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Editado por Harlequin Ibérica.
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28001 Madrid
© 2018 Clare Connelly
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Zona prohibida, n.º 2 - septiembre 2018
Título original: Off Limits
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-9188-944-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Cita
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Epílogo
“Intense es la colección más ardiente de Harlequin, ¡tanto que cada libro debería leerse con un abanico! Te reto a que la pruebes”.
Tiffany Reisz, autora de best sellers internacionales
—Te va a llamar el primer ministro dentro de diez minutos.
Jack se limitó a asentir, no mostró ninguna reacción. Jack Grant no era un hombre previsible. Además de multimillonario hecho a sí mismo, inversor, filántropo y dios del sexo, era salvaje y duro y no respetaba la autoridad.
La situación era la siguiente: Jack seguía en la cama, completamente desnudo, sin importarle que hiciese una hora que tenía que estar en su despacho. Y yo solo podía ver su bonita espalda y su trasero. Y no podía desearlo más.
—¿Para qué?
Mientras lo preguntaba se giró hacia mí y me traspasó con aquellos inteligentes ojos verdes. Tenía acento irlandés. Su voz era como la de Colin Farrel después de toda una noche de juerga: profunda y ronca.
—Para hablar del último episodio de Masterchef.
Puse los ojos en blanco. Llevábamos seis meses negociando la compra de una enorme extensión de terreno perteneciente a la Corona y, dado el interés de los medios por el tema, el primer ministro se había involucrado también.
—¿A ti qué te parece?
Jack se echó a reír.
—Que todo el mundo necesita una buena receta de panecillos caseros.
—¿Y tú la tienes?
—Por supuesto.
Jack sonrió. Su sonrisa era pícara y encantadora, le debía de ser muy sencillo llevarse a las mujeres a la cama. Y eso, sin tener en cuenta su cuerpo, el dinero y el poder.
—Nueve minutos —le advertí.
Él sonrió y a mí se me encogió el corazón. «Ignóralo, estúpido corazón».
—¿Has reservado lo de Sídney?
—Sí.
Jack arqueó las cejas al ver que yo le respondía con impaciencia y después se estiró perezosamente en la cama y colocó los brazos debajo de la cabeza.
—¿Y Amber?
Yo no quise suspirar, pero habían llamado del despacho del primer ministro y sentía cierta responsabilidad. Al parecer, Jack no.
—Ya está todo arreglado.
La hermana de Lucy se había tomado un año sabático de su trabajo como ejecutiva en un banco para llevar las riendas del despegue de la fundación. Estaba sobradamente cualificada y muy motivada.
—Está de acuerdo con el sueldo. Vivirá a las afueras de Edimburgo, tal y como hablamos.
Él asintió, pero no hizo intención de moverse.
—En serio, Jack. Ocho minutos. Haz el favor de moverte.
—Vaya, ¿te has levantado con el pie izquierdo esta mañana?
Se pasó los dedos por el pecho, haciendo que mi atención se clavase en los perfectos músculos de su abdomen. Se me secó la boca.
—No.
—Estás todavía más enfadada de lo habitual —bromeó él.
Y yo apreté los labios con impaciencia.
Jack tenía razón. Esa mañana me había llegado «la invitación», la que llegaba todos los años, instándome a asistir a la celebración del aniversario de mis padres.
Era el acto social que menos me gustaba, y el que me obligaba a recordar quién era yo en realidad. Y que, hiciese lo que hiciese, tanto profesional como personalmente, siempre sería Gemma Picton. Lady Gemma Picton.
Uff.
—Siéntate. Cuéntamelo.
Jack tocó la cama para que me sentase a su lado y yo puse los ojos en blanco a pesar de la tentación. Imaginé cómo sería ceder ante aquella… corriente eléctrica que pasaba entre ambos. Podía ceder a aquello que había entre nosotros por una vez, pero no lo haría, no podía hacerlo. Jack estaba fuera de mi alcance, solo podía ser el protagonista de mis fantasías y de mis pesadillas.
—No, gracias.
—¿Qué te ocurre?
—Nada. Problemas personales —le respondí.
Él se encogió de hombros.
No obstante, había curiosidad en su mirada. Una curiosidad que yo tuve que ignorar, lo mismo que el deseo.
Todos teníamos límites que sabíamos que no debíamos cruzar.
Jack apartó la sábana, dejando al descubierto el tatuaje que tenía en el trasero y que se enrollaba en la parte alta de sus piernas. Pensé que debía haberle dolido mucho hacérselo, en especial, en la zona de los muslos, tan cerca del sexo.
En una ocasión le había preguntado por qué se lo había hecho. ¿Su respuesta? Que porque le había parecido buena idea.
No le importaba que lo viese desnudo. No era la primera vez ni sería la última. Yo me preguntaba en ocasiones si lo hacía para provocarme, a ver si yo reaccionaba. Al fin y al cabo, era lo típico del acoso sexual en el trabajo.
Salvo que Jack no me acosaba y yo no me sentía acosada.
Me sentía divertida, y un tanto excitada.
Hacía dos años que había empezado a trabajar para él y lo había visto desnudo una media de una vez por semana. Antes Jack no había sido así. Antes de ser así había estado ella.
Lucy. Su esposa. Pero se había puesto enferma y había fallecido, y dos meses después había llegado yo a trabajar para él, que ya había sido así, moreno, reflexivo, sexy y fascinante.
Lo de acostarse con cualquiera que llevase falda había empezado a hacerlo después de Lucy, lo mismo que lo de beber whisky abundantemente después. Era una manera de castigarse a sí mismo, pero Jack no se daba cuenta.
Por mucho que me gustase ver su trasero desnudo, yo sabía que no podía tocarlo. Como cuando mi abuela me llevaba de niña a sus tiendas de artesanía favoritas y yo me pasaba horas mirando las intricadas obras de arte, sin tocar nada.
Porque si tocaba algo podía romperse y me temía que, si tocaba a Jack, me rompería yo.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó él.
—No —respondí yo esbozando una sonrisa—. Siete minutos.
Me di la media vuelta y me marché, sonriendo y excitada.
Gemma me estaba mirando y yo tuve la sensación de que éramos como Tarzán y Jane. Deseé agarrarla por la cintura y apretarla contra mi cuerpo. Y hacerla mía, sin preámbulos, sin juegos.
En mi fantasía no llevaba ropa interior y dejaba el cerebro al otro lado de la puerta, porque la Gemma de verdad me daría mil razones para no acostarse conmigo, incluso mientras gemía entre mis brazos.
La noche anterior había sido divertida. O, al menos, había empezado siéndolo, pero la mujer a la que había llevado a casa… ¿Rebecca?, ¿Rowena? había hablado demasiado.
Había querido que la cortejase.
Y yo solo había querido sexo.
Así que le había pagado un taxi para que se marchase.
Y en esos momentos estaba excitado y mi asistente, Gemma, odiaba que la llamase así, por eso lo hacía con frecuencia, aunque técnicamente fuese mi asesora. Gemma parecía haberse instalado en mis fantasías sexuales de manera permanente. Yo no estaba seguro de cuándo había ocurrido eso.
Intenté buscar en mi memoria el momento en el que había pasado de observarla a estar obsesionado con ella. De mirarla sin ningún acaloramiento y fijarme en aquellos trajes que se ponía a imaginarme quitándoselos.
En realidad, no pensaba que aquello hubiese ocurrido en un solo día. No, había sido un cúmulo de momentos: una mirada al subirse a mi helicóptero en España. Una carcajada durante la cena. Oírla canturrear mientras miraba por la ventana dándole vueltas a alguna idea.
Y aquel día en el que nos habíamos quedado encerrados en la oficina de Londres porque había saltado la alarma antiincendios y yo me había fijado en lo largas y suaves que parecían sus piernas bajo la tenue luz de emergencia.
Sí, aquel debía de haber sido el momento en el que me había dado cuenta de que tenía un problema.
No quería una relación, pero quería acostarme con ella. Y pensaba que ella también lo deseaba. Me miraba el trasero desnudo con deseo cuando pensaba que yo no la estaba viendo.
Pero, últimamente, no había momento en que no la observase.
Podía haber ido completamente desnuda. Llevaba un vestido rojo muy corto, ajustado y escotado. Con unos tirantes muy finos. Era demasiado corto. No indecente, pero sí demasiado corto para aquellas piernas tan largas y suaves. Y yo no conseguía apartar la mirada de ella con aquel vestido.
Estaba más sexy que ninguna otra de las mujeres que había allí. Y aquello era mucho decir, teniendo en cuenta que el evento había reunido a casi toda la élite de Londres. Había modelos, actrices, cantantes, atletas, y muchas mujeres que se habían casado por dinero y dedicaban sus vidas a cumplir con las expectativas de sus maridos.
Y, después, estaba Gemma.
Llevaba la melena rubia recogida en un moño, estaba seria y su piel clara era como de seda.
Hizo un comentario divertido y el tipo que estaba a su lado se echó a reír. ¿Sería su pareja? Fruncí el ceño. La miré todavía más fijamente. ¿Salía con alguien? ¿No se suponía que esa noche era mi acompañante?
No me gustó verla con otro hombre, un impulso posesivo hizo que se me encogiese el pecho.
Tomé dos copas de champán de una bandeja y atravesé el salón. Varias personas intentaron acercarse a mí, pero yo no tenía tiempo para nadie, para nadie más que Gemma.
—Jack…
Apretó los labios al ver que me acercaba y me miró con frialdad al tiempo que insinuaba una sonrisa. ¿Cómo era posible que me mirase con frialdad e incluso cierto desdén y que, al mismo tiempo, hubiese en su simétrico rostro un esbozo de sonrisa?
Le tendí la copa de champán, que aceptó, y sus dedos rozaron los míos un instante. Inmediatamente, imaginé aquellos dedos tocando otra parte de mi cuerpo.
—¿Te acuerdas de Wolf DuChamp? —me preguntó—. Nos lleva la contabilidad en Nueva York.
Recordaba aquel estúpido nombre, pero no al tipo en sí. Aquel hombre rubio, guapo y fornido, con aspecto de jugador de rugby, no tenía nada de especial.
—Por supuesto —respondí, tendiéndole la mano por educación, aunque toda mi atención estuviese puesta en Gemma.
—Me alegra verlo de nuevo, señor.
A Gemma le temblaron los labios. Sabía que yo odiaba que me llamasen «señor». Aunque, de repente, me la imaginé delante de mí, arrodillada y tomando con los labios mi erección y llamándome así. Tal vez, en determinadas circunstancias, podría hacer una excepción…
«Imposible». Pensé que debía añadir aquel tatuaje a mi colección.
—Le estaba contando a Gem que vamos a mejorar el software con el que trabajamos.
¿Estaría intentando fastidiarme? Primero me hablaba del software mientras yo pensaba en Gemma y después la llamaba «Gem», como si fuesen amigos.
—Luego te hago un resumen —me dijo ella, sintiendo mi impaciencia, aunque no el verdadero motivo.
—Va a marcar una enorme diferencia en nuestras operaciones —añadió Wolf.
Gem se apartó ligeramente de mí, dejándome espacio para escapar.
—Hay que analizar bien la viabilidad, asegurarse de que los sistemas están protegidos mientras se hace el traslado de datos. Manejas la parte más sensible de nuestro trabajo y una filtración de datos sería intolerable.
—También he pensado en eso —añadió Wolf, dirigiéndose a Gemma, como si yo no estuviese allí.
En la otra punta del salón, una rubia platino con un cuerpo espectacular intentaba llamar mi atención.
A mí me gustaba Gemma, pero no podía tenerla y no iba a quedarme allí parado, lamentándome por ello.
Tenía dos normas con respecto a las mujeres: ni compromisos ni pelirrojas.
El compromiso había sido con Lucy, que era pelirroja.
Me quedé inmóvil. De repente, vi a Lucy ante mí, con el ceño fruncido, mirándome con desaprobación. Antes de conocerla, ya había estado con mujeres, pero no de aquel modo. Sabía que me estaba pasando, pero no me importaba. Aunque lo cierto era que no quería decepcionar a Lucy, aunque estuviese muerta.
«¿Qué esperas que haga, Luce? Has dejado un enorme vacío en mi vida», pensé.
«No me eches a mí la culpa», oí que me respondía. «Es tu vida. Eres tú quién decide».
Y tenía razón.
Así que volví a mirar a Gemma, que tenía la cabeza agachada. Wolf estaba con el móvil y ella asentía y sonreía, tenía una mano apoyada en su brazo. Al verlo, se me hizo un nudo en el estómago.
Y decidí ir hacia la rubia como si fuese la única mujer que había en aquel salón.
—Hola, soy Jack Grant.
Llevaba los labios pintados de un rojo brillante.
—Ya sé quién eres —ronroneó.
—En ese caso, tienes ventaja.
—Por lo que he oído, decirte mi nombre no serviría de nada. Mañana ya no te acordarías, ¿verdad?
Me eché a reír, me gustó su sinceridad.
—No…
Acerqué los labios a su oreja y le acaricié el pelo con mi aliento, vi cómo se le ponía la piel de gallina y le susurré:
—Pero tú me recordarías para el resto de tu vida.
Ella rio de manera sensual. En cualquier otro momento, aquella mujer lo habría tenido todo para parecerme sexy, pero en aquellos me resulto únicamente pasable. En realidad, estaba aburrido. Era una situación casi incómoda, de la que habría pagado por salir.
—Ya veremos…
—¿Quieres una copa?
—Puedo compartir la tuya —murmuró, bajando la vista a mi copa de champán.
Ni siquiera me había dado cuenta de que seguía teniendo la copa en la mano, se la di y bebió del líquido dorado, después me la devolvió y le di un sorbo yo también.
—Salgamos de aquí —me propuso con voz ronca, riendo de nuevo.
Yo asentí y apoyé una mano en su espalda. Tenía en la cabeza a Gemma y a Lucy a la vez. Entonces se me ocurrió si se habrían confabulado contra mí. Me pregunté si se habrían caído bien.
Lucy había sido una mujer dulce y tranquila, que me había mirado como si yo fuese su salvador después de haber tenido un novio que la había tratado fatal. Yo había hecho sus sueños realidad.
Pero el asqueroso destino solo había tenido malas noticias para ella, hasta que se la había llevado. Era imposible escapar del destino.
Gemma no se parecía en nada a Lucy. Tenía una personalidad mucho más fuerte. Era inteligente, bastante más que yo, y estaba muy centrada en el trabajo, en eso coincidíamos. Además, era sexy, aunque se mostrase fría cuando estaba cerca de mí, como si ni siquiera supiese lo que era un orgasmo, eso hacía que yo la desease todavía más. Y quería demostrarle que sabía que me mentía, quería hacer que disfrutase de un orgasmo detrás de otro y que se olvidase de lo que era ser fría.
—Jack.
Me abordó antes de que saliese del salón, posando la mirada solo un instante en la rubia, casi por educación, pero de manera fría. Y yo deseé empujarla contra la pared y besarla apasionadamente. Allí mismo.
—Tienes que hablar dentro de veinte minutos —me recordó.
Vaya, se me había olvidado, a pesar de que no solía permitir que nada se interpusiese en mi trabajo, ni siquiera mi vida sexual.
—Habremos vuelto para entonces.
La rubia nos sorprendió a los dos, que comprendimos perfectamente lo que quería decir con aquel comentario.
Y yo me maldije y pensé que no recordaba la última vez que lo había hecho deprisa y corriendo en un coche. ¿Era eso lo que estaba sugiriendo?
Gemma clavó la atención en su iPhone, que manejaba como si ella misma lo hubiese diseñado, y añadió:
—De acuerdo. El discurso será breve. Bastará con que resumas el objetivo de la fundación y des las gracias a los patrocinadores, ya sabes, bla, bla, bla.
—¿Bla, bla, bla? —repetí, sonriendo y mirándola a los ojos, retándola a dejar de comportarse con frialdad.
Gemma miró a la rubia y sonrió de manera superficial.
—Qué os divirtáis.
Jack clavó el discurso, por supuesto. No tenía ni un pelo fuera de su sitio. Su esmoquin lucía perfecto, la camisa blanca parecía recién planchada y llevaba la pajarita tan recta que parecía que se la habían pegado a la camisa. Habló con elocuencia y un toque de humor acerca de la fundación, su público rio.
Yo no.
Yo estaba pensando en la rubia.
No. Estaba pensando en Jack. Me dije que aquello no podía controlarme. Me dejaba la piel en el trabajo y no iba a permitir que la atracción que sentía por mi jefe lo estropease.
Pensé en Wolf, que en esos momentos estaba hablando con otra persona, seguro que seguía con el tema del maldito software. Estaba muy serio y aquello me hizo sonreír. Wolf siempre estaba serio.
«¡Cuidado!», me dije. Yo no quería nada serio.
Solo la idea de vestirme de blanco me provocaba sudores. Seguro que Wolf quería casarse y tener hijos. Tres. Y una esposa que cuidase de ellos. Me miraría con ojos de cordero degollado, con tristeza y decepción si yo le sugería que buscásemos una niñera.
Pensé que podría montar una guardería en el despacho y ser una de esas madres que hacía de todo y lo ponía en Pinterest. Wolf jamás tendría por qué saber que en realidad no era yo la que cuidaba de los niños.
Pero Jack sí. Y lo odiaría. ¿Cómo iba a tener a un niño llorando mientras intentaba hablarle de las tarifas de las importaciones chinas? No, seguro que Jack seducía a la niñera, obligándome a despedirla o a matarla.
¿No me estaba adelantando a la historia?
Wolf se dio cuenta de que lo estaba mirando y yo aparté la vista. No era el hombre adecuado y cuando se diese cuenta de que yo no iba a dejar a Jack para irme a Manhattan con él, trabajar juntos sería una pesadilla.
Miré a Jack.
Lo tenía justo delante.
Había empezado a sonar la música y yo había estado tan perdida en mis pensamientos que no me había dado ni cuenta.
—¿Te ha gustado el discurso?
—¿Qué quieres, un cumplido? —le pregunté, dando un sorbo a mi copa de champán—. ¿Qué ocurre? ¿No has conseguido impresionar a la rubia?
Él me miró fijamente a los ojos. Estaba enfadado. ¿Por qué?
—¿Piensas que no soy capaz de complacer a una mujer en quince minutos?
—La verdad es que no me he parado a pensar en tus proezas sexuales —mentí.
—Mentirosa —murmuró él en voz tan baja que no supe si había oído mal.
Ambos sabíamos que no debíamos hablar así. No podía desearlo más, pero mi cabeza seguía llevando las riendas. No quería estropear mi carrera, pero lo cierto era que amaba a Jack. No, en realidad me encantaba trabajar con él. Aunque se comportase como un cretino.
Por un instante, imaginé que teníamos una aventura y que terminaba, porque Jack no tenía relaciones largas, y entonces imaginé que no volvía a verlo.
Y sentí náuseas.
Ni siquiera quería pensarlo.
No quería arriesgarme.
—El discurso ha estado bien —dije, reconduciendo la conversación.
—Dime algo, Gemma —contestó él en tono todavía peligroso, mirándome a los ojos.
—No sé si es buena idea —respondí yo en tono profesional—. A lo mejor no te gusta lo que te digo.
—¿Qué tienes con ese tipo de Nueva York?
—¿Te refieres a Wolf?
—¿Es una fiera en la cama?
La pregunta me sorprendió, nunca habíamos hablado de ese tema.
Incliné la cabeza y repliqué:
—¿Y la rubia, qué tal?
—Aburrida —respondió él, encogiéndose de hombros.
—¿Dónde está?
—En su casa. Esperando.
—¿Esperándote a ti?
—Le he dicho que tal vez me pase. Me ha parecido la única manera de deshacerme de ella.
Entonces, ¿no lo habían hecho? No pude evitar alegrarme.
—Eres un cerdo —murmuré—. ¿Vas a ir a verla?
Jack me estaba mirando fijamente y yo sentí que todas mis fantasías, mis sueños más tórridos, pasaban ante nuestros ojos como si tuviésemos delante un pensadero.
Sí, era fan de Harry Potter. Hermione había sido uno de mis primeros modelos.
—Tal vez.
Se me hizo un nudo en el estómago. Estaba acostumbrada a que me ocurriese con Jack. Los seis primeros meses me había ruborizado, no había sido capaz de mirarle a los ojos, pero después de dos años trabajando para él, tenía mucha práctica.
Sonreí.
—Bueno… —sonreí como si no tuviese el corazón acelerado y los pezones endurecidos—. Que tengas una buena noche.
—Espera —me ordenó él, agarrándome por la muñeca.
Yo lo miré. Nunca nos tocábamos, salvo por accidente, pero nunca así.
Me acarició el interior de la muñeca con el dedo pulgar y, como yo no respondí, me apretó contra su cuerpo. Estábamos rodeados de gente, pero estábamos solos.
La sensación era nueva. No estaba bien. Y sí.
El cuerpo de Jack era fuerte y estaba caliente, como en mis fantasías. Y yo tuve que hacer un esfuerzo enorme para respirar con normalidad, para mirarlo como si se hubiese vuelto loco y decirle:
—¿Sí, señor?
Jack me fulminó con la mirada, pero no me soltó.
—Baila conmigo.
Yo sabía que me estaba pidiendo algo más que un baile.
—De acuerdo —respondí, sonriendo de manera tensa.
Él suspiró y apoyó una mano en mi espalda, justo encima del trasero, con firmeza. Y entrelazó los dedos de la otra mano con los míos.
Yo clavé la vista en la mano y me concentré en parecer tranquila.
—Llevas un vestido precioso —me dijo.
—¿Sí? ¿Qué te gusta de él?
—A ver… el color. Y el modo en que se te pega a la piel.
Bajó la cabeza para acercarse más a mí y yo pensé que aquello no estaba bien. Jack se acostaba con otras mujeres y, por supuesto, coqueteaba conmigo, y eso no tenía importancia.
Pero aquello era diferente.
La música se detuvo y yo me aparté de él, aliviada.
—Ponme al día de la situación en Nueva York —me pidió.
—Lo haré, por supuesto —le respondí, todavía incómoda.
—Ahora.
Yo miré hacia Wolf inconscientemente. Seguía hablando y yo no tenía ninguna intención de marcharme con él, pero el hecho de que Jack diese por sentado que no tenía vida privada me molestó.
—No es urgente —le respondí en tono tenso—. Te lo contaré mañana.
Y me zafé de él.
—Quiero oírlo esta noche —me retó.
Como era mi jefe, no me podía negar.
—De acuerdo. Necesito… veinte minutos.
Me alejé de Jack y mi cuerpo protestó con frustración. Fui hacia Wolf.
—¿Tienes un momento? —le pregunté, disculpándome con la mirada con el hombre con el que hablaba.
—Por supuesto —respondió sonriendo.
Me agarró por el codo, aunque fui yo quien lo guio fuera del salón, solo para que Jack probase su propia medicina. No podía controlarme completamente.
—¿Sigue en pie lo de luego? —me preguntó Wolf.
—Me temo que no. Tengo que trabajar. Jack quiere que le ponga al día del tema del software.
—¿Esta noche? —preguntó Wolf con incredulidad.
—Lo quiere controlar todo —le expliqué yo. Era la verdad—. Y es muy impaciente. Solo quería asegurarme de que tengo toda la información.
Wolf asintió sin ocultar su decepción.
—Vamos a recapitular.
Y así me pasé los diecinueve minutos restantes, bueno, dieciocho, porque empleé un minuto en sacarme un mechón del moño y pellizcarme las mejillas, para parecer ruborizada por el placer.
Jack me estaba esperando en la limusina y yo fingí llegar casi sin aliento.
—¿Preparada?
Yo asentí sin saber a qué.
—Sí, vamos.