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PRESENTACIÓN

SI QUISIÉRAMOS DISPONER un elenco de las obras que han alcanzado a lo largo de los siglos mayor suma de lectores y han ejercido más honda influencia en el pensamiento cristiano, tendríamos que dar cabida en él a las del célebre Abad de Marsella, Juan Casiano. En concreto, a las Instituciones cenobíticas y a las Colaciones de los Padres.

El gran número de manuscritos que han llegado hasta nosotros y la profunda impronta que dejaron en toda la literatura ascético-mística de los siglos posteriores, constituyen una prueba tangible de la popularidad universal de este discípulo de los Padres del yermo.

San Benito, el patriarca de los monjes de Occidente, incorpora a su Regla la doctrina monástica de Casiano y recomienda encarecidamente a sus hijos la lectura de sus escritos[1]. Casiodoro, San Isidoro, San Gregorio Magno, por citar tan solo algunos de los nombres más representativos del final de la época patrística, lo aprecian en alto grado y se inspiran en sus enseñanzas. De Santo Domingo de Guzmán nos dice el biógrafo que “en la lectura asidua de las Colaciones de Casiano se hacía para todos espejo de santidad y vivo modelo de todas las virtudes”[2]. Santo Tomás se vale de los escritos del monje marsellés como obras de reconocida autoridad, aduciéndolos repetidas veces en su Summa[3]. De Santa Teresa sabemos que “era muy devota de las Colaciones de Casiano”[4], e incluso las cita en sus obras[5]. Por otra parte, los historiadores de San Juan de la Cruz colocan al monje al lado de San Agustín y San Gregorio Magno, entre los maestros que más profundamente contribuyeron a la formación de su alma[6], San Ignacio de Loyola introdujo el meollo de las Instituciones y de las Conferencias en su doctrina espiritual[7]. Y así podríamos decir otro tanto de Bernardo de Claraval, Luis de Granada, Alfonso Rodríguez, etc. En fin, el eximio cuanto autorizado San Francisco de Sales nos habla de este modo del gran monje provenzal: “Lo enseña el gran padre de la vida espiritual, Casiano, en su libro Colaciones, tan admirable, que grandes santos apreciaban mucho su contenido, al extremo de no acostarse nunca sin haber leído un capítulo para concentrar su espíritu en Dios”[8].

ACTUALIDAD DE LAS OBRAS DE CASIANO

Tal fue en las generaciones de antaño. Pero también en nuestros días tienen vigencia los escritos de Casiano, y pueden prestar inapreciables servicios a nuestros lectores.

Precisamente el mundo de hoy se complace en olvidar por unos momentos la realidad circundante para ponerse en contacto con la calma y serenidad que irradian esas figuras venerables del desierto. Además, en nuestra época se acusa un interés y una curiosidad creciente por el antiguo espíritu cristiano. Las almas sienten nuevas apetencias y desean volver a las fuentes místicas del pasado. Y una de las fuentes de ese cristianismo auténtico al que se aspira, es indudablemente la espléndida floración a que da lugar el monaquismo de aquel siglo IV, pictórico en frutos de doctrina y santidad,

SU DOCTRINA ESPIRITUAL

El mérito principal de Casiano fué dar a conocer en Occidente no solo los usos externos, sino sobre todo la doctrina ascético-mística de aquellos que fueron llamados por antonomasia los «santos Padres».

No le acucia a Casiano el prurito de decir cosas nuevas. Su originalidad reside justamente en la presentación de las ideas tradicionales que vulgariza. Al dialogar con esas figuras cimeras del desierto, nos brinda una verdadera sistematización de la ascética y mística de los monjes de Oriente. Sus líneas generales podríamos sintetizarlas así: 1.º Renuncia al mundo y a esta vida transeúnte. 2.° Consagración a Dios en una entrega total y sin tolerancias. 3.° Ejercicio y adquisición de las virtudes cristianas para lograr cuanto antes la pureza de corazón que culmina en la “apatheia” cristiana, o sea la mentis nostrae puritas tranquillitasque —la pureza y paz de la mente—. 4.º Adhesión íntima a Dios gozándole ya aquí abajo, gracias a la oración habitual y a la contemplación.

Esta es la proyección que nos ofrece la doctrina de Casiano en sus principios fundamentales. Como se advierte, esto no es más que un trasunto del Evangelio, hontanar de toda espiritualidad y de toda vida mística[9].

Pero el Abad de Marsella no es un teórico ni un mero observador de cuanto acontece en torno suyo. En Casiano alienta un místico. Sin embargo, sería vano empeño indagar en qué medida fue objeto de los favores y mercedes espirituales que describe en el decurso de sus obras. Mas, de no haberlos conocido, no tendría tan clara explicación su insistencia en subrayar el carácter inefable y personal de estas experiencias sobrenaturales. En todo caso varias Iglesias han dado a Juan Casiano el Honor de los altares. En Marsella se celebra su fiesta el 23 de julio y la Iglesia griega hace su conmemoración el 28 de febrero. Genadio le llama sin más San Casiano[10] y San Gregorio Magno se hace eco de ello en sus escritos[11].

FISONOMÍA

Por lo demás, los escritos de Casiano denotan a un observador penetrante y realista. En su sentir, el ejemplo dice mucho más que la palabra. Por eso, a fuer de buen moralista, es un principio muy suyo fundar y aquilatar su doctrina en la experiencia, aportando de continuo anécdotas y ejemplos con que arrojar luz sobre sus afirmaciones. Este don de lo concretoy casi diríamos de lo pintoresco— se refleja a maravilla en sus comparaciones gráficas y reales, en las metáforas militares, en las alusiones a los juegos olímpicos, en los incidentes de la rúa. Es un estilo cuajado de imágenes que delatan el sentido práctico de un hombre que tiene los dos pies bien asentados en tierra firme.

Añádase a ello el sentido de mesura y ponderación que le caracteriza. La virtud de la discreción informa toda su obraa ella dedicará una conferencia entera—[12]. Y toda la vida espiritual va como encauzada por la prudencia y protegida por una clara visión del justo medio: y ello desde el preludio de la conversión hasta las cumbres de la caridad.

DESTINATARIOS DE SUS OBRAS

Es cierto que Casiano escribe sobre todo para los monjes, y su obra se reduce al ámbito de la vida religiosa. No obstante, sus cualidades personales de observación y equilibrio, la tendencia de su espíritu orientado netamente a la vida práctica y ese afán de suscitar todo un cosmos de realidades sobrenaturales a raíz de los menores aconteceres de la vida, le han permitido reunir una suma de experiencias cuyo valor simplemente humano desborda el marco de la vida monástica. Que autores como un Alcuino y un Francisco de Sales hayan propuesto a lectores seglares su doctrina tal cual salió de su pluma, es índice expresivo de que su clasicismo estriba en un conocimiento profundo de la naturaleza humana en lo que tiene de universal. Se ha dicho incluso que “su empirismo es aún hoy el método de que usa con preferencia un moralista profano entre otros métodos más influyentes”[13].

SUS FUENTES

Aunque Casiano no nos habla de sus fuentes de información, es seguro que bebió su doctrina no solo en la tradición oral del desierto, sino también en los escritos de San Juan Crisóstomo, de San Basilio y de San Jerónimo. Asimismo es tributario de la Historia Monachorum, de la Historia Lausiaca, de la primera recensión de los Apophthegmata Patrum y sobre todo de las obras de Orígenes y de Evagrio Póntico.

A pesar de ello Casiano no es ciertamente ni un plagiario ni un vulgar compilador: su estilo es, sin disputa, independiente y personal; su fondo de doctrina, asimilado y muy suyo. Pero con todo no deja de ser evidente que fue a través de él como se difundió por Occidente la herencia doctrinal de Evagrio, el más característico, fecundo y notable escritor del yermo[14].

SU PROSA ORATORIA

El Abad de Marsella había recibido una esmerada formación humanística. En sus escritos alude a los autores clásicos que había estudiado: “Las obras de los poetas antiguos, las comedias frívolas, las historias de los autores en que fui imbuido en mi infancia, me distraen en la oración. La imagen de sus héroes y sus combates parecen flotar ante mis ojos”[15].

Esta formación humana —recibida, notémoslo bien, en una época de decadencia—, se proyecta inconfundible en su estilo. Y ello nos explica, en cifra, la tónica dominante de su prosa: el dejo oratorio y, como secuela inevitable del tiempo, la prolijidad.

Casiodoro le llama eloquentissimus Cassianus[16]el elocuentísimo Casiano—, y San Próspero de Aquitania, insignis et facundus scriptor[17] —escritor insigne y fecundo—. Pero en realidad ambos maestros juzgan la elocuencia del monje provenzal desde el ángulo de la prosa retórica, que privaba en aquel siglo, es decir, desde el punto de vista de una forma sobrecargada de fraseología y léxico. Por eso su elocuencia dista mucho de aquella sazón y rotundidad tulianas propias de los grandes estilistas clásicos. En efecto, la preocupación constante de la copia verborum, el gusto por la ampliación desmedida, el tejido de pleonasmos y anacolutos, las digresiones interminables, la propia terminología técnicaa menudo helenizantey el ancho vuelo del período, hacen de su lenguaje uno de los más difusos y complicados de los escritores antiguos. Sus pensamientos se van engarzando unos a otros como los eslabones de una cadena sin fin.

No obstante, es justo poner de relieve también sus aciertos: el color local, la evocación del pasado, los relatos y anécdotas que matizan la exposición, los apóstrofes e imágenes en que aflora el rasgo personal y su forma dialogada, son cualidades indiscutibles que, hábilmente conjugadas, mantienen vivo el interés del lector, haciendo de su obra una de las joyas más preciadas de la antigüedad cristiana.

NUESTRA VERSIÓN

Por lo dicho se comprenderá fácilmente los escollos en que ha de tropezar el «traductor». Imposible ser literal y literario al verter a Casiano. Porque creemos que en hermanar estos dos extremos estriba el éxito de toda traducción científica. Por eso hemos tenido presente en nuestra tarea las palabras de S. S. el Papa Pío XII: «El traductor debe hacer, necesariamente, las veces del autor»[18]. Esta frase luminosa compendia un criterio exacto y amplio a la par. Con arreglo a él hemos preferidosobre todo en los pasajes abstrusos, que no escaseanuna holgura y amplitud racional a una literalidad enojosa, en pugna con el genio de nuestra lengua.

Por otra parte, es el suyo un género a menudo descriptivo. A veces, al contar los hechos, solo insinúa, sugiere una idea, sin llegar a verterla del todo. Por lo mismo hay que leer entre líneas y descubrir lo que solo apunta e introduce con un trazo indistinto. Este es otro aspecto que ha de sopesar el traductor y que le impide sujetarse a rajatabla a una versión literal. Claro es que dejamos intacto, en cuanto cabe, ese estilo insinuante, sugeridor. Pero no siempre es ello posible.

LAS «INSTITUCIONES»

Presentamos en este primer volumen la primera obra de Casianoprimera en el orden del tiempo, no en el de importancia doctrinal—: las Instituciones. Comprende dos partes bien diferenciadas, como se desprende del mismo título que nos da el autor: Instituciones de los cenobios y remedios de los ocho vicios capitales[19]. La obra está escrita a instancias del Obispo de Apto, Castor, y los destinatarios son los monjes del monasterio recientemente fundado por él.

De los doce libros que jalonan esta primera obra casianense, los cuatro primeros contienen las Instituciones cenobíticas propiamente tales. El autor describe en ellos todo lo que concierne al “hombre exterior” en el monje. Tras una minuciosa y rápida relación de los usos y costumbres de los monasterios de Oriente: indumentaria (lib. I), plegaria nocturna (lib. II) y diurna (lib. III), aborda el tema de las virtudes que deben animar al que abandona sinceramente el mundo para buscar a Dios (lib. IV): renuncia absoluta a todo y entrega total a la voluntad divina por una obediencia sin límites.

La segunda parte, Remedios contra los ocho vicios capitales, comprende los ocho libros restantes de la obra. Constituyen un tratado en que se estudia la naturaleza de cada vicio y se proponen los medios para vencerlos. Estos ocho libros están destinados particularmente a formar al cenobita y a prepararle para la contemplación. Con ellos entroncan las Colaciones, que van ya enderezadas a los anacoretas y contemplativos. El monje que ha alcanzado el triunfo sobre estas pasiones tendrá como premio la pureza de corazón, que, a una con el amor perfecto, constituyen, en la doctrina de Casiano, los dos postulados de la contemplación, que es un gustar anticipado de la bienaventuranza[20].

Casiano ha ido sazonando su obra con no pocas anécdotas de los Padres del desiertovividas las más de las veces por él en sus correrías monásticas—, dando así amenidad a la materia de suyo un tanto árida, y comunicando al contenido un carácter eminentemente práctico.

Advirtamos, finalmente, que para nuestra versión española hemos adoptado la edición del Corpus de Viena, de M. Petschenig. Al principio de cada libro reproducimos textualmente el índice de capítulos tal como los ofrece el texto crítico. No obstante, por razones de orden práctico y en gracia a los lectores, agrupamos a veces bajo un título común ciertos capítulos breves que no tienen en el originalal menos ideológicamentesolución de continuidad.

En lo que atañe a las notas que damos al pie, nos hemos limitado a las que nos han parecido obligadas.

DOM LEÓN M Y DOM PRÓSPERO M SANSEGUNDO

Monjes Benedictinos

Abadía de Montserrat, Domingo de Septuagésima de 1957.


1 Regla, cap. XLII, 3 y 5; cap. LXXIII, 5-6.

2 J. M. GARGANTA, Santo Domingo de Guzmán, pág. 66, B. A. C. Madrid, 1947.

3 Cfr. índice de autores de la 2.a 2.ae Ed. «Revue des Jeunes».

4 PETRONILA BAUTISTA, Proceso de Ávila, 1610, 115º.

5 Camino de Perfección, cap. DC, n. 13. Cfr. Pensamientos y sentencias de Santa Teresa. (Ed. Burgos, 1914, v. 6).

6 CRISÓGONO DE JESÚS SACRAMENTADO, San Juan de la Cruz, su obra científica, I, 52, Avila 1929. J. BARUZI, St. Jean de la Croix et le probléme de l’expérience mystique, París 1931, 2.a ed., pág. 60, 176, 202 y 266.

7 M. OLPHE-GALLIARD (Cassien: L’influence), en Dictionnaire d’Espiritualité, col. 272.

8 Obras selectas, Sermón del Miércoles de Ceniza. pág. 289-290, B. A. C. Madrid 1954.

9 Sobre la doctrina espiritual de Casiano puede consultarse el ya citado articulo de M. OLPHE-GALLIARD, col. 214-276.

10 De vir. ill. 64

11 Epist. VII, 12.

12 Colación, II.

13 M. Olphe-Galliard, l. c., col. 274.

14 San Benito, su vida y su regla, pág. 30-35, B. A. C. Madrid 1954.

15 Col XIV, 12.

16 Expos. in Ps. 69.

17 Chron. min. en M. G. H. I, 499.

18 Discurso al II Congreso de la Federación Mundial de Traductores (marzo de 1956).

19 Col. praef. I. Cf. Col. IX, 1 y 11 praef. II.

20 Col. I, 8 ss.

BIO-BIBLIOGRAFÍA DE JUAN CASIANO SEGÚN SUS OBRAS

360.[21]—Nace probablemente en Escitia, de familia acomodada y piadosa (Col. XXIV, 2-3). Se le impone el nombre de Casiano. Más tarde adoptará el de Juan, tal vez en recuerdo de su protector y maestro San Juan Crisóstomo (Inst. v, 35 y Col. XIV, 9; De Incarn. VII, 31, 6).

365-378.—Juventud. En consonancia con el rango social de la familia, recibe una esmerada formación clásica. Se entusiasma por los poetas y en especial por Virgilio (Inst IV, 29 y Col. XIV, 12).

378.—Peregrina a Palestina con Germán, amigo y paisano suyo, quien le acompañará en todas sus correrías monásticas (Col. I, 1; XIV, 1). El objeto del viaje es ejercitarse entre los monjes de Palestina en la «milicia espiritual» (Col. XVI, 1).

Se establecen en Belén, llevando vida cenobítica cerca de la gruta del nacimiento del Salvador (Inst. IV, 31). Desde aquí realizan varias excursiones por los monasterios de Palestina, Siria y seguramente también Mesopotamia (Inst. praef. 9; III, I; IV, 19 y Col. XXI, 11).

380.—Viaje a Egipto en busca de la «vida solitaria» (Col. XX, 2). Antes de pasar al desierto de Escete (Col XX, 14) y a la Tebaida (Col. XI, 1), se instalan en Panefisis (Col. XI, 2), visitando a los famosos anacoretas de los contornos.

Casiano sitúa en esta región las colaciones habidas con los abades Cheremon (Col. 11-13), Nestorio (Col. 14-15), José (Col.16-17), Juan (Col. 19) y Pinufio (Col. 20).

Visitan Dioicos, donde tiene lugar la conferencia del abad Piamón (Col. XVIIl), que les inicia en la vida anacorética.

Partida a Escete (Col. XX, 12), término de su peregrinación. Escete marca un hito luminoso en la vida de Casiano. Allí se abren sus ojos a la vida contemplativa al contacto con el auténtico espíritu monástico de los monjes egipcios.

Entre los anacoretas de este desierto están situadas las colaciones de los abades Moisés (Col. 1-2), Pafnucio (Col. 3), Daniel (Col. 4), Serapión (Col. 5), Sereno (Col. 7-8), Isaac (Col 9-10) y Teonas (Col. 21-23).

387.—Rápido viaje a Palestina para visitar a los antiguos hermanos del cenobio de Belén, y vuelta a Escete (Col. XXVII, 30).

Correrías por las colonias de eremitas de Cellis y probablemente también de Nitria. Conferencias de los abades Teodoro (Col. 4) y Abraham (Col. 24).

399.—La carta de Teófilo de Alejandría contra los antropomorfitas ocasiona una violenta polémica entre el arzobispo y los monjes (Col. X, 2). La lucha termina con la expulsión de los origenistas. Casiano y Germán, tras unos veinte años de permanencia en Egipto (Col XIX, 2 y 3), se embarcan para Constantinopla con otros cincuenta monjes (Inst. XII, 20).

400.—San Juan Crisóstomo ofrece asilo a los expulsados.

Ordena de diácono a Casiano a pesar de la oposición de éste (Inst. XI, 18, y XH, 20). Por espacio de cinco años Casiano vive con el santo Obispo y al servicio de la Iglesia de Constantinopla (de Incarn. VIH, 31, I, y 31,4-5).

Visita con Germán los monasterios de la Capadocia (Inst. IV, 17 y XIX, 1).

405.—Después de la expulsión de San Juan Crisóstomo, intimada por el emperador Arcadio, ambos compañeros se ven obligados a abandonar Constantinopla con los demás partidarios del Patriarca.

Casiano y Germán se encaminan a Roma, recibiendo del clero y pueblo constantinopolitanos la misión de recabar del Papa Inocencio I el favor para su perseguido Pastor (INOCEN., Epístola VII).

Entrevista con el Papa, a quien entregan la carta de apelación. Poco después, Casiano es ordenado presbítero (Inst. XII, 20) e interviene, según parece, en los asuntos eclesiásticos de la curia. Entabla relaciones de amistad con el futuro San León Magno (De Incarn. praef. i). Muerte de Germán (?).

415-417.—Casiano llega solo a Provenza con todo su bagaje de sólida doctrina monástica. Va a realizar la gran idea acariciada ya de antaño: la reforma del monaquismo occidental (Col. praef. V y Col. XVII, 5-7). Su programa es adaptar la austeridad de los orientales a las exigencias particulares de Occidente (Inst. praef. VIII y Col. praef. 4-6), e introducir en la vida cenobítica lo esencial de la anacoresis (Col. XVIII, praef. y passim).

Funda en Marsella dos monasterios: uno de varones y otro de mujeres. San Próspero de Aquitania encomia a sus monjes, diciendo que son «varones santos y egregios en la práctica de todas las virtudes» (Epist. ad August. 2 y 3).

Se interesa por el nuevo monasterio del obispo Castor (Inst. praef. VI y Col. praef. II) y por el gran cenobio de Honorato de Lerins (Col. XVlll, praef. II)

424-425.—A petición del obispo Castor escribe las Instituciones cenobíticas, en que se ocupa en todo lo concerniente al «hombre exterior» (Inst. praef.).

425-426.—Sigue inmediatamente su principal obra, las Colaciones, es decir, las conversaciones tenidas por Casiano y Germán con los solitarios del yermo para la edificación del «hombre interior» (Col. praef. V e Inst. II, 9).

430.—A instancias de San León Magno, por aquel entonces archidiácono de Roma, escribe su tercera obra, De Incarnatione Domini libri VII, contra Nestorio.

432-433.—San Próspero de Aquitania censura las ideas semipelagianas de la Colación 13. Tras las réplicas de los defensores de Casiano, Próspero implorará la ayuda precisamente del arcediano León. La postura del futuro gran Papa respecto a su antiguo amigo, no podrá ser más benévola. Merced a él, Próspero dejará de censurar en adelante las obras del abad de Marsella.

434.—Muere Casiano en Marsella. La fama de su santa vida se expande por doquier y muy pronto es venerado en varias iglesias como santo. Sus reliquias descansan en San Víctor de Marsella. Si su desliz semipelagiano ha sido parte para que su nombre no figurara en el martirologio romano, no por eso la Iglesia ha dejado de reconocer siempre en él a uno de los grandes educadores de Occidente.


21 Es imposible fijar una cronología completa de la vida de Casiano. Damos las fechas más importantes, y aun estas son, en su mayor parte, aproximadas. En este punto nos atenemos a la cronología establecida en el excelente artículo de Dom M. Cappuyns, Cassien (Jean), en Dictionnaire d’Histoire et de Géographie Ecclésiastique, t. XI, col. 1318-1328.

PREFACIO

NARRA EL ANTIGUO Testamento, que Salomón había recibido de Dios «una sabiduría y prudencia prodigiosas, y una anchura de corazón como la arena incontable del mar»[22]. Tanto que, según el testimonio del Señor, no hubo en el pasado, ni había de haber en el futuro otro semejante a él[23].

Pues bien, cuando quiso levantar al Señor su magnífico templo, solicitó ayuda del rey extranjero de Tiro. Este le envió a Hirán, hijo de una viuda, y con su ayuda y cooperación llevó a cabo cuanto de hermoso había concebido para el templo y los vasos sagrados, según inspiración divina[24].

Aquel príncipe, con ser más grande que todos los demás reyes de la tierra, noble vástago de la raza de Israel, y dotado de aquella sabiduría que Dios le había inspirado, que sobrepujaba a todas las disciplinas e instituciones de los orientales y de los egipcios, no rehusó el pedir consejo a un hombre pobre y extranjero.

Y tú, santísimo[25] Obispo Castor[26], aleccionado por estos ejemplos, haces otro tanto conmigo. En efecto: tú que ambicionas levantar al Señor un templo verdadero y racional, no con piedras sin vida, sino con una sociedad de varones santos; un templo no temporal y corruptible, sino eterno e inexpugnable, acudes a mí; tú que deseas consagrar al Señor vasos preciosos, fundidos no con un metal mudo de oro o de plata —que luego el rey de Babilonia los robe y destine a sus cortesanos—[27], sino con almas santas qué resplandezcan por la integridad de su inocencia, de la justicia y de la castidad, llevando en sí mismas a Cristo Rey que habita en ellas; tú, digo, te dignas ahora asociarme a mí, hombre pobrísimo en todos los órdenes, para la realización de una obra semejante.

Porque ese es tu designio: establecer en tu provincia, falta hasta ahora de cenobios, las reglas de los monjes orientales y sobre todo de los egipcios. Y aun cuando tú eres perfecto en todas las virtudes y en la ciencia, y tan lleno de todas las riquezas espirituales, que para los que buscan la perfección les es más que suficiente para darles ejemplo, no solo tu elocuencia sino tu vida, con todo, me pides a mí, inhábil y desprovisto de palabra y de saber, que saque de mi pobre inteligencia algo para satisfacer tus deseos.

Y me ordenas trazar las costumbres que hemos visto observar en los monasterios de Egipto y Palestina, como nos las enseñaron nuestros Padres. Y quieres que haga eso, sea cual fuere la impericia de mi pluma; puesto que tú no buscas la elegancia del estilo —en el cual, por lo demás, eres maestro consumado—. Tú quieres que la vida de los santos, a fuer de vida sencilla, sea expuesta también sencillamente, para los monjes de tu novel monasterio.

Sin embargo, me importa consignar que. cuanto más me inducen a obedecerte tu fervor y tu afán, tanto más me arredra para complacerte el peso ingente de múltiples y graves inquietudes.

En primer lugar, los méritos de mi vida no son tantos como para que yo crea poder abordar dignamente, con el corazón y la inteligencia, cosas tan arduas, tan subidas y de tal santidad. Por otra parte, aquello que desde nuestra infancia, cuando vivíamos con aquellos monjes, e invitados por sus cotidianas exhortaciones y ejemplos, procuramos cumplir, o aprendimos y vimos con nuestros propios ojos, no podemos ahora recordarlo con exactitud: son muchos los años que nos separan de su compañía y de la imitación de su vida.

Y no podemos recordarlo de fijo porque una meditación hecha a la ligera y una doctrina verbal de nada aprovechan cuando se trata de enseñar, comprender o retener estas cosas; comoquiera que todo esto estriba en la práctica y en la experiencia. Y así como no puede enseñarlas sino aquel que tiene de ellas conocimiento, así tampoco nadie es capaz de penetrarlas y comprenderlas sino aquel que se esfuerza en adquirirlas con igual empeño y ardor. Además, si estas ideas no se someten a discusión, aquilatándolas, por decirlo así, merced a la conversación ininterrumpida con los varones espirituales, fácilmente se echan en olvido por la incuria de nuestra mente.

En tercer lugar siento resistencia a obedecerte, porque mi pobre palabra no acierta a explicar cual convendría estas cosas; no ya según ellas merecen de suyo, sino también por el vago recuerdo que conservo en la actualidad.

A esto se añade que varones ilustres por su vida y esclarecidos por su palabra, no menos que por su ciencia, han escrito ya con desvelo muchos opúsculos sobre esta materia. Me refiero a San Basilio, San Jerónimo[28] y muchos otros. El primero de ellos, contestando a ciertas cuestiones formuladas por los monjes sobre diferentes puntos en litigio, lo hizo no solo con palabra fácil y elegante, sino también basado en copiosos testimonios de las Sagradas Escrituras. El segundo, San Jerónimo, no contento con publicar muchos libros, fruto de su ingenio, tradujo al latín no pocos escritos griegos. Ahora bien, podría yo con razón ser calificado de presuntuoso por mi audacia, si tras de esos ríos de exuberante elocuencia, dejara yo caer ahora unas gotitas de ella.

No obstante, una cosa me infunde alientos. Y es la confianza que me inspira tu santidad, y la promesa de que estas nonadas, cualesquiera que sean, van a serte placenteras. Confío también en que solo vas a ofrecerlas a la comunidad de monjes que viven en tu monasterio. Me permito rogarles que si se desliza alguna cosa menos discreta tengan la bondad de leerla con caridad, tolerándola con piadosa indulgencia, y buscando más la fidelidad de lo que digo que la belleza del lenguaje.

Por eso, santísimo Obispo, modelo único de religión y de humildad, alentado por tus ruegos, emprendo, según las fuerzas de mi ingenio, la obra que me has encomendado. Voy a explicarle a un monasterio novicio, que tiene sed de verdad, aquellas directrices y normas de vida que dejaron sin tratar los que nos precedieron. Su propósito fue escribir más bien lo que llegó a sus oídos por referencias que lo que vieron por sí mismos.

Desde luego, no es mi designio tejer aquí una narración de maravillas y prodigios. Y aunque sean muchas y ciertamente estupendas las cosas que he oído contar a nuestros ancianos, y aun yo mismo he visto obrar por sus manos en mi presencia, prescindiré con todo de ellas. Porque, sobre no excitar más que la admiración del lector, no le darían instrucción alguna para la perfección de su vida.

Solo pretendo, pues, con el favor divino, exponer fielmente, en cuanto cabe, las instituciones de los monasterios. Pero pienso extenderme sobre todo en el origen y las causas de los vicios capitales —que los Padres cuentan en número de ocho—, y de la manera de extirparlos, con arreglo a sus enseñanzas. Según esto, el plan que persigo es tratar prácticamente, no de las maravillas de Dios, sino de la reforma de nuestras costumbres; y, habida cuenta de las normas que nos legaron nuestros ancianos, proyectar un poco de luz sobre los medios de alcanzar la perfección.

Procuraré también satisfacer tus recomendaciones. De suerte que, si alguna vez viera yo que en estas regiones de la Provenza se ha suprimido o agregado alguna cosa a capricho de cada fundador, contrariamente a la norma establecida por nuestros mayores según la más antigua tradición, seré fiel en restablecer los usos desaparecidos, de acuerdo con la regla que hemos visto observar en los monasterios de Egipto y Palestina, de fundación tan antigua. Tengo para mí que en las regiones occidentales de la Galia no puede darse una constitución nueva, más razonable y perfecta que aquellas en las cuales permanecen hasta nuestros días monasterios fundados ya por hombres santos y espirituales, desde los orígenes de la predicación apostólica.

Procuraré, en fin, introducir en este opúsculo cierta moderación. Atenuaré hasta cierto punto, partiendo de los usos vigentes en los monasterios de Palestina y Mesopotamia, aquellos preceptos de la Regla de los Egipcios cuya observancia me parece imposible, dura o difícil en estas regiones, ya sea por la aspereza del clima, ya por las costumbres menos asequibles, ya, en fin, por la diversidad de las mismas. Pues en mi humilde opinión, si se guarda una medida razonable en las cosas posibles, la perfección de la observancia es idéntica, aun siendo los medios distintos.


22 Este prefacio es auténtico de Casiano. La carta-prólogo de Castor a Casiano, que anda reproducida en antiguas ediciones, es apócrifa.

23 I Reg 4, 29. Cf Ibid. 3, 13.

24 Cf Ibid. 7, 13-14.

25 Beatissime Papa le llama Casiano a Castor, al modo como antiguamente se designaba a los obispos. Más tarde, tanto el adjetivo beatissimus como el apelativo papa, se usaron exclusivamente para designar al Romano Pontífice.

26 Castor (+ antes del 426), como dice Casiano, fue Obispo de Apto, o sea de la antigua Apta-Julia, en la Galia Narbonense, una de las diócesis sufragáneas del arzobispo de Aix. Según parece desprenderse de este prefacio, Castor fué una gran personalidad en aquella época y varón esclarecido en santidad. En algunos martirologios locales es citado como santo.

27 Cf Dan 5, 2.

28 Basilio y Jerónimo son dos de los Padres más célebres de la Iglesia de Oriente y de la de Occidente, respectivamente. Uno y otro ilustraron con sus escritos no menos que con su profesión el estado y la vida monásticos. El primero, en sus cincuenta y cinco Regulae fusius tractatae y sus trescientas trece Regulae brevius tractatae, que vienen a ser el resultado de sus largas meditaciones sobre el monaquismo. El segundo, en su profuso Epistolario.

LIBRO PRIMERO

El hábito monástico

Capítulos: I. Del ceñidor del monje.—II. Del vestido del monje.—III. De la cogulla de los egipcios. IV. Del colobium o túnica de los egipcios.—V. De las cintas con que sujetan sus vestidos.—VI. Del manto.—VII. Del melote y piel de cabra.—VIII. Del bastón de los egipcios.—IX. Del calzado.—X. De la moderación que hay que guardar en la observancia, según la naturaleza de los climas y usos de la provincia.—XI. Del cíngulo espiritual y de su sentido místico.