Mediterráneo, que no da por sentado el imperio de la Cosa Nostra. La reputación de la Cosa Nostra siciliana no es tan amenazante como solía.
En «Administración» los reflectores se vuelven hacia Merab, jefe del clan Kutaisi de la mafia posoviética. A Merab lo seguimos mientras se enfrenta al desafío del clan opositor, los Tiflis, que han estado matando a sus hombres por toda Europa. ¿Cómo reaccionar? ¿Debe acaso emprender una guerra frontal, o diseñar una estrategia a largo plazo para aislar a su enemigo y solo entonces contraatacar? Lea usted y lo descubrirá. En el proceso, aprenderá algunas valiosas lecciones de administración. Las mafias necesitan hacer algo con el dinero que acumulan.
En «Dinero» le sigo la pista a los dividendos de la mafia rusa desde Moscú hasta Nueva York, Londres y Roma. En este proceso identifico tres actores fundamentales: el mafioso, el proveedor de servicios de confianza que trabaja moviendo e invirtiendo el capital sucio, y los banqueros que hacen la vista gorda. Descubro además que a veces los banqueros y los proveedores de servicios estafan a los mafiosos.
En «Amor» doy parte de una conversación íntima entre un mafioso y su pareja. Aunque ella tiene prohibida la entrada a la fraternidad de la Cosa Nostra —reservada para los hombres—, él organiza un ritual de admisión rudimentario para ella. El poder del amor lo lleva a violar algunas reglas clave de la mafia y a sincerarse con ella. El afecto profundo por la pareja socava, en buena medida, la integridad de la organización, y las mafias tratan de mantener a raya las emociones y el amor familiar.
En «Imagen personal» el protagonista es Diente Roto Wan, jefe de las apuestas en Macao que produjo una película sobre sí mismo. Sin embargo, el producto final no fue exactamente lo que esperaba. El cine puede ser una herramienta promocional poderosa, pero aunque las mafias querrían controlar la forma en que se les representa, las películas producidas con su participación directa no atraen a un público sofisticado. La mejor publicidad, concluyo, es la indirecta, como la de El Padrino.
En «Política» sigo a dos miembros de las Tríadas de Hong Kong que revelan los secretos en torno a una agresión contra estudiantes, a manos de la mafia, el 3 de octubre de 2014. Parece ser que la estrecha vinculación de las Tríadas de Hong Kong con el gobierno chino ha socavado la autonomía de las primeras, convirtiéndolas en una extensión de una fuerza geopolítica muy poderosa. De manera más general, analizo cómo la mafia puede convertirse en un Estado y cómo los estados a menudo se parecen a las mafias.
En «Muerte» describo algunas de las técnicas homicidas predilectas de la mafia, y remato discutiendo las políticas que podrían debilitarla, y en última instancia eliminarla. Y en «Post mortem» viajo de regreso a Perm para visitar la tumba de Zikov y reflexionar sobre el futuro. Al final del libro he incluido las fuentes a las que recurrí, así como información de lecturas adicionales en torno al tema.
Una última reflexión sobre Massey, en boca de una persona con la que me reuní en Salford y que lo conocía bien: «Cuando mataron a Massey me puse triste. Salí caminando de mi oficina y me senté en un banco. ¿Por qué estaba triste? Cierto que era un criminal, pero podía poner freno a las cosas, mantener las cosas bajo control, y ahora habrá más violencia». Incluso los más temibles mafiosos comienzan siendo vándalos de poca monta, como Massey. Si bien no deberíamos atribuir poderes sobrehumanos a estos individuos, tampoco conviene subestimarlos.10 Lo que me fascina y aterra de estas organizaciones es su habilidad para producir un cierto orden social basado en el miedo y la injusticia. Podemos ignorar esta realidad únicamente bajo nuestro propio riesgo.
NOTAS
I Gestión de Seguridad Personal. (N. del T.)
II Massey desmintió estos rumores en vida.
Los acontecimientos relatados en este libro son reales, al igual que los diálogos. Por razones legales y de privacidad, algunos de los nombres y detalles menores han sido modificados. Los nombres en itálicas son seudónimos. Esto se aplica especialmente en el capítulo 5, donde algunos diálogos y personajes han sido modificados. Cuando «Familia» aparece con mayúscula inicial designa la unidad organizativa básica de la mafia, no a la familia natural. Generalmente me refiero a la Mafia Siciliana con el nombre utilizado por sus miembros: Cosa Nostra. La transliteración de algunos nombres rusos ha sido simplificada.
Algunas secciones de esta obra se basan en declaraciones ante tribunales e intervenciones telefónicas. Se utiliza dicha evidencia por razones analíticas, y no existe la intención de atribuir responsabilidad criminal a ninguno de los individuos mencionados en esta obra. De manera análoga, cuando se asigna la etiqueta «mafioso» a un individuo en específico, no se sugiere que dicho individuo sea imputable por ningún delito.