© NARCEA, S.A. DE EDICIONES, 2019
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Imagen de la cubierta: IngImage
ISBN papel: 978-84-277-1316-1
ISBN ePdf: 978-84-277-1654-4
ISBN ePub: 978-84-277-2537-9
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ÍNDICE
Prólogo, por ÁNGELES GALINO
Humano con el humanismo verdad, por PRESENTACIÓN GALLEGOS
Antropología y solidaridad en Pedro Poveda, por JOSÉ M.a CALLEJAS
La religación a Dios, dimensión constitutiva de lo humano, por FELISA ELIZONDO
Las «encarnaciones» de Pedro Poveda, por NORBERTO ALCOVER
Pedro Poveda: humanismo atrayente y magisterio teresiano, por FLAVIA PAZ VELÁZQUEZ
La figura del maestro en el pensamiento pedagógico de Pedro Poveda, por MARÍA DOLORES PERALTA
El valor del estudio en la propuesta educativa de Pedro Poveda, por CIRA MORANO
Pedro Poveda, forjador de puentes, por JOAQUÍN RUIZ-GIMÉNEZ CORTÉS
PRÓLOGO
Con motivo del primer centenario del nacimiento del Beato Pedro Poveda, la Unesco incluyó su nombre en el calendario de celebraciones de 1974. Respondía así a la difusión e interés de su pedagogía y a las peticiones de varios países como Bolivia, Brasil, Colombia, España y Perú. Los motivos de la decisión ponían de relieve principalmente su condición de pedagogo y humanista. En la Conferencia promovida por la Unesco en su sede central, el cardenal Poupard —entonces rector del Instituto Católico de París— desarrolló la dimensión humanista,, Gabriela Araníbar; la significación de la mujer en el mundo de Poveda y Víctor García Hoz, la pedagogía pove-daña en su vertiente de formador de educadores.
Antes y después de aquella fecha no han dejado de aparecer estudios sobre el pensamiento y la obra de don Pedro Poveda que ahondan en los aspectos mencionados y descubren nuevas facetas1.
En la publicación que hoy aparece se han reunido artículos de autores diferentes, referidos unos a la imagen de hombre y de mujer que subyace en la pedagogía povedana, otros a la concepción básica de la educación en este autor, a alguna dimensión especialmente significativa, o a la figura del maestro, todos los cuales responden a capítulos decisivos del pensamiento y la acción del Beato Pedro Poveda.
Puesta en el trance de hacer el prólogo, me aproximo al tema subrayando algunas preguntas de don Pedro Poveda, que siempre consideré referencias significativas en el pensamiento y aun en la vida de Poveda.
Sea la primera: ¿Dónde estoy? Pregunta que Poveda recomienda para hacérsela uno a sí mismo con cierta frecuencia. La respuesta inmediata a la pregunta dónde estoy, es el concebirse como «obligado» a acudir a la cita con su tiempo.
El joven sacerdote Poveda, inicialmente, está acuciado por la situación de los hombres y mujeres que habitan la parte marginada de Guadix, el barrio de las cuevas. Un amor efectivo, ya que la bondad cristiana implica, de suyo, la orientación hacia el otro: él reaccionará creando escuelas.
En los años fecundos de lo que Flavia Paz Velázquez ha titulado Meditación de Covadonga2, don Pedro estará en el amplio panorama de la vida nacional interesado con el mundo de la educación. Allí publica artículos y folletos en torno a la enseñanza nacional y a la pedagogía que por aquellos años está afianzando su estatuto epistemológico:
«Que son temas interesantes ¿quién lo duda? Que de su acertada solución depende, en gran parte, el bien de la nación ¿quién lo niega? Que para llegar a resolverlos satisfactoriamente se necesita tiempo, competencia y estudio ¿quién lo desconoce?»3.
Más tarde confesará que en ese tiempo fraguó su vocación de educador de educadores4, lo que él llama el ideal de su vida.
Años de lectura, de reflexión y de información, también lo son de comparar para establecer conclusiones.
«Si nosotros hubiéramos tomado en serio la pedagogía desde la época en que de ella se ocuparon seriamente las naciones que hoy nos las enseñan, tendríamos hoy; ¡cómo no!, hombres, libros, maestros, escuelas, métodos, material científico y todo lo que pueden presentar con honras para su pueblo, y provecho para sus habitantes, Alemania y Suiza, Inglaterra y Francia»5.
La cita con su tiempo le salva de cualquier anacronismo.
Tiempos de lanzar proyectos, como su Ensayo de Proyectos Pedagógicos6 o la necesidad de introducir el estudio de la pedagogía en la formación sacerdotal, acudiendo a «Herbart, Rein, Natorp, Mathews, Sully, Paulsen y otros...»7. Tiempos de lanzar en el Discurso oficial de Apertura de Curso una reforma de estudios en los Seminarios en concordancia con las preocupaciones intelectuales del nuevo siglo que se había autodenominado «El Siglo del Niño».
«Yo que tengo la cabeza y el corazón en el momento presente», escribirá otra vez8. Pero no cae en la miopía de los «presentismos» porque considera el presente con mirada histórico crítica, y porque cree en la persona humana capaz de crear futuros nuevos. Su manera modesta y constructiva de participar responsablemente en el tiempo que le toca vivir, kairos, sigue siendo una invitación desde la historia real y desde la esperanza cristiana. Una invitación no fácil pero fecunda.
«Hablemos de las alumnas. ¿Habéis pensado detenidamente en la situación en que se encuentran?»9. Dirige la pregunta a profesoras, tutoras, orientadoras, consciente de que las mujeres han vivido con una violencia peculiar la revolución de los valores tradicionales que caracteriza la conciencia contemporánea. La pérdida de prototipos ha sido en ellas más fuerte que en los varones. En realidad, el malestar e incertidumbre de las mujeres denuncian una de las grandes contradicciones de la historia contemporánea: proclamar el principio de igualdad y mantener intactos los desequilibrios entre los sexos.
Poveda ha abordado estas cuestiones desde dos puntos principales, la educación y el trabajo, la primera es clave del segundo. Pero ha hecho algo mejor: ha interpelado a la mujer. Es decir; desde el primer momento ha puesto en manos de mujeres la dirección de la búsqueda y descubrimiento de la nueva identidad. Las mismas mujeres constituidas en autoridad moral, pedagógica y humana para otras mujeres, les ayudarán a abordar nuevas formaciones profesionales y a aceptar las responsabilidades que la sociedad necesita y ofrece.
¿Quién puede pensar que el cultivo de la inteligencia no cuadra a la mujer? No faltaron clásicos que lo afirmaron como Spinoza, Protón, Rousseau, Derruían... ¡Más grave!, fue doctrina común con pocas excepciones entre muchos bienpensantes católicos. Poveda lo sabe y por su parte se define sin rodeos: «En nuestro programa, después de la fe, mejor dicho, con la fe, ponemos la ciencia»10.
Sin ruido, sin manifestaciones polémicas, con el gesto sereno de quien cree estar en lo cierto, el Beato Pedro Poveda convoca a las mujeres a estudiar, a capacitarse y estar junto al hombre para construir una sociedad más justa. En marzo de 1914 funda la primera Residencia Universitaria para Mujeres Estudiantes que se abre en España. No es la primera de sus Academias y le sucederán otras respondiendo a un ideal de fe, cultura y capacitación. Aportan un potencial de energía humana nunca antes enteramente desarrollada: cultivadoras de los valores de un humanismo integral, sobre la misma base óntica para ambos sexos y con las diferencias propias de uno y otro: «Cultas, virtuosas, sanas de cuerpo y alma, pero como mujeres y no como hombres..., no confundiendo la perfección con el sexo»11. En modo alguno ha caído Poveda en la ocultación de la persona, en el sentido en que lo emplean Julián Marías, tratando de ignorar o enmascarar la diferencia entre los sexos. Intenta, eso sí, que no siga siendo una diferencia subordinante para la condición femenina.
¿No se os ocurre pensar alguna vez en el concepto que de Cristo tiene la Humanidad? Poveda se sitúa aquí en el problema planteado por los que, admirando a Cristo, se sitúan críticamente ante la conducta de los cristianos.
«La humanidad habla de Cristo con veneración; porque lo considera como Dios o porque lo admira como hombre extraordinario. Pero... esa misma humanidad que así se descubre ante Jesús, ridiculiza y desprecia a los cristianos que son, o deben ser, los imitadores de Jesús. ¿Tendrá esto algún misterio?»12.
¿Podremos sacar alguna enseñanza de esta lección?, se pregunta pensando en los que llamándose católicos «son seres movidos por el resorte colectivo imperante... Energías sin dirección, sin criterio, sin ideas»13. Pero Cristo ha mostrado que es posible la utopía humana: la aspiración al amor, a la fraternidad, a unas relaciones humanas no basadas en el economicismo, la insidia, la violencia, la explotación del hombre por el hombre. Poveda se hace eco de las críticas que se formulan contra el cristianismo desvaído y cómodo de «los muchos». Frente a la banalización del discurso religioso, pretende sacudir las conciencias dormidas y se apoya en lo que por entonces fue su lema: «empezó a hacer y enseñar», es decir el «contagio» de sus propias vivencias nacidas de una fe que tiene sustancia. Quiere transmitirles que el cristiano está en el mundo participando de las circunstancias de los demás hombres y mujeres, como decía Diogneto en el siglo segundo. Ahora bien, la vida ordinaria del cristiano tendrá profundas exigencias. En tiempos próximos a la contienda nacional (1936) les pide valentía sin provocaciones, cumplimiento del deber sin ostentación, con naturalidad y sencillez, sin miedo a nada ni a nadie:
«Y si Dios permite que se os persiga y aun que lleguéis al martirio, que es lo más que os puede pasar, El os dará fuerzas»14.
En su vida, en su pensamiento y en su acción, Poveda entiende la historia como una «ocasión de gracia», kairos, donde el cristiano está llamado a vivir la experiencia de Dios en el mundo y actuar en él con transparencia evangélica. Tal es la intuición anticipatoria de Poveda al crear un movimiento de seglares —la Institución Tere-siana— dispuestos a encarnar y aportar a la sociedad criterios, valores y empeños sustantivos. Una asociación compuesta por profesionales cristianos que, como levadura en la masa de nuestras sociedades multiculturales, multiétnicasy multirreligiosas, quiere aportar la sal del Evangelio a la gestación de una humanidad más solidaria.
En este libro que enfoca algunas dimensiones del humanismo pedagógico povedano, los autores han buscado en la lectura de los escritos y la herencia de Poveda el aliento personal, propio, de su pedagogía. En ella le corresponde al ser humano ocupar el centro de la realidad mundana., pero con un respeto hacia la naturaleza que sólo ahora estamos descubriendo. La noción de persona es primera frente a cualquier otra del mapa ontológico. Y en lo axiológico, a la persona le corresponde un valor absoluto —la absolutez relativa de Zu-biri— por lo que siempre ha de ser tratado no como medio sino como fin. Este humanismo articula las dimensiones humanas de la educación: la dignidad y la vida del ser humano por encima de las diversas perversiones de la educación que en la historia se han dado.
El humanismo pedagógico del Beato Pedro Poveda reviste el sentido más obvio de esta expresión, el de ordenar la educación a la persona, entendida ésta en su realidad individual intransferible y en su vertiente social. Educar será una relación de ayuda, que en un mismo movimiento aspira a servir al hombre y a la sociedad. Dando por supuesta la implicación interpersonal y social de toda acción humana, hemos de subrayar la importancia de la formación intelectual en cuanto contribuye al propio crecimiento mediante cualquiera de las formas constructoras, críticas y autocríticas del conocimiento. Una pedagogía inclusiva que no genere marginados, como la que conoció Poveda y como la que sigue reclamando el único humanismo que merece este nombre, el humanismo universal. Y su consecuencia obligada, una educación de calidad para todos. La dimensión social ocupa un puesto clave de la pedagogía povedana, reforzado por la urgencia histórica de nuestro «orden mundial» insolidario por definición.
El desafío para esta educación en un mundo dominado por la tecnología y las ciencias experimentales, reside en la capacidad de articular las dimensiones éticas, las exigencias solidarias, el respeto a los derechos del otro, la educación del corazón (de la que tan poco hemos hablado los educadores reducidos a docentes), la tolerancia, la responsabilidad hacia los más débiles y los excluidos en nuestras sociedades competitivas que tan pluralistas se consideran.
Cierto que lo científico, lo tecnológico y lo humanístico, como producciones humanas que son, se entrelazan y correlacionan. Los, hasta hace poco, impensables avances científicos y tecnológicos requieren un espacio importante en la educación general, lo que Lain Entralgo denomina humanismo de extensión. A medida que la tecnología y la ciencia avanzan a ritmo vertiginoso, aumenta la capacidad de afectar a la sociedad humana para bien o para mal. Es lógico, pues, que cada vez causen más preocupación las cuestiones relacionadas con la ética, los derechos humanos y la imagen pública de la ciencia, nos recordaba el último Informe Mundial sobre la Ciencia.
En el ensayo final, Joaquín Ruiz-Giménez Cortés, apoyado en datos de la memoria personal y familiar, aporta valiosos e interesantes puntos de vista sobre el talante y la Obra del Beato Pedro Po-veda en sus dimensiones sociales y políticas.
ÁNGELES GALINO
HUMANO, CON EL HUMANISMO VERDAD
I.E.S. «Nuevas Poblaciones». La Carlota (Córdoba)
Departamento de Filosofía
En un mundo difícil por los rápidos cambios que en él se suceden, en un mundo roto por el dolor que en él causa el egoísmo humano, en un mundo que vive una profunda crisis de valores, Pedro Poveda se nos aparece como uno de los grandes soñadores de la historia. Es una voz profunda cuyo eco vibrante sigue resonando hoy entre nosotros, razón por la cual la Unesco, en el primer centenario de su nacimiento, lo declaró «humanista y pedagogo». Y en esta sociedad nuestra, aparentemente falta de utopías, nos acercamos a este hombre cuya honda fe en la humanidad, cuya audaz esperanza en las posibilidades del ser humano y cuyo amor fuerte hasta la muerte le llevó incansablemente a empeñar toda su vida en la única tarea capaz de transformar al hombre y con él a la sociedad: la educación15.
El resumen de su sueño queda reflejado en un texto que puede considerarse programático para cuantos se inspiran en la pedagogía povedana y que aparece ya publicado en 1916:
«Yo quiero, sí, vidas humanas (...), pero como entiendo que esas vidas no podrán ser cual las deseamos si no son vidas de Dios, pretendo comenzar por henchir de Dios a los que han de vivir una verdadera vida humana (...). ¿Habrá entonces derroche de generosidad? Innegable. ¿Tendremos simpatías? Indefectiblemente. ¿Pretender destruir lo humano? Jamás; es una quimera. ¿Intentar la perfección de lo humano por medios diferentes? Vano empeño. ¿Prescindir de Dios para perfeccionar su obra? Necia ilusión. ¿No os parece sencillísimo el procedimiento, racional el proceso e infalible el resultado del sistema? Dios se inclina hacia el hombre; el hombre propende hacia Dios; la humanidad fue tomada por el Hijo de Dios —Dios como el Padre— para no dejarla jamás, y esa humanidad adorable, en la persona divina fue elevada a su mayor perfección. Lo humano perfeccionado y divinizado porque fue henchido de Dios. La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida, dan para quien lo entiende la norma segura para llegar a ser santo, con la santidad más verdadera, siendo al propio tiempo humano con el humanismo verdad (el subrayado es nuestro)»16.
Para Poveda, el valor fundamental, que ha de ser el norte y guía de la educación, es esta referencia central a Cristo; jamás, en cuanto educador cristiano, renunció a ella17. Tal centralidad en Jesús no anula en ningún momento la peculiaridad individual de cada uno, antes bien, se trata siempre de empujar al hombre a dar todo cuanto él únicamente puede dar, de potenciar todo cuanto cada uno encierra dentro de sí:
«La gracia no ha de destruir la naturaleza, sino elevarla y perfeccionarla. Tú has de ser siempre tú; pero cada día más santo y procurando perfeccionar el tú tuyo, no imitando, ni queriendo hacer otra cosa distinta de la que Dios crió (...) El ejemplar es Cristo y nada más»18.
El humanismo verdad que quiere Poveda no sería tal si la persona se alienase dejando de ser ella misma, por esto Poveda aconseja a quien a él recurre:
«No trates de aparentar lo que no eres»19, «deja que los demás sean como fueren, pero tú has de ser como Dios quiere que seas. Tu trabajo no está en despojarte del ser que tienes y en adquirir otro nuevo, sino en perfeccionar todo tu ser»20.
¡La perfección de todo el ser! De nuevo nos encontramos con el proyecto, con el sueño (no sólo de lo bueno, sino de lo mejor) que se va plasmando lentamente a lo largo de una vida como la forja de un carácter, de un talante determinado; que eleva al ser humano por encima de sí mismo sin renunciar a nada de sí mismo. Pero Poveda, al igual que ya lo afirmara Platón, Aristóteles, o cualquiera de los grandes pensadores anteriores a él, sabe perfectamente que:
«La educación es una doble operación en la cual intervienen dos personas: el educador que conscientemente excita, guía y favorece la expansión y desarrollo de todo el ser del educando, y éste que, siguiendo la pauta trazada por el educador, al expansio-nar todo su ser, va perfeccionándose»21.
Poveda, consciente del papel fundamental del educador en este proceso educativo, va a dedicar todas sus energías a formar educadores, unos educadores a los que avisa desde el principio:
«El ejemplo vuestro será la asignatura que mejor aprenderán vuestros alumnos. Si sois como debéis de ser, vuestros alumnos serán como vosotros deseáis que sean»22.
¿Cómo ha de ser el educador? ¿Cuál es el ideal de ser humano que Poveda sueña? ¿Qué valores encuentra, vive y contagia a su alrededor? En definitiva, ¿cuál es la vida humana feliz que él quiere construir?, ¿cuál es su «humanismo verdad», aquel que educador y educando han de encarnar y reflejar en su vida?
Para Poveda está claro que:
«Entre las virtudes típicas del educador entran como fundamentales la mortificación interna, la abnegación, el sacrificio, la entrega de sí, el darse sin reserva y el hacerlo sin afectación, con suma naturalidad y cual si el ejecutarlo ni fuera trabajoso, ni tuviera mérito alguno»23.
El educador, aquel que tenga entre sus manos la arcilla de una nueva generación de jóvenes, ha de proceder siempre «con dulzura, con mansedumbre, con humildad, con alegría»24