A más de medio siglo de su muerte, Pedro Infante no ha dejado de ser una de las leyendas que más atrapan la imaginación popular de nuestro país. Durante todo este tiempo, fueron superándose, con muchas reticencias, los prejuicios de la gente bien de los cincuenta, época en que la burguesía mexicana lo veía como un ídolo de muchedumbres; una devoción sólo para las clases populares, asiduos radioescuchas de aquella famosísima Charrita del cuadrante. En suma, un “pe-la-do”, un “corriente” que jamás resistiría la comparación con Clark Gable, Gary Cooper o Cary Grant, ídolos del cine de Hollywood que se encontraban en la cima de su popularidad en aquel momento.
Sin embargo, el tiempo hizo su lento trabajo de apaciguamiento de esas oleadas de antipatía, y ahora no es raro que, incluso en esos exclusivos ambientes, se acepte, finalmente, que era un buen actor, atractivo, viril, con una simpatía irresistible y poseedor de una voz excepcional. También sus cintas han sido revaloradas por los críticos, quienes las consideran un ciclo de estudio obligado dentro de la historia del cine nacional.
Y es que, de veras, no es fácil sustraerse a la vitalidad de Infante, quien, de muchas maneras, a través de todas sus películas y discos, forma parte, incluso, de algunas de nuestras costumbres familiares. ¿Qué cumpleaños estaría completo sin “Las mañanitas”, interpretada por él? En la fresca y perfumada mañanita de tu santo...
Hoy, en México, casi nadie podría afirmar, seriamente, que no ha visto, aunque sea un ratito, algunas de sus películas o que, por lo menos, no ha caído en la tentación de tararear alguna de sus canciones —más de cuatrocientas para escoger.
Por otra parte, en el mundo intelectual se debate si Pedro Infante es un compendio de mexicanidad o si él mismo es el que ha moldeado mucho de la idiosincrasia del mexicano actual. Décadas y décadas de cine por televisión en las que, una y otra vez, hemos permanecido arrobados ante su forma de ser, son reforzamientos que no pueden tomarse a la ligera, pues indudablemente han dejado huella. Quizá por eso muchos hombres tienen como ideal ser igualitos a él: expansivos, alegres, seguros de sí mismos, y en este afán intentan hacer suya la letra de “El mil amores”. Ahora que entre las mujeres ¿quién no ha soñado con una serenata en la que una voz parecida a la de él nos cante “No me platiques”, “Te quiero así”, sin olvidar, claro, “Cien años”?
Sin duda, decir Pedro Infante es hablar de alguien muy cercano con quien sería posible cualquier grado de parentesco: hermano, primo, tío, compadre, esposo, o el que se nos ocurra. Una imagen familiar que no conoce el olvido porque abundan las anécdotas que lo mantienen presente, y que son atesoradas con gran afecto en la memoria colectiva.
Su sobrino, José Ernesto Infante Quintanilla, asegura que su sencillez y su don de gentes eran auténticos, y en recuerdo de esto nos ofrece esta emotiva semblanza Pedro Infante. El ídolo inmortal para que todos podamos descubrir a un Pedro Infante a... ¡toda ley!, el mismo que a pesar de tantos años “vive en la conciencia popular con carácter de celebridad”.
GUADALUPE LOAEZA
Con este trabajo deseo poner al alcance del lector algunos de los aspectos más relevantes de un mexicano, quizá el más destacado de los últimos sesenta años, que se mantiene dentro del gusto popular como uno de los personajes más queridos de nuestro país. Pedro Infante fue “una fuerza de la naturaleza”, un hombre de simpatía arrolladora muy cercano al pueblo, que encontró en él, a través de sus interpretaciones musicales y cinematográficas, una forma de validar sus propias tradiciones.
Desde la presentación del libro Pedro Infante: El máximo ídolo de México, vida, obra, muerte y leyenda, en la ciudad de Monterrey, el 24 de julio de 1992, y tiempo después en la ciudad de México y en Mérida, Yucatán, comenzó un movimiento creciente dentro del ámbito cultural mexicano: reconocer a Pedro Infante como la máxima figura de la industria fílmica y musical de nuestro país.
Desde un principio aquella obra tuvo una excelente acogida, y, apartir de entonces, el tema ha corrido con tan buena fortuna que para corresponder a gran cantidad de sugerencias este material se ha renovado para profundizar en la historia del ídolo. Con ello satisficimos, hasta donde fue posible, las solicitudes de los lectores. Así, además de actualizar la información, se han incorporado testimonios familiares, recuerdos de amigos y registros de los medios, incluyendo lo medular de algunas pláticas y conferencias en las que he participado, tanto en foros de nuestro país como en Estados Unidos, específicamente en Milwaukee y en Wakesha, Wisconsin. En este sentido, no se debe pasar por alto que el acervo bibliográfico sobre la vida del artista ha crecido de manera significativa en los últimos veinte años y, desde luego, nos ha servido para enriquecer algunos aspectos de esta nueva versión renovada y actualizada.
El libro está estructurado en siete capítulos; el primero, “Yo soy quien soy”, es una presentación general que explica la importancia de su obra e intenta describir, en forma somera, su relevancia como fenómeno social, cuya presencia aún perdura. El segundo, “Orgullo ranchero”, describe brevemente su nacimiento y algunos pasajes destacados de su infancia y juventud en Sinaloa; sus primeros trabajos en Rosario, Guamúchil y Culiacán. Aparecen también sus inicios en la música, su participación en algunas orquestas de su estado natal y sus primeros triunfos en la radio sinaloense. Antecedentes de lo que sería una creciente actividad musical, en la que su sólida preparación terminaría por abrirle las puertas del espectáculo a los pocos meses de su llegada a la capital del país.
Los capítulos tercero, “El muchacho alegre”, y cuarto, “Doscientas horas de vuelo”, abordan su ascenso y consolidación como la principal figura nacional del espectáculo y con tremendo impacto internacional, lo que ya se perfilaba desde sus primeras películas y grabaciones. Se incluyen, además, diversas anécdotas que ilustran su intensa vida personal.
En el capítulo quinto, “Que me toquen ‘Las Golondrinas’”, se analiza la impresionante conmoción social que ocasionó su muerte, las características del fatal accidente aéreo, así como el surgimiento del mito que, aun en el nuevo milenio, sigue manteniéndose como una referencia imprescindible en el gusto de los mexicanos.
En el capítulo sexto, “Tú sólo tú”, se hace una reflexión acerca de la personalidad de Pedro dentro del contexto cultural de nuestro país y se rescata, dentro de una vasta literatura de análisis, lo escrito por distinguidos intelectuales que coinciden al reconocer su valía. Asimismo se mencionan algunos otros datos sobre su vida, que confirman su enorme presencia durante toda la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. Finalmente se hace un reconocimiento a la amistad con Ismael Rodríguez.
En el último capítulo, “Vida del artista”, se incluye una amplia relación de su obra fílmica y discográfica, e información relevante sobre su obra.
Gracias, Pedro, por darnos tanta alegría y ser un ejemplo de sencillez, pues incluso para las nuevas generaciones te has convertido en una presencia familiar en la que te reconocen como uno de los representantes más auténticos de sus raíces y con elevada mexicanidad.
Agradezco a los periódicos Reforma, El Norte de Monterrey, El Universal, La Prensa, Excélsior, por darme acceso a su importante acervo documental y fotográfico. A mis amigos Chucho Gallegos y Armando Zenteno; este último por su apoyo y su cariño fraterno al ídolo. Igualmente a los periodistas Ricardo Perete Gutiérrez, Sally de Perete, Silverio Cacique y Claudia Carrillo, por sus frecuentes artículos; y a todos los medios de información de la capital que, en vísperas de sus aniversarios luctuosos y días después, suelen dedicar amplios espacios a Pedro, en los que se maneja un gran cúmulo de valiosa información. Por supuesto a mi gran amigo Alberto Carbot, Director General de la revista Gente Sur, por sus brillantes artículos y reportajes periodísticos sobre el ídolo que desde 2007 ha realizado con elevado sentido de la investigación periodística.
Desde los años setenta y hasta los últimos días de su vida (1998) en el desarrollo de mi investigación sostuve infinidad de pláticas directas con mi padre, José Delfino Infante Cruz, con quien analicé los nuevos datos disponibles y realicé una revisión exhaustiva del material de esta obra.
Por supuesto, antes de su fallecimiento, conversé ampliamente con mi tío Ángel Infante Cruz, quien me aclaró algunas dudas sobre los temas relacionados con su infancia, adolescencia, vida artística y el fatal día en que fue por los restos de su hermano. En este sentido, agradezco mucho a mi tía Carmela Infante Cruz, quien, en su momento, me relató incontables vivencias familiares que tuve la oportunidad de grabar. También le doy las gracias a mi tía Socorro Infante Cruz, por compartir sus dulces recuerdos familiares conmigo.
Quiero destacar la investigación realizada por mis hermanas, Belinda Infante Quintanilla y Gabriela Mejía Quintanilla, en la ciudad de Monterrey y algunas otras partes del país, con el afán de recabar información veraz, estableciendo contacto, por ejemplo, con algunos distinguidos regiomontanos como don Plinio Espinoza, importante personaje dentro de la historia de las comunicaciones. También en la Sultana del Norte destacan las remembranzas de los clubes de fans, uno encabezado por la señora Dora Elisa Salazar Silva y, otro, por Alfredo Haros. Sin olvidar el programa que se transmite de 6:00 a 10:00, por la frecuencia 600 de A.M., La Regiomontana, conducido por Eduardo Becerra González. Asimismo, agradezco a mi querido amigo el tenor Roy Guerra su apoyo en la investigación en dicha ciudad y en su querido Tamaulipas, estado que Pedro visitaba con frecuencia.
Quiero agradecer a los investigadores José Luis Paz Galán, Mirna Laura Morales Bello, Gloria Martínez Zamudio, María Soledad Molina Madrigal y Facundo Ortiz Palafox, por sus muchísimos viajes a la Cineteca Nacional, a la Biblioteca Nacional y a la Hemeroteca de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y de El Colegio de México, así como por haber efectuado diversas entrevistas a conductores, periodistas y miembros del Club de Admiradores de Pedro Infante.
Igualmente quiero reconocer la generosidad de mis primos Lupita y Pedro Infante Torrentera por facilitarme material inédito y contarme algunas de sus hermosas vivencias con su padre, así como a mi querida tía, Lupita Torrentera Bablot, a quien agradezco sus agradables confidencias sobre su relación personal y su idilio con Pedro; sin olvidar la valiosa información que me facilitó René Infante y su esposa Alma, y con especial aprecio a mis primos Irma, Sonia, Toño, Luis, Walter, Cecilia, Carlos Bertrand Infante, Fausto, Guillermo y Raúl López Infante. Asimismo, mi infinito agradecimiento a mi hijo, Ernesto Infante Barbosa, por la serie de investigaciones directas, así como en el ciberespacio que me hizo favor de verificar, confirmar y actualizar de manera profesional.
Mi más profundo agradecimiento al gobierno de Nuevo León, que alguna vez nos facilitó la Biblioteca Central del Estado, en la ciudad de Monterrey, para llevar a cabo algunas pláticas sobre este texto; a los comentaristas Andrés Bermea Pérez Avila, Roberto Escamilla Molina, a la inolvidable Tucita, María Eugenia Llamas, a mi primo Pedro Infante Torrentera, así como a mi padre Pepe Infante, que en esa ocasión nos acompañó. Mi gratitud al arquitecto Héctor Benavides por sus entrevistas en su programa de noticias del canal 12 de Monterrey.
Recuerdo con afecto a mis grandes amigos Gonzalo Castellot, Fernando Tovar y de Teresa, a la destacada escritora Guadalupe Loaeza Tovar, al inolvidable Pedro de Urdimalas, y Julio Alemán, quienes participaron con valiosos testimonios en algunas pláticas sobre nuestro personaje.
Agradezco también al gobierno del estado de Yucatán, en particular al Instituto de Cultura que nos brindó las instalaciones de la Casa de la Cultura del Mayab de la ciudad de Mérida, para realizar un emotivo evento, el 14 de agosto de 1992, así como al museo de la canción yucateca donde se realizaron homenaje y presentación del presente libro en abril y julio de 2007, donde se contó con el valioso apoyo de don Andrés García Lavín, don Juan Dutch, don Álvaro Peón de Regil y de don Mario Esquivel y con la excelente conducción de don Luis Pérez Sabido.
El 10 de enero de 1993 se celebró una agradable jornada en el Centro Cultural Navarrete, gracias al apoyo del Instituto de Antropología e Historia del Estado de Colima y al canal 5 de esa ciudad. Mi reconocimiento a Gonzalo Castellot por su invaluable participación.
Agradezco a la Asociación de Profesionistas de Nuevo León radicados en el Distrito Federal, al gobierno del estado de Nuevo León, así como al Centro Neolonés en la Capital y al Instituto de Economistas Neoloneses en el Distrito Federal, por su apoyo para realizar una charla en la ciudad de México, el 27 de enero de 1993, y muy en particular a mi amigo Agustín Basave Benítez. Mi reconocimiento a Silvia Pinal y a don Eulalio González, Piporro. En ese evento estuvo mi padre, Pepe Infante, como invitado de honor.
Nuestro profundo agradecimiento al gobierno del estado de Tamaulipas, pues a través del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes del estado, el 19 de marzo de 1993, nos facilitó el Auditorio del Centro Cultural Tamaulipas para realizar, entre otras actividades, una plática sobre el ídolo, en la que destacaron los comentarios de Arturo Costilla Alva. Al tenor Roy Guerra, gracias de nuevo, por su participación.
Hubo muchas otras presentaciones y pláticas sobre este trabajo, que rebasaron todas nuestras expectativas. Recuerdo el Festival Cultural Universitario de Guanajuato, en abril de 1993 y la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, en septiembre de ese mismo año. En este sentido quiero destacar y agradecer a los organizadores de La Fiesta Mexicana, que cada año se lleva a cabo en la ciudad de Milwaukee, en los Estados Unidos, quienes realizan un festival donde siempre se recuerda al ídolo. También a don Anselmo Villarreal Montemayor, por sus frecuentes invitaciones a La Feria Mexicana de Waukesha, Wisconsin.
Nuevamente mi profundo agradecimiento al Gobierno del Estado de Nuevo León por facilitarnos, en julio de 2006, el Teatro de la Ciudad, para realizar una magna presentación del presente libro, donde se contó con la presencia de mi prima Lupita Infante, de don Romeo Flores Caballero y de don Alfonso Castillo Burgos.
Es importante mencionar que el 6 de octubre de 2006, el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, (Conaculta) nos apoyó para presentar en Bellas Artes, en la Sala Manuel M. Ponce, con lleno a reventar el presente libro y en donde hizo cariñosos comentarios personales Lupita Torrentera y testimonios invaluables de mi estimadísimo amigo Fernando Tovar y de Teresa, así como el destacado periodista de espectáculos Chucho Gallegos, sin omitir las auténticas y singulares aportaciones de la gran escritora Guadalupe Loaeza. A todos ellos mi más profundo agradecimiento.
En este contexto, agradezco profundamente a la Asociación de Mazatlecos radicados en el Distrito Federal por los sendos homenajes y pláticas sobre el ídolo en sus agradables reuniones mensuales, durante febrero de 2010 y agosto de 2013.
No debo dejar de mencionar la gran cantidad de información desde la más básica hasta de carácter científico, inédita y documental que en estos días se presenta en las redes sociales, que incluso sobrepasa las fronteras.
En este sentido agradezco a una serie de páginas de Facebook, como la de mi querida prima Lupita Infante Torrentera y de Ismael Rodríguez Jr., que mantienen y reciben mucha información y fotografías, así como importantes comentarios; la de “L Dante S ch” con excelentes aportaciones y fotografías en su página: “Pedro Infante Cruz y su vida cantada en fotografías”; asimismo las diversas fuentes de información en estas redes como la que ofrece Héctor Bueno y Mireya Sugey, así como analistas e historiadores de países como Venezuela, Perú, Costa Rica, Estados Unidos y muchos más donde destacan las aportaciones fotográficas y documentales de la presencia de Pedro Infante en América Latina, como es el caso de Luis Baca Díaz, Antonio Mota y Óscar Alfredo Larios Dávila, entre muchos más. A todos, muchas gracias por sus valiosas aportaciones y comentarios.
No quisiera dejar de mencionar mi gratitud a Editorial Océano y a su profesional equipo de trabajo, particularmente a Guadalupe Ordaz por sus atinadas sugerencias y observaciones; pero, sobre todo, por darme la oportunidad de publicar la vida de Pedro Infante Cruz, un personaje querido y admirado por muchos mexicanos.
Por último, pero no en último lugar, agradezco en todo lo que vale la colaboración de Lourdes Lorena Puerto Zapata quien tuvo a su cargo la paciente labor de capturar la información y revisarla. Por supuesto, a José Luis Alejandre Osornio y Raúl Jiménez Fernández, quienes me ayudaron a revisar la estructura de este libro y muy en especial en estos últimos tres años a Rocío Guadarrama Vázquez, por su valioso apoyo en el ciberespacio al mantener actualizada la información básica del ídolo en diversas páginas, así como por su escuchado programa de radio, vía internet y, finalmente, a mi asistente Lilia Acosta Guerrero, gracias por su apoyo en esta revisión y captura del libro. Aunque la responsabilidad total de esta obra es del autor.