C.B.: Cuando me acerqué a pedirte una colaboración para este número de Words Without Borders, comentaste estar convencido de que la situación por la que pasa México no puede leerse como un asunto de “malos” y “buenos” —los criminales atacando a los inocentes—, sino en otro marco.
S.G.R.: La situación mexicana de hoy es mucho más que una película de buenos contra malos. Y, desde luego, hay en ella malicia y muchas otras cosas negativas. Estoy convencido de que el medio literario mexicano padece un trauma frente a la historia del presente en el país. Un ámbito que estaba allí, pero que era secundario frente a la oferta cosmopolita del supermercado global. De pronto, algo terrible se reveló de cuerpo entero: yo le he llamado la grieta. Y regresaron al uso cotidiano palabras que parecían ya muy distantes: sangre, plomo, guerra, policía, ejército, asesinados, muerte, peligro, daño, terror, silencio. Todo desgarramiento profundo implica un episodio traumático. Y registra un duelo, que en este caso tiene dos grandes vertientes: la certeza frente a las ilusiones perdidas y el proceso de asimilación de una realidad indeseable. Conviene recordar que un proceso de duelo suele constar de cinco fases: incredulidad; negación; depresión; culpa; resignación. Frente al presente, la literatura mexicana se ubica apenas entre las dos primeras fases: entre la incredulidad y la negación. Quizás está ya en el umbral de la depresión (esto lo ejemplifica el caso del escritor Javier Sicilia que reacciona con la decisión del silencio poético ante el asesinato de su hijo). La mayoría de los libros más significativos que recuperan el tema de la violencia, el crimen o el delito en México son narrativas de ficción de cariz paródico o distanciado mediante alguna retórica parabólica, en el mejor de los casos. En ellas se plantea una distancia incrédula y evasiva frente a la realidad a partir del “humor”. Está ausente el sentido de lo trágico que manejó en su momento, por ejemplo, Martín Luis Guzmán.
C.B.: ¿Y la poesía mexicana ha optado también por esto?
S.G.R.: Me parece que no, pues hay excepciones valiosas: la poesía mexicana ha permanecido más abierta a las contradicciones de la actualidad, la supervivencia y el sentido de lo trágico. Y no me refiero para nada a una sacralización de dicha crisis por vía del lenguaje poético. Al contrario: la mejor alternativa en términos formales a lo paródico y el silencio se halla quizás en la propuesta de poetas emergentes que enfrentan la violencia explícita o encubierta desde un lenguaje renovado, potente y lúcido: Feli Dávalos, Morir mejor; Juan Carlos Bautista, El horroroso Caso; Balam Rodrigo, Bitácora del árbol nómada o Claudina Domingo en Tránsito. Son poetas jóvenes que han vivido y crecido bajo una curva descendente: la involución mexicana. Y cada uno la retrata de una manera personal.
C.B.: ¿La violencia de estos últimos años ha dejado ya un impacto formal en la narrativa y la poesía mexicana? Dejemos al lado lo temático, vayamos a la forma.
S.G.R.: