SECCIÓN DE OBRAS DE ECONOMÍA
LA ECONOMÍA INSTITUCIONAL
Traducción
CHRISTIAN ESCOBAR JIMÉNEZ
Revisión de la traducción
LUIS VELASCO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición en francés, 2007
Segunda edición en francés, 2012
Primera edición en español, 2018
Primera edición electrónica, 2018
Título original: L’Économie institutionnelle
© Éditions La Découverte, París, 2007, 2012
La Découverte, 9 bis, rue Abel-Hovelacque,
75013 París, Francia
Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero
D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica
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ISBN 978-607-16-5869-2 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Prólogo por Laila Porras Musalem
Introducción
I. El institucionalismo original
Schmoller y la escuela histórica alemana
Instituciones y órganos
Instituciones, libertad y progreso
Costumbre y derecho
El institucionalismo evolucionista de Veblen
Los errores de las teorías no “darwinianas”
Los límites de Marx y de la escuela histórica
Por una ciencia evolucionista de la economía
Naturaleza y origen de las instituciones
Instintos y hábitos
La dicotomía y el dualismo vebleniano
La evolución institucional
La causalidad acumulativa
La selección evolucionista de las instituciones
Hamilton: Institutional Economics
Por una economía institucional
Usos sociales y costumbres
La conversión institucional
Ambivalencia de las instituciones
Commons: organizaciones e instituciones
Los límites de las teorías económicas
El espíritu (spirit) institucionalizado
Las organizaciones activas (going concerns)
Las working rules
Una teoría de las transacciones
Acción colectiva y el “método del common law”
Institucionalismo, temporalidad y futurity
Polanyi y la economía como un proceso institucionalizado
Las formas de integración
Un “desencastramiento” problemático
II. La escuela austriaca y el ordoliberalismo
Menger, la visión orgánica y pragmática
La moneda como institución orgánica
Una interacción compleja
Órdenes y reglas en Hayek
Las instituciones de la libertad
Órdenes y reglas
Reglas, división del conocimiento y transmisión de la información
El Estado y el derecho
La evolución cultural
Eucken y el ordoliberalismo
Orden económico, propiedad y planificación
El Estado como garante del orden competitivo
Principios constitutivos y reguladores
III. La nueva economía institucional (NEI)
Williamson y los mecanismos de gobernanza
Mercado, firmas (empresas) y costos de transacción
La eficacia comparada de los modos de gobernanza
El posicionamiento intermedio de la NEI
North: instituciones formales e informales
Los límites neoclásicos
Instituciones formales e informales, aplicación
Poder versus eficacia
Organizaciones e instituciones
El cambio institucional
Matriz institucional y dependencia del camino seguido
Instituciones y desempeño
Teoría de juegos y análisis institucional comparativo
Aoki: las instituciones como creencias compartidas
Greif y la conjunción de las reglas, de las creencias y de las organizaciones
¿Un pluralismo metodológico?
Acemoglu, las instituciones extractivas e inclusivas
Ostrom y la diversidad institucional
IV. Corrientes europeas contemporáneas
Teoría de la regulación: una macroeconomía histórica
Las formas institucionales de los capitalismos históricos
Instituciones y compromisos institucionalizados
Diversidad de capitalismos, complementariedad y jerarquía
Las crisis
Economía de las convenciones: interpretar las reglas
Las convenciones como instituciones
Coordinación interindividual: el lugar de la interpretación
Las economías de la grandeza
La pluralidad de las formas de coordinación
Hodgson y el retorno de la “vieja economía institucional”
Estratificación de la realidad y emergencia
Por una thesmología evolucionista
La causalidad reconstitutiva descendente
V. Unidad y diversidad de los institucionalismos
Los grandes temas comunes
Una diversidad remarcable
Las disputas teóricas
Objeto limitado, teoría general
Referencias bibliográficas
Índice analítico
En los últimos años se ha establecido un consenso en el seno de la comunidad de economistas en torno al hecho de que las instituciones cuentan. Diversos programas de investigación en el mundo han incorporado el estudio de las instituciones como variable central en la ciencia económica. Sin embargo, es necesario señalar, en primer lugar, que el estudio de las instituciones como un componente fundamental en el análisis económico no es nuevo; en segundo lugar, que la recuperación de las instituciones que se hace actualmente proviene de perspectivas teóricas y metodológicas distintas, y finalmente, que existe una imbricación profunda del contexto histórico, ideológico y económico en el desarrollo teórico de esta familia de escuelas de pensamiento.
El libro de Bernard Chavance, La economía institucional, constituye una visión panorámica de los distintos enfoques institucionalistas desde sus orígenes hasta nuestros días, que nos permite observar su evolución y valorar sus analogías y diferencias. Al invitarnos a estudiar las escuelas de pensamiento institucionalistas, Chavance nos explica que el estudio de las instituciones en la economía ha atravesado ya más de 100 años. A principios del siglo XX, economistas estadunidenses como Thorstein Veblen o John R. Commons, con gran influencia del historicismo alemán y del darwinismo (en el caso del primero), ya criticaban el individualismo metodológico y la expulsión de las instituciones de la ciencia económica. Hasta la década de 1930 este pensamiento tuvo gran influencia; sin embargo, a partir de la década de 1940, los institucionalistas quedan relegados debido al auge de la escuela neoclásica, que vuelve a considerar a las instituciones como factores externos en el campo del análisis económico. No es sino hasta la década de 1980, y con más fuerza en la de 1990, que las instituciones regresan al centro de la discusión en las distintas escuelas de pensamiento económico. Este regreso se va a llevar a cabo a través de dos corrientes teóricas distintas, que este libro aborda con claridad y detalle.
Por un lado, una vertiente recupera la tradición original de la economía institucional en clara oposición a la teoría neoclásica y se desarrolla principalmente en Europa, Estados Unidos y Japón. Dos subconjuntos pueden distinguirse dentro de esta vertiente: el institucionalismo heterodoxo en sentido estricto (tradición estadunidense en la filiación de Veblen o Commons) y, en una interpretación más amplia, varias corrientes del institucionalismo histórico, como la teoría francesa de la regulación y otros enfoques situados en la intersección de la sociología económica. Por otro lado, la nueva escuela institucional (NEI) va a adquirir gran notoriedad gracias a los trabajos de Oliver Williamson que, tomando como base los desarrollos de Ronald Coase, extiende su análisis sobre la empresa y los costos de transacción. Es necesario decir que esta escuela incluye o amplía algunos temas desdeñados por la escuela neoclásica, pero no rompe con sus hipótesis más importantes. Bajo esta escuela se van a desarrollar distintos temas, como los derechos de propiedad, el análisis económico del derecho, la economía de las organizaciones y la nueva historia económica. La NEI toma un gran impulso gracias a los trabajos elaborados por Douglass North, quien adopta una mayor distancia respecto de los fundamentos neoclásicos (a diferencia de los primeros), critica los límites de la noción estática y abstracta de una economía en equilibrio y rescata la especificidad histórica de la dinámica organizacional, señalando la importancia de estudiar el derecho, la historia y, en general, las instituciones (formales e informales) para entender el desarrollo económico.
Así, ya sea en el seno de la corriente mainstream o con base en una visión externa a ésta como la economía heterodoxa, no hay duda de que hoy en día las instituciones son fundamentales en el análisis económico. Ciertos temas comunes son abordados por las dos escuelas; sin embargo, una crítica que los economistas heterodoxos hacen frecuentemente a la NEI es que sigue preservando varios postulados de la escuela neoclásica; por otro lado, esta última critica a la corriente heterodoxa su falta de fundamento teórico (crítica que la escuela neoclásica ya hacía al institucionalismo original en las primeras décadas del siglo pasado). Entonces es necesario un análisis profundo de las diversas vertientes de la economía institucional para entender las diferencias entre éstas (y dentro de cada una de éstas), las cuales distan de ser insignificantes. El libro de Bernard Chavance constituye una referencia fundamental para esclarecer esas diferencias metodológicas y epistemológicas.
Pero, como lo señalamos, el contexto histórico y económico en el que se desarrolla la epistemología de la disciplina económica o, de manera más general, de las ciencias sociales, no es sólo un telón de fondo. Efectivamente, dos eventos en la economía mundial van a comenzar a restar al pensamiento ortodoxo liberal su hegemonía en el mundo de las ideas económicas y a impulsar el progreso del estudio de la economía institucional.
Por un lado, la transformación del bloque soviético hacia el sistema capitalista a principios de la década de 1990 y las grandes “sorpresas” de la transformación —la caída estrepitosa de la producción durante varios años y el aumento de la pobreza y la desigualdad a niveles sorprendentes en un lapso increíblemente corto— no solamente conmoverán al mundo entero sino que cuestionarán de manera profunda el enfoque neoliberal. No debemos olvidar que la mayor parte de los programas de transformación de los países del Este se inspiró significativamente en los preceptos elaborados por el Consenso de Washington y que son bien conocidos por los países de América Latina. En efecto, las grandes organizaciones multilaterales, sobre todo el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), así como economistas de universidades como Harvard y Chicago, tendrán una influencia primordial en la recomendación de las políticas económicas ortodoxas de liberalización, estabilización y privatización (muchas veces no sólo se tratará de recomendaciones sino de una verdadera intromisión al condicionar la ayuda a la aplicación de las recomendaciones, o al promover instituciones de educación en estos países orientadas a difundir e instrumentar las ideas de la corriente liberal dominante, etcétera).1
A pesar del mea culpa de los organismos internacionales que a mediados de la década de 1990 comienzan a interesarse en las instituciones —por ejemplo, en los reportes del BM—, es preciso señalar que la inclusión del análisis de las instituciones por parte de estos organismos se ha hecho de manera superficial.2 Como dice Bernard Chavance, el paradigma neoliberal dominante a partir de ese momento se apropió de varias temáticas institucionales y las incorporó a su corpus teórico basado en la eficiencia. A sus modelos, sustentados en un enfoque de benchmarking, es decir, la evaluación por medio de la comparación con un modelo predefinido (un punto de referencia, una norma exterior), incorporaron las instituciones y su desempeño en términos cuantitativos gracias a modelos econométricos. La cuestión entonces radicó en saber cuáles son las “buenas” instituciones, las que llevan al crecimiento y al desarrollo económicos. Del management privado este discurso se traspuso a la acción pública y la temática institucional fue absorbida en el paradigma del benchmarking internacional, característico de una época de hegemonía de las finanzas. El gran defecto del benchmarking institucional contemporáneo es que esconde precisamente lo que los autores institucionalistas, tanto los originarios como los contemporáneos, han señalado: la centralidad de los caminos de dependencia, la complementariedad institucional, la diversidad de configuraciones institucionales y la ausencia de una solución óptima, la primacía de la viabilidad y de la adaptabilidad sobre toda concepción unívoca del desempeño económico y la variedad evolutiva de las formas de capitalismo.3
En este contexto, la obra de Bernard Chavance cobra gran relevancia: es cierto que las instituciones hoy en día están presentes en el discurso y en el debate económicos, pero, como dice el autor, no podemos pensar todavía en un “hito institucional”, ya que la capacidad de apropiación y dilución de temas contestatarios por parte de la economía convencional y de la ideología neoliberal imperantes resulta sorprendente. El ojo crítico y el análisis profundo de un erudito del pensamiento económico son entonces indispensables para entender esta realidad compleja.
Por otro lado, la crisis económica mundial a partir de 2008 va a cuestionar, de manera todavía más enfática, la capacidad de la economía ortodoxa de explicar y comprender el funcionamiento contemporáneo del capitalismo. El paradigma neoliberal dominante no sólo no pudo prever la crisis, sino que fue incapaz de proponer posibles salidas a la depresión económica. Estamos entonces frente a una crisis interna de la disciplina económica posterior a la maniobra de purificación ideológica en curso desde hace más de 20 años. En efecto, en la mayoría de las universidades del mundo —América Latina y México no son la excepción— los programas de estudio de la ciencia económica constituyen básicamente planes con un alto contenido neoclásico; no solamente la modelización es vista como el único trabajo que tiene un valor real, sino que los únicos modelos matemáticos considerados aceptables se basan en la racionalidad de los individuos y en el supuesto funcionamiento perfecto de los mercados. De manera general, aunque afortunadamente siempre hay excepciones, los demás tipos de formalizaciones, así como los trabajos empíricos que no utilizan la econometría, son considerados poco relevantes o poco serios en la ciencia económica. La historia de los hechos económicos, la historia del pensamiento económico o el conocimiento crítico de las instituciones, resultan relegados a los márgenes de la disciplina, cuando deberían constituir un pilar indispensable. Así, como señala la Asociación Francesa de Economía Política (AFEP), se ha abandonado el debate teórico o metodológico en un campo que podría enorgullecerse de haber conocido grandes controversias científicas. Hoy en día, la teoría dominante pretende cubrir el conjunto del campo académico en economía negando la existencia de otros enfoques que pertenecen a otras corrientes académicas, como el institucionalismo, el keynesianismo o el marxismo.4
Por ello debemos congratularnos de la divulgación en nuestro idioma del libro de Bernard Chavance, La economía institucional. La presente obra nos invita a pensar en una visión alternativa del estudio de la economía o, más bien dicho, recupera el pensamiento de la economía política, entendida como el estudio de las causas de la riqueza y la repartición, y lejana a la concepción tradicional de la economía como la ciencia de la elección racional y de la eficiencia. La economía institucional representa un enfoque distinto a los grandes problemas y dilemas en este campo, por lo que esta obra es fundamental para profundizar en el conocimiento de estas escuelas del pensamiento. Sin duda alguna, su publicación en México ayudará a ganar una audiencia más nutrida para el institucionalismo en los países de habla hispana, tan necesitados hoy en día de teorías económicas y de un análisis profundo de los sistemas económicos y del desarrollo.
La economía institucional se publicó por primera vez en 2007, y actualmente cuenta con una reedición en francés (2012) y diversas traducciones al inglés, chino, ruso, italiano, coreano y japonés. Esperemos que la publicación de este libro por el Fondo de Cultura Económica y con el apoyo del PUED-UNAM —instituciones que se han distinguido por promover la producción y el debate de las ideas, y de esta manera contribuir a encauzar el desarrollo en México y en América Latina—, gracias al apoyo de José Carreño Carlón, de Mario Luis Fuentes Alcalá y de Rolando Cordera Campos, ayude a enriquecer el análisis económico y a debatir qué tipo de economía se estudia y para qué.
LAILA PORRAS MUSALEM
Se puede considerar a la economía institucional como un conjunto de teorías cuyo elemento común es el estudio de las instituciones como objeto esencial de reflexión dentro de la economía. Estas teorías se distinguen de las que consideran que las instituciones no deben ser un objeto de estudio de la economía, pues ésta es una temática propia de otras disciplinas, como la ciencia política, la sociología o la historia.
Si bien es cierto que la escuela clásica inglesa, cuya influencia fue fundamental durante casi todo el siglo XIX, ya había incorporado a su corpus teórico el estudio de ciertas instituciones económicas como la propiedad (la cual determinaba la constitución de las clases sociales) o la naturaleza de la legislación del Estado y su alcance deseable, fueron las corrientes contestatarias de la tradición clásica las que desde un principio elaboraron un enfoque institucional de la economía: la escuela histórica alemana y el institucionalismo estadunidense. La influencia internacional de estas corrientes fue muy importante a finales del siglo XIX y durante los primeros 30 años del XX, particularmente en los Estados Unidos, donde el institucionalismo tuvo un eco significativo, tanto en el mundo académico como en el político al momento del New Deal. Sin embargo, desde su origen, la escuela austriaca también había desarrollado una importante dimensión institucional en la polémica que mantuvo con la escuela histórica.
No obstante, a partir de la década de 1940 la corriente neoclásica, con orígenes en los Estados Unidos, ganó una hegemonía incontestable alrededor del mundo y borró casi toda herencia del institucionalismo. Para este enfoque, que finalmente dominó el conjunto del siglo XX, la economía como disciplina tiene por objeto principal de estudio el mercado. La teoría neoclásica razona en términos de equilibrio a partir de la acción de individuos racionales, calculadores y utilitaristas y se preocupa principalmente por la eficacia. Debido a su influencia, las cuestiones y las temáticas del institucionalismo, sobre todo la dimensión histórica de los procesos económicos, fueron fuertemente minimizadas o incluso totalmente eliminadas. Aunque el eco de las temáticas institucionalistas continuó haciéndose escuchar en varias disciplinas —como la economía del trabajo, las relaciones industriales, el análisis de las grandes corporaciones y la economía del desarrollo—, no es exagerado decir que la economía dominante ignoró deliberadamente el estudio de las instituciones en la segunda mitad del siglo XX.
Sin embargo, durante los últimos 20 años del siglo pasado se observó un cambio gradual en las relaciones complejas entre las diversas teorías económicas.1 Una vigorosa escuela llamada “nueva economía institucional”, cuyo origen se encuentra en la tradición neoclásica, y de nuevo también de procedencia estadunidense, va a comenzar a afirmarse. Esta escuela toma distancia con respecto al primer institucionalismo, en cuanto al conjunto de sus hipótesis de trabajo, poniendo un énfasis importante en instituciones como los derechos de propiedad o las “formas de gobernanza” alternativas como el mercado y la jerarquía en las empresas. En la misma época se produce un renacimiento de la primera escuela institucionalista (el “viejo institucionalismo”) en los Estados Unidos, pero sobre todo en Europa, y otras numerosas corrientes novedosas, como el evolucionismo económico, revelan una filiación manifiesta con esta tradición.
Posteriormente, el resurgimiento de la escuela austriaca, que acompaña a la gran inflexión neoliberal de fin de siglo, reactiva otra rama de la economía institucional que había sido largamente olvidada. El contexto histórico no es, por supuesto, extraño a esta evolución: la complejidad y la amplitud de los cambios institucionales en el mundo capitalista a partir de la década de 1980, la crisis y la transformación de los sistemas socialistas, las diferencias considerables de las economías en desarrollo, todos estos grandes cambios exigen un análisis institucional que el paradigma del equilibrio y la hipótesis convencional del ceteris paribus no son capaces de elaborar. Además, después del desgaste de su programa de investigación y bajo el impacto de los enfoques institucionalistas renovados, las teorías neoclásicas también buscaron aplicar su método y sus conceptos a las temáticas institucionales, como se observa en las teorías del public choice, de los derechos de propiedad, del análisis económico del derecho, de la economía constitucional, de los contratos, de la agencia, etcétera.
A principios del siglo XXI las controversias teóricas y metodológicas entre las diferentes corrientes económicas, a propósito del papel de las instituciones, fueron reconfiguradas sustancialmente. Un consenso muy amplio y novedoso domina el periodo actual: en economía, las instituciones cuentan (institutions matter). Un economista que se autoproclamaba institucionalista hace 20 o 30 años era objeto de burlas y sarcasmos. En la actualidad, serlo es casi un lugar común, una moda. Seguramente, las diferencias de enfoques, métodos y formas de conceptualización siguen siendo importantes y con frecuencia son irreductibles; pero también asistimos a una redefinición de las fronteras entre escuelas, entre ortodoxia y heterodoxia, y generalmente la vitalidad de diversas corrientes que abordan el mismo campo de la “economía con instituciones” es un signo refrescante en el contexto del malestar del pensamiento económico que caracteriza a nuestra época.2
Este libro fue concebido como una introducción a las corrientes más significativas de la economía institucional y como una invitación a una lectura posterior más profunda de los autores y de las corrientes que componen esta múltiple familia en el seno de las teorías económicas. Ciertamente no es una presentación exhaustiva; por ello se han agregado referencias complementarias en la bibliografía incluida al final de la obra. El método adoptado consiste en centrarse en los autores y en dichas corrientes.
El capítulo I trata sobre el institucionalismo originario, analiza la escuela histórica representada por Schmoller y el institucionalismo estadunidense de Veblen, Hamilton y Commons, e incluye una aproximación a Polanyi. El capítulo II estudia la escuela austriaca de Menger y Hayek, al igual que el “ordoliberalismo” de Eucken. La NEI estadunidense es repasada en el capítulo III a través de la obra de Williamson y North, a la que se suma el análisis de los enfoques de Aoki y Greif que trabajan la teoría de juegos, así como una visión pluridisciplinaria con Acemoglu y Ostrom. El capítulo IV abarca ciertas corrientes europeas contemporáneas: la teoría de la regulación, la escuela de las convenciones y el institucionalismo evolucionista de Hodgson. Finalmente, el capítulo V discute las cuestiones de la diversidad y de la unidad en el seno de la economía institucional.