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Cuadernos Grecolatinos

Volumen I

José Manuel da Rocha Cavadas

Obrapropia

© Texto: José Manuel da Rocha Cavadas

© Edición: OBRAPROPIA, S.L.

Calle Martí, 18

46005 VALENCIA

www.obrapropia.com

ISBN: 978-84-16717-97-2

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de un delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal)

CONTENIDO

Cantabria Soñada

Formentera, bajo la atenta mirada de una tierna gaviota argéntea

Edénico paseo, por la isla de Formentera…

Las islas Azores, entre el sueño y el misterio.

Partiendo por partir, peregrinando por el discreto Camino de Santiago Portugués

Anverso-cenestésico azulenco... Un orgulloso paseo por la bella Riviera Italiana

Impresiones de Constantinopla

Recuerdos de Capadocia

Zigzagueantes rodeos por Asia Menor

Navegando en un mar que no cesa, hacia Atenas de los Dioses

Cantabria Soñada

En aquella tan reluciente y muy deliciosa mañana, de tan atmosférica y muy renacida primavera, ya iba soplando por el azulenco cielo, tan deliciosa brisa, que creaba verdeantes olas-la armonía del verde- por los infinitos y despejados trigales, que se veían contrapuestos por la floración de rojizos campos de amapolas- la armonía del rojo- justo cuando ésta atractiva estación, ya iba de forma tan palpitante, regalándole a raudales, rejuvenecedores suspiros de una abrumadora belleza, recreando todos sus seis sentidos, en pos de aleatorias vibraciones de naturaleza someramente arcádica y ensoñadora. Eran realmente plenos retazos de vida viviente, que iban ocupando de forma serpenteante muchos espacios paisajísticos, de manera tan efímera, en donde, multifacéticamente, vagaba por la ancha, despejada, esteparia, seca y tan rugosa Castilla y León, atiborrada de tantísimos lugares cargados de tanta historia, y que conformaba un vasto territorio, pues cabían en él exuberantes bosques, verdeantes valles, caudalosos y serpenteantes ríos, llanuras infinitas y agrestes montañas. En un ápice, en perpetua creación de una vida justa, combinando percepción y apercepción, lo sensible y lo cognitivo, lo intelectual y lo emocional, anunciando una totalidad que estaba ausente, en un mundo marcado y fragmentado por la modernización y una confianza exclusiva en la razón, escuchaba él a la tan oscura y tan aterciopelada voz de subyugante sensualidad de, Sor Marie Keirouz, que iba dibujando unas deliciosas y melifluas melodías, a través de una voz tan volátil, creando melismáticas volutas, que hechizaban desde el primer momento de tan serena escucha. Todo esto ocurría, cuando paulatinamente empezaba a despertarse en la consciencia de nuestro infatigable viajero, que siempre tenía tiempo de tener tiempo, a fin de colmatar un soñado viaje a la tan apetecible y muy verdeante Cantabria- la provincia de los Nueve Valles- que actuaba como diáfana ventana montañosa abierta al infinito y al azulenco mar Cantábrico. Los luminiscentes rayos del Sol, iban avanzando literalmente haciendo un rutilante y caleidoscópico barrido, impregnado de tan luminosa luz, toda la penillanura, atizada por una extensa horizontalidad radical, que con solo el mero hecho de tanto mirarla, llegaba a cansar la propia mirada, en donde se quebraba solamente con la tímida presencia de tan solitarias y frondosas encinas o sabinas, considerados como los heroicos supervivientes de aquellos legendarios y tan feraces bosques arcádicos, que cubrieron-según Estrabón- las zonas interiores de Iberia, en donde una trepadora ardilla podía atravesarlos desde el “Summu Portu” pirenaico, hasta llegar por fin a las míticas “Columnas de Hércules”, saltando consecutivamente de rama en rama. Continuaba él en perpetuo movimiento, siempre envuelto en una dulce atmosfera sonora, propiciada por la música sacra de Sor Marie Keirouz, en donde se iba irrumpiendo de forma tan sofisticada e imprevisible, ciertos cantos antiguos de Occidente, como el canto gregoriano y ambrosiano, cuya proyección simultanea de la melodía y sus armónicos tenía tanto de arte, como de sortilegio. Todo esto ocurría, justo en el momento, en que las primeras luces del nuevo día, iban haciendo un luminiscente barrido por tan delicioso espacio natural del desfiladero de la Yecla, telúricamente conformado por un angosto cañón, que fue tallado por el cauce del río Mataviejas, pero ¿Qué ruido provenía del éter? Era de facto el zumbido de un avanzado dron, que tenía una cámara fotográfica de alta resolución incorporada, que fotografiaba la timidez de los erectos árboles, pues debido a la fotosíntesis casi nunca se tocaban, rebosado por uno de los mayores bosques de sabinas de toda la provincia de Burgos, en cuyos elevados roquedos, anidaban, subrepticiamente, numerosas rapaces, especialmente buitres leonados, alimoches, águilas reales, habiendo allá también, demasiados jabalís, corzos y lobos, que siempre iban merodeando por tan tupida floresta, justo cuando ya venía nuestro infatigable viajero, volcado en sus incesantes andanzas, haciendo camino por la ruta de Fernán González, quien había sido un importante personaje, con el título de Conde de Castilla, orientando su política de forma tan eficaz, pues pudo liberar tanto territorio castellano, del dominio de los reyes leoneses. ¿Dónde se encontraba él ahora? De forma tan subrepticia oteaba- memoria del mundo- el monasterio de Santo Domingo de Silos, en donde hacía más de mil años, un monje copista, se entretuvo reproduciendo un libro de oraciones en lengua romance, en los márgenes de un códice en latín, cuando a finales del siglo XI, en un momento dado se le ocurrió añadir al margen de ciertas oraciones, escritas en canónico latín, unas breves notas en lengua vulgar, esclareciendo el sentido filológico de dichos pasajes o de todos aquellos que mayor dificultad entrañaron, naciendo de esta manera el idioma español, y no porque en ese momento el buen monje copista lo hubiera inventado, sino por tratarse de la primera manifestación escrita del idioma español. Así las Glosas Silenses, junto a sus homologas Glosas Emilianenses, creadas en tan recóndito monasterio de Yuso, habían sido unas pequeñas anotaciones manuscritas en un códice en latín, realizadas a finales del siglo X o a principios del siglo XI, siendo los primeros testimonios escritos en el idioma español, cuya frase más larga de todo el códice se encontraba plasmado en la página 72, tratándose de doce renglones, en los que se lee lo siguiente:

Navarro- Aragonés:

idioma español:

Con o aiutorio de nuestro

dueno Christo, dueno

Salbatore, qual dueno

get ena honore et qual

duenno tienet ela

mandatione con o

Patre con o Spiritu Sancto

en os sieculos de lo sieculos

facanos Deus omnipotes

tal serbitio fere ke

denante ela sua face

gaudioso segamos Amen

Con la ayuda de nuestro

Señor Cristo. Señor

Salvador, Señor

Que está en el honor y

Señor que tiene el

Mandato con el

Padre con el Espíritu Santo

en los siglos de los siglos

Háganos Dios omnipotente

Hacer tal servicio que

delante de su faz

gozosos seamos. Amén

Con tanta fuerza cegadora, los rayos oblicuos de la luz solar, iban incidiendo por todos los volúmenes del esplendente claustro románico del monasterio de Santo Domingos de Silos, considerado como una de las joyas de Castilla y León, alzado a lo largo de tres etapas constructivas, que se correspondían a los siglos XI, XII y XIII, caracterizándose, ante todo, por diversas ejecuciones arquitectónicas en todos los elementos correspondientes a sus columnas, como las basas, el fuste y el capitel, así como en la composición icónica de todos los relieves, hechos en todas las esquinas y que escenificaban ciertos pasajes alusivos a la vida terrenal de Cristo, que desde la dirección este hacia el oeste, iban indicando: el Pentecostés, el Santo Entierro, el Descendimiento de la Cruz, el Encuentro de Emaús, las Dudas de Santo Tomás, la Anunciación, el Árbol de Jesé, y la Ascensión. Era de facto un importante elenco, en donde muchos de ellos tenían cierta influencia mudéjar, aglutinando desde el hieratismo de las más antiguas tallas románicas, hasta llegar por fin a la tan refinada estilización de la escultura gótica creada durante el siglo XIV ¿Qué hacía él, en tan magistral claustro románico? Enmarcado por un llameante y tan emblemático ciprés, en donde buscando el mejor encuadre, iba sacando una foto de contenido artístico, a blanco y negro, a fin de subirla posteriormente a la red social de viajes, Tripadvisor, a fin de ensalzar la auténtica maravilla de este claustro románico, en donde enseguida su curiosa mirada se daba cuenta de un hermoso artesonado mudéjar, que cubría el claustro bajo, siendo incluso más interesante en términos históricos, pues reproducía ciertas escenas de la vida cotidiana de la pretérita Castilla medieval, en donde la tan sólida piedra actuaba como un determinado valor didáctico y admonitorio, siendo guardado para los grandes mensajes dogmaticos, y sobre la madera, que era un elemento mucho más vulgar, recaían todas las funciones testimoniales de aquella antepasada época. Cruzaba él incesantemente grandes superficies de secano, cultivados de trigo y cebada y donde había tantas hectáreas de viñedos, flaqueando los márgenes del río Duero, cuya altitud de aquellos viñateros pagos, confería una determinada finura y longevidad, a sus tan deliciosos vinos, que eran, ante todo, rosados muy aromáticos y afrutados, habiendo también muchos tintos, considerados como los más afamados, debido a la estilización de su tan peculiar sabor y su progresiva mejoría, que experimentaba en botella. Sin cualquier descanso y tras indómitas andanzas, ya iba él paseando, por las calles de tan bella ciudad de Burgos, deambulando precisamente por el Arco de Santa María, que tenía un aspecto de fortaleza y cuya traza actual se correspondía con las obras arquitectónicas realizadas por Francisco de Colonia y Juan de Vallejo, en 1536, a fin de apreciar, in situ, a la mayestática Catedral de Burgos, excelsa joya del gótico, considerado el monumento burgalés por excelencia y que con solo mirarla, se advertía un rico mestizaje de tantas formas arquitectónicas, porque habían ciertas influencias francesas, alemanas y flamencas. Se encontraba ella, ufanamente, alzada, sobre una terraza abalaustrada, cuya Puerta Real estaba custodiada por los excesivos volúmenes de las dos grandes torres laterales de 84 metros de altura, en donde el mayor interés concitaba en su tan refinado friso gótico, ubicado sobre la ojiva de un magnífico y traslucido rosetón. Mundo paralelo- realzaba el instrumento más complejo e imprevisible de que se ha dotado el ser humano, pues de la garganta de Sor Keirouz, salían a raudales, interpretaciones musicales que recreaban diferentes situaciones anímicas de ciertos textos sacros- de la esperanza de la Natividad, a la alegría de la Resurrección, enaltecidos por una sinceridad expresiva arrolladora, justo cuando en sus anadanzas ya iba él dando vueltas y sacando fotos en blanco y negro, a este esplendoroso monumento gótico, transfigurado en una magistral maravilla ¿Qué veía él a través de tan icónicos encuadres? Las puertas del Sarmental, ricamente adornadas con un “Cristo en Majestad”, “Los doce Apóstoles”, y también la efigie del obispo Mauricio, y no dejando nunca de deambular alrededor de tan preciosa Catedral de Burgos, fotografiaba a las tan hermosas puertas de la Pellejería, traducido en un conjunto plateresco en torno a los motivos iconográficos de la Virgen y el martirio de los Santos Juanes, siendo considerado un original de Juan de Colonia, llegando por fin a las puertas de la Coronería, para sacar otra foto a blanco y negro, dándose cuenta a través del encuadre que había una representación icónica alusiva al Juicio Final, justo en su tímpano. En un ápice, ya en el interior de la nave monumental, se detenía él en la imponente capilla del Condestable, ubicada en la girola de esta tan suntuosa catedral, construida en el siglo XV, por Simón de Colonia, para Pedro Fernández de Velasco, insigne condestable de Castilla. Al salir fuera del recinto catedralicio, para saborear un poco de tan refrescante aire, se fijaba ahora, detenidamente, en un verdeante folleto que señalizaba el Camino Lebaniego, dándose cuenta enseguida que era una peregrinación de origen religioso (Año Jubilar Lebaniego), que se registraba en Cantabria desde tiempo inmemorial, a fin de venerar una reliquia hecha con una porción de madera sagrada de la Cruz de Cristo. Ahora como metafórico “pastor trashumante”, ya iba él desde la Meseta hacía el Norte de España, haciendo la ruta de los foramontanos, en sentido inverso, hasta llegar por fin a los confines de tan soñada e indómita Cantabria, tras haberse internado durante unos 20 km por el colosal tajo del río Deva, deparándose con tan maravillosa iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, fundada en 825 por, Alfonso y Justa, antiguos condes de Liébana, siendo un lugar lleno de simbolismo y espiritualidad, justo cuando esta recóndita zona estaba ya libre de la amenaza que suponían las violentas hordas sarracenas, en donde observaba él detenidamente ciertos elementos del prerrománico asturiano, cuyo templo rectangular era formado por tres naves, y su altar era constituido por una losa de piedra que formaba la parte frontal, ornado con enigmáticos círculos solares de inspiración mozárabe, separadas por pilares que sustentaban arcos de herradura, de clara inspiración califal, apoyándose en tan refinados capiteles corintios. Junto a este maravilloso templo mozárabe, crecían un olivo y un tejo milenario, árbol que también está atiborrado de tan mágico simbolismo: según el historiador Plinio como el geógrafo griego Estrabón, narraban que los antiguos cántabros utilizaban el veneno extraído del tejo, en donde- todas sus partes eran tóxicas, excepto el fruto- para suicidarse en lugar de rendirse al enemigo. En un santiamén, ya llegaba él al monasterio de Santo Toribio de Liébana, anidado entre el imponente macizo montañoso de los Picos de Europa,- según la leyenda, Santo Toribio, obispo de Palencia, decidió la ubicación del monasterio, arrojando su bastón y diciendo: ¡Dónde caiga mi cayado, allí será mi morada¡ ¿Entraría él por la puerta del Perdón? Claro que sí, pues se celebraba el año jubilar, viviendo esta celebración desde una cierta profundidad espiritual y cultural, pues este antiguo monasterio, era regido por una comunidad de frailes franciscanos, recordando de esta manera la tradición que señalaba a San Francisco, como honorifico visitante de Santo Toribio, cuando llevaba a cabo su peregrinación hacia Santiago de Compostela. Era también considerado como el cuarto “Lugar Santo Jubilar de la Cristiandad”, desde la Edad Media, “in perpetuum”, junto con Roma, Jerusalén, y Santiago de Compostela, a través de una bula concedida por el papa Julio II. El monasterio de Santo Toribio, tenía como sobrecogedor e inexpugnable escenario telúrico, una impresionante masa de calizas carboníferas, levantadas por la orogenia alpina, hasta alturas superiores a los 2.500 metros, cuya comarca de la Liébana, se traducía en una fosa de origen tectónico, encajonada entre los Picos de Europa y la Cordillera Cantábrica, cuya máxima cumbre de Peña Labra, se convergía en el etéreo pico Tres Mares, en donde sus escarpadas laderas constituyen la divisoria de aguas entre las tres vertientes hidrológicas peninsulares, la cantábrica, la atlántica y la mediterránea. El monasterio de Santo Toribio, estaba considerado como el más antiguo monasterio en actividad de toda la Península Ibérica, pues a partir del siglo VI se puede hablar de la introducción del cristianismo en tierras cántabras, siendo el sagrado lugar donde se guardaba el “Lignum Crucis”, traído desde Jerusalén por Santo Toribio, obispo de Astorga, que misteriosamente se trasmutaba en la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, cuyos pelegrinos del Camino Lebaniego, recibían el nombre de “crucenos”. Fue también el lugar donde el Beato de Liébana, escribió sus tan famosos “Comentarios al Apocalipsis”, que recoge una serie de reflexiones sobre el texto de San Juan que cierra las Sagradas Escrituras cristianas, habiendo sido fuente de inspiración para muchos monjes que siguieron sus pasos realizando dibujos miniaturizados llenos de color y de gran intensidad expresiva, para elaborar libros y códices que llegaron a traspasar las fronteras y a ser muy apreciados en las mejores bibliotecas y en la mayoría de las cortes de Occidente. Este famoso Beato, se dedicó a polemizar, con éxito, contra la doctrina adopcionista que promulgaba el arzobispo de Toledo y todos cuantos rodeaban la corte de Carlomagno, siendo también un milenarista que esperaba el fin del mundo para el año 800. E iban discurriendo tan indescifrables horas, y él con la mirada oteando dilatados horizontes, en la incognoscible curvatura del espacio-tiempo, encontrándose ahora mismo en Julióbriga, antigua capital romana de Cantabria, ubicada más concretamente en Retortillo, el lugar donde se ubicaba una Domus romana, en donde habían unas vistas extraordinarias hacía el enorme embalse del río Ebro, que representaba la mayor concentración de agua dulce de toda la península Ibérica. Estaba ella trasmutada en una fidedigna reconstrucción de las romanizadas civitas, donde la romanización de las tierras cántabras, había sido tan tardía y demasiado limitada, siendo excavada en la misma ciudad y que perteneció a una familia de clase media-alta, en donde se evidenciaba paulatinamente las principales estancias de una casa romana, mediante buenas reproducciones del atrio, el altar doméstico, la cocina, el triclinium, el dormitorio y una tienda, abarcando los principales aspectos de la vida cotidiana de los romanos, complementado magistralmente por el Arqueosito Cántabro-Romano de Camesa-Rebolledo, enaltecido por restos de una villa romana del siglo I al III después de Cristo, sintiéndose él, de esta vez, un arqueólogo, pues iba reconociendo de forma tan significativa toda la distribución de esta villa romana, por ejemplo sus tan terapéuticas termas y sus tan hermosas pinturas murales, resaltadas con los cánones de un tipo de urbanismo helenístico pompeyano, en donde había también una necrópolis visigoda (siglos VI y VII) asentada sobre la villa, en donde se veían las tumbas de laja y los sarcófagos dispuestos en torno a los cimientos de una ermita que allí se conservaba. Posteriormente, ya sentía emocionalmente e iba capturando un mundo ditirámbico, `porque había un gran humedal artificial de enorme riqueza ornitológica, en donde se daba la mayor concentración de cigüeñas blancas, en el norte de la Península Ibérica, representando de facto una arcadia feliz, en donde habían también muchos ánades frisos, patos cuchara, fochas común, zampullines chicos y ánades reales. Y sin salir de este municipio, ya deambulaba de forma tan efímera por Fontes Iberis, en donde se albergaba las fuentes del caudaloso río Ebro, llegando por fin a Cervatos, en donde, en un ápice, ya encuadraba fotográficamente la románica Colegiata de San Pedro, considerada una de las más importantes de toda Cantabria ¿Qué sabía él acerca de esta maravillosa colegiata, edificada en varias etapas? Sabía él que las primeras influencias románicas, llegaron a Cantabria a finales del siglo XI, desde Castilla, desarrollándose preferentemente en las iglesias rurales y los monasterios. La Colegiata de San Pedro, comenzó a levantarse en 1129, sobre un primitivo monasterio mencionado en un documento del año 999, estando compuesta por una sola nave, y teniendo un ábside semicircular y una bóveda de crucería y en la parte exterior se destacaba una magnífica portada de tipo abocinado, en la que sobresalía un maravilloso tímpano y dintel, mostrándose también abigarrados motivos vegetales y hojas entrelazadas de cierta reminiscencia mozárabe. Es célebre su colección de canecillos, distribuidos bajo la cornisa, habiendo muchas representaciones de contenido amoroso u obsceno,, que se alternaban con motivos vegetales y representaciones de animales, y ¿Dónde pondría él sus dotes de muy buen fotógrafo, a fin de atrapar atmosféricamente las suntuosas maravillas de toda Cantabria? Habría seguro que dar motricidad a su cansino cuerpo e ir aleatoriamente hacía Comillas, cuya leyenda decía “Cin… comillas”, cruzando infinidades de verdes pastizales, donde apacentaban tranquilamente tantas vacas de raza tudanca, cuyo lugar conserva un gran legado arquitectónico del modernismo catalán. En un ápice, ya sacaba él su cámara de su tan verdeante mochila trotamundos ¿Qué vería por tan excéntrico encuadre? Sin duda alguna, vería de forma tan arrolladora, el complejo, suntuoso y original capricho del gran Gaudi, La Villa Quijano, que junto con el Palacio Episcopal de Astorga, la casa de los Botines, en León, era una de las tres únicas obras arquitectónicas de este genial arquitecto catalán, que habían sido construidas fuera de la conflictiva Cataluña. Miraba él, tan detenidamente al pórtico del excéntrico El Capricho de Gaudi, trasmutado en un palacete genial y extravagante, en la que reflejaba su tan desbordante imaginación, enaltecido con sus erectas columnas, fascinado por la mezcla de estilos de reminiscencias orientales y neogótico, que parecían sacados de un trepidante mundo onírico y no de la propia realidad, exaltando un gran repertorio de todos los elementos favoritos de Gaudi, en donde se resaltaba creativos juegos de volúmenes y la torre cilíndrica, ornada de flores, estaba revestida de azulejos cerámicos, asemejándose a un faro surrealista, con su tan fantástico pináculo, realzando visualmente evidentes influencias árabes, en donde las “ventanas musicales”, emitían ciertas notas con el juego de contrapesos, en cuyas tan refinadas y muy luminosas vidrieras, era posible contemplar ciertas especies de animales, que arrancaban ciertas notas musicales a los más variados instrumentos, en donde un pájaro tocaba un teclado y una libélula hacía lo mismo tocando la guitarra, en cuyas fachadas los contrapesos de las ventanas representaban simbólicamente tubos de metal, que emitían etéreos sonidos, exaltado estéticamente con tan bellos motivos florales estampados en sus muros, siendo uno de los edificios más emblemáticos de la primera época de Antonio Gaudi, justo cuando transcurría su etapa artística, caracterizada por un “modernismo experimental”, cuando solo tenía 31 años de edad. Galopando infinitamente por el imperceptible túnel del tiempo, cruzaba él ahora la ruta del Camino de Santiago por el norte, pasando efímeramente por verdeantes pueblos detenidos en el tiempo, llegando por fin a la ciudad de las tres mentiras, Santillana del Mar, Sancta Iuliana, venida del mar, pues ni era santa, tampoco era llana y por fin no estaba tampoco bañada por el mar Cantábrico, pero en sus empedradas calles sí que se alzaban muchas viviendas de pasado noble, habiendo también algunos edificios de cierto abolengo, engalanados con tantos escudos blasonados en todas las casas construidas en piedra, que todavía parecía estar eternamente anclada en el siglo XVI, en donde algunos balcones forjados en hierro, estaban impregnados de tan deliciosas fragancias florales. Caminando despacito y escuchando el silencio, en días de tan radiante primavera ¿Qué haría él para rellenar su efímero tiempo en el palimpsesto medieval de Santillana del Mar? Pues pincel en mano, para captar el color y el calor de esta insigne villa medieval, nacida en el momento en que un grupo de monjes procedentes de Asia Menor, fundó un pequeño cenobio, para custodiar las reliquias de una santa llamada Juliana, martirizada durante las persecuciones del emperador Diocleciano, pintaba él en acuarela, al cautivante espacio del claustro románico de la Colegiata de Santa Juliana, obra cumbre del singular románico cántabro, situado junto a la fachada norte, cuyo núcleo más antiguo databa del siglo XII, considerada como una fascinante joya artística, debido a unos hermosos capiteles historiados, que coronaban erectas columnas, en sus galerías oeste y sur, formando junto con los de motivos geométricos, en la galería norte, un sobresaliente repertorio escultórico e iconográfico, habiendo motivos vegetales, bíblicos, geométricos o alegóricos, que sorprendían visualmente por su tan excepcional belleza . Al terminar de hacer un rápido boceto pictórico de este tan valioso claustro, se ponía él dando efectos de movimiento y relieve, a fin de ocupar otro espacio efímero, pues se dirigía hacia la tan célebre cueva de Altamira, “ La Capilla Sixtina del Arte Rupestre”, que constaba de tres tramos principales: el Gran Salón de los frescos policromos, compuestos de veintisiete bisontes, cuatro ciervas, un ciervo y dos caballos, cuyo grupo más magistral era el de los bisontes policromos, que se percibía como un conjunto coherente, habiendo sido creado por un único artista, planteando complejas cuestiones artísticas en términos de proporciones, dando énfasis a las relaciones entre los individuos de la manada y teniendo el suporte de piedra en el que se integraban todas las representaciones pictóricas, cuyos relieves naturales fueron debidamente aprovechados para conseguir una sensación más completa en términos de movimiento y volumen, en donde habían unas 150 representaciones pictóricas, fechadas en dos periodos del Paleolítico Superior: el magdaleniense inferior y solutrense, cuyo gran techo conservaba el más gran repertorio de arte rupestre conocido hasta la fecha, ejecutado hacía unos 15.000 años y que hoy en día para no producir ciertas alteraciones en cuestiones de estructura y microclima, que hacían peligrar la conservación de susodichas obras, fue necesario cerrarlas al público, indefinidamente ¿Qué haría él, para poder verlas in situ? Con determinación ya iba hacia la Réplica, para apreciar con denodado desfrute estético las pinturas del Gran Salón, en donde de forma didáctica, se divulgaba ciertos modos de vida del cuaternario. Con el tiempo cambiado y tras haber vivido interiormente la placida vida pasiega, acompañando a un pueblo ganadero, que logró adaptar la vaca holandesa a unas alturas superiores a los mil metros, mediante un sistema de estabulación en cabañas- siendo una de las más bellas escenas trashumantes- diseminadas por la montaña, a distintos niveles, viviendo un cierto nomadismo de una cabaña a otra que todavía pervivía en la actualidad… cuando en una hora cambiada, miraba el primer mapa de América, del año 1500, cuyo autor fue Juan de la Cosa, un marino de primerísimo nivel, pues acompañó a Colón, en su primer viaje, pilotando la nave Santa María… analizando detenidamente “La carta de marear de las Indias” ¿Dónde apuntaría su incesante brújula, de creación de una vida justa, en su trashumancia existencial? La Hora.

Formentera, bajo la atenta mirada de una tierna gaviota argéntea