Enigmas de la Humanidad - Pedro Silva
© 2011, Dr. Félix Torán
© 2011, Ediciones Corona Borealis
Pasaje Esperanto, 1
29007 - Málaga
Tel. 951 100 852
www.coronaborealis.es
www.edicionescoronaborealis.blogspot.com
Diseño editorial: HF Designers
Ilustración de portada: HF Designers
© Shutterstock
Primera edición: Diciembre de 2011
ISBN: 978-84-15306-99-3
Distribuidores: http://www.coronaborealis.es/?url=librerias.php
Todos los derechos reservados. No está permitida la reimpresión de parte alguna de este libro, ni tampoco su reproducción, ni utilización, en cualquier forma o por cualquier medio, bien sea eléctrónico, mecánico, químico de otro tipo, tanto conocido como los que puedan inventarse, incluyendo el fotocopiado o grabación, ni se permite su almacenamiento en un sistema de información y recuperación, sin el permiso anticipado y por escrito del editor.
Tal como en todos los mitos más enraizados existe siempre una historia verdadera que ilustra la ficción, el famoso Drácula, o Conde Drácula, no es una excepción. Se trata de un personaje que desde un inicio inspira profundo terror, debido a las horripilantes historias que se han contado (y se cuentan) a su respecto.
Naturalmente, la mayor contribución en tiempos más recientes surge de la industria profesional con sede en Hollywood (Estados Unidos de América), que produce ficción de tan elevada calidad que consigue transmitir una sensación totalmente veraz de lo filmado.
También resulta interesante resaltar que el tema «Drácula» ha sido, desde siempre, enormemente atractivo para los realizadores cinematográficos y, de este modo, la película «Nosferatu», lanzada en 1922 en Alemania, con F. W. Murnau como director, inicia una serie cercana al centenar de obras en el campo visual de este fantástico personaje.
En su época, el famoso actor, especialista en la temática de películas de terror, Bela Lugosi (nacido en 20 de Octubre de 1882, en la ciudad de Lugoj, en el Imperio Austrohúngaro) protagoniza, en 1931, la película «Drácula» y es de él la principal imagen visual de gran impacto, para el gran público, del misterioso Conde Drácula. Tal vez Lugosi fue el actor que mejor lo representó simplemente con la expresión facial, en una época en el que el elemento sonoro era rudo o inexistente. Por mucha calidad que las palabras puedan poseer, aun colocadas debidamente de la forma más atrayente posible, lo cierto es que reside en la imagen el auténtico vehículo promocional de masas. Dice el pueblo, y con razón, que una imagen vale más que mil palabras.
Es por eso que cualquiera es capaz de describir, de forma más o menos pormenorizada, parte de los elementos que, de forma automática, están asociados a la idea cinematográfica que tenemos de Drácula, a saber:
- Dientes caninos extremadamente afilados que se clavan, firmemente, en el cuello de la indefensa víctima, chupando su sangre como única fuente de alimentación;
- Alguien que duerme en el interior de un ataúd, evitando la luz solar, haciendo su vida, mientras todos los demás descansan despreocupadamente, desconociendo que, en cualquier momento, su sueño puede ser eternamente importunado por la figura de capa negra y roja, con cuello alto y engomado;
- El personaje del Conde reside siempre en un castillo yermo, en muchas ocasiones apenas teniendo por compañía un fiel criado, no pocas veces con alguna deformidad física, sin el cual, el personaje principal, Drácula, no conseguiría sobrevivir;
- Es también significativo realzar que el personaje draculesco tiene por tendencia surgir durante las noches lóbregas, de densa neblina, enardeciendo así las mentes de los espectadores de la película cinematográfica y provocando un aura de profundo terror, siempre en un clima de Anticristo (es decir, un ser que es la antítesis completa de lo que es considerado santificado o vivir bajo las leyes de un dios o ser divino)—por eso, es común en algunas películas de cariz draculesco, o vampírico, oír el repicar de las campanas en las iglesias (los locales sagrados por excelencia) a modo de aviso a la incauta población del gran mal demoniaco que acecha sobre el lugar;
- Igualmente es muy importante el componente físico del personaje Drácula: anémico, de tez de tal forma blanca que nos parece transparente, siempre buscando el líquido rubro (sangre) fundamental para proseguir su eterno reinado de terror, al mismo tiempo que sus ojos son siempre penetrantes y, por regla general, están abiertos de par en par, procurando infundir una penetración visual, casi hipnótica, que ultrapasa el propio campo ocular, llegando a atingir directamente a la propia mente, controlando, con el poder de la sugestión, a la víctima;
- Para aniquilarlo, dado que es considerado un ser inmortal, algunos métodos son referenciados, pero en el top de la lista surge la célebre estaca de madera (en algunos casos de plata) clavada directamente en el corazón. En este caso, la gran dificultad es encontrar el punto débil de Drácula, por lo que el ajo es siempre un poderoso amuleto (desde la Antigüedad es considerado un amuleto, siendo utilizado, inicialmente, en el cuello, para evitar el encuentro de monstruos marinos);
- Por último, en un tono romántico que Hollywood siempre consigue provocar, algunas representaciones del Conde Drácula lo colocan como un poderoso seductor, de atractiva figura, que, más que el cuello, arrebata, en primera instancia, el corazón de las jóvenes, siempre protagonizadas por bellas actrices, de aire frágil y mirada piadosa, que sucumben, primeramente, a los encantos de Drácula y, después, se convierten en fuente de vida para él, a través de sorberles los canales venosos del cuello (curiosamente, uno de los lugares del cuerpo humano en que, visualmente, el aspecto de la vena surge más destacada y que, en términos cinematográficos, produce mayor impacto). La víctima, casi siempre joven (para causar más impacto en los espectadores), se convierte, después de la mordedura, en la gran mayoría de las versiones, en una errática condenada a vivir de la sangre humana. En ocasiones, es el propio personaje principal, Conde Drácula, el que implora, que terminen con su existencia, cansado de siglos de una vida condenada y maldita.
Como podemos observar, después de analizar los datos referidos arriba, todas las características connotadas con el infamemente famoso Conde (en este caso, nos referimos al personaje de ficción), son idénticas a tantas historias de vampiros. De todos estos seres, quizás la visión cinematográfica de Drácula sea la más famosa.
Desde tiempos remotos la existencia de criaturas particularmente interesadas en la sangre humana son parte del panorama mitológico popular. Según los investigadores, ya los asirios (localizados al norte de Mesopotamia, en la región del alto Tigris) y los habitantes de Babilonia (capital de Mesopotamia, actual Irak) hacían referencia a ese hecho.
Los griegos tuvieron su mito, Lamia, en este caso un ser mitad mujer y mitad animal que, después de matar a sus víctimas, come su carne y bebe su sangre. La representación iconográfica la simboliza mitad ofidio. En la cultura africana, tenemos los Asanbosam, que beben la sangre de sus víctimas y, al igual que el demonio, tienen los pies bifurcados. Muchos otros ejemplos, de los actuales vampiros, dispersos por varias culturas podrían ser referidos, tales como el Upir, de Rusia o los Kathakanos de Creta, pero optamos por dejarlo aquí.
Algunos mitos populares, enraizados en algunas culturas, relatan que beber sangre (en este caso en concreto, sangre de animales), constituye un importante ritual de pasaje de niño para adulto. Algunos libros de vampirismo aseveran que tal creencia es iniciada en un pasaje bíblico, cristiano pero de raíces judaicas, en el que un hermano mata a otro (Abel y Caín). El hermano asesino habría sido divinamente forzado a esconderse de la luz y del fuego, que lo podrían destruir instantáneamente, como castigo por su acto fratricida.
La sangre, tiene de hecho, una fuerte simbología, particularmente de poder y fuerza. La idea de su trasmisión por vía oral se encuentra muy arraigada. El ósculo está presente en la mayor parte de los rituales de las sociedades secretas e, inclusive, en ceremonias de cariz religioso. En cuanto a la sangre, los aztecas creían fehacientemente que era parte fundamental de su ritual, practicando ofrendas humanas. En sus mentes nada había de demoniaco. En la tradición cristiana, la representación de la sangre de Cristo es bebida, sobre el altar sagrado.
Por lo que parece los eslavos fueron los primeros que, en tiempos más modernos, hicieron cuestión de difundir las leyendas sobre vampiros, transportándolas para Europa y es también por ellos que Transilvania se volvió un lugar de encuentro de algunas culturas, como la de los gitanos que, en ruta proveniente de Oriente, llegaron a Rumania en los inicios de la era actual.
Las noticias, a lo largo de los tiempos, que nos relatan temas vampíricos son muchísimas, no obstante estamos en posición de creer que gran parte se basan en leyendas de tradición oral bastante antigua e incierta.
Ya en el siglo XII, William de Newburgh relata varios casos de individuos muertos sin razón aparente, hipotéticamente espíritus de muertos que regresan a la vida para aterrorizar la existencia de los incautos. Continuamente el tema fue mantenido en sigilo, principalmente por la presión de la Iglesia Cristiana, a quien no le interesaba crear la histeria colectiva ni tampoco que ideas paganas se propagasen. Había un Dios y un Diablo, por encima de todo. Uno representaba el bien, el otro el mal. Criaturas como vampiros u hombres lobo eran ya demasiados obstáculos a enfrentar.
Se creó la noción de la vulgar bruja, en la Edad Media, que, de cierto modo, representaba el Mal en la tierra, una ayudante directa del demonio. Eran matadas, sin miramientos, todas aquellas cuyos rumores se encaminasen en la dirección de la brujería. Lidiar con vampiros no interesaba pues sería admitir la existencia de seres inmortales que vagaban, mitad hombre mitad animal.
Pero los investigadores, a lo largo de los tiempos, no dejaron de preocuparse por el tema y en 1732, Johannes Fluckinger, un austriaco, hizo un informe perturbador, en el cual hace referencia a la existencia de varios casos de vampirismo. Nos son proporcionados algunos de estos datos por la obra Visium et Repertum (o, traducido, observaciones e informes), publicada en Austria, que se basan en la exhumación de personas que, de algún modo, puedan tener características similares a un ataque de vampiros o de muertes similares sin explicaciones plausibles.
A manera de respuesta, la iglesia católica decide entrar en acción. El benedictino Calmet, en 1976, decide publicar una tesis sobre vampiros, basándose, sobre todo, en el estudio del caso austriaco de Paole. Éste último ha sido de los más estudiados a lo largo de la historia, pues se reporta a alguien que, según la crónica Visium et Repertum, al ser exhumado se encontraba en perfecto estado de conservación y, de su boca, manaba aún algo sangre, como si hubiese huido de su sepultura para beber el líquido rubro de alguien. Visto esto, decidieron clavarle una estaca, a lo que éste soltó un gemido, sangro abundantemente y nunca más atormento a nadie en la aldea.
Las explicaciones del monje benedictino van, siempre, en el camino de la explicación más lógica, pero deja, en el aire, algunas hipótesis en abierto. Ciertamente, la idea generalizada es que un cadáver entre en descomposición después de ser enterrado. Exhumar a alguien, después de cierto periodo temporal, y encontrar su cuerpo en un estado de conservación importante dejó a los investigadores completamente aterrorizados. Curiosamente, varias leyendas sobre casos similares han sido contadas a lo largo de los tiempos, como personas que se mantendrían incólumes debajo de la tierra, otras a las que las uñas les continuarían creciendo, en otros casos el elemento era el cabello. En fin, una mentira mil veces contada tiene tendencia a convertirse en verdadera o hecho aceptado.
Sobre el vulgar Vampiro, un intento de explicación más formal se escribe en el Diccionario de los Simbolos1: «Muerto que supuestamente sale de su túmulo para beber la sangre de los vivos. Esta creencia es particularmente difundida en Rusia, en Polonia (Upirs), en Europa central, en Grecia (Vrykolakas), en Arabia (Ghorls). (…) La tradición quiere que aquellos que fueran víctimas de los vampiros se transformen, a su vez, en vampiros: son al mismo tiempo vaciados de su sangre y contaminados. El fantasma atormenta al vivo por el miedo, el vampiro lo mata robándole su substancia. La interpretación se basa aquí en la dialéctica del perseguidor-perseguido, del devorador-devorado. El vampiro simboliza el apetito de vivir, que renace cada vez que se juzga saciado y que se agota en satisfacerse en vano, en cuanto no sea dominado. En realidad, transferimos para el otro esa hambre devoradora, cuando ésta no pasa de ser un fenómeno de autodestrucción. El ser se atormenta y se devora a sí mismo; en cuanto él no se reconozca responsable por sus propios fracasos, imagina y acusa a otro. Cuando, por el contrario, el hombre se encuentra plenamente asumido, cuando ejerce plenamente sus responsabilidades, cuando acepta su destino de mortal, el vampiro desaparece.
Él sólo existirá en cuanto un problema de adaptación consigo mismo o con el medio social no haya sido resuelto. En ese caso, somos psicológicamente corroídos… devorados, y nos volvemos un tormento para nosotros mismos y para los demás. El vampiro simboliza una inversión de las fuerzas psíquicas contra nosotros propios.»
En cuanto a nosotros, creemos que una de las razones para que el mito del vampiro tuviera tanta fuerza en la Edad Media, se debe en parte, a la falta de conocimientos teóricos sobre los más diversos asuntos, e igualmente en las deformaciones, que en la época, carecían de explicación. Por ejemplo, el cuerpo en descomposición, del cadáver, nunca fue, o será, una visión particularmente agradable. La información actual, nos permite entender que ciertas situaciones sean naturales, pero, en la época, acontecimientos como hinchazones internos en el cadáver o la muerte súbita, sin razón aparente causaban perturbación y, de algún modo, había que encontrar una explicación.
Normalmente, la misma se basaba en términos místicos, en un mundo que se balanceaba en un limbo entre lo sagrado y lo profano. Hablar de expresiones como «muertos vivientes» era tan peligroso que podía redundar, en caso de que llegase a oídos equivocados, en morir quemado en la hoguera. Pero, entre cuatro paredes, nadie reconocía que pasaba eso con tales seres humanos muertos sin tener consistentes razones.
La propia Peste habría sido causada por una epidemia de vampiros actuando en varios lugares de Europa. Una de las tentativas de alejar ese flagelo era el ajo, connotado, igualmente, con el ahuyentar del propio vampiro.
La explicación medica del vampirismo, el cual, en realidad, existe, ciertamente, en la medida en que algunas personas aprecian la sangre humana o de animales, es que se trata de una verdadera atracción física e incontrolable por la sangre, un fetiche por parte del individuo afectado. Algunos casos han sido relatados, de la práctica del vampirismo, a lo largo de los tiempos.
La obra de J. Goldon Melton, El libro de los vampiros —la enciclopedia de los muertos, nos relata varios ejemplos. Probablemente el más sangriento de la historia habrá sido el de la Condesa Bathory que, entre 1560 y 1614, asesino a centenares de personas con el objetivo de obtener su sangre, principalmente jóvenes vírgenes pues a eso la inducia una temible consejera que consideraba este tipo de sangre más propicia para proporcionarle a la condesa la juventud eterna. Su locura fue de tal orden que acabo por terminar sus días encarcelada en un lugar de donde jamás pudo salir, ni volver a ver la luz del día.
Más recientemente, algunos acontecimientos son relacionados con el vampirismo, como Martin Montuel en 1861, sentenciado a muerte por asesinar niñas, y de esta manera beber su sangre. También Vicenzo Verzeni, en 1872, se confesó culpable del intento de asesinato de algunas personas y de intentar lo mismo en otras, sin conseguir la obtención de la sangre que él tanto apreciaba. Para no alargarnos demasiado, hasta porque no es este el principal fundamento de este capítulo, conviene aún recordar que, en el año de 1897, Joseph de Bourg fue muerto por ser culpado del asesinato de una docena de personas, de las cuales chupaba la respectiva sangre del cuello.
La Rumania rural, particularmente en la Edad Media, así como en otros lugares de Europa, poseía una fuerte superstición popular. Una época de tinieblas, históricamente considerada tenebrosa y de poca (o ninguna) educación en casi toda la población, hacía que las persecuciones a las brujas (para ser así considerada, le bastaba a una mujer ser víctima de calumnia, de parte de un tercero. Su destino era casi siempre la hoguera), las acusaciones de demás practicas heréticas y el miedo a la propagación de la Peste negra fuesen una realidad cotidiana.
Curiosamente, algunas teorías apuntan para un ser mítico (vampiro) como el vehículo portador del virus de la temida peste que diezmo parte de Europa durante un largo periodo temporal. Pero, atendiendo al caso específico de Rumania, que nos interesa particularmente en este capítulo dedicado al Conde Drácula, el misticismo estaba bien latente. Había un gran, casi total, porcentaje de población rural, en cuyo ambiente se vivía de forma bastante primitiva, por lo que la tendencia para las creencias en lo sobrenatural era, pura y simplemente, una consecuencia natural e irreversible de lo cotidiano.
Por ejemplo, se consideraba, particularmente en la zona rural más interior de Rumania, que los llamados Moroi (o muertos vivientes, también llamados Zombies o Zombis) eran una realidad. Para que se diese, el Moroi tenía que morir en pecado estrictamente mortal, condenado al sufrimiento eterno.
En la actualidad, tal vez pueda parecer descabellada tal situación, pero en plena Edad Media donde el Bien tenía como equivalencia directa la Fe y lo Divino, sería lógico de suponer que aquél que cometiese el Mal fuese castigado por el acto con el errar eterno como muerto viviente, en un limbo temporal y espacial, fuera de las leyes divinas.
Pero no se quedaban por ahí las creencias paganas. Una de las más relevantes y que más tiene que ver con el presente capítulo, que ni en todos los países acostumbra a tener la misma interpretación, es la de que en algunos lugares, se consideraba que el séptimo hijo saldría hombre lobo o, en caso de ser niña, tendría un don particular para las artes de la brujería, habiendo quien temiese llegar a ese número de descendientes.
No obstante, en Rumania, se creía que el séptimo hijo de un matrimonio sería, forzosamente, un vampiro. No deja de ser relevante indicar que Rumania, la cual, como veremos a continuación es pieza fundamental en el personaje del Conde Drácula, tenga, desde tiempos remotos, una particular creencia popular en vampiros, esos personajes míticos chupadores de sangre.
Tal vez haya sido esa una de las circunstancias que llevo al irlandés Bram Stoker a escribir, una obra, publicada en 1897, a la que dio el singular título de «Drácula». Creemos reciamente que, para la realización de tal obra de cariz literario, fueron conjugados varios factores:
1º) Lo atrás referido, esto es, la fuerte creencia rumana en la existencia de vampiros, seres que, lógicamente, provocaban en un habitante del siglo XIX (en el caso concreto, el autor Bram Stoker), un fuerte devaneo mental y enorme terror ante la posibilidad, o no, de la confirmación de su existencia;
2º) La región de Transilvania (esto es, traducido literalmente, «tierra más allá del bosque») causaba en el irlandés Stoker palpitaciones literarias, dado su encuadramiento geográfico bastante peculiar y, por así decirlo, misterioso;
3º) Por último, y más importante, el autor se interesó por la figura de Vlad Tepes, un príncipe rumano que, de acuerdo con los relatos del siglo XV y XVI, tendría accesos de furia tremendos, al mismo tiempo que sus actos en combate, y no sólo en combate, terminaban siempre en un gran baño de sangre, muchas de las veces con extrema crueldad.
Encajando todas estas particularidades, Bram Stoker organizó un enredo de tal forma terrorífico que, aun hoy, más de un siglo después de su confección, el nombre Drácula inspira, puro terror.
Escrito en formato epistolar, el libro «Drácula» es, sin embargo, un mero relato ficticio que vino a originar un gran interés pues la excéntrica temática se prestaba a ello. Grosso modo, la obra relataba la llegada del Conde Drácula a Inglaterra, colocándolo en ruta de contacto con los demás personajes, tales como Jonathan Harker, Mina Harding, John Seward o el profesor Van Helsing.
La calidad del texto es indiscutible, pero, por encima de todo, lo importante (y que le valió el título de best-seller) fue realmente la trama, con una fuerte vertiente psicológica, poseyendo reseñas de mitos rituales entrecruzados con fuertes temores punitivos de índole religioso.
Sea como fuere, los estudiosos de la obra y de la biografía de Bram Stoker refieren que, aparte del personaje principal ser ficticio (aunque inspirado en el príncipe Vlad Tepes, de Valaquia), tampoco los lugares mencionados corresponden, en la realidad, con lugares concretos, pues se cree que jamás Stoker visitó Transilvania. Naturalmente, deberían existir bastas informaciones literarias y orales de la zona y eso ayudaría al irlandés a crear aquel ambiente en su obra.
La calidad del autor es impecable, los detalles se ven absorbidos por el global de la obra y, en el caso concreto, Stoker uso sus artes de escritor para, en un campo ficticio, llevar al lector a creer su historia, incluyendo mitos paganos aterradores. Es decir, el lector entro en el «juego» del prodigioso autor y es de esa forma que nacen las obras maestras.
Sin embargo, hay numerosos puntos de contacto entre la ficción y la realidad e intentaremos, ahora, analizar un poco mejor la parte verídica de la figura del Conde Drácula.
Comencemos por la localización. Valaquia, actualmente perteneciente a Rumania, fundada apenas en 1290, por Rodolfo, el Negro (Radu Negro). Se trató de un deseo de independencia por parte de un natural de Transilvania, un sueño que, en realidad, no tuvo un buen resultado, dado que la zona fue dominada por Hungría hasta 1330. Su primer gobernante fue Basarab, el Grande (1310-1352).
Y es en esta área que se desarrolla la verdadera historia de Vlad Tepes. Pero, que se sepa, este príncipe jamás absorbió sangre de los cuellos, a pesar de su biografía ser de las más sangrientas de la historia. Ni por eso sus actitudes dejaron de impresionar a Bram Stoker, hasta el punto de inmortalizarlo en una obra de cuño literario. Como escribe Peter Cushing2, «el personaje (Drácula) está inspirado en un príncipe del siglo XV, de Valaquia, en la actual Rumania, Vlad V, cuyo apodo era, “el Empalador”, debido a su hábito animalesco de empalar lentamente a los invasores turcos y de beber su sangre para cenar. El nombre “Drácula”, proviene de su padre, que era conocido como Vlad Dracul (el diablo) y del castillo de Drácula, en los montes Cárpatos, al norte de Bucarest».
Vlad Tepes era nieto de Mircea, el Viejo, que reinó entre 1386-1418, siendo en su consulado que el Imperio Turco (Otomano) cedió la regencia de Valaquia a cambio de una compensación financiera, originando un odio visceral que jamás se extinguió, incluso porque igualmente existían profundas divergencias religiosas.
Las relaciones con Hungría eran cordiales, por lo que era natural que fuese en ese reino que la pequeña Valaquia buscase, y encontrase, el principal apoyo en la disputa con los turcos, un ejército de tal manera poderoso que amenazaba invadir toda Europa. Su vasta dimensión les permitía amenazar todo el continente europeo, que vivía los primeros tiempos de una fe cristiana enfatizada y bien implantada, después del desaliento de varias cruzadas y, consecuentemente, frustrados intentos de dominio de Jerusalén, la ciudad santa para tres religiones (cristianos, judíos y musulmanes).
Hagamos un breve paréntesis para intentar comprender la importancia geográfica de Valaquia. Situada en los confines de Transilvania, la cual era considerada una «región maldita», por aquí se contaron múltiples historias llenas de misticismo, en la gran mayoría unidas a creencias de origen pagano.
Como vimos anteriormente, el vampirismo era aceptado como hecho verídico, la brujería era parte del día a día y toda suerte de historias maquiavélicas y de seres fantásticos pululaban en la mente de los habitantes de la región. Si los rumanos, en general, eran fervorosos creyentes de fenómenos inexplicables a los ojos actuales (a pesar de, en su mayoría, cristianos devotos), los habitantes de los densos bosques de Transilvania exacerbaban ese género de creencias.
Se cuenta que las puertas de las simples habitaciones eran ataviadas con los más diversos amuletos, en busca de protección divina contra el mal diabólico, fuese de la índole que fuese. La confusión era tamaña que, cuando lo real era un hecho, tal como en descuidos de cariz sexual, las jóvenes supuestamente vírgenes, y aun aguardando el matrimonio tradicional, sentían la necesidad de afirmar que habían sido violadas por el propio Belcebú.
Así ocurría, igualmente, un poco por toda Europa.
Sin embargo, la convicción era que Transilvania, realmente, era una zona maldita y fue primorosamente aprovechada para la obra literaria de Stoker y, posteriormente, inmortalizada por las obras cinematográficas que la reproducían aún más terrorífica, en lo que se refiere al aspecto más primario del terror, que el original.
Actualmente, Transilvania es parte de la zona histórica de Rumania. Sin embargo, durante centenares de años, la disputa por este lugar conllevó, consecuencias terribles, a nivel de vidas humanas y estabilidad social, hasta que el debilitamiento de los invasores permitió la calma.
En realidad, el lugar donde se enmarcaba Valaquia no era una región muy atractiva. Los recursos naturales eran escasos, en algunos sitios prácticamente inexistentes, e incluso su encuadramiento y accesos eran completamente terribles. No obstante, si para vivir, sus largas escarpas, la ausencia de vías de acceso mínimamente normales y las grandes superficies montañosas que la ocupaban en gran parte, no era interesante, se volvía, por así decirlo, el lugar ideal para una obra literaria sobre un conde vampiresco que no se cohibía de beber sangre ajena.
Si Bram Stoker, visitó o no, Transilvania (los mayores especialistas de la biografía del autor afirman que no), no quiere decir que no tuviese conocimientos, aunque por documentos escritos, de la geografía local.
Retomando el hilo del asunto, sabemos que el padre de Vlad Tepes, era conocido por Vlad Dracul. El origen de este nombre, «Dracul», por lo que parece, surge directamente de la heráldica de los dirigentes de Valaquia. Aquí, utilizaban el dragón como figura iconográfica. De manera simbólica, el dragón está connotado con el demonio (dracul), en la lengua de Valaquia.
Por eso, su hijo, Vlad Tepes, ostentaba el sobrenombre de Draculea o Draculya (que, paralelamente, significaba «hijo de Dracul» es decir, «el hijo del demonio»). Por lo cual, se remonta a Tepes la propensión para el terror y para asustar a los demás. Eso se comprende en esta autopromoción de las formas rudas, en ocasiones sanguinarias de tratar a los enemigos. Convenimos que autodenominarse «demonio» o «hijo del demonio», más allá de no ser la más agradable tarjeta de visita, tenía, por encima de todo, el poder de originar terror en los adversarios. De este modo, entendemos cada vez más y mejor las razones para que Bram Stoker se quedase tan impresionado con todo este enredo histórico.
Citando nuevamente la obra de Miranda Twiss3, «el padre de Vlad, Dracul, fue educado en Hungría y en Alemania y fue paje del rey Segismundo de Hungría, que se convirtió en Emperador romano en 1410. Segismundo fundó una orden secreta de caballeros, llamada Orden del Dragón, y Dracul fue invitado a entrar en la hermandad. Se trataba de una asociación militar y religiosa secreta, cuya finalidad era proteger la iglesia cristiana de los herejes y organizar cruzadas contra los turcos, que habían conquistado la mayor parte de la península balcánica. Por fin, Segismundo nombró a Dracul gobernador militar de Transilvania, lugar que ocupó durante cuatro años, hasta 1435.»
Probablemente, se inicia aquí, de forma más profunda, la tradición que unificó a Valaquia al imperio cristiano y Roma siempre tuvo en consideración la protección de este lugar, sobre todo porque era una especie de tapón a la afluencia turca proveniente de oriente. Más tarde, esa lucha en las cruzadas, o simples disputas territoriales, sería recompensada.
A Dracul, de Valaquia, le seguiría Vlad Tepes, nacido en 1431, en Sighisoara, una fortaleza inexpugnable. Sus dos hermanos eran, Mircea (el más viejo, cuyo nombre era un homenaje al abuelo) y Radu, el Hermoso, el más joven de la prole generada por Dracul y la princesa moldava de nombre Cneajna.
El castillo donde nació se situaría cerca de Bargau Pass, localizado en el interior de las montañas de los Cárpatos (término que deriva de Karpa o montaña). Su acceso era terriblemente complicado, no sólo por la localización en sí, sino también por la escarpada pendiente que era necesaria subir hasta la entrada. Para la historia quedó el Castillo de Bran, aún hoy visitable, y donde, según consta, Vlad Tepes, habría permanecido prisionero a cuenta de los turcos.
El padre de Vlad Tepes se iba a ver envuelto, en torno al 1437, en un pacto con el sultán Mohammed II, de forma a garantizar el gobierno de Valaquia. Más tarde, la incompatibilidad férrea entre las dos culturas originó un enfrentamiento armado directo entre las dos facciones desavenidas. Sin sorpresas, los turcos vencen la disputa militar.
Tepes y su hermano Radu quedaron cautivos, pero con distintos destinos, lo que, en gran parte, moldeó el futuro de ambos. Radu se adaptó bastante bien a los turcos, aliándose, incluso, al sultán (lo que muchos historiadores percibieron como una señal de debilidad). En cambio su hermano Tepes prefirió pasar los años en cautiverio aprendiendo las costumbres del enemigo, gozando de su hospitalidad (refiérase que, entre otros placeres mundanos, los turcos ofrecían, a los hermanos en cautiverio, sus harems) y cavilando la mejor forma de dar la vuelta a la situación.
Víctima de la conspiración, por parte Hunyadi, líder de los húngaros, el padre de Tepes es asesinado. Le sucedería Mircea, el hijo más viejo, pero los opositores lo vilipendiaron de las más diversas formas y lo dejaron sin vida. Estaba abierto el camino para que un húngaro, en el caso Vladislav II, ocupara el trono de Valaquia.
A pesar de parecer incongruente, el imperio turco, en la persona de su sultán, no veía con buenos ojos estos acontecimientos y dio a Vlad Tepes, siguiente en el linaje, con apenas diecisiete años, la posibilidad de controlar Valaquia. No obstante, este acto, que tuvo lugar en 1448, duro pocos meses, ya que se vio forzado a refugiarse en Moldavia, donde se dedicó a preparar un futuro ataque contra los turcos.
Más tarde, en 1456, Vlad Tepes, estaba envuelto en el asesinato de Vladislav II (que, entre tanto, se había apartado de la corona húngara para aliarse a los turcos). Comenzaba, en ese año, con apenas veintidós años, el real, aunque corto y sangriento, reinado de Vlad Tepes.
No obstante, por encima de todo el príncipe era mal visto tanto por Hungría, pues lo veían como un hipotético fantoche en manos turcas (pues habían sido estos los que permitieron que se colocase en ese puesto), como por los propios valacos que no lo concebían totalmente independiente. No nos olvidemos que su hermano más joven era un fervoroso adepto del régimen otomano y, en el pasado, el propio padre de Tepes había sido aliado del sultán para garantizar la regencia de Valaquia.
Se sabe que, para mantener el pulso de su reino, Drácula fue, en parte, forzado a utilizar medidas extremas. Y eso, ante tal personaje, significaba, naturalmente, el derramamiento de sangre. Nos parece, a los ojos de la historia, que habría sido ese su intento de, no sólo demostrar, a los habitantes de Valaquia que era él quien (realmente) mandaba, sino también para dar a conocer, al exterior, que aquel era un reino independiente que no se sometería a ser un mero fantoche de los turcos ni una alfombra roja para convertir el dominio húngaro en una realidad.
Curiosamente, es apenas en este momento que Vlad Drácula pasa a ser igualmente denominado de Tepes. Según afirman los estudiosos, Tepes proviene del término Tepesh, es decir, «empalador». Más que conocido por actos de vampirismo (la idea que transmite la obra de Bram Stoker), Vlad III, que también pertenecía a la secta cristiana denominada Orden del Dragón, pasó a la historia con el horripilante epíteto de el Empalador.
¿Y cuál es la razón para este hecho? Muy simple. Habiendo aprendido con los turcos la técnica del empalamiento (que consistía en atravesar un palo por la parte posterior del cuerpo humano, que era lentamente empujado hasta la boca. A parte de extremadamente dolorosa, esta tortura, que redundaba siempre en la muerte, era ejecutada con esmerada maldad, es decir, de manera que la víctima no falleciese rápidamente, y se quedase agonizando de forma lenta), Vlad Tepes pasó a utilizarla con una frecuencia nunca antes vista en la Historia de la Humanidad.
Aparte de «hijo del demonio», este otro apodo de Vlad muy bien podría haber nacido debido a sus acciones para con los habitantes sajones de las ciudades de Brasov y Sibiu. Estos, además de detentar el domino financiero del sur de Transilvania, eran relacionados como socios directos de los pretendientes al trono de Valaquia, y directos rivales de Vlad.
El príncipe no se anduvo con medias tintas. Después de haber dominado, por completo, esas urbes, ordenó empalar a gran parte de sus habitantes, principalmente a aquellos que, hipotéticamente, estarían de forma más directa unidos a la conspiración.
Espetados, por el recto, y dejados desfallecer a la luz del día, la visión de tales actos ayudó a cimentar la imagen de un hombre extremadamente duro. Más allá de eso, se añade un detalle muy importante a la biografía de Vlad Tepes, que conviene reflejar, a través de las palabras de Miranda Twiss, en una de las obras de mayor calidad sobre la figura del inspirador humano de la figura ficticia del Conde Drácula.
«De esta manera, cuando los comerciante locales de Brasov se negaron a pagar impuestos a Vlad, a pesar de los repetidos avisos, éste atacó la ciudad. Quemó totalmente un suburbio y empaló a numerosos prisioneros en Timpa Hill. Las colinas que circundaban Brasov se ganaron la distinción de haber testimoniado más víctimas de Vlad, a pudrirse al sol o a ser devoradas por los buitres, que cualquier otro lugar del principado. La escena fue inmortalizada en una xilografía particularmente horrenda, gravada en Núremberg cerca de 1499. Representa a Vlad comiendo mientras las víctimas agonizan empaladas en torno a él, mientras come, los guardias transportan los miembros de otras víctimas junto a la mesa.»4
Como se leyó arriba, la crueldad que estas imágenes procuran transmitir son imposibles de confirmar en términos históricos. ¿Sería completamente real esta falta total de preocupación por la vida humana? ¿Sería Vlad Tepes sólo una figura que el pueblo acostumbra a definir como alguien sin corazón o con el «corazón de piedra»?
La verdad es que Vlad procuraba redimir aquello que, ciertamente consideraría sus pecados, a través de la remisión por la fe. Eso le llevó a construir cerca de media docena de monasterios y a hacer ricas donaciones a instituciones monásticas. En verdad, hasta el hecho de ser miembro de una sociedad secreta de cariz religioso (en el caso, recordemos, la Orden del Dragón) lo volvía alguien próximo a la fe cristiana y eso, en principio, sería medio camino andado para nociones como el pecado, la diferencia entre el bien y el mal, así como la idea de paraíso en contraposición con el infierno castigador.
Pero, por encima de todo, Vlad Drácula era un hombre amargado y en lucha constante contra el destino. Recordemos que su padre lo entregó como rehén cuando era adolescente. Todo eso le llevó a poseer una impresionante frialdad y a una, más que probable, locura.
Relativamente a las relaciones amorosas poco se sabe, una vez más, lo que transluce para la posteridad sigue la misma línea de ideas y aptitudes del príncipe de Valaquia en relación a todo. Casado con una plebeya, se supone que jamás la amó. Se desconoce incluso si conocía la palabra amor. Buscó el placer carnal en otra mujer, la cual le fue infiel, y acabó siendo empalada.
A nivel militar, las campañas contra los sultanes turcos proseguían a un ritmo ininterrumpido. Varias fueron las violaciones de los tratados bilaterales, ya en 1447, el siempre aliado al Imperio Otomano, y hermano de Vlad, Radu, se convierte en pretendiente al trono de Valaquia, con el respectivo apoyo de los turcos.
El príncipe Drácula responde con una campaña de terror sin precedentes, atacando ciudades que se oponían a su voluntad. Toda esta matanza (bien registrada por el propio Vlad Tepes) originó, consecuentemente, una respuesta de Mohammed II, cansado de avances y retrocesos en este clima de auténtica paz podrida.
Por un lado, el espíritu de Vlad pretendía, única y exclusivamente, la independencia total del Imperio Otomano, particularmente con el hecho de tal separación ser incondicional. En el campo opuesto, el sultán prefería, en primer lugar, un gobierno marioneta, por él controlado. En caso de no obtenerlo, no se cohibiría de servirse de su ejército inmensamente superior para volver el resultado completamente a su favor.
A pesar de los actos crueles de Vlad, y del espíritu indomable de su ejército, nada puede hacer ante el mayor poderío de su adversario. En torno a 1462, malograda la tentativa de asesinar al sultán y del empalamiento ostensivo de veinte mil personas (entre las que había niños) de una sola vez, Vlad se vio obligado a huir por un pasadizo secreto al ver su castillo tomado por los turcos.
Al lugar donde se dirigió fue Hungría, pero, por ahí, nadie se olvidaría de los terribles actos que cometió en Brasov por lo que, de forma más o menos secreta, el rey Matías de Hungría entregó al príncipe Vlad al sultán y, al mismo tiempo, reconoció a Radu, el Hermoso, como nuevo regente del principado de Valaquia.
Doce largos años pasarían hasta que, con la ayuda de una nueva cruzada, Vlad puede recuperar su título. Corría el año de 1475 y los peligros eran numerosísimos. La zona era altamente inestable y, como tal, no fue de extrañar que cerca del final del año siguiente (1476) tuviese un fuerte contingente turco a las puertas del Monasterio de Snagov, donde se refugiaría.
Fue su última batalla.
Muerto de forma similar a lo que tantas veces hizo al enemigo, Vlad fue empalado en una estaca de enormes dimensiones y mostrado a la población. Se cuenta, incluso, que su cabeza fue ofrecida, a modo de presente, en una bandeja, al sultán turco.
Terminaba, de este modo, el reinado de terror de Drácula. Como escribe Miranda Twiss, «del antiguo reino de Valaquia, en la actual Rumania, emergió un hombre que se volvería famoso por los métodos de tortura y ejecución que inventó. Vlad Tepes Drácula, príncipe de Valaquia, conquistó y perdió tres veces el trono de este reino. Durante los sangrientos siete años de su reinado, llenó de terror a locales y a extranjeros. Su obsesión por la lealtad le provocaría una psicosis asesina, que lo convertiría en responsable de la muerte de más de 1000.000 personas. Si Drácula alguna vez se paseó como criatura de carne y hueso y no de ficción, fue Vlad Tepes quien lo encarnó. No obstante, la leyenda del Conde Drácula es un cuento de hadas comparada con el catálogo de terror, tortura y sangre que marcó la vida del príncipe valaco, también conocido como Vlad, el Empalador»5.