Ocho universos
OCHO ESCRITORAS
ANA URKIZA
Traducción
Gerardo Markuleta
A L B E R D A N I A
Colección A L G A
ensayo
En 2002 y 2003 adquirí dos libros que me resultaron a un tiempo atractivos e interesantes: uno de ellos, Bost idazle Hasier Etxeberriarekin berbetan (Alberdania, Irun 2002), de Hasier Etxeberria [edición en castellano: Cinco escritores. Entrevistas de Hasier Etxeberria, misma editorial y fecha]; y el otro, Lo mío es escribir (Lumen, 2003), de Anna Caballé. En el primero de ellos se nos presentaba a cinco escritores vascos –cinco escritores vascos varones– como autores de primera fila de la actual literatura en euskera, considerados integrantes del canon literario. En el segundo se mostraba la literatura escrita por mujeres tanto en España como en Latinoamérica en los últimos cincuenta años en el que se destacaba, entre otras cosas, el éxito internacional conseguido por las mujeres incluidas en la antología, con la pretensión, quizá, de ponderar el valor de aquellas escritoras.
Tras la lectura de Bost idazle, me pregunté si, realmente, las mujeres no tenían cabida en aquella lista de escritores. Tras la lectura de Lo mío es escribir, en cambio, me pregunté si para poder hablar del valor de la literatura de mujeres era preciso que éstas hubieran logrado el éxito internacional. Es decir, si era preciso justificarse a la hora de hablar acerca de la literatura escrita por mujeres.
Sin embargo, cuando en otoño de 2005 se repartieron las becas de creación literaria “Joseba Jaka”, pudimos ver en la portada de Berria[1] una fotografía en la que aparecían nueve escritores varones. ¿Cuántos trabajos de mujeres escritoras se habrían presentado? ¿No había ningún trabajo de mujer que igualara el nivel de calidad de alguno de los nueve galardonados? ¿Dónde reside la clave: en la composición del jurado, en la forma de analizar los candidatos, o, en general, en la lectura masculina que se hace de la literatura?
Hace años leí las entrevistas que la revista The Paris Review realizó a Vladimir Nabokov, George Seferis, W. H. Auden, Anthony Burgess, Jack Kerouac, John Updike y otros (Conversaciones con los escritores, Kairós, 1980). Se trataba de entrevistas dinámicas, personales, y los escritores respondían sin pelos en la lengua. Fueron muy de mi gusto. Servían para imaginarse a aquellos autores como seres de carne y hueso. A mi lectura, The Paris Review añadía la suya: aquellas entrevistas buscaban “la verdad del hombre y la verdad de la creación artística”; yo, por aquel entonces, entendí que la verdad sobre la creación artística la definían los hombres, y que las mujeres tenían aún pendiente la construcción de su verdad. Era, como se ve, una lectora muy joven.
Pero los años no han pasado en vano, y ahora soy consciente de las verdades de las mujeres que escriben. Creo que la literatura vasca es un sistema todavía inmaduro que pretende ofrecer un aspecto de normalidad y modernidad, como una atractiva manzana verde que guarda en su interior un gusano vivo.
Así pues, el objetivo de las entrevistas que aquí se ofrecen es doble: por un lado, dar a conocer la existencia de mujeres escritoras que se han de incluir en el canon de la literatura vasca, y decir cuáles son; y, por otro lado, despertar inquietud en torno al canon de la literatura vasca, prestando voz a las cuestiones habituales.
He seleccionado a ocho escritoras y he mantenido con cada una de ellas una larga entrevista sobre cuatro temas principales: la escritora, su obra, la mujer y la literatura vasca. En el capítulo sobre la escritora se recogen tres vertientes: la escritora como persona, la escritora como creadora y la escritora como mujer. En el capítulo sobre la mujer se ha ofrecido un espacio propio al carácter de persona pública. Y en lo que respecta a la literatura vasca, se han tratado, entre otros temas, el canon y la crítica literaria.
Hay más autoras, por supuesto; los criterios de selección para quedarme con estas ocho han sido: las generaciones (nacidas en los 40, los 50 y los 60), su trayectoria literaria y aportación a la literatura vasca, los géneros cultivados y el discurso que han elaborado.
Éstas han resultado las autoras así seleccionadas: Arantxa Urretabizkaia, Mariasun Landa, Aurelia Arkotxa, Laura Mintegi, Lourdes Oñederra, Itxaro Borda, Miren Agur Meabe y Yolanda Arrieta.
Estas ocho escritoras han creado ocho universos distintos. Sus obras son plurales. Y este libro pretende recoger esos ocho universos con toda la riqueza de sus planteamientos.
No se trata de un libro cerrado, ni de una propuesta para un canon literario. Pero, como se ha dicho más arriba, he querido mostrar que estas ocho escritoras son válidas para acceder al canon actual de la literatura vasca, ya que han creado un espacio literario muy personal y valioso.
No pretendo, pues, establecer teorías. Mi aportación no es dar a conocer las conclusiones de una profunda investigación. Mi labor se ha limitado a poner el micrófono a quien quería hablar, recoger la palabra de quien tenía qué decir.
Las escritoras entrevistadas están unidas por múltiples acontecimientos y vivencias, pero no puede decirse que sean muy parecidas: cada una de ellas ha forjado su propia identidad y trayectoria. Han vivido en contextos diferentes y han creado mundos distintos. Son muy diversas la experiencia, la vida y la obra de estas escritoras. Tienen en común muchos sentimientos y preocupaciones, el ansia de luchar y, sobre todo, fuerza interior; pero no forman un colectivo como tal.
Les he puesto delante la grabadora con mucha complicidad para preguntarles por lo que tenían que decir y, gracias a esa relación que puede llamarse íntima, las escritoras entrevistadas se han franqueado. Tenían qué decir: algo que ofrecer a la sociedad. Tenían qué aportar: algo muy suyo, algo de muy adentro.
Las escritoras entrevistadas se han desnudado. Se han mostrado con sinceridad. No se han escondido en sus casas. No han sentido vértigo. Han lanzado su verdad alto y claro. Cuando han visto ocasión de hablar, no se han quedado calladas. Estoy convencida de que muchas referencias, anécdotas y vivencias emocionarán a lectoras y lectores.
En una primera visión, el lector se topará en estas ocho escritoras con tres características principales. En primer lugar, que definen y defienden su espacio propio. Nada ni nadie las moverá de él, ya que se trata de algo que han definido tras mucha reflexión y con grandes esfuerzos. En segundo lugar, que, por una u otra razón, se han colocado al margen; y, en tercer lugar, que hay en el fondo un dolor, callado durante años, que ha aflorado al encenderse el micrófono. El tema ha surgido de forma natural, y ellas han hablado sobre él con naturalidad. Han comprendido que ya era hora de hablar acerca de “ello”.
Las respuestas de estas ochos escritoras son agudas y penetrantes. Son excelentes retratos de escritoras rebosantes de vida. Testimonios de personas y escritoras de gran fuerza. Nos cuentan cómo se organizan, qué dificultades tienen, cómo entienden su entorno, cuáles son sus prioridades, sus costumbres, su visión del mundo, los secretos de su escritura, su opinión sobre otros autores…
Iba a entrevistar a escritoras, y me encontré con personas. Estas personas que he entrevistado me han hecho crecer y me han fascinado. Quizá porque las conocía de antemano. Para mí ha supuesto una gran revelación descubrir a las personas tras las escritoras y haber recibido de ellas, como eco de lo que un día escribió Virginia Woolf, una ardiente invitación a comenzar a sembrar. ¡Ojalá para el lector suponga también un descubrimiento semejante!
Nuestras ocho autoras no necesitan silencio. Del silencio ya saben suficiente. Han vivido rodeadas de silencio: faltas de crítica y de atención mediática, sin el merecido reconocimiento, etiquetadas a partir de una lectura practicada con criterios masculinos… no se ha mostrado interés por ellas. A veces por miedo, por falta de conocimiento en otros casos, por ignorar cómo calificarlas y leerlas, las más de las veces.
El actor suele sentir miedo ante el silencio que precede a la subida del telón. Siente miedo de aparecer en escena, que acostumbra a durar unos segundos y que desaparece nada más salir.
El miedo, sin embargo, es mayor durante los segundos que precisamente anteceden a los aplausos del público. En esos largos segundos, mil preguntas pasan por la mente del actor. ¿Lo he hecho lo mejor posible? ¿Les habrá gustado? ¿Lo habrán comprendido? ¿Lo valorarán? ¿Sabrán apreciarlo?
Y a veces, en muchísimos casos, los aplausos que reciben son de compromiso. Y en otras ocasiones, aun habiendo recibido grandes salvas de aplausos, no consiguen la atención de la prensa al día siguiente.
La mujer escritora quiere hacerse con ese aplauso de compromiso, precisamente por estas dos razones: en primer lugar, porque tiene derecho a ser tenida en cuenta y, segundo, porque su receptor (léase espectador o lector) llega a comprender, captar la belleza y apreciar su obra o su propia interpretación de ella.
Ése es, pues, el propósito de esta obra: ante estos ocho universos, ofrecer, tanto a espectadores como lectores, profesores y alumnos de literatura, periodistas, críticos y agentes en general del sistema literario, razones para ese merecido aplauso al final de la función. Con los ojos, la mente y el corazón abiertos.
Arantxa Urretabizkaia (Donostia, 1947)
Nació en San Sebastián en 1947. Fue oficinista y enfermera antes de sumergirse en el mundo del periodismo. Hoy día, Arantxa Urretabizkaia es periodista de profesión y colabora en diversos medios como periodista y colaboradora en debates de radio y televisión.
En los años 60 trabajó en la editorial Lur. Fue en 1977 cuando dio sus primeros pasos en el periodismo, y trabajó en muchos medios: Egin, ETB, Deia y El Diario Vasco, entre otros.
Sus primeros trabajos de creación fueron poéticos, aunque es sobre todo conocida por su obra narrativa.
Trabajó como guionista en los largometrajes La fuga de Segovia, en 1981; La conquista de Albania, en 1983; y Lauaxeta, en 1987.
En 1971 recibió el premio “Gipuzkoa” por su libro de poemas San Pedro Bezperakoak, y en 1982 le fueron adjudicados el Ciudad de Irun y el premio de la Crítica por el poemario Maitasunaren magalean. En 2001 recibió el premio Rikardo Arregi por las entrevistas publicadas en “Zabalik”, suplemento de El Diario Vasco.
Arantxa Urretabizkaia es una persona, profesional y escritora libre. Comprometida con las nuevas tendencias sociales, es a su vez pionera, muy activa y, al mismo tiempo, insumisa. Como escritora, es una delicada gestora de las miradas, artesana en cuanto al proceso creativo, y outsider.
Arantxa Urretabizkaia admira la vida, y su objetivo al hacer literatura es la satisfacción personal. Toda su vida y peripecias las ha vivido de un modo muy intenso, y está muy satisfecha de su vida. Confiesa que es feliz, y no ofrece justificaciones. Está segura de lo que hizo y de lo que hace. Tiene claro quién es y a dónde ha llegado. Dispone de criterios firmes para reflexionar acerca de la vida, la profesión, la literatura y el mundo.
Arantxa Urretabizkaia tiene un concepto muy suyo del trabajo. Ha combatido para dignificar su trabajo y su profesión. Tiene muy claro que cuando está trabajando no está pasando el tiempo. Hoy en día es también esa dignidad y esa profesionalidad lo que reivindica.
Urretabizkaia da mucha importancia a la narración, ya que cree que la sociedad está necesitada de relatos. Dice que, en literatura, lo importantes la melodía, y no la lengua. En su obra es casi imposible encontrar diálogos, ya que en su opinión el género del diálogo es algo que la radio y la televisión han escamoteado a la literatura. Por eso, aclara, lo que le interesa es reflejar sentimientos.
Entre sus principales preocupaciones está la de diferenciar las figuras de la madre y la mujer, tanto en la sociedad como, reflejo de ello, en la literatura. Le preocupa también que la literatura escrita por mujeres sea considerada como “cosa de mujeres”.
En cuanto al tema de la mujer, cree que nos han escamoteado la historia y que a cada paso creemos estar descubriendo lo que otras mujeres ya experimentaron, con el desgaste que eso conlleva.
Arantxa Urretabizkaia reivindica el derecho a no ocultar su Yo, la necesidad de describir a la madre desde la perspectiva de la hija, y de hacer patente la existencia de la mujer en la figura maternal.
Entre otras obras, ha aportado a la literatura vasca Zergatik Panpox?
Leer sin abrir demasiado los libros
Rezar para ser escritora
Simone de Beauvoir y “Simona”
La clandestinidad
Noches de lectura en blanco
Nací en una familia pobre; desde la perspectiva de hoy, éramos sin duda pobres, pero entonces no lo creíamos así, a nuestro alrededor no faltaba gente más pobre que nosotros. Nuestro padre había quedado muy marcado por la guerra. Se quedó en paro cuando yo tenía siete años y, de repente, nos cambió la vida. Pasábamos frío, aunque no hambre, pero no teníamos dinero para comprar ropa, y usábamos la de las hijas de la tía rica de Madrid, tanto nosotras como el resto de las primas.
Eso sí, nuestra madre siempre trabajó fuera de casa, no dejó su trabajo ni siquiera cuando se casó. Al casarse, mi padre trajo a su madre a vivir a casa, y mi madre por su parte se trajo a su hermana soltera. Así que, aunque mi madre trabajaba fuera, nunca nos faltó alguien en casa; la tía se ocupaba de las labores domésticas y, como además era costurera, era ella quien nos hacía la ropa; hacía milagros con las prendas que se nos quedaban pequeñas.
Nunca nos dijeron que, un día, nos casaríamos y seríamos simplemente amas de casa. Yo, al menos, nunca lo oí decir en mi casa. Luego he descubierto que todas las mujeres de mi edad lo oyeron, o así lo entendieron. El objetivo de mis padres era darnos un oficio a las chicas de casa. El bachillerato y la universidad quedaban fuera de su punto de vista, pero sí que eran conscientes de la importancia de un oficio. Así que mi hermana y yo entramos a trabajar en una oficina a los dieciséis años. Mi hermano, en cambio, y teniendo en cuenta también que era el menor, hizo el bachillerato; a nosotras no se nos hizo extraño. Aquel camino no estaba hecho para nosotras, y así lo entendimos. Mis padres nos decían: “No os dejaremos deudas, tampoco ninguna herencia, pero un oficio, eso sí”.
Sin embargo, enseguida me di cuenta de que únicamente con aquel oficio no iba a ningún lado. Yo quería otra cosa y, con dieciocho años, decidí hacer el bachillerato. Cuando se lo dije a mi padre, me respondió: “pero ésa no es vida para una chica joven”, pero no me negó su permiso.
Conseguí los libros y empecé a estudiar por mi cuenta, tras una jornada laboral de ocho horas. Para aprender latín recurrí a un sacerdote, y con las matemáticas me ayudaba mi hermano. Saqué los seis años del bachiller y el PREU en tres años.
En lo que hace a mi generación, soy la única de la familia que fue a la universidad y se licenció.
§ Desde muy joven has sido una gran lectora.
Sí, yo siempre he leído mucho; demasiado, en opinión de mi madre. Incluso me escondía para leer. En mi casa no había libros en lengua vasca, pero mi padre tenía bastantes en castellano; era autodidacta.
Mi madre trabajaba en una tienda de material de oficina que vendía también libros y, como yo leía mucho, me traía a casa libros de la tienda; pero debía leerlos sin abrirlos demasiado por la mitad, porque si no se notaba que se habían usado. Luego los devolvía a la tienda. Así es como leía entonces.
§ Fue un poco extraña la forma en que descubriste las literaturas española y francesa.
Tuve suerte. A los dieciséis años jugaba al baloncesto; en una ocasión tuvimos un partido contra un equipo de Burdeos, en el que jugaba una chica que luego ha sido gran amiga mía; ella me ayudó a descubrir la literatura española y la francesa. Era algo mayor que yo, y estaba aprendiendo español. Ella me propuso leer, entre otros muchos, a Rubén Darío, Baroja y Lope de Vega. Al mismo tiempo yo leía por mi cuenta François Mauriac y otros autores franceses, y surgió entre nosotras una relación especial de intercambio. Aquella amiga francesa me abrió las puertas de las literaturas española y francesa.
§ En aquella época, tu lengua de lectura era el euskera?
En casa habábamos en euskera, pero carecíamos de libros en esa lengua. Aún guardo en casa el único libro que leí en vasco: Leoi-kumea [“El pequeño león”], traducido por Orixe[2].
Cuando tenía dieciocho años asistí con mi hermana a unos cursos de alfabetización que organizaba el ayuntamiento de Donostia. Los impartía María Dolores Aguirre, y fue allí donde empezamos a profundizar un poco en el euskera; porque yo, en francés, leía cualquier cosa; y en castellano, también; pero en euskera…
§ ¿Cómo era la Euskal Herria de entonces?
Para nosotros ese tema ha sido siempre un poco tabú. Nuestro padre hizo la guerra y la perdió, a mi madre la conoció estando en la cárcel, por correspondencia, y nada más salir se casaron. El día que se cumplían los nueve meses nació mi hermana. Yo soy la segunda y, cuando nací, mi padre estaba de nuevo en la cárcel.
Ése era el ambiente de nuestra casa, pero no era un ambiente politizado. Yo no supe qué era la ikurriña hasta los dieciséis años. El euskera, sin embargo, sí. El euskera en nuestra casa era un compromiso, y nuestro padre era exigente con nosotros en ese sentido.
§ Así pues, política no, pero sí ideología.
Yo ya con seis años sabía que existía una nación, una, grande y libre, y sabía que aquella nación no era la nuestra. No me decían: “nosotros tenemos otra nación”, sino “ésa no es la nuestra”, así que viví sin nación hasta ser un poco mayorcita.
El compromiso hacia el euskera sí que lo vivíamos, pero en nuestra casa ese tema no tenía carácter político, aunque sí ideológico.
§ ¿Qué fue antes para ti, la literatura o el mundo del euskera?
Primero la literatura, luego el euskera.
§ Cuando empezó tu relación con esa amiga de Burdeos, ¿tuviste la sensación de que habías topado con la literatura, y veías claro que ése era tu camino?
Sí. Recuerdo que rezaba para ser escritora. Creía que ser escritor era una gracia que debía concedernos el cielo, no un oficio, no algo que se pudiera aprender, sino un don caído del más allá.
Los primeros trabajos en los que puse un poco de ambición los escribí en castellano; los envié a una revista de Acción Católica, pero no los publicaron. Por aquel entonces debía de tener quince o dieciséis años. Pronto comprendí que no se trataba de una gracia, sino de un oficio que se adquiere con la práctica.
§ ¿Qué libros fueron los que más te marcaron?
La autobiografía de Simone de Beauvoir. Aquel libro me marcó mucho, y me ayudó además a dar el paso de alejarme de la iglesia. No tenía fe, en la iglesia no sentía nada; pero, si no iba, pensaba que un rayo me fulminaría o sucedería algo por el estilo. Simone de Beauvoir me ayudó a comprender que no iba a fulminarme ningún rayo y, por tanto, podía dejar de lado la iglesia.
En aquella época aún no había empezado el bachillerato, y la universidad no estaba en mi horizonte, pero veía que mi amiga de Burdeos era culta y, a un tiempo, quería ser independiente. Ese sentido de la independencia yo lo aprendí con Simone de Beauvoir
La influencia de Simone de Beauvoir fue grande hasta el punto de que Ramón Saizarbitoria, cuando éramos jóvenes, me llamaba “Simona”.
§ ¿Cómo y cuándo comenzaste a escribir?
Cuando estaba en Lur[3], en 1969, con veintidós años; entonces era enfermera, y trabajaba en un quirófano, pero ya había participado en distintas actividades en el entorno del euskera. En una ocasión, una amiga que me había animado a hacer el bachillerato me pasó un contacto con el mundo del teatro. Por entonces en Donostia no éramos muchos los que hablábamos euskera, y teníamos ocasión de participar en distintas cosas. Acudí a la cita y vi que quien me esperaba era Ramón Saizarbitoria y, avergonzada, me eché atrás. Luego, cuando comenzaron a buscar jóvenes euskaldunes, tenían ya mi contacto, al parecer, y era precisamente Saizarbitoria quien lo tenía.
En aquel tiempo, para mi hermana y para mí, Ramon Saizarbitoria era el hombre más guapo del mundo; sabíamos que, además, era euskaldún, porque en alguna ocasión lo vimos leer en la calle: se dejó el libro olvidado en un banco, y pudimos comprobar que era un libro en euskera. Fue un gran descubrimiento para nosotras: ¡tan guapo, y además hablaba euskera!
Un día que fuimos al teatro nos topamos allí con Ramón, actor en la obra. Me dijo que estaban formando un grupo para hacer algo en euskera, y entonces sí que acudí a la cita.
Así fue como me encontré con el grupo de Lur. Ramón ya había publicado algún libro, Ibon Sarasola estaba a punto de hacerlo…, y pensé entre mí: si ellos lo han hecho, ¿por qué yo no?
Empecé a escribir poemas, pero de forma totalmente clandestina.
§ Se dice que la clandestinidad ofrece al escritor un refugio donde madurar hasta tener la suficiente fuerza y confianza en sí mismo…
Para mí el escritor siempre ha sido clandestino, y lo sigue siendo.
Aquellos primeros poemas, los envié a un concurso que se llamaba “Premio Guipúzcoa”, y lo gané. Al día siguiente llamé a Sarasola pidiéndole que lo mirara en el periódico, y me dijo: “Qué curioso, la ganadora tiene tu mismo nombre y apellido”; y le respondí: “No, es que soy yo”. Nadie sabía que escribiera, ni mi novio de aquella época.
§ Todo escritor tiende a verter en su primer trabajo todo cuanto lleva dentro…
Yo, en aquel conjunto de poemas, solté todos mis sentimientos acerca de mi padre; y es ahí donde empieza mi propia historia, al morir mi padre.
§ ¿Te has sentido desde siempre integrada en el grupo?
Sí; en Lur, completamente. Nunca sentí que me hicieran de menos por ser mujer. Era una más del grupo. El grupo lo llevaban Ramon Saizarbitoria, Ibon Sarasola y Rikardo Arregi. Todas las semanas nos reuníamos en el bajo del restaurante “Aurrera”, de la calle Urbieta, y hacíamos dos cosas: por una parte, leer a Axular y, cada vez que descubríamos una constante, la subrayábamos y la compartíamos con el resto; por otra parte, se formaron subgrupos según los intereses intelectuales: unos economía, otros literatura… Al principio seríamos unas veinte personas, pero los grupos no duraron mucho y al final quedamos sólo Joxemi Zumalabe y yo. El objetivo de los grupos era también doble: por un lado, reunirnos para aprender y, por otro, ir creando diverso material didáctico en euskera.
§ ¿Te motivaba la curiosidad, o más bien el deseo de probar algo?
Ambas cosas. Yo, al principio era bastante ignorante en muchos aspectos. Recuerdo que una vez me dieron un libro para corregir, y les dije que yo no veía nada que corregir. Si no sabes, no puedes ver faltas.
Pero en aquella época tenía coche, lo que me resultó de mucha ayuda para consolidar mis relaciones. Porque a Ramón, cuando murió Rikardo Arregi, le quitaron el carné de conducir por un año, y nos movíamos en mi coche de un lado a otro.
Queríamos probar que el euskera servía para hablar absolutamente de todo.
§ Diste con el método para aprender mucho en poco tiempo… ¿como para patentarlo?
Nos reuníamos una cuadrilla de amigos, en casa de algún miembro; elegíamos un tema, y cada uno de nosotros leía un libro en torno a él. Pasábamos toda la noche leyendo y, cuando estaba a punto de amanecer, contábamos en voz alta lo que decía el libro de cada uno. Así, en una noche conseguíamos leer tres, cuatro y hasta cinco libros.
§ ¿Noches de lectura en blanco?
Metimos todas las horas del mundo. Yo, además, por la época estaba haciendo el bachillerato. Muchas veces estudiaba de pie, porque si me sentaba me quedaba dormida.
§ El grupo tuvo su propia trayectoria, pero cada miembro del grupo tuvo también la suya…
El grupo nos sirvió de acicate para llevar a cabo trabajos colectivos, pero también para los personales, para animarnos a publicar por ejemplo. En una ocasión Ibon dijo que teníamos que hacer un libro colectivo. Ya para entonces yo había escrito una Mendebaldeko ekonomiaren historia [“Historia de la economía de Occidente”]. Ramón era economista, y me proporcionó dos cosas: un esquema para hacer el libro, y una lista de los libros que necesitaba para confeccionar los capítulos pertinentes. Tuve que resumir todas las referencias, y de ahí salió el libro. Ibon dio un repaso al euskera, y lo firmamos los tres.
En otra ocasión, Ibon y yo tradujimos del francés Afrikar iraultzaren alde [“Por la revolución africana”], de Frantz Fanon. Cada uno hizo su traducción y, luego, comparamos frase a frase, escogiendo lo mejor de cada texto. Así fue como completamos el libro.
Y en cuanto a la literatura, un día Ibon me dijo que mis poemas eran muy modernos, y que había que publicarlos. Le dije que no, me daba vergüenza. Finalmente se hizo una votación de grupo, y se decidió publicarlos.
§ ¿Cómo, y por qué, desapareció Lur?
Entre nosotros la historia de aquel tiempo es aún tabú. No se ha analizado lo que sucedió entre nosotros durante el franquismo. Qué tipo de crisis atravesamos. Lo único que se ha investigado son los problemas que tuvimos con Franco, pero no los que tuvimos entre nosotros. Con Lur viene a suceder algo parecido. Hace poco, Ramón me preguntó si había leído las memorias de Mario Onaindía, porque me citaba a menudo. Así que compré el libro, y pude comprobar que la historia de Lur que cuenta Onaindía no es la mía. Y Ramón me aclaró que tampoco era la suya. “Entonces, ¿por qué se deshizo Lur?” “No lo sé”, le respondí; y él: “Pues tampoco yo lo sé”. Y al parecer Ibon también lo desconoce. Éramos tres, y ninguno de los tres sabe por qué se disolvió.
§ ¿Cómo describirías a tu madre?
La originalidad de nuestra madre consistía en que trabajaba fuera de casa. En aquel tiempo las madres no trabajaban, y a mí, de pequeña, me daba vergüenza decir que mi madre trabajaba.
§ ¿Te hizo llegar tu madre algún mensaje en especial?
Que debía trabajar, y vivir del dinero que yo ganara.
§ ¿Cuándo comprendiste lo que quería decir tu madre?
Siempre lo comprendí. Mi madre trabajaba, y yo entendía que debía hacer lo mismo.
§ ¿Qué, o mejor, cómo quisieras que se te recordara?
No quisiera ser recordada por lo que he hecho, sino por las anécdotas que nos contamos en casa, las risas que compartimos, o por el tiempo que pierdo arreglando las piedras de mi jardín. Pero, por favor, que no me recuerden sólo por lo que he sufrido o por lo que me he sacrificado.
Del aliento poético
La melodía es lo que importa
Deshaciendo el nudo
Mi derecho a no esconder mi “Yo”
La literatura, mi secreto
§ ¿En qué consiste ser escritora?
En contar historias.
§ ¿Eres escritora?
Soy ama de casa, periodista y, a ratos, escritora; en ese orden.
§ ¿Escritora de vocación?
En mi caso sí que se trata de vocación, desde muy pequeña quise ser escritora. Pero se trata de un oficio, algo que se aprende practicándolo y ejerciéndolo. En mis visitas a los institutos siempre decía lo mismo a los alumnos: a arreglar coches se aprende arreglando motores; y peluquería, cortando pelo. En el caso de la escritura, se aprende leyendo y escribiendo.
Si en mi vida he tenido alguna vocación, hasta rezar por ella, ha sido la de escritora.
§ ¿Poeta o narradora?
Ahora narradora.
§ ¿A ratos también poeta?
A ratos, también escribo poemas. Hace unos veinte años, a la vuelta de una entrevista, me di cuenta de que estaba leyendo muy poca poesía. Y me pregunté de dónde me venía aquella inclinación hacia la poesía. Y caí en la cuenta de que me venía de las canciones.
Estos últimos años pienso más en letras de canciones que en poemas como tales. El aliento poético, sin embargo, está en todo lo que escribo. Ese aliento poético, en mi opinión, no está sólo en los libros, está también en las plantas, por ejemplo.
§ ¿Qué tienen las plantas?
Vida. Una vida que yo puedo crear, cuidar y organizar.
§ ¿Qué es la poesía, y qué la narrativa?
La poesía es un calentón, y la narrativa un largo trabajo de hormiga.
§ Has sido galardonada por tu poesía, pero eres más conocida por tu narrativa…
Yo he recibido pocos premios, e incluso hay alguno que aún espero recibir. Para muchos, mi nombre está ligado a Zergatik Panpox. Pero no falta quien valora más mis poemas que mi prosa. En cualquier caso, espero que en adelante mi nombre vaya ligado a la novela que ahora tengo entre manos.
§ ¿Cómo definirías el periodismo?
La mirada de otro incorporada a tu vida. Lo que sucede es que esa mirada ajena no puede ser la de una, y hay que aceptar que las miradas de los otros, a veces, ofrecen consecuencias no deseadas.
§ ¿Te vales del periodismo para hacer literatura?
No, son completamente distintos. Para mí el periodismo es mirar hacia afuera, decir lo que pasa. La literatura, por el contrario, es mirar hacia el interior, encontrar una historia dentro de mí.
§ ¿Quieres decir que en el caso del periodismo no te implicas?
Claro que me implico, pero en periodismo no importa lo que yo piense. Lo que importa es qué dicen los demás, cómo se mueven… Se trata de una descripción; que parte de mi mirada, por supuesto; pero es una descripción.
§ ¿Si tuvieras que elegir entre periodismo y literatura?
No quisiera estar obligada a elegir, necesito las dos cosas: mirar hacia afuera y hacia dentro.
§ Has colaborado en muchos medios de comunicación, y muy diversos: prensa escrita, televisión, radio… ¿El medio hace al periodista?
Yo, de joven, tenía una fantasía, que consistía simplemente en saber acerca de un tema concreto más que ningún otro. Me daba igual si se trataba del ergativo, o de las hormigas… pero tenía que saber más que nadie.
La vida, sin embargo, me ha llevado por otros caminos, y ahora puedo escribir medio folio acerca de casi cualquier tema, pero no soy capaz de escribir diez folios acerca de casi nada.
Creo que mis capacidades personales, mi forma de ser y de ver el mundo, son muy adecuadas para el periodismo.
§ ¿Cuál es el mayor premio para una escritora?
No lo sé, pero hace poco le dije a mi marido: “ya sé por qué escribo: para que alguien, aunque sea por un momento, no tenga más remedio que oír o leer lo que digo. Y saque sus propias consecuencias.
§ ¿Para quién escribes?
Para quien coja el libro un domingo por la tarde y lo lea con gusto. Ese lector no tiene género ni edad. Tengo muy claro que, hoy en día, los escritores somos una minoría que trabaja para una minoría.
§ ¿Tus cinco obras o autores preferidos?
En cuanto a la literatura vasca, Ramon Saizarbitoria; y luego, las mujeres: Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar y Patricia Highsmith. Esta última, con subrayado: cuando sea mayor, yo quiero ser Patricia Highsmith.
Últimamente me gusta también mucho Amin Maalouf, sus novelas históricas y, especialmente, su ensayo Las identidades asesinas.
§ ¿Cuáles son tus objetivos al hacer literatura?
Cuando escribo algo que me gusta, la satisfacción que siento no me la da ninguna otra cosa. Ese es, precisamente, mi objetivo: la satisfacción personal, que alcanza su punto álgido cuando el lector llega a disfrutar lo que escribo.
§ ¿No se trata de dejar algo a la posteridad?
Si fuera por eso, yo ya no escribiría nada más. Y eso, en la humildad de nuestra pequeña literatura.
§ ¿Qué es lo que habéis tenido en común los escritores de vuestra generación: unos temas concretos, una forma de hacer literatura, un compromiso…?
Nosotros, de jóvenes, teníamos en el fondo un compromiso con la lengua, y queríamos reivindicar que nuestra lengua servía para hablar de cualquier cosa, que el euskera valía para trabajar incluso en los temas más modernos. Ése era el núcleo. Eso, y traer a la literatura vasca las corrientes literarias más punteras. Luego, cada uno hizo su camino.
§ Sin embargo, una cosa era hacer libros, y otra la literatura. Saizarbitoria las distinguía bastante bien…
Saizarbitoria cuenta que, en tiempos de Lur, nos molestaba mucho saber que el 90% de nuestros libros se distribuían entre suscriptores. Que la gente compraba libros en euskera por compromiso, y que eso nos dolía. Yo no lo viví de esa manera.
§ ¿En aquel tiempo, trabajando en Lur entre hombres, tuviste que demostrar que lo eras más que ellos?
Yo no sentí nada parecido. La experiencia de Lur me demostró que yo era una más. Gabriel Aresti tenía un punto de paternalismo hacia mí, pero los años me han demostrado que hay chicos de veinte capaces de ser paternalistas conmigo, y no me molesta demasiado. En aquellos años apenas se hablaba de cuestiones de género. Era quien era, sin ninguna violencia. O, al menos, ésa es la mentira que siempre me cuenta esa mentirosa que es la memoria.
§ ¿Eres una escritora comprometida?
Con mi ideología. Si un personaje no me gusta, lo digo. Mis personajes no son perfectos. Lo que no me gusta, quedará claro que no me gusta; en eso no hago trampas. Pero es al escoger una historia, al elegir una forma de contar, cuando expreso mis preocupaciones, en la forma que tengo de ver y entender el mundo. Ése es mi compromiso.
§ ¿Militante de la cultura?
No. Militante de la vida, de aquellos a los que amo. Hace mucho tiempo, quizá treinta años, aprendí a regalar mi tiempo a los demás. Y, como se dice en Lo que el viento se llevó, el tiempo es el principal ingrediente de la vida. Así pues, regalar tiempo es regalar vida.
§ ¿Cuál es tu proceso creativo: primero hay una idea, primero está la forma…?
Nunca tengo un final, y me cuesta horrores poner fin a las cosas. La lengua, en cambio, da igual. Apenas utilizo diccionarios, sólo al final, al corregir. Al principio hay una historia, y lo más difícil es escoger una forma que intensifique esa historia. Por ejemplo, Zergatik Panpox está contada en primera persona simplemente porque así surgió. Luego, en trabajos posteriores, no he vuelto a usar la primera persona. Pero ahora la estoy usando de nuevo.
§ Entonces, ¿lo primero es la idea?
Lo fundamental es el tono. Busco una musicalidad propia. Además, durante las últimas décadas ha reparado en que en mis obras apenas hay diálogos. Creo que el terreno ideal del diálogo es el audiovisual, que es ahí donde se puede expresar mejor qué dice alguien. La literatura, en cambio, puede dar más de sí: mientras alguien dice algo, puede describir lo que piensa o siente mientras tanto. Creo que es algo que la literatura puede hacer mejor que el cine, y por eso me empeño en escribir sin diálogos o, mejor dicho, en contar los diálogos de forma indirecta.
§ ¿Con qué libros has acertado, y con cuáles no?
Pasados unos años, miras hacia atrás y te das cuenta de que hay cosas que las has hecho buscando un objetivo concreto, pero que el lector ha tomado de otra manera. Y la razón, por supuesto, la tiene el lector. Por ejemplo: para mí Saturno es una novela de amor, pero muchos lectores no la han visto así. Yo siempre digo que el autor puede decir lo que quería haber hecho. Pero lo que en realidad ha hecho, eso lo sabe el lector. No soy la más apropiada para decir en qué he acertado y en qué no. Para eso están el lector y, especialmente, el crítico y el historiador de la literatura.
§ ¿Sigues alguna rutina al escribir?
Nada en especial. Quizá la única rutina sea la soledad. Tengo que sentir que nadie vendrá a llamarme. El verano pasado estaba medio de vacaciones y escribía todas las mañanas, desde bien temprano. Y dije a los de casa que hasta las diez de la mañana no pasaran a buscarme, si no era por un incendio o por que alguien agonizaba.
§ ¿Alguna manía a la hora de escribir?
Ninguna perdurable: quizá un cuaderno bonito para tomar notas… Pero ahora, con los ordenadores…
§ Jorge Luís Borges dice que una vez un escritor encuentra su tono, no hay mucho que corregir. Que es mejor poner el esfuerzo en la pura creación, no tanto en la corrección. ¿Eres de la misma opinión? ¿Corriges mucho tus textos?
Mucho. En los encuentros de los institutos siempre digo a los alumnos que nos corresponde más bien el calificativo de ‘reescritores’, porque nos dedicamos a escribir lo mismo una y otra vez. Estoy de acuerdo con Borges en que una vez hallado el tono del relato todo es más fácil. Pero a veces encuentras el tono después de varias docenas de folios, y entonces tienes que rehacer lo precedente. No sé, creo que escribir una novela es como tener un sueño, tu propio sueño. Luego, para saber qué quiere decir tu sueño se necesita un experto, un psicólogo o un psiquiatra.
§ ¿Has compartido tu proceso de creación completo con tus compañeros?
No, mi trabajo siempre ha sido clandestino para mí. Ni siquiera con mi compañero suelo compartir casi nada de lo que estoy escribiendo. Le cuento el argumento en dos líneas, y poco más. La última novela que he publicado, por ejemplo, cuando la di por terminada, imprimí dos ejemplares: uno para mi compañero, y otro para quien siempre ha sido mi Gran Lector, para Ibon Sarasola. Y en esta ocasión los dos me dijeron que debía cambiar el final. Así que pasé los meses siguientes reformando el final. Si dos lectores tan distintos eran de la misma opinión, había que hacerles caso.
§ Entonces, ¿qué compartías con los otros miembros de Lur?
Los resultados, no el camino para lograrlos. En el grupo, hacía trabajos colectivos: pasar a máquina los originales de otros y cosas parecidas. Date cuenta de que estamos hablando de hace treinta y cinco años. Luego el grupo se deshizo, y desde que Lur desapareció hasta 1977 no escribí nada. Durante aquellos años previos a la muerte de Franco me parecía que hacer literatura era una gran frivolidad.
§ ¿Qué era lo que había que hacer entonces, qué era lo prioritario?
Lo prioritario era la política, en el sentido amplio de la Revolución Francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
§ ¿Qué pasó entre la desaparición de Lur y 1977?
En ese periodo tomé contacto con el movimiento feminista. En la calle, en las asambleas y también a nivel intelectual. De Francia me llegó la reflexión sobre la escritura femenina. Yo ni siquiera me había planteado aún el tema. En Francia estaban analizando si las mujeres escribían de una forma determinada. Yo escribía, sin más. Pero con aquellas nuevas llegadas de Francia me quedé bloqueada durante algunos meses.
De repente caí en la cuenta de que era mujer, y que no sabía cómo debía hacer para escribir como las mujeres. No sabía qué hacer. Consulté a una amiga que vivía en París, que me dio este consejo: “tú haz lo que quieras; como eres mujer, lo que te salga será literatura femenina”. Y el nudo se deshizo. Fue entonces cuando escribí Zergatik Panpox.
§ ¿A partir de entonces has escrito con conciencia de ser mujer?
Sí, pero es una conciencia que no se limita a la literatura. Si voy de compras y un hombre quiere colarse, probablemente no le deje hacerlo, pero eso no quiere decir que mi forma de hacer compras sea feminista. Ser mujer condiciona mi vida entera, y la literatura forma parte de esa vida.
§ ¿Tu feminidad, es algo que quieres reflejar en la literatura, o surge sin buscarlo?
Surge de por sí. No escondo mi yo. Cuando escribo, mi mirada sobre el mundo aparece, o al menos trato de que así sea.
§ ¿Cuál es ese yo tuyo?
El que surge. Las plantas, por ejemplo, también son parte de mi yo, e incluso las piedras. Por eso cito tan a menudo las flores, con su nombre propio.
§ ¿Zergatik Panpox surgió también naturalmente, o llevaba algún mensaje concreto en el fondo?
Surgió naturalmente, y no por efecto del movimiento feminista.
Tras la muerte de Franco, a mi alrededor empezaron a separarse todas las parejas. Yo por entonces no tenía pareja. Pero los hombres de mi entorno empezaron a irse, porque en aquel momento eran ellos los que se iban de casa y ellas las que se quedaban. Mis amigas y conocidas me contaban sus historias, así que el tema me llegó por sí solo. “Esto es lo que tengo que contar”, me dije en cierto momento. Más de una amiga del movimiento feminista me reprochó que no le hubiera dado una salida más positiva a la protagonista. Pero yo no quería ninguna moraleja.
§ ¿Sospechabas que el libro iba a quedar tan incardinado en la literatura vasca?
No, de ningún modo. Lo escribí, preferentemente los fines de semana, se lo envié a mi Gran Lector, y me respondió diciendo que lo publicara, que era moderno, que no había nada parecido en nuestra literatura… Así que lo llevé a la editorial. Yo, en este tipo de cuestiones, actúo por instinto. Me gusta decir que la gente del entorno de la literatura somos de dos tipos: pájaros y ornitólogos. Yo, lo tengo claro, soy pájaro.
§ ¿Cuáles son los problemas que plantea tu literatura?
Mi literatura pretende aflorar los sentimientos. A mí no me interesa tanto lo que hace o dice la gente. Quiero expresar formas de sentir. Y la vida corriente. No me interesan especialmente los vencedores ni los perdedores. Si es caso, me interesa la gente normal, la gente que me puedo encontrar en el semáforo o en el súper.
¿Qué te ha dado la literatura?
Antes que escritora, soy lectora. En ese sentido, la literatura ha enriquecido mi vida: no sería quien soy si no hubiera leído lo que he leído.
Por otro lado, como escritora, la satisfacción que me ha dado saber que he creado algo que está vivo, y que a algunos les ha servido igual que a mí me han servido los libros que leí. La satisfacción de darme cuenta de que, aunque la situación inicial era penosa, he sido capaz de superar esas dificultades y crear algo válido para los demás.
§ ¿Cuál crees que será tu aportación a la literatura vasca?
En primer lugar, Zergatik Panpox. Luego, algún poema, alguna historia que haya ampliado el mundo de algunos lectores…
§ ¿Quieres decir que las etiquetas marcan demasiado?
Llevo dos etiquetas: Zergatik Panpox y el intimismo. Es inútil luchar contra dos etiquetas que están tan enraizadas. He aprendido, además, a apreciar su lado bueno. Muchos escritores, aunque venden muchos más libros que yo, no han conseguido ninguna etiqueta que añadir a su nombre y apellido. Sí, la gente sabe que es escritor, escritor famoso; pero ¿qué ha escrito? Las etiquetas no son tan malas.
§ ¿Dirías que la Crítica ha sabido comprenderte?
No lo creo, pero ésa es una cuestión en la que también estoy resignada. Nunca seré un escritor corriente. Siempre seré “punto y aparte, Arantxa y mujer”. Nunca voy a ser un escritor sin más. Una vez, alguien me enseñó un manual de literatura vasca para estudiantes. Se analizaba mi generación, se analizaban mis coetáneos y luego, después de un punto y aparte, se me citaba a mí. Habría aceptado que se dijera que, entre la gente de mi generación, yo soy una escritora de segunda fila; cómo no, comparada con Ramón Saizarbitoria, yo casi no soy nadie. Lo que no acepto es que la razón de ese punto y aparte fuera el género. Aquel punto y aparte se me ha quedado como una metáfora.
§ ¿Dirías que el hecho de que esa etiqueta corresponda a una generación concreta supone que eres la primera mujer reconocida en la literatura vasca?
Esa puede ser una de las razones. La otra es consecuencia de la falta de igualdad. Aún hay muchos a quienes la plaza pública no les parece lugar adecuado para nosotras, las mujeres.
§ ¿Escribes lo que vives, o vives lo que escribes?
Ni una cosa ni la otra. Atrapo las historias en mi entorno y, en ese sentido, son vividas. Mi vida, sin embargo, no la cuento. Mis manías, mis costumbres, están repartidas entre distintos personajes.
§ ¿Artista o artesana?
Yo no soy artista, más bien artesana. Sé bien lo que es tener temperamento artístico, porque cerca de mí tengo más de uno, y yo no soy así.
§ En tu larga trayectoria literaria ha habido distintas fases o épocas; ¿has percibido saltos de una a otra?
No ha habido grandes saltos. Cada época ha ido marcada, quizá, por un uso distinto de la técnica; pero eso es también algo muy cíclico.
Zergatik Panpox me enseñó que, el lector, si el texto está escrito en primera persona, cree que hablas de ti. Es decir, que el narrador y el autor se identifican. Y claro, no se trata de ti. Pero esa gran identificación me dio que pensar. El lector cree que te ha pillado, que está mirando hacia tu interior por una rendija… Por esa razón he rehuido el uso de la primera persona; si bien ahora, en el trabajo que tengo entre manos, la he vuelto a utilizar.
§ ¿Dentro del sistema de la literatura vasca, o fuera del sistema?
Me siento una escritora totalmente ajena al sistema, una outsider completa. A mí lo que me interesa es participar, y lo hago en iniciativas colectivas y similares, pero nunca he pertenecido a una capilla, algo que me ha dejado completamente fuera del sistema
§ Se ha hablado de intimismo al describir la obra de Arantxa Urretabizkaia, pero Saturno, por ejemplo, es existencialista. ¿Dónde sitúas tu trabajo?
Siempre me ha interesado el existencialismo. He leído toda la obra de Simone de Beauvoir, así como la de Sartre. Aún me interesa el existencialismo, pero para mí Saturno es una historia de amor, sin más. Sé que no fue así como se leyó, pero yo al escribirla me decía: “voy a escribir una historia de amor en la que el protagonista sea un joven”. Estaba aburrida de oír que nuestros protagonistas siempre suelen ser femeninos y, en una ocasión, tras una charla, nos encontramos Montserrat Roig, Rosa Montero y yo, y después de una larga noche hicimos una apuesta: cada una de nosotras escribiría una novela con protagonista masculino. Yo lo hice, Rosa Montero se inventó un personaje hermafrodita y Montserrat Roig dio marcha atrás y puso como protagonista a una mujer.
§ Así pues, Saturno es consecuencia de una apuesta…
Saturno podrá ser una novela mala o buena, pero no se podrá decir que el protagonista no es un hombre, por mucho que se trate de un hombre que mira también a su interior; porque también en esta obra, para mí, lo importante era esa mirada al interior. Pasé todo el verano leyendo historias de amor, y me percaté de que en todas ellas se utilizaba el mismo esquema: chica encuentra chico (o viceversa), pero hay un obstáculo; tal obstáculo podrá superarse o no, pero lo cierto es que no hay historia de amor sin obstáculo. En tiempos, el obstáculo podía ser la distancia o la religión. Hoy en día, detecté dos obstáculos principales: la edad (se trata aún de un tema tabú) y las drogas. Estas últimas, sin embargo, me llevaban a un mundo aparte, y yo requería una historia cercana. Para nosotros la droga que podía resultar más cercana era, sin duda, el alcohol. Así fue como conseguí los ingredientes para escribir Saturno, pero yo lo que quise hacer en ella fue una historia de amor canónica.
§ Hay en tu obra algunos elementos de temática recurrente. ¿Qué significa, que a pesar de escribir sobre ellos no los olvidas?
Para mí escribir, o crear una historia, es como soñar. A veces sueñas y el sueño desaparece; y otras veces el sueño vuelve una y otra vez. Lo más seguro es que al escribir afloran a la superficie obsesiones que no detecto en mi vida cotidiana.
§ Entre los obstáculos que has debido superar a lo largo de tu vida, ¿qué destacarías?
Que no soy una persona miedosa. En opinión de algunos, soy incluso descarada. Me atrevo.
Para mí el mayor valor es la libertad, y a fin de conseguirla he practicado la insumisión. Mi compañero dice que nunca ha conocido persona más libre que yo, y es algo que me agrada. No admito que el hecho de ser mujer haya de prohibirme ciertas cosas, y tampoco el hecho de ir teniendo ya una edad.
§ ¿Y esa libertad comporta la felicidad?
Resta importancia a las miradas del entorno, y quizá da también facilidades a la felicidad. En general, soy una persona bastante feliz; con sus imperfecciones, me gusta la vida que llevo. Y eso, seguramente, es felicidad.
§ Cuando hablas de la libertad, ¿a qué te refieres: a la libertad personal, la nacional…?
No hablo de nuestro pueblo. Para mí la nación no es algo muy importante. A mucha gente no le gusta que lo diga, pero yo he vivido durante muchos años sin nación, así que no siento gran preocupación por las naciones.
Sin embargo, cuando veo en la prensa una foto del proceso de paz, no veo más que hombres en ella. Eso es lo que me preocupa. En esas fotos yo no veo vascos y españoles, sino hombres.