Publicado por:
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© 2018, Beca Aberdeen
© 2018, de esta edición: Nova Casa Editorial
Editor
Joan Adell i Lavé
Coordinación
Abel Carretero Ernesto
Portada
Daniela Alcalá
Maquetación
María Alejandra Domínguez
Revisión
Jesús Espínola
Primera edición: mayo de 2018
ISBN: 978-84-17142-90-2
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).
GLOSARIO
A |
ARA: Jerga juvenil para denominar a una chica. |
B |
BARA: Jerga juvenil para denominar a una chico. |
K |
KIVRIS: Nueva versión de Toppers, que al tener el grafeno como sustitución de uno de sus elementos soporta mejor las altas temperaturas. |
T |
TOPPERS: Chips de tamaño microscópico dispuestos en forma de red que permiten el paso de cuerpos sin perder la conexión entre sus distintas partes. Se utilizan sobre todo en sistemas de alarma y seguridad. |
Ash estaba sumergida en un sueño intranquilo. Las sábanas se enroscaban en sus piernas y le arañaban la piel incómoda tras tantas vueltas entre ellas.
Era vagamente consciente de estar en su cama, pero ensoñaciones de Sooz, persiguiéndola por los pasillos recónditos de la academia para informáticos de Noé, iban y venía. Era una forma desagradable de soñar. El limbo entre la vigilia y los sueños.
Logró despertar cuando el joven que estaba tendido a su lado se movió adormilado para agarrarla por la cintura y hundir la nariz en su espalda. Un temblor recorrió su cuerpo y se sorprendió a sí misma por lo mucho que reaccionaba físicamente ante Hadi.
Había conocido al muchacho, con el bello aspecto oscuro de un árabe, en el backstreet de Noé, hacía dos días. Hadi le había dado a Ash su primer beso real en una fiesta que terminó de forma abrupta con un accidente en la academia, en el que Tesk, entre otros alumnos, estuvieron a punto de perder la vida.
Ash los había salvado, pero no sin perder su falsa identidad en el proceso. Ahora todos en la academia sabían que ella era Lashira Khan. La informática que había inventado los secbra, los ordenadores que llevaban conectados directamente al cerebro.
A pesar de su repentina huida del backstreet, Hadi era amigo del infame Raoul Davini, y logró contactar con Ash a través de este. Desde aquella noche habían tenido un par de citas, si se podían llamar de esa forma.
En realidad, sabía que nunca podría enamorarse de él, pero tenía más que suficiente con que la hiciera reír y con que volviera loco a su cuerpo.
De acuerdo, su corazón no se aceleraba cada vez que lo veía entrar en la sala, como le ocurría con Gábor, pero… ¿qué sabía su corazón? Al fin y al cabo, la parte racional de Ash no había aprobado esos sentimientos desde el principio. Y no se había equivocado. Gábor era inmaduro, egocéntrico… y ella no quería un hombre así.
Por esta razón, su corazón iba a tener que callarse y aprender a escuchar a su cerebro antes de lanzarse al vacío por una cara bonita con humor inteligente.
Miró, por encima de su hombro, la pronunciada nariz árabe y las espesas pestañas negras. Hadi tampoco era ningún santo. Tenía tres años más que Ash, y mucha más malicia.
Ella sabía que, en algún lugar de la ciudad de Noé, había otra chica durmiendo con esa exótica nariz enterrada en su cuello. Pero le daba igual. No había nada sentimental en ello y, por lo tanto, no había riesgo. Aunque sus amigas la fueran a juzgar por perder su virginidad sin amor, ella se sentía relajada y satisfecha.
—¡Buenos días, Jengibre!
Ash volvió la cabeza hacia la escalera que llevaba a la planta baja de su habitación, sin poder creer que acabara de escuchar el mote que su hermana le había puesto cuando era pequeña.
—¡Por la Creación! —exclamó Kara, observando al muchacho abrazado a Ash con ojos como platos. Se detuvo en el último peldaño de la escalera y los contempló unos instantes boquiabierta.
Ash dio un salto y tiró de las sábanas para poder taparse el pecho desnudo. El vocerío y el movimiento brusco despertaron a Hadi, que pestañeando se irguió para apoyarse en un hombro.
Aquello debía de ser una pesadilla lúcida ocasionada por el estrés de las últimas semanas. Era la única explicación para que acabara de escuchar también la voz de su madre:
—¿Qué ocurre, Kara?
Kara miró hacia abajo por las escaleras, con la cara desencajada.
—Nada, mamá —con un brazo extendido delante de sí bajó varios escalones para impedir que la mujer continuara subiendo—. ¡No subáis!
Con un bufido incrédulo, Ash se tapó la cara con una mano.
—Mis padres —explicó ante la mirada dormida de Hadi.
El joven se levantó y comenzó a vestirse sin apresurarse demasiado. En momentos como esos notaba la diferencia de edad entre ellos.
Ash no le había explicado a Hadi que era virgen antes de él y no tenía ni idea de si él lo había notado o no. No solían discutir nada demasiado personal, pues el joven era tan hermético como seductor; y ella no era la clase de persona que habla por los codos con cualquiera.
—¿Cómo que no suba? ¿Qué está pasando? —oyó decir a su madre mucho más cerca.
Apenas tuvo tiempo de ponerse una camiseta larga, antes de que la mujer asomara la cabeza y mirara hacia la cama.
—¡Oh! —se limitó a decir Mindi Khan.
De todas las cosas que su madre se había imaginado, encontrarla en la cama con un chico no era una de ellas. Esa era una de las razones por las que sus padres habían insistido en que dejara Pentace, la plataforma espacial donde se había criado entre militares y chips informáticos, y se matriculara en la academia. Querían que superara su timidez y aprendiera a relacionarse con gente de su edad.
Pues bien, ahora que no se sorprendieran tanto al encontrarla… «relacionándose».
Azoradas, sus familiares regresaron a la planta baja para darles un momento de intimidad y Ash se vistió a toda prisa con las mejillas aun ardiéndole. —Son las seis de la mañana —susurró Hadi, extrañado con la visita.
Ash le respondió con una mueca, para luego explicar:
—No vienen de Noé, vienen de Pentace.
Hadi se detuvo a medio calzarse, y la contempló ceñudo, quizá preguntándose quiénes eran sus padres para vivir en Pentace y si le iba a ocasionar problemas que lo hubieran encontrado en su cama.
Para una vez que hacía algo «típico de su edad» tenían que sorprenderla sus progenitores, quienes vivían en otra plataforma a años luz de la suya. ¿Es que todo en su vida tenía que ser embarazoso?
—No sabía que venían. Pero tranquilo, no estás en ningún lío —lo calmó lanzándole la camiseta para que terminara de vestirse—. ¿Te importa marcharte a Noé tan temprano?
El joven sacudió la cabeza, y pareció aliviado de que Ash no pretendiera que se quedara a pasar tiempo con su familia.
Cuando bajaron, los presentó brevemente y se apresuró por echarlo. Estaba tan avergonzada que los segundos le parecían minutos.
—¿Por qué no le has dicho a tu novio que se quedara? —protestó Mindi en cuanto Hadi desapareció por la desértica calle residencial de la academia.
—Mamá, no es mi novio... Solo es un bara —advirtió Ash.
Su padre le echó una mirada de reojo para enseguida volver a mirar las paredes de la habitación de Ash como si estuvieran cubiertas de interesantes objetos en lugar de la simpleza naturalista.
Bara era una palabra que Ash nunca hubiera usado meses atrás cuando vivía en Pentance. Se dio cuenta de lo cambiada que debían encontrarla.
—Espero que te hayas hecho la esterilización transitoria —dijo Jeckob sin mirarla—. Aún no quiero ser abuelo.
Sus mejillas se calentaron aún más.
—Claro que se la hizo, papá —protestó Kara—. No la dejaban entrar en Noé sin estar esterilizada.
—La dejaron cuando entró conmigo —murmuró él con cierto tono triste.
Jeckob Barrott, el padre de Ash, era uno de los bioquímicos más importantes de la nación; y había participado en la creación de los distintos ecosistemas de Noé. Una vez, durante la construcción, antes de que Noé se pareciera en nada a la Tierra, las había llevado a ambas con él.
—Éramos unas niñas, papá. Ni siquiera habíamos tenido la menarquía —se burló Kara—. Además, Noé no estaba habitada entonces. No era más que un esqueleto de hierro como Pentace.
Su padre agachó la cabeza y en su rostro se podía ver que prefería que hubieran permanecido de esa forma: sus niñas para siempre.
El falso sol estaba alzándose en la cúpula de Noé conforme hablaban y los rayos comenzaron a llegarles por encima de los tejados de la residencia estudiantil.
Mindi paseó su mirada curiosa por el salón de Ash. Parecía preguntarse a qué más se había estado dedicando su hija en esos meses fuera del control paterno. Pero aparte de unos cuantos cojines mal colocados, su pequeña morada estaba sorprendentemente ordenada. Su madre asintió orgullosa.
Ash ocultó una sonrisa, refrenándose para no decirle que no había superado su desorden, sino que había recogido un poco la tarde anterior para la visita de Hadi. Por eso le gustaba que los visitantes le avisaran con antelación.
—¿Por qué os habéis presentado por sorpresa?
Kara dio varios pasos hacia ella con una sonrisa que delataba lo mucho que la había echado de menos y le mesó los cabellos rojos como si aún fuera la pequeña a la que llamaba Jengibre.
—¿No viste las noticias anoche? —preguntó, pero luego pareció recordar algo—. No respondas..., ya hemos visto que estabas ocupada.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió demasiado alarmada como para sentirse avergonzada por el comentario.
—Alguien ha filtrado la información en la Tierra de que los progresistas han destruido Kaudalon con misiles nucleares —explicó Mindi.
Ash asintió contemplándola con atención.
—¿Quién?
—No se sabe..., quizá periodistas progres —intervino Kara—. El caso es que a los civiles progresistas no les ha gustado mucho la noticia. Piensan que es inaceptable destruir un planeta con agua que puede potabilizarse y poner en jaque tantas vidas, aunque sean naturalistas.
Ash se sorprendió. No había pensado que la población progresista fuera capaz de sentir piedad o conciencia alguna. Pero luego recordó que Driamma y su hermano habían sido de ese movimiento en algún momento de sus vidas. Se dio cuenta de que los progresistas no eran más que personas como ella. Algunos, los más jóvenes, lo serían porque sus padres lo eran, pero quizá no compartieran la ideología del todo. Puede que no quisieran hacerle daño a nadie.
—Los civiles no entienden que estamos en guerra y que su gobierno nos quiere muertos —dijo Jeckob, tomando asiento en el sofá de Ash—. Uno no entiende que está en guerra hasta que ve la muerte en persona y no a través de una pantalla.
—No les ha hecho falta para reaccionar —puntualizó Kara—. Li Zhao, el líder del partido opositor al presidente progresista ha pedido la destitución de Barros, y que se permita la vuelta pacífica de los naturalistas a la Tierra.
Ash exhaló una bocanada de aire y se sentó al otro extremo del sofá abrazando un cojín violeta contra su estómago. Si aquello era cierto, estaban todos salvados. No tendría que viajar a la Tierra ni poner su vida en las manos de un misterioso grupo de resistencia. No tendría que hackear el escudo protector que rodeaba al planeta y avisaba a los progresistas de cualquier entrada en atmósfera terrestre.
Por primera vez, desde que anunciaran la expedición a la Tierra y a ella como su líder, tomó una bocanada de aire sin notar un nudo en su pecho.
La familia de Ash se quedó en Noé durante dos días. Cada momento con ellos, cada simple instante de cotidianidad, como ver una película o cenar en familia, acrecentaba su sensación de seguridad y paz. Volvía a sentirse la niña protegida que había sido durante su infancia, y los ánimos estaban generalmente altos en Noé tras la buena noticia.
Su relajación ante la cancelación de la misión era tal que había vuelto a preocuparse por sus inseguridades habituales de adolescente; pues su mente era incapaz de no inquietarla con algo.
Aquella mañana, mientras desayunaba en el comedor de la academia con su familia, se dio cuenta de lo triste que se sentía ante la perspectiva de que se marcharan tras el desayuno de vuelta a Pentace. Se consoló pensando que quizá pronto pudieran volver a la Tierra todos juntos.
—¿Qué ha sido de tu no novio? —inquirió Kara, mientras se preparaba una tostada. Sus padres aún estaban llenando sus bandejas en el bufet—. No parecía tímido, pero no ha vuelto a aparecer por aquí desde que llegamos.
Ash suspiró. Esos últimos días había pensado mucho en cómo se sentía respecto a Hadi y a Gábor.
—Eso es lo que ocurre cuando alguien «no» es tu novio. No tiene que verte todos los días y, especialmente, no tiene que pasar tiempo con tu familia —espetó Ash.
—Pero a ti te gustaba otro, un compañero de clase, ¿no? —insistió Kara, a pesar de la mueca de Ash—. ¿Por qué no estás con ese?
Ash bajó la vista a su bol de cereales y leche de almendras. Cómo explicarle a su hermana algo que ni ella entendía.
—No quiero estar con él, aunque me guste. Además, tiene novia.
Kara la observó con ojos entornados mientras masticaba su tostada.
—¿Sabes lo que creo? Creo que prefieres estar con un chico que no te importa demasiado a soportar la presión de estar con alguien que te gusta de verdad. Esto no es más que tus inseguridades tomando las decisiones por ti otra vez.
Ash cerró los ojos un instante mientras suspiraba. Su hermana siempre lograba ver la verdadera razón detrás de sus acciones, cuando nadie más podía. La conocía como nadie.
—Tienes razón, pero Gábor… Él… Él no me quiere de todas formas.
Kara arrugó el entrecejo y la observó con sus pupilas atraviesa cráneos durante un instante más.
—Eso no me lo creo. Eres una chica muy especial, y no conozco a Gábor, pero estoy segura de que siente algo por ti. Quizá no sea lo que tú quieres que sienta, pero no es por cómo eres tú, sino por cómo sea él. Toni Morrison dijo: «El amor es tan bueno como el amante». Los chicos malos también aman, pero lo hacen a su manera egoísta e infantil… No saben hacerlo de otra forma. Si quieres que te quieran bien, necesitas un buen hombre.
Las palabras de su hermana hicieron algo en ella. Había pensado todo ese tiempo que había fracasado en conseguir que Gábor la quisiera de forma honesta; pero quizá su hermana tuviera razón, y no fuera ella. En algún lugar de Noé, Gábor tenía una novia a la que quería lo suficiente como para comprometerse; pero eso no lo había frenado de tontear con Ash y de mostrarse celoso con ella. No podía ser su culpa ni de esa otra chica. Ambas no habían fracasado en conseguir que las quisiera con el respeto que se merecían. Quizá fuera que Gábor era simplemente demasiado egoísta como para amar como es debido.
—Te he echado mucho de menos —le confesó a su hermana con una sonrisa cariñosa.
Kara le dio un sorbo a su té.
—Entonces llámame más —la regañó con la cabeza ladeada—. Cuando tengas un momento entre el moreno, la rubia pija, Driamma y los demás amigos que has hecho.
Ash sonrió notando que Kara solo había mencionado el nombre de Driamma. Sus padres acababan de regresar a la mesa con sus desayunos.
—Excelente sugerencia, Kara —exclamó Mindi, mirando a Ash con enfado—. A ver si nos llamas más.
—Hablando de Driamma… —forzó Kara.
—Aún le gustan los hombres —acotó ella, zanjando el tema.
Su padre, que a menudo solía desconectar de las conversaciones triviales depositó su taza de té en la mesa y miró a Kara:
—Míralo por el lado bueno, hija... Con esto del fin del mundo ya van quedando menos hombres.
Las tres mujeres rieron ante el comentario de Jeckob, pero entonces la madre de Ash se puso repentinamente seria.
—¿Qué ocurre, Mindi? —preguntó Jeckob, observándola con el ceño fruncido.
Mindi cerró los ojos un instante sin responder. Tenía un microordenador activado en una esquina de la mesa, aunque en su hogar siempre habían prohibido utilizar computadoras en las comidas familiares.
—¿Mamá? —inquirió Ash al ver que su madre estaba pálida y seguía sin decir nada.
Durante toda la semana, su madre se había mostrado alegre y relajada; convencida de que su hija pequeña se había librado de una misión arriesgada y que todos ellos pronto podrían regresar a la Tierra. El entusiasmo de su familia había sido contagioso, y había contribuido a la recuperación de sus nervios.
En lugar de responder, Mindi dejó que Kara girara la imagen holográfica del microordenador.
—Es un mensaje de Gato —anunció Kara, y entonces su rostro también pareció cerrarse. Sus ojos se alzaron para mirar a Ash, y lo que vio en ellos le heló la sangre.
—Dilo…
Kara tomó una bocanada profunda de aire antes de proseguir.
—El Congreso ha rechazado la moción de Li Zhao al referéndum para dejarnos volver a la Tierra.
Ash no respondió nada. Se quedó muy quieta primero, con el rostro impasible, a pesar de que sus familiares la estaban mirando.
Dejó la manzana que había estado mordisqueando sobre la mesa y notó un vuelco en su estómago acompañado por una presión repentina. Se levantó rauda y corrió hacia el baño más próximo.
Sus días de estómago vacío habían vuelto.
Si existía un momento crítico en la vida de una adolescente, para Ash fue mirar la fecha de caducidad marcada en el envase de su yogur de coco. Los dígitos se modificaban automáticamente dependiendo del estado del producto y aseguraban que era apto para consumo hasta finales de semana. Aquel estúpido yogur tenía una esperanza de vida más larga que la suya.
Meses atrás, al trasladarse desde Pentace, había creído que llegar a la academia para portentos informáticos de Noé y gustarle a la gente de su edad, era lo más dramático que le había ocurrido.
¡Qué ingenua había sido!
Se daba cuenta ahora de que estaba a punto de viajar a la Tierra con la misión de salvar la vida de todas las personas de Noé y sus plataformas auxiliares.
La Tierra estaba ocupada por el bando enemigo, los progresistas, que resultaron victoriosos de la Guerra Ambiental. Mientras que los naturalistas habían tenido que exiliarse al espacio.
Pero ahora que los progresistas habían localizado y destruido Kaudalon, el planeta de agua que hacía posible la vida en Noé; a Noé le quedaba menos de un mes de vida.
En menos de 48 horas, Ash entraría en territorio enemigo para hackear su sistema de defensa, con la ayuda de unos supuestos aliados naturalistas.
¿Pero qué sabían de ese grupo de resistencia?
La única comunicación con ellos había sido un breve mensaje pidiendo ayuda. Un mensaje que bien podía ser una trampa progresista para que salieran de su escondite espacial y poder terminar con ellos.
Era una misión suicida, y estaba segura de que los demás también lo pensaban, pero continuaban con el plan por pura desesperación.
A pesar de la funesta situación en la que se encontraba, lo que más le preocupaba en esos momentos era que le habían ordenado que seleccionara a uno de sus compañeros de clase para acompañarla en su incierto destino y quizá morir con ella.
Morir un mes antes que el resto de habitantes de Noé.
En realidad, tampoco veía gran diferencia. Cuatro semanas no significaban nada en toda una vida y, aun así, se sentía incapaz de elegir a alguien.
Sooz actuaba como si Ash ya la hubiera elegido, a pesar de que ella nunca había pronunciado las palabras en alto. Hablaba de ello con naturalidad, sin dudarlo por un segundo.
Pero Ash no quería ver a su amiga morir de forma violenta, torturada por el enemigo, o incluso peor, de hambre y desesperación, perdidas en algún lugar recóndito de la Tierra.
Con los meses había aprendido a querer a la joven y le deseaba una muerte digna y apacible, con las píldoras para el suicidio colectivo, que el gobierno repartiría cuando toda esperanza se apagara.
Por esa razón, llevaba días evitándola, al igual que a Lozis, el director de la academia. Intentando retrasar lo inevitable.
Pero no podría esconderse por mucho tiempo. Tarde o temprano tendría que enfrentarse a las reacciones que desencadenaría la decisión que había tomado. Tendría que explicarle a Sooz que no iba a permitir que ni ella ni nadie la acompañara a su funesto destino.
Conociéndola, sabía que aquella decisión supondría perderla como amiga; pero prefería eso a presenciar cómo el enemigo la torturaba para descubrir las coordenadas de Noé.
El día anterior, había pasado trece horas en su habitación con Gato, el mejor espía de Noé. La reunión con él había levantado mucha expectación, e incluso envidia, entre sus compañeros; cuando ella lo único que deseaba era meterse en su cama con un buen libro y una taza humeante de té.
Pero Ash ya no tenía tiempo para ser introvertida, ni Gato lo tenía para aleccionarla en soportar la tortura o escapar de su enemigo.
En lugar de eso, durante su clase de Introducción al Espionaje para Dummies, Gato la ató en diferentes posiciones hasta que Ash había aprendido a desprender la píldora de placebo que llevaba en la cavidad de una muela para tragársela.
Al final de la lección lo había logrado incluso colgada bocabajo y se había sentido estúpidamente orgullosa, teniendo en cuenta que solo estaba aprendido a terminar con su propia vida.
Gato tenía diez años menos que sus padres. Era muy rubio, casi albino; y bajito si lo comparaba con los actores que solían hacer de espías en las películas como James Bond. Pero tenía una forma grácil de moverse… A Ash le recordaba a una pantera.
Él le había contado historias de torturas espeluznantes de sus años de servicio durante la Guerra Ambiental. Se mostró amistoso y parlanchín. Pero Ash estaba segura de que le contaba esas historias para que, de caer en manos del enemigo, no se lo pensara dos veces antes de tragarse esa píldora.
—Llevo horas buscándote —la voz de la persona a la que había estado evitando le llegó a su espalda—. ¿Podrías dejar de bloquear tu ubicación? Me es imposible rastrearte cuando lo haces.
—Sooz, esa es exactamente la razón por la que bloqueo mi ubicación —respondió Ash, con tono cansado.
La había encontrado en el laboratorio de la academia. La falsa luz del sol de la tarde irradiaba a través de las cristaleras. A esas horas aquella ala de la escuela estaba desierta.
—Guárdate tu sarcasmo conmigo, señorita —espetó Sooz, a pesar de que no había nada de sarcástico en ello—. Te están buscando para que anuncies a tu compañero de expedición. Cuanto lo hagas antes empezarán a prepararme. Se nos acaba el tiempo, ¿sabes?
Ash giró en el asiento de su taburete para enfrentarse a la joven. Su expresión era mortalmente sería y portaba toda la determinación de la que su carácter inseguro era capaz.
—Sooz —comenzó, pero la joven la interrumpió.
—¿Qué estabas haciendo? ¿No tienes otra sesión con Gato?
Ash depositó el yogur vacío sobre la mesa llena de piezas sueltas y a medio montar del laboratorio. Le gustaba esconderse allí a solas para estudiar. Era el único momento en el que conseguía bloquear las preocupaciones de su mente.
—Estoy estudiando lo último en escudos protectores. ¿Sabías que han empezado a usar chips Kivri para programarlos en lugar de los Toppers de toda la vida?
Sooz arrugó el entrecejo y se inclinó para echar un vistazo sobre la imagen holográfica del microordenador que Ash había dejado sobre la abarrotada mesa.
—¿Pero el Kivri no da problemas a la hora de detectar objetos?
—Al parecer no, si está en contacto con nitrógeno. El nitrógeno vuelve muy sensible las piezas que codifican el Kivri —le explicó, mientras cogía una de esas piezas de la mesa y se la enseñaba.
—¿Crees que el escudo protector de la Tierra estará hecho de Kivris?
Ash suspiró, dejando la pieza al lado de otras tres posibilidades.
—Mi padre dice que la atmósfera está hecha de un 78% de nitrógeno. Tendría sentido que utilizaran el Kivri.
Sooz se sentó en la banqueta frente a Ash y pasó sus dedos por varias de las piezas.
—Sabes cómo neutralizarlo entonces.
No fue una pregunta sino una afirmación. Ash soltó una risa nasal que salió más como un resoplido.
—No tengo ni idea de cómo neutralizarlo, Sooz. ¡No sé nada de bioquímica! —se levantó de sopetón y su banqueta cayó estruendosamente al suelo. Al levantarla reparó en el azulado cielo a través de los enormes ventanales del laboratorio.
Su padre había construido aquel cielo molécula a molécula para asemejarlo a la atmósfera terrestre. Si pudiera trabajar conjuntamente con él y con alguien experto en seguridad, como su madre, o cualquiera de los miembros de sus quipos en Pentace, sería distinto. Sería mucho más sencillo descubrir cómo funcionaba el escudo progresista y manipularlo.
Así había creado el secbra de la mano de los mejores especialistas en neurología y biología. Pero todos parecían olvidar eso y creer que ella sola podría sustituir a un grupo de científicos. Que era una experta en todos los ámbitos de la ciencia.
Se volvió a sentar en la banqueta ante la atenta mirada de Sooz.
—Esto es ridículo —declaró antes de enterrar el rostro en la palma de las manos.
—¿Qué lo es?
Hizo un aspaviento para señalar a su alrededor.
—Esto lo es. ¡La misión! No puedo hacerlo sola. Yo entiendo de piezas y cómo se programan..., pero quieren que yo sola piense como un astronauta, como un biólogo y como un espía...
Sus manos temblaban mientras hablaba y Sooz lo notó. Se las cubrió con las suyas y le dio un apretón.
—Tu padre es bioquímico, nos lo llevaremos con nosotras.
Ash rio indignada y le apartó la mano.
Las naves interespaciales eran demasiado grandes para entrar en la Tierra, pues aún con el escudo apagado por la macrocelebración progresista, alguien podría vislumbrarla en el cielo y dar la voz de alarma.
No, viajarían con una nave personal como las que les enseñaban a pilotar en la academia. Esas tenían capacidad para tres personas como mucho.
Al parecer, una de las plazas sería para el mejor piloto naturalista; y así garantizar que entraban y salían de la zona del escudo a tiempo sin ser detectados. La otra para Ash; y la tercera para ese alumno de la academia que ella escogiera.
—No voy a llevarme a mi padre conmigo, Sooz —declaró al fin, mirándola con seriedad—. No voy a llevarte conmigo.
El rostro de su amiga se congeló en una mueca de incredulidad.
—¿De qué estás hablando? —inquirió, con voz chillona. Su expresión mostraba que esa posibilidad ni siquiera se le había pasado por la cabeza—. Sabes que soy tu mejor opción. Puede que Gábor me supere en ciertos aspectos informáticos, pero el castigo por organizar el juego de escape le excluye de tu lista de posibilidades. Sabes que tienes que elegirme a mí. ¡No puedo creer que te plantees no hacerlo!
Como había esperado, la muchacha se había ido crispando a medida que hablaba. Su voz alzada y sus aspavientos eran síntomas de su indignación.
—Esto es increíble. ¿A quién piensas llevarte en mi lugar?
—No lo entiendes —la tranquilizó antes de perder el control de la disputa por completo—. No voy a elegir a nadie en tu lugar. No voy a llevarme a ningún estudiante de la academia conmigo. Esta misión es demasiado peligrosa como para arriesgar más vidas.
Sooz empezó a sacudir la cabeza con vehemencia.
Ash alzó la voz adivinando que intentaría convencerla de lo contrario. Esta vez lo que tenía que decir era demasiado importante como para dejarse enmudecer por nadie. Esta vez la tímida dentro de sí iba a tener que gritar.
—Me voy sola.
—Esa no es tu decisión —la interrumpió Sooz. Era demasiado tarde, se estaban chillando.
—No te das cuenta de que no voy a volver —gritó, dando por fin forma sintáctica al fantasma con túnica negra y manos esqueléticas, que llevaba dos días besándole la nuca.
Sooz se detuvo ante la brutalidad de su comentario. Arrugó sus ojos un tanto acobardada por los fantasmas de Ash, pero en seguida su confianza natural regresó a su rostro.
—No me importa morir allí —le aseguró, con una determinación envidiable—. Tú no decides quién arriesga su vida y quién no.
Eso era cierto. Si tuviera cartas en el asunto tampoco se habría elegido a sí misma. Pero había nacido con lo que muchos denominaban un don, y todo don conlleva una responsabilidad con el mismo peso. Y el suyo era casi insoportable.
—Tú no decides quién tiene la oportunidad de ser una heroína y quién no —continuó Sooz, con ese tono autoritario y seguro que tanto envidiaba en ella—. Esto no es un juego, Ash. Cuando estés ahí abajo vas a necesitarme y no voy a permitir que me dejes atrás solo para que mi vida continúe siendo una nube de algodón rosa. Sé que crees que es tu responsabilidad arriesgarte por todos nosotros, porque has nacido para ello, y es cierto. Eres tan inteligente que puedes llegar a salvarnos a todos, pero yo también tengo mis dones. He sentido desde pequeña que he nacido para algo más. Soy osada, persistente y decidida. Soy todas las cosas que te faltan. ¿Crees que es una casualidad que nos conociéramos? ¿Que castigaran a Gábor? Nada es casual. Estoy tan destinada a esta misión como tú. Porque yo te complemento, Ash. Sabes que cuando estés ahí abajo vas a necesitarme a tu lado para hacer todo aquello a lo que tú no te atrevas. Para empujarte cuando te haga falta.
No pudo evitarlo, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Era un llanto de alivio ante la sola fantasía de pasar por todo aquello con Sooz a su lado. El panorama le parecía considerablemente menos desolador si contaba con el brazo de su amiga para apoyarse.
—¿Crees que quiero hacer esto sin compañía? Me aterroriza la sola idea y no entiendo cómo tú no estás tan asustada como yo —confesó, atragantándose con sus propias lágrimas.
Sooz se aproximó a ella y la sostuvo por los hombros. Su semblante se había animado considerablemente, a pesar de que ella también estaba llorando.
—No tengo miedo —le prometió, mientras sacudía ligeramente la cabeza—. Por eso tienes que llevarme contigo. No tienes por qué pasar por esto sola. Juntas somos mucho más fuertes. Juntas tenemos una oportunidad de sobrevivir a todo esto.
A pesar de que la puerta del despacho de Tesk estaba entreabierta, Driamma golpeó sus nudillos contra la superficie y esperó a que le concediera permiso antes de asomarse por el resquicio.
Como de costumbre, los ojos del profesor adquirieron esa calidez con la que siempre la contemplaban. Ese vacío en su interior por la pérdida de su familia, que se alimentaba de sus entrañas como un agujero negro, parecía detenerse cuando estaba con él. Según sus amigas y los chismorreos de media clase, ese sentimiento se debía a una conexión romántica entre ellos, y quizá fuera cierto. Quizá se negaba a admitirlo porque estaba cegada por los prejuicios sobre su diferencia de edad.
Estaba tan confusa ante sus propios sentimientos, y los de él, que solo se le ocurría una manera de alejar la duda.
Por eso estaba allí.
La habitación estaba bastante más iluminada que el pasillo, por el sol de la tarde. Para lo que había venido a hacer, Driamma hubiera preferido que las ventanas estuvieran bloqueadas al exterior. Lo último que quería era testigos de su experimento.
—Ya lo sabías —dijo él, saltándose el saludo, como si llevara días deseando preguntarle al respecto. Tenía ojeras oscuras, pero eran de lo más habitual en la academia esos últimos días—. Sabías lo de Kaudalon antes de que lo anunciaran. Estoy seguro de que lo sabías porque te estaba obser… Porque noté tu entereza ante la noticia.
Mientras Tesk hablaba, Driamma se acercó despacio a su mesa, pero dejó que esta se interpusiera entre ellos por el momento. Tenía el estómago revuelto, quizá por los nervios.
—¿Cómo podías saberlo? —continuó él.
Si no fuera imposible, diría que la estaba acusando de algo. La miraba de un modo distinto.
—Sooz y yo escuchamos a Lozis cuando os lo contó a ti y a Orla, aquel día en su despacho —le explicó.
Sus hombros cayeron relajados, como si su respuesta lo hubiera aliviado de muchas formas.
—Tenía que haber imaginado que se trataba de Sooz. A esa muchacha no se le escapa nada.
Una idea cruzó la mente de Driamma.
—¿Es qué sospechabas que yo era la espía que entregó las coordenadas de Kaudalon? —se burló, apoyando el trasero sobre su mesa.
Su sonrisa se borró al ver la seriedad de él ante su pregunta. Sus ojos brillaron con cierta culpabilidad.
—No me lo puedo creer —continuó Driamma con una exhalación indignada—. Lo has pensado...
Tesk pestañeó varias veces y se frotó enérgicamente la ceja derecha con los dedos.
—Pues claro que no —le aseguró—. Es que estoy cansado, y bueno, tu madre era progresista. Eres la única persona de Noé con un pasado progresista.
Driamma torció el gesto en una mueca.
—Eso me convierte automáticamente en una traidora —dedujo, con una sonrisa helada en los labios.
Tesk suspiró, mirándola a los ojos.
—Lo siento —dijo con sinceridad, mientras depositaba una mano sobre la de ella—. El estrés me está volviendo paranoico.
Driamma esbozó media sonrisa.
El atractivo rostro de Tesk estaba a escasos centímetros de ella y la palma de su mano continuaba ahuecada sobre los dedos que tenía apoyados en la mesa. Aquel era el momento idóneo para poner su plan en marcha, pues apenas tenía que inclinarse para unir sus labios. Pero aún no se sentía preparada.
—En realidad me gusta la idea —bromeó, intentando retrasar el experimento—. En lugar de ser una huérfana ignorante de la informática, sería una brillante espía infiltrada en el enemigo, a las órdenes de la primera dama. Me gusta más esa identidad. Podría comunicarme con mi madre por sueños y…
—¿Qué has dicho? —la interrumpió él, con el rostro desencajado. Toda la sangre parecía haberse esfumado de su cara.
Driamma arrugó el entrecejo.
—Anoche tuve un sueño con mi madre —le informó, un tanto azorada por la forma en que la estaba contemplando. Sus ojos negros parecían querer atravesar su cráneo—. Fue un sueño de lo más extraño. Era casi tan real como tú y yo en esta habitación ahora mismo. Incluso la sala era peculiar. Por eso lo decía… ¿Te encuentras bien, Tesk?
Mientras ella hablaba, el profesor se había dejado caer sobre su silla. Sus ojos parecían haber perdido contacto con el momento presente. Sus manos asían los reposabrazos de su silla dejando los nudillos blancos por la fuerza.
—¿Tesk? —le gritó en vista de que no atendía.
Esta vez pareció funcionar, pues él se levantó de nuevo ubicándose frente a ella. Le dedicó una sonrisa que debía haber sido tranquilizadora, pero que le pareció forzada.
—¿Qué más ocurrió en ese sueño? ¿qué te dijo? —le preguntó con normalidad, volviendo a ser él mismo.
—Fue el sueño más real que recuerdo. En él me moría de sed, literalmente. Sentí lo que es estar al borde de la muerte por deshidratación —le explicó, recordando la acuciante sensación de tener los ojos a punto de explotar, la garganta como limas pegadas entre sí impidiendo el paso del aire y el agotamiento extremo. Apenas pudo levantar su tronco de la cama en la que estaba tumbada—. Entonces observé a mi madre, a través de mi visión borrosa. Ella se agachó a mi lado y me susurró al oído que ya era hora de volver a la Tierra, si no quería morir de sed.
—¿Te dijo algo más? —se interesó él, como solía hacer con todo lo relacionado con ella. Siempre la escuchaba pacientemente, aunque hiciera otra cosa a la vez como en ese mismo instante en que rebuscaba algo en su cajón sin mirarla.
Driamma suspiró antes de responder.
—Sí, mi subconsciente disfrazado de mi madre me ha dicho justo aquello que quiero escuchar.
Tesk se detuvo y le prestó toda su atención, quizá preguntándose de qué se trataba.
—Que Bronte está vivo —confesó ella al fin, procurando controlar el tono de su voz al decirlo. Notaba lágrimas nacer en algún punto entre su nariz y su garganta.
El profesor la contempló con un brillo en los ojos. Era la persona más empática que había conocido. Era el único que parecía compartir su dolor con la misma intensidad que ella. Cuando Driamma le hablaba de Bronte, veía verdadera tristeza en sus ojos.
Sin previo aviso, Tesk rodeó la mesa y la abrazó.
—Solo fue un sueño, fabricado por tus miedos —le susurró, y se separó un poco para darle un beso en la frente—. No debes preocuparte por ello.
Allí, perdida entre sus brazos, se permitió a sí misma un instante de debilidad. De volver a ser la niña desamparada que necesita un abrazo cargado de afecto.
Elevó el mentón decidida a conservar aquella sensación de amparo ahora que la había encontrado de nuevo, y estiró el cuello para acercar sus labios a los de él.
Sin embargo, estos nunca llegaron a encontrarse.
Tesk, al notar lo que planeaba hacer, se separó de ella de forma tan brusca que tropezó con una silla, cuyas ruedas cedieron hacia atrás, y acabó por caerse de espaldas, golpeándose el hombro contra el asiento.
Driamma observó la escena paralizada, hasta que le escuchó aullar de dolor. Se agachó junto a él.
—¿Tesk? ¿Te has hecho daño? —exclamó, ansiosa. Demasiado preocupada como para sentirse avergonzada por el monumental rechazo.
—Creo que me he torcido la mano —jadeó él, con el rostro contraído. Sin aceptar su ayuda, utilizó la otra mano para levantarse del suelo.
Una vez de pie y tras corroborar que la mano le dolía demasiado como para tratarse de un simple golpe, le dedicó una mirada huidiza y la informó de que necesitaba ir a la enfermería.
Ella no se dejó amilanar por la repentina distancia que él intentaba poner entre los dos, e insistió en acompañarlo.
Por el camino no se dirigieron la palabra.
Por suerte no había nadie más en la enfermería y lo atendieron de inmediato. Driamma lo acompañó hasta la camilla mientras Doye Sesay, el médico de guardia, buscaba el historial de Tesk en la imagen holográfica proyectada por su microordenador.
—Estoy en buenas manos ahora —le aseguró el profesor, tumbado en la superficie de la camilla. Gotas de sudor perlaban su frente—. Puedes marcharte.
Driamma ignoró la sugerencia.
—¿El peso de tu cuerpo ha caído sobre la mano? Tienes un esguince —informó el médico, analizando los músculos de Tesk proyectados por encima de la camilla en una brillante luz azulada.
Tesk asintió con resignación.
Sesay le puso el aparato de regeneración muscular sobre la mano. Apenas emitió un débil gemido de queja. Le recordó a Bronte cuando se hacía daño, pero no quería reconocerlo.
Tras unos instantes del zumbido sordo del aparato, el rostro de Tesk fue la viva imagen del alivio.
—Driamma, ya puedes marcharte —repitió, mirándola de refilón.
Ahora que el peligro había pasado, y que veía lo deseoso que estaba de deshacerse de ella, la vergüenza por lo que había ocurrido comenzó a hacerse patente.
—Preferiría quedarme para acompañarte a tu habitación —dijo, esperando que entendiera que era la preocupación por su bienestar lo que la movía.
Él le sonrió con agradecimiento.
—No será necesario —le aseguró—, tengo que reunirme con Lozis ahora.
Suspiró, dándose por vencida. Estaba claro que él no deseaba quedarse a solas con ella, para evitar que volviera a asediarlo. Tendría que explicarle que solo quería comprobar sus sentimientos y que, ya que él los tenía tan claros, no volvería a intentar besarlo nunca más. Pero no quería tratar un tema tan incómodo delante del médico, y mucho menos de Lozis.
—De acuerdo —concedió, dedicándole una última mirada preocupada antes de marcharse—. Cuídate esa mano, ¿vale?
—Te lo prometo —dijo, mientras le guiñaba un ojo.
Cuando Tesk al fin salió de la enfermería, Lozis lo esperaba pacientemente, sentado en un banco. Al menos con toda la paciencia que un hombre tan ocupado puede conjurar en tal momento de crisis.
Se acercó despacio a Lozis, preocupado con hacer un movimiento brusco que pudiera molestar sus articulaciones.
—¿Estás bien? —le preguntó el director, observándolo con atención.
—Sí. Me tropecé y caí sobre mi mano, pero ya me han arreglado.
—¿Era de eso de lo que querías hablar conmigo? —continuó el director.
—Me temo que se trata de otra cosa —le dijo con total seriedad—. Semyon, no te vas a creer esto, pero la primera dama progresista, Erina Sandoval, se ha comunicado con nosotros.
—¿Qué? —exclamó el hombre, con los ojos muy abiertos. Se puso de pie de un salto—. ¿Cuándo? ¿Cómo?
—Esa es la cuestión, no entiendo cómo logra hacerlo. No entiendo qué clase de tecnología han desarrollado para lograr... —Tesk se detuvo de golpe. Si terminaba esa frase Lozis pensaría que se había vuelto loco. Escogió sus siguientes palabras con más cautela—. Driamma acaba de contarme que anoche tuvo un sueño con Erina Sandoval, y sé que no era solo un simple sueño.
Lozis lo observó con el entrecejo fruncido, y acabó por sacudir la cabeza.
—¿Un sueño?
Tesk suspiró, y las comisuras de su boca se crisparon.
—El caso es que estoy seguro de que Erina se está comunicando con Driamma.
—¿Por qué iba Sandoval a comunicarse con Driamma San…? —Lozis se detuvo a mitad de frase, al darse cuenta de algo—. Dime que esa chica no es la hija de Erina Sandoval.
Tesk lo miró en silencio, y esa respuesta fue suficiente para el hombre.
—¡Por la Creación! —exclamó el director. Se balanceó sobre sus pies de un lado a otro mientras mascullaba algo que sonó como una palabra rusa de dudosa reputación—. ¿Por qué has traído a la hija de la primera dama progresista a Noé? ¿A mi academia?
La última pregunta había sido chillada en su cara. Tesk decidió no dar explicaciones al respecto, y se limitó a sentarse en el banco, demasiado cansado como para seguir la conversación de pie.
Lozis, pareciendo recuperar la compostura se sentó a su lado.
—¿Cómo sabes que esa chica no estaba solo soñando con su madre? Es natural que algo así ocurra —continuó el director en un tono de voz aceptable.
—Porque yo he tenido prácticamente el mismo sueño que ella.
Lozis arrugó los ojos cada vez más confuso.
—¿Por qué iba Sandoval a comunicarse contigo? Ni siquiera sabe quién eres.
—En realidad —dijo Tesk, mirándolo directo a los ojos—. Conozco a Erina Sandoval muy bien.