Prefacio

Libros sobre emprendimiento, gestión, ventas, marketing e innovación hay muchos. Los hay, desde los puramente técnicos que proponen y desarrollan modelos o hipótesis que han sido validados científicamente y que establecen teóricamente cómo y qué hay que hacer a la hora de emprender o iniciar un nuevo negocio, hasta aquellos de “autoayuda” que buscan generar un refuerzo positivo mediante el ejercicio de la motivación y, fundamentalmente, de la autoafirmación hacia quienes ya han tomado o están por tomar la opción de dedicarse a emprender.

Este libro no pretende situarse en ninguno de esos dos espectros. Más bien busca todo lo contrario: ofrecer a sus lectores lo que, en gran medida, la mayoría de los artículos o libros no aborda o no señala a la hora de emprender. Y además, desmitificar esta actividad, que al menos en nuestro país, ha sido objeto reciente de construcciones de paradigmas y de la difusión de una posverdad que tiende a hacer parecer que el emprender sería una opción reservada, casi exclusivamente, para iluminados o individuos en posesión de capacidades sobresalientes, además del ejercicio exultante de una pasión, compromiso y motivación comparables solo a las de un atleta de máximo rendimiento.

En estas páginas, el emprender o el proceso de transformar ideas en buenos negocios será retratado básicamente como una opción más para el ejercicio laboral o profesional de prácticamente cualquier individuo y que, al igual que cualquier otra, requiere para su desempeño eficiente e incremento de sus probabilidades de éxito, la suma de habilidades, intereses y capacidades. Entendiendo fundamentalmente estas últimas como el conjunto de experiencias, información y conocimientos adquiridos a través del tiempo. Elementos a los cuales este libro pretende ser un modesto aporte.

Alejandro Godoy Villalobos
Santiago de Chile, julio de 2018

I
NO TODO ES EMPRENDER

Este es mi hermano Miguel
(El Negro), un emprendedor.

STEFAN KRAMER IMITANDO AL PRESIDENTE
SEBASTIÁN PIÑERA

Debe haber pocos conceptos más manipulados y más mal utilizados en el último tiempo en nuestro país, que “emprender” o “emprendimiento”. Aunque, quizás “coach” o “coaching” sean otros de ellos.

El tema, en simple, es cómo poder llegar a determinar o acordar qué es aquello a lo cual nos referimos cuando decimos “emprender” o qué es lo que realmente podemos definir como un “emprendimiento” y, por último, quién es o podría llegar a ser, objetivamente, un “emprendedor”.

En primer lugar, podríamos consultar el diccionario, que nos dice que Emprender es: Acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro.

Pero luego quedamos ante el amplio marco de subjetividad para definir entonces el tipo, alcance, tamaño o dificultad de dicha obra o negocio, que calificaría para la aplicación correcta del término.

En general, resulta obvio que el concepto de emprender está hoy abarcando una serie de actividades que antes se conocían o definían de una forma más corriente o casual y, por lo mismo, con menos glamur y épica, que emprendimiento.

Así, una señora que en los años ochenta viajaba en bus a Mendoza a comprar chaquetas de cuero para luego venderlas en nuestro país era una “comerciante”, incluso, era conocida también como “matutera”. Hoy, sería una “emprendedora”. Lo mismo, una persona que arreglaba ropa u otra que cortaba el pelo en una habitación de su casa eran llamadas “costurera” o “peluquera”, con toda la dignidad y prestigio que ambos oficios merecen. En estos días, ambas, perfectamente, se podrían autodenominar también, emprendedoras.

¿Es eso efectivo? ¿Podemos y/o debemos llamar a toda actividad comercial o ejercicio de un oficio, profesión o empleo por cuenta propia un “emprendimiento”?

Probablemente no.

No por mala onda ni por querer quitar ese halo casi mágico y vanguardista que posee el concepto a todos aquellos que quieran utilizarlo, que son finalmente a quienes está dedicado este libro. La razón es mucho más sencilla: emprender debiera ser en cualquier definición, también, la capacidad de crear valor nuevo, de generar una diferenciación y posicionamiento competitivo, que apunten hacia la creación o desarrollo de nuevas industrias o nuevos modelos de negocio que, en último término, puedan llegar a aportar a la modificación de la matriz productiva (extractiva) de nuestro país.

Eso permitiría dos cosas:

Uno, no engañarnos con rankings de innovación o emprendimiento que sitúan a nuestro país entre los primeros lugares de Latinoamérica, que muchas veces miden la creación de empresas y no el desarrollo, escalabilidad y éxito de las mismas. Y tampoco creernos el cuento de que nuestro país vive una “fiebre emprendedora”, la cual puede atribuirse, en gran medida, a nuestra tendencia a formalizar y burocratizar todas y cada una de nuestras actividades (cabe recordar que Chile ha sido el único país en el mundo donde incluso la corrupción política se ha ejercido con boletas), entre las cuales, obviamente, se encuentra el ejercicio de diversas acciones de intermediación comercial o la prestación de una serie de servicios profesionales, dándoles un marco legal de “empresa” para su ejecución o realización.

Y lo otro: focalizar de mejor forma el apoyo estatal al ejercicio del emprendimiento y a la gestión de su ecosistema, promoviendo sectores específicos, donde nuestro país puede obtener, objetivamente, ventajas competitivas de largo plazo a nivel global, como las ERNC, el desarrollo agroalimentario, el ecoturismo, la investigación astronómica, etcétera.

De esa forma, si bien nadie es dueño de las palabras, todo aquel que quiera autodenominarse “emprendedor”, más allá de que su actividad sea, por ejemplo, el ejercicio del comercio ambulante o el lavado de autos a la salida de un supermercado (nuevamente, con toda la dignidad y respeto que ambos oficios merecen), tiene derecho a hacerlo. Pero creo que será necesario que hacia el futuro vayamos acotando el uso del término a actividades que efectivamente supongan algún riesgo o desafío mayor, no solo para quienes las desarrollan (ya que debemos reconocer que hasta el comercio callejero supone una serie de riesgos), sino a nivel de las industrias en que estas participan o de los mercados que crean o abordan.

Tal como en los años setenta Estados Unidos vivió una fiebre emprendedora que derivó en el desarrollo de la industria de la computación personal, en los ochenta en la del software y en esta última década en la de las aplicaciones, emprender en nuestro país debiera llegar a ser, también, contribuir a la creación o desarrollo de nuevas industrias, que permitan, en el mediano plazo, mejorar nuestra posición competitiva ante el mundo.

Y los emprendedores, bueno, serán todos aquellos que efectivamente apuesten por lo anterior.