Out of the blue
Primera edición, Dinamarca, agosto del 2018
© Yilmer Ticona Flores, 2018
yilmert@gmail.com
Fotografía del autor: Edson Canaza Berrios
Editado por SAXO.com Hispanic ApS
https://yopublico.saxo.com/
Strandboulevarden 89, 2nd th
Copenhague, Dinamarca
ISBN: 9788740463286
El presente texto es de única responsabilidad del autor. Queda prohibida su total o parcial reproducción por cualquier medio de impresión o digital en forma idéntica extractada o modificada, en castellano o en cualquier idioma, sin autorización expresa del autor.
A todo aquel que en busca de sus
sueños se encuentra perdido en medio
de un mar.
Humble
Travelling
American Nightmare
Le Chateau Bleau
Welcome Onboard
Waveforms
Record Guinness
Myanmar
Peruvians Do It Better
Dirty Side
Healthy Boy
Crown Management
Applied Topography
Clock In, Clock out
Behind The Fun
Here And Now
Crew Training Center
Supapaisa
Let Me Be Your Hero
Keep It Together
Day And Night
My Hardworker Friend
The Runaway
The Ordinary White Boy
Fun For All
The Boss
Kinda Lucky
Flea Market
Health And Safety
Valuable Lessons
Temporary Insanity
The New Guy
A Hundred Dollar Pain
A Compass Will Always Point North
Mamagaio
I/O
See You Then
Where Is God?
A Single Man
Bermudas Triangle
Xanadu
Strong Enough
Neptune’s Stranger Tides
I Can Be A Freak
The Secret
Color Theory
Blue Dream
Idioms
Love Generation
Clean Side
Mafia
Gonna Fly Now
Something Something Goodbye
Songs Of The Humpback Whale
Time To Man Up
Learning Not To Drown
Pride
Fueron muchos meses de planificación, trámites pesados, y una última semana de viajes, compras y despedidas que me dejaron agotado, felizmente mis padres me acompañaron todo el camino desde mi ciudad, donde al parecer ya había conquistado todo, hasta la capital, sus congestionadas calles, sus grandes distancias y su inmenso aeropuerto donde me sentía pequeño, nervioso y aturdido y desde donde por fin me iría a ser yo mismo, a vivir mi tan esperado sueño, ¿cuántos hijos gringos tendré? ¿Llegaré a volver para navidad o me quedaré?, pasé la puerta de embarque y quedé solo, ya no los veía.
Horas antes en la tarde mientras hacía mis últimos trámites en la oficina conocí a Pedro, un chico joven y menudo, de alrededor de 1,68 de estatura, piel trigueña, y cara delgada, que se sentó a mi lado, conversamos y resultó que viajaríamos juntos, eso me agradó ya que era un chico sencillo y al parecer buena persona, ahora lo volvía a encontrar en el aeropuerto mientras esperábamos la hora de embarque con nuestras respectivas familias, “aquí comienza mi aventura, mi vida futura; el éxito”, pensaba mientras avanzábamos finalmente solos por la cola.
Pasamos la última puerta y aparece la revisión, siempre me olvido de la revisión hasta que llego a la revisión, entonces, a pesar de estar incómodo por toda la tensión que se acrecentaba en mí, tuve que quitarme la ropa en medio de todos, me saqué las incomodísimas botas nuevas que usaba, la gran casaca tipo alaska que estrenaba, y todos los extras para colocarlos en tachitos, en eso me di cuenta que Pedro, mucho más práctico, ya había terminado y pacientemente me esperaba al otro lado, cuando pasamos, continuamos avanzando hasta que entramos caminando a un salón muy grande e iluminado, donde nos sentamos y ya más tranquilos le conté lo que en la tarde Gina, la coordinadora, me pidió por favor le informara, el despistado de Pedro había hecho un pago mal y por ir a corregirlo perdió la explicación de lo que sería el viaje, en su caso él no podía darse el lujo de perder ese pago, creo que en mi caso me daría igual, mis padres se comprometieron a solventar todos los gastos del viaje, una maravilla, no sé cómo mis padres podían hacer tanto por mí, darme la libertad de hacer lo que quería y cuando quería, incluso me dieron una innecesaria bolsa de viaje de unos cientos de dólares extra.
Tantos meses planificando y comprando hasta lo que me pondría para viajar, prendas que en ese momento estaba calificando como ‘totalmente incómodas’, primeramente por esas incómodas botas tiesas y algo grandes que estaba usando, segundo por esa tan pomposa casaca también nueva y tercero por el incómodo par de maletas llenas que era mi equipaje, felizmente una fue dejada en el counter para que viaje sola, sola hasta mi destino.
Ese relajado momento sentado era preciso para sacar mi Itouch, mi inseparable y favorito dispositivo electrónico, el plan era escribir detalle a detalle todo lo que fuera haciendo desde subir al avión hasta volver, tema que ya tenía planeado un buen tiempo atrás, entonces, y aprovechando la conexión libre a internet del aeropuerto escribí mi primera entrada, “Como esperaba estoy en el aeropuerto esperando el vuelo…”, tratando de disimular la acción ante Pedro, continuando la conversación de lo más normal, empezamos a especular sobre nuestros posibles puestos de trabajo, “¿a qué barco vas tu?“, “no sé, ¿y tú sabes?”, “no pero sería chévere que nos manden al mismo barco, ¿tampoco te comentaron nada del puesto?” “dicen que mandan para limpieza o como lava platos”, “¿ir a lavar platos?” guardé silencio mientras visualizaba maravillado mi futuro “Ojalá me pongan a lavar platos todo el día”, respiré un momento y continué “si me pagan por lavar platos todo el día, estaría feliz”.
Luego de esperar muchos minutos por fin subimos al avión donde gracias al counter habíamos conseguido aunque al fondo muy cerca al servicio de azafatas un par de asientos juntos, cuando nos sentamos nos dimos cuenta que esos asientos tenían todo malogrado, incluso la bandeja donde se pone la comida estaba malograda y caía sin sostenerse invadiendo mi espacio, entonces antes de poner mi maleta arriba, acomodé dentro el fólder que era lo único que Pedro llevaba en manos. Minutos después cuando trataba de acomodarme en ese asiento la azafata mayor al ver nuestra incomodidad nos ofreció cambiarnos de asiento y eso hicimos dejando mi maletín donde ya lo había colocado, minutos después partimos de esa ciudad de madrugada, negra y repleta de luces que nos permitió ver cómo se elevaba el avión.
Una vez en vuelo lo primero que hice fue revisar el pasaporte y mi itinerario de viaje donde verifiqué la hora en que llegaríamos a Colombia y luego a Miami, todo estaba ok. Así que continué la conversación, Pedro me contó un poco de su vida; trabajó en un buen hotel en Lima como barman y era la primera vez que viajaba en avión cosa curiosa ya que yo estaba acostumbrado a viajar, “es tu primer viaje y te vas nada menos que al extranjero”, entonces en plena conversación sentí que mi estómago comenzó a estrujarse terriblemente, al parecer los mariscos que comí en casa de la tía luego de la juerga de despedida con mis dos amigos en Lima no me hicieron muy bien, estaba acostumbrado a la mala digestión que me aquejaba de un tiempo a esta parte, pero era terriblemente incómodo sentir dolor de estómago en un avión, pasé varios minutos prestándole atención hasta que ya la claridad nos permitía divisar que estábamos sobre el hermoso y perfecto plateado mar.
Al vernos envueltos en la luz del día miré la hora, ya teníamos dos horas de vuelo pero el calor aún no llegaba, muy por el contrario, comenzó a hacer un frío terrible con el que se acrecentó mi dolor, así que solo me quedaba aguantar mis incomodidades rezando para que el tiempo pase y llegar rápido a nuestro primer destino. Cuando llegamos a Colombia sabíamos que las maletas que dejamos en el counter viajaban solas así que todo se resumía a jalar mi gigante maletita de mano, avanzar y buscar el counter para nuestro siguiente embarque, claro que en mí caso particular también tenía que buscar disimuladamente un baño sin perder en ningún momento el caché entre los limeños de la alta que también iban camino a Miami. Todo el aeropuerto se veía soleado, maravilloso, adornado con hermosas y gigantes imágenes de una ciudad inundada de edificios increíbles, curiosamente a través de los ventanales se veía que a la distancia nos rodeaban solo árboles y nada más, no había nada de ciudad a la vista, “nunca pensé conocer Colombia, bueno, al menos ahora conozco sus árboles”.
Mientras nos dejábamos llevar por la gente hacía el nuevo punto de abordaje de pronto descubro que tenemos que pasar por el bendito pasajito de revisión, para mí alivio, este control fue más simple, incluso pasé el detector a la primera, en teoría ya solo nos quedaba buscar la puerta de embarque, digo en teoría, porque yo lo único que desesperadamente buscaba era la puerta de un baño, y la encontré cuando ya había perdido las esperanzas y llegaba a la cola del salón de embarque, ahí, justo al costado había un baño, así que entré e hice lo que tenía que hacer tratando de no hacer ninguna cosa que llamara la atención, ya afuera con sigilo vi que todo estaba normal Pedro junto con el resto de pasajeros avanzaba en la cola.
Cuando a Pedro le tocó pasar por el módulo de control, entregó su pasaporte con el contrato de trabajo adentro y los dos counters colombianos encargados empezaron a mirarlo y remirarlo con roche dándole vueltas, cuchicheando y finalmente haciéndole el pare por sus papeles, entonces le empezaron a hacer preguntas y él contestaba nervioso a estas, luego se miraron las caras y finalmente lo dejaron pasar, yo avancé, entregué el pasaporte, se dijeron mirándose entre ellos, “otro más” y me dejaron pasar, al aparecer ese día era mi día de suerte.
Ya en el salón de embarque mirando a través de los cristales todo ese verde que nos rodeaba, decidimos que era la hora de tomarnos un par de fotos con la cámara de Pedro, con su cámara porque yo en la maleta llevaba ropa interior para 5 años, pero no llevaba cámara, nos tomamos un par de fotos desde la mesita del hall usando ingeniosamente el temporizador, y continuamos la espera riéndonos un poco nerviosos en esa espaciosa sala que se iba llenando ahora de colombianos, medios rubios y con acentos raros.
Cuando el salón ya estaba casi lleno llamaron a abordaje así que nos paramos agarré mi maleta y fuimos avanzando entre la gente, en eso me doy cuenta que Pedro no estaba, se había quedado atrás hablando con uno de esos limeños con pinta de atorrante y con algo de sobrepeso, entonces seguí mi camino entrando al avión, pero Pedro me alcanzó y me presentó al tipo, lo saludé sin prestarle atención, no me daba ganas de hablar a un pata pitucón, finalmente el pata se fue a su asiento y mientras nos ubicábamos Pedro me hizo el resumen, el pata también iba a trabajar en un crucero, embarcaría a uno llamado Pride semanas después, para el 17, yo no hice mayor comentario, esta vez nos tocó adelante a la derecha, eran las 9.58 am, me senté y sentí el dolor de estómago que había vuelto, así que un poco incómodo decidí dormir la mayor parte del viaje tratando de controlar el dolor, solo despertaba de rato en rato y miraba el mar que a cada pestañeo iba adquiriendo colores no muy comunes para los peruanos, hasta que desperté y vi un hermoso mar entre azul celeste y esmeralda, estábamos llegando a Miami.
En el aterrizaje, desde el avión todo se veía tan grande, tan ordenado, nada apiñado, todo era verde con unos cuantos edificios grandes, carreteras muy amplias, y ni hablar del aeropuerto de Miami por el que avanzaba sintiéndome muy pequeño ante tanta inmensidad, todo era muy diferente, todo totalmente amplio e iluminado, ahí, avanzando con toda la gente de nuestro vuelo, nos encontramos otra vez con el gordo limeño, Pedro se puso a conversar con él mientras yo iba adelante entretenido con las, para mí, novedosas plataformas deslizables en las que me iba quedando rezagado, esas plataformas tenían la velocidad similar a la de una tortuga, era un día hermoso y lo único que faltaba era bajar las maletas y luego directo al hotel, ya hasta el dolor de estómago se me había pasado, respiraba hinchando el pecho, era el perfecto comienzo de una muy buena vida nueva.
De pronto el vacío y la iluminación de los grandes ventanales se perdieron cuando llegamos a un salón grande y lleno de gente que conforme iba llegando se acomodaban en una cola espectacular, no era una cola como la de un banco peruano, sino más bien una sola cola que se ondulaba a si misma ocupando cada espacio libre en un muy grande salón, nosotros tres algo nerviosos nos pusimos al final de la cola y detrás de nosotros los otros pasajeros que iban llegando jalando su equipaje, inmediatamente empezamos a avanzar en medio de un montón de gente de todo el mundo, observé adelante, todo terminaba en varias colas cada una con alrededor de 5 personas y luego unas casetas transparentes, le señalé las casetas a Pedro y al gordo, pero este ultimo me respondió que ya había pasado ese trance.
Habríamos estado en la cola alrededor de 30 minutos y nos faltaba pocos metros cuando nos dimos cuenta que teníamos que presentar llenas unas fichas que nos habían dado en el avión, el gordo sacó las suyas ya llenas, pero Pedro y yo no habíamos llenado nada, así que rápidamente nos prestamos lapicero y tratamos de llenarlas, tratando de mantener la calma mientras los guardias ya nos distribuían a cada uno en las colas de las casetas donde dos policías interrogaban a cada pasajero, cuando estaba a dos personas de la caseta terminé de llenar mis fichas y volteé a ver a Pedro que corría a traer otras, al parecer había malogrado las suyas. Yo empecé a ponerme un poquito más nervioso, Pedro volvió y una tía colombiana que se encontraba justo detrás de mí notó el percance y trató de ayudarlo indicándole el llenado, de pronto el policía me avisó, era mi turno de pasar a la caseta de cristal.
“Good afternoon”, dijo el policía pidiéndome mis papeles; pasaporte, carta de trabajo, las fichas, etc. Verificó todo, me hizo preguntas que yo respondía muy nervioso, luego me pidió que ponga la mano en la maquinita de escaneo palmar, yo puse la mano derecha, y el oficial volvió a ordenar, “pon tu mano izquierda”, corregí, luego se quedó en silencio mirando el monitor y escribiendo, después sin previo aviso se paró, salió de su cabina y me dijo que lo siguiera, en toda la cola no me había fijado que ningún policía saliera de la cabina, yo desconcertado lo seguí, me llevó a la parte de atrás de todas las cabinas, por una puerta donde ingresaban y salían policías, todo eso no me parecía normal, ‘¿qué chucha hice?’.
Ingresamos y el oficial me hizo sentar junto a la puerta y se fue, entonces comencé a mirar alrededor, todo era transparente y lleno de policías que entraban, salían y bromeaban justo frente a mí, se veía como en esos programas policiales que pasan por cable donde detienen a drogos y delincuentes, era horrible, me quedé esperando nervioso con mi maleta de mano al costado, miré alrededor y junto a mí, en ese lugar blanco e iluminado también había una familia de mexicanos, una mujer joven con bebito, una pareja de esas en que las mujeres se cubren el cabello mientras el marido habla, pero ninguno con expresión despreocupada, de pronto y de golpe sale una chica de una de esas oficinas gritando “¿por qué?, ¿por qué?, nunca me hicieron esto antes” un policía la sacaba del lugar del brazo, yo inhalé, crucé mis piernas en señal de despreocupación y traté de relajar mi mente pensando ‘todo está bien, si me regresan a Perú, me regresan y mejor’.
‘¿Pedro se habrá ido o me estará esperando afuera? ¿Qué pasará conmigo?’, solo me quedaba esperar, no había más que hacer en un lugar donde no podía comunicarme, donde yo no era nadie, donde se me hacía una eternidad ver a los policías llamar muy lentamente a la gente y hacerles preguntas, era demasiado angustiante para mí estar viendo esas caras de miedo y escuchando esas conversaciones en idiomas inidentificables a mi alrededor, de pronto la puerta de mi costado se volvió a abrir, era Pedro que entró y se sentó a mi lado, al menos ya no estaba solo, así que traté de quitarle importancia al asunto, “¿qué está pasando?” me preguntó bajito, “no pasa nada, total, no tenemos nada que esconder” respondí y en silencio continué con la angustiante espera, éramos dos peruanos en una película americana de bajo presupuesto.
Repetían un nombre tan bajito y con un acento tan extraño que no lo entendí hasta que Pedro me dio un codazo y me di cuenta que me llamaban a mí, así que rápidamente me acerqué a la cabina donde un policía grande moreno y macizo me hizo sentar y comenzó a interrogarme mientras revisaba mis papeles y miraba su computadora: “¿Primera vez aquí?”, “sí”, “¿Trabajo en crucero?”, “sí”, “¿Cuál es tu puesto?”, “Galley Steward”, “Ok. Gracias, puedes irte”, todo en perfecto inglés, me quedé idiota, me paré pero antes de salir le pregunté, “disculpe, pero ¿Por qué nos traen aquí?, porque realmente me asustaron”, “¿Por qué lo traemos aquí?”, repitió mi pregunta en tono irónico, “pues a todos los que vienen por este tipo de trabajo los traemos aquí para registrarlos”, volvió su vista a la computadora y yo salí sin decir nada más, afuera, en el lugar donde estaba la cola gigantesca ahora estaba totalmente vacío, le pregunté el camino a uno de los policías que pasaba y más allá en medio del gran ambiente de equipaje encontré mi maleta abandonada, agarré uno de los carros metálicos, subí la maleta, tire encima la que llevaba conmigo y me dije, ‘nunca más vuelvo a traer tantas cosas, una maleta tan grande y menos vestirme como un puto esquimal’.
Pasaron menos de dos minutos y Pedro ya venía casi saltando, “Pedro, esto es una mierda” le dije empezando a avanzar, él sin decir nada buscó su maleta y la puso al vuelo sobre el carro que yo empujaba, a unos metros divisé que otro control con otro tipo de seguridad nos esperaba, pensé que todo había terminado pero me equivocaba, cuando nos acercamos para pasar, el tío encargado nos pidió que cada quien agarré su maleta, así que Pedro cogió la suya y pasó el control, yo hice lo mismo pero antes de terminar de pasar el tío me dijo “espere”, llamó a otro policía y me indicó que lo siga, ‘esto es un chiste’ pensé mientras caminaba con mis maletas detrás del policía que me iba explicando que por azar me había tocado una revisión de equipaje, yo sonreí mirando al suelo y dije despacio en inglés “hoy estoy bien suertudo”, “¿perdón?” intervino, “estoy suertudo” respondí, el policía me miró extrañamente, y dijo “ok” lentamente.
Llegamos a otro gran salón lleno de máquinas grandes y varios policías donde me indicó subir mis maletas a una plataforma de rayos, las maletas pasaron sin novedad pero tal vez por haber hecho ese pícaro comentario me señaló otra plataforma y me indicó que abriera mis maletas y sacara absolutamente todo lo que había en ellas, me revisó hasta en los pliegues de los calzoncillos, tanto fue la rareza de esto que otro policía le dijo, “pero si en la pantalla no se vio nada”, a lo que él respondió, “sí lo sé”, a este punto ya me sentía violentado, cuando guardé todo salía del lugar al borde de las lágrimas jalando mis cosas y mi cuerpo como si me hubieran matado el alma, “¡Por qué chucha me tiene que pasar todo esto a mí!”, a lo lejos divisé a Pedro sentado conversando con una señora, yo seguí caminando, él al verme se despidió y se acercó, no pregunté nada, solo quería salir de ahí.
Mi ideal sueño americano se había jodido por completo, solo quería descansar y para eso faltaba buscar el shuttle que nos llevaría al hotel, pero nos habíamos perdido, estuvimos bajando y subiendo en el aeropuerto y no encontrábamos cómo llegar al lugar de los shuttles, 40 minutos después finalmente encontramos la salida del aeropuerto y salimos. Pedro liviano y yo empujando todo el carro de las maletas, afuera habían vans de todos los tamaños con logos de diversos hoteles que llegaban recogían a pasajeros y se iban, entonces esperamos ver alguna con el nombre de nuestro hotel pero el tiempo se extendió y ya alrededor de una hora después me dije a mí mismo que no pensaba quedarme un minuto más esperando, “Pedro, ¿qué hacemos?, me desespera esperar”, “hay que esperar nomás” me respondió, “Pedro, tenemos que hacer algo”, dije ofuscado, guardé silencio pensando, miré el reloj y quedé sorprendido eran como las 6 y parecían las 2 de la tarde, miré alrededor y dije como para mí “no sé qué hacer” en mí vida siempre había sabido qué hacer pero en ese momento sentí algo que nunca antes en mi vida había sentido, impotencia, no tenía un lugar a donde escapar, estaba completamente perdido e indefenso. Iba a llorar si no me movía.
“Pedro, vamos a hablar por teléfono” le dije mientras volvía a entrar al aeropuerto jalando todo el pesado equipaje, había un teléfono cerca de la entrada me paré y busqué en el papel que nos dieron junto con nuestro itinerario, ahí estaban los datos del hotel, no tenía monedas americanas, saqué un billete y mandé a Pedro a conseguir monedas, cuando volvió me di cuenta que yo ni siquiera era capaz de hacer una llamada telefónica, puse una moneda, marqué y no había sonido de respuesta en el teléfono, así que puse otra moneda y nada, colgué, las monedas se perdieron, puse otra, volví a marcar los dígitos del papel y nada, a la tercera finalmente timbró, “timbra” le dije a Pedro, contestaron; “Hotel chateau bleu, buenas tardes”, “¿Habla español, por favor?”, “sí”, “tenemos reservación en su hotel, acabamos de llegar y estamos esperando el shuttle pero no llega”, “Dígame en que puerta se encuentran por favor”, tape el auricular del teléfono, “Pedro, averigua que puerta es esta”, Pedro corre a preguntar y me responde “m”, “m” repetí en el teléfono, “esa puerta no existe, señor”, tape el teléfono “tamaré, Pedro pregunta bien que letra es”, nuevamente fue a preguntar y me dijo “f”, “Estamos en la puerta “f””, “OK en 15 minutos llega el shuttle a recogerlos”, “Ok gracias”, esperamos como 45 minutos más y por fin llegó el shuttle.
Nosotros y una señora más que no sé de donde apareció subimos al shuttle, Pedro se sentó atrás y yo delante como copiloto y lo más alejado que podía del conductor, el conductor nos dijo que llegó tarde por el tráfico, yo no hice ningún comentario, nada me importaba, no quería pensar, no quería hablar, solo quería llegar al hotel y descansar, estaba cansado de los abordajes, las colas, los policías y hasta de mi ropa, apenas podía concentrar mi atención de conocer ese hermoso lugar en el que increíblemente a pesar de ser las 7 de la noche, había un rico y dorado sol como de media tarde iluminando el limpio, despejado y sobre todo amplio camino urbano adornado solo de autos, una escena de Miami Beach que el conductor terminó de ambientar poniendo una radio ochentera en la que empezaba a sonar “Always Something There to Remind Me”.
Por fin llegamos al Chateau Bleu que a pesar de no ser un hotel muy exclusivo de la zona se veía muy grande y hermoso, parecía un hotel de verano por el color salmón y amarillo de sus paredes, su piscina y sus flores. Cuando llegamos a recepción jalando nuestras cosas nos atendió un tío que hablaba español, pero con acento de Miami al estilo Don Francisco, se portó muy servicial y amable atendiéndonos e indicándonos nuestras habitaciones, luego nos dijo que teníamos que salir y ver un afiche en el segundo patio donde figuraría nuestra fecha de embarque, nos comentó que posiblemente nos quedaríamos ahí en el hotel unos cuántos días si el embarque lo habían planificado para el fin de semana o la siguiente, luego nos dio nuestras llaves magnéticas, nunca había visto una, y nos acompaño a nuestras habitaciones, entramos, tiramos nuestras cosas y me eché un momento en la cama, necesitaba estar encerrado por lo menos unos minutos.
Momentos después cuando me encontraba más relajado salí nuevamente a pedir el código de conexión a Internet y a comprar una tarjeta de teléfono de $5 para llamar a Perú, Pedro no quería gastar así que fui solo y al volver me conecté a Internet desde mi Itouch y también intenté llamar según las indicaciones de la tarjeta pero no pude. La habitación era perfectamente americana, fresca, amplia, con una tele gigante, dos camas, un baño, que no se veía caro, sino más bien cómodo, me gustó mucho, por mí haberme quedado ahí toda mi estadía en Estados Unidos, era tan rico todo ahí dentro que deseaba y con algo de suerte se cumpliría que nuestro embarque estuviera programado para una semana después y podríamos disfrutar de la habitación y por supuesto de Miami en su totalidad, lamentablemente cuando llegamos al afiche confirmamos mi suerte; Pedro y yo subiríamos al mismo barco al día siguiente a las 6 de la mañana.
Algo tristes salimos del hotel sin que nadie nos viera, era un hotel sin paredes exteriores, así que bien nos podríamos haber fugado sin ningún inconveniente, pero en nuestro pensamiento solo estaba aprovechar el poco tiempo que teníamos, conocer un poco y tomarnos unas cuantitas fotos por aquí y por allá, no todos los días se está en Miami. Estaba por oscurecer cuando empezamos a bajar por la calle más amplia apreciando todo el lugar, me llamó la atención un parque donde había una pileta de donde sobresalían los cuerpos superiores de tres caballos levantando sus patas delanteras, más allá comenzaban unos edificios gigantes, todas las calles del porte de avenidas, solamente autos y camionetas particulares, poquísima gente, muchas tiendas y negocios elegantísimos, y secuencialmente esas puertas gigantes con amplias entradas que daba la sensación de estar rodeados de museos, todo se veía elegante y maximizado, cosa que me encantaba.
Cuando llegó la noche todo brillaba iluminado los edificios antes monocromos, las tiendas abiertas a puerta cerrada, y los bares que a pesar de no haber gente en las calles estaban repletos de gente adentro, exactamente iguales a esos de las películas a los que van los protagonistas, a tomar un trago en la barra con mucha gente detrás, incluso el tránsito es muy diferente ya que los autos y camionetas paran si ven a un transeúnte acercarse, es decir, exactamente lo contrario de Perú en que el peatón se detiene asustado al ver el auto siquiera asomarse. A pesar de estar muy entretenidos nos dimos cuenta que era hora de volver.
Cuando finalmente llegamos al hotel y a nuestras habitaciones, nos arreglamos para ir, tal como nos había indicado el recepcionista, a comer al restaurante del mismo hotel, era un lugar simple pero elegante y muy acogedor, entramos justo a las 9 que cerraban la carta, nos atendió una jovencita latina muy atenta, en el lugar, en una mesa sentada una señora hispanohablante, rellenita, bien vestida y bien risueña, abanicándose mientras hacía conversación con otros señores que hablaban español pero con acentos raros, cada uno tomando de su coctel único y eterno, una tele con fútbol latino en la pantalla, y nosotros ahí, algo alejados disfrutando de un delicioso pescado acompañado de esa especie de toronja sustituto americano del limón, terminamos de comer y nos fuimos a nuestra habitación.
Era momento de volver a intentar hablar por teléfono con mis papas, y mientras Pedro revisaba la programación en la tele yo trataba de armar los números en el teléfono, me demoré como 20 minutos descifrando cómo marcar, la composición final constaba de: el número del hotel, el número de la tarjeta, el código de país, el código de ciudad y el número destino, con todos los códigos formaba una línea de más de 12 números, números que finalmente empezaron a timbrar, y respondía mi mamá emocionada en pleno viaje de regreso de la capital a mi ciudad, le conté que habíamos llegado bien, que si era real tanta maravilla y que al día siguiente nos subíamos al barco, le pedí que llamara a la familia de Pedro en Lima y les avisara que todo estaba bien, nos despedimos, Pedro se había metido a la ducha así que mientras salía me puse a chatear desde el Itouch y luego tomé mi turno en la ducha y le dejé el Itouch, saliendo de la ducha abrí mi maleta sobre la cama y todo lo contenido explotó, saqué algunas cosas para vestirme, puse otras, la cerré, puse el despertador un cuarto para las seis y nos acostamos.
Al día siguiente a las 6, aún de noche, ya estábamos esperando en recepción que llegué el ómnibus que realmente llegó hasta media hora después, el chofer subió nuestras cosas y empezamos el viaje, todo aún estaba oscuro así que conforme yo dormía y despertaba fue aclarando, cada parada era un hotel donde subían otros muchachos como nosotros, llegamos a ser como 12 chicos y solo una chica, entre nosotros un grupo de 4 asiáticos, dos patas altos uno muy blanco y otro un gringuito de buena pinta, todos nosotros éramos jóvenes comunes y corrientes pero con rasgos propios de cada país, cuando dejamos de recoger gente tomamos una carretera algo desértica y luego de un par de horas nos dejaron bajar por 15 minutos en un centro comercial en pleno desierto, era Orlando, y todo el lugar estaba repleto de souvenirs de Disney, lentes de sol, gorras, etc.
Cuando terminaron los 15 minutos y volvíamos camino al ómnibus un pata se nos acercó preguntando en español perfecto si éramos peruanos, al escucharlo nos sorprendimos porque a pesar de tener pinta de asiático, resultó ser bien charapa, arriba del bus se sentó cerca de nosotros, se presentó tan carismáticamente que hasta su apodo nos dijo “me dicen Guicho”, también nos contó que era su segundo contrato y que tenía un buen puesto de trabajo como mozo de bar, “¿A qué puesto van ustedes?”, “ayudantes de cocina”, “¿cocineros?”, “no”, “ahhh” exclamo y luego se rió, “son galleys”, yo no entendí lo que dijo, hizo una pausa y continuo “matado, pobres, es muy duro”, “¿Tú fuiste eso?”, “sí, es un infierno, primero, tienes los guantes que humedecen tus manos, luego te empiezan a salir hongos, luego te salen heridas, es una mierda”, y así fue haciéndonos un horizonte de nuestro destino mientras nos mostraba su sonrisa mezcla de locura y emoción y mientras yo trataba de hacerlo notar que no le estaba prestando atención, en pocos minutos volvimos a estar callados, mirando que cruzábamos hermosos lagos, arenas áridas, grandes letreros, hasta que por fin a lo lejos aparecieron poco a poco dos inmensos barcos cruceros, blancos, majestuosos, cual gigantescos hoteles impecables sobre el agua provocando entre nosotros un unísono sonido de exclamación, estábamos llegando al puerto, todo un momento mágico que coronaba nuestro compatriota con la frase lapidaria “¡nuestra casa!”.
Estábamos en nuestro punto de embarque, Cañaveral, Ahí, luego que el chofer bajó las maletas de todos y recibió propina de todos los chicos menos de nosotros dos que nos hicimos los locos, vinieron una serie de acciones en grupo; avanzar jalando nuestras maletas, sacar los papeles a la mano, hacer cola, avanzar un tramo, hacer cola, una pequeña revisión de equipaje y volver a avanzar, mientras la única chica del grupo en todo el trayecto saludaba a todos cual vecina que vuelve al barrio, yo trataba de permanecer atrás de la cola manteniendo siempre el porte con los otros dos chicos altos del grupo, finalmente dejábamos tierra firme, 12 jóvenes subíamos al barco cruzando un puentecito que unía tierra y barco, por fin se había terminado tanto viaje, por fin estaba dentro del barco, por fin a descansar, adentro pasamos un escáner de maletas y ya, no había ninguna sensación diferente, lo único que sentía era que Estados Unidos quedó atrás para mí en ese momento.
Todos juntos aún con maletas en mano pasamos a una oficina en la que una china regordeta, de cola, impecable traje de marino e inglés distorsionado, nos daba formularios para llenar, conforme entregábamos los formularios ella nos pedía el pasaporte indicándonos que lo retendría hasta que desembarquemos y nos iba dando nuestra cabina e indicando a cada uno que hacer, a nosotros nos dio un pin con nombre y puesto; “Galley Steward” decía el nuestro, y nos dijo “ustedes esperan” y aun aturdidos por la rapidez de todo, esperamos parados junto a las maletas como por 15 minutos, hasta que llegó por nosotros un chino de adultez media y con cara un poco escurrida pero amigable que con un inglés cómo de broma, rápidamente se presento, leyó nuestros números en la tarjeta, tomó mi maleta y pidió que lo siguiéramos.
Dejamos la oficina siguiendo al chino y entramos a un largo, blanco y totalmente iluminado pasadizo de alrededor de 5 metros de ancho por una cuadra de largo, que a lo largo de todo su trayecto tenía un continuo tubo grueso pintado de blanco en el blanco techo y varias entradas laterales, en las paredes a los costados mapas dispersos de la estructura del barco, y entre ellos casi en el centro del largo pasadizo una cara feliz de esas amarillas de los 80, pero gigante con un mensaje motivador debajo “diversión para todos, todos para la diversión”, y yo me preguntaba ‘¿Dónde está la diversión?’ mientras miraba a gente de toda raza y color cruzando el pasadizo en ambas direcciones usando sus overalls de distintos colores, y ninguno con cara de estarse divirtiendo.
Como a un poco más de la mitad, el chinito que iba por delante sin decir nada volteó a la derecha, lado izquierdo del barco, por una de las salidas, inmediatamente después habían unas escaleras blancas y también amplias, abajo el ambiente blanco se convirtió en crema y el gran pasadizo se convirtió en pasadizos más angostos y más bajos de techo, cada uno con varias entradas, cada entrada con puertas y cada puerta con su número y cerradura en ella, era un pequeño laberinto, yo no tenía idea de dónde estábamos, hasta que el chinito seriamente sin voltear completamente a ver a Pedro, preguntó con una pronunciación tan mala que tuve que agarrar las palabras en el aire y traducirlas “¿qué número tienes, Pedro?”, “B317” le respondí yo quitando de las manos de Pedro el papel, el chino dio unos pasos más, encontró el número correspondiente en la puerta, insertó en la cerradura la tarjeta de Pedro y abrió, para entrar tuvo que poner la maleta delante de su cuerpo porque aparte de lo angosto del lugar, habían cosas por todos lados, adentro difícilmente hubiéramos cabido los tres así que yo me quedé afuera, el chino indicó a Pedro que arreglara sus cosas y las 12 saliera a almorzar, y yo al verle la cara tuve que traducirle y le dije que me busque a las 12.
“Ocho meses aquí”, dije mientras íbamos sorteando los pasadizos con mis maletitas, el chinito se encargaba de la grande, así que no me era del todo incómodo, después de subir al pasaje blanco grande y volver a bajar por otra salida también al lado izquierdo del barco, pero algunos metros más allá, por fin llegamos al número B368, el chino abrió con mi llave magnética previa explicación, entramos y a diferencia de la de Pedro esta, estaba ‘ordenada’, en tamaño era idéntica a la de Pedro pero simétricamente inversa, medía como 3 metros de ancho por 4 de largo, era tan reducido el espacio que incluso el lavatorio estaba frente al angosto camarote, y entre ambos en la esquina un escritorio esquinero de dos niveles.
Metí mis maletas, despedí al chino sin darle propina y me quedé ahí, parado en el medio, mirando alrededor y sin espacio para dar vuelta, mis maletas en el suelo, a mi costado la cama superior del camarote desocupada y sobre ella una toalla secándose, nada más, sobre el esquinero de dos niveles, en el primero la figura de una joven ballerina, y otras pocas cosas básicas, incluyendo unos cuántos libros sobre el escritorio y en el nivel de arriba justo en la esquina el televisor solo, al otro lado, detrás de la puerta un clóset de dos puertas, una de ellas sin candado y vacía.
Detrás mío frente al clóset y el camarote estaba una puerta en diagonal que tenía unos dispositivos desconocidos a su costado, uno era como un círculo de plástico, y el otro era como un foco de pared, abrí la puerta y era un baño tipo de avión o de bus pero con una sola taza, una ducha y otra puerta similar a la que había abierto pero al lado contrario, un baño con dos puertas, ‘o sea ¿entrare por este lado y saldré por el otro?’ intenté abrir la puerta contraria pero alguien gritó algo indescifrable desde el otro lado, no solo sé podía cerrar las dos puertas desde adentro sino también por fuera, junto al water había un mecanismo parecido al de afuera, lo apreté y el foco de afuera se prendió de color rojo, volví a apretar y el foco de afuera se apagó, salí y cerré la puerta.
Traté de acomodar las maletas dentro del clóset pero solo entró la pequeña, la otra la dejé tal cual aún cerrada sobre la parte superior del camarote, busqué el candado que tanto nos habían recomendado comprar, y lo puse en la puerta del clóset tal como estaba el candado en la puerta vecina, subí a probar mi camarote aún sin ropa de cama, trepé recordando mi infancia y ahí me acosté mirando el techo a centímetros de mi cara, de pronto sonó la puerta y se abrió, y entró un chico trigueño oscuro y velludo y con uniforme y gorra de chef, me miró y dijo “Hola”, yo respondí “hola”, “¿eres mi nuevo compañero?”, “sí”, le respondí sin levantarme, sin decir más se recostó en la parte de abajo del camarote y a los minutos comenzó a roncar.
Salí tal cual a buscar a Pedro para subir a comer pero no fue fácil encontrar su cabina entre tanto pasadizo, felizmente lo encontré a él primero, estaba cual niño perdido en la playa, caminando sin rumbo en el laberinto, ya juntos buscamos una salida al pasadizo principal, y luego el lugar que nos había indicado el chinito, pero no recordábamos el nombre así que preguntando “¿donde se come?” llegamos, estaba repleto, era un comedor grande y con un terrible aroma a ratón, ese lugar apestaba a rata, ¿Cómo lo sé?, pues yo críe ratones en mí infancia y mi olfato aprendió a identificar inmediatamente ese característico olor.
Ambos éramos los únicos vestidos con ropa particular, todo el resto estaba con overall, muchas mesas, mucha gente, muchos chinos, muchos negros, mucho ruido, entramos y nos acomodamos cual corderos al rebaño en una cola en la serie de vitrinas de la izquierda haciendo lo que hacía el resto; primero coger la bandeja, luego dos platos de las pilas correspondientes y empezar a agarrar comida avanzando, todo mismo buffet, había entre lo conocido una variedad de comidas raras y a decir verdad apestositas, yo miraba la comida un poco asqueado así que procuré escoger lo menos diferente o lo que parecía menos feo, cuando nos sentamos nos dimos cuenta que no teníamos cubiertos así que miramos alrededor tratando de buscarlos y un pata al vernos buscar, desde la otra mesa nos señaló dos puntos del salón en los que había una mesa con rollitos de tela apilados, eran los cubiertos, fuimos por ellos y al regresar a la mesa el chico nos hablo en español, “¿Son de Perú?”, “Sí, ¿tú también?”, “sí”, nos respondió con una cara de ‘obvio’, “aquí hay hartos peruanos”, señalándonos otra mesa al fondo donde todos ya nos miraban y algunos saludaban “¿Primer contrato?”, “sí”, respondimos, “¿qué puesto?”, “somos asistentes de cocina”, respondimos, “¿asistentes de cocina?”, continuó ¿cocineros?, “no” respondimos, “a son galleys” nos corrigió, cierto éramos galleys.
Entonces los chicos de la mesa larga que el peruano nos había señalado nos empezaron a llamar, sin otra alternativa cogimos nuestras bandejas y fuimos a sentarnos con ellos, los peruanos nos recibieron con un carismático “Bienvenidos al infierno”, luego comenzaron a preguntarnos nuestros nombres, nuestra ciudad de origen y nuestras posiciones, para finalmente presentarse ellos, la mayoría amablemente menos un chato que nos dijo sin entender el porqué “que cojudos son” en todo burlón ante nuestros comentarios despistados, justo ahí se hizo un silencio sostenido y vimos entrando desde la puerta a un chinito vestido diferente, con camisa celeste, pantalón caqui y apariencia joven y agradable, él nos encontró con la mirada y empezó a caminar directamente hacia nosotros, no lo terminé de ver cuando se sentó a mi lado y me abrazó, yo obviamente me sorprendí y respondí muy seco a su efusividad, entonces al ver mi reacción reacomodo su posición, cambió su expresión y dirigiéndose a Pedro y a mí muy secamente dijo “nos reuniremos en 30 minutos en el pasadizo”, se paró y se fue “ese pata es Cristian, es el supervisor filipino, tengan cuidado con él” nos dijo nuestro vecino de asiento.
Terminamos de comer e íbamos saliendo cuando coincidimos con unos de los peruanos que nos enseñó el, para nosotros nuevo, procedimiento de selección de desechos, luego nos invitó a su cabina, nosotros lo seguimos algo desconcertados, pero él muy amicalmente puso música en su laptop y mientras se sacaba las botas y los húmedos calcetines que tenia debajo, con un léxico muy de barrio y una mezcla de desgano y cansancio nos contó lo pesado que era la vida ahí, coincidentemente su nombre era también Cristian, Cristian el peruano, luego de unos minutos nos despedimos teníamos que encontrarnos con Cristian el filipino, que lo encontramos ya esperando apoyado en la baranda del pasaje principal, ahí nos reclamó con cara desubicada por habernos demorado, y sin escuchar respuesta con malos gestos nos llevó primero a una lavandería donde nos dio sábanas y cubrecamas que rápidamente y empujados por Cristian llevamos a nuestras cabinas, Cristian nos espero y nos llevó a un almacén donde tiró al suelo delante de nosotros nuestros “elegantes” y relucientes overalls azules y zapatos que usaríamos, Pedro y yo nos miramos, los recogimos del suelo y nos lo pusimos ante la mirada de Cristian.
Luego a mí me llevó a otro almacén y ahí me dejó con el supervisor del lugar, un chino maduro y amable con el que con ayuda de unas estructuras metálicas que se empujaban y con las que subimos por el ascensor, recogimos en varios viajes un gran número de cajas que estaban en pleno pasadizo y cada viaje implicaba cargar la estructura metálica con cajas muy pesadas, empujarla hasta el almacén y volverlas a bajar, no es tan fácil como se cuenta y eso se reflejó en el cansancio propio del esfuerzo que implicaba esa actividad, era como jugar tetris con cajas inmensas y pesadas, solo pensaba en cómo pasaría mis días en esa chamba tan matada, felizmente un par de horas después, al terminar de recoger toda la pila, el chino llamó a Cristian y mientras esperábamos que él viniera ya en el almacén me invitó un plato con una comida oriental que el chino comía con la mano, era un poco desagradable pero el hambre pudo más.
Cristian llegó y me llevó a otro sitio, yo no tenía idea por dónde íbamos, hasta que llegamos a un lugar grande y húmedo con unas máquinas tipo hornos gigantes y alargados que botaban vapor, en cada máquina habían dos o tres galleys vestidos como nosotros y trabajando sin detenerse, en su mayoría chinitos de caras nada amables supongo por la presión del trabajo, entre ellos a través del vapor de otra máquina vi a Pedro y más allá en otra otro peruano bajito menudo y con cara inexpresiva, con él me dejó Cristian, el peruano no dejó de moverse ni para decirme hola, no había tiempo, era turno noche y había cena de gala así que los mozos llegaban con el servicio sucio que recogían de las mesas y literalmente lo tiraban sobre donde nosotros estábamos, platos de 5 tamaños diferentes, recipientes, copas, fuentes e incluso comida, en minutos yo igual que los otros galleys estaba textualmente bañado en sudor y ni siquiera estaba al ritmo del resto, yo me veía totalmente lento, parecía muñequito de cristal en ese lugar salpicado de desperdicios, torres de platos, y cantidades de todo que recogían enjuagaban y apilaban para lavar, nada se podía acumular, yo trataba de ponerme al ritmo cuando un par de platos cayeron de mis manos, paré en seco pero el peruano no se inmutó, nadie se inmutó “no importa” me dijo, sin romper su acelerado ritmo, “no te cobran si rompes algo”.
Al rato uno de los chinos que metía los platos ya apilados y enjuagados en la máquina más grande, empezó a gritarle al chato peruano, yo sin entender me asusté pero el chato no sé inmutaba en absoluto, de pronto me di cuenta que los galleys me estaban mirando mal así que traté de concentrarme en recibir los platos de los mozos y noté que estos también comenzaron a mirarme pero algunos de forma muy sospechosa, “¿eres nuevo?” me preguntaban en inglés “sí” respondía, se iban y cuando volvían a dejar otra ronda se paraban apoyando su espalda en el muro frente a mí a analizarme unos segundos y a conversar cosas entre ellos, mientras yo seguía tratando de no retrasar el ritmo y seguir las indicaciones que me daba mi compañero peruano, sin querer esa noche aprendí a usar el procesador de desperdicios, y los otros aparatos y máquinas raras que tenía alrededor.
Cristian nos volvió a llamar a Pedro y a mí y nos llevó hasta el comedor donde nos dejó indicándonos que al otro día a las 6 teníamos que llamarlo, nos dio su teléfono y se fue, “mañana tenemos que llamarlo y volver al sitio donde estuvimos hoy” le indiqué a Pedro, “¿y donde estuvimos?” me preguntó inocentemente, “no sé” respondí. Al momento de salir, en la zona de desperdicios a Pedro se le acercaron cual muy amigos dos patas, un alto de acento extraño y uno de estatura mediana, al parecer, peruano, ambos le preguntaban cómo era para la salida de más tarde, me causó sorpresa ese asunto porque apenas ese día habíamos subido y no tenía idea en qué momento Pedro se hizo de amigos.
Me despedí de Pedro y me fui a mi cabina, mi compañero no estaba, tranquilamente me desvestí, me bañé, saqué mis cosas de dormir incluyendo el reloj, puse mi maleta bajo el camarote, tendí la cama con lo que trajimos de la lavandería, prendí la tele, apagué la luz y subí al camarote a dormir.
Sentía un cansancio único, cansancio de esa misma jornada y cansancio también de las noches anteriores que prácticamente no había dormido, quería dormir pero no me sentía cómodo en la cama, no sabía en qué posición y dirección echarme, solo quería dormir bien, necesitaba estar bien descansado para al día siguiente volver a cargar esas pesadas cajas e ir a las máquinas, programé el reloj, mi Itouch cómo despertador, baje apagué la tele y volví a subir al camarote, me quedé inmóvil y miré la total oscuridad, cuando uno apagaba la luz y el televisor todo quedaba más oscuro que la misma noche, tanto que no se veía ni una luz por alguna rendija, ni siluetas, es decir, no se ve absolutamente nada y ahí me quedé sintiendo el vaivén suave del barco y con ese fuerte sonido de agua fluyendo.
Me despertó el sonido del teléfono, y a través de la cortina que rodeaba mi cama, se miraba la luz prendida, contestó mi compañero, el indio que estaba frente al lavatorio, cuando colgó y me miró por el reflejo del espejo del lavatorio me invitó a una fiesta que había esa noche, le dije que no, que ya estaba durmiendo y tenía que levantarme temprano, “será para otra” me dijo, cerré la cortina, apagó todo y se fue, me volví a quedar a oscuras estático escuchando el sonido del agua, ahora más fuerte.
La segunda vez que desperté, me quise mover y no podía, seguía a oscuras y al parecer aún solo, seguía el mismo movimiento mecedor del barco, pero, aparte sentía algo más, un poco asustado, sin moverme y en silencio, comencé a escuchar un sonido indescriptible que crecía, el sonido era bajo, y triste como un quejido profundo, daba miedo, pero me di cuenta que era algo fuera de la cabina, entonces me mantuve sin moverme solo meciéndome y escuchando el sonido de agua mezclada con ese nuevo sonido profundo, vivo, nunca había escuchado algo igual en el mundo, ni siquiera parecido, pero de pronto se convirtió en algo absolutamente hermoso, me preguntaba el origen de ese ruido tan profundo y si yo era el único que lo escuchaba, entonces me di cuenta que estaba nuevamente dormido, en un sueño, me vi en azul, azul profundo que me rodeaba y oscurecía por todo lado, y en el medio estaba yo flotando como mecido en el agua por ese quejido, era extraña esa sensación de ansiedad pero también tranquilidad en la que permanecí.
Desperté por tercera vez, y casi inmediatamente después que abrí los ojos empezó a sonar la alarma del reloj cerca de mi cabeza, eran las 5:40 am.