Cover

José Luis Alonso de Santos

FUERA DE QUICIO

frn_fig_002.png

EDITA A. Machado Libros

Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
machadolibros@machadolibros.comwww.machadolibros.com

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida ni total ni parcialmente, incluido el diseño de cubierta, ni registrada en, ni transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia o cualquier otro sin el permiso previo, por escrito, de la editorial. Asimismo, no se podrá reproducir ninguna de sus ilustraciones sin contar con los permisos oportunos.

© José Luis Alonso de Santos
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-247-8

Índice

Prólogo

Fuera de quicio

Primera parte

Segunda parte

Epílogo






A ti

y a todos los que están

fuera de quicio

Prólogo

Andábale yo dando vueltas al curioso juego mental de buscar los límites entre lo que cada ser humano entiende por objetividad y lo que se supone que es su contrario, la subjetividad, cuando me llegó el encargo de escribir un breve prólogo a la edición de la obra de Alonso de Santos que ahora tienen ustedes en sus manos.

Pensé no sé si con acierto que el tema de lo objetivo y lo subjetivo, y las ideas que sobre ello yo iba hilvanando, encajarían muy a propósito con lo que constituye la entraña de la obra que en seguida van ustedes a leer.

Lo objetivo y lo subjetivo, ¡ahí es nada! Y aplicado a la creación artística... ¡Virgen del Perpetuo Socorro! Leí en un sabio alemán por tanto, doblemente sabio la necesidad del artista, del creador, de dar un paso atrás la objetividad cada vez que se producía el hecho creativo, el invento lo subjetivo . Y cómo de ese continuo salto, de ese constante paso de frontera, el creador adquiría la única posible garantía de una creación artística elaborada en los principios de la madurez y el equilibrio exigibles a toda obra humana. En principio parece poco objetable la idea de nuestro sabio: destruye la imagen del artista como ser extraño e incomprensible al que la cabeza echa humo cada vez que vuelca sobre el resto de los miserables mortales su «iluminación», y, al mismo tiempo, le reviste de una aureola de normalidad y de sensatez muy conveniente.

Así pues, para empezar a entendernos, confieso mi total acuerdo con la idea de desacralizar al artista, al creador, y revestirle de ese componente objetivo que reclamaba el filósofo alemán.

Pero... Aquí me voy a tomar la licencia de trasladarles al hilo de las reflexiones de las que al comienzo les advertía.

Yo creo que, desde varias décadas atrás, las gentes que en este país han expresado de forma pública su oposición al sistema establecido, no ya solamente en sus aspectos más visibles, como pueden ser los políticos, sino en sus aspectos más estructurales y filosóficos cómo entender la sociedad en que vivimos, y lo que es más: qué proponer como sustitutivo de «esto» que tenemos ; pues estas gentes, como digo entre las que, sin duda, se incluyen por definición los artistas, o, si quieren ustedes, algunos artistas , han estado mediatizadas por una subordinación excesiva a ese reclamo de lo objetivo, que ha planeado sobre la vida del país, impidiendo la llegada a mayores alturas y horizontes.

Dicho de otro modo, ahora me doy cuenta de cómo «la izquierda» empleando este concepto en un muy amplio sentido ha sido limitada y empequeñecida por la idea dominante de lo prudente, que siempre va ligada a la idea de lo objetivo y de lo único posible. ¡Hemos sido todos tan buenos chicos, tan objetivos! Hemos entendido tan bien qué se podía pedir y qué no, que me preocupa que a fuerza de ser objetivos ya nuna más seamos capaces de ser subjetivos. Porque no hay que olvidar, retomando de nuevo a nuestro filósofo alemán, que el paso atrás en la creación solo adquiere sentido después del impulso subjetivo y a veces violento de la creación, y que la ausencia de este convertirá el paso atrás la objetividad en solo eso, un paso atrás, con todo lo que este gesto encierra de ciego, peligroso y, en último extremo, inútil.

¿De dónde puede venir, sino de esta ola de prudencia y objetividad que nos invade, la preocupante aparición y hasta entronización sonriente en tanto mercachifle y de tanta nulidad con que la sociedad española inunda sus propios mercados? ¿Se han fijado ustedes en que cada vez parecen tener más eco ideas como que en política la izquierda no es viable; en periodismo la información debe tener un prudente límite; en lo artístico no es aconsejable el exceso; en lo amoroso, todo acercamiento debe estar controlado por la profilaxis y la desconfianza hacia el otro, etc.? Ideas todas estas que, si en cualquiera de los terrenos propuestos pueden resultar peligrosas por inmovilizadoras, en el campo de la creación artística resultan directamente mortales... ¿Cómo restarle a lo creativo su necesario ingrediente de exceso, de apasionamiento, de agresividad e incluso de locura?

Pero yo tenía que hablar de Alonso de Santos y de su obra «Fuera de quicio», y ahora me doy cuenta de que no lo he hecho. ¿No? Yo, sin embargo, confío en que sí.

Como consecuencia lógica de todo lo expresado anteriormente, reclamo mi derecho inalienable a no ser objetivo al hablar de José Luis y de su teatro. No quiero, pero tampoco puedo... Estoy unido a José Luis por entrañables y firmes lazos de amistad y de trabajo: he dirigido unas cuantas veces su obra «Bajarse al moro», he dirigido igualmente «Fuera de quicio» y andamos inventando nuevas travesuras a través de las que encontrar, con otros entrañables amigos, el camimo de nuestra más personal expresión, el camino hacia la Meca de todo creador: un estilo. Y en el ámbito de lo personal, ¡cuánta historia ya entre los dos, cuánta amargura común, cuánta alegría compartida...! Hemos llegado incluso a los celos profesionales y la superación de estos, máxima prueba a que puede someterse una amistad. Pero es que, además de rechazar la objetividad, reclamo la complicidad en lo subjetivo no como una forma de alienación, sino, muy por el contrario, como una forma más de conocimiento, de profundización en algo que, por querido, sea capaz de hacer dedicarle una mayor atención, y, a través de esta, tal vez una mayor, ahí sí, objetividad. Entiéndase la aparente paradoja.

Entre las alegrías compartidas con José Luis, no fue la menor el descubrimiento de su texto «Fuera de quicio», juguete disparatado, divertido y corrosivo, donde Alonso de Santos enfrenta de manera brillante lo que aparece como real y no lo es, y lo subjetivo como único dato sobre la realidad. Porque esto son las aventuras de esos cuatro entrañables «loquitos» en un mundo que se les quiere imponer como única realidad posible.

Por todo esto, les aconsejo que lean este sugerente texto de uno de nuestros más brillantes autores, situándose en una posición que les remita lo más cerca posible a vivencias personales en que ustedes se hayan creído encontrar también un poco, ¿cómo diría?..., sí, un poco «Fuera de quicio».

Con mi amistad,


GERARDO MALLA

Fuera de quicio

Se estrenó el 13 de marzo de 1987 en el Teatro Reina Victoria

de Madrid, con el siguiente



REPARTO

(por orden de intervención)


ANTOÑITA: Gloria Muñoz

ROSA: Amparo Valle

ANTONIO: Arturo Quejereta

JUAN: Francisco Javier

MADRE SUPERIORA: Paca Gabaldón

DIRECTOR: Paco Casares

SOR CONCEPCIÓN: Margarita Lascoiti

SUBINSPECTOR DE POLICÍA: Paco Maestre


Producción: Justo Alonso

Escenografía: Toni Cortés

Iluminación: Eric Teunis

Vestuario: Peris

Dirección: Gerardo Malla






PERSONAJES



ROSA, interna de un hospital psiquiátrico.

ANTOÑITA, interna de un hospital psiquiátrico.

JUAN, interno de un hospital psiquiátrico.

ANTONIO, interno de un hospital psiquiátrico.

DON JOSÉ, director del hospital psiquiátrico de mujeres.

SOR MARÍA, Madre Superiora del hospital psiquiátrico de mujeres.

SOR CONCEPCIÓN, monja del hospital psiquiátrico de mujeres.

SEÑOR GONZÁLEZ, subinspector de policía.


Además: Otras internas del hospital, monjas, enfermeros, médicos, Santa Teresita del Niño Jesús, Juana la Loca, Agustina de Aragón, todos los espectadores del patio de butacas, acomodadores y porteros, familia de los actores que intervengan, etc.

Primera parte

ESCENA 1.ª

«Una aventura amorosa accidentada»

(Huerto del Hospital Psiquiátrico de Mujeres de Ciempozuelos. Es de noche y reina una oscuridad casi absoluta. Solo algún rayo de luna misterioso ilumina a veces el lugar surgiendo de entre negros nubarrones. Cuatro sombras, susurrando en voz baja, se recortan entre los árboles del siniestro paraje ocultándose mientras caminan. Van delante las dos mujeres, internas del hospital, y las siguen los dos hombres, internos, a su vez, del Hospital Psiquiátrico de Hombres, que está al lado, separado por un muro.)

ANTOÑITA.–¡Por aquí, vamos!

ROSA.–¡Chisss! ¡No hagáis ruido! Con cuidado, no piséis los sembraos.

ANTONIO.–¡Es que no se ve nada!

(Juan enciende una cerilla. Rosa va hacia él y se la apaga.)

ROSA.–¡Qué haces! ¿Quieres que nos cojan?

JUAN.–No veo bien y tropiezo con las lechugas.

ROSA.–Dame la mano, vamos. Y no son lechugas. Es azúcar.

JUAN.–¿Azúcar? ¿Tenéis plantado azúcar?

ROSA.–Sí, azúcar amargo. Lo hacemos aquí, y lo empaquetamos y todo.

JUAN.–¿No hay otro camino? Nos vamos a dar un golpe que...

(Se oye un golpe en la oscuridad y Juan grita de dolor.)

¡Ay, ay, ay!...

LOS OTROS TRES.–¡Chssss!

ROSA.–¡Te quieres callar!

JUAN.–¡Ay, ay, ay! ¡Me he dado, me he dado!

ROSA.–¿De verdad no has visto el árbol? Se ve poco, pero...

JUAN.–Me das la mano y me chocas con un árbol.

ROSA.–Te he dado la mano para que no tropezaras con las lechugas, como tú dices, no con los árboles.

ANTOÑITA.–¡Vamos! ¿Qué pasa?

ANTONIO.–Juan ha tropezado con un árbol.

JUAN.–¡No puedo andar! ¡Creo que me he roto una pierna!

ROSA.–Pues sí que... ¡Antonia, espera, hija, que este dice que se ha roto una pierna!

ANTOÑITA.–¿Que se ha roto una pierna? ¡Jesús!

ROSA.–Eso dice.

ANTONIO.–Vamos hombre, Juan, no puedes andar por ahí rompiéndote piernas a lo tonto.

JUAN.–Ha sido esta, que me ha dado contra un árbol.

ROSA.–¡Habrase visto! ¿Encima me echa a mí la culpa!

ANTOÑITA.–Ya estamos, es a la vuelta. Sujetarle y vamos, que nos van a ver si nos quedamos aquí. Y tú no chillas más.

JUAN.–¡Es que me duele mucho! ¡Ay, ay, ay mi pierna!

ROSA.–Sujétate en mí, apóyate.

JUAN.–No, que me das con otro árbol.

(Siguen los cuatro andando en la oscuridad, sujetando Antonio a Juan, hasta llegar a una puerta.)

ANTOÑITA.–Aquí es; pasar.

(Al entrar y dar la luz, vemos que están en una leñera y sala de calderas. Las tuberías y los troncos amontonados dan un aspecto lúgubre y tenebroso al lugar.)

ANTONIO.–¿Qué es esto? ¿El castillo de Drácula?

ROSA.–Si quieres te llevamos a la suite imperial, no te digo. A ver, tú, la pierna esa, siéntate aquí.

JUAN.– (Sentándose sobre unos troncos en medio de grandes gestos de dolor.) ¡Ay, ay, ay..., la rodilla! ¡Sangre! ¡Me he hecho sangre! ¡Me mareo!

ROSA.–¿A ver?... Pero si no tienes nada. Un rasguño. ¡Qué exagerado, pues no dice que se ha roto una pierna y no tiene nada!

JUAN.–¿Y la sangre, qué?

ROSA.–¡Pero qué sangre!