LEHENDAKARI
Euskadi, desde Ajuria Enea
Mario Zunzarren Angós
A L B E R D A N I A
astiro
Hasta el día de hoy, en la historia de Euskadi todos los lehendakaris han sido hombres. Quizás el siglo XXI sea el del cambio de papeles. No obstante, el pueblo vasco, liso y llano, tendrá la responsabilidad de decidir y además… lo que decida, siempre estará bien.
Quiero dedicar este libro a dos mujeres:
A Blanca Angós Garde porque sin ella, les juro que hubiera sido imposible.
A Maite Enciso Sánchez porque sin ella, les juro que hubiera sido imposible.
Mi gratitud perenne a las dos y mis abrazos.
ANTONIO FRANCO
Tengo la impresión de que casi todos los que tuvimos la oportunidad de leer Treinta años no es nada, la interesante aproximación hecha por Mario Zunzarren al conjunto de hechos tan notorios como la transición, el asentamiento democrático y también las pulsiones humanas, sociales, políticas y económicas de Navarra entre los años 1979 y 2009, estábamos esperando, a título de una especie de segunda parte, el libro que empezamos a abrir en este momento.
Tenemos delante una obra que tenía que llegar por varios motivos. El primero, el esencial, por una razón de lógica de fondo. No es preciso conocer mucho a Mario Zunzarren para intuir que después de materializar aquel trabajo debió de sentir una especie de exigencia intelectual de redondear la tarea con este. Como lo que le impulsó a elaborar el otro libro era proporcionar la posibilidad de que todos pudiésemos conocer mejor su Navarra, con todos los matices, inmediatamente después de extender acta de los análisis y opiniones de sus seis presidentes forales le debió de resultar imprescindible completar la entrega efectuando una aproximación del mismo cariz a las claves del Euskadi actual. De entrada, porque todos sabemos que es imposible entender con profundidad la realidad navarra sin conocerlas, y eso independientemente de lo que pueda pensar cada uno sobre el alcance y consecuencias de sus raíces comunes. En particular, porque en lo que son ahora estas dos comunidades autónomas diferenciadas, los últimos treinta años se han caracterizado tanto por las pulsiones de atracción y distanciamiento que han vivido como por la evolución de muchas posturas políticas. Eso ha afectado tanto a los líderes como a la gente de la calle. Ha estado y está a flor de piel el debate sobre lo que significan hoy en día las esencias identitarias que tienen en común y lo que suponen en la doble ecuación pasado/presente y presente/futuro. Para que la comprensión de estos factores fuese óptima, Zunzarren debió de deducir enseguida que esta nueva entrega tenía que ser similar en desenvoltura y frescura, en intención y tono, a lo expuesto sobre el reino de Navarra, incluyendo la misma heterogeneidad temática, y a partir del mismo registro de trabajo: recogiendo la voz de los máximos representantes democráticos.
Había un segundo motivo evidente para esperar este libro: el acierto que tuvo Treinta años no es nada desde el punto de vista del género profesional elegido para hacerlo, esa técnica que entonces denominé “transcripción tranquila de conversaciones largas y libres”. En aquel momento ya subrayé que este mecanismo de trabajo había caído en desuso después de la transición democrática por los desaciertos –y por los abusos– que cometieron muchos de quienes lo emplearon, pues en demasiadas ocasiones planteaban las entrevistas más para resaltar su propia agudeza como preguntadores que para retratar a fondo a los preguntados. Pero cuando esa técnica se ejerce con seriedad continúa siendo comunicativamente válida, y estamos aquí ante un ejemplo concreto de ello. Zunzarren insiste en dejar que los protagonistas se expliquen a su manera. Que describan, opinen y evoquen sin ningún tipo de presiones a medida que recuerden y razonen, y que cada uno de ellos pueda mantenerse fiel al estilo dialéctico configurado por su propia personalidad. Esto proporciona el placer de poder acceder a argumentaciones completas a pesar de que vivamos en un tiempo caracterizado precisamente por lo contrario. Por poner un ejemplo: en las actuales entrevistas televisadas frecuentemente lo primero que se pide a los protagonistas es brevedad. Por el simple hecho prosaico de que en ese medio el minutaje sale muy caro, cuando empieza la conversación parece que pronto tendrá que acabar, y siempre nos quedamos con la duda de si las explicaciones insuficientes sobre las cuestiones importantes son debidas al ritmo de partida de ping-pong que suelen tener esos programas, a la imposibilidad objetiva de darlas en las cuatro frases con titulares que buscan los entrevistadores, o si, por el contrario, la frecuente superficialidad es fruto de la conveniencia y el deseo de unos protagonistas ansiosos por despacharlas sin llegar a entrar en los detalles frecuentemente imprescindibles.
Como alternativa a esta moda de la prisa y la brevedad, el planteamiento tranquilo y exigente de Zunzarren tiene la ventaja de mejorar la transparencia. Los presidentes entrevistados tienen la posibilidad de decir todo lo que quieren, no solo porque el autor garantiza lógicamente la inexistencia de la menor censura, sino porque tampoco ejerce ninguna presión para limitar la duración del turno de palabra. De este modo, los lectores sabemos que lo que los protagonistas no dicen es porque no desean expresarlo. En esa misma línea, lo que simplemente insinúan es porque prefieren no afirmarlo con claridad, y, en cambio, lo que subrayan responde a su intencionalidad de hacerlo. Todo ello nos proporciona la posibilidad de efectuar una lectura paralela a la tradicional: la medición de la voluntad subliminal de responder –en su caso, por sus responsabilidades públicas, responder es rendir democráticamente cuentas– sobre determinadas materias delicadas o conflictivas. En algunos casos de este libro, esa lectura de los silencios o de las generalizaciones imprecisas es tan interesante como la de muchas de las cosas trascendentes que se explican con pelos y señales.
El tercer motivo del valor del libro es el temático, y respecto a ello únicamente diré que Euskadi es una cuestión apasionante, y punto. Sus entretelas forman parte de ese núcleo caliente del mundo actual que no deja indiferente a nadie que se sienta comprometido con este tiempo histórico, tanto si se es vasco como si no. Los medios de comunicación, otros libros y alguna película han proporcionado mucho material sobre Euskadi para nuestro conocimiento, pero acceder al testimonio directo de sus presidentes, de todos ellos, hablando ampliamente de todas las cuestiones, constituye una auténtica guinda de pastel. Los cuatro presidentes tienen mensaje; son hombres complejos, muy diferentes entre sí, aunque con el denominador común de que les ha tocado hacer política a caballo de un entrecruzamiento diabólico casi cotidiano de ilusión y de sangre, han tenido que encarar tantas obligaciones como zancadillas, y saben de la existencia de algunos amigos entre sus adversarios y de bastantes enemigos en las líneas propias. Presidir Euskadi tiene pocos puntos de coincidencia con presidir otras naciones.
Quienes aspiramos a comprender la complejidad de Euskadi necesitamos conocer los acontecimientos y las ideas que se han producido allí en estos últimos treinta años. Para ello precisamos disponer tanto de una buena información sobre las situaciones creadas como saber en la medida de lo posible lo que intentaban (e intentan) hacer y lo que pensaban (y piensan) en las encrucijadas decisivas esos presidentes. Porque son las piezas fundamentales del puzle, aunque sería excesivo decir que esos cuatro protagonistas dominaban (o dominan) debidamente las riendas de la situación vasca. No podemos dejar de considerar que desde Madrid los centralistas y los uniformadores, que siempre han gravitado con más peso que quienes suscriben la plurinacionalidad de España, han condicionado la descentralización política efectiva, han distorsionado el significado del derecho a decidir, y han mantenido bajo un jaque casi continuo a los lehendakaris. En paralelo, desde Euskadi, con sus atentados y extorsiones ETA ha desnaturalizado hasta el infinito el debate político civil interno de los vascos, condicionando abusivamente a los mandatarios elegidos democráticamente. Por la existencia de esa pinza entre los reaccionarios y ETA los presidentes vascos siempre han vivido rodeados de tantos prejuicios; por esa pinza han estado asimismo tan prisioneros de las intenciones que les atribuían, fuesen ciertas o no; y por eso, en fin, ha sido tan difícil llegar a tener la posibilidad de escucharles sin que el ruido artificial devaluase el acento de sus palabras.
Y en eso llega Zunzarren para ayudarnos. Nos los pone delante, juntos, no para abrir comparaciones sino para que quede patente que forman un todo plural, y les da la palabra. Hablo de que lo hace para ayudarnos, pues como autor les plantea en nombre nuestro, de los lectores, de la opinión pública, los temas sobre los que deseamos saber, y les proporciona la oportunidad de responder frontalmente y sin riesgo a ser manipulados. Crea con ellos, desde su personalidad afable, un clima favorable al esfuerzo de abrirse, de explicar y de relacionar entre sí el conjunto de las cosas. El trabajo más sutil de quien ha hecho este libro ha sido estimular a los cuatro presidentes vascos a desplegar la capacidad de pedagogía que poseen. Son personalidades de primer nivel en condiciones de divulgar las claves de lo que ha sucedido en su país porque han vivido directamente las grandes y pequeñas situaciones que los demás conocemos de una manera mucho más difuminada. Hay que tener en cuenta que la opinión pública conoce esos hechos a través de la intermediación de los medios de comunicación (en su mayoría excesivamente apasionados y subjetivos respecto a la llamada “cuestión vasca”), y a través de los testimonios de sus colaboradores y adversarios (que son poco válidos desde el punto de vista de la objetividad). Afortunadamente, han empezado a llegarnos también algunas versiones maduras de analistas serios así como narraciones de algunos historiadores solventes, porque sobre algunas de las cosas ocurridas en Euskadi empieza a existir cierta perspectiva que ya confiere idoneidad a su trabajo. Pero la contribución de los testimonios que nos aporta ahora Zunzarren tiene el valor específico de la autenticidad de la confrontación de pareceres que encierra.
Entrando en los contenidos concretos del libro, a los que aludiré de forma superficial porque lo serio es que en una obra declarativa así cada una de las explicaciones se lea en su justo contexto exacto, de Carlos Garaikoetxea resaltaré la rotundidad de su percepción, compartida por mucha gente pero analizada aquí desde su intenso conocimiento de causa, de que Adolfo Suárez actuó con un generoso buenismo respecto a la descentralización pero que al generalizar las autonomías incurrió en un error histórico que está teniendo consecuencias dramáticas. Asimismo resulta obligado subrayar la dignidad con que trata sus durísimos problemas con la dirección del PNV, el conflicto que acabaría con su etapa como presidente y que abriría después la operación de su apuesta por Eusko Alkartasuna. Sobre esto, Garaikoetxea sabe reflejar el trasfondo de conflicto ético entre la obligada disciplina al partido que debía cumplir como militante y la obligada prioridad que ha de conferir el presidente a las conveniencias del conjunto de los ciudadanos, incluyendo a quienes no son del partido. Queda asimismo para la reflexión su recelo –él habla explícitamente de “decepción”– hacia Felipe González a consecuencia del GAL, en uno de los fragmentos más llamativos de su conversación. En cualquier caso, en sus declaraciones se transluce el contrapunto entre su imagen pública dura y otras más conciliadoras, como por ejemplo la de José Antonio Ardanza, y el tono de cálida franqueza al desgranar las cuestiones más delicadas.
Siguiendo con Ardanza, el presidente de las situaciones más difíciles de Euskadi, de las frecuentes coaliciones, y el gestor de la consecución del principal paquete de competencias transferidas desde la Administración del Estado, él es consciente de que ha pasado a la posteridad como el lehendakari del PNV en el momento de la escisión de EA. Ese acontecimiento le marcó profundamente y ahora tiene especial interés en aportar sus impresiones. “Se trataba de un problema de protagonismos –dice–, lo que pasa es que luego EA tiene que dar sentido a la escisión, darle contenido ideológico.” También expresa su pesar por las controversias públicas en torno a su pragmatismo y al hecho de que en momentos de graves dificultades económicas y complejos embrollos nacionales él optase por anteponer la política de gestión y el entendimiento con Madrid a los debates identitarios. “Decían que el PNV era el partido vendido a las poltronas para mantenerse en el poder –se queja con amargura–, y que aceptábamos incluso rebajar el Estatuto y aflojar en las reivindicaciones por nuestra conveniencia partidista”, pero subraya su tranquilidad de conciencia en todo lo referente a su condición de vasco. Y lo apuntilla al referirse a la Constitución. “¿Siente como suya la Constitución española?”, pregunta Zunzarren. “No, no es parte mía. La respeto mucho, posiblemente más que la mayoría de los españoles porque trato de cumplirla. Pero no es mi Constitución evidentemente.” Por encima de eso, de Ardanza me quedo, por su impacto, con algunas de las frases en relación a la sangre vertida por ETA. “Para mí ‘amar a tu patria’ es estar dispuesto a servir a tu patria –dice–, que es lo mismo que estar dispuesto a morir por ella, no a matar por tu patria; es decir, el acto supremo de amor: entregar la vida por aquello que tú amas.” Y lo completa recordando una cosa sonada relacionada con esto que dijo en una rueda de prensa: “Señores de ETA, si queréis matar a la gente del PP, yo soy del PP”.
Ibarretxe, que ahora habla como desde cierta distancia, no ha recortado ni un milímetro su conocida franqueza. Objeto durante varios años de un nivel de descalificaciones sin parangón desde toda la península ibérica, continúa atribuyendo a los medios de comunicación buena parte del desencuentro entre quienes se sienten vascos y quienes se sienten españoles. Defiende naturalmente que su plan (“no un fin sino un instrumento”), que incluye la celebración de una consulta popular decisoria sobre el futuro de Euskadi, acabará siendo la referencia que algún día deberá tomar en consideración el Parlamento español para desencallar los problemas de plurinacionalidad existentes. Y en relación a la Constitución española viene a decir lo mismo que Ardanza pero con otras palabras: “El pueblo vasco tiene su Constitución, que son los derechos históricos”. También posee calado su profunda lamentación sobre el efecto perverso de la violencia de ETA difundiendo por el mundo una imagen nacional que no se corresponde con la real: “El pueblo vasco es un pueblo pacífico y trabajador y se nos ha trasladado, a través los atentados, como un pueblo bárbaro y violento, que es lo que no somos”. En relación a la política general, respondiendo a quienes le consideran atrapado por el monotema de la independencia, hace aflorar su filosofía angular de fondo: “Ha habido quienes dijeron: ‘Ahora hay que hablar de economía, no hay que hablar de soberanía’. Y no, no. Porque hablar de soberanía, de identidad, está hoy, en todo el mundo, directamente relacionado con hablar de economía y de equilibrio social”.
La entrevista a Patxi López, el actual lehendakari, está marcada por su voluntad de aportar consideraciones sobre el Gobierno, cuáles eran sus objetivos y las experiencias que está viviendo. Hace hincapié al subrayar que el principal propósito del acceso socialista a la gobernación era recuperar la neutralidad y normalidad en los espacios públicos para que en ningún caso pudiese tener en ellos cierta hegemonía el mundo batasuno, que es minoritario. Es su principal crítica a lo que considera una permisividad intolerable del PNV: consentir la presencia de carteles y fotos de etarras en las calles. Sobre la formación nacionalista Patxi López tampoco oculta su decepción por las sombras de ilicitud que sembró cuando el PSE consiguió en el parlamento vasco, pese a tener menos escaños, la mayoría de apoyos suficientes para gobernar. Sin embargo, cuando Zunzarren le plantea que la población vasca prefiere un entendimiento PNV-PSE al actual respaldo entre socialistas y populares lo considera lógico: “La sociedad vasca es muy plural, muy diversa y reclama mucha transversalidad en la política”, dice. Y lo relaciona con la memoria colectiva sobre que la reconstrucción del país y los mayores avances en el autogobierno se han producido, incluso en los años de plomo, cuando PNV y socialistas iban de la mano. Con todo defiende el actual esquema subrayando que “aun siendo un Gobierno monocolor estamos practicando más la transversalidad que otros Gobiernos anteriores tripartitos, y eso es dar respuesta a lo que quiere la sociedad vasca de verdad”. En esa misma línea ofrece el gran argumento de su toma de distancia con el PNV: “Lo que más me molesta del nacionalismo no es el hecho de que sea conservador, sino cuando es sectario, cuando su política excluye o margina a otros; cuando no los consideran vascos, o cuando un plan, como el que proponía Ibarretxe, empieza a distinguir entre ciudadanos y nacionales como dos categorías distintas de vascos”. El punto álgido de esta conversación surge tras la pregunta sobre si ahora se está españolizando Euskadi. Esta es la respuesta: “No, lo que se está es dando normalidad a la política vasca. Yo no juego ni a vasquizar España ni a españolizar Euskadi. Hemos traído la normalidad a la vida y a la política vasca, pero no normalizando, como dicen los nacionalistas, sino otorgando normalidad. ¿Es normal que haya un Día de la Ertzaintza? Pues claro que es normal. ¿Es normal que al frente de ETB haya un profesional, un periodista, y no una persona que luego es el presidente del Bizkaia Buru Batzar o candidato a alcalde por el partido nacionalista? Pues es normal. ¿Es normal que los mandos de la Ertzaintza surjan de sus propias filas? Por supuesto, ahí están y es normal. ¿Es normal que en Ajuria Enea estén las tres banderas tal y como manda la ley? Es normal”.
Les invito a adentrarse con atención en las páginas de este libro con la seguridad de que encontrarán cosas de interés. Cada cual hallará lo suyo, matices sobre lo que más le interesa o preocupa. Si fundimos los cuatro bloques de las conversaciones surge un mosaico completo cargado de referencias a la política directa y la indirecta, a los problemas de la gente de la calle y a las complicaciones de la vida. En ese mosaico tropezarán con visiones distintas sobre cuestiones como la Iglesia vasca, las dificultades económicas, las ambiciones culturales vascas, los problemas de los medios de comunicación o el distanciamiento mayoritario de los jóvenes de la esfera de los partidos… Y encontrarán asimismo discursos paralelos y complementarios quejándose de la incomprensión y los agravios que ha sufrido la Ertzaintza, o de las acusaciones de tibieza institucional en la lucha práctica contra el terrorismo. Pero de forma particular lo que hallarán es el pálpito de una Euskadi dinámica que respira y aspira, que no baja la cabeza cuando sale a la calle por las mañanas para ir a trabajar, una Euskadi que intenta resolver sus problemas y aclarar paulatinamente las numerosas incógnitas que rodean su horizonte nacional. Por eso dejo encima de la mesa, para concluir, atendiendo al criterio del respeto debido al actual máximo mandatario de los vascos, sus palabras sobre un futuro referéndum: “Algún día tendremos ese debate porque es democrático. Yo no tengo miedo a ningún debate. Pero, claro, hay que hacer legítimo lo democrático también”.
Entiendo que nada sobra, ni falta, si la voluntad es buena. Les ofrezco algunas aclaraciones, pocas, que pueden servirles como punto de partida. Vamos a ello:
Lehendakari pretende abordar aquellos acontecimientos de mayor calado en la sociedad vasca durante los treinta años de vida democrática.
A través de entrevistas personales, los cuatro lehendakaris explican su versión, los sentimientos y las dificultades que se encontraron al vivir determinadas situaciones relevantes para Euskadi. Unas de contenido más cercano y personal y otras relativas a ámbitos de carácter político, económico o social. He buscado al político, pero también y sobre todo a la persona, y me he dejado llevar por aquellos asuntos, a mi juicio, de interés para el lector.
Cada lehendakari analiza el periodo en que gobernó. Sobra explicar que no caben aquí todos los hechos vividos, que son muchos, sino aquellos de mayor relevancia. Espero haber acertado en la difícil tarea de selección porque tal vez ahí esté la clave. Ustedes dirán.
Todas las entrevistas se han realizado a lo largo del año 2010. Ningún protagonista solicitó las preguntas ni contó previamente con ellas. La entrevista fue sin red en todos los casos. Es algo que agradezco porque da mayor frescura y verdad a la conversación. Todos ellos dispusieron de un índice de los asuntos a tratar, pero sin acotaciones, con amplitud y máxima libertad en los planteamientos.
En las entrevistas no debe buscarse –al menos nunca fue mi intención– ningún tipo de clasificación en cuanto a mayor o menor relevancia histórica o mediática de los lehendakaris, ni tampoco comparación alguna entre ellos. Esa tarea es, en todo caso, de ustedes.
Sé de su dificultad. Pero he intentado abstenerme de cualquier valoración partidista por mi parte y mantener una independencia y neutralidad que espero haber conseguido. He buscado la distancia corta y la cercanía, pero ha sido sobre todo por un motivo: para escuchar mejor lo que ellos dicen.
Mis gracias radicalmente sinceras a los cuatro lehendakaris: Carlos Garaikoetxea Urriza, José Antonio Ardanza Garro, Juan José Ibarretxe Markuartu y Patxi López Álvarez. En los cuatro, sin excepción alguna, he encontrado todas las facilidades, la implicación y la cercanía imprescindibles en este proyecto. Me han abierto sus puertas sin condiciones. A cara descubierta. Valientes. Me lo han puesto todo fácil. Sin sus voces jamás hubiera nacido este libro. Todo un lujo.
Mis gracias, igual de veraces, a Antonio Franco Estadella por enriquecer esta obra con su Prólogo. Casi antes de pedírselo, ya estaba consintiendo. Además, de manera reincidente. Tengo la suerte de cara y la plaza sin viento; torear de la mano del maestro Franco lo hace más sencillo. Cuento con un periodista de altura, de raza, que ha sabido bucear en Lehendakari con distancia, y agrandar sus fronteras literarias con su pluma certera y su talante sobrio e independiente. Todo un lujo.
Mis gracias, también de corazón, a Jorge Giménez Bech por confiar y apostar por este proyecto; a Miren Esnaola, a Pilar García de Salazar, a Marieli Díaz de Mendibil y a Dani Díez, a todos ellos por abrir puertas y por sus ganas. A Toño Varela, a Ignacio Abendaño, a Mitxel Bengoa, a Alfonso Garaikoetxea y a Joseba Otamendi: ellos saben muy bien por qué. A Jose Rumi Sánchez por guardar y muy bien los secretos mejor guardados. A Maite Enciso Sánchez por las horas y horas de transcripción, por las horas y horas. A todos aquellos a los que no nombro, pero que nunca olvido. A todos, gracias.
Les dejo, por último, dos pequeñas tablas. Unos apuntes tan solo.
Carlos Garaikoetxea Urriza nació en Pamplona un 2 de junio de 1938. De familia razonablemente acomodada (gracias al trabajo abnegado de sus padres, procedentes de la Navarra rural), realizó sus primeros estudios en el colegio de los Escolapios en su ciudad natal. Con el transcurrir de los años se licencia en Derecho y Económicas en la Universidad de Deusto.
Trabajó en la empresa privada durante varios años y fue presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Navarra a finales de la década de los sesenta y principios de los setenta. En tal condición formó parte del Consejo Foral de Navarra. A partir de 1972 se dedica varios años al ejercicio de la abogacía y empieza a ocupar distintos cargos de relevancia en el Partido Nacionalista Vasco, sobre todo en Navarra. A finales de los años setenta abandona su profesión de abogado para dedicarse en su totalidad a la tarea pública.
En 1974 entra a formar parte importante del Consejo Regional del PNV y en 1977 es nombrado presidente del EBB, Euskadi Buru Batzar, máximo órgano del partido. Ha comenzado su fulgurante carrera política. Es reelegido como máximo dirigente del EBB en 1978 y cesa en 1980 por incompatibilidad con cargos públicos. Antes, en 1979, obtiene acta de parlamentario foral por el PNV en las primeras elecciones autonómicas en Navarra y además es nombrado presidente del Consejo General Vasco, el más alto órgano de Gobierno en Euskadi en la etapa previa al Estatuto de Gernika.
Tras las primeras elecciones autonómicas celebradas en marzo del 80, después de haber sido aprobado el Estatuto Vasco el año anterior, es nombrado en abril lehendakari del Gobierno de Euskadi, primero de la etapa democrática. Es reelegido en las siguientes elecciones celebradas en el año 1984 y a principios del 85 se ve obligado a dimitir ya que, al parecer, la Asamblea Nacional del PNV pretende cambiar el programa electoral prometido en relación con la organización institucional del País Vasco (competencias de Gobierno y Diputaciones), y establecer un régimen de disciplina de partido de la que los lehendakaris habían estado exentos hasta entonces. El año 1984 fue un año duro para Carlos Garaikoetxea y tres parecen ser las causas principales, entre otras, de su fuerte distanciamiento del partido: la escisión del PNV en Navarra, cuyos miembros siempre contaron con su apoyo; las diferencias serias con la LTH, Ley de Territorios Históricos; y sobre todo la negativa a someterse a los dictámenes de los órganos de dirección del PNV que iban, según él, en contra de sus compromisos electorales. Le sustituye en el cargo José Antonio Ardanza.
Su relación con el PNV empezaba a saltar por los aires y en 1986 funda un nuevo partido político, Eusko Alkartasuna, del que fue presidente desde su Congreso constituyente –tras un breve periodo de presidencia anterior de Manuel Ibarrondo–, hasta el año 1999. Con EA, resulta elegido diputado al Parlamento Vasco de manera consecutiva en las elecciones de 1986, 1990, 1994 y 1998. Desde 1987 hasta 1991 fue también diputado en el Parlamento Europeo.
En el año 1999 abandona la presidencia de Eusko Alkartasuna y en 2001 se despide definitivamente de la alta política, al menos con cargos oficiales de representación, aunque sigue en la arena ideológica. Le gusta y se le ve feliz.
En 2002 publica un libro sobre su acontecer político titulado: Euskadi: la transición inacabada.
Recientemente, en junio de 2010, el lehendakari asiste en el Palacio Euskalduna de Bilbao a la firma de un documento de EA con la ilegalizada Batasuna en el que se fijan como objetivo la creación de un Estado vasco independiente y afirman que su prioridad es “la superación del conflicto político y la desaparición de todo tipo de violencias”. Aunque en el texto no se cita a ETA, se adopta “un compromiso firme y definitivo con el uso exclusivo de las vías pacíficas, políticas y democráticas y con la defensa de los derechos humanos”.
Don Carlos Garaikoetxea me deja entrar en su vida de una manera sencilla y muy fácil. Me abre las puertas de su despacho de Pamplona de par en par y desgranamos durante varias horas su devenir político y personal de los años en los que desempeñó su cargo de lehendakari. Hablamos también, no lo puedo evitar, de sucesos muy recientes y de plena actualidad. Me interesa conocer de primera mano sus impresiones al respecto.
Me recibe, como digo, en su despacho. Una estancia amplia y luminosa, con una buena biblioteca. Me ofrece un sitio y decidimos enfrentarnos en una mesa bien ordenada, pocos papeles, los sillones de piel y tan solo una luz artificial indirecta. El resto de luz la aporta la calle.
Acude muy puntual a la cita. Transmite mucha serenidad y se viste con clase. Es un hombre sencillo, de trato muy fácil, educado, y se le ve sincero. Me regala su último libro, Euskadi: la transición inacabada, y al dedicármelo hace una pausa y me pregunta: “¿Te importa que ponga ‘a mi amigo Mario’?”, a lo que, evidentemente, contesté: “Es un honor”. Creo que este hecho demuestra su sencillez y su falta de arrogancia. Esto le honra.
Las horas transcurren con celeridad en el despacho y el lehendakari contesta una a una a todas aquellas cuestiones que le planteo. Se muestra especialmente vehemente cuando estas tienen relación directa con la conformación de una territorialidad donde estén integradas las tres provincias de Euskadi y la Comunidad Foral de Navarra. Cree profundamente en ese escenario aludiendo a razones sociales, de idioma, políticas e históricas y no duda en señalar a Pamplona como la capital de ese su ansiado territorio común.
Las horas van pasando sin recesos y el lehendakari parece impasible e incansable. Dice que disfruta, que está a gusto y acostumbrado a estas cosas. Cuando le insinúo la posibilidad de parar un rato o incluso de seguir la entrevista en otra sesión posterior, me contesta que si yo me canso que sí, pero que él prefiere “todo de un tirón”, “acabemos cuando acabemos”. Eso sí, sin prisas.
Tiene un lenguaje muy correcto, a veces similar al lenguaje escrito. Su talante es moderado y conciliador e intuyo que no se enfada con facilidad. Su tono de voz es recio y bastante pausado, rezuma historia, conoce perfectamente lo que dice y resulta convincente. Se cree lo que manifiesta y este hecho le da frescura y autoridad.
Carlos Garaikoetxea en su primera legislatura, desde el año 1980 hasta 1985, forma un Gobierno monocolor, ya que cuenta con 25 de los entonces 60 parlamentarios que tenía la Cámara. Como quiera que los 11 miembros electos de Herri Batasuna no acudieron en toda la legislatura al Parlamento, este quedó reducido en la práctica a 49 miembros, por lo que el lehendakari Garaikoetxea contó con mayoría absoluta para gobernar.
La verdad es que no eran buenos tiempos. El año 1980 fue el más cruento de la trágica historia de ETA, muertos todos los días, alrededor de cien. Insoportable para cualquier sociedad que se precie. Una legislatura que fue quizás la más difícil de la democracia vasca. Todo estaba por edificar y en un ambiente absolutamente hostil. Algaradas callejeras constantes, barricadas, atentados y una relación complicada y recelosa con el Gobierno central. Muchas desconfianzas entre ambos ejecutivos. Era tal el grado del conflicto que en Madrid se llegó a barajar la adopción de medidas excepcionales para Euskadi por el peligro que conllevaba para una democracia joven y aún tambaleante. Todo ello en un escenario de crisis económica brutal, con unas tasas de desempleo muy elevadas, casi insufribles, y una fuerte crispación social. El año 1980 comenzaba con el asesinato del ingeniero de Iberdrola José María Ryan, trabajador de la central nuclear de Lemóniz. ETA cumplía así con las amenazas vertidas hacia la obra y con el plazo de ejecución otorgado al ingeniero cuando fue secuestrado previamente. El día 31 de marzo de 1980, en la Casa de Juntas de Gernika, se constituye el primer Parlamento Vasco de la democracia con Jesús María de Leizaola como presidente de la Mesa de Edad y a la vez presidente del último Gobierno vasco. HB no estuvo presente. El año se iría despidiendo con una tragedia: 52 personas, 49 niños y 3 adultos, perdían la vida en Ortuella. Un escape de gas y la peor de las suertes hicieron que una escuela, la Marcelino Ugalde, saltara por los aires. Unos trabajadores estaban realizando reparaciones con soldadura y una chispa originó una explosión y el infierno. Dantesco. Aquello conmovió a toda la sociedad, vasca y española en su conjunto.
En el año 1981 se firma el Concierto Económico Vasco, todo un hito, y dan los primeros pasos dos instituciones fundamentales para la sociedad vasca: la Ertzaintza, Policía Autónoma, y EITB, la televisión pública de Euskadi.
El día 4 de febrero se produce en la Casa de Juntas de Gernika un “espectáculo” de abucheos, insultos y menosprecio por parte de miembros de HB al rey en visita oficial. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y marcaron en cierto modo la visión de Euskadi en el exterior.
La central de Lemóniz parece que iba a relanzar a Euskadi, pero ETA ganó la batalla. El PNV se posiciona a favor del proyecto. Garaikoetxea es partidario de un referéndum, dadas las irregularidades en el origen del proyecto durante el franquismo. Es una de las discrepancias con el PNV y el Gobierno central. En este año 1981 se produce la paralización de las obras. Cien millones de pesetas diarios de pérdidas.
El 23 de febrero se plantea como uno de los días más negros de la democracia española con el intento de golpe de estado de militares y guardias civiles al secuestrar el Congreso de los Diputados.
El año 1982 viene marcado, y durará toda la década de los ochenta, por una creciente reconversión industrial. El entramado de la industria vasca, sobre todo los astilleros y la siderurgia, sufre una adaptación a los nuevos modelos de producción y al mercado que se avecina. Estas medidas necesarias y valientes provocaron muchos despidos y recolocaciones. Por supuesto también una profunda conflictividad laboral y social, manifestaciones, encierro de trabajadores, barricadas y en definitiva una fuerte crispación en la sociedad vasca, sobre todo en Vizcaya. En mayo, ETA asesina al director de Lemóniz, el ingeniero Ángel Pascual Múgica.
Otro hecho a resaltar fue la visita oficial del papa al País Vasco. Se calcula que le esperaban en Loyola alrededor de 150.000 personas el 6 de noviembre del 82. La visita no estuvo exenta de sobresaltos. Al parecer el presidente francés Mitterrand avisó al presidente español Calvo Sotelo sobre la posibilidad de un atentado al papa. Se produjeron algunos cambios en el lugar de aterrizaje del avión en el que viajaba su santidad.
Este mismo año 1982 es aquel en que se aprueba el Amejoramiento del Fuero en Navarra y se abre por tanto una brecha en cuanto a las posibilidades de crear ese territorio común tan deseado por el lehendakari Garaikoetxea, desde una concepción confederativa, con la centralidad institucional en Navarra, atendiendo al rango histórico de sus instituciones, como siempre propugnó el nacionalismo vasco.
El año 1983 desgraciadamente será recordado como el de las dramáticas inundaciones de Bilbao. Imágenes que recorrieron el mundo donde los coches se amontonaban y el barro lo llenaba todo. Treinta personas perdieron la vida y al lehendakari le tocó gestionar el drama y el desastre absoluto. Se produjeron muestras de apoyo generalizadas y una imponente solidaridad con la zona. España estaba con Bilbao. El proceso de paz en Irlanda avanzaba y sin embargo en España ETA estaba cada vez más fuerte, se hablaba de dos mil terroristas, mantenían dos secuestros de manera simultánea y llegaron a explosionar veintiún artefactos en una noche en diferentes localidades. Son años, además, en los que se padece una tibieza absoluta por parte de Francia en la lucha contra el terrorismo de ETA en España. Mitterrand llegó a manifestar: “Francia no concede extradiciones”. Insufrible.
Continuaba la reconversión industrial de distintos sectores productivos y las siglas GAL empezaban a formar parte del vocabulario cotidiano. Entretanto estalla la denominada “guerra de las banderas” donde en distintos ayuntamientos eran quemadas las banderas españolas. Intervenciones y cargas policiales, detenciones de concejales y en Rentería se suspenden las fiestas patronales. Se producen momentos de tanta tensión que se asemeja mucho a un clima casi bélico.
El lehendakari llegó a declarar: “Es el peor momento de la transición, el más difícil”. Así iba terminando esta legislatura compleja, quizás la más dura de la democracia vasca.
En enero del 84, Carlos Garaikoetxea renuncia a ser candidato del PNV a las elecciones vascas si se le exige disciplina de partido. Quiere ser fiel a su partido pero es el “lehendakari de todos”. Quizás aquí comienza su verdadero calvario político. No obstante, el lehendakari gana en popularidad y las bases están con él.
En febrero del 84, los autodenominados Comandos Anticapitalistas asesinan al senador Casas y este hecho produce una gran conmoción en Euskadi. HB condena el atentado.
En su segunda legislatura, que duró solamente el tiempo comprendido entre su nombramiento en la primavera de 1984 y comienzos de 1985, contó con el respaldo de 32 parlamentarios. Se debe recordar que en esta legislatura y hasta hoy, el Parlamento Vasco estaba compuesto por 75 miembros, 25 por territorio, habiéndose ampliado por tanto en 15 desde la composición anterior (20 por territorio). Al igual que en 1980, los 11 diputados electos de HB no acudirían en ningún momento a las sesiones, por lo que el lehendakari contaba con la mitad justa de los votos de la Cámara; o sea, 32 de los 64 parlamentarios.
Como digo, poco iba a durar este periodo parlamentario para el lehendakari Garaikoetxea, apenas unos meses en los que no tuvo prácticamente momentos de tranquilidad. Seguía el imparable proceso de reconversión industrial. Se había cerrado Sagunto y el País Vasco llevaba caminos similares. Pérdida de empleos y nada auguraba mejores tiempos. Sin embargo, en esa época, el Gobierno Vasco establece las medidas de reactivación y renovación industrial (I+D+I, Plan Energético, EVE, infraestructuras, etc.) que marcarán algunos hitos de su futura recuperación económica. Continúan los atentados de ETA, aunque no con la intensidad de los primeros años de legislatura; y del GAL, con el asesinato del dirigente de HB Santiago Brouard que causó gran conmoción.
A los cuatro o cinco meses de tomar posesión, octubre, ya se empieza a hablar de dimisión del lehendakari y de luchas internas por el poder. La LTH, Ley de Territorios Históricos, y la bicefalia entre el PNV y la Lehendakaritza, entre otros, fueron los artífices de la desunión y de la crisis.
El 30 de octubre, Román Sudupe, presidente del EBB, reafirma en el Alderdi Eguna, Día del Partido, la autoridad del PNV y el lehendakari pone su cargo a disposición y acapara todos los medios de comunicación.
En la segunda quincena de diciembre continúa una pugna constante. La Asamblea Nacional del PNV le obliga a acatar sus decisiones y Garaikoetxea no acepta. Se producen incluso concentraciones a su favor en las inmediaciones de Ajuria Enea. La situación es insostenible y en la madrugada del 19 al 20 de ese mes, en la Asamblea se produce la dimisión del lehendakari por no acatar las condiciones del partido. Se producen enfrentamientos en las afueras de la Asamblea entre simpatizantes y detractores, estos últimos seguidores de Arzalluz. José Antonio Ardanza es nombrado lehendakari a primeros de enero de 1985.
Acaba así el periplo presidencial del lehendakari Garaikoetxea no exento de problemas y sobresaltos. Al año siguiente tuvo distintos reconocimientos a su labor por parte de miles de simpatizantes y denunció en el 86 un pinchazo telefónico en su domicilio. Posteriormente, en abril del 91, se demostró por vía judicial esa intervención telefónica ilegal –escuchas ilegales– y fueron condenados por ello un agente de la Ertzaintza, un sargento mayor del mismo cuerpo policial y el, en su día, jefe de Comunicación del Gobierno Vasco, aunque no así el que fuera su consejero de Interior Luis María Retolaza, que resultó absuelto.
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Señor Garaikoetxea: ¿cuando a uno le nombran lehendakari, es lehendakari para siempre?
Formalmente sí, porque por norma de la Comunidad Autónoma Vasca mantengo el título. No es que imprima carácter como el sacerdocio, pero, aunque no hubiera habido título, ya que fue una norma posterior a mi cese como lehendakari, la gente, sobre todo la más próxima, seguía utilizando el tratamiento porque era una tradición histórica; Aguirre era el lehendakari Aguirre, Leizaola era el lehendakari Leizaola, y yo, que era indigno sucesor de ellos, seguí utilizándolo y sigo siendo tratado como lehendakari Garaikoetxea.
Yo lo tengo claro y por ello de esa manera le trataré en toda la entrevista.
Usted es nombrado lehendakari, el primero de la democracia, en abril del 80. Pero me gustaría que me hablase de los prolegómenos, del Consejo General Vasco. Explíqueme un poco cómo era, cómo se gestó y si sus funciones fundamentales eran la creación del futuro Estatuto, sentar las bases para definir el futuro País Vasco y también establecer sus relaciones con Navarra.
Realmente lo que impulsó el Gobierno de Suárez fue lo que se llamó la fase preautonómica. Era un comienzo descentralizador del Estado, en gran medida con más valores simbólicos que contenidos materiales o competenciales. En Cataluña y en Euskadi esto tuvo especial importancia. En Cataluña con el regreso de Tarradellas, al que se le dio mucho bombo porque se restablecía formalmente la Generalitat, aunque solo fuese, insisto, desde un punto de vista puramente formal, ya que apenas había competencias materiales. Josep Tarradellas era un hombre muy de ceremonia y de símbolos y jugó un papel que le vino muy bien al Gobierno central, porque le dio un espaldarazo enorme. Hay que tener en cuenta que este espaldarazo venía, ni más ni menos, del que era presidente en el exilio de la Generalitat, y además, cuando todavía el proceso de democratización y, sobre todo, de reconocimiento de nuevos Estatutos de autonomía, no se había producido en España.
Y en Euskadi, ¿qué pasaba?
En la comunidad vasca, la preautonomía la asumimos con menos entusiasmo pero con mucha responsabilidad, creyendo que suponía la plataforma de trabajo necesaria para asentar las bases organizativas de un Gobierno futuro y de una autonomía venidera que, en aquel momento, no tenía apenas sustancia ni materialización. Pero seguíamos manteniendo un Gobierno Vasco en el exilio que componían todavía las fuerzas herederas de aquel que, en su día, tuvo que salir al exilio con el alzamiento y el franquismo. De manera que ahí compaginamos, por un lado, el ser consecuentes hasta el final manteniendo un Gobierno en el exilio –yo me negué a que se le llamará Gobierno provisional al Consejo General Vasco que era el ente preautonómico– y manifesté públicamente que el Gobierno legítimo seguía siendo el Gobierno en el exilio; y por otro lado, el Consejo General Vasco que era un ente emanado de la voluntad popular tras las primeras elecciones y que sería el que llevase a cabo esa fase preparatoria del futuro Gobierno.
Entonces, ¿qué funciones tenía el Consejo General Vasco si no era un Gobierno provisional?
Asumió la responsabilidad de impulsar el proyecto estatutario. Estaba compuesto por diferentes fuerzas políticas, y entre todas ellas, con el máximo consenso, se hizo un anteproyecto que posteriormente fue negociado. Intervino también la Asamblea de parlamentarios vascos que, curiosamente, estaba presidida por un navarro, Manuel de Irujo, y de la que era secretario el más joven, Gabriel Urralburu, porque en aquel entonces no estaba clara cuál iba a ser la composición de la futura Comunidad Autónoma Vasca y tal y como sucedió en la década de los treinta había partidarios de crear un marco autonómico común, y otros, de todo lo contrario. Pero en aquel momento, el Partido Socialista y todas las fuerzas nacionalistas por supuesto, apoyaban una autonomía conjunta, eso sí, con una centralidad en Navarra porque se la consideraba con el máximo rango institucional e histórico y con una legitimidad histórica de reino y una capitalidad en Pamplona que nadie ponía en cuestión.
O sea, que si entonces se hubiera llegado a otros acuerdos distintos, hoy Navarra sería una parte, eso sí, fundamental, de Euskadi ¿no?
Insisto, los partidarios, que incluía al PSOE, curiosamente en las primeras elecciones del año 1977 compusieron la mayoría de los votos, aunque por la Ley D’Hont, la derecha tuvo más representantes, al estar los demás más fragmentados. Eso hizo que la incorporación al régimen preautonómico conjunto vasco no tuviera lugar y que Navarra siguiera su camino. De manera que son, a veces, momentos de la historia que se resuelven por una Ley D’Hont o como sucedió en el año 32, en que una asamblea que hubo en el Teatro Gayarre para discutir la misma cuestión, de alcaldes del País Vasconavarro, y hubo algunos apoderados de ayuntamientos que tenían mandato de votar a favor, y sin embargo votaron en contra. Así que, a veces, la historia depende de factores tan circunstanciales como ese.
¿Cuál fue el motivo para que el primer presidente del Consejo General Vasco fuera socialista y no nacionalista?
Le contesto. Tomando el hilo de la pregunta, el régimen preautonómico fue inicialmente presidido por un socialista, Ramón Rubial, y le apoyó la derecha de UCD y AD. Curiosamente, los socialistas invocaron también como argumento para reivindicar esa presidencia que, contando con Navarra, ellos tenían más votos, y hasta tal punto era patente que se trataba del PSE, Partido Socialista de Euskadi, ya que el PSN, hoy Partido Socialista de Navarra, no existía, sino que era solamente una agrupación. Ese fue entonces su principal argumento. Después, a los pocos meses, vinieron las elecciones municipales y fue abrumador el triunfo del Partido Nacionalista Vasco en toda la Comunidad Autonómica Vasca y eso hizo que me propusieran a mí, de inmediato, como presidente de ese ente preautonómico y ahí me vi, por primera vez, jurando bajo el árbol de Gernika un Gobierno que se pretendía provisional, que nosotros no queríamos que se llamase así, sino Consejo General Vasco. Así fue su nacimiento.
El Estatuto de Gernika se aprueba por Ley Orgánica el 18-12-79, se producen elecciones en marzo del 80 y usted es elegido lehendakari del Gobierno Vasco. Usted es navarro de nacimiento, su padre de Iribas y su madre de Sorauren. ¿Cómo se convierte un navarro en un nacionalista vasco tan convencido? ¿Cómo aparece como defensor acérrimo de la idea de que Navarra fuese una de las cuatro provincias vascas?
Bueno, yo creo que sale de una manera muy natural, aunque hoy se haya perdido esa perspectiva, porque Navarra es la Vasconia de los historiadores desde los romanos. La Diputación de Navarra es la que en 1868, por primera vez, hace una apelación solemne (es un llamamiento histórico) a las otras diputaciones vascongadas diciéndoles textualmente: “Tenemos que formar la unión más íntima posible porque nos une nuestra cultura, nuestra historia, nuestro idioma, etc., etc.”. Es decir, la primera propuesta formal es de Navarra. Bueno, personajes tan poco sospechosos como Espoz y Mina, que no era un nacionalista vasco sino liberal, es el que dice cosas tan célebres como: “Navarra siempre unida a sus hermanas de Nación Vasca, Guipúzcoa, Álava y Vizcaya”. Es una constante histórica, a pesar de la diversidad de Navarra, por cierto, a Cascante los romanos la llamaban Civitas Vascorum: la ciudad de los vascones. Eso lo dije en una mesa redonda en Cascante y luego vinieron unos chicos que me dijeron: “Más vale que ha dicho usted eso porque estábamos esperando algún gesto”. Así que hay de todo en la viña del Señor.
Seguimos entonces caminando por la historia, porque todo esto que usted ve tan claro se va minimizando con el paso de los tiempos y se vuelve del otro lado.