Dios nunca reza

DIOS NUNCA REZA

© 2011, Francisco Javier Irurzun Ilundain

© De la presente edición: 2011, ALBERDANIA,SL

Portada: Antton Olariaga, a partir de una fotografía de Unai Pascual

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DIOS NUNCA REZA

Patxi Irurzun

A L B E R D A N I A

ensayo

Martes 17 de junio de 2008

Suelo cruzarme con él algunas mañanas, al llevar a mi hijo a la ikastola. Es un hombre de unos cincuenta años –aunque quizás solo tenga treinta y cinco– con el cabello cubierto de ceniza y el rostro renegrido, quemado por las llamas de algún infierno del que ha conseguido huir a mordiscos, dejándose varios dientes en la refriega. Anda encorvado, con el lomo doblado por –imagino– cientos de noches durmiendo en portales, cajeros, parques, por todo el alcohol trasegado como un veneno, por el peso de demasiados errores y golpes en su vida. Pero también lleva agarrados, cada uno de una de sus manos, a sus dos hijos al colegio, y estos son, sin duda, los dos ángeles que le han traído de regreso.

A su lado, parece un hombre redimido, un padre responsable y cariñoso. Pero, a la vez, todavía sigue pareciendo un vagabundo. Tal vez, por la expresión atormentada de su rostro o por su mirada, esos ojos desde cuyo fondo amarillo parece emerger un cadáver que se descompone lentamente.

No sé por qué he decidido empezar este diario escribiendo sobre él. Supongo que de lo que se trata es simplemente del traje que lleva, ese traje que le viene grande y dentro del que aparenta sentirse extraño e incómodo. Igual que yo. La hipoteca que voy a firmar, la mudanza, mi trabajo que aborrezco, la compra en el centro comercial (y la cena del niño en el Burger King), los libros que se amontonan sin leer, los discos que ya no escucho, los seis meses que llevo sin hacer el amor con mi mujer embarazada… Ese es el traje que yo llevo puesto desde hace algún tiempo y con el que también me veo a mí mismo ridículo y derrotado. No sé si es lo que llaman la crisis de los cuarenta. Espero que no. Yo todavía solo tengo –dentro de unos días voy a cumplir– treinta y nueve.

Miércoles 18 de junio

Creo que todavía hay algo que me irrita más que el que los bancos me roben mi dinero: que me roben mi tiempo. Como si este no valiera nada. Es igual que cuando iba a sacarme la tarjeta del paro, te volvían loco con los papeleos, recorrías la ciudad en busca de certificados, justificantes, recibos. Tú eras un desempleado, un desocupado y eso quería decir que tenías todo el tiempo del mundo para dedicarte a hacer colas, para acostumbrarte a que te trataran como a un fardo de carne.

En los bancos sigues siendo ese fardo de carne, pero encima te hacen picadillo.

Esta mañana mi mujer y yo hemos estado cancelando las cuentas vivienda, ordenando transferencias para pagar al constructor… En realidad ya estuvimos haciéndolo hace dos días, pero alguna de las operaciones nos puede perjudicar en la próxima declaración de Hacienda. Eso hoy, hace dos días no había ningún problema, fue lo que dijo la chica que nos atendió. Pero ayer por la noche llamó el director (supongo que habría revisado los movimientos al ver que nos llevamos la hipoteca a otra entidad) y esta mañana hemos tenido que volver a pasar por la oficina, antes de ir a trabajar (por supuesto, hemos llegado tarde). Nos ha atendido otra empleada que no sabía nada del tema y que en lugar de ponerse a solucionar el problema se ha dedicado a defender a sus compañeros. “Las operaciones efectuadas ya no tienen vuelta atrás”, ha dicho, da igual que su compañera no nos hubiera explicado sus consecuencias. Me he acordado de Las uvas de la ira, de Steinbeck: “Lo sentimos. No somos nosotros, es el monstruo. El banco no es un hombre. Fíjate que todos los hombres del banco detestan lo que el banco hace, pero aun así el banco lo hace. El banco es algo más que hombres, créeme. Es el monstruo. Los hombres lo crearon, pero no lo pueden controlar”.

Al oír a la chica, Malen ha roto a llorar de pura rabia. Con el embarazo sus sentimientos son como burbujas que emergen y explotan sin control. Yo, al verla así, he tenido ganas de volcar la mesa, dar gritos, abofetear a esa empleada, pero no podía, seguramente ella también odia al monstruo, pero su obligación es alimentarlo con nuestro dinero, el monstruo no puede parar de crecer, porque si dejamos de hacerlo tal vez nos devore a todos…

Aunque lo peor de todo no ha sido eso, lo peor de todo es que después he tenido que ir a la oficina. Trabajo en una agencia de comunicación (suena bien pero solo soy un ochocientoseurista). Escribo anuncios, cartas, discursos para el director de… el mismo banco que me roba mi dinero y mi tiempo. Me dedico a maquillar al monstruo, a disimular el hedor de sus tripas digiriendo carne humana, trato de taparlo con palabras como obra social, solidaridad, compromiso… Sí, mi trabajo apesta, más que cuando trabajaba como barrendero, entonces recogía basura, ahora la esparzo envuelta en papel de regalo (ecológico). Pero prefiero eso a volver a vaciar papeleras, a la fábrica o la cola del INEM… “Y después de todo, yo no tengo la culpa, la culpa es del monstruo”, intento justificarme. Pero no me lo creo ni yo.

Jueves 19 de junio

Hoy, por fin, después de varios meses de lluvia y frío ha salido el sol en esta la ciudad sin primavera. Así que esta mañana he vestido a Urko con la ropa de verano que le compramos hace unos días y con la que está tan guapo, y nos hemos ido los tres, su madre, él y yo a la ikastola. Normalmente suelo acompañarle yo, me gusta hacerlo, levantarlo por la mañana es uno de los mejores momentos del día, después lo llevo al baño, elijo su ropa, despierto a mi mujer… Es como si me correspondiera a mí arrancar el motor de la casa y eso me hace sentir importante. Pero hoy es el penúltimo día de colegio de Urko y Malen también quería venir, grabar en video, despedirse de la profesora, los otros padres… Dentro de unos días nos cambiamos de barrio. De la Rotxapea a Sarriguren, en las afueras de Pamplona, una ciudad nueva, de bloques de VPO. Nosotros ahora vivimos de alquiler. Me va a dar pena irme de aquí. Estamos a diez minutos de la plaza del Ayuntamiento. A Sarriguren solo se puede ir en coche, o en autobús… Es algo raro. El barrio en el que crecí estaba lleno de descampados, silletas, bajeras vacías que se convertían en videoclubs, que luego se convertían en centros de estética que luego se convertían en bares, eso nunca fallaba… Era un barrio de las afueras, y ahora, nos vamos a las afueras de las afueras, a un nuevo barrio de descampados, silletas, bajeras vacías… A eso le llaman progreso, pero nosotros cada vez estamos más lejos. Y hay algo que me inquieta en todo ello.

Por la tarde, después de trabajar he ido a una charla sobre los obreros de Zanon, una fábrica de porcelana en Argentina ocupada por sus propios trabajadores y gestionada ahora por ellos mismos. El sindicalista que ha hablado ha dicho que tuvieron que hacerlo porque el capitalismo –“ese monstruo”, ha dicho, qué curioso– no tiene reparos en sacrificar a los más débiles cuando hace falta. Y también que quizás nosotros no lo percibimos todavía, pero intuye que se nos avecina una crisis parecida a la que ha sufrido su país. Bueno, ellos al menos han salido adelante. Aunque han tenido que pelear duro. Se pasaron varios meses acampados frente a la fábrica, sobreviviendo gracias a la solidaridad de obreros de otras fábricas, los maestros de sus hijos… Por ejemplo, cerca de la fábrica ocupada había una cárcel para presos peligrosos. En una ocasión estos dejaron de comer dos días para dar sus raciones a los trabajadores de Zanon. A cambio los obreros de Zanon les ofrecieron material necesario para construir un lugar cubierto en el que recibir a los familiares durante las comunicaciones (hasta entonces debían hacerlo en el patio). Desde ese día cooperativistas y presos se han convertido en uña y carne. Cuando la policía intenta desalojar a los obreros, los presos hacen un motín en la cárcel; o si hay un motín en la cárcel, los obreros de Zanon disparan con tirachinas bolas de porcelana a los antidisturbios desde su fábrica. A la policía últimamente se la ve menos por allí…

He vuelto a casa algo más animado. Cuando he llegado, Urko y Malen estaban en la bañera. La tripa de mi mujer asomaba entre un mar de espuma y Urko estaba recostado sobre ella. Y en el pasillo, los últimos rayos de luz del día se derramaban dorados y cálidos, iluminándolo todo.

Lunes 23 de junio

Llevo tres días de resaca. El viernes por la noche estuve presentando en Logroño un libro que se llama, precisamente, así: Resaca/Hank Over. Un homenaje a Charles Bukowski. Es una selección de treinta y siete autores y yo soy uno de los dos antólogos. Me he pegado dos meses de ciudad en ciudad con el libro: Madrid, Zaragoza, Bilbao… Y cada presentación viene acompañada de una borrachera monumental, como si tratáramos de hacer honor al homenajeado.

En Logroño bebí más de lo habitual (y mi cuerpo de casi treinta y nueve años ya no aguanta como antes). Pero creo que será la última presentación y quería despedirme a lo grande de esta especie de sueño: el libro lo ha sacado una editorial grande, hemos tenido reseñas en periódicos importantes. También llevamos varios meses administrando un blog, con miles de visitas, entradas cada día… Ha sido como jugar, por una vez, en primera división, como colarnos en una fiesta, aunque ha resultado agotador, y ruinoso. En Logroño al menos nos pagaron la gasolina, un hotel de tres estrellas y una cena con entrecot y gin tonic incluidos, pero lo habitual suele ser correr uno mismo con los gastos, alojarse en hostales de mala muerte, comer en restaurantes turcos, vender media docena de libros (normalmente a otros escritores que a su vez te venden sus libros) y gastarse lo que costarían otra media docena en tabaco, cerveza…

Y después volver a casa con esa sensación extraña y frustrante: “¿Pero a alguien le interesa lo que yo escribo?”.

Dentro de unos meses, además, aún será peor, habrá que volver a publicar con editoriales pequeñas, ser ignorado por los suplementos culturales, presentar el libro ante ocho o nueve personas (contando a tu madre, a tu mujer y a un par de amigos)…

Ante ese panorama ¿qué puede hacer uno sino emborracharse como una rata?

Hoy ya me encuentro algo mejor, de todos modos. Incluso me he podido tomar un vaso de vino abajo, en la txistorrada que han organizado los vecinos para la noche de San Juan. Junto a nuestro bloque hay un descampado, y en él varios grupos de chavales han encendido hogueras. Algunas alcanzaban varios metros de altura, mientras a lo lejos, deformados por las lenguas de fuego, se veían resplandecer en el cielo relámpagos. Al final la tormenta ha descargado con fuerza y las hogueras se han apagado. Los vecinos, entonces, han trasladado las mesas a los porches del portal y la fiesta ha continuado ahí. Todavía oigo sus risas y cantos, subiendo por el hueco de las escaleras. El fuego se ha apagado, pero eso no impide que esta siga siendo la noche más corta del año y haya que vivirla deprisa e intensamente. Desde la ventana, veo varios muebles viejos carbonizados, tirados en el descampado, bajo la lluvia. Dicen que ver arder los trastos viejos es señal de buena suerte. Espero que sí. Mañana nosotros tenemos que ir a firmar las escrituras y a recoger las llaves del piso nuevo.

Martes 24 de junio

Acabamos de venir de cenar del chino. Arroz tres delicias, tallarines con ternera y gambas agridulces. Urko apenas ha probado nada, lleva un par de días con fiebre, y después se ha quedado dormido en el coche. Mejor, así no he tenido que llevar a cabo todo el ritual para acostarlo cada día, los lloros para irse a la cama, los tres o cuatro cuentos que hay que leer un par de veces, la media horita tumbado a su lado hasta que está completamente dormido… Al final, cuando me siento a escribir son las diez y media o las once y ya estoy cansado, tengo sueño yo también… No disponer de tiempo para escribir es una de las cosas que más me frustran de mi vida familiar. Es como si tuviera dos vidas, una real en la que los acontecimientos me van superando, venciendo, borrando, y otra, cuando escribo, en la que resisto, me mantengo firme, me reconozco a mí mismo. A veces esas dos vidas se conectan por túneles subterráneos, como el amor que siento por mi hijo y mi mujer, que se filtra como oxígeno hasta mis libros y artículos; otras veces esos túneles se han cegado, se han llenado de porquería, como cuando tengo que escribir para el banco.

Por eso me he propuesto llevar este diario, hacer el esfuerzo, para sobrevivir, de anotar en él aquello que más me ha llamado la atención cada día, ese pequeño pensamiento, anécdota o sensación que le contaría a mi mujer al volver del trabajo; o tal vez el que nunca le contaría. Hoy, por ejemplo, imagino que he debido de mostrarme feliz al salir del notario y visitar por primera vez, llave en mano, la casa en la que vamos a vivir (o al menos a pagar) durante los próximos veinte años… Sin embargo, mientras esperábamos al notario, no podía dejar de vernos a mí y a los que serán nuestros vecinos, como animales a los que conducen al corral o al matadero (y ellos mismos pagan el viaje), ni tampoco de pensar en que todas esas parejas sonrientes y amables hoy se convertirán mañana en gente que me abollará el coche al aparcar en el garaje, a los que oiré discutir, tirarse pedos y follar a través de las paredes de pladur, con los que hablaré del tiempo en el ascensor… Después, ya en la nueva casa, las habitaciones vacías, los cables pelados colgando del techo, los edificios en construcción alrededor, solo han conseguido transmitirme frialdad, no era capaz de imaginarme aún una vida allá dentro, en esa especie de contenedores, de celdas de cemento. Nunca he estado, en realidad, demasiado convencido de tener un piso en propiedad, ni de irme a vivir a una ciudad dormitorio. Tal vez por ello, he dejado que todo el peso de la mudanza lo lleve Malen: la cocina nueva, los electrodomésticos, los papeleos… Pero Malen se está cansando, lo noto, ahora mismo está dormida también en el sofá. Me acerco a ella y la beso, pongo la mano sobre su barriga. Es una sensación rara, porque mi mujer sigue dormida, pero en su interior noto moverse a la pequeña June, reclamando atención. La niña tiene toda la razón del mundo, con ella no es lo mismo que con el primer embarazo, apenas le hablamos, ni imaginamos su rostro… Tan solo sabemos que le gusta la comida china.

Miércoles 25 de junio

Esta mañana me ha llamado El Drogas, el bajo y cantante de Barricada. Lo conozco desde hace unos años, cuando le invité a presentar mi segunda novela (que por cierto transcurría en una fábrica de porcelana, como Zanon), y desde entonces de vez en cuando nos vemos, intercambiamos libros y discos, tomamos un café juntos… Es un tipo que merece la pena tener como amigo y un culo inquieto, siempre metido en mil charcos, en los que chapotea como un niño pequeño mientras los demás nos dejamos gustosamente salpicar. Ahora está preparando un disco con canciones sobre la guerra civil. Yo le he comentado que hace unos días acabé un cuento que trata sobre la fuga de San Cristóbal, el fuerte en lo alto del monte Ezkaba de Pamplona, del que en mayo de 1938 se evadieron unos ochocientos hombres (de los cuales, casi la mitad fueron abatidos como alimañas en el propio monte en los días siguientes). Son historias de nuestra ciudad que nadie nos contó cuando éramos pequeños, y que todavía algunos (quizás no sean muchos, pero sí los que todavía tienen la sartén por el mango) se empeñan en mantener ocultas. Así que alguien tiene que contarlo, aunque sea con canciones de rocanrol o relatos de ficción.

El Drogas me ha invitado a un concierto que darán el próximo sábado en Pamplona, junto a Rosendo y Aurora Beltrán. Dejará dos entradas a mi nombre en la taquilla. Yo casi me he quedado sin habla, emocionado por el gesto. Barricada fue uno de los primeros grupos de rock que empecé a oír con doce o trece años, y desde entonces no he parado de hacerlo. Eran mis héroes y siguen siéndolo, aunque ahora, de vez en cuando, tome café con uno de ellos.

Por lo demás, en el trabajo ha sido un día divertido (por una vez): me he pasado las horas preparando una frase para colocar en unos tablones con los que protegerán las oficinas del banco en el casco viejo durante los próximos sanfermines y con las que se tratará de disuadir a la gente para que no orine en ellos. Toda una mañana escribiendo cosas como “Si meas aquí, el único chiste va ser lo que tienes entre las manos” (luego pondrán lo que les dé la gana, claro, y de todos modos solo servirá para que aquel al que nunca se le hubiera pasado por la cabeza mear en ese lugar lo haga, y se quede bien a gusto).

Además, el viernes vamos a hacer la comida de empresa y esta suele venir acompañada de alguna actividad “guay”. Este año ha tocado paint-ball, esa guerra con balas de pintura, y hoy hemos sorteado los dos bandos. A mí me ha tocado en el del jefe y toda la gente con la que me llevo bien está en el contrario (bueno, en realidad a la mayoría de la gente del trabajo con la que me llevaba bien la han despedido en los últimos meses). Me hubiera gustado pegarle unos cuantos tiros al jefe en su nombre, y otros tantos en el mío propio. Por suerte, todavía me queda eso que llaman “fuego amigo”.

Jueves 26 de junio

Acaba de terminar la semifinal de la Eurocopa. España 3-Rusia 0. ¡Mierda! Sí, yo soy de esos aguafiestas que desean que la selección pierda, juegue contra quien juegue. Algunas personas cuando lo digo me llaman nacionalista o aguafiestas, pero precisamente lo hago para protegerme, por una parte, de ese fervor patrio que se apodera de la gente, los medios de comunicación: España es la mejor, la furia española, etc., y esa actitud chulesca, la manera en que desprecian a los rivales, el público coreando “hijodeputa” al árbitro o a algún jugador contrario (o al entrenador propio) cuando las cosas se tuercen… Y por otra, del bombardeo indiscriminado que viene a continuación, en periódicos, televisión, en el trabajo, en todas las conversaciones, tras cada gesta de estos modernos gladiadores en calzoncillos.

En esta Eurocopa, de todos modos, me está viniendo muy bien que la selección pase las eliminatorias, porque cuando juegan, Malen y yo aprovechamos para hacer la compra, conducir tranquilamente por las rondas hasta las exposiciones de muebles de los polígonos…

Hoy nos hemos tenido que repartir, ella ha ido a la primera reunión de la comunidad de propietarios, y yo a una del colegio de Sarriguren. En realidad todavía no hay un colegio público en Sarriguren, una ciudad en la que están previstas cinco mil viviendas. Es un poco inquietante porque sin embargo ya hay un colegio privado y concertado (y religioso). Eso se llama apostar por la enseñanza pública y laica, sí señor. Todavía no sabemos además si en el futuro colegio público habrá línea en euskara. Por eso ha sido la reunión. Ya hay un grupo de personas que ha empezado a movilizarse, por su propia cuenta, porque el sistema funciona así. Para que se establezca el modelo bilingüe (al que según la ley, tenemos derecho) hay que hacer reuniones, manifestaciones, etc. Hoy en la reunión, en la iglesia de Sarriguren, un barracón provisional, aquello parecía retrotraerme a otras épocas, de reuniones semiclandestinas, fotocopias y octavillas…

Después de la asamblea (que, por otra parte, me ha hecho por primera vez sentirme vecino de Sarriguren, aunque todavía no vivamos allí) he ido a buscar en el coche a Malen, con Urko dormido en el asiento trasero, a la otra reunión, y mientras esperaba a que saliera he leído en el periódico que un grupo de intelectuales ha firmado un manifiesto en defensa de la lengua española porque –dicen– está amenazada.

Sábado 28 de junio

Ayer me pegaron dos tiros en la cabeza. Por suerte las balas eran de pintura, pero sirvieron para darme cuenta de que la guerra no tiene ninguna gracia, ni siquiera cuando es un juego. Es algo extraño, ese gusto por matarnos, aunque sea de mentirijillas, para desahogarnos (en el caso del paint-ball) o cuando los niños juegan a ser soldados, a indios y vaqueros, policías… Supongo que está implícito dentro de nuestros genes, pero creo que también tenemos el deber de rebelarnos contra ello, de intentar aplacar y dominar esa violencia por muy congénita que sea.

En el día de la empresa, además de la guerra con balas de pintura, hicimos también un recorrido por unas cuantas ermitas románicas de la zona de la Valdorba navarra. Visitamos la iglesia de Etxano, un templo católico muy curioso, probablemente el único de toda Europa que en su exterior no tiene elementos decorativos cristianos, sino paganos, alusivos a las saturnales romanas y el dios Juno. Es un misterio quién mandó construir esa ermita, desafiando a la Iglesia romana en una época en la que salirse de la línea se pagaba (todavía) más caro. El guía que nos mostró la ermita, Ander, lleva ya casi diez años investigándolo, desde que se prejubiló, y defiende la teoría de que fue Roberto de Ketton, un inglés de vida azarosa, una especie de Manu Chao medieval (se interesó por diferentes civilizaciones y religiones, la árabe, la romana, tradujo y volcó obras de unas a otras, las mezcló al parecer en la ermita que mandó construir…). Ander ha descubierto que junto a la ermita se levantó en tiempos un palacio. Es curioso porque lo ha hecho gracias a una fotografía aérea de principios del siglo xx