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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Patricia A Gagne

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La hermana gemela, n.º 229 - septiembre 2018

Título original: The Second Sister

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-920-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Acerca de la autora

Personajes

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Si te ha gustado este libro…

Acerca de la autora

 

 

 

 

 

Dani Sinclair, lectora empedernida, no descubrió las novelas románticas hasta que su madre le prestó una en una ocasión en que estaba de visita y desde entonces está enganchada a este género, pero no empezó a escribir en serio hasta que sus dos hijos fueron mayores. Desde entonces Dani no ha dejado de escribir. Su tercera novela fue finalista del premio RITA en 1998. Dani vive en las afueras de Washington, lugar que, en su opinión, es una fuente fantástica de intriga y humor.

Personajes

 

 

 

 

 

Dennison Hart: Se aseguró de que Heartskeep permaneciera en la familia. No se le ocurrió que quizá nadie querría la casa.

 

Amy Hart Thomas: Desapareció siete años atrás sin dejar rastro.

 

Hayley Hart Thomas: Aunque es hermana gemela de Leigh, fue la primera en nacer y Heartskeep debería ser suya.

 

Leigh Hart Thomas: Creía que había dejado atrás el pasado, hasta que regresó a Heartskeep y descubrió que el pasado no quería seguir enterrado.

 

Marcus Thomas: Su maldad alcanza incluso desde más allá de la tumba.

 

Eden Voxx Thomas: La viuda de Marcus sabe más de lo que confiesa.

 

Jacob Voxx: ¿Que sea hijo de Eden significa que quiere causar problemas?

 

Gavin Jarret: El antiguo gamberro del condado es ahora abogado del estado.

Bram Myers: Su corazón pertenece a Hayley, y su objetivo es protegerla de todo mal.

 

Nolan Ducort III: Tiene un secreto que guardar y una deuda que ajustar.

 

Martin Pepperton: Este miembro de la prominente familia Pepperton fue coceado hasta la muerte por uno de sus caballos… después de que le pegaran un tiro.

 

Keith Earlwood: Siempre le ha gustado relacionarse con los ricos y famosos.

 

George y Emily Walken: La pareja que en su día acogió a Gavin han sido durante años amigos y vecinos de Heartskeep.

 

 

 

 

 

Querida lectora:

 

Bienvenida de nuevo a Heartskeep. La sombría propiedad acaba de empezar a desvelar algunos de sus muchos secretos. La puerta al pasado está abierta y puede suceder cualquier cosa.

 

Hace siete años, Gavin Jarret cultivaba su mala reputación para mantener a la gente a distancia. No se amilanaba nunca y tenía a gala no permitir que nadie se le acercara demasiado. Hasta una noche cálida de verano en que paseó en su moto a una chica seductora y cambió para siempre las vidas de los dos.

 

Leigh Thomas es la joven tranquila, siempre a la sombra de su hermana. Su único intento por salir de ese molde terminó en desastre… y en una noche que no ha podido olvidar. Creía que había dejado atrás el pasado, pero el destino y Heartskeep tienen otros planes.

 

Feliz lectura.

 

Dani Sinclair

Capítulo 1

 

 

 

Siete años atrás

 

Leigh Thomas bebió la limonada que le tendía su acompañante mientras buscaba el modo de escapar. No conocía a nadie de la ruidosa multitud y el grupo de rock en directo impedía la conversación aunque hubiera encontrado alguien interesante con quien hablar. Todo el mundo parecía beber y tomar drogas abiertamente. La cerveza que había conseguido tragar amenazaba con regresar de un modo innoble y su nueva imagen le pareció de pronto una estupidez.

Aunque pareciera encajar entre la multitud de esa noche y aunque había robado la ropa más atrevida de su hermana gemela, por dentro seguía siendo una chica ingenua de diecisiete años que se arrepentía de haber salido con Nolan Ducort III.

Una fiesta en la propiedad de los Pepperton le había parecido el mejor modo de cambiar su imagen de chica patética. Por supuesto, si su madre hubiera vivido todavía, la habría advertido de que la familia de Martin Pepperton estaba fuera del condado y de que Nolan, Martin y su amigo Keith Earlwood tenían mala fama. Pero Amy Thomas no estaba allí para advertirla y Leigh no había hecho caso a su hermana.

La desaparición de su madre unos meses atrás, a tan poca distancia de la muerte inesperada de su querido abuelo, había destrozado a Leigh. Amy Hart Thomas no podía haber desaparecido voluntariamente justo antes de la graduación de sus hijas; tenía que estar muerta. Tanto Hayley como ella lo sabían, pero no podían probarlo.

La policía se mostraba de acuerdo, pero ellos creían que Amy había sido víctima de un atracador. Había sacado del banco una cantidad desacostumbrada de dinero para un viaje a Nueva York cuando normalmente pagaba siempre con tarjetas de crédito. Y los agentes se apresuraron a hacer notar que su afición a llevar joyas caras para complementar su ropa de diseño era algo que atraía bastante a los ladrones. Hasta su coche caro de lujo la señalaba como un blanco en potencia.

Pero Amy Thomas no era tonta. Había sido siempre rica y sabía protegerse. Además, un atraco no explicaba por qué no habían podido encontrar ni su coche ni su cuerpo. Y en contra de la sugerencia de la policía local, era completamente imposible que su madre se hubiera fugado con un amante. La idea era ridícula.

Leigh tomó otro sorbo de limonada. Nolan le sonrió y le acarició el brazo con aire posesivo. Leigh se estremeció. Su contacto la repelía. Definitivamente, había sido un error salir con él. Habría estado mucho mejor leyendo en casa. Heartskeep era tan grande que no le habría costado mucho evitar a su padre. Después de todo, tenía años de práctica.

Pero estaba cansada de darle vueltas a la cabeza y de llorar por la madre a la que tanto echaba de menos y en su momento le había parecido buena idea salir con personas nuevas.

Nolan era rico y muy guapo. Su descapotable nuevo era la comidilla de todo el mundo. Hasta Hayley, su hermana gemela, se había puesto verde de envidia cuando la había elegido a ella. Como hermana gemela, Leigh estaba habituada a que los chicos la miraran con curiosidad, pero generalmente los atraía Hayley, que sabía sonreír y coquetear. Su hermana era extravertida y lista y no le tenía miedo a nada. Todo el mundo decía que Leigh era la hermana callada, que se conformaba con dejarle la batuta a su hermana «mayor», y que había sido todo un éxito que alguien se interesara más por ella que por Hayley. Su hermana no había podido ocultar su sorpresa ni su decepción. Le gustaba mucho el descapotable y se había apresurado a decirle a Leigh que Nolan era más viejo y mundano que los demás chicos con los que había salido. La advertencia, por supuesto, sólo sirvió para alentar a Leigh a aceptar la invitación.

En ese momento, sin embargo, deseaba haberle hecho caso a su hermana y a sus instintos. Empezaba a sentirse mareada y rara. Tal vez por los efectos de la cerveza que se había forzado a beber. Lo único que deseaba ya era salir de aquella casa y alejarse de la fiesta. No le gustaba cómo la miraban Nolan y sus dos amigos.

Hayley habría sabido manejar la situación, o mejor dicho, Hayley no se habría colocado en aquella situación. Y Leigh no sabía qué hacer.

Cuando se acercó un grupo ruidoso de gente, aprovechó la oportunidad para escabullirse sin que se fijaran en ella. Fuera, el aire húmedo de la noche no ayudó a disipar la sensación de mareo que la invadía. Se sentía rara, como si se derritiera de dentro afuera. ¿Por una cerveza? Sólo había tomado eso y la limonada. Quizá si hubiera comido algo antes, no se habría sentido tan mal. Tendió una mano hacia un árbol cercano e intentó controlarse.

—¿Estás bien?

Una forma oscura se separó del lateral de una camioneta aparcada cerca de allí. Una bota aplastó la chispa de un cigarrillo contra el suelo.

A Leigh le dio un brinco el corazón al recorrer los vaqueros ajustados, el abdomen plano, visible bajo la camisa abierta, y llegar a la cara. Sabía que los ojos eran grises, con una mirada penetrante que ponía nerviosas a algunas personas y que ella siempre había encontrado muy sexy. El pelo ondulado y moreno, espeso y siempre necesitado de un corte, resultaba tan indomable como su dueño.

Tenía delante una fantasía hecha realidad. Gavin Jarret, el chico malo del condado, estaba tan cerca que sólo tenía que tender el brazo para tocarle el pecho.

Tentador.

Muy tentador.

Lo cual sólo probaba lo confusos que estaban sus pensamientos. Gavin no era un chico. Era cinco años mayor que ella y poseía un aura de sensualidad peligrosa que no tenía nada que ver con dinero, ropa o coches. Si hubiera vivido en la época del Salvaje Oeste, habría llevado una pistola en la cadera y un sombrero calado hasta la frente. No era macarra, no le hacía falta; se movía con la seguridad de un hombre que no necesita probarle nada a nadie pero al que no lo amilana ningún reto.

Leigh había soñado muchas veces despierta con él desde que lo viera por primera vez trabajando en la gasolinera de Wickert. Se rumoreaba que lo habían expulsado de varias escuelas, que había tenido problemas con la policía y que besaba como nadie. Y a Leigh le fascinaba su boca. Le fascinaba todo sobre él.

Había sido uno de los jóvenes que habían acogido sus vecinos, Emily y George Walken. Todo el mundo les había dicho que era un error, que Gavin era un solitario al que le gustaba vivir así. Era una de las primeras puertas a las que llamaba la policía cuando había problemas. Pero al igual que otros chicos, Gavin se había calmado bajo la guía de los Walken y ahora seguía yendo por la casa cuando no estaba en la universidad.

—¿Te ha afectado el calor? —preguntó.

El tono lento de sus palabras prendió una llama cosquilleante en el vientre de Leigh. Su mirada se entretuvo en el escote atrevido del top, que no cubría tampoco el ombligo y con el que la chica se había sentido desnuda cuando Nolan la había mirado con aire depredador.

Curiosamente, la mirada de Gavin le produjo el efecto contrario; reavivó algo en su interior, algo osado, excitante y extraño. Echó a un lado la cabeza y le sonrió.

—Hace mucho calor dentro.

Él le tendió una botella abierta de cerveza.

—¿Quieres un trago?

A ella el corazón le latió con fuerza. La voz masculina era profunda y grave. Tan sexy como el resto de él.

—Sí, gracias.

Sus manos se tocaron y una ola de energía fluyó a través de ella, que reprimió un estremecimiento. Los dedos de él eran duros y callosos de trabajar en el taller, no suaves como los de Nolan.

Tomó la botella y colocó la boca donde había estado la de él, lo que le causó una sensación deliciosamente traviesa. Bebió un trago largo y lo miró a los ojos. La cerveza le hizo cosquillas por la garganta abajo.

La luna se ocultó detrás de una nube y dejó en sombra el rostro de él. Cuando le devolvió la botella, ella le acarició un instante los nudillos.

Gavin la observaba con sus ojos oscuros e impenetrables. Con lentitud deliberada, levantó la botella y cubrió la boca con sus labios. Echó atrás el cuello y bebió despacio.

Leigh no podía apartar la vista. Siguió el camino del líquido por la garganta de él con la sensación de que su boca la acariciaba a ella en vez de a la botella.

—¿Quieres dar una vuelta? —preguntó él.

Señaló una moto negra brillante que esperaba en la sombra, al lado de la camioneta.

Leigh luchó por imitar el tono despreocupado de su hermana y sonrió con falsa seguridad.

—Sí. ¿Por qué no?

—No tengo dos cascos —le advirtió él—. Te vas a despeinar.

La chica llevó una mano al pasador que recogía su pelo en la parte superior de la cabeza y soltó la masa castaña, que se extendió por sus hombros y su espalda.

—Vamos —dijo él con brusquedad.

Leigh no había montado nunca en moto, pero se colocó detrás de él como si lo hubiera hecho toda la vida.

—¡Agárrate a mí! —le pidió él.

La chica se agarró a su cintura y la moto se puso en marcha con un rugido ensordecedor.

Su pelo se movía con el viento y sus dedos se agarraban espasmódicamente a la cintura masculina, pero no tardó en encontrar el ritmo y adaptar sus movimientos al cuerpo de él y a la moto. El viento silbaba en sus oídos y sus dedos buscaron un asidero mejor y rozaron la cremallera de él. Gavin estaba excitado.

Al principio se sintió sorprendida, pero la sorpresa fue seguida rápidamente de un anhelo como no había conocido nunca. Rozó el bulto con los dedos y lo sintió palpitar. Era como si actuara bajo los dictados de algo que no podía controlar. Besó la espalda de él y la moto osciló levemente un instante.

Gavin se metió por un camino secundario. Ella no sabía dónde estaban y no le importaba. Tocarlo se había convertido en una droga liberadora.

Siguieron por el camino, levantando una nube de polvo a su alrededor. Leigh cerró los ojos y deslizó las manos por la piel desnuda de él. Nunca había sentido nada tan increíble. Él detuvo la moto entre un grupo de árboles, se bajó, la bajó al suelo y la estrechó contra sí. Su boca buscó la de ella en un beso que exigía una respuesta total.

Y ella lo besó con un fervor que dejaba atónita a la pequeña porción de su cerebro que todavía funcionaba. Él sabía a cigarrillos y cerveza, con un toque de menta.

Tardó varios segundos en comprender que los minúsculos gemidos los emitía ella. No conseguía cansarse del beso y quería más. Su cuerpo parecía catapultarla hacia algún precipicio, exigiendo que se diera prisa.

Él se apartó y ella emitió un grito de protesta. A él le brillaban los ojos, oscuros, calientes y salvajes como la noche. La luz de la luna se reflejaba en sus dientes al sonreír.

—Más despacio, preciosa, tenemos todo el tiempo del mundo.

Pero ella no podía frenar. Quería gritarle que se diera prisa, pero el único sonido que parecía capaz de emitir era un gemido ridículo. Él sacó una manta de una bolsa lateral de la moto y la extendió en el claro. Ella estaba confusa y desorientada, pero el deseo seguía creciendo en su interior, apagando cualquier pensamiento consciente.

—Si me sigues mirando así, me vas a quemar vivo.

Eso era justamente lo que le sucedía a ella, que ardía con un deseo que sólo él podía satisfacer.

—¡Date prisa! Por favor.

Gavin sonrió con malicia.

—Ya voy.

Se tumbó con ella en la manta y la besó en la boca. A Leigh le ardían todas las fibras del cuerpo, estaba perdida en una marea de sensaciones que la acercaban cada vez más al precipicio que la esperaba. De pronto él le besó un pezón y ella se estremeció repetidamente. Gavin, sin darle tiempo a recuperarse, se dedicó a succionarle el pezón hasta que el cuerpo de ella se arqueó en un gesto de súplica.

No supo cómo llegaron a estar los dos desnudos, pero lo encontró muy excitante. Los labios de él trazaron un recorrido por el vientre de ella y más abajo. Se detuvo al llegar al pubis y ella gimió. Y él empezó a acariciarla con la boca de un modo desinhibido y muy placentero.

Las manos de ella luchaban por tocarlo, pero él se rió y enseñó a su cuerpo cómo dar placer a los dos. Leigh sintió un placer salvaje y se preguntó si se había vuelto loca.

Al fin él se tendió sobre ella y la penetró con un movimiento brusco. Detuvo el grito de ella con su boca y la punzada de dolor se perdió casi inmediatamente en la extraordinaria sensación de plenitud que la siguió.

Creyó que le oía lanzar una maldición, pero cuando empezó a moverse, él se estremeció y se movió también, saliendo casi del todo para volver a entrar de nuevo más deprisa, mejor.

Leigh no podía hablar ni pensar. Se apretaba en torno a él y pedía más. Y él se movía cada vez más deprisa y más profundo, llevándola a una cima increíble, a un placer indescriptible.

 

 

—Despierta, maldita sea. Hayley, despierta.

La chica, confusa, intentó comprender lo que decía aquella voz masculina.

—Soy Leigh —murmuró, incapaz de levantar los párpados. Sintió el suelo duro debajo de la espalda y se preguntó vagamente si alguna vez dejaría de temblar.

Gavin lanzó una maldición y ella pensó que debía decir algo, pero le resultaba muy difícil combatir el cansancio que le cerraba los ojos.

Algo húmedo le tapó el rostro. Luchó inútilmente contra la tela, pero unas manos le sujetaron los brazos. Ella parpadeó y la tela cayó.

—Vamos. Espabila. ¿Cuánto has bebido?

La pregunta consiguió abrirse paso entre la niebla de su cerebro.

—Una cerveza.

Él lanzó un juramento.

—¿Estás mintiendo?

—No. Muy cansada.

—Estás drogada.

Esas palabras rasgaron la cortina que le nublaba la mente.

—No.

—Sí —contestó él, sombrío—. Abre los ojos y mírame.

Leigh abrió los ojos.

—Siéntate, vamos. Eso es. Abre los ojos, Leigh.

Ella luchó por obedecer. Era el hombre más sexy que había visto.

—Un hombre de fantasía —susurró.

Gavin lanzó una maldición.

—Ya veremos lo que piensas de eso mañana. Toma, traga esto.

Le acercó a los labios una botella que chocó con los dientes de ella, pero no le dio ocasión de protestar. El agua caliente cayó por su barbilla, pero parte del líquido entró en su garganta seca. Tenía un sabor químico, a agua embotellada que llevara mucho tiempo en un coche caliente. La chica se atragantó y se le revolvió el estómago. Intentó apartar la mano de él.

—Bebe más.

—Voy a vomitar.

—De eso se trata. Tienes que sacar esa droga del cuerpo.

Para mortificación de ella, él le sujetó la cabeza mientras vomitaba y siguió sosteniéndola con gentileza cuando hubo terminado. Le apartó el pelo casi con ternura y le frotó la espalda desnuda como si fuera una niña.

Leigh, débil y agotada, se dejaba hacer. Su cerebro intentaba desesperadamente encontrar algún sentido a todo aquello.

—Toma otro sorbo.

—Volveré a vomitar.

—Enjuágate y escúpelo. No lo tragues. Sé que está caliente, pero no tengo más agua.

Ella obedeció, completamente avergonzada a medida que empezaba a recordar las cosas que habían hecho. Él la soltó y buscó en su bolsillo. Leigh oyó un ruido de papel.

—Es un caramelo de menta —dijo él—. Te cambiará el sabor de boca.

Su expresión era tan tierna que ella quería llorar. El caramelo tenía un sabor extraño.

—¿Crees que puedes subir a la moto?

—¿Moto?

Recordó entonces el paseo, el deseo. Sus pechos estaban desnudos, con los pezones duros y doloridos. El resto de su cuerpo estaba igual de desnudo. Miró el rostro de él, horrorizada.

—¿Hemos…?

Los rasgos de él se endurecieron.

—¿Hecho el amor? Oh, sí, muñeca. Claro que sí.

Le acarició el cuello con un dedo y ella tuvo un recuerdo de sus labios haciendo lo mismo. Se estremeció.

—¿Cuánto recuerdas? —preguntó él.

—No… no estoy segura.

Gavin le levantó la barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos.

—Dime que no eras virgen.

Leigh perdió de nuevo la batalla con su estómago y él consiguió volverle la cabeza a tiempo. Unas náuseas secas la invadieron. Gavin lanzó un juramento, pero la sostuvo hasta que al fin ella se apoyó en su pecho, agotada. La camisa le olía a humo de tabaco y suavizante. El hecho de que él estuviera vestido y ella desnuda lo empeoraba todo. Le limpió la cara con gentileza y le colocó el pelo detrás de las orejas.

—Vamos a vestirte.

Ella lo intentó, pero los dedos no la obedecían. Él se saltó el sujetador y las braguitas y la ayudó a ponerse el top de su hermana.

—¿Puedes levantarte?

Leigh no estaba segura. Gavin no le dio opción. La puso en pie y le subió los vaqueros por las piernas. Cuando terminó de abrocharlos, la tomó en vilo y la sentó en la moto.

—Agárrate a mí.

Leigh cerró los ojos y recordó sus manos en la piel desnuda de él. Cerró los ojos y reprimió unas lágrimas de vergüenza. No los abrió hasta que se detuvo la moto. Miró el edificio oscuro del taller de Wickert.

—¿Qué hacemos aquí?

—Tengo llave y conozco el sistema de alarma. He pensado que querrías lavarte antes de que te lleve a casa.

Leigh sintió un nudo en el estómago. Quería llorar, pero los rasgos de él eran duros y ella se tragó las lágrimas, mortificada y avergonzada.

En el espejo del baño de mujeres le costó reconocerse. El pelo le colgaba en mechones enredados en torno al rostro. Sus ojos eran simas oscuras en la palidez fantasmal de su piel. Rastros de rímel se extendían por su cara y en su cuello se empezaba a formar más de un moratón.

Sujetó el peine que Gavin le había puesto en la mano después de abrir la puerta, se sentó en el suelo y sollozó hasta que no le quedaron lágrimas. La vergüenza la paralizaba. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara?

Él decía que estaba drogada, pero eso no importaba. Ni eso ni saber que había fantaseado con él desde que tenía quince años. Lo que importaba era que había entregado su virginidad a un hombre que ni siquiera podía distinguirla de su hermana.

¿Entregado? Básicamente le había exigido que la tomara.

Y eso era lo que más la avergonzaba.

Gavin llamó a la puerta y ella se levantó tambaleante y se secó la cara cubierta de lágrimas.

—¿Estás bien?

—Sí —gimió ella, con voz espesa por el llanto—. Salgo enseguida.

—¿Necesitas algo?

A su madre. Habría dado todo lo que poseía por haber podido tener a su madre al lado en aquel momento.

—Salgo enseguida —repitió.

Esperó hasta que lo oyó alejarse de la puerta, se lavó la cara con agua fría y se frotó con toallas de papel para intentar quitarse todo rastro de suciedad. Pero no pudo dominar su pelo con aquel peine.

Intentó no pensar en las marcas de su piel, en el aspecto hinchado de sus labios ni en el dolor extraño que sentía entre las piernas. Podía olerlo a él en su piel y todavía lo sentía palpitando en su interior. Y empezó a temblar de nuevo porque todavía lo deseaba y le costó mucho esfuerzo controlarse y salir del baño.

Gavin se apartó de la pared sucia, pero no hizo ademán de tocarla y su expresión era de enfado.

¿Con ella?

—Ven a la oficina. He hecho té.

—¿Té?

—La señora Walken dice que el té con azúcar es bueno para el shock. Me parece que los dos necesitamos una taza. Además, la cafetera está rota, así que sólo puede ser té o limonada.

—No tengo sed.

—Bébelo de todos modos.

Leigh sentía frío por dentro, pero tenía miedo de volver a vomitar, por lo que apartó la vista de las galletas de chocolate que había sacado él de la máquina expendedora.

—Intenta comer una. Tienes que darle a tu cuerpo algo que absorber aparte de la droga.

La chica obedeció. Por lo menos, sorber té y mordisquear una galleta suponían algo que hacer aparte de mirarlo a él.

—¿Qué hacías en esa fiesta?

—Fui con Nolan —repuso ella.

—¿Ducort? —preguntó él con incredulidad—. ¿Qué hacías con ese gusano?

Leigh se obligó a mirarlo a los ojos.

—Me invitó.

Gavin murmuró algo entre dientes. Una vena le latía en el cuello y tenía aspecto de querer pegar a alguien. Ella se encogió y el rostro de él se suavizó en el acto.

—Escúchame, siento mucho lo que ha pasado. Juro que no te reconocí al principio o te habría llevado directamente a casa.

Ella tragó saliva y procuró no llorar delante de él.

—Muchas gracias —musitó.

Gavin no pareció oírla.

—La culpa no es tuya. ¿Comprendes?

Leigh se levantó con tal rapidez que las galletas se esparcieron por la mesa.

—No te atrevas a ser tan paternalista. No tengo doce años.

—Por lo menos dime que no he seducido a una menor.

—Ha sido un acto voluntario, no una seducción —dijo ella, temblando de arriba abajo.