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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Harlequin Books S.A.

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

En busca de justicia, n.º 225 - septiembre 2018

Título original: Out for Justice

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-916-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Acerca de la autora

Personajes

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

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Acerca de la autora

 

 

 

 

 

Susan Kearney solía prenderse fuego unas cuatro veces al día. Ahora hace algo realmente caliente: escribe novelas románticas de suspense. Ya no practica su número de lanzarse a una piscina ardiendo como una antorcha, pero jamás se le acaban las ideas para los personajes y argumentos. Licenciada en ciencias empresariales por la universidad de Michigan, Susan escribe a jornada completa. Reside en una pequeña población en las afueras de Tampa, Florida, con su marido, sus hijos y un mimado terrier de Boston.

Personajes

 

 

 

 

 

Kelly McGovern: La tataratataranieta de Escopeta Sally y del ciudadano de peor reputación de todo Mustang Valley. Kelly está decidida a rasgar el velo de secretismo que envuelve la muerte de su hermano Andrew, aunque para ello tenga que aceptar la protección del chico malo del pueblo.

 

Wade Lansing: Chico malo por excelencia de Mustang Valley y mejor amigo de Andrew.

 

Sheriff Ben Wilson: ¿Sincero servidor de la ley o individuo con una agenda oculta?

 

Jonathan Dixon: Antiguo compañero de facultad de Andrew, cargado de resentimiento.

 

Alcalde Mickie Daniels: Capaz de casi todo con tal de garantizarse su reelección… ¿incluso el asesinato?

 

Debbie West: La prometida de Andrew, mujer con un pasado secreto.

 

Niles Deagen: ¿Brillante magnate del petróleo o empresario al borde de la bancarrota?

 

Lindsey Wellington: Recién llegada a Mustang Valley y empleada en el bufete Lambert & Church, está resulta a aclarar la misteriosa muerte de Andrew y ayudar así a sus nuevas amigas Kelly y Cara.

 

Andrew McGovern: El hermano de Kelly murió en la flor de la vida. ¿Pero el incendio que causó su muerte fue un accidente… o fue acaso deliberado?

 

Escopeta Sally: La legendaria mujer de la frontera que influye en las vidas de Kelly, Lindsey y Cara… ¡en su búsqueda de la verdad!

Prólogo

 

 

 

 

 

—Hola, pequeñaja, ¿qué pasa? —inquirió Andrew McGovern cuando atendió la llamada de su hermana Kelly, con evidente falta de entusiasmo.

—Es más de medianoche —le recordó. Habría apostado su reloj de diamantes, el que le habían regalado sus padres por su graduación, a que se había olvidado de mirar la hora.

Escuchó un rumor de papeles. De inmediato se imaginó a Andrew sentado ante su viejo escritorio, en el despacho contiguo del bufete de Lambert & Church, con la corbata y la chaqueta colgadas descuidadamente sobre una silla y los ojos enrojecidos de sueño a pesar de todas las tazas de café que se habría bebido para mantenerse despierto.

—¿Y?

—¿No tienes nada mejor que hacer que trabajar un sábado por la noche?

—Huy, huy, huy. Pequeñaja, si no llevas cuidado, terminarás hablando como mamá. Y si, al igual que ella, quieres saber si todavía sigo comprometido con Debbie, te diré que sí. De hecho, mañana pretendía llevármela a desayunar a casa.

Kelly contuvo el aliento. Sus padres no aprobaban a la familia de Debbie West y, ciertamente, no les iba a entusiasmar nada su compromiso. La prometida de Andrew vivía en un empobrecido rancho en las afueras de Mustang Valley, Texas, a una hora al norte del pueblo, con un padre alcohólico y un hermano que dejaba mucho que desear. Y mientras que Andrew se mostraba indiferente a la opinión que su pareja merecía a sus padres, Kelly sufría por dentro. No le gustaban las discordias. Hacer lo que sus padres esperaban de ella siempre le había resultado singularmente fácil.

Nunca había dejado de contar con la aprobación de sus padres. Normal, ya que siempre había sacado notas excelentes y había evitado meterse en problemas. A veces, por supuesto, habría preferido irse de fiesta en vez de quedarse estudiando en casa, pero tenía disciplina, una virtud de la que carecía el brillante Andrew, que a veces se quedaba toda una noche trabajando pero luego se pasaba dos días sin aparecer por el despacho. Por lo demás, nunca había entendido por qué su hermano mayor parecía tan empeñado en contrariar a su familia escogiendo a sus amigos en la peor zona de Mustang Valley. Como el mejor amigo de Andrew, el rebelde Wade Lansing, propietario del salón o local nocturno Dale Otra Vez, y la propia Debbie West, que había dejado el instituto para ponerse a trabajar en un bar.

Su padre había trabajado mucho para conseguir la casa más grande de todo Mustang Valley, mientras que su madre se había pasado media vida decorándola. Kelly había organizado fiestas en la piscina de su casa, llenándose de orgullo cada vez que había invitado a alguna compañera a pasar con ella las vacaciones de verano. Su mejor amiga, Cara Hamilton, no pertenecía a una familia tan rica como la suya, pero procedía de un honesto y digno hogar de clase media, y actualmente estaba viviendo en un complejo de apartamentos de reciente construcción, con preciosos jardines y balneario. Además, tenía un respetable empleo como periodista.

Mientras que su hermano Andrew torcía el gesto ante el lujoso estilo de vida de la familia, a Kelly le gustaba poseer su propio caballo y el impresionante deportivo que su padre le había regalado cuando consiguió su licenciatura universitaria. Al contrario que él, ella no veía nada malo en disfrutar de los más refinados placeres de la vida. Para colmo, Andrew parecía encontrar una morbosa delectación en despreciar los convencionalismos sociales y familiares. Aunque en realidad nunca se había visto envuelto en problemas serios, había disfrutado haciendo carreras con su viejo Mustang por la calle principal del pueblo, o espiando a las chicas que se bañaban ligeras de ropa en el lago Half Moon. Luego, una vez conseguida su licenciatura en Derecho, en vez de integrarse en la empresa de petróleos de su padre, había decidido trabajar en el bufete de Lambert & Church, mezclándose con todo tipo de personas: desde gente adinerada hasta individuos de baja estofa, incluso delincuentes.

—¡Andrew! Creo que la única razón por la que sales con Debbie es para molestar a papá y a mamá —le espetó. Sabía que su hermano frecuentaba a gente de mal vivir, pero también que su familia ocuparía siempre el primer lugar en sus afectos. Por eso disfrutaba tanto metiéndose con él, sobre todo por lo que se refería a sus amigos—. Creo que debo advertírtelo: papá todavía quiere que trabajes en su empresa. Quiere hacerte otra oferta.

—Ojalá no lo haga. Yo soy feliz aquí. Tengo mucho trabajo. Me siento valorado, necesitado…

Kelly oyó más rumor de papeles, y sospechó que no estaba contando con toda su atención.

—De hecho —añadió Andrew—, ahora mismo estoy trabajando en un asunto realmente interesante.

De pronto, la alarma de su coche interrumpió la conversación. Andrew maldijo entre dientes,

—Ese maldito gato callejero debe de haber saltado otra vez sobre mi coche, llenándomelo de huellas y despertando a todo el vecindario… Tengo que dejarte. Nos veremos mañana.

—Hasta mañana entonces —sacudiendo la cabeza, Kelly colgó el teléfono, apagó la luz y se arropó con las sábanas.

No se habría dormido tan rápido de haber sabido que aquella sería la última vez que hablaría con su hermano.

Capítulo 1

 

 

 

 

Mes y medio después

 

—Andrew está muerto —le recordó Cara Hamilton a Kelly con su tono práctico de periodista— y tú no puedes hacer nada para devolverle la vida.

—Lo sé —Kelly abrazó a su amiga. Si no hubiera sido por su apoyo, no habría podido soportar aquellos últimos cuarenta y dos días—. Pero escúchame, por favor.

—De acuerdo —dejándose caer en la cama de Kelly, se pasó una mano por su corta melena pelirroja y se la quedó mirando con una expresión mezcla de pena y compasión. Años atrás, Andrew había llegado a comprometerse con Cara, pero finalmente ambos dieron por terminada la relación y quedaron como buenos amigos.

Kelly intentó sobreponerse al dolor para ordenar sus pensamientos. Pensamientos que no la habían abandonado desde la mañana que encontraron el cadáver.

—Según el informe del sheriff Ben Wilson, un testigo vio a Andrew echar al gato de su coche, desconectar la alarma y volver a la oficina. Pero no hay testigos del incendio que se declaró en el despacho contiguo al bufete de Lambert & Church en algún momento durante la noche.

—Se supone que se produjo un cortocircuito, aunque la brigada de bomberos aún lo está investigando. ¿Sospechas tú acaso otra cosa?

—No tengo nada concreto —los hechos no encajaban. Tal vez Kelly hubiera recibido una educación de niña rica y careciera del atrevimiento y la desenvoltura de su amiga, pero, a su manera, poseía una fuerte determinación. Y lo había demostrado culminando sus estudios en la universidad.

Le gustaba pensar que aquella determinación procedía de su tatarabuela materna. Escopeta Sally había sido una leyenda en aquella parte de Texas durante cerca de un siglo. Decenas de anécdotas corrían sobre ella, y una de sus favoritas era la que explicaba cómo la joven y aristocrática viuda había llegado al Oeste con tan sólo veinte años, para labrarse una nueva vida para ella y para sus hijos.

Ahora Kelly había sufrido la pérdida de un querido miembro de su familia… al igual que su legendaria antepasada. Pero, de alguna manera, lograría sobrevivir, porque algo de aquella fortaleza de carácter de Escopeta Sally aún seguía circulando por sus venas. Pensativa, se enredó un dedo en uno de sus rizos rubios.

—No hubo testigos de la muerte de Andrew.

Probablemente murió por asfixia, ya que su cuerpo calcinado fue encontrado en la silla donde se sentaba. Que hubiera muerto durmiendo constituía un escaso consuelo para Kelly y para sus desconsolados padres.

Andrew había sido muy querido en Mustang Valley, y casi todo el mundo se presentó en el funeral. Incluida Debbie West, que llegó muy afectada, con los ojos llorosos. Y Kelly jamás había visto al mejor amigo de Andrew, Wade Lansing, el propietario del salón, tan triste y tan sombrío. Vestido con un impecable traje negro, camisa blanca y corbata formal que ignoraba que poseyera, Wade se había ofrecido solemnemente a llevar el féretro al lado del padre de Andrew, el sheriff Wilson, el alcalde Daniels y Donald Church y Paul Lambert, los antiguos fundadores del bufete para el que trabajaba.

Pese a sus esfuerzos por evitarlo, su padre se había derrumbado durante el funeral, y en el último mes y medio parecía haber envejecido diez años. Cubierta con un velo, su madre había llorado copiosamente, y Kelly también debería haberlo hecho. Pero no podía. Estaba demasiado enfadada con Andrew por haberse muerto. Y demasiado disgustada con el sheriff por no poder explicarle por qué Andrew no había intentado escapar por la ventana del primer piso de un edificio en llamas.

Su mundo carecía de sentido, y necesitaba ponerlo en orden antes de seguir adelante con su vida. De manera que estaba absolutamente decidida a averiguar la verdad sobre lo ocurrido.

—Si alguien hubiera estado cerca, habría subido al despacho para rescatar a Andrew —comentó en aquel instante Cara, haciendo gala de su lógica como periodista.

Kelly tomó su cepillo y se lo pasó por su larga melena rubia con gesto nervioso, como si así pudiera tranquilizarse.

—Aquella noche, cuando hablé con Andrew, estaba completamente despierto y muy excitado. Me cuesta creer que se hubiera quedado tan dormido que ni siquiera el humo lo despertase.

—El incendio se produjo a las dos de la madrugada. Para entonces debía de estar exhausto.

De repente Cara se levantó de la cama, le quitó el cepillo de las manos y lo lanzó sobre el tocador. Kelly la miró frunciendo el ceño.

—Andrew siempre tuvo un sueño muy inquieto. Además, necesitaba un montón de almohadas para dormir. ¿Y ahora el sheriff espera que me crea que se quedó dormido en un incómodo sillón de oficina? Ni hablar.

Un brillo de interés asomó a los ojos de su amiga.

—¿Has interrogado tú al sheriff Wilson?

—Sí —se encogió de hombros—. El hombre me dio un abrazo paternal y me dijo que investigaría al respecto. Luego le pregunté a Paul Lambert en qué andaba trabajando mi hermano, y el viejo se limitó a darme unas palmaditas y a decirme que lo sentía mucho, pero que se trataba de un asunto confidencial. Yo no sé cómo elaboras tus reportajes, Cara, pero a mí nadie parece tratarme en serio.

—Eso es porque eres demasiado…

—¿Qué? —Kelly arqueó una ceja.

—Educada. Cortés.

—No veo qué pueden tener de malo las buenas maneras.

Lamentablemente, mes y medio después de la muerte de Andrew, Kelly seguía teniendo tan pocas respuestas como la mañana en que le comunicaron su fallecimiento. Pero estaba decidida a averiguar exactamente lo que había pasado aquella noche. El problema era que no tenía la menor idea de cómo se investigaba algo así.

—Tú has estudiado periodismo de investigación. ¿Por dónde debo empezar?

Cara se pasó una mano por la frente.

—¿Y si no hay nada que investigar? ¿Podrías aceptarlo, vivir con ese convencimiento?

Kelly se levantó, casi contenta de sobrepasar en estatura a su amiga. Con su cerca de uno noventa su hermano solía llamarla «pequeñaja», pero no lo era en absoluto. Ensayando su sonrisa más encantadora, pronunció con tono tranquilo:

—Sólo quiero descubrir la verdad. Y tú deberías entenderlo mejor que nadie.

—Por supuesto que lo entiendo, pero… mira, Kelly. Las cosas son así. Cuando yo ya estaba trabajando en el periódico del instituto, investigando en temas de actualidad, tú eras la animadora número uno del equipo. Y luego, en la universidad…

—Hey, estudié muy duro…

—Ya lo sé, corazón. Pero a ti nunca te han gustado estas cosas. Te encanta la moda, los cotilleos… Si hubieras puesto algún interés, habrías podido dedicarte a las crónicas de sociedad de un periódico, pero…

—¿Y qué si me gusta la moda y los cotilleos? —replicó, apoyando las manos en las caderas, pero poniendo buen cuidado en no arrugarse su blusa de seda—. Eso no significa que no ame a mi hermano lo suficiente como para empeñarme en descubrir lo que realmente sucedió. ¿Vas a ayudarme o no?

Cara asintió.

—De acuerdo. Yo lo único que quiero es no verte sufrir más, pero si estás tan empeñada, adelante —la miró de pies a cabeza, frunciendo el ceño al reparar en su blusa y en su elegante falda, que le llegaba a los tobillos—. Pero antes se impone una visita al centro comercial para comprarte ropa normal. Como todo el mundo.

 

 

—Si algo me sucede, cuídame a la «pequeñaja».

Las palabras de Andrew resonaban sin cesar en la mente de Wade Lansing mientras caminaba por Main Street, siguiendo a Kelly McGovern.

Parecía distinta, como si hubiera abandonado su impenitente imagen de joven aristocrática y selecta. En lugar de sus blusas de seda o de sus faldas de diseño que tanto le gustaban, lucía unos simples vaqueros, botas y una camisa con una chaqueta encima. Y se había recogido su larga melena rubia hacia atrás, enfatizando sus grandes ojos azules y sus altos pómulos de modelo.

Wade se arrepentía ahora de no haberle pedido a Andrew que fuera más explícito durante la corta conversación telefónica que mantuvieron la noche de su muerte, pero tenía el salón repleto de clientes y sólo dos camareras novatas para atenderlo. Aun así, le había preguntado por qué pensaba que algo podía sucederle.

—Oh, por nada… —le había respondido despreocupadamente.

«Mentira», pronunció Wade. Andrew no había sido nada propenso al pánico, ni a la exageración. Pero había tropezado con algo peligroso, que lo había llevado a la tumba. Y por mucho que Wade lo hubiera querido y respetado, su amigo había crecido protegido del lado más duro y oscuro de la vida.

Andrew había confiado en la gente, y Wade no. Andrew había concedido a la gente el beneficio de la duda, y Wade no. Wade siempre esperaba lo peor de todo el mundo, y no necesitaba evidencias que confirmasen su intuición, la cual le decía precisamente que su amigo había sido asesinado. Y ya se había metido demasiadas veces en problemas por no haber hecho caso a su intuición.

De niño, aquella misma intuición le había aconsejado esconderse los sábados por la noche para que su padre borracho no lo encontrara hasta que estuviera sobrio. Las pocas veces que se había olvidado de hacerlo le habían enseñado a no bajar jamás la guardia. Tenía pocos amigos, pero Andrew había sido uno de ellos. Y a él le había debido más de un favor.

Además, vigilar la preciosa espalda de Kelly y su delicioso trasero no era precisamente un trabajo duro. Pensó que, con sus largas y esbeltas piernas, bien podría ponerse vaqueros más a menudo. Siempre había desplegado aquella belleza etérea, distante, inalcanzable. Pero en aquel momento parecía realmente alcanzable… dejando de lado, por supuesto, sus botas de quinientos dólares y el bolso de diseño que llevaba al hombro.

La vista de aquella nueva imagen de Kelly no sólo le recordó a Wade la promesa que le había hecho a su amigo, sino que lo alertó de inmediato. Kelly y él no frecuentaban el mismo tipo de establecimientos, ni siquiera residían en la misma parte del pueblo. En aquel momento probablemente debería estar en el más selecto restaurante de Mustang Valley. Además, por qué iba a pie en lugar de pasearse en su flamante deportivo? ¿Qué diablos estaría tramando?

Excitada su curiosidad, la siguió Main Street abajo, pasada la oficina de correos y la farmacia, guardando una prudente distancia. Se preguntó adónde se dirigiría. Kelly no solía salir con chicos de aquella parte de la ciudad. Elegía siempre jóvenes universitarios de impecable historial y familias de tan rancio abolengo como la suya. Solamente había visitado su salón una vez, para arrastrar a su hermano hasta casa por una emergencia familiar. Recordaba perfectamente lo mucho que había contrastado su apariencia en aquel ambiente, con su elegante falda larga y su sofisticada blusa, pero aun así no había vacilado en entrar sola en el ruidoso antro, pasando por delante de varios vaqueros borrachos para exigirle a Andrew que la acompañara al hospital.

De repente, en la acera, Kelly se giró en redondo y se encaró directamente con él. Fruncía los labios con aquel mismo gesto de decisión que Wade tan bien recordaba de cuando entró en su local, años atrás.

—Hey, pequeñaja, ¿qué pasa? —le preguntó, preparándose para un enfrentamiento.

—No me llames así, por favor.

Kelly siempre era exquisitamente correcta con todo el mundo, pero con él solía mostrarse irritada, colérica. Wade, por su parte, disfrutaba haciéndola enfadar y despertando aquella chispa de su carácter. Alzando una mano, le quitó cuidadosamente las gafas de sol.

La joven mantuvo su tono tranquilo, superior, pero un brillo de furia asomó a su mirada.

—¿Qué haces?

—Echaba de menos tus preciosos ojos verdes.

—Son azules —le arrebató las gafas—. ¿Pretendes distraerme del hecho evidente de que me estás siguiendo?

Ah, podía ser como una princesa de cuento, incluso con aquellos ajustados vaqueros, pero tenía una mente casi tan sagaz como la de Andrew.

—Vaya, me has sorprendido in fraganti.

Kelly se echó a reír. Tenía unos labios absolutamente adorables.

—No sería la primera vez.

Si estaba intentando avergonzarlo con el recuerdo de aquella ocasión en que lo sorprendió con May Jo Lacy en el asiento trasero del coche que le había prestado su hermano… no tuvo éxito. De los tres, fue ella la que se puso colorada. Resultaba curioso que Wade apenas pudiera recordar la expresión de Mary Jo, y sí en cambio la de Kelly, con un delicioso rubor extendiéndose por su rostro y sus labios formando la exclamación «oh» , sin llegar a pronunciarla.

—¿Y tú? ¿Qué es lo que pretendes? —la miró de arriba abajo, desde sus gafas de marca que se había sujetado en la frente hasta las puntas de sus botas nuevas.

—Nada.

—Ya, claro. Cuando la señorita Kelly McGovern se dedica a pavonearse por esta parte de la ciudad, luciendo además unos vaqueros azules, es que está tramando algo. Si no te conociera mejor, yo diría que te diriges directamente al salón Estrella Solitaria.

—Yo no me estoy pavoneando. No frecuento ese establecimiento. Y tengo mejores cosas que estar aquí, hablando contigo, y…

—¿Mejores cosas que hacer?

—Lo que yo haga o deje de hacer no es asunto tuyo —volviéndose, echó de nuevo a andar, dispuesta a ignorarlo.

—¿Cómo? —la alcanzó, manteniéndose a su lado—. ¿Ni siquiera sientes curiosidad por saber por qué te estaba siguiendo?

—No especialmente —se bajó sus gafas de sol.

—De acuerdo —continuó caminando junto a ella, sin pronunciar una palabra. De camino, se llevó dos dedos al sombrero para saludar a varios paisanos y esperó. Wade no había sido siempre tan paciente. Durante su primera juventud, había sido famoso por su genio vivo y su carácter violento, pero con los años se había ido atemperando. Y, en ese momento, era él quien llevaba ventaja. Kelly quería desembarazarse de él, y tendría que hablarle o aceptar su compañía.

Finalmente, se detuvo en seco en la acera y lo miró.

—¿Qué es lo que quieres, Wade?

¿Su respeto? ¿Su confianza? Ni él mismo sabía lo que quería de ella.

—No se trata de lo que quiero, sino de lo que quería tu hermano.

—No hagas juegos de palabras con el nombre de mi hermano —le espetó.

Wade sabía que aquel tono tan violento se debía a la herida no cicatrizada de la muerte de Andrew. Había adorado a su hermano, y de hecho había vivido pegada a él durante la mitad de su adolescencia. En aquellos tiempos, cuando los tres solían jugar juntos en el parque, Wade había disfrutando burlándose de ella, la irritable princesita.

Pero después sus caminos se separaron. Andrew dejó de llevar a sus amigos a casa con tanta frecuencia, y Kelly encontró su propio grupo de amigas. Wade y Kelly jamás habrían vuelto a dirigirse la palabra si no hubiera sido por Andrew… y ahora estaba muerto.

—Lo siento. Yo también lo echo de menos —Wade se pasó una mano por el pelo—. Empecemos de nuevo.

—¿Desde cuándo? ¿Desde hace quince minutos? ¿O desde hace dieciocho años?

Se estaba refiriendo al momento en que se conocieron. A sus escasos diez años de edad, Wade había sido el terror del colegio y un matón de primera clase, imitando a su padre, su único modelo masculino por aquella época. Sucedió que unos párvulos perdieron su pelota, que fue a parar justo a sus pies. Nadie se atrevió a pedírsela, excepto la valiente Kelly, con sus cinco años. Ataviada con su inmaculado vestido amarillo de volantes, esbozó una sonrisa angelical y recibió a cambio la pelota, murmurando un dulce «muchas gracias» . En cuanto a Wade, se había quedado tan sorprendido de su audacia que no había sido capaz de reaccionar de otra manera.

En aquel momento, no se molestó en responder a su pregunta retórica.

—Hablé con tu hermano la misma noche que murió.

—¿Y?

—Me dijo que, si algo llegaba a sucederle, cuidase de ti.

—¿Qué quieres decir con eso de que si algo llegaba a sucederle? ¿Me estás diciendo que mi hermano esperaba tener problemas?

—No estoy seguro. En realidad, parecía más entusiasmado que preocupado. No le pregunté nada en concreto.

—¿Por qué no? —inquirió con tono suspicaz, y Wade se contuvo de esbozar una mueca, porque él mismo se había hecho esa pregunta cientos de veces.

—El salón estaba lleno de gente. Andaba mal de camareras y esperaba que volviera a llamarme después.

Kelly se quedó inmóvil por un momento, reflexionando.

—¿Le has mencionado esa conversación al sheriff Wilson?

—No. Pero he hablado con Mitch, el agente Warwick. Hemos quedado en la cafetería para tratar de ese asunto.

—¿Por qué en la cafetería?

—Mira, el sheriff Wilson no es precisamente un admirador de la familia Lansing. A los policías no les gusta mezclarse en riñas familiares.

Riñas que sus padres habían mantenido los viernes y sábados de cada semana, invariablemente. Los policías debían de haber pisado aquella casa tantas veces como la cafetería del pueblo.