Trío pasional

I

Pola era hermosa. Sus redondeces incitaban a la caricia. Regordeta y con músculos que soportaban no pocas piruetas se dejaba hacer entre las manos de Merceditas que no perdía oportunidad de estrujarla, aplastarla, morderla, y hasta sentársele encima si su capricho así lo requería. Margarita, en cambio, era esbelta, emanaba cierta exquisitez y tentaba la mirada con la delicadeza de sus líneas. Merceditas las amaba y ellas se sabían amadas. Eran testigos fieles y capaces de guardar secretos inviolables. Conocían sus desventuras, sus voluptuosidades infantiles y hasta sus rabietas mal contenidas. Siempre temían perder méritos ante aquellas otras que lucían caras y manos de porcelana. Sin embargo, y a pesar del prestigio que acompañaba la nueva moda, seguían siendo las elegidas.

Ocupaban un lugar en su corazón como amigas incondicionales. Eran alternativamente ángeles protectores, brujas atemorizantes, compañeras de juegos prohibidos y hasta moralistas severas. Llevaban un registro exhaustivo de todos los sentimientos que la niña no mostraba, de las tristezas disimuladas y de los entusiasmos amortiguados. Conocían sus temores, ilusiones y frustraciones. También sabían que la siesta era el tiempo mágico donde instalaba sus juegos preferidos, amparándose en el silencio cómplice de la modorra post almuerzo. La siesta era un espacio mágico de intimidad en la que ambas quedaban instaladas como escuchas privilegiadas del despliegue docente de Merceditas. Formaban parte de un público imaginario que se embelesaba con el porte serio de la gran maestra que emergía brillante y poderosa haciendo gala de la docente escondida en lo profundo de sus pasiones. Cucharón en mano, a falta de mejor puntero, desplegaba su autoridad.

Pola y Margarita tenían un corazón muy grande, una capacidad de escucha incomparable y eran certeras a la hora de aconsejar. Sus generosidades estaban a la vista, también la mortal competencia que reinaba entre ellas. Sus luchas eran furiosas por arribar primero al corazón de Merceditas, que no perdía oportunidad en hacer ostentación de preferencias alternando amores e indiferencias según sus estados de ánimo. Seguramente disfrutaba prendiendo llamas de pasión con las que alimentar su necesidad de ser amada. Era un trío pasional perfecto, necesario e irrenunciable.

II

A nadie le preocupaba el trato que la niña mantenía con sus muñecas hasta el día en que sucedió aquello que marcaría una grieta irreversible. Pola se había escondido y el corazón de la niña latió desaforadamente. Primero se enojó y juró no perdonar semejante jugarreta. Son cosas que no se hacen sin permiso. Sobre todo cuando ya estaba decidido que la favorecería con un buen baño para liberarla de los olores poco gratos que habían quedado atrapados en su paño a causa de las infinitas caricias con cremas protectoras. Porque no era cuestión de que sus carnes seductoras perdieran turgencia. También había pensado en mejorarle el peinado, aplicándole lanas trenzadas de colores varios, como había visto en el último carnaval. La melena de Pola atravesaba un estado desesperante y requería a gritos una renovación. Pero aún no estaba segura del color que podría favorecerla. Todo eso pensaba mientra revolvía cielo y tierra buscando el lugar donde seguramente se estaba escondiendo, por la simple maldad de hacerle pasar un mal momento. ¡Qué poco sentido del humor desaparecer de golpe! ¿Es que no había entendido que los castigos infringidos eran solo un juego? Es cierto que algunos habían sido algo excesivos, pero de todos modos eso no justificaba semejante juego torturante. La reprimenda sería aleccionadora.

Mientras tanto, Margarita disimulaba su alegría por la pérdida de su rival, a la que siempre consideró inferior. La tranquilizaba saber que la mirada de Merceditas se volvía luminosa y llena de amor cuando posaba los ojos en la elegancia de su andar. Pero eso no era suficiente porque la sombra de Pola tarde o temprano ensombrecía el brillo. Convencida de que sus trenzas rubias ejercían un atractivo irresistible descontaba la preferencia por su persona. Así y todo, nunca terminaba de estar segura. Es cierto que en los momentos en que la ausencia de la niña la llenaba de aburrimiento la presencia de Pola era una compañía tranquilizadora. De todas formas no podía soportar dejar de ser exclusiva. Era más fuerte que ella. Estaría dispuesta a cualquier cosa para brillar en el firmamento como única estrella, enceguecedora, magnífica, insuperable e irremplazable. Sin ninguna duda la esbeltez atractiva de la cual se jactaba dejaba a Pola en segundo plano, pero también era cierto que las redondeces con las que se pavoneaba su competidora la hacían merecedora de mayores caricias. Y no eran caricias insignificantes. Eran de esas que hacen agua la boca como el mejor manjar. Las que apenas iniciadas tersan la piel por la emoción del contacto y hacen brillar el sol a medianoche. Eran las caricias de la mano de Merceditas que prefería las redondeces de Pola a la elegancia de Margarita. Y eso era insoportable. Si Pola desaparecía lograría ser única, pero le inquietaba que pudieran culparla por sus malos pensamientos.

III

Mientras todo esto sucedía la niña seguía buscando. El enojo había cedido y en su lugar el estómago se estrechaba, el corazón palpitaba fuerte y la garganta se le cerraba. Pola no aparecía por ningún lado. En el extremo de su desesperación recurrió al adulto de mayor autoridad y con estupor se enteró de que haciendo gala de su obsesión por la limpieza, e incapaz de soportar la suciedad maloliente de Pola, se había tomado el atrevimiento de imponerle una migración definitiva al tacho de la basura. Su corazón se aceleró y se sintió volando por el cosmos en busca de su paradero. Pero ya era demasiado tarde para librarla de su desaparición. En el amanecer de ese día, Pola había iniciado su definitivo trayecto al basural de la ciudad. Semejante pérdida no estaba prevista en el mar tumultuoso de su vida y le resultaba desconcertante que no hubieran entendido que Pola tenía el mismo derecho que cualquiera a mantener la piel humectada. Pero más desconcertante fue que hubieran tenido el atrevimiento de irrumpir en su mundo privado con una decisión de atropello irreversible. Ese hecho de barbarie jamás podría ser perdonado.

IV

Pasaron los años y el tiempo fue tiñendo de sonrisas aquellos recuerdos pasionales. Pola quedó instalada en un pedestal del pasado con su esplendor impecable, satisfecha de sus redondeces y confiada en que el amor que supo despertar acompañaría a la niña hasta los lejanos tiempos de un posible bastón. Margarita, en cambio, estuvo siempre unida a su crecimiento. Con la ausencia de Pola satisfizo su anhelo de exclusividad, pero de poco le sirvió. Mientras los ojos anhelados fueron tomando otras direcciones, las brillantes trenzas de Margarita entraban en un otoño que se iba opacando. En un rapto de nostalgia, y temiendo que su muñeca se deprimiera, Merceditas elaboró una cabellera oscura con lana apelmazada. Y esperó el milagro. Pero el milagro no llegó. Margarita había perdido su encanto irremediablemente y la niña quedó muy turbada porque no sabía dónde se iba el amor cuando desaparecía. Supo que no correspondía ponerla en un pedestal, como hizo con Pola. Pero también sentía nostalgia por aquella intensidad vivida con pasión entre las tres. Con Pola había sido más fácil porque la perdió en la plenitud de su esplendor. Pero con Margarita, cuyos atractivos fueron deshojándose, quedaba expuesta a sentimientos contradictorios. Y no era cuestión de repetir un nuevo asesinato. Finalmente, haciéndose la distraída y después de no pocos zigzagueos, la confinó en el último cajón del antiguo ropero, debajo de la ropa que ya no usaba.

V

Suele suceder que el tiempo a veces también se aburre y no encuentra mejor entretenimiento que revolver el pasado. La niña hecha mujer se tropezó con Margarita cuando programaba la primera mudanza importante de su vida. Fue un impacto demoledor. Toda la película volvió atrás y otra vez, como entonces la incertidumbre, se le plantó de frente dispuesta a darle guerra. ¿Retenerla o abandonarla? Ya no eran los tiempos de la infancia y de aquel trío pasional. Ahora Margarita era nada más que una muñeca de trapo, con una cabellera negra y desastrosa que simplemente la afeaba. Pero algo sucedió. La mujer descifró lo que la niña no había podido. Y finalmente descubrió dónde se van los amores cuando ya no están.

Entendió que no se van. Que nunca se fueron. Que son los abrazos con los que se acaricia el corazón para seguir alimentando la capacidad de amar.

Ω Ω Ω Ω Ω

Las tortas fritas

I