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Índice
Principales abreviaturas
PARTE III
El camino de la vida cristiana: la santificación en medio del mundo
Visión general de la parte tercera
CAPÍTULO SÉPTIMO. La santificación del trabajo profesional y de la vida familiar y social
1. Las actividades temporales, camino de santificación
2. La santificación del trabajo profesional
3. La santificación de los quehaceres familiares y sociales
ALGUNAS APLICACIONES PRÁCTICAS
CAPÍTULO OCTAVO. La lucha por la santidad
1. Precedentes, terminología y contexto
2. La noción de lucha cristiana en san josemaría
3. Lucha contra las tentaciones
4. Lucha contra el pecado
5. La falta de lucha: la tibieza
6. Táctica y tono de la lucha
ALGUNAS APLICACIONES PRÁCTICAS
CAPÍTULO NOVENO. Los medios de santificación y de apostolado
1. Noción de medios de santificación y de apostolado
2. La participación en los sacramentos
3. La oración
4. La formación cristiana
5. Aplicación de los medios de santificación
EPÍLOGO. Unidad de vida
1. Los tres elementos constitutivos de la unidad de vida
2. “Siempre consecuentes con la fe”
Créditos
— De algunas obras de san Josemaría, por orden alfabético:
Amigos de Dios: J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, Rialp, 34ª ed., Madrid 2009.
Camino: J. Escrivá de Balaguer, Camino, Rialp, 84ª ed., Madrid 2010.
Conversaciones: J. Escrivá de Balaguer, Conversaciones, 21ª ed., Rialp, Madrid 2003.
Es Cristo que pasa: J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Rialp, 42ª ed., Madrid 2007.
Forja: J. Escrivá de Balaguer, Forja, Rialp, 16ª ed., Madrid 2010.
Santo Rosario: J. Escrivá de Balaguer, Santo Rosario, Rialp, 51ª ed., Madrid 2008.
Surco: J. Escrivá de Balaguer, Surco, Rialp, 24ª ed., Madrid 2010.
Via Crucis: J. Escrivá de Balaguer, Via Crucis, Rialp, 35ª ed., Madrid 2010.
— Otras abreviaturas:
AAS: Acta Apostolicae Sedis
ASS: Acta Sanctae Sedis
AGP: Archivo General de la Prelatura del Opus Dei
CCE: Catechismus Catholicae Ecclesiae (Editio typica, 1997)
CIC: Codex Iuris Canonici
DS: H. Denzinger — A. Schönmetzer (eds.), Enchiridion symbolorum, definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, Herder 1976
PG: J.P. Migne (ed.), Patrologiae Cursus completus. Series Graeca, Paris 1857-1886
PL: J.P. Migne (ed.), Patrologiae Cursus completus. Series Latina, Paris 1844-1890
P01, P02, etc.: Colecciones de documentos impresos (secciones dentro del AGP)
S.Th.: Summa Theologiae
ZNW: Zeitschrift für die neutestamentliche Wissenschaft
«No te pido que los saques del mundo,
sino que los guardes del maligno» (Jn 17,15)
Después de haber tratado el doble aspecto de la finalidad última de nuestra vida —la glorificación de Dios (con la búsqueda del reino de Cristo y la edificación de la Iglesia: temas de la Parte I) y la perfección del cristiano como hijo de Dios (la identificación con Cristo por la caridad y las demás virtudes, con el ejercicio de la libertad: temas de la Parte II)—, hablaremos ahora, en la Parte III, de su realización en el camino de la vida presente. Concretamente, una vez estudiada la finalidad última, que tiene su coronación en la vida eterna, vamos a examinar los aspectos de su búsqueda que están exclusivamente ligados a la vida en esta tierra y que, por tanto, no tienen su plenitud en la gloria: son únicamente camino hacia la gloria.
Para señalar cuáles son estos aspectos, resulta útil comparar la vida cristiana a un viaje a pie. El fundamento de la comparación se encuentra en diversos lugares de la Sagrada Escritura, como en la Primera Carta de san Pedro, donde se habla de la vida del cristiano como de una peregrinación hacia la patria celestial (cfr. 1 P 1,17).
Pero antes de servirnos de esta comparación conviene que señalemos sus límites. Quien se desplaza materialmente a pie de un lugar a otro, por lo general tendrá presente en su interior la meta a la que se dirige, pero se tratará sólo de una presencia intencional: en la mente y en el deseo. En cambio, quien camina hacia el Cielo posee ya, por la gracia, una cierta incoación o anticipo de la gloria, su meta final. Además, cuando avanza hacia la santidad, él mismo va siendo transformado, identificado paulatinamente con Cristo por la acción del Espíritu Santo (cfr. 2 Co 3,18). Por esto, para exponer la vida cristiana en la enseñanza de san Josemaría hemos hablado de su fin y del sujeto antes que del camino, porque sólo así se entiende lo que ocurre en éste. Si no hubiéramos estudiado, por ejemplo, qué significa “santificación”, difícilmente podríamos hablar ahora de “santificación del trabajo” y nos encontraríamos ante una confusa madeja de conceptos. Con razón hace notar Illanes que «la teología del trabajo requiere plantear claramente el problema del fin último del existir humano —es decir, la ordenación del hombre a Dios—, y, desde ahí, volver sobre el trabajo mismo, para poner de manifiesto el lugar que ocupa en el despliegue de esa ordenación o llamada»[1].
Veamos ahora la comparación a que nos referíamos, que puede servirnos, a pesar de sus límites, para mostrar el esquema de esta Parte III.
En un viaje, sobre todo si es a pie, se pueden considerar tres aspectos (dejando aparte la finalidad, de la que ya hemos tratado): el terreno por el que se camina, el esfuerzo que hace falta para recorrerlo y los medios con los que cuenta el caminante. En correspondencia con estos tres aspectos se encuentran los tres capítulos de esta Parte: el primero (séptimo del total) sobre la vida ordinaria y especialmente el trabajo profesional como “terreno” o “materia” del camino de santificación; el segundo (octavo del total) sobre la “lucha” necesaria para recorrer ese camino; y el tercero (noveno del total) sobre los “medios” de que dispone el cristiano para avanzar por él.
Con estos tres temas no sucede lo mismo que con el fin último. Éste se encuentra presente a lo largo del camino de la vida cristiana en esta tierra y se alcanza en la gloria; en cambio, la materia de santificación, la lucha y los medios, son realidades exclusivas del camino y cesan al llegar a la meta. En la vida eterna no habrá trabajo propiamente dicho, porque la creación habrá llegado a su perfección última; ni será preciso luchar, porque el enemigo ya estará vencido; ni habrá que emplear medios para la unión con Dios, porque se gozará de la visión de Dios cara a cara. Son, pues, realidades propias de la vida en este mundo, necesarias para alcanzar la vida eterna. No son el fin último, pero constituyen el camino en el que éste se realiza hasta llegar a la meta definitiva.
Dentro de estos tres aspectos —que conceptualmente se pueden asimilar a los principios material, formal y eficiente— puede encontrar cabida cualquier otro más particular que quiera considerarse. Se trata de un esquema general. Un esquema que podría ser válido, en principio, para exponer las enseñanzas de cualquier maestro de vida espiritual sobre el camino de santificación y apostolado de un cristiano corriente. Pero no todos los autores necesitan un planteamiento omnicomprensivo, porque no tratan de todos los temas: por ejemplo, bastantes no hablan del “terreno” (el trabajo profesional, la vida familiar y social); o bien, cuando se refieren a los “medios” destacan sólo alguno de ellos (generalmente, la oración) pero no se ocupan con detalle de otros. San Josemaría se refiere de modo expreso y ampliamente, como veremos, a todas estas cuestiones. Por eso, sólo un esquema general podía ser adecuado para exponer sus enseñanzas sobre el camino de la vida cristiana. A la vez, hemos de decir que la elección de los tres capítulos mencionados no ha sido pensada a priori y después aplicada a san Josemaría, sino que está inspirada en sus mismas enseñanzas. Quien tenga familiaridad con sus obras, aunque no las haya estudiado teológicamente, probablemente reconocerá que la santificación del trabajo, la lucha cristiana y los medios de santificación son temas “estructurales” de su doctrina.
Para ofrecer una visión de conjunto más precisa, vamos a describir cada uno de estos tres temas teniendo como trasfondo la comparación con un viaje.
Primero, el “terreno” del viaje. En el caso de un cristiano llamado por Dios a santificarse en medio del mundo, el “terreno” de su camino de santificación está formado por las actividades propias de su existencia cotidiana —el trabajo profesional, las tareas familiares, la participación en la vida social— que constituyen la “materia de santificación” de que dispone. Avanzar hacia la santidad consiste en santificar esas actividades, realizándolas para la gloria de Dios y buscando en ellas la identificación con Jesucristo. Al hacerlo así, bajo la acción del Espíritu Santo, no sólo va siendo transformado en otro Cristo, en el mismo Cristo, sino que también el “terreno” se renueva, embellece y mejora con la huella de sus pasos. No permanece igual cuando un cristiano lo recorre porque, al tomarlo como materia de santificación, además de crecer él mismo en santidad y de ayudar a los demás a santificarse, perfecciona esas mismas realidades —familiares, sociales y profesionales— infundiéndoles espíritu cristiano. Todo este tema será objeto del capítulo 7º: “La santificación del trabajo profesional y de la vida familiar y social”, donde veremos que el camino de santidad que propone san Josemaría es un «camino de santificación en el trabajo profesional y en el cumplimiento de los deberes ordinarios del cristiano»[2]. La mención del trabajo profesional en primer lugar se debe a que constituye en su enseñanza el “eje” de la santificación personal y de la transformación de la sociedad y del mundo con el espíritu del Evangelio.
El segundo aspecto que resalta en un viaje a pie, es el esfuerzo que se requiere para recorrer el camino. En el itinerario de la santidad sucede algo semejante: no es posible avanzar sin esfuerzo porque, como consecuencia del pecado, el cristiano ha de superar una debilidad interior y la oposición de unos enemigos que actúan desde fuera de él. Por una parte, ha de afrontar la inclinación al mal dentro de sí, que es como un peso, un freno para su marcha; por otra, están las instigaciones al pecado que provienen de fuera de sí mismo: las tentaciones del diablo y las que proceden de la presencia del mal en el mundo. A este tema se dedicará el capítulo 8º: “La lucha por la santidad”. Una lucha para vencer esos obstáculos, cooperando con la gracia del Espíritu Santo. En la enseñanza de san Josemaría, la lucha es una cualidad del amor a Dios en esta tierra, pues los actos de amor a Dios —y eso son nuestros pasos hacia Él— han de vencer la resistencia del amor propio desordenado. La lucha por la santidad no es negación, ni mero agere contra. Es una lucha positiva, de conquista: una lucha de hijos de Dios que buscan configurarse con Cristo por la caridad y las demás virtudes, y corredimir con Cristo. De ahí el sentido afirmativo de la mortificación cristiana y de la penitencia, términos teñidos de oscuro por la cultura hedonista, pero que brillan con toda su energía liberadora en la enseñanza de san Josemaría.
En tercer lugar, quien desea realizar un viaje debe considerar con qué medios o instrumentos cuenta. De ahí el tema que estudiaremos en el capítulo 9º: “Los medios de santificación y de apostolado” de que dispone el cristiano para avanzar por el camino de la santidad y ayudar a los demás a recorrerlo. El concepto de “medio” necesita una clarificación porque el término se puede usar de diversos modos. En sentido amplio, “medio” es todo lo que sirve al cristiano para alcanzar el fin último, la santidad. En este sentido se puede llamar medios, por ejemplo, al trabajo y a las actividades de la vida ordinaria, así como a la lucha interior, temas que se estudian en los capítulos anteriores. Pero en sentido estricto, como los entenderemos aquí, son “medios” para la santidad aquellas acciones que en sí mismas (por su objeto) se ordenan a la santificación y al apostolado[3]. Entendidos así, los medios que trataremos son tres: la participación en los sacramentos, la oración y la formación cristiana. A través de ellos recibimos la mediación de Cristo en la Iglesia. La enseñanza de san Josemaría despliega la riqueza de estos medios y pone de manifiesto su intrínseca unidad, de la que deriva la importancia de usarlos conjuntamente, como elementos de un “plan de vida espiritual” que se pone en práctica de modo habitual, por amor a Dios.
Después de estos tres capítulos, el volumen concluye con un epílogo sobre la “unidad de vida”, concepto clave para san Josemaría, con el que se puede resumir de algún modo toda su enseñanza.
[1] J. L. ILLANES, La santificación del trabajo, Madrid 200110, p. 176.
[2] De la oración para pedir gracias por intercesión de san Josemaría.
[3] Para aclarar los diversos modos en que se habla de “medios” puede servir el ejemplo del caminante que ha de subir una empinada cuesta y se ayuda de una cuerda. Para él es “medio” el terreno en el que apoya sus pasos (“por medio de ese terreno”, avanza); también es “medio” el esfuerzo que debe realizar (“por medio del esfuerzo”, sube la cuesta); finalmente, es “medio” la cuerda a la que se agarra para subir y que le une a la cima a la que quiere llegar (“por medio de la cuerda”, gana altura). Como se ve, en los tres casos —el terreno, el esfuerzo y la cuerda— se habla de “medios”, pero de distinto modo porque es diversa la razón formal de ser medio en cada uno de ellos. Aquí usaremos la expresión “medios” unas veces en el primer sentido (hablaremos, por ejemplo, de que el trabajo es medio de santificación), otras en el segundo (la santidad se alcanza por medio de la lucha cristiana), y otras en el tercero (diremos que los sacramentos, la oración y la formación cristiana son medios de santificación). No obstante, la noción de “medios” se cumple más estrictamente en este tercer sentido, como explicaremos al inicio del capítulo 9º, y por eso hemos dado el título de “Medios de santificación” a ese capítulo.
Desde 1928 mi predicación ha sido
que la santidad no es cosa para privilegiados,
que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra,
porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei
es la santificación del trabajo ordinario.
(Conversaciones, n. 34)
1. LAS ACTIVIDADES TEMPORALES, CAMINO DE SANTIFICACIÓN — 1.1. Introducción histórica — 1.2. Observaciones terminológicas — 1.3. El modelo de la vida oculta de Jesús — 1.4. La santificación de las realidades temporales — 1.5. Sentido y exigencias de la secularidad cristiana: santificar el mundo “desde dentro” — 1.6. La santificación del mundo y la condición de varón y de mujer. 2. LA SANTIFICACIÓN DEL TRABAJO PROFESIONAL — 2.1. Contexto teológico de la santificación del trabajo — 2.2. La noción de trabajo en san Josemaría — 2.3. El trabajo, realidad “santificable y santificadora”. 3. LA SANTIFICACIÓN DE LOS QUEHACERES FAMILIARES Y SOCIALES — 3.1. Santificación de las realidades familiares — 3.2. Santificación de las realidades sociales — 3.3. El “eje” de la santificación en medio del mundo.
Las luces que recibió san Josemaría el 2 de octubre de 1928, y que inspiraron de ahí en adelante su predicación, confluyen en un preciso punto focal, designado de diversos modos en sus escritos. Uno de los más frecuentes, aunque no el más antiguo, es el que hemos elegido como título del presente capítulo: La santificación del trabajo profesional y de la vida familiar y social[4].
Este tema no es uno más en su enseñanza: es el mismo centro de su mensaje. «San Josemaría fue elegido por el Señor» —afirmó el beato Juan Pablo II— «para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario»[5].
La santificación del trabajo y de la entera vida cotidiana, no es asunto del que tratamos sólo en este capítulo ni por primera vez. Desde las primeras páginas ha sido nuestro principal argumento, porque san Josemaría no habla, en el fondo, de otra cosa. Cuando predica la vocación universal a la santidad y al apostolado —como vimos en la Parte preliminar—, se propone mostrar que, de por sí, esa llamada no obliga a abandonar los honrados quehaceres seculares, porque son santificables y medio para cumplir la misión apostólica. Cuando habla de dar gloria a Dios, enseña a buscar la contemplación, pero no en abstracto sino concretamente en medio del mundo, en las actividades profesionales, familiares, etc., según se estudió en el capítulo 1º. Cuando trata del reinado de Cristo, exhorta precisamente a poner al Señor en la entraña de esas actividades humanas, diarias y corrientes (capítulo 2º). Cuando se refiere a la edificación de la Iglesia, anima a convertir en “una misa” el entramado de tareas que llenan la entera jornada y a realizarlas con sentido de misión, con afán apostólico (capítulo 3º). Entiende la filiación divina adoptiva como “encarnada” en las realidades cotidianas (capítulo 4º); promueve la libertad de los hijos de Dios en el cumplimiento de su vocación y misión, que es la santificación del mundo desde dentro (capítulo 5º); orienta la caridad y el ejercicio de las demás virtudes cristianas hacia el amplio espacio de los quehaceres profesionales, familiares y sociales, y por eso habla tanto de virtudes humanas (capítulo 8º).
En definitiva, a lo largo de todos los capítulos precedentes hemos tratado ya de la vida ordinaria, pero sólo de un aspecto: su fin último, que es la gloria de Dios y nuestra santidad o identificación con Cristo. Por eso, en el presente capítulo no hará falta que expliquemos de nuevo qué significa, por ejemplo, dar gloria a Dios o identificarse con Jesucristo. Ahora nos limitaremos a mostrar cómo esa suprema aspiración se puede realizar de hecho en el trabajo profesional y en la vida corriente en medio del mundo, según el mensaje de san Josemaría.
Con razón ha señalado Pierpaolo Donati el peligro de espiritualismo si la reflexión teológica sobre la santidad se limita al tema del fin último: de este peligro —añade el mismo autor— advierte la enseñanza de san Josemaría porque «mira a la realidad cotidiana como a su “lugar propio”, a su referente concreto de sentido y de acción»[6]. La tarea del cristiano, afirma Monseñor Javier Echevarría, testigo singular de la vida y de la enseñanza de san Josemaría, «reclama aprender, con el auxilio de la gracia, el sentido divino del quehacer humano»[7].
¿Por qué nos referimos a la tríada “trabajo profesional, vida familiar y social” para hablar de la santificación de la existencia cotidiana? La respuesta se encuentra en los capítulos iniciales del Génesis, donde aparecen el trabajo para perfeccionar este mundo, la formación de la familia y la edificación de la sociedad como las tareas que Dios, en la creación, confía al hombre y a la mujer[8]. De estos tres ámbitos se compone la vida ordinaria en la enseñanza de san Josemaría. Con frecuencia cita y comenta los correspondientes textos bíblicos[9], contemplando el designio de Dios que «puso al hombre en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara» (Gn 2,15). El mundo no salió plenamente acabado de las manos del Creador: fue creado in statu viae, encaminado hacia una perfección última que había de alcanzar con la colaboración del trabajo del hombre[10]. Además, Dios creó al ser humano «varón y mujer» (Gn 1,27), ambos con la misma dignidad pero como personas de distinto sexo[11], complementarias en orden a la tarea de formar la familia y edificar la sociedad humana, con vistas a poseer y perfeccionar la tierra. Les dijo, en efecto: «creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla» (Gn 1,28). En estos textos del Génesis se ha leído desde antiguo el mandato de constituir la familia fundada en el matrimonio y de desarrollar, sobre esta base y mediante el trabajo, la sociedad humana. En suma, el varón y la mujer estaban llamados a dar gloria a Dios no sólo alabándole en su corazón y con su palabra, sino también participando de su poder creador mediante el trabajo y la formación de la familia y de la sociedad.
Originariamente no había contraposición alguna entre el cumplimiento de estas tareas y la unión con Dios. La vocación primigenia del hombre era la de ser contemplativo en la realización de dichas obras. Los conflictos surgieron con el pecado, al aparecer la inclinación a poner el fin último en los bienes creados en vez del Creador. No obstante, el primitivo plan no quedó derogado por la caída, sino que fue grandiosamente reafirmado con la venida del Hijo de Dios que, al asumir las actividades humanas, les ha conferido valor redentor; y con el envío del Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios uniéndonos a Cristo en la misma vida cotidiana para santificarnos y renovar la entera creación.
A la luz de los designios de la Creación, Redención y Santificación del hombre, san Josemaría ve el trabajo y la vida familiar y social como realidades queridas por Dios, afectadas, sí, por el pecado, pero ordenadas en último término a la realización de la vocación sobrenatural de la persona humana. Las percibe con amplitud de perspectivas, con sus leyes y su autonomía propias[12], como un entramado de actividades en las que el hombre ha de conocer y amar a Dios sabiéndose hijo suyo, procurando que todos le conozcan y le amen, y que la entera creación refleje su gloria. Entiende que los cristianos, en cada época de la historia, reciben este mundo como herencia y como tarea, para que, con el uso de su libertad, ordenen todas las cosas a la gloria de Dios, busquen el reinado de Cristo y edifiquen la comunión de los hombres con Dios en la Iglesia. Es así como ellos mismos se perfeccionan uniéndose a Jesucristo, por la acción del Espíritu Santo, en el cumplimiento amoroso de los cometidos propios de la vida ordinaria.
Comprende que quienes han sido llamados a la santidad en medio del mundo no pueden limitarse a unos actos interiores de amor y a unas determinadas prácticas de piedad y de culto, ni conformarse con ciertas muestras de caridad hacia el prójimo. Elemento esencial de las obras con las que cumplen la Voluntad divina son las actividades profesionales, familiares y sociales, realizadas con la mayor perfección posible, de modo que su existencia entera, su querer y su obrar, sea una vida de fe, de esperanza y de amor, y de ejercicio de las virtudes humanas, que contribuya a la transformación cristiana de la sociedad y al mejoramiento del mundo. Este es su camino de santidad y apostolado. Sólo así responden a la llamada que han recibido.
San Josemaría no se cansa de repetir, por tanto, que las actividades temporales son medio y ocasión de santidad, camino de perfección y de santificación para la muchedumbre de los cristianos corrientes. Baste citar por ahora, como marco del presente capítulo, dos textos que contienen los temas principales. El primero es una de las formulaciones del mensaje que predica:
Dios os llama a servirle en y desde las tareas civiles, materiales, seculares de la vida humana: en un laboratorio, en el quirófano de un hospital, en el cuartel, en la cátedra universitaria, en la fábrica, en el taller, en el campo, en el hogar de familia y en todo el inmenso panorama del trabajo, Dios nos espera cada día. Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir[13].
El segundo texto se refiere a la institución que ha fundado para la difusión y actuación de este mensaje. El Opus Dei, en efecto,
ha nacido para contribuir a que esos cristianos, insertos en el tejido de la sociedad civil —con su familia, sus amistades, su trabajo profesional, sus aspiraciones nobles—, comprendan que su vida, tal y como es, puede ser ocasión de un encuentro con Cristo: es decir, que es un camino de santidad y de apostolado. Cristo está presente en cualquier tarea humana honesta: la vida de un cristiano corriente —que quizá a alguno parezca vulgar y mezquina— puede y debe ser una vida santa y santificante[14].
En el capítulo que comenzamos, se tratará primero de las realidades temporales en su conjunto, como camino de santificación y de apostolado (es importante no olvidar, a lo largo de este primer apartado, que hablaremos de todas las realidades temporales —profesionales, familiares y sociales—, es decir, de los aspectos comunes a todas ellas). Después nos concentraremos en el trabajo profesional, ya que san Josemaría lo califica de “eje” o “quicio” de la santificación de la vida ordinaria. Por último, estudiaremos la santificación de la vida familiar y social.
[4] También podríamos haber escogido como título: “la santificación de la vida cotidiana”, o “la santificación en medio del mundo”, u otras expresiones semejantes que san Josemaría emplea. Cfr. P. RODRÍGUEZ, La santificación del mundo en el mensaje fundacional del Beato Josemaría Escrivá, en: AA.VV. (J.L. ILLANES — J.R. VILLAR — R. MUÑOZ — T. TRIGO — E. FLANDES, dirs.), El cristiano en el mundo. En el centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá (1902-2002). XXIII Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra, Pamplona 2003, pp. 48-49.
[5] BEATO JUAN PABLO II, Discurso 7-X-2002, n. 2 (a los participantes en la canonización de san Josemaría, al día siguiente de la ceremonia). El presente volumen ve la luz después de la beatificación de Juan Pablo II, el 1-V-2011, por eso lo citaremos habitualmente con el título de Beato.
[6] P. DONATI, Senso e valore della vita quotidiana, en: AA.VV., La grandezza della vita quotidiana, (Actas del congreso internacional en el centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá de Balaguer), Roma 2002-2004, vol. I, p. 242.
[7] J. ECHEVARRÍA, Itinerarios de vida cristiana, Barcelona 2001, p. 211 (el cap. 16, titulado “Santificación del trabajo”, pp. 209-221, contiene una síntesis de la enseñanza de san Josemaría).
[8] En el Magisterio reciente, cfr., p.ej., BEATO JUAN PABLO II, Enc. Laborem exercens, 14-IX-1981; Ex. ap. Familiaris consortio, 22-XI-1981; Enc. Sollicitudo rei socialis, 30-XII-1987.
[9] Cfr. G. ARANDA, Gen 1-3 en las homilías del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, en: “Scripta Theologica” 24/3 (1992) 895-919.
[10] Cfr. CCE, n. 302. «Si, según el relato del Génesis, Dios crea al hombre ut operaretur, consiguientemente ha de facilitarle la consecución del fin para el que ha sido creado, a saber, la posibilidad de perfeccionar el mundo, de transformarlo y de darle un sentido humano. Y esto sólo puede tener lugar si la naturaleza está sin “acabar” y, por tanto, si realmente se encuentra abierta a ulteriores perfecciones. Lo cual no se explica sólo en razón de una intrínseca perfectibilidad, sino también por ser objeto del trabajo humano» (M.P. CHIRINOS, Ens per accidens: una perspectiva metafísica para la cotidianidad, en: “Acta Philosophica” 13 (2004) 288).
[11] La doctrina de la Iglesia puede verse sintéticamente en CCE, nn. 2332-2335. Sobre la distinción personal como “diferencia de género”, cfr. CONGR. PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo, 31-V-2004, passim. Este último documento desacredita una visión antropológica en la que «para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, se tiende a cancelar las diferencias, consideradas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. En esta nivelación, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria. El obscurecerse de la diferencia o dualidad de los sexos produce enormes consecuencias de diverso orden. Esta antropología, que pretendía favorecer perspectivas igualitarias para la mujer, liberándola de todo determinismo biológico, ha inspirado de hecho ideologías que promueven, por ejemplo, el cuestionamiento de la familia a causa de su índole natural bi-parental, esto es, compuesta de padre y madre, la equiparación de la homosexualidad a la heterosexualidad y un modelo nuevo de sexualidad polimorfa» (ibid., n. 2). En las obras de san Josemaría no hay referencias directas a esta problemática (“ideología de género”), pero se encuentran los elementos de la antropología cristiana desde los que se impugna, en el documento que acabamos de citar, esa visión sólo corporal del sexo y sólo cultural del género.
[12] Cfr. CONC. VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, n. 36.
[13] Conversaciones, n. 114.
[14] Ibid., n. 60.