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Carolina Mancini . Mary Larrosa
Pablo Lamarthée, SJ

Como un amigo
habla a otro amigo

Símbolos teresianos en diálogo con
los Ejercicios ignacianos

NARCEA, S.A. DE EDICIONES

ÍNDICE

Presentación

1. Desde ayer hasta hoy. Aproximación histórico-espiritual

2. Las Moradas en diálogo con los Ejercicios ignacianos

3. Invitación a la experiencia

4. Pasos para un camino de oración

ENTRAR. ABRIR NUESTRA MORADA A DIOS

Una imagen para empezar: La puerta. “La puerta para entrar… es la oración” (1M 16). “Adonde pasan cosas de mucho secreto” (1M 13).

DESEAR. SEDIENTOS DE UNA VIDA PLENA

Una imagen para empezar: La fuente. “Conviene mucho no apocar los deseos” (V 13,2). “Hay un agua viva que puede apagar esa sed del camino” (CP 19).

ENCONTRAR. DESCUBRIENDO LO FUNDAMENTAL

Una imagen para empezar: La roca. “El hombre es criado para” [EE 23]. “El Señor es mi roca y mi fuerza” (2Sam 22,2).

CONOCER. SABIENDO QUIÉNES SOMOS EN SU AMISTAD

Una imagen para empezar: La amistad. “Mientras pudiéreis no estéis sin tan buen amigo” (CP 26). “Gran cosa es el conocimiento propio” (1M 1,8).

SOLTAR. LIBERANDO EL CAMINO DE IMPEDIMENTOS

Una imagen para empezar: El castillo. “Es menester hacernos indiferentes” [EE 23]. “Procure dar de mano a cosas y negocios no necesarios” (1M 2,14).

PURIFICAR. QUITAR PARA TENER MÁS

Una imagen para empezar: La poda. “Me enmiende y ordene“ [EE 63]. “La humildad es andar en verdad” (4M 10,7).

RECONCILIAR. INCONDICIONALMENTE AMADOS

Una imagen para empezar: El abrazo. “Solo puedo presumir de su misericordia” (3M 3). “El Señor dora las culpas” (V 4, 10).

ESCUCHAR. RECIBIENDO UNA LLAMADA

Una imagen para empezar: El pastor. “Con un silbo tan suave… hace que conozcan su voz” (4M 3,2). “No sea sordo, sino presto y diligente” [EE 91].

CONTEMPLAR. ACERCARNOS A UN MISTERIO

Una imagen para empezar: Dios hecho hombre. “Hagamos redención del género humano” [EE 107]. Se ha hecho hombre, “todo esto por mí” [EE 116].

ANDAR. CAMINANDO CON ÉL

Una imagen para empezar: El camino. “Juntos andemos, Señor” (CP 26,7). “Conocimiento interno del Señor para mejor amarle y seguirle” [EE 104.]

SANAR. EL PODER A TRAVÉS DE LAS MANOS

Una imagen para empezar: Las manos. “Jesús extendió las manos y lo tocó” (Mc 1,41). “Si logro tocar aunque solo sea sus vestidos, me salvaré” (Mc 5,28).

DISCERNIR. CLARIFICANDO NUESTRO OBRAR

Una imagen para empezar: La lucha. Dos banderas en san Pablo. Dos banderas en Jesús.

SERVIR. APRENDIENDO DE SU ESTILO

Una imagen para empezar: El lavatorio de los pies. “Esta es la verdadera unión con su voluntad” (5M 11) “Dichosos si lo ponen en práctica” (Jn 13,17).

CONSIDERAR. CÓMO SE ESCONDE LA DIVINIDAD DE JESÚS

Una imagen para empezar: El cordero. “Me hallaba bien en la oración del huerto. Allí era mi acompañarle” (V 9,4). “Como cordero llevado al matadero” (Is 53,7).

MORIR. AMANDO HASTA EL FINAL

Una imagen para empezar: La cruz. “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). “¿Qué debo yo hacer y padecer por Él?” [EE 197].

TRANSFORMAR. ABANDONAR EL HOMBRE VIEJO

Una imagen para empezar: La mariposa. “Quien pierde la vida por mí la encontrará” (Mt 10,37). “No está ahí, ha resucitado” (Lc 24,6).

GUSTAR. SABOREAR LA NOVEDAD DEL RESUCITADO

Una imagen para empezar: El vino. Jesús comparte el vino de la fiesta y la alegría. Jesús manifiesta su resurrección comiendo con sus discípulos.

ADMIRAR. CÓMO SE MUESTRA LA DIVINIDAD DE JESÚS

Una imagen para empezar: El retoño. “Algo nuevo esta brotando ¿no lo notas? (Is 43,18). “Aquel día el renuevo del Señor será hermoso y lleno de gloria” (Is 4,2).

AMAR. AGRADECIENDO TANTO BIEN RECIBIDO

Una imagen para empezar: El matrimonio. “Para que yo enteramente reconociendo” [EE 233]. “Pueda en todo amar y servir” [EE 233].

MIRAR. PARA EN TODO AMAR Y SERVIR

Una imagen para empezar: El balcón. Mirar y recoger la experiencia. Ver adónde me llevan los Ejercicios.

ILUMINAR. SER SAL Y LUZ DEL MUNDO

Una imagen para empezar: La luz. “Cristo es luz que no tiene noche” (V 28, 3-5). Ser sal y luz del mundo (Mt 5,13).

SINTONIZAR. ATESORANDO EL DON DE SU AMOR

Una imagen para terminar: La herida de amor.

BIBLIOGRAFÍA

PRESENTACIÓN

Este libro es fruto de Ejercicios Espirituales ofrecidos a distintos colectivos: religiosos, laicos adultos, jóvenes, sacerdotes, no todos provenientes de la espiritualidad ignaciana o teresiana. Dado su nacimiento y su intención, no es un libro académico sino un libro para rezar. Quienes participaron valoraron la complementariedad de un enfoque masculino y femenino, concreto y a la vez simbólico que ayudó al fin principal: encontrarse con Dios en forma personal.

Sin faltar a la continuidad de los Ejercicios, sin descuidar tampoco la discreción con que san Ignacio invita al que da los Ejercicios a ofrecer una “breve y sumaria declaración” que no adelante contenidos de la propia aventura espiritual, nos hemos atrevido a proponer en cada tramo de oración algún símbolo orientador generalmente (aunque no siempre) de la espiritualidad teresiana. Hemos recogido aquí elementos que puedan servir para animar tiempos puntuales o una secuencia de días de oración en las claves de Ignacio de Loyola y Teresa de Jesús.

El capítulo 1 presenta un diálogo posible entre dos tiempos –el de ellos y el nuestro– y entre sus espiritualidades que tienen fuertes puntos de encuentro. Nos preguntamos qué nos pueden ofrecer santos de hace cinco siglos a cristianos de nuestro tiempo y encontramos el vigor de una experiencia espiritual intensa que provoca a la nuestra.

El capítulo 2 ofrece algunas claves de ambas espiritualidades y sus posibles coincidencias.

La propuesta de oración de este libro se sustenta en la pedagogía ignaciana y teresiana, por eso invitamos al lector a asomarse a los elementos claves de estos maestros, pero fundamentalmente a recorrer un camino de propia experiencia que se ofrece a partir del capítulo 3 y 4. En síntesis, se recuerda primero un “modo y orden” pensado desde estas espiritualidades para facilitar la experiencia. Finalmente se ofrecen las distintas propuestas de oración en tramos y tiempos diferenciados, adaptables a un momento concreto de oración o a cualquier itinerario de Ejercicios.

Desde esta palabra clave en ambas espiritualidades: “ejercitarse”, “experimentar”, “sentir y gustar”, deseamos que estas páginas inviten a ponerse en camino, a cultivar la amistad con Dios siempre llamada a crecer. Teresa declara que siempre se puede recorrer este camino aunque no sepamos bien cómo: “No sabía cómo proceder en oración ni como recogerme… y determinéme a seguir aquel camino con todas mis fuerzas” (V 4,7) Deseamos que este libro provoque siempre un camino personal de aventura en el Espíritu y propia experiencia.

LOS AUTORES

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Cada época es inmediata a Dios,
cada generación es equidistante
de la eternidad

Leopoldo von Ranke

Teresa de Jesús (1515-1582) e Ignacio de Loyola (1491-1556) vivieron comprometidamente la cita con el tiempo que les tocó vivir. Vibraron con sus posibilidades y desafíos, se conmovieron con sus “alegrías y esperanzas” y sintieron con honda intensidad esos “dolores de parto” con que cada época alumbra en la historia humana los signos del Reino. Todo abordaje a un personaje se hace desde unas coordenadas espacio-temporales, todo encuentro humano es encuentro de mundos, de tiempos. Desde nuestro tiempo nos acercamos pues al tiempo de Teresa e Ignacio detectando grandes diferencias y a la vez notables similitudes, unas por ser comunes a la condición humana y otras por tratarse de tiempos que en algún punto se asemejan.

“Estase ardiendo el mundo” expresaba Teresa aludiendo a los múltiples desafíos, conflictos, búsquedas e incertidumbres de aquel siglo XVI que le había tocado vivir, y que desde el recogimiento de su vida de oración y a la vez su gran apertura a la realidad, le hacía vibrar profundamente con sus contemporáneos.

La vida de Teresa de Jesús, carmelita, transcurre básicamente en Castilla, en su Ávila natal, desde donde se moverá a fundar conventos en ciudades del entorno castellano, salvo dos fundaciones en Andalucía. Ignacio tendrá más movilidad recorriendo otros países de Europa y peregrinando a Tierra Santa, pero nunca perderá su sello hispano. Ambos son hijos del siglo XVI español, inserto a su vez en el contexto europeo.

En la cultura de Europa occidental dicho siglo puede considerarse un fruto maduro del Renacimiento, ese polifacético movimiento que, iniciado en las ciudades italianas, se expandió luego a los demás países del continente generando versiones propias en cada uno de ellos. En España es el Siglo de Oro en las letras y las artes, siglo largo que muchos autores extienden hasta bien entrado el siglo XVII marcando una continuidad que abarca también el período barroco. Esta continuidad puede detectarse también hacia atrás pues el Siglo de Oro español conserva muchos elementos de la época anterior, entre ellos la profunda religiosidad y el espíritu de cruzada, rasgos de larga duración que continuarán presentes en la cultura hispánica durante toda la época moderna, y reaparecerán en distintos momentos hasta bien avanzado el siglo XX.

En lo político es el siglo de Carlos V de Habsburgo, en cuyos dominios “no se ponía el sol”; tiempo en el que por primera vez se circunnavega el planeta y se inaugura la primera oleada globalizadora, encuentro de mundos que se descubren mutuamente y se traban en lucha a muerte por el dominio y el poder; tiempo también de fuertes mestizajes raciales y culturales. En pocos años, el impacto del Nuevo Mundo hará estallar moldes y fronteras en mentalidades y cosmovisiones de la vieja Europa, a la vez que la Amerindia sentirá quebrarse la espina dorsal de sus culturas bajo el impacto de la conquista extranjera.

Pero no es solo el descubrimiento de nuevos mundos lo que genera conmoción en el siglo XVI europeo. En 1517, apenas dos años después del nacimiento de Teresa, Martín Lutero clava sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg dando origen a la Reforma Protestante, vasto proceso que divide a la cristiandad occidental e inaugura un largo período de guerras de religión en toda Europa. La Reforma reivindicará el derecho de cada bautizado a interpretar la Palabra de Dios y alimentar desde ese encuentro toda su vida de fe, en autonomía con respecto a dogmas y sacramentos. La Iglesia católica reaccionará a este desgarro generando la Contrarreforma promovida por el Concilio de Trento (1545-1563), gigantesco esfuerzo de autocorrección y a la vez de definiciones dogmáticas y disciplinarias que marcarán fuertemente los perfiles del catolicismo romano hasta nuestros días.

España vive un tiempo de esplendor y a la vez fuertes desafíos que conmueven hondamente su sociedad. Se pueden distinguir claramente dos momentos: el de Carlos V (1516-1556) en el que se abre por un lado a Europa y por otro a las inmensas posibilidades de su imperio colonial en expansión, y el de Felipe II (1556-1598) en el que se transforma en la defensora del catolicismo frente al protestantismo, se aísla con respecto al resto de Europa y entra en un período marcado por un fuerte control social.

A las divisiones de una sociedad estratificada, propias de todas las naciones europeas de la época, debe agregarse en España el tema de los judíos que gravitaba sobre la cultura profundamente religiosa de aquel tiempo. Habían existido largos períodos de convivencia pacífica entre judíos, árabes y cristianos en la España medieval. Habrá también un antisemitismo, siempre pronto a emerger en momentos de crisis o competencia. Un recurso usado por los judíos para defenderse era recurrir a la conversión al cristianismo, lo que paliaba un tanto la persecución pero nunca les libraba completamente de la sospecha. A fines del siglo XV el decreto de los Reyes Católicos ordenando a los judíos la conversión o el destierro había generado una nueva oleada de conversiones en masa, y los certificados de pureza de sangre –que en realidad lo eran de pertenencia religiosa– volvieron a transformarse en necesaria credencial de aceptación y reconocimiento social.

La familia de Teresa estuvo profundamente marcada por esta realidad. Su abuelo, rico comerciante, fue un judío converso que debió hacer pública penitencia en su ciudad natal de Toledo y trasladarse posteriormente a Ávila para librarse de la discriminación. En esta ciudad fue comprando ejecutorias de hidalguía para sus hijos, entre ellos el padre de la Santa, ingresando de este modo en la baja nobleza y debiendo por tanto vivir como ésta sin trabajar y en base a rentas. La hidalguía adjudicaba prestigio y permitía disimular más la condición de judeoconverso –que nunca desaparecía–, pero generaba muchas veces apremios económicos.

Ignacio, en cambio, pertenecía a familia de cristianos viejos y nunca tuvo que sufrir las vicisitudes de los judeoconversos. Era hombre de armas y corte; su hogar natal, la casa torre de Loyola, marcaba su origen hidalgo.

Espiritualidad y religiosidad en tiempos de Teresa e Ignacio y en el nuestro

Espiritualidad es un concepto que nació ligado a lo religioso y en este sentido lo siguen considerando aún muchas personas. Sin embargo, en el momento actual, el término espiritualidad ha pasado a designar “la dimensión de profundidad –el hondón que dicen los místicos– que se va forjando por las motivaciones que hacen vibrar a la persona, la utopía que la mueve y anima a andar, a luchar, a entregarse”1.

Así entendida, la espiritualidad no es pues patrimonio exclusivo de creyentes de tal o cual religión, o de seguidores de tal o cual filosofía, sino la manifestación de una dimensión constitutiva de todo ser humano que podría definirse como su forma propia de relacionarse con el mundo, consigo mismo y con lo trascendente. A su vez, no queda reducida al ámbito puramente individual sino que en su búsqueda por expresarse y compartirse genera “una realidad comunitaria (que) es como la conciencia y la motivación de un grupo o de un pueblo”2.

Desde esta amplia perspectiva son cada día más numerosos los autores que no dudan en caracterizar el momento actual de nuestra civilización como una época de profunda espiritualidad, si bien no necesariamente de mucha religiosidad. En esto difiere nuestro tiempo del de Teresa e Ignacio en el que la espiritualidad sí estaba imbuida de una profunda religiosidad.

Es difícil tal vez para nosotros, integrantes de sociedades posmodernas, calibrar esa intensa religiosidad en la que estaba inmersa la sociedad del siglo XVI español. Como legado de la época medieval que permeaba toda la cultura, lo religioso era un elemento fundante y omnipresente en la vivencia de los seres humanos, y “arropaba y llenaba de sentido la actividad humana individual o social”. “La cristiandad constituía un hecho histórico integrador por el que tanto el padre de familia, como el campesino o el soldado, eran como piezas de un arco sostenido por la misma clave”3.

Si bien es cierto que a comienzos de la época moderna se iban introduciendo nuevos modos de vivir esta religiosidad y el Renacimiento italiano irradiaba un tono paganizante que afectó aspectos importantes de la vida social europea, España fue poco permeable a él y mantuvo la religiosidad como rasgo insoslayable de su cultura. Es más, los cambios eran a menudo percibidos como amenazas a la salvación del alma, y generaban temor y ansiedad exacerbando la búsqueda de seguridades espirituales. Éstas no eran siempre fáciles de encontrar en los moldes eclesiásticos de la época, a menudo excesivamente anclados en el ritualismo o la normatividad y afectados otras veces por la misma inseguridad y búsqueda de novedades que tenía el pueblo.

En esa coyuntura, la espiritualidad se fue canalizando por diversas vías, cuya influencia en mayor o menor medida puede detectarse en Ignacio y Teresa. Es nota distintiva y común a estas corrientes de espiritualidad, cuyos antecedentes podrían rastrearse en la llamada devotio moderna, basarse primordial aunque no exclusivamente, en la propia experiencia espiritual. Se trata de espiritualidades que validan la subjetividad y la relación personal con Dios, y que por lo general marcan un itinerario interior con sucesivas etapas por las que va pasando quien se aventura en él: purificación, iluminación, unión con Dios. Montserrat Izquierdo señala “el cambio de una espiritualidad vacía y fría, basada en la oración vocal y en las obras exteriores, ritos y ceremonias, a otra espiritualidad íntima y vital, construida sobre la experiencia personal. Una espiritualidad creadora, apasionada, abierta a todos”4. Una llamada a todos a la santidad.

Prosperaron en España entre los siglos XV y XVI varias vías o caminos de estas espiritualidades, cada una con sus correspondientes propuestas de medios y apoyos. Entre ellas podemos citar: la vía del recogimiento, la de los alumbrados y la del cristianismo evangélico de Erasmo llegado a España desde los Países Bajos.

La vía del recogimiento en la que podría inscribirse el camino de Teresa se inaugura en los conventos franciscanos del siglo XV, y uno de sus principales exponentes es Francisco de Osuna, autor del Tercer abecedario, libro maestro para la Santa durante años. Esta vía propugna un proceso de integración de todo el ser humano a través de la relación con Cristo en la propia interioridad. Los alumbrados recorren un camino más alejado de la vida eclesial y llegaron a ser condenados como herejes por la Inquisición. Erasmo de Rotterdam a su vez proponía un cristianismo puro y sencillo, al estilo de los primeros cristianos, liberado de ritualismos y disquisiciones teológicas, vivido con libertad interior y centrado en el Evangelio.

Será en este humus en el que tanto Ignacio como Teresa trazarán su propio camino; beberán de estas fuentes pero también sabrán diferenciarse de ellas y aportar su propia originalidad. Por eso, aun con reconocibles antecedentes e influencias, sus propuestas llegan hasta nuestro tiempo frescas y vigorosas, marcadas con un sello propio inconfundible.

La Iglesia institucional española, si bien no exenta de las debilidades de las que adolecía la Iglesia católica en otros países europeos, era fuerte tanto por su raigambre en la sociedad como por sus conexiones con el poder político.

Si bien siempre había ejercido una fuerte vigilancia sobre la fe del pueblo, con el impulso de la Contrarreforma y al amparo de la monarquía de Felipe II esta Iglesia se transformará en un elemento de fuerte control de mentes y conciencias en aras de una ortodoxia teológica y espiritual. El Tribunal de la Inquisición o Santo Oficio y los Índices de libros prohibidos entre los que llegaron a estar varios de los libros espirituales leídos por Teresa, constituyeron el lado visible de un poder que se creía a sí mismo salvador de una sociedad que veía amenazada en su máximo valor, la salvación de las almas. Tanto Ignacio como Teresa tuvieron que lidiar con esta Iglesia a la que amaban y en la que creían como depositaria y dispensadora de las gracias de Dios a sus hijos. Mantuvieron una actitud dialogante y obediente, –tal vez difícil de comprender hoy en día–, pero sin renunciar jamás a la fidelidad a su propia experiencia espiritual. Supieron hablar en voz alta de sus propias vivencias interiores, expresarlas, defenderlas, ofrecerlas a otros, y a la vez se mantuvieron abiertos a contrastarlas con la autoridad eclesial como una necesidad sentida para mantenerse libres de engaños en su propio camino interior.

Dos espiritualidades al encuentro

Las distintas espiritualidades cristianas aportan “algo” propio a la vivencia de la fe en Jesús, subrayan un matiz del Evangelio, ¿Qué subrayan la espiritualidad ignaciana y la espiritualidad teresiana? ¿En qué puntos de contacto se encuentran? Y sobre todo, ¿en qué dialogan con las búsquedas espirituales de nuestro tiempo, tan amplias y variadas tanto dentro de la fe cristiana como fuera de ella? Veamos primero algunos puntos en común entre Ignacio y Teresa5.

El valor de la “experiencia”

Como buenos representantes de la espiritualidad de la época Moderna antes aludida, Ignacio y Teresa conceden un lugar primordial a “hacer camino espiritual”. Teresa afirma: “No diré cosa que no la haya experimentado mucho” (V 18,8). Ignacio por su parte declara al final de su autobiografía ante una pregunta sobre cómo había elaborado el texto de los Ejercicios Espirituales que “no los había hecho todos de una vez, sino que algunas cosas que observaba en su alma y encontraba útilespareciéndole que también podrían ser útiles a otroslas ponía por escrito”6.

En este sentido podemos decir que los escritos de Teresa son narración donde se ve claramente su propio itinerario a través del tiempo, acompasando etapas de la vida y avatares existenciales. Aun cuando el libro de Las Moradas es una sistematización de este itinerario, no pierde ese carácter de historia personal desplegada.

Los Ejercicios Espirituales de Ignacio, en cambio, son experiencia condensada, sistematizada y retocada a la luz de la propia peripecia, pero hecha instrumento pedagógico para ayudar a otros. Se diría que son como un holograma donde el ejercitante recorre en un tiempo acotado –el que dedica a hacer los Ejercicios Espirituales– un proceso que comienza y finaliza, pero que contiene en sí un anticipo de lo que seguirá reeditando de diversa forma a lo largo de toda su vida.

Ambos autores rezuman la veracidad y frescura del que habla desde lo experimentado en su propia carne; son testimonio puro. Ante esta trasparencia nuestros contemporáneos ávidos de vivencia no podrán sino vibrar.

La importancia de la oración

En ambos, la oración es fundamental porque la conciben como relación de amistad y amor entre la persona y Dios. Dirá Teresa: “No es otra cosa, a mi parecer, la oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5).

En esta misma línea, Ignacio parte de una convicción clave que es la base de su espiritualidad: es posible la comunicación de persona a persona entre el ser humano y Dios. La oración es el espacio y a la vez el registro de esta comunicación.

Ejercicios Espirituales