«María se encontraba encinta

y se le cumplió el tiempo.

Dio a luz a su hijo primogénito.

Lo envolvió en pañales

y lo acostó en un pesebre,

porque no había lugar para ellos en la posada.

Todo ocurrió mientras estaban… allí.»

Lucas, 2:1-20

«Allá por los altos cielos,

¡cuánto hablarán de Triana

Jesús y el apuñalado!»

Antonio Núñez de Herrera,

Sevilla: Teoría y realidad

de la Semana Santa (1934)

UNO

Milán. Iglesia de Santa María de la Gracia.

Un grupo de científicos están solos en la iglesia y analizan con un gran visor de rayos X «La última cena» de Leonardo Da Vinci.

Las caras son de tensión máxima. Dos técnicos vigilan como el lector pasa a pocos centímetros de la pintura mientras hace un constante ruido electrónico.

Abajo, el que parece el responsable del equipo mira sin pestañear en la pantalla de un ordenador con varios científicos detrás de él. No para de sudar e incluso tiembla.

È impossibile, è impossibile… ¡Di nuovo, per favore!

Los dos técnicos reinician el lector y vuelven a pasarlo, y al momento, en la misma zona del cuadro, el responsable les hace parar.

–¡Stop!

Los ojos están clavados en la pantalla. Se saca un cigarro y lo intenta encender con las manos temblorosas. Uno de los ayudantes le avisa.

–Non puoi fumare, direttore…

El responsable se levanta fuera de si.

–¡Vaffanculo! C’è un altro apostolo nella pittura più importante del mondo, ¡ci sono tredici apostoli! ¡Tredici! (¡Que te den! Hay un apóstol más en la pintura más importante del mundo, ¡son trece apóstoles! ¡Trece!).

Todos están perplejos. El responsable enciende el cigarro a duras penas por los nervios y vuelve a gritar.

–¡Chiama a Acosta! (¡Llama a Acosta!)

DOS

Sevilla. Cafetería de la Comisaría Nacional de Policía de Blas Infante.

Jiménez está con varios compañeros en la barra tomando un café. Tiene una mandarina en la mano.

–Vale, pues vamos allá, ¿veis la mondarina no? Miradla bien, está en esta mano, y ahora sin embargo…

Jiménez se la pasa de mano en mano y en un movimiento rápido, la mandarina se convierte en una pera.

–¡Tachán! ¡Mondarina convertida en una fantástica perita de agua!

Los compañeros se ríen de Jiménez. Uno de ellos se compadece y le señala la manga de la americana.

–Jiménez, que sale por ahí la mandarina y que llevamos viendo la pera desde el principio en el bolsillo, criaturo, que todavía no te sale bien esto de la magia.

Efectivamente, la mandarina se ve asomando desde la manga derecha. Jiménez la coge, la guarda y le da un bocado a la pera. Parece decepcionado.

–Sus muertos de los magos, qué difícil es esto, joé. Ahora, como Jiménez que me llamo que me acaba saliendo el truco del cambiazo.

Los compañeros lo miran con divertida ternura.

–Cuéntate un chiste, Jiménez, que eso sí se te da bien.

Jiménez se ríe.

–¿Os sabéis el de las naranjas peladas? Bueno, luego os lo cuento, que con el gato que me tiene la comisaria, como encima me retrase…

TRES

Roma.

Un hombre de unos 70 años con barba blanca está sentado ante una desordenada mesa llena de papeles de un despacho repleto de libros, esculturas y apuntes. Habla por teléfono. En las paredes hay diplomas y reconocimientos a lo que parece una brillante carrera como investigador de un tal Antonio Acosta. También hay un cartel con las tres fases de la Giralda.

Cuelga el teléfono. Parece emocionado. Se levanta, coge una carpeta, la deja en la mesa, se sienta y comienza a llorar mirándola. Una lágrima cae en una pegatina de la carpeta en la que hay escritas tres palabras: «El apóstol prohibido».

CUATRO

–No, no, ¿cómo es el chiste de las naranjas peladas?

–Pues mira, está un nota sentado en la playa, en Chipiona. Más gente que en el comedor de Harry Potter: el niño que salpica arena corriendo con sus muelas, el que va vendiendo dulces del Pampín, la abuela con la nevera, la sandía enterrada para que esté fresquita… Y en esto que se ve llegar a lo lejos un pedazo de yate de lujo con la música a todo meter y un taco de gente guapa bailando en la cubierta.

Los compañeros asienten ya con media sonrisa dibujada.

–Todo el mundo en la playa mirando el yate, y de repente, se para y uno de los notas se queda mirando a la playa. Al momento, coge una moto de agua y va para la playa a toda velocidad. Todo el mundo allí alucinando y llega el nota, deja la moto y se acerca al gachón que estaba sentado: «¿Pepe?». El hombre de la silla se queda flipando. «Sí, ¿quién eres tú, carajo?». «Cojones, soy Paco, el frutero». Pepe entorna los ojos, lo mira bien y lo reconoce. «¡Hostia, Paco! Me cago en todo lo malo, que no te conocía. ¿Qué haces aquí?». «Pues nada, descansando un poquito que nos lo merecemos, ¿no?». Pepe se queda extrañado, mira el barco, le mira a él y le pregunta. «¿Pero el yate ese es tuyo?». «Sí, sí». «Pero me cago en la leche, si yo hace quince días te compré un kilo de melocotones y otro de brevas y estabas igual de tieso que yo, ¿qué ha pasado?». «Pues mira, te lo voy a contar. Al día siguiente de verte a ti, vino una mujer y me dijo, “Oiga, ¿usted tiene naranjas peladas?”. Yo me quedé pillado, pero como soy muy largo, le dije que sí, pelé tres naranjas sin que me viera y se las vendí. Total que al rato vino otra mujer y me preguntó lo mismo. Y yo, igual, pelé un kilo de naranjas y se lo vendí. “¿Cuánto es?”. “Pues a cuatro euros el kilo, señora”. Me lo pagó. Y luego vino otra mujer, y luego otra, y al día siguiente los bares del barrio, y todo el mundo venga a pedir naranjas peladas. Y yo, claro, flipando». «¿Naranjas peladas?» «Te lo juro. Tuve que meter a mi mujer y a mi niño a pelar naranjas en el despachito de detrás». «No me digas, Paco, no me lo puedo creer». «Pero es que a la semana llegó una cadena francesa de restaurantes que se enteró de lo de las naranjas peladas y todas las semanas me hacía un pedido de un viaje de kilos de naranjas peladas, total que tuve que meter también a mi cuñado, a mi suegra y a mis otros dos niños chicos también a pelar naranjas». «Pero qué barbaridad». «Digo, y empezaron a pedir de Estados Unidos, y de China…» «¿De China?». «Sí, ¡Y menos mal que me tocó el Euromillón, Pepe! ¡Si no, estoy todavía pelando naranjas!».

Toda la cafetería estalla en una sonora carcajada. Jiménez se levanta triunfal con la risa en la cara y pone dos euros en la barra.

–Antoñito, cóbrate de aquí lo de toda esta gente.

–Jiménez, con eso no hay ni para empezar.

Jiménez le mira picarón.

–¡Pues yo o lo pago todo o no pago nada!

Todos se vuelven a reír. Un compañero se le acerca.

Hijo puti, deja la magia y céntrate en los chistes por Dios, Jiménez.

Jiménez, todavía con la sonrisa en la cara, mira la pera.

–No sé, le veo yo algo a la magia.

CINCO

Ciudad del Vaticano.

En un lujoso y clásico despacho hay dos personas, Acosta, el investigador de la barba blanca; y un prelado de unos 50 años, delgado, de rasgos angulosos, sentado en una especie de gran sillón de madera.

–Cardenal, el análisis de rayos X no deja lugar a dudas.

–Acosta, los dos somos españoles, te tengo cariño, pero de verdad, déjalo. Ya en Toledo, hace más de treinta años, contaste aquella historia absurda de que había un apóstol más…

– Su Eminencia, han medido la luminiscencia de los átomos de plomo de la pintura y el resultado es claro: hay una figura que está tapada posteriormente por una capa de pintura para ocultarla.

–Acosta, la historia del arte está llena de «pentimientos» ya sabes, el pintor iba con una idea, y luego cambiaba. Leonardo Da Vinci era un genio, por supuesto, pero muy perfeccionista, seguro que cambió su modo de disponer a los doce apóstoles, no le gustaría los pesos de la composición y tapó lo que le sobraba.

–Con el debido respeto, cardenal…

Acosta saca de su maletín una réplica de «La última cena» de Leornardo Da Vinci.

–Mire la composición, todos los apóstoles están apretados en la composición, prácticamente unos encima de otros, como hablando, quizá discutiendo. Sin embargo, a la izquierda de Jesús hay un hueco sin justificación. De repente aparece una supuesta columna y una ventana junto a la puerta del fondo…

–¿Y, qué pasa?

–Cardenal, usted ha estado miles de veces como yo en el Cenáculo de Jerusalén, el lugar en el que se celebró aquella cena, y sabe igual que yo que esas ventanas no existen.

–¡Hace dos mil años de aquello, Acosta!

–Ningún plano, ningún texto, ningún testimonio habla de esa ventana y esa columna.

–Pudo ser error de Leonardo…

–Da Vinci nunca cometería una inexactitud así. Y qué curioso que sea justo a la derecha de Jesús.

El cardenal tuerce el gesto.

Acosta saca apuntes, parece nervioso.

–En el primer libro levítico, 6:44, se dice

Y acostumbraba Jesús a llevar siempre a su derecha a parientes, gentes de confianza y personas muy cercanas.

Acosta saca otro papel.

–El libro de los proverbios, 3:16, aquí otra se deja claro el significado del lado derecho para Jesús:

Largura de días trae en su mano izquierda; en su derecha riquezas y honra.

El investigador está visiblemente nervioso. No para de sacar papeles.

–Y hay citas parecidas en el Libro de Job, en el de Nehemías, en Ezequiel, en los Libros de Cantos…

El prelado le interrumpe.

–Acosta, ya está bien.

El investigador no oye..

–Todos son señales. Usted sabe que hay datos que no se explican sobre el nacimiento de Jesús, los textos no son coherentes, está claro que están reescritos ocultando algo.

–Acosta, lo que estás diciendo es muy peligroso.

El hombre de la barba blanca sigue sacando papeles de su carpeta, frenético.

–Cardenal, la costumbre era que a los judíos se les conociera con su nombre y el lugar de nacimiento. Eso era lo normal, sin embargo, Jesús nació supuestamente en Belén y pasó a los escritos como Jesús de Nazaret, ¿por qué?

El religioso comienza a subir el tono.

–Acosta, estás perdiendo el juicio y no me gusta nada lo que estás haciendo. Los textos son claros, Jesús nació en Belén pero José y María vivían en Nazaret, sólo fueron a Belén por una cuestión administrativa, y por eso nació allí.

–Sí, un supuesto censo que encargó el emperador romano, nunca antes ni nunca después se encargó nada así, ¿extraño, no? ¿Y los Reyes Magos?

Acosta saca otros apuntes.

–Las escrituras dicen que los Reyes Magos, después de encontrar al niño, durmieron al raso. ¡Un 25 de diciembre! ¿Sabe qué temperatura hace en Belén una noche de diciembre? Se baja de los cero grados, ¡a quién se le va a ocurrir dormir fuera si estaban allí!

–Acosta, ¡déjalo!

–¡Cardenal Daoiz! ¡No! Si los Reyes durmieron a la intemperie cuando conocieron a Nuestro Señor, ¡tuvo que nacer en un lugar más cálido!

–¡Estás construyendo un castillo de aire!

–¿Aire? ¿Y qué me diría si le contara que un anónimo me ha enviado una fotografía de unos evangelios que, de ser verdaderos, confirmarían que Jesús no nació en Oriente Próximo sino en otro lugar más familiar para usted y para mí?

SEIS

Comisaría de la Policía Nacional de Sevilla.

–Fíjate si fue humilde Jesús, que pudiendo nacer en Sevilla, nació en otro lado. ¿Más prueba de bondad quieres, José Luis?

Jiménez está sentado en su mesa y habla con el compañero de al lado.

–Pero si luego no vas a misa ni a tiros.

–Porque estoy muy liado, y porque en Semana Santa recupero. Pero católico hay que ser, hombre, ¿o te vas a meter a protestante? Mira que Silvio, el rockero, decía que lo peor que se podía hacer es ser protestante, que protestar tanto, y por principio, no traería más que problemas.

Entra la comisaria.

–Señores, dejamos los debates teológicos y nos ponemos a trabajar. Jiménez, prepárese que hay una denuncia ideal para usted.

–Comisaria, ¿cuándo me va a levantar el castigo? Yo soy hombre de calle, y salgo menos que un padre nuevo.

–Jiménez, si quiere repasamos su expediente y todos los pollos que ha montado usted con su amiguito Villanueva por salir. Luego decidimos si es más útil para que los ciudadanos se sientan seguros que salga o que se quede aquí guardadito.

–Vale, vale…

Al momento, un policía entra con un chaval esposado y un chino. Los dos se sientan. Jiménez los mira.

–Vaya cuadro flamenco.

El chaval va en chandal y lleva una gorra. El policía deja una caja de corcho blanco encima de la mesa.

–¿A ver qué ha pasado?

El chino habla.

–Quielo denuncial a este glacioso.

–¿Usted es el denunciante, entonces?

–Sí, soy yo.

–Vale, relate los hechos.

El hombre parece muy enfadado.

–Yo tulista chino, muy enfadado, venir a España polque estudial epañol y me han engañado.

Jiménez mira al joven, el chándal, la camiseta de tirantas y la gorra para el lado.

–Y tú, aparte de vestirte así, que así no se va ni a por calentitos, ¿qué has hecho?

El joven se excusa.

–Yo nada, una broma, que tampoco es para ponerse así, denunciar y todo el lío, con la ruina que yo tengo encima...

El chino está muy enfadado.

–Hablé con él polque quielo aplendel epañol. Me llevó a un bal como amigo y desapaleció pala pagal. El del bal decía que tenía que pagal yo. No entendía bien hasta que milé en mi liblo de idioma y me había engañado.

–¿Pero qué le has dicho?

–Una broma, joé

–Me engañó, me dijo que en epañol, pala despedilte de bal no se decía «Adiós», se decía «Pago yo».

El joven carraspea mirando hacia abajo.

–Es que aquí somos muy de invitar, ¿verdad, agente? No es sólo aprender el lenguaje, es la cultura.

–Eso es verdad, ¿a dónde lo llevaste a comer?

–A Mariscos Emilio.

Jiménez se ríe.

Hijo puti, tienes más cuernos que un vaso de caracoles. Le metisteis fuerte a todo ¿no?

–Morados nos hemos puesto, agente. Yo no veo marisco ni en fotos, estoy todo el día puteado, y me pudo la ambición. Los langostinos tigre me perdieron. Me puse tibio y pedí más para llevarle a mi mujer y al niño.

El joven hace un movimiento levantando las cejas para señalar la caja de corcho que hay en la mesa. Jiménez acerca la nariz y huele.

–¿Hablaríamos de cigalas?

El chino se mete.

–Do pol balba, de tlonco, buena. Y cuatlo má pala lleval. Y langostino tigle como dice.

Jiménez se sorprende.

–¿Por barba?

–¿No es colecto? ¿Otla ve me engañó?

–No, no, es correctísimo, muy bien aprendido. Y hablaríamos de una cuenta de…

El chino saca un ticket.

–592 eulos. Cigala tlonco, langostino tigle de Sanluca, Tle botella de manzanilla en lama, aloz con calabinelo, pa cantal–le también hay que decil-lo, quisquilla…

Jiménez se parte de risa.

–¿Pa cantarle?

–Sí, ¿no e colecto? ¿Ma engañao otla ve?

–No, no, igual, está perfecto.

–Quielo denuncial.

Jiménez se recompone.

–Sí, por supuesto.

Jiménez mira al joven, parece muy agobiado.

–Me suena tu cara, tú eres buen cliente nuestro ¿no?

–Antes sí, agente, sus robos, sus porritos, pero ya me he casado, tengo un niño y trabajo haciendo chapús. Todo legal, a ver, factura no hago, todo en plan gorilas en la niebla, pero sin maldad. Esto me viene fatal. Por la tontería esta igual me meten otra vez para dentro…

El hombre chino le da su carnet. Jiménez lo mira, resopla y lo lee con dificultad.

–¿Qué pone aquí?

–Liconisán Karatomi Chimpántano.

Jiménez resopla aún más.

– Qué barbaridad, parece que han tirado una lata de Fanta vacía por una escalera y le han puesto de nombre el ruido.

Jiménez ilustra los golpes de la lata con gestos.

–Chim pon tan pun kon. Ea, bautizado.

El joven se queda perplejo. Jiménez se corta al ver la cara del chino. Mira el carnet, se plantea escribir en el ordenador pero se lo piensa.

–A ver, una cosa, chaval, tú sabes que lo que has hecho está mal ¿no?

–Sí, sí, vi el neón de Mariscos Emilio y me cegué, ya le digo. La última vez que comí una gamba donde está la Giralda había una mercería, con eso se le digo todo del tiempo que hace. Llevo mucho sin comer bien, y mi niño tiene cuatro años y no había probado un langostino.

Jiménez mira al chaval, vuelve a mirar las letras chinas del carnet, el ordenador y devuelve el carnet. El chino no entiende nada.

–Señor Karatomi, podemos denunciar si usted quiere, pero oiga, usted ha venido a aprender español, y en un rato este chaval le ha enseñado «por barba», «para cantarle»… Es verdad que le ha salido cara la clasecita, pero ¿por qué en vez de denunciar, no pactan un ratito de clase de español cada día que usted esté aquí, y con eso le devuelve esta criatura la mitad del dinero del homenaje?

Jiménez mira al chaval.

–¿A ti te parece justo?

El joven está sorprendido.

–Sí, sí, por supuesto, si a mí me estaba cayendo muy bien éste, lo que pasa es que me perdí al ver las cigalas y luego no podía pagarlas.

–¿Y a usted? ¿Hacemos trato?

El chino se lo piensa. Mira a Jiménez, mira al joven y asiente.

–Vale, hacemo tlato. Pero damo clase en bal balatito, camalones como mucho.

Los dos se dan la mano. Y el chino coge la caja de corcho. Jiménez le llama.

–Caballero, disculpe, eso no se lo puede llevar, aunque no haya habido denuncia es una prueba del procedimiento.

–¿Las cigala de tlonco?

–Prueba pericial se llama. Da igual el objeto que sea, deben categorizarse por si hay algún problema luego. En España la policía es bastante rigurosa.

El chino, con gesto desconfiado, deja la caja en la mesa de nuevo.

–Gracias por su colaboración.

Jiménez acompaña a los dos hacia la salida.

–Bueno pues espero que de aquí nazca una bonita amistad entre profesor y alumno.

Los dos sonríen. Jiménez coge un momento al joven y le habla al oído.

–No te vayas a saltar ni una clase con este hombre, no la vayas a cagar que no quiero ni que te arruines la vida ni tener que escribir el nombre del gachó en el ordenador por Dios.

El joven asiente. Jiménez continúa.

–Y cuando acabe la clase de hoy, vente y recoges las cigalas, que tu mujer y tu niño van a cenar lo que has ganado tú con tu trabajo de español a extranjeros.

Jiménez le guiña un ojo y el joven y el chino se van. El policía vuelve a su mesa, el compañero hace el gesto de aplaudirle.

–Sí, señor, se te da bien esto de estar en mesa…

Jiménez se ríe.

–Se me da mejor estar en la mesa del Robles que en esta. Echo de menos la calle… la calle y a mi Villanueva. En fin, ¿te hago un truco de magia? ¡Te doy el cambiazo de una pera a una mandarina y no te coscas seguro!

SIETE

Acosta está con una joven en su despacho de Roma.

–Tranquilícese, maestro, que esos nervios no son buenos.

–No puedo, Lucía, esto tiene unas dimensiones que no podemos ni imaginar.

–Maestro, ya le he visto así otras veces, por favor, relájese.

–Lucía, estás acabando Historia del Arte, estás en una beca Erasmus en Roma. Tus notas son excepcionales y mientras tus compañeros de beca se dedican a emborracharse y ligar, tú has querido venir conmigo a investigar… pues investiga, ve más allá, ¿es que no te das cuenta? No es que yo tuviera razón en lo que sospechaba, eso da igual. ¡Lo importante es que la historia de las religiones puede cambiar por completo!

–¿Pero qué ha descubierto?

Acosta saca un papel.

–Mira los análisis de rayos X a «La última cena», hay una figura oculta justo al lado de Jesús, una figura que alguien borró. La técnica e incluso el tipo de pintura no son las mismas que hay en el resto de la obra. Esto parece indicar que no fue Leonardo quien lo hizo, sino alguien que quería esconder algo contra la opinión de Leonardo.

–¿Otra vez lo del decimotercer apóstol?

–Sí, pero no te quedes en que hubiera trece apóstoles, lo importante es quién era ese apóstol y por qué la historia de la religión lo ha querido ocultar. Mira.

Acosta saca papeles y abre libros.

–Jesús nació supuestamente en Belén, sin embargo se le conoció como Jesús de Nazaret, ¿por qué si nació en Belén no le conocemos como Jesús de Belén?

Saca otras notas.