2019 YERI QUIROZ
© 2019 de la presente edición en castellano para todo el mundo: Ediciones Coral Romántica (Group Edition World)
Dirección:www.edicionescoral.com/www.groupeditionworld.com
Primera edición: FEBRERO 2019
Isbn: 978-84-17832-08-7
Diseño portada: FLOR
Maquetación: Ediciones Coral
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la ley. Queda rigurosamente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico, electrónico, actual o futuro incluyendo las fotocopias o difusión a través de internet y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo público sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
Sinopsis
Margot King, nunca pensó que todos esos mundos que imaginaba en su cabeza pudieran interesarle a alguien, pero lo hacían. Bajo el seudónimo de Aggie King, era la reina en su pequeño espacio web, y sus libros y reseñas, llegaban a miles de corazones cibernéticos.
Lo que no podía preveer, eran los planes que el destino tenía para ella, poniendo delante de sus narices a un astrofísico con mal carácter, Lott Ratcliffe.
Juntos descubrirán el significado de la física y la cuántica, y los estragos que estas dos ciencias harán en sus pobres corazones. Descúbre está fascinante historia, donde las estrellas harán de las suyas, mostrando el camino del amor a sus protagonistas.
Dedicatoria
Para mi pequeño Cris Z.C. mi muy querido Nerd que visitará el espacio, gracias por ayudarme a entender todo lo que no entiendo de física y por decirme qué era lo correcto que debía estudiar Lot. Sin tu ayuda DF&C no existiría.
Tú consigue las fotos del espacio, y yo haré las historias sobre nerds.
Dios nos da talentos diferentes, yo escribo y tú sabes de números, agujeros negros, estrellas y videojuegos.
Te quiero, nerd.
Yeye
Introducción
Existen un par de leyes irrompibles, inevitables y no franqueables. Aquí, allá, en Mesopotamia seguramente había y las hay hasta hoy en día.
Existen leyes que se obedecen, aunque no se quieran, otras que no se sabe que existen hasta que son violadas. Leyes extrañamente indispensables, porque vida, marciano o universo: debe sujetarse a alguna ley.
Hay leyes para memorizar, leyes para olvidar, leyes para defender.
Y están las ignoradas leyes de física.
Divididas en verdaderas, porque nunca cambian. Universales, porque son válidas por igual en la Patagonia, en una roca de Australia, Marte, o cualquier lugar en el universo, incluido una vivienda.
Simples, es decir, no hay que ser genio para entenderlas. Llamemos lógica o instinto a aquello que nos hace encontrarlas en medio de la simplicidad.
Absolutas, porque nada en todo el universo parecerá afectarlas. Estables, porque desde que fueron observadas no cambiaron. Omnipotentes: porque hay un universo sometido a ellas, y quizá no lo sepan.
Las leyes de física son de aquellas que se conservan, en toda su magnitud. Expresan homogeneidades, simetrías, en espacio, en tiempo...
Las leyes de física suelen ser reversibles, siempre y cuando no sean cuánticas, porque no hay modo de devolver atrás el tiempo.
Son simples, y por ello se distinguen de teorías, porque las leyes sujetan todo con sentido, con obviedad.
La física estudia el comportamiento de la naturaleza, la energía, los cambios en la materia. Cuántica es sobre el tiempo, el espacio en que se desarrolla esta naturaleza.
Así pues, hablemos de física, de la materia distinta guardada en dos cuerpos... y de cuánto tardarán en juntarse, eso sin mencionar lo emocionante de estudiar el fenómeno acontecido una vez que la colisión tenga lugar...
Porque, recuerda que según la ley de conservación de la materia, ésta no se crea, ni se destruye. Solo se transforma.
I.
En la extensa Vía Láctea existe un Sistema Solar, y dentro de éste, un planeta llamado Tierra. Poblado por más de siete mil millones de seres humanos, personas de todo clero, sexo y color. Humanos pensantes, creativos y ¿por qué no? También un tanto ignorantes.
Cada día —aunque no lo parezca— pequeñas cosas van cociendo una gran historia, y bajo la luz de las estrellas adecuadas, fue que en ese vivaracho planeta tuvo lugar una de las tantas historias para contar, pero ésta es especial. Una peculiar historia, que empieza con dos genios sufriendo insomnio a mitad de un caluroso mes de abril. Pero, comencemos hablando de uno en especial.
Ubiquémonos pues, un punto de la colorida América, donde existía una habitación llena de motivos estelares, la colcha de retazos con estrellas bordadas, el telescopio a pie de ventana, y varias estrellas plásticas pegadas en el techo, además de muchas chucherías de Star wars, Star Trek y Alien vs depredador junto a una colección de veleros en miniatura.
La habitación era de Margot King, o lo era desde que su hermano mayor, Donovan, se había mudado a la universidad de Berkeley a estudiar algo confuso y complejo llamado física, y la había nombrado guardiana del tesoro. Corrección, guardiana de la galaxia.
Maggi —sobrenombre que había obtenido desde su infancia— se despertó con la idea, o se podría decir que gracias a la idea. Abrió los ojos de par en par y la adrenalina de la nueva aventura empezó a empujar el sueño a un rincón lejano, la restauración de células podía esperar a después, la emoción de tomar lápiz y papel, no.
Quizá fue la idea quien la despertó, porque usualmente, caía como “un tronco” en la cama, en sí, la causa de su despertar no estuvo segura, solo se deslizó fuera de la comodidad aún medio dormida y buscó el familiar cuaderno de pastas púrpuras entre los triques1, agudizando la vista ante la poca luz de las estrellas que brillaban en el techo.
La idea, como sucedía cada vez que los astros correctos se alineaban y una nueva historia aparecía en su mente, había exigido que pusiera fin a su sueño reparador y, ahí estaba Margot, abandonando la comodidad de su cama a las 03:43 am, buscando un lapicero a tientas, mientras se tallaba los ojos y murmuraba juramentos.
Una parte de ella —la racional y dormilona—, exigía volver a la cama y contar ovejas hasta caer en brazos de Morfeo para llegar al estado “REM” y tener sueños en mundos paralelos; la otra estaba muy emocionada, tanto que superaba el cansancio. Esa parte de Margot estaba extasiada ante la perspectiva de una historia nueva, y fue así como terminó abandonado el mundo de los sueños.
—¡Ah! ¿Cuándo pusieron una cajonera quí? —gruñó, rascándose la espinilla y saltando sobre un pie.
Tiró a su paso los libros de mitología que había ocupado para su último proyecto, tropezó con los casetes que usaba en la grabadora de efectos especiales para distraer a las vacas de la granja —que en realidad era una simple grabadora— y una torre de legos terminó derrumbándose, todo por no extender el brazo hasta la lámpara o por abrir bien los ojos.
Finalmente, recuperó un lapicero y se sentó en la mesa frente a la ventana, las estrellas brillaban fuera y los campos de maíz se extendían frente a sus ojos aún adormilados.
—Veamos, comienza con Harper...
Y así, hablando en voz alta, fue que le atrapó el alba.
***
Había llenado tres páginas de lado a lado de su cuaderno de ideas con un resumen básico de su nueva novela. Maravilloso. Lo único preocupante era que tenía clase a las 08:40 am y no había dormido ni dos horas seguidas, ya que se había quedado hasta tarde viendo Bones, una vez más no había hecho los ejercicios y bueno, la lista de contras podría ir aumentando.
Trazó un par de diagramas y dibujó un esquema de las relaciones, incluso hizo el árbol genealógico y la ficha de Harper y Timmy para no perder detalles. Su mapa de EEUU a un lado de la ventana pareció enorme cuando finalmente tuvo que decidir el lugar donde se desarrollaría la historia, extrañamente, eso era lo último que se le había ocurrido y decidió dejarlo al azar. En ese mapa, algunas marcas verdes acompañaban los sitios conocidos antes de Aggie, estos principalmente los había visitado en vacaciones con sus padres y no estaban tan lejos de Nashville, y las amarillas señalaban puntos un poco más lejos, incluidos Hawái y Canadá.
Sostuvo entre los dedos el sticker de astronauta que había comprado en la Target y finalmente la colocó en un punto sin mirar.
Había terminado sobre California, inesperadamente.
Cuando su madre pasó por la puerta de su habitación y oyó el trajín que se traía su hija menor, no le prestó tanta atención. Desde que Margot había descubierto esa página on-line gracias a su mejor amiga, y había empezado a colgar ahí esas historias que garabateaba en sus cuadernos, todos habían aceptado lo evidente.
Donovan era el genio de la familia, Margot la artista. Aunque decir que lo habían aceptado, quizá sonaba bastante favorecedor, pero, ya más adelante les contaré sobre esto.
—Linda, son las ocho menos cuarto —avisó su madre abriendo la puerta. Maggi aún llevaba puesto el pijama de conejos y miraba atentamente el mapa de América trazando una ruta con un plumón azul—. Estoy convencida que la señora Jenkins nos odiará si llegas tarde.
Margot volvió la vista, sus grandes ojos cafés estaban ojerosos y tenía esa chispa locuaz en ellos.
—Cinco minutos —pidió la muchacha. En su opinión, la universidad podría esperar.
Su progenitora negó con la cabeza soltando un suspiro y arrugando la frente con pesar, esa escena era relativamente frecuente y latentemente preocupante.
Sin más remedio, Margot se movió entre el desastre de legos y libros en el suelo, murmurando en voz baja lo que después de ducharse debería anotar en su cuaderno. Pulsó el play en el portátil y la música le acompañó mientras se duchaba.
Ahora, para que todos sepamos quién es ella –además de lo que salta a la vista– Margot King era entonces la hija menor de un peculiar matrimonio que se casó sin planearlo en una ceremonia en Chiapas, durante unas vacaciones.
Donovan —hermano mayor de Margot— seguía el ejemplo de su padre, por las cosas “serias” —socialmente hablando— y estudiaba física, solo para enervar al muy serio señor King, en más de un sentido. Incluso Margot había tenido grandes discusiones con su hermano por las razones que le habían hecho elegir esa carrera por encima de su pasión por el mar, los veleros y ayudar al prójimo, pero no entremos en discusiones, puesto que esta no es la historia de Don, sino la de Margot.
Alice King —Turner, de soltera— trabajaba codo con codo junto a su esposo en un despacho jurídico, y hacían quesos. ¡Ah!, quizá se me pasó mencionarlo. Los King tenían una granja en Nashville —herencia del abuelo King— y como vender la granja no era una opción y cerrar el despacho tampoco, había quesos, física y leyes por igual.
Margot había sido el accidente, literalmente el bebé no planeado que venía en el momento menos indicado. Aun así, ella era el detalle artístico de la familia, una muchacha apenas un año y pocos meses menor que Donovan, la misma que además, tenía un seudónimo famoso, a la altura de ser noticia en el New York Times, aunque ella prefería mantener ese detalle en el secreto.
Solo Teresa Jones, quien también respondía al sobrenombre de Tete mejor amiga de Maggi y la culpable en gran medida de la fama que ahora tenía, sabía de él, de su identidad secreta.
Lo que había pasado, era básicamente esto: una página virtual, donde por medio de un nick podías subir historias, Maggi se había colado utilizando el apodo que el abuelo —Dios la tenga en su Gloria— Walter le había puesto: Aggie King y con ella había incursionado en la aventura de los escritores amateurs.
Sin duda, ella habría quedado como la gran parte de ese porcentaje de usuarios talentosos, sepultado bajo un montón de niñas que escriben fanfic triple equis, de no ser por Donovan. El curioso hermano mayor con el que además había compartido secretos, bromas y aventuras, había registrado ese seudónimo, y había pagado con el dinero de su beca por nerd el registro de sus historias, la había inscrito a un certamen y ¡bum! Ese millón de lecturas en Corazones de Ceniza había logrado captar la atención de Eliot, quien formaba parte de una pequeña —pero respetable— editorial, la que le había ofrecido un contrato.
Actualmente, Corazones de ceniza era bastante vendido y en su cuenta on-line publicaba algunas historias cortas. Se decía que Perdices y codornices también sería publicada. Se rumoreaba muchas cosas de Aggie King, al fin y al cabo nadie la conocía y el mundo bullía en especulaciones.
Es decir, algunos suponían que quizá el incentivo de tantas compras y ventas, era que nadie sabía quién rayos era Aggie King y puesto que ella se negaba a realizar firmas de autógrafos, meetings, entrevistas e incluso a su pequeña reseña o biografía en la solapa de los libros, daba mucho de qué hablar. ¡Anonimato! Eso fue lo único que pidió al firmar el contrato, e incluso la editorial admitía que eso le daba un plus a los libros.
Para el caso, Margot no dejaba de escribir, aunque era un desastre en la universidad y solo iba porque las leyes de la Constitución eran más fáciles de memorizar que las de física y porque Margot tenía algo muy claro: su padre —el respetable señor King— quería un título universitario en la sala, al lado de los reconocimientos que había ganado Donovan en la preparatoria y el próximo espacio para el título de la universidad. Y además, era mucho más fácil seguir la línea trazada para ti, que abrirte camino solo, aunque eso no quisiera admitirlo, incluso con el agua hasta el cuello.
Es por ello que, si se lo preguntabas, Margot respondería que para sus padres, Aggie y sus miles de libros vendidos, al parecer, no contaban. Pero, cada quien cuenta la fiesta desde su experiencia.
Abandonó la habitación dejando el cuaderno abierto sobre el escritorio y tropezado con el desastre en el suelo de su habitación.
—¡Margot!
—¡Voy! ¡Ya bajo! —gritó removiendo el contenido de su mochila hasta ubicar la solicitud firmada entre los libros que no había tocado el día anterior—. ¡Mamá! ¿Ya hablaste con Don?
Bajó evitando a Rush –un Border Collie bastante consentido– que dormía justo donde empezaban las escaleras y se las arregló para estar frente al café 08:13 am. Era tiempo récord.
—¿A tu hermano? —ella asintió, su padre leía el periódico y no apartó la vista ni un segundo, la sección de finanzas estaba interesante—. No.
Se acercaban las vacaciones de verano, se acababa poco a poco un interminable y desesperante año de universidad y la libertad la llamaba como canto de sirena.
—Mmm, mejor no le hables, lo haré yo —avisó tomando un sorbo del café—. ¡Auch! Quema...
—Despacio —dijo el señor King, sin alzar la vista, pero al parecer pendiente de todo—. ¿Hay algo que debamos saber, Margot?
Margot tomó una pera del frutero y saltó fuera del asiento.
—Para nada, papá, voy por Tete ¡os veo en la cena! —anunció.
La señora King recibió un rápido beso en la mejilla y el señor King también, gesto que dibujó una sonrisa en ese rostro sereno. Después sin más, ella salió directa hacia su bicicleta para recorrer los kilómetros que separaban ambas propiedades disfrutando de la frescura mañanera del campo.
Tete —su mejor amiga— la vio venir desde la ventana poniente de su casa y salió a encender el motor de su auto mientras Margot gritaba un rápido saludo a los señores Jones y acomodaba la bici en el garaje.
—¡Buenos días, señorita! —saludó Tete mientras subía el volumen de la música y arrancaba el motor.
—¡Tete! ¡Tengo una nueva idea!
Teresa había aprendido a dejar a Margot hablar, era bueno para la salud de ambas. Así que ella se enteró primero que nadie, totalmente en exclusiva y sin interrupciones, de la historia de Harmy (Harper y Timmy) y los pormenores de medias y tragedias —nombre provisional— mientras por la radio un cantante entonaba su más reciente hit.
—¿Y entonces Harper se va a California?
Margot asintió mientras rebuscaba en el bolso de su amiga y sacaba su sándwich de queso.
—Te lo cambio —le avisó metiendo una pera—. Y se va, —agregó como si nada, segundos después mientras el auto de Teresa avanzaba por la carretera—. Necesito un poco de información sobre cómo rayos llega allá desde Nashville ¿entiendes? Es una especie de viaje en carretera como el de Elizabeth Town.
—¿Dónde encaja Tommy en esto?
—Se llama Timmy, Timothy Brams —corrigió la otra antes de explicarse más—. Pues, es el viaje que hace tras los pasos de Harper hasta que...
Se calló, soltar el final sería terrible y ni porque Tere fuera su mejor amiga lo haría.
—¿Hasta qué? —Exigió Teresa—. ¡No vayas a matar a alguien! Mi corazón sigue sufriendo por Corazones de Ceniza, y eres una cruel persona que no se pone a hacer una segunda parte del libro más esperado del año.
—¡Pero Tete!
—¡Sin muertos dije!
Margot sonrió.
—¡Cruel! ya sabes quién muere ¿no? —Maggi mordió su desayuno, ignorando a su rubia amiga—. Eres mala como los que agotan los boletos en dos minutos y dejan a las fangirl pobres como yo llorando.
—Aparca ya, Tete. Que vamos tarde.
Justo como su madre había predicho, la señora Jenkins no pareció estar agradada con que su alumna desastre cruzara la puerta tarde, pero no tuvo más que decir, la pobre señora se había cansado de decirle una y mil veces a Margot que cambiara de carrera universitaria, y prefería solo gruñir molesta al verla.
La amistad entre Tete y Margot era una de esas iniciadas en el jardín de infancia y que había perdurado a la pubertad, los líos por pinturas de uñas y el enamoramiento de Tere por Don, allá por los quince años.
Tere sabía que su mejor amiga odiaba las leyes, y que si podía se las saltaba. Quizá ese acuerdo tácito entre Donovan y ella de mantener a Margot segura en Nashville aun cuando el serio señor King estaba ahí, era una manera de llevarse bien, pese al desastre de corazones rotos años atrás.
Tal vez, ese mismo acuerdo silencioso llevó a Tere a escribir un extenso WhatsApp a su amor de la adolescencia (en un completo tono neutral y sin emoticonos), y poco después —una vez recibida la respuesta— se las arregló para sacar de la mochila la solicitud firmada, repitiéndose una y otra vez que eso era lo mejor para Margot y que algún día le confesaría que había sido su culpa pero Margot ya estaría totalmente feliz y no habría de qué arrepentirse. Eventualmente.
Tere consideraba que Margot había tenido oportunidades de más para abrir la boca y gritar ¡libertad a la tierra! Pero no lo había hecho, se preguntó muchas veces ¿qué llenaba de miedo a alguien como Margot? No lo sabía, ni con dieciséis años de amistad. Cómo una persona como ella, que parecía tener la dotación inagotable de buenas dadivas de las hadas del bosque, la gracia para que aparecieran puertas donde al parecer no había ninguna, y una sonrisa que reparaba hasta el día más triste, podía tener la clase de inseguridades que enfrentamos todos, el miedo a fallar, a no ser suficiente y enfrentarse a sí misma ante el espejo.
Así que Tere simplemente hizo lo que tenía que hacer, algunas veces necesitamos de héroes que no precisamente vengan de otra galaxia, sino de los simples, de los que llaman por teléfono cuando se les necesita, de los que te ayudan a cruzar la calle o a encontrar lo que perdiste debajo de la cama o en un taxi.
En resumidas cuentas, lo que pasaba era que, como parte del último año Margot debía elegir su residencia y como sus notas eran tan malas, ella no había tenido otra que pedir sus prácticas en el despacho de sus papás. Todos (alumnos y maestros) sabían que eso no sería ni un poco bueno para su salud, porque Margot tenía de abogada lo que Tere de escritora: nada. Y sería peor para sus notas. Margot definitivamente no estaba hecha para ser abogada pero se negaba a afrontar las consecuencias de los actos desesperados de años atrás.
Podría parecer una nimiedad, pero Margot King era un humano cualquiera, no enfrentaba el apocalipsis zombi o debía luchar por el amor de un héroe sobrenatural, era solo una chica asustada por la responsabilidad de la universidad, dividida entre lo que quería, y lo que debía hacer para los demás.
—¡No! ¡Oh Dios! Tete, no está —murmuró por millonésima vez la chica de ojos castaños.
Tete hizo de tripas corazón cuando vio la mirada cristalizada de su mejor amiga, si no funcionaba el plan, mataría a Donovan, se prometió, y volvió a revisar los libros de su amiga donde sabía que no estaba la solicitud.
—Ay no. Le pedí a mamá que lo firmara, si... —su amiga continuó murmurando—. No voy a graduarme. ¡Ya está! ¡Es mi fin!
Para Margot el horror de la situación se dibujó frente a ella. Todo se volvió sombrío como un bosque malvado lleno de brujería oscura.
—Maggi... —la llamó Tere suavemente.
—¡Ay, no! Si no hago ese periodo, voy a suspender, ¡voy a perder el semestre! Y si pierdo el semestre...
—¡Maggi!
—¡Maldición! —Maldijo y seguido de eso se dio un golpe en la frente—. Ya no iba a decir malas palabras, ¡no me gusta decirlas! —suspiró—. Pero ¡maldición! Me va a matar papá.
—¡Margot! —Le gritó Tere y tuvo que sostenerla por los hombros, eran de la misma altura y en ese momento le sirvió bastante bien ese detalle—. Es Don. Te está llamando.
Y justo a tiempo.
Al ver la foto de su hermano en la pantalla del celular, soltó el aire en un suspiro largo antes de contestar.
—Don-don...
—¿Quién es? —Saludó la voz al otro lado de la línea, con ese tono de diversión y buen humor que solo con su hermana usaba—. ¿Cómo está mi escritora favorita, después de Verne?
—¡Don! ¡Papá va a matarme! —gritó, necesitaba decirlo y Don era probablemente el único que no correría en círculos como ella.
—¿Estás embarazada?
—No, ¡cómo comprendes! pero...
—¿Donaste un riñón y no te pagaron? —preguntó en son de broma buscando distraer a su hermana.
—Cuando donas no te pagan, Don... —le corrigió automáticamente, olvidando por un instante sus líos.
—Interesante, ¿eso es lógico? —replicó él.
—Lo es, Donovan. ¿Quién rayos dijo que tú eras el genio?
Tere a unos pasos de Margot, agradeció el poder de Donovan para siempre sacar a su hermana de sus crisis, si tan solo Donovan estuviera cerca, quizá las cosas serían distintas. Para bien o mal, pero Donovan le tenía una especie de pavor a Nashville. Aunque era extraño verlos llevándose tan bien, la verdad era que en los altos y bajos de muchos años conviviendo se había convertido en lo que eran esos dos hermanos: el soporte el uno del otro, la voz racional del más despistado y la terca voz de consciencia para cada cual. No eran los mejores hermanos, pero habían aprendido a convivir.
—El que evaluó nuestro IQ, querida —contestó Donovan aun con ligero humor, luego su voz se tornó más seria—. ¿Decías que me invitabas a tu funeral?
—¡Papá va a matarme! Tengo hasta hoy para entregar la solicitud firmada por el despacho y, la perdí —murmuró, sentía los ojos escocerle, Tere sujetó su mano en un intento de brindarle apoyo—. Lo arruiné Don, tú tendrás la ceremonia de graduación este verano, y yo no pasaré a mi último año. ¡Y entonces...!
—Ya, Mag.
—¡Dios, Don! Va a matarme —añadió la chica—. Él estará esperando que llegue el aviso de la universidad en seis semanas y...
—Maggi...
—Tendré que decirle que no pude entregarlo. Antes de eso, tendré que decirle que iba a solicitar las prácticas en su despacho, entonces sabrá que voy muy mal en la universidad; después de eso, sí que me va matar...
—Mag, es mejor que no lo entregaras —sentenció Donovan.
—¡Oye!
A muchos kilómetros de Nashville, Donovan King suspiró pesadamente, tratando de poder hacer entender a su hermana de lo evidente, pidió incluso ayuda al cielo, a algo, a lo que fuera, para que esa fuera la última vez, la vez en que Margot dejara de mentir y de mentirse y afrontara con valentía el decir la verdad reconociendo que se debe pedir perdón y todo lo demás.
—¿Cuándo vas a decirle que odias derecho? —Exigió el muchacho—. Odias esa carrera, ¡por Dios, Mag! Ni siquiera te sabes los tres artículos principales de la constitución, odias estar en esa carrera y eres malísima en leyes —Margot suspiró, dolía que su hermano dijera eso—. Mag, ¿no es momento de decírtelo a ti misma y a él? Papá lo entendería ¿sabes?
¿Lo era? ¿Lo entendería de veras?
Maggi había soñado siempre con ser la hija soñada del estable señor King. Era una buena chica, pero quizá, muy soñadora, muy intrépida, quizá demasiado lista, quizá muy parlanchina. Y no lo había logrado. Muchos silencios, muchas mentiras blancas que al final eran y siempre serían mentiras, muchos sí pero no, y muchas faltas de perdón habían alentado su camino hasta esa meta donde era básicamente una hipócrita con su propia familia.
—Pero, Don...
—Mag, no puedes continuar así, —Donovan rebuscó en su mente una manera de decir lo que quería y que ella lo entendiera—. Seguir así es insano, Margot, esto es mentir, ¿sabes eso, no? —agregó—. Eres una escritora increíble ¿por qué no ves eso? ¿Por qué no permites que note eso? Y dejas de engañarte.
—No sé, pero...
—Por Dios, Maggi. Siempre nos dijeron que venimos al mundo con talentos distintos —le oyó decir—. ¿En qué momento, según tú, él decidió que tu talento era abominable? —Maggi soltó unas lagrimitas—. ¿En qué momento lo decidiste tú y empezaste a esconderte como si fuera el gran delito? Te apuesto que hay quienes matarían por escribir como tú lo haces, con una palabra haces una historia ¡eso es genial! ¿Por qué no lo notan? ¿por qué no dejas tú que el resto lo note?
—Para, papá solo quiere que logre hacer algo por mí, yo quiero lograrlo...
—¿Mintiendo? —Donovan soltó un bufido—. ¿Terminar la carrera en estas condiciones te hará algún bien? ¿Y qué de lo que ya lograste?
—Don...
—¡Entiende! ¡Te está volviendo infeliz ir tras algo que no es para ti! —Recalcó el chico—. ¿No lo ves? Tratas de alcanzar una simple luna cuando ya tienes en las manos a toda una constelación. Margot, ¿no será el universo conspirando?
Margot se perdió en su propio mundo un momento. No odiaba las leyes, eran buenas, útiles. Solo que no lo eran para ella, o para que ella ejerciera haciéndolas valer. Y se estaba muriendo —y no sólo de aburrimiento— tratando de flotar en un montón de chapopote. Quería ser buena para ello, lo deseaba, pero era imposible. Y aunque detestara admitirlo, la consciencia le decía que técnicamente había dicho una gran mentira por años y vaya que no quería ser descubierta, porque nadie quiere eso, porque mentir es dañar, aunque se haga por buena fe. Si algo había aprendido después de tres años en leyes era que frente a un juez, ninguna acción por buena fe serviría para ganar algún juicio.
—Tengo una idea nueva —dijo cambiando de tema.
Platicaron de Harmy mientras el sol cambiaba de posición en lo alto. Para ese momento, Tere ya había acabado su tarea y había ido por el almuerzo de ambas. Sabía que la relación de los hermanos King era de esas cosas únicas y dignas de observar —en este caso oír— y que al final de la llamada algo bueno seguramente pasaría.
—¿California, dices? —preguntó Don desde el teléfono.
—Sí, decidí que los puntos en carretera puedo “googlearlos”, pero creo que necesito conocer California, quiero hacerlo ¿sabes? Para marcarlo en mi mapa —explicó. Había pensado todo eso en una de sus clases matutinas.
—¡Bueno, eso está arreglado!
Margot parpadeó aturdida y creyó no haber oído bien.
—¿Qué?
—Bueno, pequeña hermana Berkeley está en California. Y por si lo has olvidado, estoy en la universidad de aquí —le dijo usando el tono sabiondo—. Y quizá quieras visitarme mientras espero a mi tutor de tesis para irme al MIT.
—¿Cuándo decidiste irte a Massachusetts? —exigió saber Margot.
—Hace unas horas, cuando el mismo Ratcliffe me ofreció una vacante como su pupilo —canturreó—. ¡Ratcliffe, Margot! ¡Lot Ratcliffe!
—Conozco a Daniel Radcliffe —masculló la muchacha, trataba de comprender la emoción de su hermano.
—¡No! ¡Margot!
—¿De dónde lo conozco?
—¡Mag!
—Uy... —suspiró—. Explica tu gran sabiduría, ¡oh, King!
—Lot está en Berkeley dando unas clases de master para los de último curso —explicó emocionado Donovan—. El señor Templey, le habló de mí y del proyecto que desarrollé durante mi año de residencia y dado que Lot forma parte del MKI2, pude escuchar su opinión —Margot decidió no interrumpir mientras parloteaba sobre algo que ella no podía comprender—. Él estará aquí hasta el final de semestre y unas semanas durante verano para impartir unas master class, y por algo de su tesis del doctorado, dicen que va a unirse a la NASA, de hecho ya estuvo ahí nada más regresar de la universidad, pero luego hizo varios estudios especializados en astrofísica y estudios espaciales —Donovan a veces le recordaba al Dexter de la caricatura, totalmente emocionado por la ciencia—; el punto es, que el señor Templey nos reunió y hablamos largo y tendido sobre...
—Temas de nerds —murmuró Margot.
—¡Oye!
—Lo siento, íbamos en donde nerd uno conoce a súper nerd —murmuró ella—. Todo frente a una taza de café...
Donovan suspiró, a veces Margot era imposible.
—Lot accedió a que sea su asistente en su proyecto en el MIT 3y además, accedió a asesorarme con las últimas revisiones en mi tesis — le explicó con voz triunfal—. Aunque ir como su asistente y oyente un par de meses podría abrirme muchas puertas. ¡Margot! ¿Tienes idea de lo que eso significa? Me ha sugerido hacer mi propio doctorado en el MIT, sería asombroso ¿sabes?
—¿Qué súper nerd será bueno con un fanboy? —Dijo, tomándole el pelo—. Es broma.
—¡Significa que seré guiado por un genio en mi trabajo final! —exclamó Don sin poner atención a lo que Margot decía—. Es increíble, Lot es posiblemente el genio del siglo y esta oportunidad es todo un honor...
—No creo que el que un señor cincuentón haciendo su master acceda a apoyar a un potencial físico, sea tan cool —. Replicó ella usando la voz de la razón—. Vamos Don, es normal, eres un genio y ese anciano seguro que se ve reflejado en ti...
—¿Anciano? ¡Ojalá, Mag! Si Lot llega a los veintiocho, será un milagro —contestó Don para sorpresa de Margot—. Pero te apuesto mis libros de Verne que no llega ni a los veintiséis.
—¡Nerd! ¡Súpersupernerd!
Ni siquiera perdió el tiempo en quejarse y Donovan siguió hablando.
—Pero el caso, es que Lot estará aquí hasta fines de julio, y si tú consigues salir de Nashville terminando tu semestre —Donovan hizo los cálculos—. ¿Tercera semana de mayo? Bueno, entonces me ofreceré para cuidarte por unas semanas. Tú estudias California para Harmy y estás lejos de casa para...
—Para cuando notifiquen que no estoy aprobada para el último grado —completó la chica—. ¡Genio!
—Lo sé, ahora, ¿qué dices Maggi? ¿Lista para atrapar tus estrellas?
Sopesó la idea. No era mala, vivir con Don era aceptable. Quitando lo nerd, Don era adorable, su hermanito, su mejor amigo. Además, quería salir de Nashville y tener esa vida aventurera de sus protagonistas, solo por unas semanas. Hasta que como en toda trama, las cosas estallaran y debieran de resolverse.
—¿Dónde está la trampa? —cuestionó.
—¡Ah! Listilla, ¿ves cómo tienes algunas neuronas? —bromeó él—. Pues, si puedes lidiar con un nerd, creo que podrás con dos, le ofrecí a Lot quedarse en el depa...
—¿¡Dos nerd!? —Tete sentada a unos metros, alzó la cabeza—. Bueno, acepto. No creo que algo salga mal.
A partir de ese instante, de la mano del Gran Amo del Universo, la vida de Margot King, comenzó a redirigirse, como una nave exploradora en medio del extenso universo.
II.
Pasaron un par de días en los que Margot intentó sobrevivir. Con ayuda de Tere fue casi posible, aunque se parecía a nadar contra corriente, o al querer respirar bajo el agua ¡peor! Como querer luchar contra la gravedad... ¿Eso era posible?
Y aquí es cuando pasaré a hablar de la importancia de no decir mentiras, aunque suene a comercial.
Lo cierto es que, jamás pensamos en que una mentirita o la omisión de una verdad —que al final, también es mentira—, puede ser el principio de una gran cadena de engaños que se hacen más y más ¡y más! hasta que esa cadena nos ata y no nos deja ni respirar, esto debido a lo que perderíamos si nos descubrieran con la nariz de Pinocho.
Todo empieza con algo tan sencillo como un ¿qué quieres? Y si nunca lo has pensado antes, con sencillez e indiferencia esa pregunta te lleva a no responder nada. Ni esto, ni aquello y tampoco pides ayuda o una aclaración que te ayude a responder, es como si pedir auxilio estuviera mal, cosa que no es así.
Ya puestos en esa situación de una pegunta sin respuesta y la presión de qué decir: te ofrecen una alternativa, es cómoda, se ve fácil, parece sencilla y no dices ni me gusta, ni me desagrada, solo accedes. Omites la verdad y entonces empiezas a mentir con asentimientos acompañados de sonrisitas temblorosas ¡para que nadie descubra la verdad!
Conforme los días pasan uno a uno se acumulan las mentirijillas blancas —que son mentiras totalmente— y pesan en la conciencia cuando ya son muchas. Y cuando planeas decir ¡basta! Te das cuenta que ya alguien se ilusionó, ya hay gente que se lo creyó como píldora de verdad y bueno, desmentirlos, sacarlos de su vida feliz parece más difícil que sostener ese engaño hasta el final. Y aquí es cuando te vuelves un cobarde porque no hay nobleza en mentir sin importar las razones, un engaño siempre es descubierto y siempre acarrea problemas.
Y eso a grandes rasgos le pasó a Margot. Quien en toda su vida no tuvo muchas elecciones difíciles que hacer. Siendo como era, simpática, amistosa y amable las puertas de todos lados siempre se le abrieron. Ella siempre pudo escoger o tener a un estirón de mano de cualquier deseo, pero cuando pasó de madurez debió elegir aquello para su futuro, se acobardó, se le enredó la lengua para no hablar y dejó que todos opinaran y que los demás decidieran, y llevaba tres años cargando con eso en omisión a la verdad.
Trató inútilmente de encontrar una manera para sí tener el valor para hablar, para decir ¡me equivoqué! ¡Ah! Pero es tan difícil notar que nosotros tenemos un poquitín de culpa que a veces nos victimizamos diciendo que nadie nos comprende en lugar de reconocer el error. Justo eso le pasó, mientras deseaba tener una manera de ¿por qué no? Luchar por esa meta lejana para sus padres. Quería ser una hija ejemplar después de todo. Ignorando elegantemente que una mentira había desatado el cataclismo que le impedía ser esa hija modelo.
Les diré algo, a veces Margot podía ser testaruda más allá de lo creíble. Y aunque Tete intentó sostenerla en su caída en picado en la universidad, era como querer salvar un crucero con un simple salvavidas. Así que Margot llegó a la primera semana de mayo casi sin cordura y sabiendo que no había más opción que hablar y salir corriendo. O no hablar y solo correr, opción que más le tentaba.
—¿Estás segura de esto? —volvió a preguntar Tete.
Margot había decidido que era el momento de hablar con sus padres; la personificada revelación le habló directo al oído diciendo que era entonces o no sería nunca... o quizá fue solo la voz de Donovan repitiéndose en su cabeza como disco rayado. Pero fuese lo que fuese, sentía la imperiosa necesidad de decir la verdad y nada más que la verdad: no le gustaba su carrera y estaba en ella porque ellos lo habían sugerido y presa del pánico lo había aceptado. Fin del asunto. Bueno, también debía admitir en el proceso que tenía parte de culpa, pero seguía en negación de reconocer que dado que ella no había tenido claro qué hacer de su vida cuando se lo preguntaron había optado por decir la primera de las falacias...
Algo que pasa cuando mentimos, es que mentir y mentir nos lleva a pensar que decimos la verdad y olvidamos la razón o de que esta mentira la creamos nosotros, y vivimos en hipocresía.
Independientemente de lo que iba a decir, ella tenía un plan bastante simple: ir, decirlo y esperar la réplica.
Claro, las cosas siempre son más fáciles cuando se dicen, que cuando se hacen. Corrección, son más fáciles al pensarse que al hacerse.
—No, pero correr en sentido contrario, no hará que la culpa deje de perseguirme —aseguró sentándose firmemente en la bicicleta—. Di las palabras mágicas, Tete.
Su amiga sonrió. Le temblaban las comisuras, porque si algo sabía Tere era que Margot estaba ignorando deliberadamente una parte de la historia decantando nuevamente por hacer su voluntad y bajo sus términos.
—Margot...
—Tete, no. No intentes detenerme —le ordenó Margot levantando la mano—. Vamos. Di las palabras mágicas.
La chica de cabello rubio suspiró, casi veía cómo el plan fracasaba.
—Que la fuerza y el éxito te acompañen —le dijo y al segundo empezó a verla partir.
La granja de los King había sido restaurada con el dinero de las primeras miles de copias vendidas por Corazones de Ceniza.
Cuando Eliot había ofrecido el contrato, Margot —quien para entonces ya estaba en leyes— no había entendido nada, y Tere había revisado cada cláusula del mismo. Donovan había accedido a ser su representante en esos asuntos —aunque con Tere apenas se hablaban— y él le había ayudado a mantener el secreto de Aggie hasta que el libro había empezado a venderse en los walmart.
Lo cierto es que para la familia King jamás fue este un secreto, el que Margot tuviera un don con las letras, ella escribía cuentos en navidad y regalaba poemas en los cumpleaños, no tenía nada de qué avergonzarse en realidad porque era el pilón artístico de la familia, pero algo la había hecho esconderse cuando el éxito tocó la puerta y eso la llevó a omitir la pequeña verdad llevándose a dos cómplices.
Siendo honestos, Margot escribía mientras que Tete y Donovan se encargaban del resto con Eliot ¿cuánto ganaba? No preguntéis, pero sabía que su libro era vendido hasta en los 7eleven.
No es que se avergonzara de escribir, es solo que en una familia como la King, ese era un talento casi despreciado. O así alcanzaba a verlo Margot si se comparaba con los logros de su hermano: un niño prodigio que mientras crecía había acumulado trofeos y medallas hasta que se fue a estudiar física a la otra punta del país. Al lado de él ¿dónde quedaba ella?
El patriarca no era ninguna mala persona, solo estaba chapado a la antigua; él había soñado con dos hijos profesionistas. Margot era muy querida por su familia, pero en realidad, no sabían de qué manera demostrarlo cuando su carácter y facilidad de palabra podía apabullar a medio Nashville.
Viniendo de una familia de granjeros, el señor King había sido el primero en generaciones en poder asistir a la universidad y el regocijo del abuelo —Dios lo tenga en su gloria— había sido tal, que el señor King deseaba sentir lo mismo.
Tenía dos hijos maravillosos. Donovan era talentoso en todas las ciencias. Margot era creativa y demasiado soñadora, pero lo aceptaba. Mejor que eso. Henry King tenía debilidad por su hija, quizá solo por eso, deseaba facilitarle todo.
Los señores King siempre se sintieron afortunados con sus hijos, quitando los dramas que cada niño o adolescente hace de vez en cuando, los niños King no daban problemas. Eran por diferencia más listos, talentosos, amables, cariñosos y trabajadores. Don daba la lata llegando a cuestionar lo incuestionable e ignoraba los buenos consejos y Margot dejaba boquiabiertos a los maestros y sorprendía cuando se le metía en la cabeza alguna idea impensable, pero estaban felices con sus hijos. Se consideraban una familia afortunada, con bajos y altos, con problemas de hipoteca y quizá sin las mejores vacaciones, pero estaban juntos.
Cuando los padres de Margot supieron de la fama de Aggie, fue por una vecina de la iglesia, quien entre su cháchara habló del nuevo libro que tenía en sus manos. Para ese entonces ni se les pasó por la cabeza que esa misteriosa autora fuera su propia hija.
Alice fue quien leyó el nombre y recordó alguna que otra conversación con su hija menor y con su suegro, en especial porque ese nombre era justo el apodo de su hija, aunque le dio la menor de las importancias. Sí, la pequeña sinopsis en la contraportada era atrayente y esas notitas de quién sabe quién halagando el libro pintaban bien; pero no tenía ni idea. Por años los King no habían sabido de su hija como escritora, sabían que devoraba los libros que caían en sus manos, que era la editora del periódico escolar y que le gustaba contar cuentos en las cenas importantes además de que llevaba un proyecto en la escuela bíblica de la iglesia y su versión con guiñoles sobre David y Goliat era bastante exitosa.
Y no fue hasta esas navidades —hacía ya dos años— cuando en Nochebuena, un señor llamado Eliot Bloom apareció en el portal con una caja de regalo y una sonrisa grande diciendo que buscaba a Aggie King.
¡Pobre Eliot! Fue una silenciosa Nochebuena.
Después de descubrir el secreto, Margot había pasado cada dólar que había en su cuenta hasta esa fecha a la cuenta de sus padres, quizá a un modo de disculpa. En cambio ellos no le habían pedido ni un dólar.
Alice había tomado la noticia con mucha calma, divertida incluso. El señor King por su parte, quizá había gritado un poco, en especial porque para esas fechas estaban recibiendo las notas del segundo semestre de licenciatura de Margot, y no había salido precisamente bien. El argumento fue «¡pierdes el tiempo en eso, cuando tienes la universidad!». Aunque en realidad solo estaban heridos ¿tan poco confiaba en ellos? ¿Tan poquito como para ni siquiera contarles de ella misma? Ese simple hecho les hizo cuestionarse muchas cosas, pero algo se había roto, en especial entre Henry y Margot quienes como padre e hija habían tenido una relación envidiable.
Margot también tenía otras razones para darles ese dinero a sus padres; lo había hecho porque sus libros, sorprendentemente, se habían vendido como pan caliente y unos miles de dólares estaban en esa oculta cuenta bancaria, mientras sus padres desvelaban por la preocupación al estar pagando la escuela de Don y la suya, costeando la hipoteca y las deudas en general. En parte se sentía culpable porque pagaran su matrícula de universidad cuando odiaba estar ahí y no era una buena estudiante, ni siquiera una estudiante promedio, y por eso les regreso un por ciento con el dinero que había ganado. Tuvo que recurrir a la lógica fría para persuadirlos, porque de otro modo jamás lo habrían cogido.
Podía ayudar e iba a hacerlo, o eso se propuso. Y puesto que cerrar el despacho era impensable y vender la granja también, ella insistió en que usaran el dinero para restaurarla, pagar algunas deudas y echar a andar la venta de los quesos, que cogieran el dinero como un regalo de navidad, una muestra de gratitud, una inversión a la granja como si ella fuera accionista.
Era una granja de varios acres. Dedicados al cultivo de maíz de trigo una parte, la otra tenía árboles de manzana y una más de pastizal para las vacas lecheras. Margot había crecido ahí, correteando con su hermano y montando a caballo con Tete desde que pudo hacerlo, nadando en el lago o alimentando a los cuervos sin permiso. Para ella había sido algo maravilloso poder ayudar en su casa que además era enorme. Tres pisos bien pensados, con una sala fresca y un salón con chimenea para las navidades frías.
Margot vio la casa desde lejos, se ubicaba en el valle que se formaba gracias a la distribución del terreno y el caminito de terracería era iluminado por los últimos vestigios del sol.
Se dio ánimos una y otra vez. Muchas veces en el transcurso de los cuatro últimos años –incluido el último curso de bachillerato– había buscado una forma de decir que ella no quería ser abogada. Veintiún años y aterrada, esa era Margot.
Le habría gustado tener el talento de Don para memorizar fórmulas, leyes, teorías y nombres de estrellas; pero ella era una sencilla y normal humana sin talentos extraordinarios. Se le daba bien hablar de historia, de libros, decir las biografías de algunos ilustres personajes y escribir. Cosas simples según el mundo.
Y sí, como muchos de nosotros, ella también intentó ser todo lo que se esperaba de ella porque lo que por sí sola era no resultaba tan impresionante, o eso se había dicho a sí misma por mucho tiempo para no tener que decidir sobre ella, sino acatar lo que otros esperaban.
—¡Mami! —Llamó entrando a la casa por la puerta de la cocina—. ¡Adivina!
—Margot, —su madre recibió el beso en la mejilla y siguió afanada—. Anda, ayúdame. ¿Cómo te fue hoy?
La señora King picaba unas verduras con precisión mientras en la radio se hablaba del clima para ese verano. Margot dejó la mochila en una de las sillas del desayunador y le lanzó un beso a Rush que observaba desde su cómodo tapete.
—¿Hoy? Pues bien —Margot se acercó a ella—. Mami, hace unas semanas hablé con Don y me ofreció unas vacaciones en el soleado California —canturreó comenzando a ponerse el delantal—. Me dijo que saliendo del semestre, me espera...
—Espera un poco —Alice detuvo su afán y la miró con una ceja enarcada—. ¿Qué hay de la universidad? ¿No tienes que hacer algunos trámites o algo? Empezarás tu último año.
Margot abrió la boca para responder, cuando las pisadas del señor King se oyeron sobre la gravilla. Al girar vio aparcado el automóvil y algunos minutos después la puerta se abrió.
—¡Papá! Le decía a mamá que Don me invitó de vacaciones...
—¿Y la universidad? —preguntó el señor sin mirarle mientras se aflojaba la corbata.
—Pues, verán...
Respiró profundo y se preparó para la batalla tragando el nudo de nervios. El señor King besó la frente de su hija y tomó la tabla que sostenía en las manos para ayudar a su esposa mientras Margot se preparaba para hablar.
—¿Hija?
—Pues es que... —Maggi empezó a moverse sobre punta talón, lo hacía cuando se ponía nerviosa—. Verán, lo que pasa es que...
Los señores King detuvieron lo que hacían y la miraron, esperando, hasta que el horno anunció que el pollo estaba listo y empezaron a moverse en la cocina con Margot aún sin poder decir nada.
—Margot —le dijo el señor King—. Confío en que si decides visitar a Donovan decidirás de acuerdo a la universidad, debes asegurarte de pasar el año con buenas calificaciones, ya estás por terminar —avisó el señor King mientras se volvía hacha su esposa, y ya sin mirarla—. Ali, ¿en qué te ayudo?
—Papá yo... —su voz fue tan baja que nadie la escuchó.
—La ensalada —le avisó Alice y se volvió a su hija—. ¿Algo que agregar Margot?
Margot tragó fuerte y trató de hacerse oír, pero la voz no le salía y de algún modo, se sintió miserable por no poder darles ese título que tanto querían, y peor aún, por no tener el valor de decirlo.
—No, voy al baño, me duele un poco la barriga.
—¿Quieres que te prepare un té? —Ofreció el señor King—. Te ves cansada, princesa.
Margot hizo un puchero y se acercó a besar su mejilla.
—Nop, me iré a dormir temprano —respondió ella.
Sin más, subió a grandes zancadas, derramando lágrimas de impotencia en el camino.
La decisión la había tomado hacía mucho, aunque le doliera. Lanzó una maleta deportiva a la cama y dentro de ella incluyó algunas prendas de ropa, un par de deportivas y unas sandalias. Echó dentro algunos libros, su mapa de América doblado y el cuaderno púrpura.
No saldría esa noche, pero ese fin de semana se iba de Nashville —o así lo esperaba— y necesitaba tener todo listo.
Se las arregló para en el proceso enviar un mensaje a Eliot diciendo que saldría de gira para escribir un libro nuevo mandándole la idea preliminar preguntando su opinión. Buscó una ruta de autobús a Arkansas y apartó un billete para el sábado por la noche con un coste de $64.00 dólares.
googleó