¿Y por qué no?
Elvira Castro Arriaga
© Elvira Castro Arriaga
© ¿Y por qué no?
ISBN papel: 978-84-685-2987-5
ISBN ePub: 978-84-685-3385-8
Impreso en España
Editado por Bubok Publishing S.L.
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A mi familia, mis pilares, por estar siempre ahí, por enseñarme y educarme en valores. A mi marido, mi compañero y psicólogo personal que ha sabido sacar lo mejor de mí aun en los malos momentos, gran ejemplo de superación personal. A mi hija Emma, mi gran maestra de la que sigo aprendiendo cada día. Y a todas aquellas personas que pasan por mi vida para dejarme una enseñanza.
Gracias, gracias, gracias.
Prólogo
Conozco a Elvira desde hace más de quince años, cuando ella tenía no más de veintidós. Por aquel entonces era poco más que una niña convertida en mujer que acababa de terminar su diplomatura en Magisterio de Inglés. Como nos sucede a la mayor parte de las personas de este mundo, parecía como si se encontrase en un momento de su vida en el que la brújula que hace guiar nuestras vidas se hallarse en un polo magnético, sin dar un rumbo fijo estable que le indicase claramente hacia dónde dirigirse y cuál era el siguiente paso a dar. Poco menos que los destinos podían ser ilimitados, pero debido a ello, a la gran cantidad de oportunidades por las que podía optar, esto hacía que el miedo a iniciar un nuevo proyecto desconocido hasta entonces le abrumase.
Por momentos creo recordar que ella se veía formando parte del negocio de un pariente que sustentaba las economías de varios de sus familiares más cercanos, en el que ya había hecho sus «pinitos» en alguna ocasión para sacarse algún dinero extra con el que terminar sus estudios universitarios sin la necesidad de recurrir a los ahorros de sus padres.
Cuando le oía y veía hablar de ello, podía observar a través de ambos canales el temor a iniciar cualquier tipo de camino desconocido para ella hasta entonces, por más prometedor que pudiese llegar a ser. No me llega la memoria para recordar en qué momento fue en el que ese miedo cambió, pero sí recuerdo un instante en el que le hice una pregunta que creo pudo marcar un punto de inflexión y que todos deberíamos hacernos. Un día, viendo sus dudas, me aventuré a preguntarle:
—¿Qué te gustaría ser en el futuro?
La respuesta podía ser obvia, pero a lo largo de mi vida me he encontrado con muchísimas personas, yo entre ellas, quienes tras terminar sus estudios se dan cuenta que desarrollar la actividad para la que se han formado no les hará felices.
Elvira no era uno de estos casos, su sueño era ser maestra, y para ello su destino tenía una clara ruta marcada, aunque por aquel entonces ella misma no se veía capaz de enfrentarse a la dureza que conlleva afrontar unas oposiciones.
Desde siempre he visto un brillo especial en ella que creo que ni ella misma había visto. Es ese brillo que parece escapar a los demás, como cuando en la oscuridad de la noche durante una velada con los amigos pasa una estrella fugaz surcando el cielo de este a oeste y tú eres el único que en ese momento está mirando el firmamento; todos te miran y no entienden a qué se debe tu cara de sorpresa, emoción y alegría. Esa era la sensación que ella me transmitió desde el mismo instante en que la conocí.
A partir de ese momento la he visto superar todo lo que se ha propuesto, tranquilamente, poco a poco, paso a paso, a su ritmo, como se deben afrontar todos los retos. Desde la obtención de titulaciones de fitness, musculación, yoga e incluso el carné de conducir clase A para poder conducir motocicletas de gran potencia y cilindrada, pasando por el emprendimiento de una tienda de ropa virtual completamente manufactura por ella (La Tienda de Emma MC: http://latiendadeemmamc.wixsite.com/la—tienda—de—emma), hasta las temidas oposiciones de magisterio que superó poco después de proponérselo realmente, sin olvidar los más de 20 000 kilómetros realizados en bicicleta de montaña, entre los que ha llevado a cabo aventuras apasionantes como el Camino de Santiago Francés y el de la Vía de la Plata, los cuales, por diferentes motivos, han marcado su vida y formado parte fundamental de su crecimiento personal.
Pero no crea el lector que todo le fue sencillo y afable; sin lugar a dudas también la he visto pasar por momentos muy difíciles y complicados. No hay nada peor para las personas que verse obligadas a tener que convivir con gente que quiere afán de grandeza pero que no tiene nada en qué destacar y necesita anular, hundir y pisotear a los de su alrededor para así poder brillar. Aunque la luz de estos no sea mayor que la que da el botón de iluminación de un reloj Casio. Personas que no tienen la capacidad de destacar en nada y que por ello necesitan ser los únicos competidores de la prueba o adaptar la misma a sus ínfimas capacidades para así asegurarse el premio y el reconocimiento de los espectadores. Personas que no tienen la capacidad de ver que, cuando uno se une a alguien que tiene luz propia, todo el que se une a él mejora su vida y que, trabajando juntos y en armonía, colaborando en todo lo posible, ambos pueden llegar emitir una luz muchísimo mayor de lo que lo harían por separado.
Este libro es una obra de enorme riqueza espiritual, en el que Elvira adapta perfectamente el género de la novela como una metáfora para mostrarnos diferentes momentos de su vida. Momentos reales y ficticios que nos los induce a través de los diferentes personajes en una preciosa historia de superación personal con la que seguramente gran parte de los lectores se puedan identificar en algún momento de sus vidas.
Persona comprensiva, amable, paciente, humilde, amiga y amante de vivir. Me siento dichoso por ser la persona que suscribe este prólogo, pues en el círculo de personas de las que Elvira se rodea hay gente muchísimo más preparada, capacitada y versada en este tipo de actividades. De igual forma, me considero enormemente afortunado de poder haber compartido con ella tantos momentos juntos, buenos y no tan buenos, pero con los que ambos hemos crecido, pues ¿qué es si no la vida? Por todo ello doy gracias; cada día aprendo de ella, pues tiene la capacidad de convertir a cualquier luciérnaga que se le acerque en el mismísimo faro de Alejandría.
José María Mulero Díaz
CAPÍTULO UNO
SENTIMIENTOS
De nuevo aquella noche volvía a ocurrir. Cansada de dar vueltas en la cama miré el reloj de la mesilla de noche y comprobé la hora. Aún eran las tres de la mañana. ¿Cómo podían hacerse tan largas las horas cuando no se tenía sueño? Mi mente seguía repasando varios asuntos pendientes y sentía una presión en el pecho que me impedía respirar. Ya me había acostumbrado a esas sensaciones que se repetían desde hacía ya demasiado tiempo. ¿Por qué me sentía así? Me giré hacia el lado derecho muy despacio para no despertar a Mike que dormía plácidamente. Él sí parecía descansar. Decidí levantarme de la cama e ir a la cocina a por un vaso de leche caliente. Quizá eso me ayudaría a descansar. Abrí la nevera para coger la botella y me di cuenta de que estaba casi vacía. De repente aparecieron en mis ojos unas lágrimas que comenzaron a rodar por mi mejilla y la presión del pecho se hizo mayor. Casi no podía coger aire. Me senté en el suelo ahogando los sollozos con mi mano para que los demás no pudieran escucharme. En ese momento me di cuenta de que no podía seguir así. Esta situación había llegado demasiado lejos y ya no tenía fuerzas para otra cosa que no fuera llorar. A cualquier hora, sin motivo aparente, las lágrimas caían de mis ojos. Necesitaba ayuda pero ni siquiera sabía dónde buscarla. Me puse de pie con dificultad y me dirigí al fregadero para refrescarme la cara. Debía tranquilizarme e intentar dormir. El despertador sonaría de nuevo a las siete de la mañana y no podía permitirme pasar otra noche en vela.
De camino al dormitorio eché un vistazo al cuarto de los niños. Susan y Kevin soñaban en sus pequeñas camitas. Me acerqué para arroparlos y recogí unos cuantos juguetes que estaban por el suelo intentando no hacer ruido. En ese momento recordé que en dos días era el cumpleaños de Anna y aún no habíamos comprado el regalo. Los eventos se agolpaban en mi apretada agenda y me faltaban horas en el día para poder hacerlo todo. Quizá al recogerlos del colegio, de camino al supermercado, podríamos buscar algún detalle. Suspiré y entorné la puerta despacio.
El sonido del despertador me sobresaltó. Ya eran las siete y tan solo había conseguido dormir un par de horas. Tenía el cuerpo dolorido como si me hubiera pasado un camión por encima y mi cabeza luchaba entre dejar abrir los ojos o dejarse caer en la almohada. Mike se acercó para darme un beso de buenos días y se levantó para vestirse. Después de remolonear cinco minutos más, me levanté y me puse la bata. Fui a despertar a los niños pensando en cuál sería la primera protesta del día que debía escuchar. No fue necesario esperar demasiado tiempo para saberlo. Me acerqué a Susan y le di los buenos días con un cariñoso beso. En respuesta recibí un bufido y un manotazo. Me fui entonces hacía Kevin deseando recibir una mejor contestación, pero antes de que pudiera acercarme se giró dándome la espalda y pidiendo que fuera su hermana quien se levantara primero. Todas las mañanas ocurría lo mismo. Ninguno de los dos quería ser el primero en levantarse, con lo que desde bien temprano empezaban las peleas que se extenderían a lo largo del día. Mientras decidían ponerse en marcha me fui hacia la ventana y subí la persiana. El día había amanecido gris y parecía que la lluvia no iba a tardar en aparecer. Tendría que preparar los chubasqueros y los paraguas de los niños por si acaso. Me dirigí al armario y preparé la ropa a cada uno para que comenzaran a vestirse. Ahora venía el momento de las negociaciones.
—Kevin, ¿quién fue el que se levantó ayer primero? —le pregunté acercándome a su cama. Él era más cariñoso, así que no intentó apartarse cuando le di un beso.
—Fui yo, mamá —contestó con voz adormilada—, así que hoy Susan debe vestirse primero.
—¡Ya, pero habíamos dicho que lo haríamos por semanas, así que hoy también te toca a ti, que aún es martes! —le contestó Susan.
—¡Eso lo dijimos la semana pasada, ayer cambiamos para que cada día fuera uno! —protestó Kevin girándose hacia ella.
—Bueno, haya paz. Es cierto que ayer dijisteis que fuera de ese modo y yo también creo que es la forma más coherente de hacerlo —intervine.
En ese momento Mike entró en el cuarto y se acercó a Susan para darle los buenos días. Parece que había escuchado nuestra charla desde el baño, así que se unió a la conversación.
—Me parece que en este caso te toca a ti comenzar hoy, pequeña —le dijo mientras intentaba sacarla de la cama—. Yo te ayudaré para acabar más rápido —le animó.
—Entonces yo voy a hacer el desayuno —avisé. Y me fui hacia la cocina.
Preparé los zumos de naranja con el exprimidor mientras miraba la calle a través de la ventana. Los días nublados no ayudaban demasiado a levantar el ánimo, pensé. Las tostadas saltaron sacándome de mis pensamientos. Ya estaba todo listo y, mientras colocaba la mesa, escuché las carreras por el pasillo hacia la cocina. Susan llegó la primera tocando la encimera y gritando:
—¡Prime! —sonrió.
—¡Eso no vale; no has avisado desde dónde salíamos! —se enfadó Kevin.
—Da igual quién llegue antes o después; los dos vais a desayunar igualmente, así que sentaos a la mesa —les dije.
Serví el café, le di una taza a Mike y me puse otra para mí. Saqué de mi bolso la agenda y me puse a repasar las tareas pendientes que tenía apuntadas. De un tiempo a esta parte, debía apuntarlo todo porque no era capaz de recordar de memoria lo que debía hacer. La cabeza comenzaba a fallarme.
—¡Mamáááááááááá, te dije anoche que hoy no quería tostadas para desayunar, solo cereales! —gritó Susan devolviéndome a la Tierra.
—¡Quizá sería bueno que cada uno se preparara su propio desayuno y así no ocurrirían este tipo de problemas!, ¿no os parece? —respondí elevando la voz de forma que todos se me quedaron mirando con cara de asombro.
Me levanté de la mesa y recogí mis cosas para ponerlas en el lavavajillas. Ni siquiera me había terminado el café, pero la verdad es que tampoco tenía demasiada hambre. ¡Qué tiempos aquellos en los que el desayuno tranquilo era uno de los placeres del día! Me negué a seguir escuchando más protestas, así que me fui al dormitorio a vestirme. Elegí unos vaqueros y una camiseta ancha cualquiera del armario. La verdad es que no tenía muchas opciones para elegir. Ir de compras con niños era toda una odisea, así que trataba de posponerlo lo máximo posible. Me fui al baño y me lavé la cara y los dientes mientras miraba mi cara ojerosa reflejada en el espejo. Pensé en ponerme maquillaje para camuflar ese aspecto, pero cuando miré el reloj me di cuenta de que esa mañana tampoco tenía tiempo para ello.
Bajé las escaleras hacia la planta baja corriendo y puse la merienda en la mochila de los niños. Mike les advirtió que llegaría tarde si no se daban prisa y se acercó a mí para cogerlas y despedirse con un beso y deseándome un buen día. Susan y Kevin se acercaron también colgándose de mi cuello para darme un abrazo. Una vez que hubieron salido, me colgué mi bolso y me dirigí hacia la puerta de casa mientras echaba un último vistazo al desorden que dejaba atrás en la cocina. Suspiré y cerré la puerta tras de mí.