La candidiasis es una infección que te puede cambiar la vida, para bien. Es una gran aliada con mucha información útil sobre ti.
Es el aviso que te indica que te estás alejando de tu estado natural de salud y bienestar. La oportunidad de coger de nuevo las riendas de tu vida.
No hay dos candidiasis iguales, al igual que no hay dos personas iguales, por eso en este libro, a pesar de enfocar el tema en términos generales, mi objetivo y deseo es que puedas extraer un mensaje único para ti.
Es importante que leas este capítulo como algo meramente informativo. Esto es sólo la parte técnica y científica de la candidiasis. Sin embargo, eres más que un cuerpo afectado por una infección. Tienes un arsenal maravilloso de recursos en ti mismo/a para superarla, y mejorar física y emocionalmente gracias a ella.
Aunque este capítulo te pueda parecer desalentador, créeme, no lo es. Lo que vas a leer es cómo esta infección puede afectar a nivel bioquímico pero, por supuesto, ni a todo el mundo le afecta de la misma forma, ni todo el mundo tiene, necesariamente, el mismo desarrollo de la infección. Lo que sí es común en todas las personas con candidiasis es la capacidad innata de recuperarse y aprender de ella.
Desde el momento que has escogido leer este libro, es que algo dentro de ti está latiendo con fuerza. Es tu salud deseando que vuelvas a creer en ella.
Te invito a que leas este capítulo con una actitud curiosa y muy positiva.
Científicamente hablando, la candidiasis es una infección causada por una o varias especies del microorganismo cándida.
Existen alrededor de 150 especies de candidas. La más común es la Candida Albicans, pero también es fácil encontrar casos de personas con Candida Glabrata, Parapsilosis, Tropicalis, por mencionar las más comunes. No importa qué tipo de candidiasis sufras, el enfoque es el mismo. Tampoco varía el tratamiento si la infección se encuentra en el intestino, uñas, piel, vejiga, próstata, genitales o cualquier otra parte del cuerpo.
Las cándidas son unas levaduras presentes en nuestro organismo. Se encuentran, principalmente, en la piel, y aparato digestivo y genitourinario. Su función es mantener un equilibrio en nuestro pH, ayudarnos a absorber nutrientes adecuadamente, protegernos de infecciones intestinales y de metales pesados, y degradar restos de carbohidratos mal digeridos.
El sistema inmunitario y la flora intestinal y vaginal son los principales encargados de que estas levaduras vivan en perfecta armonía en nuestro organismo. Sin embargo, debido a diversos factores (que veremos más adelante), estas levaduras pueden dejar de ser inofensivas y transformarse en micelios micóticos u hongos, causando una candidiasis.
Los síntomas más comunes de la candidiasis son:
Aunque se puede sufrir de una candidiasis vaginal, oral o de uñas únicamente, en mi experiencia clínica, el origen suele ser intestinal. Normalmente, si la persona mira atrás, puede recordar síntomas intestinales previos a la aparición de los hongos.
Aquí está la clave de esta enfermedad. Cuando una persona sufre de candidiasis intestinal la gama de sus síntomas será mayor y su salud se verá mucho más comprometida que una persona con candidiasis focalizada únicamente en la vagina. Esto es debido a que la mayor parte de la digestión y absorción ocurre en el intestino delgado. Aquí se producen enzimas digestivas, jugos gástricos y fluido alcalino que permiten la digestión, a la vez que las vellosidades intestinales permiten la absorción de lo digerido. No sólo esto, una función muy importante del intestino a la hora de absorber es saber qué es lo que puede entrar a la sangre y qué es lo que no. Digamos que el intestino delgado no sólo ayuda a digerir y a absorber sino también a escoger lo que es absorbido.
Cuando las cándidas intestinales dejan de ser inofensivas levaduras y pasan a ser hongos, desarrollan rizoides (o raíces muy largas) que invaden la mucosa intestinal. Esta inflamación permeabiliza el intestino y es cuando se forma una bola de nieve de síntomas, descritos anteriormente.
En el intestino delgado, las células tienen unos receptores por donde se absorben los nutrientes a la sangre. Sin embargo, cuando el intestino está inflamado estos receptores quedan dañados impidiendo la absorción de nutrientes. Esto puede causar desnutrición celular. A pesar de comer cantidades adecuadas, de comer muy sano, y de tomar muchos suplementos nutricionales, si el intestino está inflamado y dañado no absorberemos los nutrientes necesarios para nuestra salud. Por el contrario, a través de esta inflamación se colarán todas esas sustancias que no deberían entrar en sangre y que un intestino sano impediría absorber como son metales pesados, pesticidas, químicos utilizados en la industria de la alimentación, productos de desecho de microorganismos, etc.
La combinación de toxicidad junto con una falta de nutrientes (importantes, entre muchas otras cosas, para ayudar a que el hígado desintoxique) es más que suficiente para hacerte sentir fatal. Sin embargo, a pesar de las visitas al médico, no logras tener un diagnóstico. El motivo es porque la toxicidad no se valora con pruebas médicas, ni tampoco la deficiencia nutricional celular. Los análisis de sangre pueden indicar que el nivel de vitaminas y minerales es correcto pero esto no refleja que las células estén recibiendo esos nutrientes para mantenerse sanas. Por hacer una comparación sencilla y gráfica, puede haber un río caudaloso (la sangre), con una corriente de agua extraordinaria (los nutrientes), pero si las tuberías que conducen el agua del río a los campos están bloqueadas, esta no llegará y la tierra (la célula) se secará y enfermará.
Este es sólo el principio de una larga cadena de eventos. Las cándidas en estado micótico (en forma de hongos) pueden producir 79 productos tóxicos diferentes. Uno de los más tóxicos es el acetaldehído. Según expertos en la materia como Sherry Rogers y otros investigadores, el acetaldehído favorece la formación de adrenalina, causando síntomas como taquicardias, sofocos, pánico, miedo. También interfiere en algunos receptores de la acetilcolina (un neurotransmisor) afectando la memoria y la transmisión de información entre nervios y músculos.
El acetaldehído también aumenta los niveles de histamina. Esta es una sustancia que en exceso aumenta la inflamación general del organismo, además de producir dolores de cabeza, pensamientos obsesivos, ansiedad, alergias, picores, diarreas, hipotensión, por mencionar unos cuantos.
Este químico interfiere con la actividad de ciertas enzimas metabólicas, como las delta 5 desaturasa y las delta 6 desaturasa, importantes para la formación de prostaglandinas con funciones antiinflamatorias.
El acetaldehído también es responsable de la destrucción de la vitamina B6. Un nutriente muy importante para la salud porque forma parte de la mayoría de procesos metabólicos del organismo. También destruye el glutatión y la cisteína (sustancias que favorecen la desintoxicación) y puede reaccionar con la dopamina, un neurotransmisor cuya deficiencia puede causar depresión, insomnio, incapacidad de respuesta ante el estrés, e incluso, la enfermedad de Parkinson.
Otro efecto de esta infección es que las cándidas pueden encajar en los receptores hormonales de las células compitiendo con hormonas. El problema es que pueden imitar a las hormonas pero no pueden llevar a cabo las funciones de estas. Las cándidas también pueden crear receptores de nuestras propias hormonas en sus superficies. Esta intromisión en el sistema hormonal puede causar un bloqueo y desequilibrio dando como resultado síntomas como el síndrome premenstrual (hinchazón, dolor de pechos, cansancio, dolores de cabeza, cambios de humor…), infertilidad, miomas, endometriosis, entre otros.
Algunas cándidas producen la enzima tiaminosa que destruye la vitamina B1. La deficiencia de esta vitamina puede causar síntomas como dolor muscular, dolor de ojos, irritabilidad, poca concentración, falta de memoria, dolor de estómago, estreñimiento, hormigueo de las manos y taquicardia.
La candidiasis, por otro lado, también impide la conversión de la vitamina B6 en su forma activa, piridoxal-5-fosfato, pudiendo causar síntomas como retención de líquido, depresión, nerviosismo, temblores musculares, calambres, falta de energía y piel seca.
Las personas con candidiasis tienen una fábrica de alcohol en sus intestinos. Al igual que en las bodegas de vino se mezcla levadura y azúcar para producir alcohol, de la misma manera cuando en el intestino hay un exceso de levaduras y se les da azúcar a través de la alimentación, estas producen alcohol, mareando a la persona, haciéndola sentir con resaca al día siguiente, intoxicando al hígado de la misma manera que si hubiera pasado una noche de fiesta.
Debido al grado de toxicidad en el que se encuentra la persona con candidiasis, el hígado tiene que filtrar una gran cantidad de químicos y toxinas. Este órgano dispone de dos fases de desintoxicación: la Fase 1 y la Fase 2. En la primera fase, llevada a cabo por una serie de enzimas conocidas como P-450, en realidad no se eliminan las sustancias tóxicas, sino que se las prepara para ser degradadas y eliminadas. Para que esta fase se lleve a cabo, son de vital importancia los minerales zinc, cobre y magnesio, además de las vitaminas B2, B6, B12 y ácido fólico. En esta fase de preparación las propias sustancias que han de degradarse y eliminarse se convierten, temporalmente, en sustancias muy tóxicas.
Por otro lado, la Fase 2 es donde estas sustancias altamente tóxicas son unidas a ciertos nutrientes, como el glutatión, azufre y glicina, para ser desintoxicadas. Sin embargo, como ya has visto, las cándidas pueden producir inflamación intestinal impidiendo la absorción de nutrientes y, por otro aparte, pueden destruir la vitamina B6 y el glutatión, ambos nutrientes vitales para las dos fases de desintoxicación del hígado.
Este fallo en la desintoxicación del hígado hace que la persona con candidiasis se sienta tóxica y que no soporte estar en contacto con perfumes, humos u otros químicos.
Así pues, cuando hablamos de candidiasis no sólo nos estamos refiriendo a un crecimiento de hongos en el organismo sino también a una desnutrición celular, inflamación generalizada, un inmenso trabajo y desgaste del sistema inmunitario con su consiguiente bajada de defensas, y un exceso de toxicidad que abruma a los órganos de desintoxicación como hígado, riñones y piel… no es de extrañar que una persona con candidiasis desde hace años, sufra una gran cantidad de síntomas.
Tampoco es de extrañar que alguien con dicho desequilibrio en su organismo, se desespere cuando no encuentra explicación a sus síntomas en las consultas médicas. Todos estos desequilibrios no se manifiestan en análisis, ni en colonoscopias, ecografías, radiografías… He visto muchos análisis de sangre perfectos de personas con severa sintomatología de candidiasis. Lo que la medicina convencional considera niveles normales de vitaminas y minerales se aleja de lo que el organismo realmente necesita para sentirse óptimo.
En la Segunda Guerra Mundial, debido a la escasez de alimentos, se tuvo que determinar un mínimo de nutrientes necesarios para no desarrollar enfermedades como escorbuto, pelagra y otras enfermedades relacionadas con la desnutrición. La repartición de comida para cada ciudadano debía mantener estos niveles mínimos, con el fin de que no desarrollara esas enfermedades. Estos niveles, aunque se van revisando, siguen siendo bajos y son los recomendados por la ley como «Cantidad Diaria Recomendada» (CDR) que aparece en los botes de vitaminas y minerales. Una cosa es no desarrollar una enfermedad como el escorbuto por falta de vitamina C y otra es sentirse óptimo, o incluso disponer de unas «despensas» nutricionales para enfrentarse a los baches de la vida, como una gripe o una candidiasis o un periodo largo de estrés.
Por lo tanto, cuando en un análisis de sangre aparece un nivel «normal» de algún nutriente (sea vitamina o mineral), no significa que ese nivel sea el adecuado. Tampoco cuando un nutriente sale en exceso en un análisis significa que realmente esté en exceso, puede ser que ese nivel elevado sea, sencillamente, el correcto. También podría significar, y esto no se contempla nunca, que ese exceso sea porque el nutriente no puede ser absorbido adecuadamente a las células.
Sin embargo, cuando los niveles son bajos, entonces sí es significativo y mucho. Si los valores permitidos por la medicina, que de por sí suelen ser bajos, salen deficientes, ¡entonces es que la deficiencia es severa!.
Los síntomas de la candidiasis son muy amplios y pueden aparecer en muchas otras enfermedades o desequilibrios. Por eso, es importante tener en cuenta no sólo los síntomas sino el historial completo de la persona.
Cuando enfermas no suele ser por una única razón, aunque esta sí pueda ser el detonante. A veces, a raíz de un antibiótico o de una operación o de un virus puedes poner un antes y un después, con fecha incluida, en tu salud. Sin embargo, la realidad es que ese factor clave detonante es sólo la última causa, no el origen.
Piensa que tu cuerpo está programado para estar sano. Bastantes factores distintos tienen que darse, con el suficiente tiempo, para que enfermes. Cuando el desequilibrio finalmente se manifiesta es que tu cuerpo lleva tiempo desajustándose. Esto es como la sed, cuando la sientes es que el organismo ya lleva rato deshidratándose.
Por este motivo procura no agarrarte a una razón única, ni tengas la necesidad de saber exactamente lo que pasó, cómo y cuándo, porque nunca lo sabrás con certeza. Tu candidiasis es la acumulación de «desintonizaciones» físicas, emocionales y mentales contigo mismo/a a lo largo del tiempo.
Aquí te presento algunas o todas las posibles causas que han podido contribuir al desarrollo de tu candidiasis:
En otras palabras, pan, pasta, pizzas, arroz, postres, galletas, azúcar y otros edulcorantes, exceso de fruta, bollería, pastelería, chuches, refrescos, etc.
Cuando hablo de pan me refiero también al llamado integral que se puede encontrar en panaderías comunes y que no es más que harina blanca de trigo mezclado con salvado de trigo, que puede causar irritación intestinal.
A las cándidas, y en general también a las bacterias y parásitos, les encanta la glucosa. De esta forma, cuando comemos ya sea un bocadillo de crema de chocolate, un plato de arroz blanco o pasta, o una pasta dulce, en su digestión se liberan grandes cantidades de glucosa que al pulular por nuestra sangre alimentará a cualquiera de estos microorganismos mencionados, esté donde esté en nuestro cuerpo. El efecto puede ser casi inmediato.
Hay muchas personas a las que les fastidia mucho tener que gastar dinero en agua. Les parece mal que algo que nos da la naturaleza tenga que ser monopolizado y costarnos dinero. A otras personas les fastidia tener que cargar botellas y garrafas y subir pisos sin ascensor. Estoy de acuerdo con todos ellos, sin embargo, el agua del grifo no debería beberse. Contiene residuos de fertilizantes, herbicidas, pesticidas, hormonas, metales pesados, nitratos, cobre o plomo (dependiendo de qué material están hechas las tuberías), cloro y flúor.
El cloro lo mata todo, lo malo y lo bueno, incluida nuestra flora intestinal. El flúor se relaciona con el debilitamiento del sistema inmunitario. Lo mires por donde lo mires, el agua del grifo es mala noticia para la salud.
Los antibióticos y los corticoides indiscutiblemente han salvado muchas vidas, pero hoy en día se abusa de ellos.
Los antibióticos se prescriben para tratar gripes, cuando se sabe que este tipo de fármaco no actúa sobre los virus. La razón detrás de esto es evitar las infecciones bacterianas que pueden aparecer durante un proceso gripal. Sin embargo, nunca se aconseja al paciente eliminar el azúcar o un exceso de alimentos dulces, los cuales alimentan a las bacterias responsables de dichas infecciones. Los dentistas llevan años explicándonos que el azúcar genera que las bacterias de nuestra boca produzcan ácido, y este ácido es el que causa las caries. Por el contrario, esta relación azúcar/bacteria/acidez no se aplica para el resto de bacterias oportunistas en el organismo. Por supuesto, no es tan rentable para la industria farmacéutica que tratemos, evitemos o aliviemos ciertas enfermedades con la alimentación, que vendiendo medicamentos. Las compañías farmacéuticas son la principal fuente de información de los médicos y, a su vez, estas dependen de ellos para hacer crecer su negocio. No es de extrañar que esta información tan sencilla y básica apenas se recomiende en las consultas médicas.
Hace años, cuando regresé a vivir a España, una publicista me ofreció ser la imagen de un edulcorante que querían introducir en España. Sin dudarlo le dije que no, no quería hacer publicidad de nada y menos de un edulcorante. Ella intentó explicarme las bondades de este nuevo producto y me dio a leer un informe comparativo entre dicho edulcorante y el azúcar. Realmente la cantidad de hojas donde se hablaba del daño que causaba el azúcar (diabetes, caries, cáncer, etc) era abrumadora, pero lo que me dejó perpleja fue saber que ¡detrás del nuevo edulcorante estaba la misma empresa que también fabricaba el azúcar! O sea, la industria de la alimentación sabe perfectamente los efectos desastrosos del azúcar y aún así nos bombardea con alimentos que la contienen. Lo mismo pasa con la industria farmacéutica. No interesa que con un cambio de alimentación se solucione el colesterol o una diabetes II o la hipertensión. Es mucho más rentable tener clientes dependiendo de una medicación de por vida. Por eso, precisamente por eso, la información no llega a los médicos ni a los consumidores.
Otro fármaco, en mi opinión, nefasto para la mujer, es la píldora anticonceptiva combinada. Esta pastilla nos liberó sexualmente a las mujeres en los años sesenta pero nos hizo un flaco favor para la salud. La píldora paraliza los ovarios y actualmente es el método más recomendado por ginecólogos para tratar los ovarios poliquísticos. Es como tener dolor de dedo y que te lo corten para que no sientas el dolor. Más que paralizar el ovario y su producción hormonal, sería más respetuoso para el cuerpo averiguar por qué una mujer enquista sus óvulos y ayudarla a sanar sus ovarios, no a reprimirlos.
Este aspecto es muy importante para la salud general. El estrés pone en marcha el sistema nervioso autónomo y las glándulas suprarrenales (situadas sobre los riñones). Estas pequeñas glándulas producen diversas hormonas que, entre otras funciones, nos ayudan a enfrentarnos a las situaciones de adaptación que la vida exige.
El estrés es normal en nuestra vida y ha existido desde la historia del Ser Humano. Antiguamente, el cazar para comer o el peligro de ser atacado por un animal, el clima y sus inclemencias, la dureza de la vida en general, generaba estrés. Este, sin duda, ha sido un factor muy importante para nuestra evolución porque las dificultades en el vivir nos han hecho buscar mejores condiciones de vida.
Actualmente, en nuestra sociedad, hemos conseguido todo tipo de comodidades, bienestar y confort y, sin embargo, seguimos sintiendo estrés. Parece, entonces, algo necesario en nuestra vida. Sin embargo, habría que distinguir entre un estrés intrínseco del Ser Humano, ese estrés sano, motivador, motor de nuestra evolución y otro tipo de estrés devastador, en el que vivimos inmersos hoy en día y nos lleva a la enfermedad.
Si nuestro organismo sufre de estrés prolongado, las glándulas suprarrenales serán continuamente estimuladas para producir, principalmente, la hormona cortisol. Esta hormona, aunque necesaria en ciertas dosis, en exceso puede producir un sinfín de desequilibrios en el organismo. Entre ellos, disminuye la capacidad inmunitaria del organismo, dando lugar a alergias e infecciones (como la candidiasis); destruye la flora intestinal, favoreciendo el crecimiento de bacterias y levaduras (como las cándidas); y disminuye la producción de las inmunoglobulinas A intestinales, o en otras palabras, la primera línea de defensa inmunitaria en el intestino.