Para Gina, mi hermana favorita...

  Introducción

El fin de una relación no es fácil. Después de todo nadie se casa para divorciarse ni comienza una relación amorosa esperando que termine. Es doloroso ver que esa relación por la que apostamos no tiene futuro y que es necesario ponerle un fin.

Cuando mi hermana menor anunció que se separaba, quería cuidarla, apapacharla y ayudarla a pasar el mal rato. Deseaba ahorrarle algunos golpes y explicarle —cosa que hice en repetidas ocasiones— que iba a estar bien. Entendía que en ese momento su dolor era enorme, pero sabía que con el tiempo estaría mejor. Mucho mejor.

Su proceso me hizo recordar el mío. Me sentía muy sola y cometí una gran cantidad de errores que tuvieron repercusiones en mi vida y, desafortunadamente, en la de mi hijo. No hay cursos sobre cómo terminar una relación, así que cuando la vida nos pone a prueba, muchas veces reprobamos. Recuerdo que cuando le dije a mi hermana que estaba segura de que de ese golpe saldrían muchas cosas positivas, me miró como si hablara en otro idioma. Yo le insistía: “Verás que estarás mejor”. Ella seguía sin creerme.

Muchas cosas ponen en peligro las relaciones: nuestros miedos e inseguridades, la falta de comunicación o de dinero, los hijos, la cotidianidad, el dar por sentado lo que tenemos, etcétera. En mayor o menor medida, tenemos responsabilidad cuando una relación termina pero no nos gusta reconocerlo, a pesar de que aproximadamente la mitad de los matrimonios terminarán en divorcio y muchas de nuestras relaciones, en ruptura.

Las razones por las que una pareja termina son tan diversas y únicas como las razones que una vez la unieron. Lo que es motivo de ruptura para unos, no afecta la relación de otros. Por ejemplo, para algunos una infidelidad puede ser una razón para terminar, mientras que para otros no. El dinero (y la falta del mismo) afecta a todos los matrimonios, aumenta el estrés y los problemas, pero no lleva a todos los matrimonios al divorcio, afortunadamente. Los hijos o la falta de ellos, el trabajo en exceso o la escasez del mismo: casi todo puede resultar una amenaza para una pareja, aunque no todas terminen divorciándose.

Cada relación de pareja es única, producto de la unión de dos personas únicas, por lo que no puede repetirse. Lo que alguien tiene con A, no lo encontrará ni con B, ni con C. Tendrá otras relaciones únicas, pero jamás la misma que tenía con A. Por lo mismo, todos los finales de una relación son diferentes.

Miguel Ruiz Jr., autor de Los cinco niveles de apego, me explicó una vez, durante una cena, que las relaciones se forman porque hay dos personas con voluntad de estar en ella. Cada uno acepta estar con el otro y por eso existe esa relación. La forma que tendrá esa relación depende de lo que ambos hayan decidido poner en ella. Es como si fuera una inmensa canasta o un carrito de supermercado: ¿queremos que haya respeto, hijos, ahorro en nuestra relación? Pues estarán dentro de la canasta. Si alguno no quiere tener hijos, éstos quedarán fuera de los acuerdos de la relación. (A quienes piensen que alguien puede decir que no los quiere, pero que después cambiará de opinión, les informo que generalmente eso no sucede.) Los artículos que están dentro de la canasta irán cambiando, pero esos cambios siempre serán de mutuo acuerdo. ¿Se valen las infidelidades? ¿Tendremos una relación abierta? Si ambos deciden poner esos acuerdos en la canasta, estarán dentro de la relación, independientemente de la opinión de los demás. Cuando uno de los dos ya no quiere alguno de estos acuerdos, habrá que buscar otros que satisfagan a los dos, o bien, habrá que valorar si los dos quieren seguir en la relación.

 

ELLA: Ya no aguanto tus parrandas... No las soporto ni un día más.

ÉL: Pero si nunca antes te habías molestado por eso. Además, así me conociste...

ELLA: Pues sí, pero ya no las soporto ni un día más...

“Todo por servir se acaba”, dice el refrán y las relaciones no son excepción. Eso que sentíamos por alguien puede acabar y esos detalles que encontrábamos encantadores, pueden llegar a enloquecernos. Es evidente que existe un problema de comunicación, tal como lo comenté en mi libro Sólo para parejas (Editorial Océano). Nuestros sentimientos, miedos, creencias nublan la comunicación y acabamos diciendo cosas que no queríamos, o bien, callando cosas que deberían haber salido a la luz en su momento.

Para la mayoría, una ruptura es un fuerte golpe. No importa si de alguna manera ya lo intuíamos y lo veíamos perfilarse en el horizonte, o sea producto de una decisión consensuada. O bien, algo totalmente inesperado y unilateral, y que no deseábamos que sucediera. Nos enfrentamos a una situación desconocida y dolorosa. Si dicen que no sabes bien con quién te casas, definitivamente tienes mucho menos idea de quién te divorcias y qué tipo de reacciones va a desatar en ambos el dolor de la ruptura.

 

Me casé muy joven con un hombre divorciado y no me hice (ni le hice) muchas preguntas. Creía que el amor salvaría todos los obstáculos. Y sí, estoy segura que lo hace, pero sin la comunicación no hay amor que aguante. Con el paso de los años el sueño del matrimonio acabó en divorcio. En mi caso, al igual que en muchos otros, la noticia fue inesperada. Los cambios no son fáciles. Además de ajustarnos a estar solos hay que superar la pérdida, vivir el duelo, cambiar las dinámicas con nuestra familia, hijos, amigos, cómo pasamos el tiempo libre y, desde luego, la situación económica. Son muchos cambios, pero posibles.

Cuando alguien cercano a mí se separa le digo que, aunque no parezca posible en ese momento, estará mejor. Le pido que mire a su alrededor y recuerde a todos los hombres y mujeres divorciados que conoce y que reconozca que no se quedan permanentemente estacionados en el dolor. A algunos les lleva más tiempo que a otros, pero nadie se queda viviendo por siempre el dolor de una ruptura. Al contrario, con tiempo y esfuerzo, eventualmente podemos ver “luz al final del túnel” y volver a ser felices. Es raro que después de un tiempo razonado, un divorciado no reconozca que el haber puesto fin a la relación fue doloroso pero positivo.

Con el tiempo nos damos cuenta de que terminar es lo mejor que pudo habernos sucedido y si tenemos hijos, a ellos también. Una ruptura amorosa no marca necesariamente el fin de una relación. La relación continúa de diferente manera, cada uno elige (así como en el caso de la canasta) cómo será esta nueva relación. Puede ser amistosa y cercana o lejana y complicada. De amigos o enemigos.

Independientemente de que hayamos estado casados, en unión libre, viviendo en casas separadas o con nuestros padres, hay varias cosas que resolver cuando la relación termina. Más aún si hay algo en común como una propiedad, negocio, mascota, hipoteca o deuda.

 

Quienes tienen hijos no pueden cambiar la realidad de su paternidad. Pueden estar divorciados, separados, detestar a su pareja pero ésta será siempre el padre o la madre de sus hijos. Saben que a pesar que la relación de pareja terminó, no pueden ser “expadres” y que seguirán vinculados a quienes fueran sus cónyuges de por vida. Por lo mismo, se esfuerzan en mantener una relación cordial y amistosa con la expareja en beneficio de todos los involucrados. Hay quienes, desafortunadamente, no quieren o no pueden tener este tipo de relación, y los maltratos, rencores y resentimientos marcan lo que será la relación en el futuro. Esto, además de afectarlos a ellos, lastima profundamente a sus hijos, pero el dolor, o el enojo, no les permite ver que más que lastimar a su pareja, lastiman a quienes menos culpa tienen: a sus hijos.

Los problemas de comunicación entre las parejas son cada vez más frecuentes. La importancia que se da al día de la boda es desmedida y toma más tiempo planear este evento que discutir los temas estructurales del matrimonio. Parece mentira que nos dediquemos tanto a planear lo que, en el fondo, solamente es la celebración y testimonio de un compromiso. Si lo pensamos fríamente, la boda es sólo una fiesta que dura unas horas. El matrimonio, en cambio, es una decisión de vida, y no profundizar en este asunto es definitivamente una imprudencia que puede tener graves consecuencias.

Para las mujeres, el tema de la boda es como ser reina por un día. Es algo que tienen muy presente desde niñas. Paradójicamente, en plena era de la tecnología y la comunicación, lo que rige a la hora de casarnos son las fantasías y los cuentos de hadas. Para complicar más la situación, muchos nunca se cuestionan si en verdad desean casarse o si es una imposición social. Bajo esta luz, no sorprende que existan tantas personas que acaben con alguien a todas luces inadecuado por las razones equivocadas y que el sonado matrimonio termine en un estrepitoso divorcio.

Las estadísticas en todo el mundo indican que el número de matrimonios va a la baja, mientras que el número de divorcios y parejas en unión libre va a la alza. Las probabilidades de que un matrimonio termine en divorcio se acercan a 43 por ciento en Estados Unidos y un poco menos en México. ¿Por qué fracasa casi uno de cada dos matrimonios? ¿Será que en verdad el matrimonio es la tumba del amor? ¡Claro que no! Lo que sepulta al amor no es el matrimonio, sino la falta de comunicación. Una vez que el amor se acaba es difícil que un matrimonio funcione.

Nos entristecemos cuando las parejas cercanas a nosotros se divorcian. El divorcio es un trago amargo para los cónyuges y para sus hijos, por decir lo menos. La verdad, debimos habernos entristecido antes, cuando vimos que personas queridas estaban tomando una decisión a todas luces equivocada. Debimos habernos escandalizado al darnos cuenta de que se iban a casar con la persona que no era para ellos, que tomaban una de las decisiones más importantes de su vida dejándose llevar por la ilusión de la boda o por convencionalismos sociales. Debimos haber puesto “el grito en el cielo” cuando vimos que se casaban sin conocerse, no cuando se divorcian. El divorcio es duro, pero es peor ver a quienes tanto queremos vivir atadas por años a relaciones destructivas.

No debería sorprendernos que cada vez haya más divorcios. ¿Cómo podría ser de otra manera, si no nos conocemos y no sabemos qué queremos, si tampoco conocemos bien a la persona con la que nos casamos, si no hemos hablado de los temas fundamentales del matrimonio y no nos hemos puesto de acuerdo en nada? Para nuestra cultura latina, una negociación de un acuerdo prenupcial, ya no digamos de dinero sino de división de las tareas, es el clímax del antirromanticismo. ¡Horror de horrores! Nadie habla o comenta esas cosas. ¿Alguien ha visto en una película de Hollywood o de Disney que la heroína se siente a discutir con el príncipe valiente cómo van a dividir las tareas del castillo y las responsabilidades de los hijos? ¡Ja! Nunca. La realidad no vende. Es más fácil alimentar nuestras ilusiones con películas en las que el amor vence todos los obstáculos y después de una preciosa boda, los novios parten felices y enamorados rumbo a la luna de miel y aparece la palabra “FIN“ sobre un atardecer. El problema es que en la vida real es justo al revés: la pareja, después de una preciosa boda y una romántica luna de miel, regresa y otra vida comienza. Nada más lejos que la palabra “Fin”; por el contrario, es ahí cuando empieza la película de nuestro matrimonio, en donde hechos tan simples como la manera en que apachurramos la pasta de dientes, o el lavado de los platos, pueden dar lugar a batallas campales que hacen imposible la convivencia.

¿Qué vas a encontrar y qué no vas a encontrar en este libro?

Más allá de enunciar las causas de la ruptura de una relación y tratar de solucionarlas o impedir la ruptura, este libro es una guía práctica que repasa todos los temas involucrados en el final de una relación.

No profundizaré en las causas que te llevaron a la ruptura ni cómo puedes evitarla. No hay capítulos que hablen de una “reconquista”. Tampoco analizo los temas legales que hay que solucionar antes de firmar un divorcio, como custodia, patria potestad, pensión alimenticia. No se trata de un libro sobre los hijos y el divorcio (hay muchos muy buenos sobre el tema).

Aquí describiré las situaciones comunes a las que nos enfrentamos después de una ruptura sentimental: cómo construir algo personal y espiritual después de aquélla. Cómo reinventarte después de pasar un duelo. Reinventarte no es cambiar de color de pelo o adquirir una nueva personalidad; tiene que ver con una reconstrucción interna (cómo te sientes, trabajar con tu autoestima, definirte sola) y una externa (tus nuevas relaciones, trabajo, nuevos amigos, nueva pareja).

Si este libro te interesa, asumimos que la relación terminó y buscas evitar los errores que comúnmente cometemos cuando esto sucede, y de ser posible, llevar una buena relación con tu expareja. Al igual que Sólo para parejas, que pretendía ahorrar problemas a las parejas fomentando la comunicación, este libro trata de hacer lo mismo cuando la relación de pareja termina y empieza otro tipo de relación. Aquí planteo una serie de temas que es necesario resolver y conductas que es mejor evitar. Seleccioné los temas tomando como base los problemas más comunes de las parejas que deciden separarse. Probablemente no son todos los que están ni están todos los que son, pero definitivamente aquí encontrarás una guía funcional para hacer frente a la separación. Si bien no existe un libro que te ayude a tener todo bajo control, espero que éste te permita ver que con el tiempo estarás mejor.