Sergio Marina (Sabadell, 1979) es doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Barcelona (UB) y ha cursado estudios superiores en dirección de empresas, marketing y desarrollo personal.
En sus primeros años de actividad profesional, su interés por todo lo relacionado con el ámbito educativo y empresarial se trasladó, como consecuencia de una profunda transformación interior, a una búsqueda insaciable orientada al conocimiento de sí mismo.
Dirige su propio espacio de salud integrativa (www.delfis.es) desde hace más de una década e imparte conferencias y talleres gratuitos relacionados con el crecimiento personal y el cultivo del mundo interior, que son seguidos por numerosas personas de distintos países a través de su canal de YouTube (YouTube: Sergio Marina).
Apasionado por el estudio comparado de las distintas tradiciones espirituales, la filosofía y la ciencia y comprometido con la defensa de los derechos de los animales, nos invita siempre con humildad a recordar y plasmar en nuestra vida cotidiana una sabiduría que ha acompañado al ser humano desde la noche de los tiempos.
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Texto revisado y editado por Francesc Prims Terradas
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2019, Sergio Marina
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Hace tiempo que conozco a Sergio Marina. Nuestro primer encuentro en la presente encarnación se produjo en unas clases de espiritualidad, en el contexto de un máster que yo impartía en la Universidad de Barcelona, y que él cursaba. A partir de ahí, el devenir de la vida ha posibilitado que surja y enraíce entre nosotros una amistad que, a pesar de vivir a ochocientos cincuenta kilómetros de distancia (él, a las afueras de Barcelona; yo, en el centro de Sevilla), ha extendido sus ramas más allá de nosotros mismos, de tal manera que ha abarcado a nuestras esposas (Lola y Virginia), a los seres especiales con los que convivimos (las perritas Kira, Luna y Nika y el loro Lolo) y a bastantes personas y avatares de nuestro día a día. Ahora bien, no es nuestra amistad lo que me anima a prologar Vivir sin sufrimiento, sino el convencimiento de que se trata de un libro lleno de sabiduría y escrito y publicado al servicio de ella.
Sé que al utilizar el término sabiduría puedo causar confusión acerca de lo que pretendo expresar. Nada más lejos de mi intención. Sin embargo, es verdad que hay ciertas palabras (amor, compasión, fraternidad, voluntad... y la propia sabiduría) que, teniendo un significado fuerte, preciso y claro, han quedado devaluadas por su uso manido y excesivo en el lenguaje, hasta convertirse en débiles, ambiguas y opacas.
En este contexto, escapa del objetivo de este prólogo, dada la envergadura de la tarea, resituar la sabiduría en el lugar que le corresponde. Pero, al mismo tiempo, la adecuada comprensión de Vivir sin sufrimiento requiere podar la sabiduría de interpretaciones indeterminadas, equívocas o simplemente erróneas. Buscando un punto de equilibrio entre ambas consideraciones, dedicaré estas líneas no a ofrecer un avance de lo que el texto aporta con relación a muy diversos temas o sobre la estructura de los veintiún capítulos que lo configuran –asuntos que son bien tratados en la Introducción–, sino a compartir algunas reflexiones sobre la sabiduría. Mi intención es contribuir a subrayar lo que esta conlleva y representa en realidad, con el fin de que resalten en mayor medida los contenidos del libro que revisten un interés más crucial.
En particular, me detendré en tres cuestiones que estimo tan básicas como esenciales:
En lo relativo a lo primero, hay una sabiduría primordial que delinea la naturaleza del universo y de todo lo que hay en él, incluida la humanidad, y la integra en una Realidad Única, Una o Última. Esta sabiduría sin edad le fue otorgada al género humano desde que este existe, lo acompaña a lo largo de su historia y ha nutrido y promovido –y lo sigue haciendo– su evolución en consciencia.
Ciertamente, la sorpresa y la extrañeza suelen ser las reacciones de la mayoría de las personas cuando se hace mención a esta sabiduría sin edad. Sin embargo, son numerosos los hechos que hablan a favor de su existencia, siendo probablemente el más obvio la enorme similitud de fondo que hay entre todas las religiones y tradiciones espirituales del mundo, más allá del ámbito cultural, el momento histórico y el espacio geográfico específico en el que aparecieron y se desarrollaron. Esto es algo suficientemente conocido y contrastado. Y, lejos de ser fruto de la causalidad, muestra que una sabiduría perenne ha estado siempre subyacente en el devenir de la humanidad, vivificando su desenvolvimiento.
Es más, esta base común de todas las religiones no solo evidencia que hay una sabiduría original en la que se sustentan. También nutre el convencimiento de que quienes impulsaron dichas religiones están ligados entre sí de una manera tan sutil como rotunda. En definitiva, hay claros indicios de que pertenecían a una misma fraternidad. En los ciclos pasados de la evolución, han tenido como misión instruir y guiar a la humanidad nacida sobre nuestro planeta. Y lo han hecho por medio de transmitir a las razas y naciones las verdades espirituales y conscienciales fundamentales de la forma más adecuada según las necesidades concretas de aquellos que debían recibirlas. Y en esta labor, tal como escribió Annie Besant en su obra de 1897 titulada La sabiduría antigua, han sido ayudados por una pléyade de individuos un poco menos elevados que ellos, iniciados y discípulos de grados diversos, eminentes por su intuición espiritual, por su saber filosófico o por la pureza y ética manifestadas en su vida. Tales hombres y mujeres son los que han dirigido a los pueblos nacientes; los civilizaron y les dieron leyes –como monarcas los gobernaron, como filósofos los instruyeron y como sacerdotes los guiaron–. Así es como todos los pueblos de la Antigüedad hablan de seres humanos insignes, semidioses y héroes que fueron determinantes para ellos, de los que se han descubierto vestigios en las respectivas literaturas, códigos y monumentos.
A partir de esto, recalca Besant:
Muy difícil parece negar la existencia de semejantes hombres y mujeres, en presencia de la tradición universal de los documentos escritos aún subsistentes y de las ruinas prehistóricas, por no citar otros testimonios que recusaría el ignorante. Los libros sagrados de Oriente son los más fidedignos testimonios de la grandeza de quienes los escribieron. ¿Qué puede compararse con la sublimidad espiritual de su pensamiento religioso, con el esplendor intelectual de su filosofía, con la amplitud y pureza de su moral? Ahora bien, cuando hallamos que sus contenidos sobre Dios, el universo y el ser humano son enseñanzas substancialmente idénticas, bajo la múltiple variedad aparente, no será temerario referirlas a un cuerpo céntrico y original de doctrina. A este cuerpo doctrinal le damos el nombre de sabiduría divina, que es lo que significa la palabra griega teosofía. 1
Pasando a la segunda de las tres cuestiones planteadas, siempre ha habido hombres y mujeres que han conocido, reconocido y guardado esa sabiduría y la han compartido con los demás a través de su vida, su obra y sus experiencias. Son los sabios y sabias de todos los tiempos, los grandes personajes históricos que supieron percibir la existencia de esa sabiduría sin edad y que, bebiendo de tan primorosa fuente, compartieron los frutos que en cada uno dio vertiéndolos en la ciencia, la filosofía y la espiritualidad. Lo hicieron desde una visión universal de la vida que rompió las barreras temporales de los contextos históricos concretos.
Estas personas excepcionales estuvieron ya presentes en civilizaciones tan antiguas como la mesopotámica (de Sumeria a Babilonia) y la India y el Egipto arcaicos. De su mano, con el paso del tiempo, florecieron el hermetismo y las llamadas Escuelas de Misterios, que proliferaron en numerosas partes del mundo, especialmente en el Medio Oriente y Europa. Posteriormente, fueron los grandes pensadores que en la Grecia clásica y en Asia Menor crearon lo que hoy se entiende como filosofía. Y, más tarde, en Roma y Alejandría generaron un rico bagaje neoplatónico y gnóstico que, pasando por la alquimia, la cábala y la mística de las grandes religiones, enlazó con el posterior desarrollo del pensamiento abstracto y práctico tanto en el mundo árabe como europeo, llegando en este hasta el Renacimiento y la Ilustración.
En este discurrir histórico vasto, dinámico y pujante tiene peso y protagonismo lo que Karl Jaspers, a partir de los tres volúmenes de su obra Filosofía, definió como la era axial –La gran transformación, en la acepción aportada por Karen Armstrong en su libro así titulado–: un fecundo periodo histórico, que se extendió entre los años 800 y 200 a. C. aproximadamente, en el que, de manera simultánea y sin conexión visible entre sí, surgieron grandes sabios que, en los ámbitos espiritual, filosófico y científico, definieron una línea transcendente de reflexión, pensamiento y acción muy similar en tres zonas geográficas ubicadas entre los paralelos 20 y 40 del hemisferio planetario: China (con el taoísmo, el confucianismo, el moísmo y las cien escuelas de pensamiento); la India (con las derivaciones de los textos védicos, los Upanishads, el brahmanismo, el budismo, el jainismo, etc.), y el área comprendida entre Oriente Medio (con el zoroastrismo, etc.) y el Mediterráneo helénico (con los grandes filósofos griegos) y hebreo (con los profetas del judaísmo).
Las generaciones posteriores jamás han dejado de beber de estas fuentes primigenias. Es ahí, en esos lugares y a lo largo de esos seiscientos años, donde nace lo humano tal como hoy lo concebimos: el hombre se hace consciente de sí mismo y de sus limitaciones; toma protagonismo la actividad reflexiva y los filósofos aparecen en público por primera vez en la historia; y, gracias a ello, surgen todas las corrientes sobre las que se asienta el pensamiento contemporáneo. Se trata, por tanto, de una fase histórica en la que emergen y convergen brillantes personajes, verdaderos rayos de sabiduría que, lejos de cualquier fanatismo, se hacen suyos los conocimientos legados hasta entonces por otros, los expanden y los elevan en sus contenidos e implicaciones. Y ponen todo ello a disposición de las generaciones futuras, dando lugar así al núcleo central sobre el que pivota la capacidad de introspección y análisis de la humanidad hasta nuestra era. Ni Jaspers ni otros eruditos interesados en el asunto han podido vislumbrar ninguna explicación, razón o vínculo aparente para un suceso tan colosal; tampoco han sido capaces de establecer que hubiese ninguna interconexión entre los pueblos mediterráneos, indios y chinos durante esa época.
Los nombres de bastantes de estos personajes insignes que, desde Sumeria hasta el momento presente, han configurado la ciencia, la filosofía y la espiritualidad de todos los tiempos son hoy, en buena parte, conocidos y reconocidos. Otros son «anónimos», es decir, no aparecen en las enciclopedias. Pero todos, viviendo en periodos muy distintos y en lugares muy distantes, han dejado una marcada huella en el devenir de la humanidad y constituyen el soporte fundamental de su actual acervo y patrimonio transcendente.
Por fin, en cuanto a la tercera y última de las cuestiones inicialmente formuladas, cada ser humano atesora la sabiduría que nos ocupa en su interior más íntimo y sagrado, es decir, en la esencia divina que mora en su seno, configurando su genuino Ser. Por este motivo, el acceso a la sabiduría no constituye tanto un proceso de aprendizaje como de recuerdo; de recuerdo de lo que somos y de lo que es, como afirma Sergio Marina. La falta de consciencia y conocimiento de esta sabiduría se debe, en definitiva, a un estado de olvido o amnesia respecto de nuestra verdadera realidad.
¿Te resulta difícil percibir en ti y en la gente la esencia divina mencionada? Debes saber que a ella se han referido a lo largo de la historia, con una denominación u otra (Espíritu, Atma...), las tradiciones espirituales que han intentado desvelar y entender nuestra verdadera naturaleza. Encontramos ejemplos al respecto en escrituras tan antiguas como los Vedas y en las tradiciones iniciáticas de Egipto y Oriente, así como en el hermetismo, los filósofos clásicos griegos, los neoplatónicos, los gnósticos, los cabalistas y en casi todas las grandes religiones. Desde perspectivas diversas, coinciden en señalar la existencia en el ser humano de una serie de principios o componentes que, aunque formen parte de un todo (de cada persona) e interactúen entre sí, son distinguibles, gracias a que cada uno tiene su propia idiosincrasia.
Grandes hombres y mujeres han difundido distintos tipos de clasificación de estos componentes: la división trina de los filósofos griegos y el cristianismo (cuerpo, alma y espíritu), la estructura quíntuple del vedanta, el árbol sephirotal de la cábala y, por supuesto, la llamada constitución septenaria del ser humano. Esta última, tras permanecer durante milenios como un conocimiento reservado a iniciados, fue formulada y divulgada públicamente a finales del siglo xix por personas de gran talla espiritual e intelectual, Helena Blavatsky principalmente. El libro que tienes en tus manos aborda con detenimiento la constitución septenaria en la segunda parte.
Gracias a todas estas aportaciones, podemos contemplar en el ser humano una parte efímera y pasajera y otra imperecedera y, por tanto, ajena a cualquier tipo de muerte. Metafóricamente, me gusta referirme a la primera como al «coche», y a la segunda como al «Conductor», el Yo Superior del que se habla en la parte final de este libro. Y esto es lo que realmente somos: un Conductor que encarna en un coche (nuestro yo físico, emocional y mental y la personalidad a él asociada) para experimentar la vivencia humana. Y en el Conductor radica la esencia divina antes citada. Dicha esencia es una emanación o radiación diferenciada, pero nunca separada o fragmentada, de una Realidad Única inmanifestada de la que deriva todo cuanto existe y en la que todo vive y se sostiene; es el Espíritu o Atma que, siendo uno, se halla en cada individuo de manera análoga a como el aire que respiramos, siendo obviamente uno, se encuentra en cada cual al respirar.
Conforme una persona va dejando de identificarse con el coche (su yo físico, emocional y mental) y empieza a percibirse y a vivir como el Conductor que es, el recuerdo de la reiterada sabiduría empieza a producirse de modo natural y se hace cada vez más intenso. El olvido o amnesia comienza a desaparecer, y brilla de forma cada vez más radiante y certera el recuerdo de lo que somos y de lo que es.
Te animo, lector, a indagar fuera y dentro de ti para encontrar la sabiduría y nutrirte con ella hasta poner fin al olvido que tanto sufrimiento te provoca.
Dentro de ti, porque se halla en la divina pureza que atesoras. Y fuera de ti, porque está a tu disposición en la sabiduría sin edad que nos acompaña desde siempre y en las aportaciones de los sabios y sabias de todas las culturas y épocas.
Dentro de ti, porque el conocimiento de uno mismo, columna vertebral de la segunda parte de las páginas que siguen, es la clave para salir de la amnesia que causa el sufrimiento humano y para avanzar por el sendero que conduce a la autotransformación. Y fuera de ti, porque la vida que eres y te rodea –que es Una, aunque se manifieste en infinidad de formas y modalidades– merece tu reverencia y tu confianza. Puedes confiar en la vida a partir de comprender que todo tiene su sentido profundo, su porqué y para qué, y que las «noches oscuras» que puedan aparecer son realmente factores de impulso para un proceso de crecimiento personal, desarrollo consciencial y evolución espiritual que finalmente te llevará a vivir en una felicidad incausada que es el estado natural de nuestro Ser y, por tanto, el tuyo.
Espero que este libro te proporcione pistas importantes para descubrir y vivir la sabiduría o, lo que es lo mismo, para vivir sin sufrimiento.
EMILIO CARRILLO
https://emiliocarrillobenito.blogspot.com.es
Punta Umbría (Huelva), julio de 2018
1 Annie Besant. La sabiduría antigua. Biblioteca Upasika, colección Teosofía 900, pág. 3. La edición original, en inglés, es de 1897.
Quisiera, amigo lector, hablarle a tu corazón, y mantener, si me lo permites, un pequeño compartir de Ser a Ser. Desde mi profundo sentir puedo decirte que todo lo que vas a leer en este libro tú ya lo sabes; no hay nada nuevo de lo que no seas conocedor. Quizá a tu mente racional puedan aparecerle algunas dudas ante tal afirmación, pero tu Ser interior, donde residen toda tu sabiduría y discernimiento, sabe que esto es así; sabe que la sabiduría no se adquiere, puesto que es inmanente, si bien a veces es necesario evocarla, en el proceso de un bonito y precioso recordar.
El libro que tienes en tus manos constituye una invitación al recuerdo de lo que somos y al recuerdo de lo que es, con un claro propósito: vivir libres de todo sufrimiento. Muchos grandes hombres y mujeres de todas las épocas, culturas y tradiciones espirituales y filosóficas han compartido con su vida, ejemplo y evolución en consciencia la forma de lograrlo. Han manifestado la sabiduría sin edad que ha acompañado a los seres humanos a lo largo de su existencia y que, a día de hoy, sigue estando presente en todos nosotros.
Vivir sin sufrimiento tan solo pretende, modestamente, invitarte a tomar consciencia de tu vida, por medio de enfocar tu mirada en un lugar concreto y preciso: en tu interior. Esta mirada introspectiva constituirá un claro empuje hacia tu transformación interna, necesaria e indispensable, a su vez, para la transformación externa que tanto anhelas. Tú y solo tú eres el único responsable de tu vida, de tu existencia, de tu sufrimiento. Tenlo siempre presente.
Vivir sin sufrimiento es una clara invitación a que puedas vivir una vida plena y satisfactoria, sin perderte en el mundo de las ideas y los conceptos. Desde el primer momento podrás trasladar a tu cotidianidad, a tu día a día, el conocimiento intemporal que en esta obra se recuerda. La espiritualidad es pura experiencia; no consiste más que en vivir viviendo. Así de claro y sencillo.
Observando el mundo en el que vives, y observándote a ti mismo, podrás reconocer cuánto dolor y sufrimiento están presentes por doquier, de forma manifiesta o subyacente. Este sufrimiento no solo afecta a los humanos, sino también a todos y cada uno de los seres sintientes que nos acompañan.
Si queremos poner fin a todo este sufrimiento, deberemos empezar por conocernos a nosotros mismos en profundidad, por conocer nuestra verdadera naturaleza como seres humanos y mitigar, así, nuestro propio sufrimiento.
Cuando emprendemos este camino de introspección, comenzamos a vislumbrar que quizá no hemos estado viviendo nuestra vida de forma tan consciente como pensábamos. Seguramente nuestra vida se ha convertido en una forma de existencia automatizada, carente de sentido y entregada a los vaivenes continuos de nuestra personalidad. Vivimos en nuestra propia cárcel, desprovistos de libertad, esclavos de nuestro cuerpo, de nuestros pensamientos, de nuestras emociones, de nuestros deseos, de nuestros miedos y de tantas otras cosas que nos atan. Sobrevivimos sumergidos en la queja y en la protesta constantes y, además, un profundo sentimiento de insatisfacción nos acompaña a cada momento. Por si fuera poco, como consecuencia de lo fuertemente aferrados que estamos a nuestra personalidad, nos sentimos separados de la vida y de todos los seres que en ella habitan.
Todo ello, lamentablemente, nos conduce a desconfiar de la vida, a juzgarla y a no aceptarla tal como es. Invertimos gran parte de nuestra energía y esfuerzos en intentar cambiar no solo nuestra realidad, sino también la de las personas que tenemos a nuestro alrededor.
Estos son algunos síntomas que ponen de manifiesto que el sufrimiento está presente en tu vida, en mayor o menor medida. El sufrimiento no te permite vivir la vida conscientemente, tan solo consumirla de forma dual. La reduces únicamente a estados transitorios que etiquetas como buenos o malos, positivos o negativos, según si te producen bienestar o malestar. Cada experiencia que vives la etiquetas y clasificas según tu patrón de pensamiento, y esto te limita por completo a la hora de vivirla y disfrutarla como tal.
Vivir sin sufrimiento está estructurado en dos partes, a fin de facilitar la comprensión y la lectura. En la primera parte, todos los capítulos están orientados a comprender la verdadera naturaleza del sufrimiento que experimentamos en nuestro día a día. En ellos se debate acerca de si la vida tiene o no sentido, si los problemas son reales o ilusorios, si la felicidad existe verdaderamente, si los miedos que aparecen en nuestra vida son objetivos, si la forma en que queremos o amamos tiene que ver con el sufrimiento, etc. También se dedican unas líneas a hablar de la muerte con naturalidad y trato de darte algunas herramientas para que puedas descubrir cuál puede ser tu propósito vital. Otros temas son la responsabilidad personal ante la vida, el aquí-ahora como único espacio de libertad para vivir y la importancia de la confianza, la aceptación y el fluir como actitudes fundamentales para vivir felices en ausencia de sufrimiento.
En la segunda parte del libro nos acercaremos con detalle al conocimiento de uno mismo. Conocer al ser humano en profundidad nos permitirá tomar consciencia de nuestra doble naturaleza: la física, que se expresa a través de nuestra personalidad, y la espiritual, que se manifiesta a través de nuestra Individualidad. Se ahondará en todos y cada uno de los vehículos que forman parte de nuestra personalidad, y que nuestra divinidad emplea para vivir nuestra experiencia humana. Veremos la importancia de conocerlos con detalle; sabremos cuáles son sus prestaciones y cómo podemos armonizarlos y equilibrarlos a fin de ponerlos a nuestro servicio y tenerlos totalmente a nuestra disposición. Todo ello facilitará que nuestra dimensión espiritual, progresivamente, vaya tomando el mando consciente de nuestra vida.
Finalmente, se hablará de nuestra dimensión divina y eterna, de lo que somos de verdad y en esencia. Ahí residen la sabiduría, el amor y la felicidad que emanan de nuestro Ser interior.
Verás que al finalizar cada capítulo se incluyen algunas orientaciones prácticas en línea con lo compartido, con el propósito de que puedas incorporarlo en tu día a día, si así lo sientes. Vuelvo a insistir en que todo lo que encuentres en este libro debe ser vivido, y, para ello, has de abrirte a la magia de la experiencia. Recuerda siempre que pequeños cambios producen grandes resultados.
Si te parece, en este precioso aquí-ahora empezamos este hermoso viaje rumbo a las profundidades de tu interior. Deseo de todo corazón que dicha aventura sea transformadora para ti, que la vivas con gozo y acabe por liberarte de todo sufrimiento.
Capítulo 1
La vida nunca se torna insoportable por las circunstancias,
sino por la falta de sentido y propósito.
Viktor Frankl
Seguramente, en alguna ocasión te habrás hecho esta pregunta tan sumamente transcendental y de gran valor espiritual:
¿Tiene sentido la vida?
Tal vez ese cuestionamiento vino precedido de un proceso de sufrimiento personal de cualquier índole: la pérdida de un ser querido, una ruptura sentimental, una enfermedad, un problema laboral, una sensación de vacío existencial, etc. O tal vez no; también es posible que dicho cuestionamiento lo efectuases en el contexto de un análisis introspectivo, marcado por la quietud y el sosiego, en el que trataste de dilucidar esta cuestión.
En cualquier caso, si te hallas enfrentado a esta pregunta, te encuentras en un ámbito transcendental en el que la mente racional y concreta 1 tiene muy poco que decir. ¿Por qué? Porque la mente concreta, de entrada, nos conduce a plantear la respuesta en términos duales y de separación.
Según el abordaje de la mente concreta, yo, como ser humano, estoy separado de la vida. La vida y yo somos diferentes, y por tanto el sentido de la vida dependerá de los acontecimientos que se vayan desplegando en mi camino, computados en estos términos: ¿es positivo o negativo para mi persona lo que está ocurriendo?
Date cuenta de que esta mente dual, esta mente que parlotea sin cesar, la cual analizaremos con mayor detalle más adelante, no nos permite ver la realidad como es. Esta mente nos induce a interpretar y juzgar la vida constantemente a partir de nuestro sistema operativo mental, es decir, según nuestras creencias.
Las creencias que albergamos son los velos y filtros que distorsionan la forma que tenemos de ver la realidad en todas sus manifestaciones. Nos conducen irremediablemente a vivir sumidos en una auténtica ilusión (maya) 2 que, paradójicamente, consideramos real. Sin embargo, no hay nada más alejado de la realidad que esta ilusión.
El hecho de abordar la vida a partir de nuestros sistemas de creencias hace que nos encontremos en una actitud de polarización, de forma permanente. Todo aquello que llega a nuestra vida lo etiquetamos y juzgamos en función de nuestros sistemas y formas de pensamiento. Si nuestro veredicto es favorable, lo aceptamos de buen grado, pero en caso contrario, nos confrontamos con ello. El resultado de esta dinámica es siempre el mismo: vivimos en un estado de sufrimiento permanente.
Pongamos como ejemplo algo tan cotidiano como la temperatura ambiental. Si según mi sistema de pensamiento considero que el frío no me va bien o sencillamente no me gusta, y que solo estoy satisfecho si hace calor, me decantaré totalmente por este último. Esta situación me llevará a experimentar un sufrimiento continuo siempre que me encuentre en un entorno en el que haga frío. El hecho de no integrar el frío, conceptual y vivencialmente, hace que sea inevitable que sufra cada vez que este fenómeno esté presente en mi vida.
No experimentaríamos tanto sufrimiento si renunciásemos a contemplar la realidad en términos de opuestos mutuamente excluyentes y, en su lugar, la contemplásemos en términos de grados. Atendiendo al principio de polaridad –una de las siete leyes universales desarrolladas por el hermetismo–, el frío y el calor tienen una naturaleza idéntica. Son opuestos y complementarios al mismo tiempo, y lo único que los distingue es un cambio de grado. Ocurre lo mismo con otros elementos que la mente concreta concibe como pares de opuestos, como la luz y la oscuridad, el amor y el odio, lo femenino y lo masculino, la noche y el día, el bien y el mal, etc.
Cuando somos capaces de ir transcendiendo los opuestos e ir integrando sus elementos constituyentes en nuestra vida, estamos cada vez más cerca de conectar con la paz que anida en lo más profundo de nuestro Ser interior. Buda alcanzó el nirvana, la liberación, gracias precisamente a la moderación y la huida de los extremos, el sendero que denominó camino del medio. El gran filósofo griego Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.) también hizo mención a esa moderación, y lo puso de manifiesto en el concepto conocido como dorada medianía. Del mismo modo, Ken Wilber expresa de forma metafórica que la integración de las polaridades nos permite situarnos en el reino de los cielos, es decir, liberarnos de todo sufrimiento.
Un par de opuestos no tan evidente, pero por el que regimos nuestra forma de entender la existencia, es el constituido por la vida/quien vive la vida. Ahora bien, cuando nos situamos en una posición no dual –cuando nos ubicamos en una consciencia de unicidad o transpersonal–, 3 nos damos cuenta de que no existe diferencia entre la vida misma y nosotros.
La vida es una y se despliega en mí y a través de mí. Por tanto, yo soy la vida misma.
Manifestaba sabiamente el gran teósofo Taimni (1898-1978) en su obra Autorrealización por medio del amor, en relación con lo expresado, lo siguiente: «Cada hombre es absolutamente para sí mismo el sendero, la verdad y la vida».
La vida es como un océano infinito que despliega sus olas al viento, las cuales, a su vez, forman parte del océano mismo. Como bien expresó el gran maestro sufí Rumi (1207-1273), «tú no eres solo una gota del océano; eres el mismo poderoso océano en una gota».
La unicidad, tan bellamente representada por la metáfora del océano, es mucho más que un concepto poético. La ciencia la ha puesto ya de manifiesto desde distintos abordajes, como la teoría de los campos mórficos o morfogenéticos desarrollada por Rupert Sheldrake, la teoría holográfica iniciada por Dennis Gabor o el entrelazamiento cuántico (paradoja EPR) formulado por Einstein, Podolsky y Rosen. Y esta unicidad se manifiesta en la diversidad que presenciamos, en la que todos y cada uno estamos unidos y conectados.
Sabemos con certeza que todo lo manifestado en el cosmos, absolutamente todo, incluidos nosotros, los seres humanos, es energía, vibración, información organizada, cuyo origen nos mantiene unidos y conectados.
Con esta comprensión puedes empezar a tomar consciencia de que todo lo manifestado forma parte de ti y de que tú, a tu vez, formas parte de ese todo. Como indicaba el gran ser y maestro espiritual Krishnamurti (1895-1986), nuestra dimensión espiritual nos permite descubrirla en todas y cada una de las manifestaciones de la vida.
Tú y la vida sois lo mismo. No existe distinción, ni separación, entre tú y todas las formas, expresiones y manifestaciones de la vida. Detente por un momento y siente en tu interior la unicidad que se expresa en la diversidad. ¿Puedes identificarte con la vida? ¿Puedes sentir que ella y tú sois uno y lo mismo?
Es el momento de retomar la pregunta inicial: ¿tiene sentido la vida? Cierra los ojos y permite que tu corazón responda.
Desde la consciencia transpersonal, que se apoya en nuestro Ser interior y, por tanto, está desvinculada del ego, podemos darle un claro sentido a nuestra vida. Este sentido se fundamenta en algo tan sencillo y a su vez tan complejo como es vivir la vida misma. Sí, has leído bien. Desde esta posición, la vida tiene un claro sentido: ser vivida.
Puedo oír tus objeciones: «¡Vaya novedad! Desde el momento en que estoy vivo, es evidente que estoy viviendo la vida». ¿Estás seguro? Estoy hablando de vivir la vida, en mayúsculas. La vida está dispuesta para ser vivida en este instante, en este maravilloso aquí-ahora. ¿Es así como la estás abordando, libre de la polarización, libre de los juicios? ¿Estás viviendo la vida con agradecimiento, con confianza y aceptación, con dicha y felicidad y con un profundo amor incondicional hacia todas y cada una de las formas de vida existentes? Pues bien, es así como te invito a vivir.
Debemos darnos cuenta de que a medida que nos vamos desidentificando de nuestra personalidad 4 y comenzamos a vivir la vida desde nuestra dimensión espiritual, empezamos a desarrollar paulatinamente un profundo discernimiento, o viveka. 5 Esta linterna interior se enciende y nos permite iluminar todo lo que nos ofrece la vida sin efectuar distinciones, sin establecer categorías, con plena entrega y aceptación. Como nos recuerda un hermoso proverbio zen, «todo lo que vivimos es digno de ser vivido».
Este sentir de nuestro corazón nos permite vivir en armonía y en un estado de felicidad interior (ananda) 6 que nos posibilita otorgar un claro sentido a nuestra existencia. Sabemos con discernimiento que todo cuanto acontece en nuestra vida responde a un porqué y a un para qué, que todo encaja, que todo está en su sitio, que nada sobra ni falta. Desde esta sabiduría profunda estamos plenamente convencidos de que todas las circunstancias y acontecimientos que nos va presentando la vida guardan una íntima relación con nosotros, con nuestro crecimiento personal y con nuestra evolución en consciencia.
Esto nos permite vivir sin quejarnos. Una vez que nos hemos despreocupado de qué va a aparecer en nuestra vida, podemos centrarnos en cómo vamos a vivir cualquier acontecimiento que se presente, sin juzgarlo. Recibimos lo que aparezca con los brazos abiertos y con confianza, dispuestos a experimentar la magia de la vida.
Desde este estado de consciencia, podemos gritar a los cuatro vientos que la vida sí tiene sentido: ¡ser vivida!
Te recuerdo, estimado viajero, que todo lo compartido no es una creencia más. Es pura experiencia, que requiere ser vivida. ¡Ábrete a vivirla; no pierdes nada!
Algunas acciones para incorporar YA a tu vida:
- Observa todas las creencias que se manifiestan una y otra vez en tu vida y cuáles son tus reacciones ante ellas.
- Cuando acontezca una situación y sepas de antemano cómo vas a responder, guarda silencio, cierra los ojos y permítete actuar siguiendo lo que sientas en ese preciso instante. Haz la prueba.
- Empieza a integrar en tu día a día aquellas cosas que consideras «negativas» o que, simplemente, te generan malestar. El reconocimiento y la aceptación de las mismas te ayudará a integrarlas en tu vida.
- Antes de empezar el día muéstrate agradecido a la vida y exprésalo como mejor sientas. Recuerda que tú eres la vida misma.
- Trata de vivir un solo día sin quejarte. Cuando lo hayas conseguido, intenta hacerlo durante dos días, después tres días, y así sucesivamente.
1 La mente racional la asociamos al manas inferior (manas es un término sánscrito).
2 Término sánscrito.
3 Término empleado por numerosos autores, como Wiligis Jäger, Stanislav Grof, Ken Wilber, Claudio Naranjo o Roger Walsh, entre otros, el cual hace referencia a una consciencia que va más allá del yo (de la personalidad).
4 En este libro, la personalidad guarda relación con el cuerpo físico, el cuerpo etérico, el cuerpo emocional y el cuerpo mental tomando como referencia la constitución septenaria del ser humano, en la cual se profundiza en la segunda parte de esta obra.
5 Término sánscrito.
6 Término sánscrito.
Capítulo 2
Quien mira hacia fuera, sueña.
Quien mira hacia dentro, despierta.
C. G. Jung
Fruto de nuestra confusión e ignorancia, depositamos nuestro anhelo de felicidad en determinados elementos externos, ajenos a nosotros. Ejemplos de estos elementos son ciertas posesiones materiales, personas, afectos, condiciones económicas, etc. Si gozamos de ello, consideramos que tenemos bienestar... Pero todos estos elementos están sujetos a una gran inestabilidad, a la ley de la impermanencia. O bien desaparecen tal como han llegado o bien vivimos con la angustia de que podemos perderlos. Es así como nuestras mismas fuentes teóricas de felicidad acaban por hacernos sufrir, una y otra vez.
Desgraciadamente, entramos en un bucle continuo y permanente de sufrimiento del que no podemos escapar. Sufrimos por cualquier cosa, por cualquier motivo, y nos convertimos, inconscientemente, en adictos al sufrimiento. Día tras día, mes tras mes, año tras año, vida tras vida, el sufrimiento siempre nos acompaña.
Los orientales denominan samsara al ciclo de nacimientos, vidas, muertes y encarnaciones (renacimientos) marcado por el sufrimiento. Este proceso tiene lugar hasta que el ser humano consigue alcanzar la liberación (moksha 1 /nirvana 2) por sus propios medios.