A Gabriel.
La primera vez que me acosté con Tita olvidé que vivíamos en la época del sexo seguro y dejé los preservativos en mi morral, que estaba en el piso de abajo. Con todo el dolor de mi alma tuve que sacar mi índice de la entrepierna de Tita (en donde, según ella, estaba haciendo un magnífico trabajo) e irme a buscar los benditos profilácticos. De otra forma los únicos que iban a pasar una velada encantadora iban a ser Tita y el dedo. Bajé lo más rápido que pude y subí de igual forma y, como estaba tan excitado, equivoqué el camino y fui a dar a la biblioteca de su padre. Era un cuarto lo suficientemente grande como para que cupiese en él un trasatlántico de proporciones medias y lo suficientemente oscuro como para no ver en él un trasatlántico de proporciones medias. Por ello, tardé unos segundos en percatarme de que el padre de mi amada se encontraba allí y se apuntaba una pistola a la base del mentón, justo en el hoyuelo característico de la familia. Aún en la oscuridad pude ver sus ojos, contemplándome con infinita melancolía, y observar el movimiento casi dulce de su dedo índice, una y otra vez sobre el gatillo del arma. Estuvimos así un rato, viéndonos el uno al otro. Él, con aquella pistola apuntándole a la cara, y yo, agarrando mis preservativos, hasta que murmuró como entre sueños:
–Chico, vuelve a tirar con mi hija y no te preocupes por esto. Estoy pensando.
No se me ocurrió réplica alguna y, en todo caso, no tenía mucho sentido discutir con un tipo armado, aunque se estuviera apuntando al mentón. Volví sobre mis pasos, encontré el cuarto de Tita y me puse los preservativos súper lubricados con sabor a frutas tropicales, según recuerdo. Hicimos el amor y durante el acto estuve esperando el coitus interruptus en forma de estampida de la pistola del papi de Tita, cuando dejara de pensar y decidiera volarse la tapa de los sesos. Gracias a Dios, eso jamás llegó a suceder. La única cosa memorable de aquella noche fue que Tita se vino tres veces y me preguntó si quería casarme con ella.
© Lucas García, 2017
© Ediciones Puntocero, 2017
© alfadigital.es, 2018
Primera edición digital: agosto de 2018
www.alfadigital.es
Escríbanos a: contacto@editorial-alfa.com
Síganos en twitter: @alfadigital_es
ISBN Digital: 978-84-17014-16-2
ISBN Impreso: 978-84-17014-29-2
Diseño de colección
Ediciones Puntocero
Corrección ortotipográfica
Sol Miguez Bellan
Conversión a formato digital
Sara Núñez Casanova
Fotografía de portada
© Efrén Hernández
Retrato de autor
© Manuel Reveron
LUCAS GARCÍA
(Venezuela, 1973)
En 1999 publica Rocanrol, novela ganadora de los premios Reservoir Book (Grijalbo) y Francisco Herrera Luque (Random House Mondadori). Diez años más tarde, Puntocero edita la compilación de cuentos Payback y luego su segunda novela, La más fiera de las bestias. En 2013, publica la novela Acabose (Sudaquia Editores) e incursiona en la literatura infantil con la ilustración de Cuentos a patadas (2014) de José Urriola y con Superhéroe (2016), del que es autor e ilustrador, ambos editados por Ediciones Ekaré. En el 2017 publica El reino, su más reciente colección de relatos.
El fin del milenio no parece traer sino desgracias. Enciendo el televisor y solo pasan programas de opinión sobre abortos e incestos. No paran de entrevistar a travestidos que se quitan los sostenes frente a las cámaras y se exprimen los senos falsos de silicona con grandilocuente orgullo. Las noticias solo relatan las fugas de banqueros corruptos, ministros ladrones y queridas exitosas. Todas las propagandas (las de jabón, las de pañales, las de cauchos, las de carros, las de automercados, las de insecticidas) muestran rubias tetonas. A veces, la rubia tetona ni siquiera es mujer. Mi generación lo ve todo con indiferencia. No nos importan los miles de kilómetros de selva amazónica que día a día se transforman en palillos de dientes y muebles de rattan, no nos importa el hueco en la capa de ozono, la lluvia ácida, el incremento de la tasa de mortalidad infantil, la mala música rock, los malditos cigarrillos mentolados bajos en nicotina que de todas formas dan cáncer, el SIDA, el Ébola, la guerrilla colombiana, la hiperinflación. No nos importa nada. Nacemos cansados por lo mucho que corrieron nuestros padres y nos caemos antes de recibir el primer puñetazo. O hacemos cursos de técnico universitario o nos vendemos al sistema. Yo soy de los últimos. Aquella mañana lo estaba demostrando a cabalidad en la oficina de la estación de radio.
La señora Rodríguez, de la Liga Cristiana Antidrogas, estaba convenciéndome de prestar mis servicios para una nueva campaña en contra de la marihuana. Hablaba con un tono de voz excesivo en octavas y parecía no haber tenido un orgasmo en su vida. Afirmaba que Dios me había señalado para llevar su palabra a través de las ondas hertzianas. Simultáneamente yo llevaba una conversación telefónica con Víctor Hojilla, mi dealer, empeñado en venderme un kilo de mafafa cuando yo lo que quería era un cuarto.
–Viejo –dijo Víctor–, ¿quién coño crees que soy?, ¿un visitador médico? Un kilo o nada. Yo siempre muevo un kilo. No le vendo bolsitas de maní con monte a las niñitas del Merici ni a los muchachitos del Santiago. No trabajo con teenagers, no trabajo con krisnas. ¿Captas?
–¿Y qué quieres que haga con un kilo? –murmuré, sonriendo beatífico a la señora Rodríguez– ¿Que monte una «Sucursal Hojilla»? ¡Lo voy a fumar, no voy a construir maquetas realistas de Jamaica!
–Viejo, no entiendes. Ya lo tengo todo separado y empaquetado. No puedo estar sacando un cuarto del paquete. ¿Qué voy a hacer con el resto?
–Debe haber una cola de gente en la puerta de tu casa con miles de ideas sobre lo que puedes hacer con el resto.
–Bueno, mierda, déjame llamar a otro tipo para ver si acepta compartir la bolsa contigo. No te prometo nada.
–Nunca lo has hecho –dije, y colgamos al mismo tiempo. La señora Rodríguez se aclaró la garganta y pareció sonreír.
–¿Su agente de la bolsa? –preguntó–. Leí en una entrevista que tenía uno.
–Más o menos –dije–. Nunca nos ponemos de acuerdo.
–Espero que nosotros sí –dijo la señora Rodríguez–. Dios, a través de la Liga Cristiana Antidrogas, lo ha escogido a usted. Nos parece que representa un maravilloso ejemplo para los jóvenes. Su programa, aunque tiene algunos segmentos que no apoyamos particularmente, transmite mensajes positivos para la juventud. Como aquel especial que hizo sobre la lectura.
–¿Especial? –recordé vagamente.
–Usted preguntó quién había sido el escritor de El Otoño del Patriarca. ¡Me sentí muy orgullosa cuando todos esos muchachos llamaron dando la respuesta!
Llamaron muchos, pero ninguno dio una respuesta remotamente cercana. Cuatro dijeron que era Rómulo Gallegos porque era el único escritor que les habían mandado a leer en secundaria. Cinco que era la tipa que había escrito Flores en el Ático. Otros tres llamaron para preguntar qué diablos significaba patriarca. Al final terminó llamando un profesor de bachillerato: llevaba quince minutos escuchando el programa y al parecer al día siguiente tenía clases. Luego de haber oído las respuestas decidió que era mejor pegarse un tiro en la rodilla que intentar inculcarle algo a esta generación.
–También me gustó aquel mensaje que dio sobre los daños que producía el alcohol –recordó la señora Rodríguez.
Fue un sábado y solo llamaron sujetos con resaca. Una muchacha llamó desde un teléfono público avisando que la fiesta en casa de un tal «Cabulla» había terminado, pero que podían continuarla en casa de un tal «Catatumba». Eso sí, sin olvidar comprar más anís y preservativos. Otra tipa de voz masculina me llamó entre comerciales diciendo que cada vez que bebía rusos negros le daba por soñar conmigo y mojar las pantaletas.
–Por eso pienso que debería aceptar nuestra propuesta y llevar la palabra de nuestro señor Jesucristo y su padre Dios Todopoderoso –concluyó la señora Rodríguez.
¿Cómo decirle que no a Dios y a su hijo? En ese momento sonó el teléfono.
–Te salvaste, papi –dijo Víctor–. ¿Recuerdas a Richie?
–¿El costarricense?
–El mismo. Dice que si quieres está dispuesto a comprar un kilo fifti fifti contigo.
–Víctor, ya te dije que solo quiero un cuarto.
–Si quieres un cuarto quieres dos.
–Ok, ok, coño. ¿A nombre de quién hago el cheque?
–¿Cheque? ¡Ay, mierda, Bruno! ¿No quieres que usemos la Mastercard y te dé un puto váucher? Págame en cash, nene, cash.
–Siempre he pagado en cheques y no ha habido ningún problema, ¿qué pasa ahora?
–La policía se pasó ayer por acá. Por suerte, no tenía nada, pero si hubiesen encontrado tus cheques otro gallo cantaría. Hoy estarías apareciendo en el cuerpo equivocado del periódico.
–¿Se pasaron ayer por tu oficina y me estás hablando por teléfono? Mira que eres idiota, Víctor. ¿No se te ha ocurrido que estás vigilado?
–Estoy usando un jodido celular. Es complicadísimo intervenir una cosa de estas. Además, es de un primo.
–Dios te oiga, pero sigo pagándote con un cheque.
–Ni mi novia es tan maniática.
–Tu novia no te hace cheques de más de cinco dígitos, ¿no? ¿A nombre de quién lo hago entonces?
–Déjame ver. Te llamo en cinco minutos.
Volvimos a colgar. La señora Rodríguez repitió la mueca. ¿Era una sonrisa?
–Ustedes, la gente de la farándula, sí que viven atareados –opinó.
–El costo de la fama –sonreí–. ¿En dónde estábamos?
–Le estaba diciendo que la Liga Cristiana Antidrogas considera que usted es la persona ideal para llevar a cabo la campaña, hijo. Tiene penetración en los jóvenes y es un magnífico...
–Ejemplo –completé–. No quiero sonar rudo señora Rodríguez pero, supongo, este trabajo será gratis, ¿no?
La señora Rodríguez estiró sus comisuras en una expresión que rezumaba sabiduría. Moisés debía tener la misma cara al bajar del Sinaí.
–¿Tiene precio la salvación de su alma, joven? –preguntó.
No, pensé, pero cobro doscientos cincuenta mil por cada minuto de grabación. No se lo dije, primero, porque soy muy educadito y, segundo, porque sonó nuevamente el teléfono. Me disculpé con la señora Rodríguez y atendí.
–Bruno –dijo Víctor al otro lado de la línea–, hazlo a nombre de Eddy. Y por favor, no lo endoses.
–Perfecto. ¿Paso esta noche por tu casa para buscar el material?
–Yo te lo llevo.
–Qué amable.
–Y un huevo. Me dijeron que te estas acostando con la Ortiz y tengo ganas de ver a qué se parece una tipa que de un momento a otro puede heredar cincuenta millones de dólares.
–Es igual que las otras, pero huele mejor.
–Con cincuenta millones de dólares puede oler a cheddar, viejo.
–¡Eres un poeta! Nos vemos.
Colgué. La señora Rodríguez me miraba a los ojos. Su pregunta aún flotaba en el aire. ¿Tenía precio la salvación de mi alma? Claro que sí. Todo tenía un precio. Tú, yo, los derechos de las canciones de John Lennon vendidas a Michael Jackson, las llamadas a la sex line, un pedazo del muro de Berlín...
–¿Acepta entonces, joven? –preguntó la señora Rodríguez–. Es una hermosa obra.
–Todo sea por nuestras almas, ¿no? –sonreí.
–Amén –exclamó ella y luego, por primera vez desde que nos conocíamos, sonrió y dijo–. Además, es deducible de impuestos, ¿sabe?
El rugido del teléfono atravesó mis sueños hasta volverlos pedazos. Intenté descolgarlo con la mano izquierda pero algo parecido a un piano la aplastaba. Podía mover la mano derecha pero no era muy exacta. La dirigí hacia el teléfono. Lo intenté tres veces y por fin agarré el auricular. La boca me sabía a papel aluminio, tenía un dolor de cabeza del tamaño del Oriente Medio y una voz al otro lado de la línea me gritó que la había pegado.
–¿La lotería? –pregunté.
–Claro, hijo de mi alma –chilló la voz.
Era mi padre. Miré el reloj. Las tres y cuarenta y siete de la mañana.
–Coño, papi –dije–, ¿qué pasó?
–Acabo de enterarme de lo de la Ortiz. ¡Eres lo máximo, hijo de mi alma, lo máximo! ¿Para cuándo es la boda?
–¿Qué boda?
–¿Cómo que qué boda? No me irás a decir que no te vas a casar, ¿no?
–¿Con quién?
–Con la Ortiz, hijo mío, con la Ortiz.
–¡Pero si apenas estoy comenzando a salir con ella!
–¿Y qué? ¿Te lo vas a pensar? Está forrada en dólares y según lo que he podido ver en las fotos de sociales los trajes escotados le quedan de maravilla. ¿Acaso es idiota? No le vas a pedir ayuda para escribir una tesis, te vas a casar con ella.
–Te estás adelantando a los acontecimientos, padre.
–¡Y un carajo, Bruno! ¿Quieres que te lo deletree? Cincuenta y dos millones de dólares. CINCUENTA Y DOS MILLONES. Sin contar los fondos que el papá le pateó al Banco de los Llanos y que deben estar engordando como unos cochinitos en la cuenta secreta de Zurich. ¡Hijo de mi alma, no puedes perder semejante oportunidad! Ocho generaciones de la familia Manrique han vivido en la más mísera de las pobrezas a la espera de un acontecimiento de esta magnitud. Mírame a mí, Bruno, que dejé de casarme con una condesa para venir a empatarme con tu madre y desgraciar mi vida... ¡Piensa en mí! Si no te casas con esa mujer vas a despertarte todas las madrugadas por el resto de tus días preguntándote cómo fuiste tan idiota como para desperdiciar semejante oportunidad.
–Ay, Dios...
–Sé que es duro, pero dime ¿qué hubieras preferido? ¿Pasar tus cumpleaños en el bloque de mierda en el que tu madre te crio o recibir sonajeros de Tiffanny’s a la orilla del Rin, bebiendo jodidos teteros de champaña? ¡Yo me lo he estado preguntando durante los últimos veinte años!
–Es una pregunta difícil. De todas maneras, ¿no se te ha ocurrido pensar que ella no quiera casarse conmigo?
–¡Préñala! ¡Eso no falla! Al padre no le va a quedar otra que casarlos.
–Por Dios, viejo, eres una rata.
–Solo soy pragmático. El hambre lo vuelve a uno pragmático.
–Y jodido. No puedo creer que me llames a esta hora para decirme semejante vaina.
–Soy tu padre. Debo aconsejarte lo mejor posible.
–¿Aconsejarme? ¿A eso le llamas un consejo? Parece una conversación de retén. ¡Debería haber un Plexiglas entre nosotros!
–Estás molesto por lo que te dije de tu madre, ¿no? No te lo tomes así, hijito. Créeme que si me hubiese casado con la condesa también te hubiese tenido. A lo mejor te hubieses llamado Guntram, como su padre el vizconde, y hubieses salido un poquitín más rubio, pero de que te hubiese tenido, te hubiese tenido.
–No sé cómo puedes seguir recordando una cosa que pasó hace añales.
–Cada vez que me despierto en las mañanas y me encuentro con la jodida nevera vacía me acuerdo de ello, hijo. No quiero que te pase lo mismo.
–Eres todo un amor, viejo.
–Deja los cinismos para tu programa de las siete y hazme el favor y cásate con esa condenada ahora mismo, Bruno.
–¿Qué tal si la mamá está en contra de la idea?
–¿Y por qué va a estarlo? Eres guapo y famoso. Los jóvenes te adoran y todas las mamás quieren que sus hijas salgan contigo. Eres el yerno perfecto, por Dios. Si fuera el padre de esa mujercita ya te hubiese raptado, joder. Me extraña que él no te pida en matrimonio, Junior.
–Voy a conseguirme una foto mía e irme a masturbar al baño. Me consigo un espejo de cuerpo completo y me caso con él.
–¡Eso mismo decía yo a tu edad y decidí dejar pasar a la condesa! Y ya me ves. Cincuenta años y los jodidos testículos me cuelgan hasta las rodillas. Espera a que dejes de parecerte a Tom Cruise y ya verás lo que se siente que las nenas te busquen solo para ayudarte a cruzar la calle y venderte Gerovital.
–En momentos como este tengo una idea bastante exacta de por qué te dejó mamá.
–¡Yo fui el que dejó a tu madre!
–En todo caso, ya sé porque ella no hizo nada para recuperarte.
Dijo algo ininteligible que no me sonó muy paterno y colgué la bocina.
Desconecté el teléfono y cerré los ojos. A mí lado, sobre mi brazo, la Ortiz (Tita para mí y el dedo) giró su cuerpo y susurró somnolienta:
–¿Quién coño era?
–Fantasmas del pasado.
–Uy, qué profundo, darling. Ya no puedo dormir.
–Creo que yo tampoco.
–¡Qué bueno, porque compré unos Durex en el aeropuerto de Boston y quiero ver si se parecen a los que venden aquí!
No se parecían pero, al final, no importó mucho.
Hilda se metió un chicle de frambuesa del tamaño de un ladrillo entre los dientes y lo apretó con suavidad hasta que salió algo rojo y denso que salpicó la lista impresa de los temas del próximo mes.
–Uy, perdón –dijo.
–No importa. ¿Qué tenemos para mañana? –pregunté.
–El helado Saint Frappé.
–¿El helado Saint Frappé?
–Es el nuevo helado de la Frío Rico. Cubierta de chocolate, corazón de fresa, lluvia de maní escarchado. Lo están comiendo como si provocara orgasmos. Sales a la calle y todo el mundo lo lame. Hicimos una encuesta telefónica la semana pasada y todos hablaban de él. Una muchacha que estudia economía me dijo que era un helado sexy.
–¿Parece una paloma?
–No, pero ella dice que cada vez que lo come le entran como unas fiebres. Sé que suena exagerado pero un muchacho dijo que se había levantado a siete tipas en lo que iba de semana mientras se comía un Saint Frappé.
–¿Cómo coño voy a hacer un programa de radio sobre un helado?
–Hice una investigación y tengo siete páginas sobre la historia del helado, los helados que comen las estrellas, los helados más famosos, los más raros, el helado más caro...
–Guao.
–Bueno, Bruno, era eso o la legalización del monte.
–Eso es mejor. Hagamos un programa con concursos sobre cómo serían las propagandas de marihuana en el cine. Yo aparecería en las pantallas con los ojos rojos, sonriendo, agarrando un huevo de gallina y diciendo: «Sin el monte esto es solo un huevo de gallina. Con el monte puede ser lo infinito». Y ¡crácata! el huevo estalla y salen fuegos artificiales, muchachitas a lo Tropicaliente corriendo en topless por la arena, elefantes rosa tocando acid house en el cielo. Una voz en off diría: Compre Cigarrillos Monte. Cero nicotina y 100 % alucinación. Haríamos un sketch imaginándonos qué pasaría si se vendiera mafafa en el McDonald’s. Vendría envuelto en paquetitos de cartón reciclables y se llamarían MacFafas. ¡Tendríamos más rating que la boda de la infanta Elena!
–¡E inmediatamente después llamarían del Ministerio de Transporte y Comunicaciones para sacarnos del aire hasta el siglo XXIV!
–No me preocupa el juicio moral, sino el histórico.
–Pues yo me acabo de comprar un apartamento con dos puestos y piscina a cien kilómetros de la zona roja más cercana y el juicio moral ahora mismo me parece importantísimo, papi.
–¡De nuevo el vil metal!
–Será vil, pero la piscina es una maravilla y tengo un vecino soltero que se parece a Tom Selleck y que sonríe como un condenado cada vez que me pongo a tomar sol con la tanguita que me regalaste en mi cumpleaños.
–Okey, olvidemos la legalización de la mafafa por el bien de tu vida sexual. ¿Cuáles son los otros temas?
–Queríamos hacer uno sobre los padres. El fin de semana que viene es el Día del Padre y queríamos hacer concursitos con regalos y todas esas cosas.
–¡Uy mierda! Qué feo. La última vez llamaron puros resentidos. La mitad del programa me la pasé cortando llamadas en el aire e inventando chistecitos para escurrir el bulto. Una tipa me llamó para decir que la única cosa cariñosa que había recibido de su papi era una metida de dedo a los doce años.
–¡Qué asco! ¿En verdad dijo eso?
–¿No recuerdas el que llamó después? Un tipo al que le decían «Petete» o algo así, que estudiaba Administración en la Metro. Le estaba regalando after shave con cianuro a su papá, año tras año, para matarlo sin despertar sospechas y patearse la herencia con su novia. Lo peor es que papá estaba al lado y se reía como un idiota de las ocurrencias de Junior.
–Otra prueba de la decadencia de la sociedad occidental. De todas formas, el tema del miércoles te va encantar. Es picantico.
–¿Enchiladas?
–Trucos que usan los hombres para seducir a las mujeres. Todavía no le tenemos título puesto, pero es algo así como «Montando la trampa» o «En temporada de caza». Algo sugestivo.
–No sé. Tengo miedo de que empiecen a llamar puros idiotas diciendo groserías, o lo que es peor, muchachitos romanticones citando canciones de Luis Miguel y diciendo que «lo importante es tratar a la jeva como si fuera un ser humano. Entenderla, ¿ves? No pensar en ella como si fuera un mero objeto casual, perdón, sexual.»
–Eres un machista de mierda.
–Tal vez, pero apuesto a que si esos tipos llegaran en la noche a su casa y se encontraran a Cindy Crawford en pelotas, diciendo take me, take me en el medio del living no le preguntarían cuáles son sus opiniones sobre la intervención estadounidense en Somalia.
–Es un ejemplo muy radical, chico.
–Las teorías se comprueban radicalmente.
–Pues he estado saliendo con un muchacho con un máster en Compra de Compañías Diversificadas y cada vez que me saca a pasear me trata como a Carolina de Mónaco. Vinito, restaurante, charlita decente y rosas por la mañana.
–¿Y qué tal el sexo?
–Ahí, ahí, pero para eso está el vecino que se parece a Tom Selleck.
–Vive le romance.
–No me jodas, Bruno. ¿Acaso hay que ser una estrella de la radio para provocar orgasmos múltiples?
–Ayuda.
–Tendré que preguntarle a la Ortiz qué se siente despertarse por las mañanas con cincuenta millones de dólares.
Aquella parecía ser la pregunta de la semana.
–¿Qué pasa con la Ortiz y conmigo?, ¿aparecemos en la novela de las dos? Parece que todo el país sabe de lo nuestro.
–Pues te diré que casi. Toti, el gordo de las sociales, te está persiguiendo desde hace tres semanas para tomarte una fotico estilo paparazzi. Tiene a tres reporteros siguiendo a la Ortiz. Al parecer, ella siempre se las arregla para esfumarse.
–Es que es un hombre. Se quita la peluca y nadie la reconoce.
–Lo cual me recuerda que Toño quiere entrevistarte en tu programa.
–¿De nuevo? Pensé que me odiaba desde la última vez.
–No lo culpo. Te pasaste con lo de su cara.
–Él empezó con las preguntitas raras sobre mi mamá y la J.C. Yo solo dije –y en broma– que se parecía al lelo de Pulp Fiction, pero sin la capucha.
–Lo del pelo no fue moco de pavo tampoco.
–¿Copete fláccido? ¿Se molestó porque le dije copete fláccido?
–Se enteró de lo tuyo con la Ortiz y quiere joderte con el público. Ya sabes, «el paladín de los pobres culeando con una mantuana».
–¿El paladín de los pobres?
–Aquilino en El Nacional. Se emocionó muchísimo con lo que hiciste para esa casa de niñitos en Guatire.
–Era deducible de impuestos.
–Bueno, el caso es que Toño te tiene ganas. Y aquí entre nos, off the record, me dijeron que el muy cabrón está elaborando una lista de personalidades de la farándula que están metidos en drogas y que quiere crear una campaña de limpieza en los medios denunciándolos. ¿Y a que no adivinas quién está a la cabeza?
–No vuelvo a meterme con el pelo de nadie.
–El pelo es una cosa muy importante para algunas personas. Por cierto ¿crees que debería cortármelo a lo garçonne?
–No te quedaría mal. Tita lo lleva así.
–Supongo que cuando tienes cincuenta millones de dólares te ves bien hasta calva, ¿no?
No se me ocurrió qué responder. Hilda elaboró una bomba magenta y enorme, y se la tragó con una sonrisa. Continuó con la lista...
yuppiesslogans