Tomo 2
Escritores
que cuentan
35 años del TEUC (1981-2016)
Isaías Peña Gutiérrez
Editor
Comité Editorial de la Facultad
de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte
Nina Alejandra Cabra
César Báez Quintero
Manuel Roberto Escobar
Nancy Malaver Cruz
Claudia Carrión
Héctor Sanabria Rivera
Ruth Nélida Pinilla
Yairsiño Oviedo Correa
Nina Alejandra Cabra
Decana
Roberto Burgos Cantor
Director del Departamento de Creación Literaria
Rector
Rafael Santos Calderón
Vicerrector académico
Óscar Leonardo Herrera Sandoval
Vicerrector administrativo y financiero
Nelson Gnecco Iglesias
Escritores que cuentan: 35 años del Taller de Escritores de la Universidad Central (1981-2016) - Tomo 2 es una publicación de la Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte
isbn (ePub): 978-958-26-0395-3
Primera edición: 2018
© Editor: Isaías Peña Gutiérrez
© Varios autores
© Ediciones Universidad Central
Calle 21 n.º 5-84 (4.º piso).
Bogotá, D. C., Colombia
pbx: 323 98 68, ext. 1556
editorial@ucentral.edu.co
Catalogación en la Publicación Universidad Central
Escritores que cuentan : 35 años del TEUC (1981-2016) / edición y prólogo Isaías Peña Gutiérrez ; dirección editorial Héctor Sanabria Rivera ; Carlos Bahamón León … (y otros ochenta y seis).
--Bogotá : Ediciones Universidad Central, 2018. -- (Premios de literatura. Taller de Escritores Universidad Central)
2 volúmenes ; 23 cm
ISBN (ePub): 978-958-26-0395-3 (Tomo 2)
1. Cuentos colombianos – 1981-2016 2. Literatura colombiana – 1981-2016 3. Autores colombianos – 1981-2016
Peña Gutiérrez, Isaías, editor, prologuista II. Sanabria Rivera, Héctor, dirección editorial III. Universidad Central.
Facultad de Ciencias Sociales, Humanidades y Arte. Departamento de Creación Literaria.
860 – dc23 PTBUC / 11-04-2018
Preparación editorial
Coordinación Editorial
Dirección: Héctor Sanabria Rivera
Coordinación: Jorge Enrique Beltrán
Diseño: Mónica Cabiativa Daza
Preparación digital: Mónica Cabiativa Daza y Diego Andrés Gil Rincón
Corrección de textos: Alejandra Flórez
Editado en Colombia • Published in Colombia
Prohibida la reproducción o transformación total o parcial de este material por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.
Contenido
Década 2010
El uuuaahh | andrés felipe carvajal zúñiga
Trozos de pan | andrés pascuas cano
Perfume en el collar | beatriz jeannette navas de rico
Vecinas | carolina arabia
Mañana será otro día | carolina cárdenas jiménez
El gran salón Olympia | césar augusto gonzález vélez
El té de las siete | claudia ángel
La vida con otros ojos | consuelo gallego patiño
Paf, Paf, te maté | diana alexandra perico ortiz
Fénix | diana cárol forero
Celda sin preso | donaldo rhenals galvis
La gallina y yo | fredy alexander ayala herrera
Creolina | gabriela garcía de la torre
La marcha | hernando santamaría-garcía
El diablo está en todas partes | herwin salcedo niño
Danza nocturna | hugo montero
El arte de fallar | indalecio castellanos lópez
Un punto negro | ingrid gonzález
Lagartos en la nieve | itzel guevara del ángel
Jussara | iván de la cruz méndez sandoval
Hye | jairo andrade
Sigan y se sientan | jerónimo garcía riaño
Cuando todo es lento | josé alejandro santamaría garcía
Historias chiquitas de Bogotá | juan de dios sánchez jurado
Óleo | juliana león suárez
El día que supo de Efraín Sietecolores | julio suárez anturi
Rumble in the jungle | leonardo gil gómez
Maggie se muere de risa | maría antonia león
El fuego de la salamandra | maría isabel borrero gonzález
Almendra color esperanza | mariana serrano zalamea
Vivencia lejana de la calle Brumpton | mario froilán reyes becerra
Razón para la defensa | marta urzola alviz
Lo peor de la inocencia | nahum montt
Un tornado en mitad del desierto | óscar david ramírez
El mar y su sombra | raúl alexander murcia barón
En tiempos de paz | rené orlando segura latorre
Este olor | rodolfo ramírez soto
Secretos de una caracola | sandra liliana zuluaga tapia
Cuándo llegaré a la Casa Fuego 144 | sebastián alfredo rozo jiménez
La lengua castiga | sonia ramón
Qué ganas que me das | yolanda sepúlveda arango
Década 2010
El uuuaahh
Primer premio del Concurso Interno de Cuento, Taller de Escritores Universidad Central, 2013.
Andrés Felipe Carvajal Zúñiga
No volvió a llegar el uuuaahh. Es que todos están emocionados porque el mundo se va a acabar. Muchos esperan el fin en medio de orgías bien organizadas. Los suicidas brindan con vino espumoso porque ya no se sienten tan solos; con el fin del mundo tan cerca, dejan de ser suicidas egoístas para convertirse en suicidas que trabajan en equipo.
Manuel Martín, el famoso abúlico, ha muerto. Hace años, cuando Manuel encontró en el diccionario la palabra abulia, decidió volverse un personaje para existir en Internet.
Abulia. f. Falta de voluntad o de energía para emprender algo o para moverse.
Antes de morir, atendía entrevistas semanales en la radio, le regalaban relojes de la última colección por ser un tuitero influyente, tenía admiradores, tenía detractores, el periódico le pagaba por cada episodio de su blog, que contaba siempre la misma historia de cómo la vida lo hacía bostezar. Raro, pero así existía en la vida real.
El abúlico se murió la víspera del fin del mundo. Manuel lo narra así, en la que sería la última entrada de su blog: “Apreciados detractores, entusiastas, dignos representantes del lado bueno de la vida, querida Milena Camacho, señoras y señores: me han dicho que por qué no tengo una actitud más positiva, y ustedes tienen la razón: la abulia da abulia y la depresión es deprimente. El abúlico ha muerto esta mañana y hoy voy a encontrarme con Milena”.
Milena no lo hace bostezar, ella es lo único que no lo hace bostezar. Manuel mata al abúlico y cierra el blog porque va a dejar de bostezar para siempre. Empezará a dormir desnudo cuando viva con ella, botará esos calzoncillos rotos y la camiseta untada de huevo frito que le sirven de pijama. Manuel tiene una cita con Milena justo el día del fin del mundo, pero Manuel no cree en esas pendejadas.
Se encontraron la semana pasada en una reunión de exalumnos. Manuel siempre se acuerda de que un día en el colegio ella le regaló una caja de veinticuatro colores doble punta, doble color, y le dijo que no le dijera a nadie, que era mejor si se querían en secreto. El día de la reunión de exalumnos, Milena se lo llevó para un rincón y le dijo en secreto que estaba enamorada de su personaje en la red, pero que le preocupaba esa actitud tan negativa hacia la vida.
—No quisiera que te volvieras del todo como tu personaje, quiero hablar contigo Manuel, siempre he sabido que eres un diamante —dijo.
La cita con Milena es hoy en un bar. En la noche, a la hora en que se acaba el mundo. Sin embargo, Manuel se levanta temprano en la mañana, hace años que no podía pararse de la cama antes de las 11. Ahora son las 8 y ya lleva quince flexiones de pecho, si va a dormir desnudo en la misma cama con Milena, tiene que ponerse más atractivo. Menos mal cerró el blog porque la vida es más brillante de lo que creía. El jugo de naranja está en su punto, ni muy ácido ni muy dulce y, además, condensa en sí la energía del sol. El agua de la ducha está en su temperatura ideal, el champú no le cae en los ojos y no le toca juntar pedacitos de jabón. Aunque no ha dormido, no tiene ganas de hacer la acostumbrada siesta de después del baño, no llaman a vender lotes en el cementerio, no oye alaridos deprimentes que ofrecen arreglarle la olla pitadora. Manuel es un diamante que brilla y brilla.
Los condenados siguen en sus orgías del fin del mundo. Mientras tanto, los piadosos, en búnkeres y en silos en Arkansas y en el desierto de Nuevo México, se comen los últimos pavos estilo Día de Acción de Gracias y le agradecen al Lord por los treinta años de reserva de comida enlatada. Faltan 3 minutos para el fin, que será a las 11:12 (tiempo universal coordinado) del 21 de diciembre de 2012.
Manuel y Milena llegan puntuales al bar. Milena no se ha terminado de sentar y ya empieza a decir: “te voy a hablar de algo maravilloso, Manuel, algo que he querido compartir contigo y que te va a ayudar mucho en la vida, vengo a hablarte sobre Herbalife”.
El fin del mundo llega primero a Japón, pero Japón sigue intacto, a nadie matan, a nadie roban, ni siquiera la Yakuza tortura a nadie y en un vuelo tranquilo sobre un Tokio sin Godzilla es que vuelve a aparecer el uuuaahh. Se le sale al capitán del Boeing 747 mientras se despereza en la cabina estirándose a fondo, hasta sacarse una lagrimita. Se lo transmite a los pasajeros a través del altavoz. Estamos próximos a aterrizar, abróchense el cinturón, uuuuahhh. Los pasajeros se bajan a esperar las maletas en la cinta transportadora que aún no transporta nada y el uuuuahhh empieza a darle la vuelta al planeta.
Apenas Milena Camacho menciona a Herbalife, empieza a ocurrir el milagro de la resurrección. El alma del abúlico empieza a recorrer el túnel de vuelta y, mientras se devuelve al cuerpo, nota que Manuel está un poco descompuesto por el entusiasmo. El alma tiene que aguantar la respiración: huele a loción para hombres emprendedores, a champú anticaspa, a productos para la alimentación de campeones. Es asqueroso, pero estos son los gajes de la resurrección.
El uuuuahhh se le pega a un pasajero que aterriza en Australia. Camino a su hotel, pasa por una Casa de la Ópera de Sidney intacta, con la gente entrando como si nada, como si no fuera el fin del mundo. Le dice al taxista filipino que pare un momento para tomar una foto. Se baja y le parece que es más interesante el hombro casposo del taxista que la ópera; no puede evitar abrir la boca y uuuahhh. Una mujer que está entrando a la ópera lo imita al instante y el uuuahhh llega al mundo del arte. Luego, por culpa de los periodistas culturales, el uuuuahhh empieza a propagarse por Internet.
El alma del famoso abúlico de la red se encarna en la mesa del bar. Se oye a sí mismo diciéndole a Milena que le explique qué tiene que hacer para inscribirse y cuánto le faltaría para ser diamante. Se deja terminar lo que está diciendo. Uno no puede volver a la vida con una actitud arrogante, sin escuchar a los demás y, menos aún, sin escucharse a uno mismo.
Diamante es el rango más alto de Herbalife, más alto que el oro, el Premio Nobel de las ventas multinivel, los que llegan a diamante brillan tanto que no se sienten culpables si no les gusta madrugar. Milena dice que hay muchos oros por ahí, e incluso diamantes, camuflados entre la gente normal, que uno hasta se los puede encontrar haciendo mercado. En todo el mundo, hasta en el lejano Oriente, hay actores y presidentes diamante, solo que son muy discretos.
El uuuahhh viene de Oriente, transmitido de persona a persona y de forma digital. Llega a Londres y en Londres sigue lloviendo y están gritando el mismo discurso de siempre en el Speaker’s Corner. Los espectadores hacen uuuuahhh y también los transeúntes y los policías cachetirojos con chaquetas verdes reflectivas.
—Manuel, cualquiera puede convertirse en un diamante, incluso tú. Es cuestión de ir mejorando como persona. Por supuesto, se mejora como persona vendiendo productos Herbalife y reclutando gente para que ellos a su vez puedan mejorar como personas. Este es un negocio muy bonito —dice Milena.
Y el uuuuahhhh se transmite rápido y pasa por los aburridos cafés de París, por las tediosas calles de Bilbao llenas de cuadrillas que toman vino en copas de cristal y llega a América, a una fiesta polvorienta en Barranquilla, donde los amanecidos de siempre se sacan las lagañas y hacen uuuuahhhh.
—Milena, yo que voy a saber vender esos productos, si yo estudié diseño gráfico.
—Herbalife aprueba cualquier carrera, hasta la de diseño gráfico.
—En todo caso, no tengo tiempo.
—Mira, empieza en tus ratos libres y verás.
—En mis ratos libres prefiero leer.
—Perfecto, leer es importantísimo para Herbalife.
Y se van acabando las orgías poco a poco y solo quedan condones tirados, empaques rotos de Viagra y una desazón postsexo que solo se alivia en parte con un buen uuuuahhhh.
Como Manuel no fuma dice:
—Ya vengo, voy por unos bananos.
—Excelente, si te gusta el banano te va a encantar el Kickoff, nuestro producto energizante que ayuda a eliminar la sensación de agotamiento —dice Milena.
Transmitido de tedio en tedio, el uuuahh llega a México, al mismo sitio donde los mayas supuestamente predijeron que el fin del mundo ocurriría a las 11:12 (tiempo universal coordinado) del 21 de diciembre de 2012, donde los descendientes de los antiguos sacerdotes están cansados de decir, sin que nadie los oiga, que el mundo no se va a acabar, sino que, como sabían que el mundo iba a volverse así de aburrido, a los mayas les dio pereza seguir haciendo el calendario.
El abúlico se levanta de la mesa, resucita del todo.
—Es que yo soy muy abúlico para esto —dice.
Milena lo agarra de la camiseta, le pone un botón de I love Herbalife y dice:
—No sé qué es eso, pero reclutas a tres personas normales y listo.
Manuel sale del bar, llega a su casa, se sienta frente a la pantalla y le sale un uuuahhhhh.
Andrés Felipe Carvajal Zúñiga (Bogotá, 1976). Realizador audiovisual. Su cuento “Un paraíso en el tejado” fue incluido en Fachada, compilación de cuentos sobre Bogotá. Autor de la serie de cuentos “Manuel is: aventuras de un abúlico”, publicada en Publimetro.co. Ganador del Primer Concurso de Twitteratura del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona e Hipermedula.org con su cuento @muchotropico. Cursó el Taller de Escritores Universidad Central en 2013.
Trozos de pan
Microrrelato finalista del III Concurso Internacional de Microrrelatos “Museo de la Palabra/Fundación César Egido Serrano”, 2013, en el que participaron 119 países, 22.571 relatos, cinco ganadores y 200 finalistas.
Andrés Pascuas Cano
Suenan los desechos de jazz en la calle y los gatos siguen dormidos debajo de coches estacionados que observan silenciosos la catedral incrustada al fondo de la plaza cuyas luces de neón oscilan por encima de los ojos congestionados de personas que caminan entre mierda de palomas que fueron llevadas allí por trozos de pan o de viento; eso nadie lo sabe a ciencia cierta, pues aquí nadie sabe nada de palomas como también lo ignoran todo del saxofonista andrajoso que termina de tocar y mira su sombrero en busca de monedas o de un trozo de pan.
Andrés Pascuas Cano (Villavicencio, 1975). Estudió diseño gráfico. Cofundador de la publicación LetrAtaque, Lectura portátil. Libros publicados: “El sótano del edificio y otros relatos”, Gato Encerrado, Bogotá, 2012; “Bogotá-Centro”, 2013 y “Se tiñen de rojo cuando cae el sol”, en el portal mundial de escritores Scribd, 2014. Finalista del III Concurso Internacional de Microrrelatos “Fundación Cesar Egido Serrano”. Cursó el Taller de Escritores de la Universidad Central en 2010.
Perfume en el collar
Tercer puesto en el Concurso Nacional de Cuento “Historias en Yo mayor”, Fundación Saldarriaga Concha y Fundación Fahrenheit 451, Bogotá, 2013.
Beatriz Jeannette Navas de Rico
Seguía pensativa frente a la ventana cuando salieron los primeros rayos del sol, veía la neblina emergiendo como espuma entre los jardines de las casas. No tenía nada más que pensar, había llegado la hora. Abrió la ventana, tomó una bocanada de aire, sintió el olor dulzón de la mañana y el viento helado sobre el rostro. Extendió el vestido blanco sobre el lado izquierdo de la cama, contempló el corpiño de satén adornado con apliques de encaje y flores de seda. Desabrochó cada uno de los botones de organza y anudó los moños que sostendrían la cola del vestido. Al lado puso las enaguas de tul, los zapatos que había mandado hacer bordados a mano, en satén duquesa marfil y su lencería de encaje blanco.
Envuelta en una bata de toalla, bajó con los pies descalzos hasta el jardín. Recogió lirios, jacintos, flores de mirto y algunas ramas de hiedra. Amarró con cintas el buqué de novia y el ramo de mirto lo apuntó en la solapa del esmoquin del novio.
Con todo listo comenzó el ritual:
Se sumergió en la tina para tomar un baño de espumas. Sintió el placer del agua tibia. Estuvo allí hasta que su cuerpo se impregnó del olor a flores de azahar.
Envolvió el cuerpo húmedo en el toallón de felpa, lo secó despacio, humectó su piel. Miró sus manos, sus pies, los encontró perfectos. Cepilló su cabellera ondulada, la recogió en una moña adornada con dos broches de perlas y dejó el cuello al descubierto.
Instaló la música y comenzó a vestirse sin afán, acomodó cada cosa, cada botón en su lugar. Recorrió la piel suave de sus piernas mientras las enfundaba en medias de seda; las sujetó al liguero de encaje, luego calzó sus zapatos de satén.
Su rostro se reflejó en el espejo; faltaban los pendientes de diamantes, se los puso. Vio por última vez la imagen de novia inmaculada, miró sus ojos como velas a pagadas, secos ya de lágrimas. Perfumó con Coco Madeimoselle de Chanel el lazo que colgaría de su cuello, tomó el ramo de novia, lanzó hacia atrás la cola del vestido y lentamente ascendió por la escalerilla forrada en cintas, rosas y azahares
Cuando llegó al marco de la ventana, volteó a mirar el cuarto. Él, seguía allí, tendido sobre la cama, vestido de esmoquin y corbatín rosados, con espuma en los labios pintados de carmín y en el piso hecha trizas la copa de champán.
Arrojó sobre el cuerpo inerte el buqué de novia, ajustó a su cuello el lazo perfumado. Dio un paso al vacío, sus zapatos de satén cayeron al jardín y el vestido de novia hondeó en el viento, mientras seguían sonando los últimos acordes del vals “Fascinación”.
Beatriz Jeannette Navas de Rico (Duitama). Estudió Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Mención de honor en Concurso Nacional de Cuento Ramón de Zubiría, Universidad de los Andes, 2012. Hizo el Taller de Escritores de la Universidad Central en 2014.
Vecinas
Finalista en el Concurso Nacional de Cuento, Premios de Literatura, Universidad Central, Departamento de Humanidades y Letras, 2011. Fue incluido en la antología Él pinta monstruos en el mar, Bogotá, Universidad Central, 2012.
Carolina Arabia
Y ahora estoy recostada en medio de un cañaveral,
anestesiada con tanto verde, absorbiendo los últimos rayos de luz.
Entonces, quisiera no tener el órgano de la memoria y el porvenir,
ser un tubérculo que respira y crece. Un mineral.
Solo existir.
Todos los días lo mismo, ni bien abro la puerta de casa, ahí los encuentro durmiendo en la vereda: un hombre y una mujer. Es imposible saber cuántos años tienen, hay una placidez sin arrugas en sus caras, creo que no les faltan dientes, aunque nunca los vi sonreír; no sé si son jóvenes en cuerpos de viejos, o viejos con cara de jóvenes. Casi no hablan, cuando están despiertos fuman en silencio, la mirada perdida como si estuviesen resolviendo un misterio matemático. Se abrigan mucho en verano y están casi desnudos en invierno; exhiben de vez en cuando sus genitales con mansedumbre animal, en esos casos, intento inútilmente mirarlos a los ojos. Tienen un perro que duerme pegado a ellos, también él parece suspendido en una materia más leve, entre el sueño y la vigilia. No sé si son hermanos o pareja, después de todo, no logro imaginarme cómo será el sexo entre vagabundos.
Esta mañana barrí bien la casa, me gusta que el suelo esté limpio. Hoy es mi cumpleaños. No sé cuántos años tengo, ayer tuve veinte años. A Ernesto, le gustaban así, flaquitas y con el pelo largo como las de las revistas, “muñequita” me decía y me tocaba las nervaduras. Me puse mi mejor vestido, uno de novia, blanco y con muchos adornos. Para desayunar me comí las yemas de los dedos. Hace un sol precioso, me gusta verlo en las hojas de los árboles, todo brilla. Si pudiera elegir un regalo, sería un espejo. Hay veces que intento verme en los charcos de agua, pero el reflejo me da miedo, parezco una bruja. “Fea”, fea es tu mamá, le dije yo. Y le di una patada. No me acuerdo de mi cara, hay veces que tanto no me acuerdo de mi cara que creo que desaparecí, entonces me rasco las rodillas hasta que sangran. En esos días me quedo quietita, esperando a ver si me acuerdo, igual no hay cuchillos ni ventanas en este palacio inundado por el sol.
La cara de ella es indescifrable, los rasgos no se comunican entre sí, son puro ruido que vibra en una sintonía más baja que cualquier lenguaje humano o animal. Nunca los veo hablar entre ellos, creo que solamente están juntos para saber que existen, que están vivos, tal vez por eso se desnudan con frecuencia y los escucho por la ventana. Ella, a veces, habla con dulzura de loca, no le habla a nadie en particular. O tal vez sí. A ella misma. En su relato hay serpientes, ríos, árboles. Hay días en que pareciera emerger quién sabe de qué profundidades, la cara serena y un gran silencio.
Creo que nací en el campo. A la mañana hacía mucho frío y cuando caminaba por el pasto cortaba como cuchillitos. Tenía una gallina, pero un día le saqué las plumas y me la comí. Dentro mío dije: voy a comerme a la gallina. Y me la comí. Los chanchos lloran que parecen bebés; una vez uno se murió porque se atragantó con el cordón especular. Estaba todo azul y viejo. Mi mamá lo lavó con mucha agua limpia. Mi papá dijo que era un angelito y lo enterró vestido y todo. Ni nombre no tenía. Ese fue el último, después de yo, no vino nadie más.
Mi mamá tenía una máquina de coser y una máquina pornográfica con muchas puertitas para hacer la comida.
Me cuesta dormir. Por las noches repito siempre los mismos rituales para favorecer el sueño. El baño de agua caliente, la copa de vino, no miro televisión en la cama, no ingiero comidas pesadas. Si estoy de ánimo me masturbo. Aun así, a las pocas horas de haber conciliado el sueño, me despierto. Dormir es una pérdida de tiempo cuando la vida está detenida, sin embargo, durante el día espero que llegue la noche para volver a mi casa. Y si pudiese elegir una vida perfecta no sé cuál sería. Necesitaría mil vidas, un solo instante me consume. En esas ocasiones me acerco a la ventana a fumar un cigarrillo y ahí los veo, durmiendo, tapados con pedazos de cartón que suben y bajan como pulmones de ballena. Me pregunto con qué soñarán. En ese momento los envidio tanto que les tiraría la colilla del cigarrillo encima para despertarlos, escucharlos hablar en su lenguaje incomprensible, ver si se ponen a llorar o si se enojan.
A veces juego a que soy un fantasma y nadie me ve. Las señoras pasan y yo les hablo y les canto. Ellas no me dicen nada, ni mi casa ven, y eso que yo la tengo tan linda y limpia y llena de flores. No sé cuando llegué acá. Llegué arriba de un puma, era mi amigo, sabía hablar. Cuando me bajé del barco vi mucha agua oscura, también hablaba y me decía cosas, que me calmara. A mi hermano lo enterraron vestido con un traje azul, al entierro vinieron monos y escorpiones. Pedí por su alma y le llevé al cerro ofrendas de dulces, tabaco y licor y le pedí permiso al cerro para que me protegiera de las serpientes (la yarará, la anaconda, la yuta, que es muy peluda y vive debajo de la tierra y le roba la leche a las embarazadas), adentro de la oscuridad no hay camino, el viento habla. Si la vela se consume estás bien, si no es que te pasa algo o que te morís. Mi papá era elegante, sus huesos eran de una brillante arquitectura, de una brillante dentadura. Me dijeron, “Chau Fermina, te vas para la ciudad”, un beso y arriba de un puma, me despedí del cerro y a volar.
Aunque, si me dejara ir, caer en la red contenedora del caos, abrirme como una res rosada con pasto todavía en la boca, entregarme, perderme, recobrar la fe. Creo que en el dolor también está el placer, no el de la alegría, pero hay algo que se hace más claro en el dolor. Y no digo las grandes preguntas, solo que el mundo se muestra más transparente, como ante cualquier emoción intensa, el mundo revela sus fibras y la desesperación trae entonces cierta forma de calma. Tal vez cierta calma de muerte, cierto fulgor de inmovilidad que no deja por eso de revelar más intensamente la vida y sus ceremonias, como la luz irrumpe en la retina cuando los ojos estuvieron demasiado tiempo cerrados.
Yo, Fermina, ya no necesito espejos. Una gota de agua alcanza. Estoy esperando un barco que me lleve. A ese otro lugar. Detrás de los ojos. La yarará me espera, el tigre manso. Anochezco ya.
Carolina Arabia (Buenos Aires, 1982). Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires, ciudad en la que dicta un taller literario para niños. Colecciona historias que le cuenta la gente bajo el proyecto Lenguario Universal: http://lenguariouniversal.blogspot.com.ar/ Alumna del Taller de Escritores de la Universidad Central en el año 2011.
Mañana será otro día
Segundo premio en el II Concurso Nacional de Cuento, Fundación Cultural El Túnel, Montería, 2011.
Carolina Cárdenas Jiménez
Hace dos semanas Vanesa desapareció. Ninguna de las mujeres que a veces la acompañaban sabe dónde puede estar. Aunque su amigo Mario le dice que no se sienta culpable, René no deja de pensar en la desaparición de Vanesa, así que entra en un estado cabizbajo, tomándose media de aguardiente en las tardes.
René y Mario son artesanos que venden aretes, pulseras, collares y pañoletas en la calle. Dos días después de la desaparición de Vanesa, René empezó a vender cruces, recordando la fe de ella por Cristo. Mario intentó persuadirlo para que no se metiera en un negocio que, según él, lo llevaría a la quiebra. René cree que cada persona que compra una cruz tiene un familiar o un amigo desaparecido. Piensa que, contrario a lo esperado, las cruces se venden con éxito desde el primer día que las exhibió.
Vanesa se paraba a diario, con excepción del domingo, frente a una cigarrería que ella y sus amigas llamaban La vitrina. Hacía tres años que había llegado a trabajar a ese sector. Desde el primer día, René demostró que le gustaba, que vivía encantado con su voz y su presencia. Así que, al finalizar su jornada laboral, la invitaba a comer perro caliente en la esquina de la veintidós. Vanesa se mostraba agradecida y le decía apreciar constantemente lo que hacía por ella y considerarlo su mejor amigo, su única familia. Incluso los domingos le pedía que la acompañara a misa. Aunque René no cree en Dios, lo hacía. Tampoco discutía con Vanesa su exagerada fe por la Virgen María y San Simón, el santo de las prostitutas. Feliz por percibir de cerca su aroma y estar junto a ella, se arrodillaba a su lado, sin reparar en que en otro momento esto hubiera sido humillante. Pensaba que eso de asistir a misa era un acto hipócrita. Mientras ella adoraba y le pedía a la Virgen María, él adoraba y le pedía a su propia “virgencita”: Vanesa.
Los parlantes del negocio Las Delicias tienen el volumen más alto que otros días. Pronto llegará, el día de mi suerte. Sé que antes de mi muerte. Seguro que mi suerte cambiará. René escucha desconsolado aquella canción. Esperando mi suerte quedé yo. Pero mi vida otro rumbo cogió. Sobreviviendo en una realidad de la cual yo no podía ni escapar. Observa el reloj desesperado, son las seis de la tarde y unos minutos. Piensa que Vanesa no llegará porque su cuerpo hace parte de una interminable lista de N. N. que ha sido arrojado a un río o enterrado en una fosa común. Recuerda que Vanesa se sentía como una huérfana que nadie amaba. Le contó que su madre nunca la había abrazado ni nunca le había dicho cuánto la amaba; solo le marcó su corazón y su cuerpo con moretones. Tampoco había conocido a su verdadero padre, solo a un desconocido que se creyó su dueño.
Chepe, uno de sus amigos, llega dando tumbos y con la nariz sangrando. Se ha convertido en un errante de la calle, en un huérfano más de la ciudad, que entre pesadillas dice: puta ciudad.
—Huevón, mire quién apareció.
—Este Chepe un día de estos va a aparecer en la morgue — comenta fastidiado René.
Mario, dejando atrás a René, se acerca a Chepe y lo ayuda a levantarse.
—Vanesa, Va… nesa se fue… yo sé… dónde está —mira de reojo y se rasca la cabeza desesperadamente—. Sí, yo sé… dónde está la Vanesita —y finaliza el nombre con una explosión de risas que deja ver sus dientes manchados por el trasegar de los días y las noches.
A lo lejos, René alcanza a escuchar lo que él llamaría una confesión.
—Este es mucho… ¿Qué pasó con Vanesa, ah?, ¡loco hijueputa!
Mario lo único que ve en ese momento es a René encima de Chepe golpeándolo. El pobre Chepe, como le dice Mario, está desconcertado sin entender de qué lo inculpan.
—Huevón, ¿se volvió loco? ¿No ve que el parcero1 está tostado2?, no sabe ni siquiera quién es.
Mario empuja a un lado a René para que no siga maltratando a Chepe.
—Este hijo de… sabe algo. Estoy seguro de que sabe algo.
—Qué va a saber este man. ¿No ve que le falta un tornillo? Está completamente tostado.
—Tal vez… es cierto, él no debe saber nada. Pero esos policías hace dos días que no aparecen. Esos tipos, esos tipos…
—Esos tombos3 qué van a saber.
—¿Con quién está, con ellos o conmigo?
—Eso no se pregunta hermanito… Lo que pasa es que para usted hasta un perro es sospechoso.
René le recuerda que Rodríguez y Camacho hacen ronda en ese sector en la mañana y en la tarde; que desde que llegaron demostraron que sus reglas eran implacables y el abuso era la de oro; que cualquier situación debía pasar bajo su mando; que Vanesa había sido más de una vez hostigada por ellos estando sola, por ejemplo, Camacho deslizaba su mano por el culo de la mujer o en otros momentos entre forcejeos lograba tocarle los senos.
Vanesa no comentaba el acoso al que era sometida, sin embargo, una tarde René escuchó las obscenidades que le decían Rodríguez y Camacho. Así que les gritó que eran unos tombos hijueputas que abusaban de su poder, que se metieran con él, si eran tan hombres. Ambos, de un momento a otro, se arrojaron sobre su cuerpo. René recibió un puñetazo en el estómago y, seguido a este, varios en la cara y puntapiés en las piernas que no supo cómo esquivar. Entró en un trance que no le permitió distinguir quién de ellos lo golpeó con un objeto pesado que le rompió la cabeza. Apenas los pudo ver con un ojo cuando se marcharon. La sangre resbalaba por sus mejillas, parecía que hubiese llovido sangre sobre la ciudad.
—Esto es para que aprenda a no meterse con nosotros, cabrón —les escuchó decir a lo lejos.
Desde ese momento los policías les declararon la guerra a René y a sus amigos. Les quitaban la mercancía porque sí y porque no, con la excusa de que la calle es un lugar prohibido o que ellos se dedicaban a vender artículos ilegales. Llegaron al descaro de inventar excusas absurdas: que sus artesanías producían alergia; que se había prohibido, por mandato del comandante de la policía, que vendieran aquellos que tenían el cabello largo, alborotado, pantalón entubado y tenis. Mario era el único que se divertía con esas razones.
Desde el momento en que a René se le ocurrió la brillante idea de vender cruces, Rodríguez y Camacho, por una extraña razón que ni siquiera ellos mismos comprendían, le empezaron a comprar una gran cantidad de cruces grandes, pequeñas, góticas, de cobre, de madera, de plata y clásicas, de esas que son rectas y no tienen ninguna forma o figura. La pareja de policías se preguntaba por qué no se las quitaban. Intentaron varias veces robárselas. Cuando lo iban a hacer, una sensación inexplicable no se los permitía, así que se resignaron a comprárselas. A pesar del odio que le tienen a René, se convirtieron en sus mejores clientes. Incluso otros policías y militares vienen recomendados por Camacho y Rodríguez a comprarlas. Desde ese momento, René pensó que las compraban los que tenían más pecados, los que tenían desaparecidos.
René sospecha hasta de Mario. Analiza cada una de sus palabras y sus acciones.
—Está bien, llevémonos al loco del Chepe para el cuarto. Se ve muy grave.
—Eso, huevón, va pa’esa. No es bueno desconfiar de los parceros.
La oscuridad del cuarto no les permite verse a los ojos. No transitan allí corrientes de aire. Mario intenta curar con un trapo y agua a Chepe; René calla y se resguarda en su repetitivo pensamiento. Intenta dormir, pero los quejidos de Chepe no se lo permiten. Además, no soporta que nombre desde sus sueños a Vanesa. Por el pensamiento de René pasa golpearlo, callarlo, así que le arroja uno de sus tenis; Chepe se cubre la cabeza con la almohada mugrienta y sigue entre sueños pronunciando el nombre de Vanesa. Para René la noche se convierte en una escena de Alfred Hitchcock; en una noche en blanco, de mirada hacia el techo, de incansables vueltas sobre la cama, de sombras pasando por las paredes.
El sol se desliza al igual que un animal hambriento sobre sus cabezas. René ve las cruces derritiéndose sobre la tela negra. Sentado en el suelo, Chepe murmura palabras que se escapan por el aire, mientras se balancea con movimientos rápidos. René se ríe, por primera vez en muchos días, al pensar que Mario parece un cangrejo tostado.
—La tomba, la tomba… Muchos cabrones, otra vez vienen a jodernos…
—¿Qué? ¿Dónde? —En el rostro de René se desdibuja la sonrisa.
—Píllelos4, ¡levante pronto esas cruces!
Los han rodeado tan rápido que René no alcanza a levantarlas. Las cruces siguen derritiéndose invisibles sobre la tela aterciopelada. A varios de los vendedores y artesanos en el intento de escapar les han quitado su mercancía y los han hecho subir a un camión. René no comprende cómo es posible que, mientras a los demás les han quitado la mercancía, a él ni lo miran. Piensa que, si Vanesa estuviera allí, creería que gracias a la divinidad de las cruces fue salvado.
Mario, desde la esquina de la veintidós, le grita que si se volvió loco, que si es un maldito kamikaze. René lo observa en cámara lenta sin reconocerlo; se siente invencible. De pronto, Camacho se le acerca con una sonrisa lujuriosa y le pregunta dónde puede encontrar a la mamacita de la Vanesa, la que se lo da a todos. Sin soportar esas palabras, tumba de un empujón al policía.
—Cerdo, ¿qué le hizo a Vanesa, ah?
Rodríguez, junto a otros dos policías, jalan a René del cabello y de los brazos. Mario grita a lo lejos, “¡tombos hijueputas, no le peguen!”. Sin saber cómo, René lo ve correr hacia donde se encuentra y ve cómo otros dos policías que llegan de otra esquina lo detienen y lo arrastran. No lo ve más, apenas escucha sus gritos, que se pierden entre los ruidos de las bocinas y los motores. Sabe que está solo, solo como nunca lo ha estado en el mundo.
Estando en el suelo, es pateado en el culo varias veces. Piensa que lo golpean allí porque buscan hacerle daño sin dejar ninguna marca visible. Entre la confusión de piernas, ve la silueta cabizbaja de Chepe y siente que una patada alcanza su cabeza. La sangre resbala por un costado de su rostro, una gota nubla su visión, así que cierra los ojos para soportar igual que Jesucristo en medio de la crucifixión. De pronto, siente que es levantado y arrastrado. Mueve los párpados. Por el único ojo que ve, observa a Chepe jugando con una cadena de plata que, días atrás, él le había regalado a su Vanesita, a su pedacito de vida, como la nombra en sus noches de mirada al techo, de noche en blanco y de grito eterno. No entiendo nada, nada, es lo que se dice a sí mismo. Le grita, endureciendo el cuello, a Chepe: “¡hijo de puta, ya nos veremos las caras y…!”. Chepe ni se inmuta, parece que a sus palabras las hubiesen deshecho las corrientes del viento. René es arrojado al interior de un camión. Se siente semejante a una res que será llevada al matadero. Allí se encuentra de frente a Mario, golpeado y como siempre, sonriente.
Después de más de media hora de viaje, Mario se anima a hablar:
—Si ve huevón, por alzado5 y loco…
—Marica, no me diga nada. Lo peor es que quién sabe dónde está Vanesa… ese Chepe debe saber algo. No hay duda que ese…
—¿Qué dice? ¿Otra vez con esa chimbada6? ¿No ve que ese mancito está tostado?
—Sabe, estoy tan mamado7 de todo esto y me duele tanto la cabeza que no quiero pelear con usted.
—Párela… Ya es suficiente con que esos tombos de puta tirarán a matarnos. Ahora quién sabe qué nos espera en la cana8. Yo le propongo, a lo bien, cojamos amanecido al loco ese y lo hacemos cantar, pero a lo bien.
—…
—No tendrá uno de estos locos un porro o, aunque sea, una pata para pasar tanto dolor en el cuerpo y… —señala su corazón.
—Usted solo se la pasa pensando en ganya9.
—Huevón, qué quiere que haga después de esa zurra que nos dieron.
Uno de los comerciantes les alcanza un porro10 encendido.
—Mire compañero, tiene razón, no queda sino hacerse el ambiente.
—Si ve, este man es calidad. Este loquito sabe lo que nos espera: una noche de perros. Gracias parcero.
Mario aspira tres largas bocanadas. Luego, por inercia, sin detenerse en su presencia, se lo pasa a René, quien ha dejado caer su cuerpo completamente sobre el piso. Aspira desesperadamente una y otra vez. Parece que quisiera olvidar esa noche.
—¡Póngale rodachos11, huevón!
—…
La frenada en seco del camión les indica que han llegado. Un portazo se escucha. Camacho junto a otros dos policías abren la puerta.
—Bajen a ver, nenitas, que aquí sí les espera lo bueno.
De uno de los camiones sale una canción inesperada. Parece que han puesto el disco para burlarse de ellos. Te hablo desde la prisión. Wilson Manyoma. Borgona. Y dice. En el mundo en el que yo vivo hay cuatro esquinas, pero entre esquina y esquina siempre habrá lo mismo. Para mí no existe el cielo ni luna ni estrellas, para mí no alumbra el sol, pa mí todo es tinieblas. Ah, ah, ah, ah qué negro es mi destino.
Camacho y Rodríguez los empujan hacia un cuarto grande y húmedo en el que hay otros hombres encarcelados. Un joven se acerca a René y lo mira como si lo conociera. René lo arrincona contra la reja y acerca su rostro al oído del desconocido.
—¿Qué? ¿Me le parecí a su madre?
El joven se aleja sin pronunciar una sola palabra. Mario se acerca a René y lo mira con ojos de padre.
—Tranquilo, hermano, ya empezó con su mala vibra12. El man nada le iba a hacer.
Camacho, acompañado de otros dos policías, se acerca a la reja con una manguera ancha.
—Esto es para que no nos olviden, mariquitas.
Todos corren hacia el fondo, intentando resguardarse de una lluvia fría. Detrás de las rejas se escuchan gritos:
—¡Cabrones!
—¡Malditos cerdos!
—Esto no es legal.
—¡Muchos hijueputas!
El frío es una presencia que los cubre. Algunos tiritan. René, recostado sobre una pared, observa cómo el joven acurrucado en una esquina intenta con sus manos calentarse con una fogata imaginaria. Está empapado, parece un vagabundo. Él y Mario tampoco han escapado a las epidemias del vagabundo, del perro sucio y hambriento, inventadas por ellos. René piensa que solo les falta aullar. Cansado ha dejado caer su cuerpo sobre el suelo mojado. No resiste el dolor de cabeza, de culo y de los costados; no resiste el desasosiego en el alma, de tanta espera sin sentido, de un interrogante sin respuesta. Siente furia e impotencia. Una lágrima larga ha caído sobre su mano derecha. Esconde su rostro entre sus piernas, entre sus pesadillas. Escucha los pasos largos de Mario.
—Todo bien, huevón, que de esta salimos. Aquí le traje un cigarrillo pa que se relaje.
René lucha contra el nudo en la garganta que no le permite articular palabra alguna. Respira con dificultad.
—Gracias… hermanito… lo necesitaba.
—La tomba es un peligro, te quiere tragar.
Piensa René que, a lo lejos, las risas de los policías parecen de hienas tras un gran festín, satisfechas, dejando a un lado los restos de la presa.
—Esos hijos de puta aún se burlan de nosotros.
—Todo bien, mañana, que digo, en unas horas, seremos otra vez unos lobos errantes. Más bien fúmese ese cigarrillito, relajado13. Nada ha pasado, mañana será otro día.
—Ese mancito quién será.
—¿Quién?
—Al que casi golpeo.
—Ni idea.
—A mí sí se me hace esa cara conocida. Me parece haberlo visto.
—Mmm…
1415
Al pasar por la oficina de la estación, ve colgadas las cruces que les vendió a los policías sobre un tablero negro. Ve que se mueven de un lado a otro, que se desvanecen ante sus ojos.
—Hermano, ¿si vio las cruces? Estaban colgadas… Se movían de un lado para otro.
—¿Qué cruces? Definitivamente usted está chitiado16.
—¡Las cruces! ¿No las vio?
—Usted está re-rayado17. Trate de relajarse porque o si no, a lo bien, hermanito, se va a enloquecer.
—Las cruces, las cruces… Yo no puedo estar tan… mal.
—Todo bien.
—Las cruces estaban colgadas, parecía un cementerio…
Al llegar frente a la pensión, ven el cuerpo desparramado de Chepe sobre el andén. Parece estar desmayado, ausente del mundo. Mario se acerca al cuerpo inanimado.
—Este mancito está golpeado, como por variar. Algún cabrón de puta mierda tiró a matarlo. Ayúdeme, huevón. Este parcero necesita descansar.
Entre sus delirios, Chepe dice que ha visto a la bella y triste Vanesa. René grita que lo despierten, que lo interroguen. Mario le dice que, si se volvió loco, que el mancito está a punto de estirar la pata y él pensando en un fantasma. Lo llevan con dificultad hasta la pieza. Chepe dice entre sus delirios que la vio llegar a la media noche, cansada y con cara de muñeca desconsolada. René grita y golpea la puerta, ¿sí ve?, este cabrón la vio, es el único que sabe dónde está. Mario fastidiado le grita: ábrase loco, me tiene harto con tanta acusación. Chepe mueve los párpados y con dificultad abre los ojos y busca los de René y murmura: debe estar la Vanesita… en su pieza descansando. Sin lograr articular una palabra más se hunde de nuevo en un sueño de delirio y dolor. René, sin dar explicación alguna, sale a correr. Al bajar el último escalón, se estrella con una señora gorda que cuelga la ropa en el patio. Al salir de la pensión, sale de nuevo a correr hacia donde vive Vanesa. Luego de cinco o siete cuadras, ve la figura de alguien conocido. No está seguro si es Vanesa. Se acerca despacio hacia la mujer. Al reconocerla, se detiene y espera su llegada. Su mirada es la de alguien que ha encontrado una respuesta, la de ella es la de una muñeca desolada, como diría Chepe.
Carolina Cárdenas Jiménez (Bogotá, 1968). Estudio Español y Literatura en la Universidad Distrital, Bogotá. Finalista en el II Concurso Nacional de Cuento, Fundación Cultural La Cueva, Barranquilla, 2012. Cofundadora de la revista literaria Gavia. Hizo el Diplomado en Creación Narrativa del Taller de Escritores Universidad Central en 2006.