Matthew Bush
Luis Hernán Castañeda
(eds.)
Un asombro renovado
Vanguardias contemporáneas en América Latina
Ediciones de Iberoamericana
96
CONSEJO EDITORIAL:
Mechthild Albert
Rheinische Friedrich-Wilhelms-Universität, Bonn
Enrique García-Santo Tomás
University of Michigan, Ann Arbor
Aníbal González
Yale University, New Haven
Klaus Meyer-Minnemann
Universität Hamburg
Daniel Nemrava
Palacky University, Olomouc
Katharina Niemeyer
Universität zu Köln
Emilio Peral Vega
Universidad Complutense de Madrid
Janett Reinstädler
Universität des Saarlandes, Saarbrücken
Roland Spiller
Johann Wolfgang Goethe-Universität, Frankfurt am Main
Un asombro renovado
Vanguardias contemporáneas en América Latina
Matthew Bush
Luis Hernán Castañeda (eds.)
IBEROAMERICANA – VERVUERT – 2017
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ISBN 978-84-16922-59-8 (Iberoamericana)
ISBN 978-3-95487-652-5 (Vervuert)
ISBN 978-3-95487-861-1 (e-book)
Depósito legal: M-29381-2017
Diseño de cubierta: a.f. diseño y comunicación
Imagen de cubierta: Desnudo bajando una escalera nº2, Marcel Duchamp, 1912, Philadelphia Museum of Art
Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.
Impreso en España
ÍNDICE
Agradecimientos
Luis Hernán Castañeda y Matthew Bush
Introducción. Un asombro renovado
RECONCEPTUALIZACIONES
Edmundo Paz Soldán
Hilda Mundy y la “Dislocadura de la Lógica”
Karen Benezra
Los hilos de la vanguardia: el colectivismo como teoría del arte
César Barros A.
(Des)aparecer en la escritura: sujeto y fracaso en la Trilogía involuntaria de Mario Levrero
Daniel Link
Vanguardia y neobarroco en Copi
Martín Arias
Gramáticas de la exasperación: del neocriollo a Tadeys de Osvaldo Lamborghini
ACTUALIZACIONES
Ángeles Donoso Macaya
Jamás el fuego nunca de Diamela Eltit: imaginación crítica, persistencia y afectos
Julio Premat
Los tiempos insólitos de Mario Bellatin: notas sobre El Gran Vidrio y las radicalidades actuales
Julio Prieto
Retornos de lo ilegible: errancias por la vanguardia de Lorenzo García Vega
Carlos Villacorta
80M84RD3R0 o la última imagen vanguardista
Matthew Bush y Luis Hernán Castañeda
Procedimientos de la nostalgia: Bolaño y Aira frente a la vanguardia
Vicky Unruh
Posfacio. Reflexiones ante la renovación del asombro
Sobre los autores
AGRADECIMIENTOS
Los editores de este volumen desean agradecer, en primer lugar, a las instituciones que hicieron posible esta publicación con su apoyo y generosidad: Lehigh University y Middlebury College. Los libros no suelen escribirse solos, en especial cuando hablamos de volúmenes colectivos: queremos, por ello, dar las gracias a nuestros colaboradores, porque sin su rigor intelectual, su calidad profesional y su buena disposición, este libro no se habría hecho realidad. Finalmente, nuestra infinita gratitud a los autores invisibles de Un asombro renovado. Vanguardias contemporáneas en América Latina, los miembros de nuestras familias: Leticia, Nicolás y Laura.
INTRODUCCIÓN. UN ASOMBRO RENOVADO
LUIS HERNÁN CASTAÑEDA/MATTHEW BUSH
(MIDDLEBURY COLLEGE/LEHIGH UNIVERSITY)
Rafael Barrios, café Quito, calle Bucareli, México
DF, mayo de 1977. Qué hicimos los real visceralistas cuando se marcharon Ulises Lima y Arturo Belano: escritura automática, cadáveres exquisitos, performances de una sola persona y sin espectadores, contraintes, escritura a dos manos, a tres manos, escritura masturbatoria… Incluso sacamos una revista… Nos movimos… Nos movimos… Hicimos todo lo que pudimos… Pero nada salió bien.
Roberto Bolaño, Los detectives salvajes
Este pasaje no necesita una presentación. Parece ocioso indicar, en pleno año 2017, que la cita proviene de la novela Los detectives salvajes (1996) de Roberto Bolaño, un texto crucial para hablar de comienzos y de finales en la narrativa latinoamericana y a la vez, pues al fin y al cabo las discusiones se intersecan, sobre vanguardias y neovanguardias en la prosa del continente. En la novela de Bolaño, un círculo de poetas mexicanos nace, a finales de los años setenta, como un eco de otro grupo poético que llevaba el mismo nombre y que se extinguió décadas atrás junto con las vanguardias históricas, tiempo heroico que los detectives salvajes Arturo Belano y Ulises Lima intentan resucitar mediante gestos y maniobras, más que por medio de una obra literaria propiamente dicha. Los real visceralistas que recorren las calles de la Ciudad de México en 1977, ensayando una intensidad sin objeto y arremetiendo contra un establishment literario regido por Octavio Paz, buscan reconquistar el espíritu de la vanguardia y consiguen perdurar, si no como movimiento, por lo menos como síntoma de protesta durante algunos años, hasta que sus líderes se dispersan y la precaria organización entra en crisis. La confesión de Rafael Barrios en el café Quito nos permite espiar los manotazos de ahogado de un colectivo acéfalo que, a falta de un rumbo artístico, opta por el pastiche y la repetición, montando una frenética espiral de clichés que desnudan una estética derivativa, un fantasma del pasado que no consigue mantenerse vigente.
Ahora bien, la pregunta central que vertebra este volumen es la siguiente: ¿son las neovanguardias que vemos prosperar en ciertos experimentos literarios y artísticos contemporáneos, como la obra del mismo Bolaño, las de César Aira o Mario Bellatin —por citar casos bien conocidos—, proyectos legítimos y programas vigentes que logran renovar la senda trazada por los “ismos” de la vanguardia histórica, o acaso debemos ver en ellos casos perdidos y artimañas del desconcierto, semejantes a los cadáveres exquisitos y performances de los real visceralistas una vez concluida su edad dorada?
Para acercarnos a posibles respuestas presentamos este conjunto de ensayos, cuya existencia debiera implicar, desde ya, una contestación positiva. Para nadie es un secreto que, desde hace algún tiempo, tanto críticos como escritores venimos hablando de la resurrección de las vanguardias.1 Parece ser que el asombro vanguardista, entendido como mezcla de inspiración creadora e interés académico, goza hoy de una vitalidad notable que desmiente la fijeza de periodos históricos y escuelas artísticas. La vanguardia actual, la que se practica como una acción del presente y no solamente como un eco2, invoca algunos significantes cuya complejidad de análisis es doble y, quizá, triple: si por un lado hablamos de un fenómeno contemporáneo y, por ende, de difícil aprehensión, al mismo tiempo nos referimos a la actualización de un pasado en sí diverso y a un desafío de la temporalidad cronológica. Así, la fusión de arte y vida, la crítica de la institución del arte, el mito del grupo de artistas, el gusto por la pieza y el fragmento, el ardor de la tecnología, la celebración del instante y el rechazo de la tradición, es decir, las conocidas divisas enarboladas por la vanguardia histórica principalmente europea, resurgen en nuestras días para ser re-formuladas, re-construidas o re-experimentadas desde una paradó-jica novedad con historia, una intensa segunda vida que, a falta de mejor término, llamamos —otra vez— vanguardia. A la vez que observamos estas realidades inmediatas en nuestro contexto de interés, un movimiento retrospectivo nos lleva a interrogarnos por sus orígenes, a cuestionar las imágenes heredadas y a postular nuevas visiones de las vanguardias del siglo XX. Es de este impulso bifronte que nacen los textos aquí recogidos, cuyo objetivo es, en primer lugar, investigar la huella de la vanguardia en la literatura —sobre todo, la narrativa— latinoamericana del presente; y, como infaltable complemento, recalibrar ciertas ideas recibidas en torno a la noción clásica de “vanguardia” para retornar, desde una visión fresca, a textos y figuras de periodos anteriores.
Discutir el regreso de las vanguardias evoca, naturalmente, la conocida disputa entre aquellas voces que, en particular desde la teoría del arte, pregonaron su muerte o su vitalidad.3 El portavoz más férreo de la muerte, nombre que desfila por más de un ensayo de este libro, es Peter Bürger, quien en su estudio Teoría de la vanguardia declaró el agotamiento del impulso vanguardista europeo de los años veinte y treinta, y su domesticación institucional a manos de las mal llamadas “neovanguardias” —falsificaciones, según Bürger— norteamericanas del periodo post-1945. Una antítesis puede hallarse en el libro El retorno de lo real de Hal Foster, quien veinte años después de Burger propuso rescatar la estética vanguardista de su anquilosado marco temporal para, primero, subrayar el potencial revolucionario de los artistas denigrados por Bürger, y, segundo, replantear el camino vanguardista en sí como una opción atemporal. Por esta vía discurren en la actualidad varios de los esfuerzos críticos impulsados desde Latinoamérica, que ha venido perdiendo su condición geopolítica marginal, su situación de testigo, para asumir recientemente —y gracias al giro cosmopolita de los estudios latinoamericanos— una agencia mayor en el ámbito mundial, la que supone una afirmación del ímpetu vanguardista del continente.4
En este cauce se enmarcan estudios seminales como el libro Las vueltas de César Aira de Sandra Contreras, en el que la figura tutelar del narrador argentino César Aira, analizado aquí “como si fuera un vanguardista en los orígenes de la vanguardia” (15), abre la posibilidad de tender puentes entre espacios y momentos distantes. Esta es la veta seguida por Julio Premat, quien en un artículo de 2013 sostiene la posibilidad de un “retorno de lo nuevo”, fórmula que se despega de nociones como “evolución” y “teleología” para postular una suerte de tiempo elástico que se supedita al conjuro de cada proyecto artístico. Un tiempo eterno que sobreviene sin permiso, si hacemos caso al narrador de Margarita (un recuerdo) de Aira, novela en la que se describe la fascinación de un adolescente por una joven —su Nadja de Coronel Pringles— como una salida de la temporalidad cotidiana que debe parecerse mucho a la situación vanguardista:
Me había instalado en una eternidad personal en la que sólo había horas, no días, horas que me elevaban a sus planos de luz y de sombra, medianoches radiantes y mediodías poblados con el canto de un solo pájaro. No había tiempo, pero a la vez sí lo había, y daba lo mismo una cosa que otra. Que el tiempo se detuviera pasando, y pasara detenido, si bien alguna vez tendría que reconocer que era lo normal, todavía no me entraba en la cabeza, o me entraba de modo provisorio… (2013: 95-96).
A estudios recientes como el de Premat parece subyacer la idea de que la vanguardia, esa “medianoche radiante”, no es una escuela delimitada por marcos temporales. Por el contrario, el vanguardismo representa una sensibilidad que facilita una comunicación directa entre artistas y proyectos concretos, que se da por afinidad y sintonía. Existe, de acuerdo a lo anterior, un núcleo común en las múltiples encarnaciones de la “vanguardia”, más allá de grupos y manifiestos divergentes; una especie de magma sin edad que, si bien manifestó en la Europa de entreguerras una eclosión, conserva todavía su capacidad para nutrir nuevas obras. Dicho concepto ocupa, precisamente, el centro de las reflexiones que dedica Contreras a las ficciones de Aira, las cuales efectúan una vuelta al surrealismo pero no, como hubiera querido la visión ortodoxa de Bürger, para reproducir un impulso crítico ni para procurar una fusión de arte y vida, sino para dejar fluir algo así como las fuentes primordiales del relato: una fuerza de invención perenne, la continuidad de una narración desbordada que se constata al nivel de cada novela, pero también alcanza al programa artístico y editorial de Aira.5 ¿Hasta qué punto podemos generalizar, para entender otros proyectos coetáneos, este escribir como si se fuese un vanguardista de la primera hora? ¿No es la nostalgia parte constitutiva de un tal acercamiento a las vanguardias, cuya voz, finalmente, nos llega de otro tiempo?
Para abordar estas preguntas, dividimos Un asombro renovado. Vanguardias contemporáneas en América Latina en dos partes complementarias, cada una de cinco ensayos: “Reconceptualizaciones”, dedicada a visitar figuras y conceptos del pasado, y “Actualizaciones”, consagrada a la actualidad del vanguardismo. Como lo anunciamos previamente, un libro sobre las vanguardias contemporáneas está incompleto si no toma en cuenta que los experimentos del hoy transforman nuestro entendimiento del ayer: la vanguardista boliviana Hilda Mundy, el trabajo colectivo de los Grupos, los escritores argentinos Copi y Osvaldo Lamborghini, y el uruguayo Mario Levrero constituyen el objeto de esta mirada retrospectiva. Para empezar, el capítulo de Edmundo Paz Soldán retrata la imagen y presenta la obra de una periodista y poeta poco recordada: Laura Villanueva Rocabado (1912-1982), que escribió bajo el seudónimo de Mundy, es excepcional por varias razones, pero, particularmente, porque se trata de una entre muy pocas mujeres vanguardistas latinoamericanas que escribió, además, desde una nación sin una marcada tradición de vanguardia. Cuestionando el espíritu de grupo —casi siempre viril y homosocial— propio de esta sensibilidad artística, Mundy hizo su obra en soledad y optó, finalmente, por un silencio del que es necesario rescatarla.
El concepto de grupo sigue siendo, no obstante, central para una comprensión de las vanguardias que, lejos de ser literaria y estética, pase a ser política. Es por ello que el tropo grupal es recogido por Karen Benezra, cuyo trabajo es capital dentro de un volumen que busca, como buscamos aquí y como persiguen los mismos vanguardistas, trascender el espacio restringido de la literatura para ligar arte y sociedad en un proceso revolucionario. Benezra discute la obra de los Grupos, un conjunto de asociaciones de artistas visuales mexicanos de fines de los años sesenta y principios de los ochenta que capturan, para volver a los aportes de Unruh, el sentido de “activismo” propio del arte de vanguardia. Evadiendo los mecanismos estatales y mercan-tiles, los Grupos proponen la colectivización como acción vanguardista, pero no como espacio utópico de fusión arte-vida (la clásica tesis de Bürger), sino como sitio de reflexión sobre el trabajo cooperativo en el marco de la hegemonía capitalista. Leídos en dupla, los trabajos de Paz Soldán y Benezra nos permiten reflexionar sobre la paradoja de la individualidad vs. la colectividad, dos caras de una misma moneda que se necesitan la una a la otra para hacer posible un arte nuevo.
A continuación, César Barros explora la noción de lo “involuntario” en la obra del uruguayo Mario Levrero, frecuentemente ligado al surrealismo. En su lectura de la llamada trilogía involuntaria —La ciudad, París y El lugar—, Barros se detiene en el caso de unos sujetos narrativos que, si bien controlan el lenguaje que emplean, carecen de toda posibilidad de dominar el entorno por el que circulan. Significativamente, Barros propone un paralelo entre los sujetos narrativos de la trilogía y la ética escritural de Levrero, autor que nos brinda unas narraciones sin brújula que se resisten, gracias a su indeterminación, a la cooptación por parte del espacio-tiempo burgués. La contribución de Barros a esta primera sección del libro es doble: por un lado, se consagra a una figura insoslayable del vanguardismo narrativo como Levrero, quien, a pesar de ser objeto de un número de estudios recientes, merece —en nuestro juicio— una atención mayor. Además, Barros le restituye al vanguardismo su lado político, su capacidad para luchar contra los sistemas hegemónicos desde la postulación de una forma narrativa que cuestiona toda ley.
Por su parte, Daniel Link estudia la experimentación lingüística del argentino Copi, seudónimo de Raúl Damonte, desde un contrapunto entre la estética vanguardista y el neobarroco latinoamericano. Al leer la lúdica y meticulosa acumulación descriptiva que caracteriza no solo la producción narrativa de Copi, sino también sus piezas teatrales —y específicamente, El homosexual o la dificultad de expresarse—, Link indaga en la posibilidad misma de pensar a Copi como vanguardista, hábito que se asume como una verdad incuestionable. Al mismo tiempo, señala que la desbordante fuerza creativa del autor ha conducido a su frecuente asociación con una figura tan netamente (neo) vanguardista como Aira, cuya admiración por Copi está bien documentada. ¿Por qué se suele considerar vanguardista a Copi y qué nos dice ello acerca de nuestra definición de vanguardia?
En su ensayo, que discurre también por cauces terminológicos y lingüísticos, Martín Arias vuelve a confrontar el problema de la definición y concluye que, cuando hablamos de vanguardia, hablamos de la creación de un lenguaje prohibido, siguiendo la tesis de Jorge Schwartz. Arias analiza la invención de una lengua imaginaria en la novela Tadeys del argentino Osvaldo Lamborghini, “escritor del mal” conocido por jugar con las palabras y tensar al máximo la piel de los significantes. En su examen de esas criaturas llamadas tadeys, este capítulo subraya que la mayor transgresión del monje Maker Say-Vomir es su proyecto de traducir la Biblia a la lengua de los tadeys, lo que la convierte en un texto obsceno que traiciona por completo su sentido original. La novela de Lamborghini pone de relieve que la perversión vanguardista implica, precisamente, suplantar la misma lengua con la que nombramos, condenamos o celebramos la praxis artística.
Los ensayos que componen la segunda parte del volumen, “Actualizaciones”, examinan casos particulares de los autores que hoy en día encauzan el rumbo de la estética neovanguardista. Así, Ángeles Donoso Macaya comenta, a través de la teoría de los afectos, una puesta al día de la vanguardia en la narrativa de Diamela Eltit. Donoso Macaya pone en primer plano la fuerza o potencia —partiendo de las teorías de Deleuze y Spinoza— del cuerpo individual y de la comunión entre ciertos cuerpos que, en alianza unos con otros, alientan un proyecto revolucionario. Los lazos con los ensayos de Paz Soldán y Benezra son evidentes: el individuo y el grupo constituyen el hilo conductor de estas estéticas. Centrándose en Eltit, Donoso Macaya reconsidera el presunto fracaso de las vanguardias históricas para plantearlo como una utopía corporal potencialmente realizable y como una confabulación permanente que aún no ha visto sus mejores días.
La temporalidad es también una preocupación presente en el capítulo que Julio Premat dedica al análisis de El Gran Vidrio de Mario Bellatin, quien es sin duda uno de los exponentes más reconocidos y visibles de la escritura vanguardista latinoamericana. En los tres relatos autobiográficos apócrifos que forman la novela de Bellatin, Premat descubre la presencia de un “yo” que, sirviendo de plaque tournante, actúa como una confluencia de tiempos y potencialidades. Premat sostiene que la fragmentación narrativa, característica común de la narrativa vanguardista, es producto de la presencia de un “yo” escindido en torno al cual se desencadena una reflexión constante acerca de los límites de la coherencia. El ensayo exhibe cómo la acumulación de procedimientos narrativos genera una multiplicación de sujetos en el texto, lo que emparienta la obra del escritor mexicano-peruano con la de Levrero, autor tratado por Barros en la primera sección.
En su aporte al volumen, Julio Prieto investiga la reactivación de tropos vanguardistas en la obra del cubano Lorenzo García Vega, quizá menos difundido que autores como Eltit o Bellatin. Prieto está particularmente interesado en examinar el mecanismo paradojal por medio del cual un autor vanguardista puede ser, en simultáneo, anticuado. De manera similar a la de Aira, García Vega activa un impulso artístico que se conecta con un vanguardismo histórico, siempre con plena conciencia del supuesto anacronismo de su práctica. A pesar de lo obsoleta que parece resultar la escritura de García Vega, Prieto demuestra que en ella anida la voluntad de anular toda temporalidad, lo cual se consigue insertando, en medio del capitalismo tardío estadounidense, los mismos tropos (atemporales) que caracterizaron a la vanguardia histórica y a la neovanguardia sesentista.
Enseguida, Carlos Villacorta pone en relación el terrorismo global y la vanguardia artística en su revisión de una novela experimental, de contenido altamente visual, como es 80M84RD3R0, del peruano César Gutiérrez. En ella, el narrador circula por el globo mientras escucha a David Bowie y presencia eventos como el atentado a las Torres Gemelas en Nueva York. Por medio del estudio de una obra que puede resultar poco conocida, Villacorta abre un camino innovador para considerar el uso de las técnicas gráficas en la novela contemporánea y, además, para explorar los modos en que los textos literarios se atreven a plasmar las nuevas realidades de un mundo invadido por los medios de comunicación. Como es evidente, 80M84RD3R0 establece una conexión con las vanguardias históricas, que dialogaron también con los avances tecnológicos de su época.
En el ensayo final de la sección, los autores de esta introducción y compiladores del libro ofrecemos una lectura comparativa de la obra narrativa de César Aira y Roberto Bolaño, centrándonos en diversas novelas. La comparación Aira/Bolaño quiere postularse como un cierre para el conjunto de los trabajos aquí incluidos. Se trata de un examen basado en las premisas del debate vanguardista, aporte que resulta —hasta donde llega nuestro conocimiento—novedoso en tanto que ataca frontalmente el dilema encarnado por Bürger y Foster, y propone una respuesta. En primer lugar, identificamos en Bolaño al paladín de la nostalgia vanguardista, un sujeto trágico que, reconociendo la calidad espectral del neovanguardismo, se lanza en un intento condenado de antemano que tal vez resulte, en virtud de su mismo fracaso, tanto más valioso y significativo. En Aira encontramos, por el contrario, la negación del tiempo histórico y la afirmación vitalista del presente como tiempo real de las vanguardias, lo que le da a su escritura un carácter único. La escritura atemporal de Aira instaría a una activación —y no una re-activación— de la estética vanguardista, entendida como una fuerza creativa que excede los patrones establecidos del orden narrativo, ocasionando así una “huida hacia adelante” en las palabras del autor.
Por último, la estudiosa Vicky Unruh brinda un comentario general sobre el libro y la problemática de la vanguardia. Incide Unruh en la articulación entre vanguardia histórica y neovanguardias, y discute el lugar de la vanguardia en los estudios latinoamericanos. En términos generales, como sostiene la misma Unruh, los ensayos que aquí compartimos con el lector pretenden responder a una serie de interrogantes: ¿cuál es el rol de la vanguardia en el siglo XXI? ¿Cómo entendemos las vanguardias del pasado y cómo las reescribimos desde la contemporaneidad? A través de estas preguntas, lo que procuramos con Un asombro renovado. Vanguardias contemporáneas en América Latina es arrojar una mirada actual sobre ciertas escrituras de vanguardia, tanto canónicas como marginales, surgidas en América Latina a lo largo del siglo pasado, y, conjuntamente, reflexionar sobre las operaciones de reconceptualización y actualización que un número importante de creadores de finales de siglo XX y principios del XXI viene efectuando con dichas escrituras, cuya seducción se mantiene intacta.
OBRAS CITADAS
AIRA, César. “La escritura nueva”. Boletín del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria 8 (2000): 165-170.
— Margarita (un recuerdo). Buenos Aires: Mansalva, 2013.
BOLAÑO, Roberto. Los detectives salvajes. Barcelona: Anagrama, 2005.
BÜRGER, Peter. Teoría de la vanguardia. Trad. Tomás Bartoletti. Buenos Aires: Las Cuarenta, 2010.
CASTAÑEDA, Luis Hernán. Comunidades efímeras:Grupos de vanguardia y neovanguardia en la novela hispanoamericana del siglo XX. New York: Peter Lang, 2015.
— “Roberto Arlt/Roberto Bolaño: violencia y vanguardia en el Cono Sur”. Cuadernos de Literatura 29.39 (2016): 312-337.
CONTRERAS, Sandra. Las vueltas de César Aira. Rosario: Beatriz Viterbo Editora, 2002.
FOSTER, Hal. El retorno de lo real. La vanguardia a finales de siglo. Trad. Alfredo Brotons Muñoz. Madrid: Akal, 2001.
GONZÁLEZ, Carina. Fuera del canon: escrituras excéntricas de América Latina. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2014.
HOYOS, Héctor. Beyond Bolaño. The Global Latin American Novel. New York: Columbia UP, 2015.
MILLER, Karina. Escrituras Impolíticas. Anti-representaciones de la comunidad en Juan Rodolfo Wilcock, Osvaldo Lamborghini y Virgilio Piñera. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, 2014.
PREMAT, Julio. “Los relatos de la vanguardia o el retorno de lo nuevo”. Cuadernos de Literatura 17.34 (2013): 47-64.
ROSENBERG, Fernando J. The Avant-Garde and Geopolitics in Latin America. Pittsburgh: U of Pittsburgh P, 2006.
SCHWARTZ, Jorge. Las vanguardias latinoamericanas: Textos programáticos y críticos. México: Fondo de Cultura Económica, 2002.
SISKIND, Mariano. Cosmopolitan Desires. Global Modernity and World Literature in Latin America. Evanston: Northwestern UP, 2014.
UNRUH, Vicky. Latin American Vanguards. The Art of Contentious Encounters. Berkeley: U of California P, 1994.
1 Para nombrar tan solo un ejemplo del creciente interés en el (re)descubrimiento de las vanguardias, específicamente en América Latina, se puede mencionar el impresionante compendio de Jorge Schwartz en Las vanguardias Latinoamericanas. Textos programáticos y críticos. Asimismo, la proliferante bibliografía acerca de autores “excéntricos” o incluso “raros” se ve en la reciente publicación de volúmenes como Escrituras impolíticas. Anti-representaciones de la comunidad en Juan Rodolfo Wilcock, Osvaldo Lamborghini y Virgilio Piñera de Karina Miller o Fuera del canon: escrituras excéntricas de América Latina, editado por Cristina González.
2 La clásica monografía de Vicky Unruh amplía la idea del vanguardismo latinoamericano para darle una dimensión política y, saliendo de la página impresa, una vocación activista; considerado bajo estos parámetros, hoy también sería posible “hacer” vanguardia.
3 Para un recorrido de la disputa Bürger/Foster, y mayores precisiones sobre el debate en torno a la vitalidad de las vanguardias, consultar la introducción de Comunidades efímeras de Castañeda (Comunidades).
4 Para una reconsideración del lugar de Latinoamérica —tradicionalmente asumido como periférico— en el mapa geopolítico de las vanguardias históricas, consultar Rosenberg. Respecto del cosmopolitismo de la literatura latinoamericana y el diálogo entre latinoamericanismo y literatura mundial, véanse los estudios de Siskind y Hoyos.
5 Véase, en Contreras, la introducción a Las vueltas de César Aira, que presenta la noción de “procedimiento” —comentada por el mismo Aira en su ensayo La nueva escritura como la herramienta básica del arte vanguardista— o enfoque en el proceso de invención como centro de las ficciones vanguardistas de Aira.
RECONCEPTUALIZACIONES
HILDA MUNDY Y LA “DISLOCADURA DE LA LÓGICA”
EDMUNDO PAZ SOLDÁN
(CORNELL UNIVERSITY)
Cuando hablamos de vanguardias literarias tendemos a imaginarnos a un grupo de escritores planeando manifiestos, participando en happenings, editando libros conjuntos. De hecho, se llega a esencializar la vanguardia como un movimiento netamente colectivo: es decir, sin grupo no hay movimiento vanguardista. Esto va a contrapelo de la experiencia latinoamericana: en muchos países del continente no todo fue tan colectivo. Ese es el caso de Bolivia, que tuvo escritores vanguardistas como Hilda Mundy (1912-1982), autora de Pirotecnia (1936) (de hecho, una de las pocas mujeres vanguardistas en el continente), pero no necesariamente un movimiento vanguardista.1 Hubo, además de Mundy, autores experimentales como Roberto Leitón con su novela Aguafuertes (1928), David Villazón con Rodolfo el descreído (1939), y Arturo Borda, cuya novela El Loco fue publicada recién en la década del sesenta; también vivía en Bolivia el peruano Gamaliel Churata, autor de El pez de oro (1955), quien tenía un diálogo activo con autores como Carlos Medinacelli y con quien incluso publicó durante muchos años la revista Gesta Bárbara (1928-1936).
En la década del treinta, cuando Mundy estaba en la plenitud de su actividad como periodista y escritora, la poesía boliviana todavía estaba atada a las formas del modernismo, ya superadas en el resto del continente —César Vallejo, Vicente Huidobro, Oliverio Girondo y otros poetas vanguardistas ya habían llevado a cabo su revolución—; hubo que esperar hasta fines de los cincuenta y principios de los sesenta para que ocurriera la renovación en Bolivia. El mérito de la poeta nacida en Oruro es por ello más importante, aunque quizá eso haya conducido a su obra a un largo olvido. Paradójicamente, ella no era tan desconocida en su época como el mito alentaba a creer: un libro como Pirotecnia fue discutido y reseñado por los principales críticos del país. Hay artículos de prensa de 1937 que la describen como “novedosa y originalísima” (Zavala 21), incluso fuera de Bolivia, como en una reseña de la revista norteamericana Books Abroad que concluye condescendientemente: “Valió la pena gastar 12 centavos para descubrir que el modernism ha llegado a las letras bolivianas” (Zavala 21). Sin embargo, hubo en los críticos dos respuestas típicas: algunos reconocían la calidad de su obra, pero la minimizaban, sugiriendo que ella era sobre todo una escritora humorística —lo cual se entendía como “escritora menor”—; otros la leían mal y no entendían su proyecto, quizá porque lo que hacía Mundy era muy de avanzada para lo que se llevaba en el país, o, como ha sugerido la poeta y crítica Emma Villazón en su artículo “Hilda Mundy y Carlos Medinacelli: dos escritores en conflicto. A propósito de ‘vanguardia’ y ‘nación’ en Bolivia” 2, no entraba en los cánones aceptados del discurso literario de la época en Bolivia, fuertemente anclado en conectar la representación narrativa o poética con la búsqueda de las esencias de la nación andina; en palabras de Carlos Medinacelli en una carta al poeta Enrique Viaña: “Nilda [sic] Mundy ha publicado un libro, Pirotecnia. No llega a la pirotecnia, es apenas una vela de sebo que enciende beatamente a todos los prejuicios literarios burgueses. El mejor verbo que conjugamos en Bolivia: Yo sirvo. Tú sirves, Él sirve. Nosotros servimos. El que nos sirve es el gobierno” (Villazón 229). La muestra de que lo que hacía Mundy era incomprendido está en ese párrafo: el crítico más certero del país la desdeñaba porque su obra afirmaba los valores burgueses, cuando, más bien, lo que hacía la escritora orureña era ejercer su sátira “rotundamente contra el patriarcado, discurso social que actúa como sostén de la burguesía” (Villazón 230).
LITERATURA Y CRÍTICA DURANTE LA GUERRA DEL CHACO
Hilda Mundy (seudónimo de Laura Villanueva Rocabado), solo publicó un libro en vida, Pirotecnia (1936), subtitulado “Ensayo miedoso de literatura ultraísta”; una nueva edición de La Mariposa Mundial en el 2004 rescató el libro y produjo una avalancha de lecturas críticas que concluyó con su rápida canonización, como lo muestra su incorporación en el 2016 a la Biblioteca del Bicentenario, como parte de la Obra reunida de Hilda Mundy.
Mundy fue muy activa en la prensa de ese período turbulento en que publicó Pirotecnia —eran los años de la guerra del Chaco (1932-1935) contra Paraguay—; llegó a dirigir revistas y tener hasta ocho seudónimos, con los que publicaba una enorme cantidad de columnas en diversos periódicos y revistas.3 Ella era consciente de que sus búsquedas iban a contracorriente de la época, al menos en Bolivia: en una carta dirigida a un colega periodista que alguna vez satirizó su estilo de escritura en la prensa, ella escribe en 1934: “En el gusto vamos en Sentido divergente. Mientras Ud. Prefiere la suavidad del camarote, la belleza sin complicaciones de los demás compartimientos, yo me he propuesto visitar el reino oscuro de las maquinarias” (Bambolla 170).4
¿Y cuál era ese “reino oscuro de las maquinarias”? Aquí “maquinaria” tiene más de un sentido: alude a su descubrimiento fascinado de la vanguardia, y en especial del futurismo, ese movimiento obsesionado por el progreso tecnológico, llamado por ella “escuela apocalíptica casi por dislocadura de la Lógica, degolladora de las palabras y arrasadora de LO ANTIGUO” (Bambolla 60). Alude también a su deseo de explorar conscientemente, por dentro, el lenguaje —esa maquinaria— que está usando para la escritura:
Mi espíritu amputado de lirismo se encoje al leer: “un claro de luna hacía soñar a los pájaros dormidos en los árboles y sollozar de éxtasis los juegos de agua en sus brazos de mármol” y se agranda, se agranda magistralmente al cantar el dinamismo de “tango y jazz: la América del Sur y la América del Norte: enlazadas por la cintura. Como lo que son: una pareja de baile sobre el tablado oceánico”. (Bambolla 170).5
Son muchos los momentos en Pirotecnia en los que la escritura indaga en el lenguaje. En cuanto a los grafismos, está su fascinación por el trabajo de la escritura a través de la máquina de escribir: “nada mejor que acostumbrarse al uso desmedido de puntos suspensivos. En ellos coexisten maravillosamente la gracia de vivir y la sutileza […]. Uno va colocando pródigamente los munditos en la máquina y el artículo y el corazón se van riendo de tanto atisbo picaresco e irónico” (104-105); y está su obsesión irónica con con el “peso” del lenguaje: demasiada retórica en la escritura, “demasiadas claúsulas largas vaciadas en plomo” (33) producen ahogo y nos hunden, pues “solo en política es justificable la generosidad de la palabrería” (34), mientras que un estilo de frases cortas “nos conserva a flote”.6
En su estudio de la maquinaria de la escritura, Hilda Mundy anuncia explícitamente qué era lo que hacía: el mismo subtítulo de Pirotecnia menciona que se trata de un “ensayo miedoso de literatura ultraísta”. Un texto de Pirotecnia, el XXVIII, comienza describiendo que se está “con fiebre de urdir similitudes caligramáticas” (63), y luego el texto muestra precisamente esa fiebre a través de seis de esas similitudes. En su carta de presentación a su columna en el periódico La Mañana (14 de octubre 1934), en la que su seudónimo es Brandy Cocktail, menciona que lo suyo es un “capricho futurista”, en el que la supuesta ligereza de los temas debe ir con una forma “burbujeante y emborrachadora”, en oposición a la retórica pesada de los “artículos sesudos y profundos” (Bambolla 155-156).
A la manera de Huidobro, Oquendo de Amat y otros vanguardistas latinoamericanos, también opta por trabajar la materialidad de la escritura, usando a veces las mayúsculas y otras las cursivas, y siempre está pendiente de recursos como los puntos suspensivos, que terminan convirtiéndose en una metáfora del tipo de escritura ligera que ella preconiza a través de sus frases cortas, en oposición a una escritura pesada, retórica, que debería superarse.7
Se insiste en las referencias al instrumento tecnológico de escritura: “Estoy presente frente a mi Royal, nuevecita y ligera como una chiquilla de quince años”, escribe en su columna del 7 de junio de 1935 (Bambolla 192). Esa materialidad es capaz de influir en el habla: “Aun al hablar he adoptado módulos de voz que imaginariamente representan puntos suspensivos etc. Y no niego que han tenido y tienen efecto. Ahora ya sabéis por qué marcho al compás de estos puntitos: tacc… tac… tacc… en la máquina de escribir” (Bambolla 193). Como sugería Nietzsche, el instrumento de escritura se internaliza y trabaja en la subjetividad y moldea el comportamiento de quienes lo usan (Kittler 203).
Hilda Mundy también se aventura a analizar su propia obra a partir del uso que un escritor hace del lenguaje y la influencia de otros: “somos algo así como ‘ropevejeros’ de los demás, que utilizamos íntegramente —como usurpadores vulgares— sus palabras, sus frases, sus cláusulas de uso que recogimos al leer, con cierta modalidad idiomática propia…” (Pirotecnia 64). Esa conciencia de la escritura se cuela en la forma en que Hilda Mundy está consciente de cómo el lenguaje nos dice algo de los cambios sociales: “Ya murió la época en que a una mujer se la comparaba metafóricamente a una sirena… una estrella… o una flor…” (Pirotecnia 56). Todo eso apunta a algo fundamental en la vanguardia: los experimentos con la prosa en autores como Mundy, Huidobro u Oquendo de Amat, los juegos tipográficos, no eran gratuitos, un simple regodeo con la materialidad de la escritura a su disposición (la máquina de escribir, el diseño de la página); si bien había en estos autores un espíritu lúdico, ellos también buscaban indagar en el espíritu de la época a través de la forma en que asumían que el lenguaje de generaciones precedentes estaba agotado y necesitaba renovarse para expresar tanto la crisis del sujeto como las transformaciones sociales que se llevaban a cabo en el continente.
Esa época que moría era una de cambios dramáticos en Bolivia: la derrota de la guerra del Chaco produciría el surgimiento de los movimientos políticos que llevarían a la revolución de 1952, que, con medidas como la nacionalización de las minas, el derecho a voto de las mujeres y los indígenas, y la reforma agraria, sentaría las bases del país moderno hasta 1985. Esos años inestables permitieron la consolidación de voces críticas a esa democracia oligárquica y patriarcal convertida en modelo hegemónico nacional desde la derrota en la guerra del Pacífico contra Chile (1879). En ese contexto, es notable la lucidez de Hilda Mundy, que, con apenas veintiún años, se atrevía a criticar burlonamente los estamentos sagrados del país: los militares a cargo de la guerra, los políticos conservadores, las instituciones alineadas a la patriarquía. Es cierto, ella reconocía que había sido parte de esa colectividad que había apoyado la guerra por “atavismo de crimen y escozor de valentía” (Bambolla 202); no solo eso, como buena futurista, veía en la guerra algo positivo, el elemento necesario para la destrucción de una forma de entender las cosas y la renovación del país, llegando a predecir en 1934 que de los hombres que participaron en la guerra nacería el nuevo espíritu revolucionario: “La facultad creadora de todos ellos revivirá en una corriente intelectual nueva: savia virgen que nos ofrendará la eclosión de sus brotes fecundos… Nacida al contacto del fuego la literatura será recia, como el espectáculo de mil fuerzas desencadenadas en ímpetu magnífico” (Bambolla 166). Esa predicción no fue incorrecta: la generación que volvería de la guerra fundaría partidos políticos como el MNR, que haría la revolución en 1952 y quebraría definitivamente el modelo hegemónico oligárquico.
La derrota en el Chaco llevaría a Mundy a la amargura crítica. Ella terminaría llamando a los militares a cargo de la guerra “reyes chicos, criminales de esta Patria desgraciada y gemebunda, felices en su glotonería y vicio” (Bambolla 143), para luego sugerir con acidez en la revista —una hoja semanal, más bien— Dum Dum, que era hora de fundar “hornos especiales de cremación de los organismos actuales: económico, político, social, jurídico e institucional” (Bambolla 233). Apenas firmada la paz con Paraguay en junio de 1935, describiría satíricamente el Chaco como “un magnífico y manso Edén… [donde] se irá a veranear allí de un modo chic. Será el punto de reunión de la élite social boliviancence. El lugar escogido por los novios para sorber la luna de miel […] Seremos FELICES, inmensamente FELICES en el Chaco” (Bambolla 199). Fueron estas críticas las que impulsaron al gobierno militar de Tejada Sorzano (1934-1936) a cerrar Dum Dum, que Mundy dirigía, y obligaron a la poeta a salir de Oruro e irse a vivir a La Paz (Bambolla 232), contribuyendo a su silencio posterior, pues si bien poco después publicó Pirotecnia, su actividad periodística disminuyó notablemente.8
El gesto vanguardista de Mundy en la década del treinta no consistía solo en una renovación formal de las letras bolivianas; apuntaba también a un insistente programa de transformación social e histórica en el país. Ella defendía la nueva concepción del artista como un ser de avanzada que permitía el cambio revolucionario, y del arte como inherentemente imbricado a la sociedad. Ser periodista, ser escritor, consistía en ayudar a la transformación de la sensibilidad nacional a través de la participación activa en la limitada esfera pública, escribiendo artículos, creando revistas, publicando manifiestos, etc. Ahora bien, no era nuevo el rol que se atribuía al escritor de remover las conciencias y denunciar situaciones que debían ser cambiadas: de hecho, en los años diez y veinte, escritores indigenistas como Alcides Arguedas eran los herederos del letrado decimonónico, intelectuales que participaban en política y que en sus libros señalaban las lacras a ser superadas (en este caso, el maltrato al indígena). También estaban escritores como Medinacelli, que veían en el indígena un crisol de la nacionalidad. Tanto en la crítica de Arguedas como en Medinacelli, sin embargo, a diferencia de la de Mundy, se dejaban intactos los elementos centrales del patriarcado; tampoco se renovaban los elementos formales de la escritura.9
El lugar privilegiado del artista como renovador crítico de las costumbres, caro a Mundy, se estrelló contra un establishment que no entendía las críticas e incluso las veía como antipatrióticas en un momento histórico tan delicado como el de la guerra y la posguerra del Chaco. Para fines de la década de los treinta, Hilda Mundy se había replegado de la esfera pública y dedicado a la vida doméstica; sus participaciones en periódicos fueron cada vez más escasas. Un libro como Pirotecnia no pudo, así, intervenir activamente en la transformación de la sensibilidad nacional; sus columnas periodísticas, dada la naturaleza efímera del medio, también pasaron a vivir en la posteridad mustia de los archivos. Solo en los años ochenta se inició la rehabilitación de la escritora, a través de Cosas de fondo (1989), un libro que recopilaba una selección de su obra periodística.10
LA MUJER MÁQUINA
En un artículo publicado en la prestigiosa Revista de Bolivia en 1937, Hilda Mundy escribe lo que podría entenderse como una suerte de manifiesto del porqué de su “adhesión” al futurismo —más específicamente, al “espíritu demoledor de Marinetti” (Bambolla 281)—:
Me identifico íntegra con esta escuela hecha para demoler todo lo “pasado” y erigir sobre sus ruinas un algo nuevo. Aun más: me seduce como un íncubo bello y atractivo […]. Nueva técnica. Nuevas imágenes. Nuevo espíritu creador. Vivamos nuestro presente absoluto. Seamos antitradicionales, anticlásicos en todo su contenido integral […] los dogmas, las reglas, los preceptos no son más que estuches arqueológicos muy molestos para la sensibilidad moderna […]. Siquiera por travesura seamos futuristas. Deformemos las líneas del prisma gramatical. Pongamos de cabeza el enfoque de la realidad (Bambolla 282-83).
Ese intento de “poner de cabeza el enfoque de la realidad” llevó a Mundy a imaginar incluso una nueva forma de concebir el mundo y el ser humano, impactada por su fascinación futurista en el lugar de la máquina y la tecnología en la nueva sociedad. Hay en ella un protoposhumanismo que se emparenta con autores como los argentinos Eduardo Ladislao Holmberg o Adolfo Bioy Casares que, desde fines del siglo XIX, y sobre todo en el campo de la ciencia ficción y la literatura fantástica, están redefiniendo en el continente la idea de una subjetividad “normal” y buscan trabajar el encuentro complejo entre el ser humano y la máquina.11 Ella, sin embargo, es aun más de avanzada; su concepción del sujeto solo encuentra eco en trabajos que están apareciendo en las últimas décadas.
Así, para Hilda Mundy, en su artículo “Absurdo maquinístico” (1937), la electricidad era el gran principio de la Creación: el universo podía ser “una gran Central Eléctrica” y Dios un “Genial Mecánico Electricista” (Bambolla 285). A partir de ese rol fundamental de la electricidad —una mirada más acorde a los cambios en la concepción del mundo producidos por los descubrimientos de la biología y la física de los años veinte—, Hilda Mundy era capaz de proyectar al ser humano de una manera radicalmente nueva, como un cyborg: “Nosotros somos unos lindos muñecos eléctricos […] Cada una de las células proteicas de nuestro cerebro es un dínamo… Cada ser humano genera corrientes eléctricas […] Cuando pego un puñetazo produzco un corto circuito en mi contricante comunicándole mi corriente alterna y continua en un bellísimo ojo en compota…” (Bambolla 286).
Esa concepción se radicaliza y personaliza en una autoidentificación con la máquina como forma de integrarse a su tiempo y romper la división máquina/hombre: “Por no preterizarme en estos tiempos modernos quiero maquinizarme […]. Iré a la Compañía General de Tranvías y allí me haré colocar a la cabeza un trolley especialísimo que me haga correr cosquilleando los cables eléctricos […]. Seré la mujer vehículo novísimo y admirable… Me llevaré a mí misma” (Bambolla 286).
Esta fantasía de Hilda Mundy como la mujer máquina es una de las concepciones más radicalmente avanzadas del ser humano que ha podido concebir la vanguardia latinoamericana. A partir de la obra de Eduardo Ladislao Holmberg en la segunda mitad del siglo XIX la ciencia ficción del continente había sido capaz de imaginar robots: en un cuento como “Horacio Kalibang o los autómatas” (1879), los autómatas eran la proyección siniestra del individuo por su capacidad de engañarnos, de hacernos creer que eran seres humanos, pese a su incapacidad de tomar decisiones éticas. Es de 1940 La invención de Morel, en la que Adolfo Bioy Casares plantea la posibilidad de la existencia de seres de celuloide, proyecciones de individuos —hologramas— también capaces de engañar nuestra capacidad de percepción por su verosimilitud y realismo.
Los casos de Holmberg y Bioy Casares demuestran que circulaba en la ficción latinoamericana un imaginario en el que la tecnología ayudaba a concebir diferentes réplicas del ser humano. Los autómatas de Holmberg y el “holograma” de Bioy Casares son creaciones tecnológicas separadas del ser humano; la invención de Hilda Mundy acorta esas distancias, crea un híbrido humano/máquina. Lo que es radicalmente nuevo en ella es que esa tecnología se vuelca hacia el interior del ser humano para reconceptualizarlo (somos máquinas eléctricas, nuestras pulsaciones “equivalen a unas cincuenta y ocho millonésimas de voltio”) (Bambolla 286) y para crear un nuevo individuo fundido con la máquina. Esa reconceptualización audaz de Mundy está más vigente que nunca, pues hoy se habla de la forma en que la nueva tecnología “wearable” —los chips que se implantan en el cuerpo, los lentes de contacto inteligentes— llevará en las próximas décadas a una nueva concepción del ser humano como un cyborg que no depende de los chips y las computadoras exteriores a él como suplementos para su mejor funcionamiento sino que él mismo ha subsumido a la máquina y es, también, máquina, chip y computadora.12
PIROTECNIA
Los sesenta poemas en prosa de Pirotecnia13PirotecniaPirotecniaPirotecnia