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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Elizabeth Bevarly

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Por una apuesta, n.º 1041 - enero 2019

Título original: Monahan’s Gamble

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1307-474-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

No había nada que Sean Monahan disfrutase más que un buen juego de póquer, a menos que fuera un juego de póquer con sus hermanos.

Sean era un jugador por naturaleza y un ganador nato.

Cuando jugaba no había nada que lo emocionase más que batir a su propia familia.

Así era Sean Monahan.

Él, dos de sus hermanos y dos amigos más llevaban una hora jugando al póquer y Sean iba ganando. Y lo mejor de todo era que estaba ganándole a su hermano mayor, Finn.

Sentado en el elegante salón del dúplex de Finn, fumando un buen puro, observaba el rostro de Cullen, uno de sus tres hermanos pequeños, para intentar adivinar si llevaba buenas cartas.

–¿Dónde está Will? –preguntó. Will Darrow era el mejor amigo de Finn y solía jugar con ellos al póquer.

Su hermano mayor sonrió de una forma que a Sean le pareció intrigante.

–Will está ocupado. Tiene muchas cosas en la cabeza últimamente.

Charlie Hofstetter, otro miembro del quinteto de póquer, levantó la mirada de las cartas.

–¿Qué le pasa? Ha estado muy raro esta semana.

Finn seguía sonriendo misteriosamente.

–Tiene asuntos que resolver.

–¿Y qué asuntos son esos? –preguntó Sean.

–Ya os enteraréis.

–Siempre te haces el listo, hermanito.

–Porque lo soy –replicó Finn.

Sean hubiera deseado llevarle la contraria, pero se lo pensó mejor. Finn era realmente muy listo, algo muy desagradable en un hermano mayor.

–Gordon tampoco ha venido esta noche. ¿Dónde está?

Cullen suspiró dramáticamente.

–Gordon tiene el corazón roto.

–Yo ni siquiera sabía que Gordon tuviera corazón –rio Sean–. ¿Y quién es la afortunada?

Cullen se quitó el puro de la boca.

–Autumn Pulaski.

–¿Autumn Pulaski? –repitió Ted Embry, el quinto miembro del grupo–. ¿Y por qué ha salido con ella? Todo el mundo sabe que Autumn nunca sale con un hombre durante más de un mes.

–Qué chica más rara –murmuró Charlie.

–Un espíritu libre –corrigió Finn–. Yo creo que una chica como ella es un espíritu libre.

–Una «tía buena» querrás decir –intervino Cullen.

Ninguno de los hombres discutió aquella afirmación.

–Es lógico que Gordon quisiera salir con ella, pero no debería haberse dejado llevar por el corazón. La única parte de su cuerpo en la que debería haber pensado es… –empezó a decir Ted.

–¿La visteis en la boda de Josh y Louisa? –lo interrumpió Charlie.

Todos la habían visto. Y Sean también. Estaba como para comérsela… y para otras cosas, ninguna de ellas decente. Autumn llevaba un vestido de gasa y cada vez que pasaba por delante de una ventana, todos los hombres se quedaban sin aliento.

Era como si no llevara nada en absoluto. Lo único malo de su atuendo era una enorme pamela que ocultaba su cara casi por completo.

Pero, aquel día, pocos hombres se habían fijado en la cara de Autumn.

Normalmente solían hacerlo porque, además de ser un «espíritu libre», Autumn Pulaski era una belleza. Tenía el pelo castaño rojizo y los rizos le caían hasta la mitad de la espalda. Sus ojos eran del color del whisky escocés e igualmente embriagadores. Tenía la piel dorada, una naricita preciosa y una boca…

Oh, su boca.

Sean podría escribir una poesía hablando de la boca de Autumn Pulaski.

–A Gordon se le pasará –dijo Charlie–. Al final, a todos los hombres que han salido con Autumn se les pasa.

–Pero sigo pensando que no debería haber salido con ella –intervino Ted–. Él está buscando una relación seria y todo el mundo sabe que Autumn no sale con ningún hombre más de un mes.

–¿Y por qué hace eso? –preguntó Cullen–. Nunca lo he entendido.

–No tengo ni idea. Pero desde que llegó a Marigold hace dos años, siempre ha hecho lo mismo. Es una norma suya –dijo Ted, echando dos cartas sobre la mesa–. Además, Gordon ha tenido suerte. Al menos, ha salido con ella durante cuatro semanas. Muchos ni siquiera llegan a un par de días. Es una chica muy rara.

–Un espíritu libre –volvió a corregir Finn.

–Bueno, sea lo que sea, yo no pienso salir con ella –anunció Cullen–. Ya tengo suficientes problemas con las mujeres y no me hace falta una que ponga el cronómetro en marcha cada vez que llamo a la puerta.

–No hay un solo hombre en Indiana que pueda salir con Autumn más de un mes –dijo Charlie.

Sean sacudió la cabeza.

–Yo podría hacerlo.

–¿Tú? –escuchó un coro de voces incrédulas.

–Sí, yo. ¿Por qué os parece tan increíble?

Los hombres se miraron en silencio.

–¿Por qué crees que Autumn rompería sus normas por ti?

Sean se encogió de hombros.

–Tengo mis métodos –contestó. Sus amigos soltaron una carcajada–. ¿Qué os hace tanta gracia, listos?

–Nada. Seguro que tienes tus métodos –rio Finn–. Pero no van a servirte de nada con Autumn.

–Las mujeres me adoran –protestó Sean.

–Autumn es diferente.

Al menos no había discutido que las mujeres lo adoraban, pensó Sean. Y era cierto, las mujeres lo adoraban.

–Autumn no es diferente. Las mujeres son todas iguales. Todas quieren lo mismo.

Cuatro pares de ojos masculinos se clavaron en él, en respetuoso silencio.

–¿Ah, sí? ¿Y qué es eso que todas las mujeres desean, querido y sabio hermano? –preguntó Finn, disimulando una sonrisa.

–Igualdad de salarios –dijo Cullen, antes de que Sean pudiera contestar.

–Un hombre que sepa cocinar –apuntó Ted.

–Un hombre que sepa cocinar y separe la ropa por colores –dijo Charlie.

Los cuatro hombres soltaron una carcajada.

–Reíros, reíros –dijo Sean–. Sois muy graciosos.

–De verdad, hermanito. ¿Qué es lo que quieren todas las mujeres? –preguntó Finn–. Estamos deseando saberlo.

–Una alianza –contestó Sean–. Todas las mujeres quieren casarse.

–Pues si que te has roto la cabeza –dijo Finn.

–Autumn Pulaski se inventó esa norma de no salir con nadie más de cuatro semanas para despertar interés.

–¿Y?

Los cuatro hombres esperaban una respuesta en silencio.

–Quiere hacerse la interesante –dijo Sean por fin–. Cree que, de ese modo, algún hombre se empeñará en salir con ella durante más tiempo. Y así, lo tendrá pillado.

–Pero muchos hombres en Marigold han querido salir con ella más tiempo y ella ha dicho que no –objetó Ted.

–Porque aún no ha conocido a su futuro marido. Esa es otra razón para que mantenga la norma. De ese modo, puede librarse de los tipos que no le interesan hasta que llegue el que está esperando.

–¿Y crees que tú eres el hombre que Autumn está esperando? –preguntó Charlie.

–Desde luego, soy más guapo que todos vosotros –contestó Sean.

–Sí, tú siempre has sido un figurín –rio su hermano mayor.

–Lo digo en serio. Es una cuestión de orgullo masculino y ella lo sabe. En cuanto encuentre al que quiera pillar, romperá su norma y el pobre, obnubilado por tamaño gesto de generosidad, acabará en el altar sin darse cuenta.

Cullen lo estudió, muy serio.

–¿Y qué te hace pensar que tú podrías salir con ella durante más de un mes sin acabar en el altar?

–Yo conozco a las mujeres y sé de qué van. Si yo saliera con Autumn, conseguiría de ella lo que quisiera.

–¿Lo crees de verdad? –preguntó Finn.

–Si hay un hombre en Marigold que pueda salir con Autumn Pulaski más de un mes, yo soy ese hombre –contestó Sean, muy convencido.

Finn se mordió los labios, pensativo. Y entonces, cuando Sean empezaba a pensar que acababa de meterse en un lío de consecuencias imprevisibles, su hermano mayor pronunció las fatales palabras que, durante treinta y tres años, habían sido para él como campanas de muerte.

–Demuéstralo, hermanito. Demuéstralo.

 

 

Autumn Pulaski estaba peleándose con un kilo de harina cuando escuchó la campanilla de la panadería. Normalmente, la tienda estaba cerrada a esa hora de la mañana, pero aquel día había olvidado cerrar con llave.

–¡Aún no está abierto! –gritó–. ¡Vuelva a las ocho!

Autumn esperaba oír la campanilla que indicaba que el cliente se había marchado, pero no la oyó.

No estaba asustada.

Después de todo, estaban en Marigold, Indiana, un pequeño pueblo en el que el único crimen era la ropa que llevaban algunos vecinos.

Además, no estaba sola en la panadería. Louis, su ayudante, estaba con ella. Con un metro noventa y los brazos tan gruesos como columnas, nadie, pero nadie, se atrevería con él.

Y nadie hacía mejores canutillos de crema.

Suspirando, Autumn se limpió las manos en el mandil blanco y salió del obrador.

Cuando vio al hombre que estaba en la tienda deseó haber enviado a Louis. No porque hubiera peligro físico para ella, sino porque el hombre era Sean Monahan, con el pelo un poco revuelto y los ojitos azules más preciosos que nunca.

No era nada extraño encontrarse con alguno de los hermanos Monahan. Después de todo, Marigold era un pueblo pequeño donde todo el mundo se conocía.

Pero hubiera deseado encontrarse con Sean Monahan en otro momento. Porque lo último que Autumn deseaba era tener cerca un hombre guapo, encantador y soltero.

Se había mudado a Marigold precisamente por eso. O precisamente para que no le pasara eso.

Dos veces, «dos veces» había estado Autumn enamorada de hombres guapos y encantadores; hombres que habían prometido amarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza

Desgraciadamente, ninguno de los dos había hecho esas promesas frente al altar.

Habían dicho que «harían» esas promesas frente al altar, pero ninguno de los dos había aparecido en la iglesia el día convenido.

La habían engañado dos veces, pero no iban a engañarla una tercera. Porque si era así, se metería en un convento.

Y eso era un problema porque, para empezar, Autumn no era católica, sino protestante. Y en la iglesia protestante no hay monjas.

De modo que tenía que impedir que hubiera una tercera vez.