ANGELES LLAMANDO A TU PUERTA
Cuentos, relatos y poesías
para niños (y grandes)
sobre el Ángel de la Guarda
y otros Ángeles
Felicitas María Argüello
Ilustraciones:
Delfina Ameijeiras (Tapa)
Gala Gargano
Alexia Dechecchi
© Felicitas María Argüello
© Ángeles llamando a tu puerta
ISBN papel:
ISBN pdf:
Impreso en España
Editado por Bubok Publishing S.L.
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A mis hijas, Magui, Jose y Cande, que me hicieron
redescubrir el milagro del cuidado angelical.
Agradecimientos
Al Rabino Rab Eliahu Suli, que tuvo la generosidad de leer el capítulo dedicado a los ángeles en el judaísmo; y a Axel y Guillermo Imach, que me condujeron a él.
A Augusto Kumvich, Asesor en materia del Islam, en la Secretaría de Culto, Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Argentina, que me aportó una mirada más completa al capítulo dedicado a los ángeles en el Islam; y a Natalia Villarroel, que tan generosamente me lo presentó.
A Liliana Hollmann quien tuvo inmediata fe en este proyecto, y me puse en directo contacto con sus editores, aun cuando no prosperó por allí.
A cada uno de los seres especiales que aceptaron confiar en mí para incluir sus historias reales tan personales: Florencia, Claudia, Gastón; y los papás de “Germán”, que prefirieron usar otro nombre para su historia, pero abrieron su corazón con entrega total.
A mi familia y amigos, que se entusiasmaron y me entusiasmaron con este proyecto.
Y, por supuesto, a los ángeles que tocaron a mi puerta y que, como pido yo, me dieron señales que casi me “cachetean” pues, de lo contrario, mi limitada fe no me permite ver ni creer.
Un poco sobre los Angeles
Quiero contarles una historia…
Desde chiquitita, mi mamá me enseñó a rezarle al Ángel de la Guarda. Todas las noches, antes de ir a dormir, se acercaba a los pies de la cama, me hacía unir mis manitos, y repetir, con ella,
“Ángel de la guarda…
Dulce compañía…
No me desampares…
Ni de noche ni de día”…
Así, fui creciendo con el Ángel de la Guarda en mi corazón. A veces más escondido, a veces más presente.
Mi mamá me decía que todos los niños del mundo tienen un amigo que siempre los cuida. Que siempre los escucha. Que se pone feliz cuando están felices, y se pone triste cuando lloran. Que les habla despacito, muy despacito, tan despacito que a veces parece que no se oye; pero que aunque no se den cuenta, el corazón sí sabe que están de manera permanente.
Mi mamá me contó, además, que los grandes también tienen su Ángel de la Guarda. Porque cuando los niños crecen, el angelito de la guarda sigue cuidándolos. Siempre.
Me explicó que ella muchas veces le hablaba a su Ángel de la Guarda, sobre todo cuando tenía miedo, estaba triste o asustada. Y que hablarle al Ángel de la Guarda le daba tranquilidad y mucha paz. Me dijo que, sin saber bien cómo, ella sentía que él también le hablaba a ella.
Siempre recordaré las palabras de mi madre:
“Es muy importante que le hables a tu angelito no solo cuando estés tristes, con miedo o susto, sino también cuando estés feliz, y para decirle “gracias”, pues el angelito se pone muy contento con la alegría y el agradecimiento”
Mi mamá me contó que así como el Ángel de la Guarda era amigo de todos los niños (y todos los grandes), también los niños (y los grandes) podrían ser amigos del Ángel de la Guarda, y que eso siempre iba a hacer que nos supiéramos más cuidados, y que el Ángel de la Guarda sintiera nuestro amor.
Y así fui creciendo. Pasé por el jardín de infantes, terminé la escuela primaria, fui al colegio secundario. Estudié mucho, mucho. Y cada día fui más y más grande. Y aunque a veces estaba un poco distraída, nunca me olvidé de ese Ángel de la Guarda al que todos los días por las noches le había hablado con mi corazón.
Es verdad que muchas veces me olvidé de agradecerle, o de hablarle cuando estaba contenta. Pero en cuanto tenía algún susto o temor, inmediatamente acudía a él pidiéndole protección.
Y crecí tanto que un día, cuando ya iba a ser mamá, sentí como nunca la necesidad y las ganas de hablarle a ese angelito nuevo que iba a cuidar a mi bebé cuando naciera. Porque cuando un bebé nace, un angelito es elegido para cuidarlo.
Y como yo lo sabía, quería conocer a ese angelito que compartiría el resto de la vida de mi bebé, cuando fuera creciendo. Quería empezar a hablarle también a ese angelito, porque sabía que todos podemos hablar con los angelitos de nuestros seres queridos, mamá, papá, hermanos, amigos y pedirles que los cuiden muy, muy bien. Y como mi bebé era muy especial para mí, el angelito de mi bebé también lo era.
Mi beba nació, y se llamó Magui. Era una beba preciosa, sana y muy chiquitita. Y, como nunca, sentí deseos de que también esa beba chiquitita conociera a su propio angelito… Luego, nacieron dos niñas más, Jose y Cande, y nuestro hogar, sin duda, se fue llenando de angelitos.
Yo quería enseñarles a mis niñas a rezar, como lo había hecho mi mamá; les iba a contar que era muy importante que le hablaran a su ángel, que lo escucharan, y que podían compartir con él sus tristezas y sus alegrías. También, les diría que en su corazón le agradecieran por todas las cosas buenas que les sucedían. Las mamás sabemos que el Ángel de la Guarda nunca deja de protegernos, aunque nos olvidemos de reconocerlo, y aunque no siempre recordemos que está a nuestro lado; pero también sabemos que toda buena amistad es de a dos; y que decir gracias llena de alegría el corazón de quien agradece y de quien recibe las gracias.
Eran tantas las ganas que yo tenía de que mis niñas supieran sobre sus angelitos de la guarda, y sin embargo, no supe enseñarles a rezar como lo había hecho mi mamá. Así que, un día quise comprarles un libro que fuera especial, que contara todas las cosas importantes sobre estos seres maravillosos, y que tuviera mucho del amor y de los sentimientos que los angelitos habían despertado en mí.
Y así, salí a recorrer muchas librerías; y busqué en internet, y pregunté a unos señores que sabían mucho sobre los ángeles. Y aunque conseguí algunos libritos lindos para mis pequeñas, lo que yo quería contarles a ellas, y a todos los niños del mundo, no estaba en ninguno de los libritos que encontré. No había ningún libro para los niños que tuviera lo que yo quería contarles.
Y como siempre me gustó escribir, poemas, canciones, cuentos, y leer, decidí sentarme yo misma a escribir ese libro que quería para mis niñas, y para que todos los niños del mundo pudieran leer. Seguramente, no era solamente yo la que quería contar cosas importantes sobre los angelitos.
Probablemente los angelitos, de alguna manera, me pidieron, en secretito, y en mi corazón, que escribiera ese libro, para que con él, también los angelitos pudieran hablarles a todos los niños del mundo en sus corazones.
Y así, llega este libro… este libro que primero nació para mis niñas, y ahora es para ustedes, para los niños, y para los grandes. El libro del Ángel de la Guarda, y de todos los angelitos, para que cada uno sepa que es tan, tan especial, que fue pensadamente elegido para ser acompañado por un angelito durante toda tu vida.
Y así, empieza nuestra aventura angelical…
¿Qué significa “Ángel”?
La palabra “ángel” significa “mensajero”. El mensajero, lleva mensajes: tiene algo que decirnos, algo que contarnos, algo que quiere que sepamos.
El origen de la palabra “ángel” proviene del idioma griego: angelos, que significa, precisamente, mensajero. Además, la palabra “evangelio”, que cuenta la historia del cristianismo a partir del nacimiento de Jesús, deriva de la palabra “ev-angel”, buena nueva, buena noticia. Sin darnos cuenta, la palabra “ángel” forma parte de una de las palabras más importantes para los cristianos, quienes creen en Jesús. Entonces, el nombre “ángel” no apunta tanto a la “naturaleza” de los ángeles; es decir, no nos habla de quiénes son, sino de su trabajo, de lo que hacen.
Sin embargo, en realidad, aunque usamos la palabra “ángel” para todos esos espíritus que nos acompañan o acompañan a Dios, esa palabra solo indica el nombre de la “acción” de muchos de ellos. Pero no todos son mensajeros, ni tampoco todos hacen exactamente la misma tarea. Como veremos, la Biblia, y otras escrituras, utilizan diferentes palabras para estas asombrosas criaturas: serafines, querubines, coros, tronos, dominios, principados, poderes hijos de Dios, ministros, servidores, y otros.
Un señor llamado Mike Aquilina, que escribió un libro muy interesante sobre los ángeles, nos da un ejemplo muy bueno y simpático sobre las diferencias entre los ángeles. Dice que, si miramos al cielo, todos decimos que vemos nubes.
No obstante, si le preguntamos a alguien que sepa mucho sobre nubes, un “meteorólogo”, éste no ve nada más que nubes cuando mira al cielo. Sí, son todas nubes; pero según su forma, sus vientos, lo que están haciendo, cómo están formadas, les dará distintos nombres a las nubes, y sabrá que las nubes, muchas veces, podrán anunciarnos algún mensaje sobre el tiempo.
Sí. Las nubes son distintas. Están los cirros, que se asemejan a rayas blancas pintadas en el cielo, y en realidad, son nubes blanquecinas, compuestas de cristales de hielo y caracterizadas por forma de bandas delgadas que parecen hebras de cabello, y solo a veces provocan lluvias. Sus primos, los cirrocúmulos parecen pequeños copitos de algodón amontonados sobre un fondo celeste; y tienen pequeñas cantidades de agua, helada, con cristales de hielo, que a veces pueden provocar la caída de hielo o nieve.
Hay nubes más comunes, y menos llamativas, que vemos más habitualmente. Y están también las famosas nubes llamadas cumulonimbos… ¡definitivamente las más espectaculares!! Se asemejan a inmensas cantidades de algodón pintadas en distintos tonos de grises, que parecen invitarnos a saltar sobre ellas; pero que en realidad podrían estar anunciando grandes precipitaciones. Son de gran desarrollo vertical (¡muy altas!), y por dentro están formadas por una columna de aire cálido y húmedo que se eleva en forma de espiral rotatorio, como un remolino y con vientos fuertes, por lo que pueden producir lluvias muy intensas y tormentas eléctricas, y hasta tornados!
Y hay muchas otras… stratus o estrato, nimbus o nimbo, que además cambian de nombre según su forma, cómo se ubiquen en el cielo, y como se relacionan con otras nubes.
¿Ven cuán diferentes pueden ser las nubes en su fuerza, color, forma y mensaje, aunque a todas les llamemos “nubes”?
Al igual que a las nubes, podemos llamar a todos estos seres espirituales “ángeles”, pero según cómo sean, y qué hagan, también cada uno podrá tener una diferente denominación, que utilizaremos cuando queramos ser más precisos sobre su función.
Entonces, no todos los espíritus del cielo son siempre mensajeros, aunque seguramente, los seres humanos sabemos más de los mensajeros, porque son los que están más cerca de nosotros, y nos han venido a cuidar, o a contar algo especial. Porque, justamente, los mensajeros, han tenido un mensaje para transmitirnos. Pero hay mucho más para descubrir sobre ellos.
¿Quiénes son los Ángeles?
Los Ángeles son espíritus muy puros, reales, inteligentes, distintos de los seres humanos. Aunque los dibujamos con alitas, eso es para poder imaginarlos; pero en realidad no podemos verlos, sino sentirlos, o reconocer su presencia. Solamente en algunos casos especiales, los ángeles han podido ser vistos.
Es cierto que traen mensajes del cielo a la tierra. Sin embargo, no todos los espíritus del cielo son mensajeros, en realidad. Algunos tienen otros trabajos. Lo que sucede es que, posiblemente, los “ángeles” mensajeros son los que más hemos conocido los seres humanos.
Entonces: todos los ángeles son espíritus; pero no todos los espíritus son ángeles.
Los ángeles, como tales, cuando actúan de mensajeros, siempre tendrán algo para decirnos. Son intermediarios entre Dios y los seres humanos.
En ciertas ocasiones, algunas personas muy, muy buenas (ya vamos a contar algunos cuentos), sí pudieron ver a sus ángeles. Pero, para que esas personas, grandes o niños, pudieran verlos, los ángeles hicieron algo para poder ser vistos: iluminaron su presencia, aparecieron como si fueran una persona, o incluso como un animal protector; pero eso fue solamente por un ratito, para que pudieran visualizarlos; pues, como dijimos, los ángeles son, por naturaleza, invisibles.
Están llenos, llenos de amor, y reflejan y nos transmiten el amor y la luz de Dios.
Al igual que las personas, niños y grandes, que no son todas iguales, los ángeles tampoco lo son. Cada uno es diferente, y cada uno es especial. Muy especial. Único.
Los ángeles que pueden ver a Dios, son perfectos. Pero también, son libres, y eligieron a Dios, al igual que pueden hacerlo todas las personas. Piensan, aman, y eligen.
Entonces, en muchas cosas se parecen a Dios, pues no tienen un cuerpo y son espíritus inmortales. Pero en muchas cosas son como los humanos: no tienen un poder ilimitado, aunque sí son mucho más sabios y poderosos que los seres humanos; y fueron creados por Dios. Es importante que recordemos que cuando los hombres fuimos creados, también fuimos hechos “a imagen y semejanza de Dios”.
Lo que es muy importante para todos los niños y todos los grandes es que los ángeles quieren compartir con nosotros todo su amor, generosidad y felicidad, que es inmensa.
Hay muchos, muchos, muchísimos ángeles en el cielo, y en la tierra, cuidándonos. Están muy atentos para que nada malo nos pase, sobre todo a nuestra alma, y todo el tiempo nos están ayudando.
Imaginen lo importante de los ángeles: aunque son mucho más inteligentes y más fuertes que nosotros, ¡están para ayudarnos y asistirnos!
¡Sí! Son muy inteligentes, y tienen mucha voluntad, y sabiduría. ¡Mucha más que cualquier persona grande también! Y es esa inteligencia, voluntad, sabiduría y amor que usan para cuidarnos a todos nosotros, a todo el universo y para acompañar a Dios. ¿No es maravilloso?
¿Cómo son los Ángeles?
Hemos dicho que los ángeles son espíritus puros. Entonces, normalmente no podemos verlos. No tienen cuerpo, ni tienen una forma en particular. Entonces, ¿por qué siempre se los dibuja con alas, o con un halo (como una corona en su cabeza), o con túnicas blancas, o pequeños, o gigantes?
Pues bien: porque así los han imaginado los seres humanos…
Pensemos un poquito… si tú fueras un ángel, y supieras que eres un ángel, y decidieras aparecer ante una persona, un niño o un adulto… ¿cómo aparecerías? Yo creo que seguramente eso dependerá de si quieres que esa persona, niño o grande, sepa que eres un ángel, o no…
Si no quieres que lo sepa, posiblemente te presentarías como cualquier otra persona; o como un animal, como ha sucedido en varias historias que nos han contado. Si quieres que lo sepa, adoptarías la forma que esa persona necesita, para entender, que se trata de un ángel.
Los ángeles han aparecido y ayudado a niños y grandes de muchas maneras distintas, y con muchas formas diferentes. Algunos vieron una persona, que los ayudó, y luego, desapareció. Otros, un animal, que los protegió en el momento más indicado. Algunos, los vieron altos y grandes; otros, pequeños, como niños o adolescentes; con alas o sin ellas; en tonalidades blancas, peltre o plateado; o bien con colores más definidos. Flotando, o pisando el suelo. Traslúcidos o no. Otros escucharon una voz, generalmente interior, o captaron una idea o pensamiento muy fuerte, casi como si fuera un mensaje de una radio, que llega directamente a su cerebro. Y, otros, sintieron sus manos, o su abrazo, que los protegió en un momento difícil. Eso sí, quienes los han visto, generalmente los han visto con mucha, mucha luz, porque los ángeles de los que hablamos son seres de luz y de amor.
Entonces, los ángeles no tienen una forma determinada, porque no tienen cuerpo. Simplemente, se presentarán de la manera que sea necesaria, en el momento indicado, adoptando la forma que mejor resulte para su misión.
¿Dónde están los Ángeles?
Los Ángeles están en todas partes.
Empecemos por lo que podemos ver, leer, y oír…
Por empezar, en la Biblia, podemos leer sobre ellos desde el principio, hasta el final: desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Juegan un papel muy importante acompañándonos en nuestra creación, y a lo largo de toda nuestra existencia.
Además, las principales religiones monoteístas (que creen en un solo Dios) del mundo (Judaísmo, Cristianismo, Islam) creen en ellos, los conocen. Quizá cuentan algunas historias diferentes, o los describen de manera algo distinta; pero están.
Los ángeles también están en muchas de nuestras oraciones. Y canciones, y cuentos, y relatos.
¿Y por qué no los podemos ver, ni oír?
Como les conté, los ángeles están con nosotros desde que nacemos, durante toda nuestra vida, y nos acompañan en todo momento. No podemos verlos, porque no tienen cuerpo, pero al igual que las personas, hay muchos, todo el tiempo, y en distintos lugares.
Sin duda, los ángeles están en el cielo; o paraíso, o como quiera llamarse a ese lugar muy cerca de Dios, del Creador, de la mayor inteligencia que existe, del origen de todo.
Pero también están en la tierra, o la visitan frecuentemente, para asistir a niños, y grandes, y a todo el universo.
Lo que no podemos saber es si están en el mismo lugar que nosotros todo el tiempo; o si atraviesan alguna puerta especial en el universo, para acercarse a nosotros y visitarnos.
Claro: podría ser que, en realidad, los ángeles vivan como si fuera en otro lugar (otra dimensión), que existe junto con nuestro propio universo, y que no sabemos dónde es, cómo es, y cómo llegar. Recuerden niños que, por ejemplo, hace muuuchos años, en la antigüedad, antes de que varios filósofos y matemáticos estudiaran y aprendieran y descubrieran nuevas cosas, o incluso, antes de que Cristóbal Colón llegara a América, muchos pensaban que la tierra era cuadrada, plana; y hasta que estaba, montada arriba de un elefante parado sobre cuatro tortugas. Pero resulta que la tierra era redonda, o esferoide, y que al otro lado del mundo habitaban grandes civilizaciones.
Hoy, eso parece tan conocido; pero antes, no lo era, porque el hombre todavía no tenía el conocimiento para entenderlo. Algo parecido podría pasar con los ángeles: podrían estar o vivir en otro lado; pero a diferencia nuestra, sí saben cómo llegar a nosotros. Y a su vez, que ese “otro lugar”, esté infinitamente cerca nuestro; porque como veremos luego, los ángeles se mueven de manera inmediata.
Aunque, también, podrían vivir en el mismo lugar (o dimensión) que nosotros, y esto tampoco sería tan raro. Hay muchas cosas que nuestros ojos no pueden ver (como ciertas luces, o movimientos extremamente rápidos); ni nuestros oídos, oír (como, por ejemplo, el silbato de los delfines). Seguramente hay muchas otras cosas que no vemos ni oímos ni sentimos, y que ni sospechamos que existen. ¿Por qué? Porque nuestros cinco sentidos (vista, oído, tacto, gusto y olfato) no están preparados para ello… y ni la ciencia hoy cuenta con elementos para descifrarlas.
Por eso, no podemos decir, con toda seguridad, exactamente qué ángel está dónde, y en qué momento. Lo que sabemos, es que nos acompañan y que pueden estar en cualquier momento, en cualquier lugar; y, por eso, podemos decir que los ángeles están en todos lados.
¿Cómo se mueven los Ángeles?
Los ángeles, en realidad, no se mueven… ¡porque no tienen un cuerpo! Para moverse, ¡hay que tener cuerpo!!
Pero, bueno… aunque sepamos que no se mueven (salvo cuando, por alguna razón muy especial decidieron aparecer con un cuerpo) sí podemos preguntarnos si los ángeles pueden estar en muchos lugares al mismo tiempo… o si pueden hacer muchas cosas en muchos lugares a la vez. Dios sí puede… ¿y los ángeles?
La respuesta de quienes más estudiaron estos temas, es que no… no pueden. Los ángeles están en un único lugar a la vez. No están, ni pueden estar en muchos lugares al mismo tiempo.
Sin embargo, hay una diferencia muy importante, con nosotros, los seres humanos: ¡pueden pasar de un lugar a otro de manera instantánea! ¡De repente! Con solo quererlo; y con sólo pensarlo… o, más bien, con tener la voluntad de hacerlo.
No andan en carreta, ni en trenes, ni en aviones. Ni siquiera tienen que recorrer un camino para llegar de un lugar a otro lugar … están … y dejan de estar en un lugar “de repente”. No tienen que pasar por Argentina para ir de Chile a Uruguay; ni por Estados Unidos para ir de México a Canadá; ni por España o el mar para ir de Portugal a Francia. No importa si donde quieren estar es muy, muy lejos, o muy, muy cerca. No importa si es en la Tierra, o en el Cielo, o en el Universo. Si es en la Antártida, Asia, África, Europa, América u Oceanía. No importa si hay paredes, puertas, montañas, vientos o mareas. Están, no están, y vuelven a estar.
Pero entonces, ¿cuándo podemos decir que un ángel está en un lugar, y no en otro? Porque si no los vemos, y van de aquí para allá casi como por arte de magia; más rápido que el sonido y que la luz… ¿Cuál es la diferencia entre estar en un lugar o en otro? ¿Cómo sabemos si un ángel está aquí o allá?
Pues bien: un ángel está en el lugar donde quiere estar; un ángel está en donde actúa; donde pone su mente y espíritu para servir a Dios, y a los seres humanos. Está, donde está haciendo y hace cosas. Donde hace y quiere cumplir una misión.
Pongamos un ejemplo: si un niño le pide ayuda a un ángel, y el ángel escucha su pedido, y por voluntad de Dios, lo protege, entonces, el ángel está ahí, con ese niño; aunque el niño no lo sepa. En ese momento, ese ángel, está con ese niño, y no está en ningún otro lugar.
Pero si, pasado el peligro, o la razón por la que el niño lo invocó, en otro lugar del mundo otro niño, o un grande, le pide ayuda o consuelo, puede trasladarse instantáneamente a otro lugar… y así ir pasando de misión en misión, sin tardar ni un segundo.
Podemos hacer un ejercicio, para entender cómo se trasladan los ángeles.
Pensemos que estamos en un día soleado, caluroso en una playa de arena blanca, jugando a la pelota con amigos; el mar está calmo, y celeste. Estamos tranquilos, contentos, divertidos… en paz.
Ahora, cambiemos nuestra imagen: pensemos que estamos en la escuela, sentados en un banco, en una larga mañana de otoño, escuchando a la maestra explicar una tarea nueva, difícil, que no entendemos muy bien, y nos estamos esforzando enormemente para comprender lo que enseña, un poco aburridos, y de mal humor …