2019 MENCÍA YANO
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Dirección:www.edicionescoral.com/www.groupeditionworld.com
ISBN digital: 978-84-1732-27-8
Primera edición: Marzo 2019
Diseño portada: Group edition world/ Ediciones K
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El enigma de Erin
Vol I serie
“Voces silenciosas”
Tamara Araoz
Para mi papá
Sinopsis
Hay tres cosas en las que Dimitri Stepanov es realmente bueno:
La primera, su capacidad de comenzar hablando de sí mismo en tercera persona sin perder el estilo.
La segunda, ser capaz de mantener firme su natural desprecio hacia el género humano sin importar quién se le parara enfrente.
La tercera, vender todo lo que sea remotamente vendible con nada más que su carisma y su inseparable móvil.
El problema, bueno, es bastante simple. Solo despójenme de alguna de estas cosas y me tendrán en serios aprietos. ¿Quieren saber cómo lo sé? Fácil, porque toda esta condenada historia comenzó tras olvidar estúpidamente mi móvil en un taxi. Y todo, básicamente, se complicó aún más cuando este cayó en las inquietas manos de la irlandesa.
¿Quién iba a creer hacia dónde nos llevaría un inocente intercambio de mensajes? Yo solo quería mi celular de regreso, pero por algún motivo que aún desconozco me vi enredado en su mundo. Un mundo tan distinto al mío que se volvió un enigma que debía descifrar, sobre todo porque ella nunca creyó que fuese capaz de llegar tan lejos por una simple palabra suya.
Aunque debo advertirles desde ahora, esta no es una historia de romance tipo. Este soy yo, diciéndoles sin tapujos: el romance apesta. Si quieren cursis demostraciones de amor e increíbles confesiones al final de todo el drama, lean a Austen. Si quieren algo real, pónganse cómodos.
Capítulo I: Irlandesa
Dimitri
Maldita sea, no podía encontrar mi móvil.
—El que sigue.
Di una rápida mirada a la joven azafata que me estaba llamando, al mismo tiempo que hundía mi mano dentro de mi morral y sacudía hasta la última mota de un modo completamente inútil. ¿Dónde infiernos estaba mi móvil?
—Oye, es tu turno.
—Lo sé —le gruñí al tipo que estaba detrás de mí y que al parecer temía que el avión despegara con la mitad de los pasajeros fuera. Por favor.
—¿Vas a ir o no?
Le eché una fiera mirada por encima del hombro, antes de resignarme a avanzar para no seguir siendo el idiota ese que detenía la fila. La azafata me dio una sonrisa cortés cuando le entregué mi pasaje y pasaporte, pero apenas si reparé en ella o en ese botón de su camisa que estaba a una exhalación de revelarme si era una chica de encaje o algodón. Apenas lo hice, porque estaba muy concentrado en mi móvil, por supuesto, y el hecho de que ella usara un sostén rojo debajo de una camisa blanca, en realidad casi ni me inmutó. Entonces, estaba seguro de que había guardado mi móvil antes de salir de mi casa, así que la única alternativa era que lo hubiese dejado en el taxi o… ¿en el baño? Lógicamente no saqué el móvil cuando fui a orinar, así que sin duda debía haberlo dejado en el taxi. ¡Diablos! Ese aparato cargaba una importante parte de mi vida, no quería comenzar a pensar en lo que el taxista haría con él teniéndolo completamente a su merced. Y me sería imposible bloquearlo durante el vuelo, o bien me marchaba y dejaba que el móvil se defendiera por su cuenta, o bien me resignaba a creer en la bondad y buena disposición del taxista. El cual, en mi utópico pensamiento, no violaría la intimidad de mi teléfono. Uf… qué decisión más difícil.
—Todo en orden, que tenga un buen vuelo.
Claro, como si eso fuera a ser posible ahora. Sería un vuelo de mierda sin mi celular. Oh, demonios, toda una semana incomunicado. Me retracto, no sería un vuelo de mierda, serían siete días de infernal silencio y paz. ¿Podría haber algo peor que eso?
***
No importaron las veces que llamé a mi viejo número una vez que aterricé; luego de más de veinte horas sin poder comunicarme me resigné a conseguirme uno nuevo. Pero no era lo mismo, mi otro móvil era como mi computadora de bolsillo, agenda, periódico, calculadora, cámara, contacto con la humanidad y… bueno, claro, aparato para hacer llamadas. Me sentía mal por haberlo abandonado en el taxi, me sentía como debería sentirse una madre cuando deja a su niño en el supermercado o cuando olvida ir a buscarlo a la escuela. Mi pobre móvil no se merecía tal descuido por mi parte, así que haría lo que estuviese en mi poder para recuperarlo. Incluso estando a una considerable distancia de él, podía sentirlo necesitándome.
—¿Vas a marcarle de nuevo?
—No puedo rendirme sin más, alguien tendrá que responder tarde o temprano —le expliqué a mi colega, sin molestarme en modular mi tono frustrado. Cole se encogió de hombros, tomando un trago de su cerveza para evitar volver sobre la misma cuestión. Si mi voz no fue indicador suficiente, seguramente mi postura tensa y la presión con que apretaba el lateral de la mesa, sin duda le dieron la pauta para comprender que no quería seguir siendo fastidiado.
Él estaba seguro de que mi móvil ya estaba dividido en varias partes y que ahora conformaba al menos cinco móviles nuevos, en el mercado negro de móviles robados. Pero yo quería ser un poco más optimista al respecto, no solo porque me molestaba pensar en la opción que Cole defendía, sino porque me causaba algo de escozor aceptar que extraños estuviesen revisando mis archivos y viendo el contenido de mi teléfono. No era del tipo de personas que se sacaba fotos desnudo, pero una que otra vez me divertí grabando vídeos picantes con mi ex y no recordaba haberlos borrado. La idea de que mi culo blanco fuese protagonista de alguna página para adultos, estaba poniendo mis nervios de punta.
—¿Y? —Cole alzó las cejas en modo expectante, mientras yo le pedía un segundo con mi índice.
El teléfono timbró, una, dos, tres, cuatro, cinco veces… y el buzón de voz saltó.
—Mierda. —Colgué y volví a marcar con insistencia. Si estuviese desarmado y siendo prostituido en el mercado negro de móviles no tendría que sonar, ¿cierto? Eso me daba algo de esperanza, por eso después de casi un día completo le seguía marcando con una devoción que mi madre habría tachado de incorrecta al ser dirigida hacia algo inanimado.
—Dimo, dale un descanso a eso. —Cole empujó mi vaso de cerveza más cerca de mi mano, pero lo ignoré—. Tómate esto y márcale más tarde, tal vez quien lo tenga está durmiendo.
—¿A las tres de la tarde? —pregunté, volviendo a suspirar cuando escuché mi propia voz diciéndome que me dejase un mensaje para que pudiera contactarme a la brevedad. Hice una pausa allí, incapaz de no admirar mi voz, porque sinceramente hasta podría ser locutor de radio o algo así—. Tal vez aquí sea de noche, pero allí es la tarde… lo revisé en internet.
—Bueno —masculló él, robándose mi cerveza—. Tal vez solo no quiere interrumpir sus actividades delictivas, para charlar con el dueño del celular que intenta vender.
Solté un bufido, arrebatándole el vaso de la mano y me empiné el contenido con un solo trago.
—Tal vez voy a patear tu culo, si sigues diciendo eso.
—Es un estúpido móvil. —Le hizo una seña a una camarera, enseñándole nuestros vasos vacíos y ella rápidamente se acercó con una jarra de cerveza nueva. El trato en este lado del mundo siempre era excelente, sobre todo cuando se trataba de cerveza—. Date tiempo y en un mes, tendrás este tan lleno de porquerías como el anterior.
—No quiero este… —protesté, dándole al remarcar por tercera vez—. Quiero mi antiguo móvil.
No acababa de decir eso cuando el otro lado de la línea crujió y repentinamente, una voz algo vacilante rompió el silencio.
—¿Diga? —Era una mujer. ¿La mujer del taxista quizá?
—Hola… mira, soy el dueño del móvil que tienes. —Cole se irguió en su asiento al ver que teníamos algo de acción. Por fin, maldita sea, estuve a un intento fallido más de darle la razón—. Creo que me lo dejé en el taxi y…
—Oh, sí —me cortó la mujer, haciendo un sonido que no pareció dirigido a mí—. Claro, claro… lo tengo.
—¿Lo tienes? —¡Qué pregunta estúpida! Por supuesto que lo tenía—. Es decir, ¿crees que podrías… no lo sé, regresármelo?
Ante mí, Cole se dio un golpe en la frente y sacudió la cabeza. Lo sé, yo también me había dado cuenta de lo idiota que había sonado.
—Mira, no fui yo quien lo encontró. Simplemente respondí porque no dejaba de hacer ruido.
—¿Cómo? —Estaba algo confundido, ¿esto significaba que no iba a regresármelo?
—Mi prima Erin lo trajo, pero ella ahora está durmiendo y yo voy de salida. Tendrás que hablar con ella para acordar algún modo de que te lo devuelva.
—Está bien por mí —acepté, tratando de seguir su argumento—. ¿Cuándo puedo hablar con tu prima?
—¿Por qué no me dejas un número? Ella puede escribirte ahí o no sé…
—Claro, dile que me escriba o me llame a este número. Es del móvil que estoy usando ahora.
—Ok, yo le digo. —No puedo describir el alivio que sentí al oír aquellas cuatro palabras.
—Bien, gracias. Hasta luego. —Ella colgó en ese instante, pero no me importó que ni siquiera se hubiese despedido. Puede que la mujer del taxista o alguna mujer al azar hubiese encontrado mi móvil, pero al menos no estaba planeando venderlo por partes. Fuese quien fuese esa Erin, ya me gustaba bastante.
—Hijo de puta, no me digas que aún vive.
—Lo hace —aseguré, sonriendo ante la mirada estupefacta de Cole.
—¿Y quién lo tiene? ¿El taxista?
—No. —Me arrojé un puñado de maní en la boca—. Una irlandesa.
***
No tuve noticias de la tal Erin durante toda la noche ni la mañana siguiente; por lo que luego de usar las máquinas de correr que tenía el hotel durante un largo rato, comencé a pensar que tal vez me había apresurado al creer que las cosas se solucionarían tan fácilmente. Tenía menos de una hora para ir a una reunión, es decir, la razón que me había llevado a tomar ese avión de forma apresurada y estúpidamente dejar mi móvil abandonado. Tranquilos, casi puedo ver para dónde corren sus pensamientos: un tipo que toma un avión para asistir a una reunión sin duda no debería estar lamentándose por un móvil, incluso debe tener al menos diez iguales y nueve de ellos los responde su secretaria. Pues… no, lamento lanzarlos fuera de su nube literaria. No soy rico, ni tampoco un gran empresario, no viajo en mi propio jet privado y para cómo está la economía hoy en día, ni siquiera puedo costearme un buen lugar en clase turista.
Si bien mi trabajo me deja vivir de un modo algo holgado, sepan que no tengo la suerte de ser el heredero de algún imperio empresarial, ni tampoco fui bendecido con un cerebro capaz de sacarle millones a una roca. No, mucho me temo que soy un simple empleado más de una agencia que supo ver cierto potencial en mi actitud para los negocios. Me gusta vestir bien y comprarme cosas caras, soy ambicioso, carismático y muy tenaz. Cuando mi jefe vio que adornaba todos esos atributos con una cara atractivamente inocente, no le cupieron dudas de que yo atraería clientes como una jodida olla de oro en medio de la vía pública. Y tienen que saber que lo hago, cuando se refiere a vender un producto soy su hombre.
Lancé la toalla con la que me estaba secando sobre la cama y caminé desnudo hasta la cómoda, donde había dejado mi nuevo móvil. Esperaba tener al menos un mensaje de Erin que hubiese llegado mientras me duchaba, pero no había notificación de ningún tipo. Y por supuesto que no las habría, porque nadie tenía este estúpido número, mis cuentas no estaban configuradas en él y… oh, diablos, no recordaba mis contraseñas. Mis seguidores en Instagram sufrirían el abandono, podía presentirlo.
Suspiré, marcando el único número que me sabía de memoria, marcándole a la única persona que respondería a un desconocido.
—¿Diga?
—¿Evan? —Hubo una pausa, hasta que supongo que Evan hizo las conexiones necesarias.
—¿Dimitri? —No sabía si era bueno o malo que mi terapeuta reconociera mi voz tan fácilmente.
—Sí, soy yo —musité con disgusto—. Perdí mi móvil, así que estoy usando este de momento.
—Oh, lo siento —dijo en voz pausada, como casi todo lo que decía. Hablar con Evan era una forma rápida de bajar la intensidad y calmarse, tenía ese efecto sedante. Al menos en mí—. ¿Debo guardar este número entonces?
—Sí… digo, no. Espero poder recuperar el otro cuando regrese, aunque ahora no estoy del todo seguro y…—me silencié al darme cuenta que estaba divagando—. Es lunes.
—Me alegro que lo recordarás, pero aquí todavía sigue siendo domingo —me informó con tono de burla.
—¿Lo es? —Miré mi reloj de pulsera, estaban por ser las siete de la mañana lo que significaba que allí eran como las once de la noche. Ups—. Diablos, lo siento, olvidé todo lo del cambio horario.
—No te preocupes —murmuró sin darle mayor importancia—. Dime, ¿qué tal Alemania?
—El lugar está bien, pero no he salido del hotel aún. —Saqué un par de bóxers de mi maleta, mientras sostenía el móvil con el hombro y me contorsionaba para entrar en ellos—. He estado un poco ansioso con todo el tema del móvil, espero poder recuperarlo.
—¿Pudiste contactar a la persona que lo tiene?
—Oh, sí, es una irlandesa.
—¿Una irlandesa? —inquirió con aire confuso, me encogí de hombros aun cuando él no podía verme—. ¿Tanto así hablaron?
—No he hablado con ella, Evan. —Sacudí una camisa blanca y la lancé sobre la cama, pensando que quizá ese día tendría que usar gris. El blanco me haría ver demasiado prístino y no quería parecer un blanco fácil con los alemanes—. Su prima respondió cuando llamé, me dijo que la chica… Erin me llamaría luego.
—Ya entiendo lo de “irlandesa”.
Por supuesto que lo haría, si había un motivo por el cual seguía hablando con Evan era porque en cierta forma admiraba su inteligencia. No soy muy aficionado a los loqueros, por eso cuando mi jefe me dijo que debía hablar con uno para tratar cuestiones sobre mi actitud casi presento mi dimisión. Pero luego me lo pensé con mayor detenimiento, tenía un buen lugar en la empresa y me había costado hacerme de mi grupo de clientes, lanzar todo eso a la borda solo para no tener que psicoanalizarme me parecía un desperdicio. Así que acepté conferenciarme con el loquero de la empresa, obviamente que presentando mi actitud más irascible. Algo que poco le molestó a Evan, porque para nuestra segunda sesión me invitó a un bar para que jugáramos al billar y entre cervezas, insultos y varios juegos perdidos —el desgraciado era bastante bueno en ello— logró sonsacarme más información que mi cura en toda una semana de confesión. Con eso el infeliz se ganó mi respeto. Y a partir de ese día, la relación terapeuta/paciente se desdibujó un poco. Yo era como uno de sus proyectos personales, su propia tesis de doctorado andante y parlante.
—Entonces, estuve pensando en el ejercicio que me pediste hacer la semana pasada. Y creo que llegué a la conclusión de que estoy molesto con Dios.
—¿Con Dios? —inquirió con aire adusto.
—Sí, con Dios.
—¿Y por qué?
—Sabes cómo es mi madre, me ha tenido al servicio del todo poderoso desde que tengo uso de razón. Así que… piénsalo, tiene lógica que esté resentido con él. —Evan soltó un suspiro y creo que hasta pude verlo llevándose la mano al rostro para presionarse el puente de la nariz—. Escúchame, mamá no deja de recordarme que estoy condenando mi alma inmortal, al entregar mi vida al enorme negocio del capitalismo. He vivido demasiado tiempo temiendo irme al infierno, viviendo con el estigma de ofender al padre creador y creo que he desarrollado una especie de rechazo físico hacia todo tema espiritual. Lo que me vuelve un tanto autodestructivo y despiadado con el resto del mundo, ¿qué piensas?
—Pienso que podrías estar en lo correcto —aceptó, demasiado fácilmente para mi gusto—. Pero esa antipatía que desarrollaste hacia Dios, se puede originar en el mismo punto en donde encuentras satisfacción al ofender a tu madre y su religión.
Fruncí el ceño, deteniéndome a medio camino de lanzar un pantalón junto con el resto de ropa que había acumulado.
—No creo estar siguiéndote. —Evan hizo amago de explicarse, pero lo interrumpí al instante—. ¿Sabes? Es demasiado tarde allí, mejor te dejo dormir y hablamos el jueves, ¿bien?
—Dimitri… —comenzó, pero corté la llamada antes de que pudiera armar su regaño. Sabía lo que iba a decirme y no estaba interesado en escucharlo, aceptar tener un loquero no se traducía al instante en querer trabajar sobre su mierda psicológica. O sí, pero me gustaba engañarme al respecto, no me jodan.
El móvil se sacudió en mi mano y estuve a punto de abandonarlo sobre la cómoda, cuando noté que no se trataba de Evan. No, maldita sea, este número era el único que reconocería hasta con los ojos cerrados. ¡Era mi número!
Hola, soy Erin. Yo encontré tu móvil en un taxi, dime cómo te queda mejor y arreglamos para que te lo regrese.
Automáticamente mi humor de perros se iluminó como una jodida fuente al leer ese mensaje. Sí, esos cambios de humor son indicadores claves por los cuales necesito un loquero, no se fijen.
Hola, Erin, gracias por recoger mi teléfono.
Evité agradecerle por no venderlo, ya que no quería darle ideas con las cuales entretenerse hasta mi regreso. La necesitaba de mi lado.
La cosa es que durante esta semana estoy fuera del país, así que me preguntaba si podrías tenerlo contigo hasta que regrese.
Claro, no hay problema.
Chicos, esta mujer cada vez me gustaba más. Sonreí.
Genial, estamos en contacto entonces. Espero estar regresando el viernes por la noche.
Perfecto, voy a procurar alimentarlo bien y sacarlo a pasear todas las tardes.
Solté una breve carcajada por eso, la irlandesa acababa de hacerme una broma.
Está en una dieta estricta, nada de dulces después de las nueve o se pondrá insoportable.
Lo sé, pasé una noche con él y no me ha dejado dormir de lo escandaloso que es. Tuve que echarlo a la sala.
Es cosa de familia, siempre terminan echándonos a la sala.
LOL!
Comencé a escribir un mensaje pero luego me detuve a mí mismo al ver lo que estaba haciendo. Dios, ni siquiera sabía quién era y casi pensé en lanzarme a un coqueteo con ella. A veces hasta yo me sorprendo de lo fácil que soy.
Hasta el viernes entonces, voy a mantenerlo con batería.
Gracias, Erin.
De nada… como te llames.
Una vez más logró robarme una sonrisa, así que antes de terminar de vestirme tecleé mi respuesta:
Dimitri.
Capítulo II: Psicópata inofensivo
Dimitri
—¿Crees que los convencimos, Dimo?
Presioné el botón del elevador con fuerza, esperando que nos llevara lo más rápido y lejos posible de ese piso de oficinas. La reunión no había salido específicamente como lo habíamos anticipado. Los alemanes eran algo reacios a dejarnos manejar su producto, pero mi jefe quería esta cuenta tanto o quizá más de lo que quería a su esposa. Seguramente más, si tengo que aventurar hipótesis al respecto. El problema era que debíamos competir contra agencias nacionales, agencias que manejaban el alemán mucho mejor de lo que yo pudiese fingir hacerlo. Y no es como si Cole fuese de ayuda, preguntándome cada quince segundos qué dijo ese o qué dijo aquel.
—Creo que la jodimos.
—Yo también lo creo —murmuró con un leve suspiro de derrota.
—Ánimo, tendremos otra oportunidad el jueves… podremos practicar nuestra fluidez con el alemán. —Intenté inyectarle algo de optimismo a todo el asunto, tal y como Evan me pedía que hiciera en cada oportunidad que se me presentase. No era simple, eso de ser positivo en realidad no era lo mío. Para mí siempre las cosas eran blancas o negras, y ahora a pesar de que mi mente quería ver negro, estaba en la obligación de correr una cortina blanca.
La psicología apesta, ya uno ni siquiera puede ser miserable en paz.
—No creo que sea cuestión de fluidez, Dimo, simplemente no les agradan nuestras caras. Tú te ves muy ruso para ellos. —Me apuntó con un ademán con el que supuse pretendía hacerme sentir culpable y frente a mi consternado silencio, él sintió la necesidad de explicarse—: Ya sabes… ustedes los cambiaron por los aliados tiempo atrás, los alemanes no olvidan.
Sabía de lo que hablaba y por un segundo sentí el impulso de abofetearlo, duro. Pero luego pensé en que eso devendría en una larga e incómoda sesión de terapia sobre el porqué no puedo golpear idiotas siempre que me plazca. Así que puse en práctica lo de contar hasta diez y armé la imagen mental de mí mismo tras las rejas, por haber sucumbido a un instinto primitivo. Eso hizo el trabajo.
—Si mal no recuerdo los sucesos, ellos terminaron rindiéndose ante nosotros, ¿no? —Cole se encogió de hombros en gesto dubitativo, como si en verdad no estuviese seguro de cómo acabó la Segunda Guerra Mundial—. Supongo, Cole, que es nuestro deber hacer del jueves otro Día del Elba.
Mi colega se frotó los antebrazos con las manos y me echó una mirada cautelosa de reojo.
—A veces asusta lo mucho que sabes sobre guerras y genocidio, Dimo. —Las puertas del elevador se abrieron, a tiempo para que él escapara sin darme posibilidad de replicar. ¿Qué tenía de malo que estuviese bien informado sobre las guerras? Me gustaban las guerras, no por las muertes y todo eso, sino como curiosidad histórica.
Dios, ¿eso les sonó tan nerd como a mí?
De todos modos el Día del Elba no era algo malo, fue el primer contacto entre las tropas soviéticas y estadounidenses. Allí, junto al río Elba, se acordó que los aliados lucharían en conjunto hasta la rendición del Tercer Reich. Incluso hubo festejos, así que era un comentario completamente válido y Cole iba a tener que aceptarlo.
—Solo pretendía decir que tendríamos que unir fuerzas —expliqué, alcanzándolo en el aparcamiento.
Él asintió de modo ausente, sin siquiera detenerse a mirarme y entonces supe que sería un desperdicio de tiempo intentar aclarar mi comentario. De no conocerlo mejor, me atrevería a decir que en ocasiones Cole me tenía miedo. Y no específicamente por lo que pudiera hacerle, sino porque al estar conmigo el muy desgraciado temía que lo tomara como cómplice de mis fechorías. A mí aquello me parecía ridículo, de acuerdo, tal vez sí tenía una actitud de desapego hacia el mundo y el resto de personas sobre él. Y sí, tal vez veía a todos los seres humanos como potenciales compradores, como números, como cifras que debían entrar dentro de alguna de mis categorías de sondeo, pero eso no me hacía un psicópata en potencia. Solo me hacían un buen publicista.
Además deberían saber que pasé limpio todos mis exámenes psicológicos. Y yo sé muy bien de lo que les hablo, he estado en consultas de psicólogos y psiquiatras desde los cuatro años. Pero, ¡hey! Nada por lo que alarmarse allí, si bien fui mal diagnosticado con asperger por unos seis años, eso al final de cuentas no prosperó. A mis diez años un amable médico tuvo la bondad de decirle a mi madre que yo no entraba dentro de las categorías de un asperger, así que sugirió —con esa amabilidad suya— que en realidad yo podría ser un sociópata.
¡Oh, vamos! No me vean así, él estuvo equivocado con eso. Y mis otros diez médicos confirmaron que no represento una amenaza ni para mí, ni para la sociedad. Solo soy algo… ¿cómo decirlo? Desinteresado, indiferente, apático y tal vez demasiado poco empático con respecto a las demás personas. Pero completamente inofensivo, no lo olviden.
—Si el jueves nos presentamos con el mismo discurso, puedes olvidarte de la rendición de Alemania porque nos van repatriar de una patada en el culo. —Cole puso en marcha el auto que habíamos alquilado y una música alemana incomprensible comenzó a sonar a todo volumen desde el estéreo. Ambos hicimos una mueca de disgusto—. Dios, música del infierno.
Él la apagó con un gruñido mientras yo sacaba mi móvil del bolsillo, listo para ir sobre el brief de la empresa en la que estábamos trabajando. Pero entonces me di cuenta que no tenía dicho archivo en el móvil y la pequeña parte de mí que se mantenía positiva hasta el momento, voló lejos de ese automóvil junto con la música alemana de mierda.
—¡Esta basura! —Estuve a un impulso de lanzar el odioso móvil por la ventanilla, pero me contuve.
—¿Qué ocurre? —Cole me observó con una ceja enarcada.
—Quería revisar el brief y ver algún sistema de apoyo para el jueves, pero no lo tengo en este móvil. Mierda puta.
—Relájate. —Presionó el botón de mi ventanilla hasta bajarla a la mitad y con eso solo se ganó una mirada adusta por mi parte. Yo no soy bueno leyendo entrelíneas pero eso fue obvio hasta para mí—. Respira un poco, Dimo, puedes pedirle a la irlandesa que te mande el archivo. No es gran cosa.
Hasta que lo mencionó, ni siquiera me acordaba que otro ser vivo tenía mi móvil desde hacía dos días y que no le supondría mucha dificultad reenviar el contenido del brief por un mensaje. ¿Por qué no se me había ocurrido a mí? Maldición.
—Tienes razón. —Con mi calma de regreso en mi cuerpo, me apresuré a escribirle un mensaje.
Hola, Erin, sé que soy un fastidio pero necesito un favor.
Milagrosamente la mujer no me hizo esperar más de un minuto, lo cual era bastante bueno teniendo en cuenta la facilidad que tenían las de su especie en demorar para todo.
Hola, Dimitri. ¿En qué te puedo ayudar?
Hay un archivo en mi móvil, guardado en la carpeta de documentos. Se llama “brief”, ¿serías tan amable de reenviármelo en un mensaje?
¿Quieres que revise tu móvil?
¿Tan extraño era que le estuviese dando acceso a mi móvil? Para este momento, ya había asumido que lo había volteado de derecha a izquierda y de regreso. En su lugar, yo lo habría hecho.
¿Me estás diciendo que no lo has hecho aún?
En esa ocasión ella se demoró algunos segundos extra para responder, bien podría estar inventándose una mentira o analizando la posibilidad de salir por la vía honrada.
No, claro que no lo he hecho. El tuyo es el primer mensaje que abro y créeme, tuve muchas oportunidades para hacerlo antes. Este aparato tuyo no deja de recibir mensajes.
Voy a suponer que ganó la honradez.
Descuida, el 90% son de mi madre y yo también los ignoro.
Jajaja… pobre de ella.
Sonreí, poniendo los ojos en blanco. Bastarían cinco minutos con mamá para que ella cambiara de opinión sobre eso. Y no porque ella fuese malvada, sino por todo lo contrario. Mamá era demasiado buena, demasiado buena en todo y demasiado consciente de que yo no era como ella en lo absoluto. Así que se había puesto como meta en la vida, el salvar mi alma. Ella estaba segura de que podría hacerme ser un hombre correcto, hacerme apreciar el mundo a través de sus ojos y los de Dios. O la mierda que fuera. La verdad es que nunca la escuchaba al punto de poder retener nada de lo que dijese.
Tienes mi permiso para revisar el móvil y si en el proceso te encuentras con este archivo, me lo mandas. ¿Te parece?
Tienes un centenar de aplicaciones, ¿cómo encuentras nada aquí?
Al parecer ella ya había iniciado la búsqueda, así que decidí darle algo de tiempo para que se ubicara. Sabía muy bien que no era fácil encontrar archivos en mi teléfono, sobre todo si no estabas familiarizado con él.
—¿Y qué te dijo?
—Está buscando —le respondí a Cole, arrellanándome un tanto en los asientos de cuero.
—¿Qué te parece si vamos a comer algo? Me contaron de un mercadillo en Munich que venden las mejores brühwurst. —Me reí entre dientes al escuchar su patética pronunciación.
—Supongo que acabas de decir “salchicha”.
Él agitó una mano para restarle importancia al detalle.
—Oye, cuando bebas un poco de glühwein, lo que menos te va a importar es mi pronunciación.
—Oh, Dios, para. —Me cubrí las orejas con un gesto doloroso—. Iré a comer contigo si prometes dejar de deformar el idioma de ese modo.
—Tenemos un trato de caballeros, Dimo.
***
El archivo ya fue enviado, lamento la demora :)
¿No era ella dulce? Acababa de enviarme una carita sonriente, junto con el archivo e incluso se había disculpado. Si lo siguiente que me decía era que sabía cocinar ternera, iba a tener que robársela al taxista y hacerla mi mujer.
Empujé los restos de brühwurst a mi boca y luego de limpiarme los dedos con la servilleta, tecleé mi respuesta.
¡Erin, eres mi salvadora!
Nada de salvadora, amigo, hice la mitad del trabajo así que quiero un porcentaje.
Fue imposible no reírme con eso, lo cual llamó la atención de Cole que se encontraba intentando coquetear con la chica del puesto de salchichas. El hecho de que no supiese decir ni media palabra en alemán, parecía encantar a la chica que se divertía enseñándole a decir “beso” y “abrazo”.
Estoy de acuerdo, si el negocio este sale bien voy a darte un porcentaje. El 2% por haber buscado un archivo me parece más que aceptable.
¡¿2%?! ¿Me pasé una hora entre tus vídeos porno, por un 2%?
Oh, Dios, ella los había encontrado. Diablos. No era el fin del mundo, debía mantener la calma al respecto.
Eso explica porque te demoraste tanto…
LOL! ¿En verdad tienes vídeos porno?
Suspiré en alivio, ella no los había encontrado solo había estado blofeando. Maldito sarcasmo, lo que daría por ser bueno en identificar estas cosas al vuelo.
No estoy seguro de que exista una respuesta adecuada para esa pregunta, Erin.
Voy a tener que dilucidar el misterio por mí misma, y en vista de que tengo tu permiso. Hasta más tarde, socio.
Solo admite que me quieres ver en acción, socia, y no tendrás que buscar nada. Te lo envío gratis y actualizado.
Por un segundo temí haberme pasado de la línea con eso, porque ella no me respondió al instante y eso bien podría significar que estaba intentando serle fiel a su esposo el taxista. Lo cual estaba perfectamente bien para mí, porque solo planeaba obtener de ella mi teléfono y nada más que mi teléfono.
¿Eres una especie de adicto al Instagram?
¿Encontraste mis fotos?
Estoy empezando a pensar que eres un tanto narcisista.
Pero salgo bien, ¿verdad?
Uhh… ¿qué te ocurrió en el hombro?
Ella era buenísima cambiando de tema, pero me gustaba el hecho de que no estuviese intentando ponerme en mi lugar o que se pusiera en plan mojigata. Además estaba mirando mis fotos, fuese cual fuese el motivo, ella jodidamente me estaba chequeando. Dios, Dimitri, ni siquiera sabes cuántos años tiene. Sería terriblemente decepcionante que me dijera que tenía quince, u ochenta. Hasta setenta y nueve me podía estirar; es decir, siempre y cuando fuese menor que mi abuela y ya hubiese pasado la edad parar beber legamente, podía adaptarme.
Un accidente de esquí, me lo fracturé y mi hermano me hizo ese estupendo dibujo en la escayola.
Pero de todas formas, no saber su edad o su apariencia o estado civil, para el caso, no me detuvo de continuar con la conversación.
Tienes algunos comentarios en Instagram preguntando si estás bien y qué tal te recibió Alemania.
Antes de que pudiera responder, ella agregó:
¿Estás en Alemania? Creo que voy a tener que exigir más del 2% en esto, socio.
Solté una carcajada alejándome del puesto de salchicha, hasta detenerme al costado de una calle para darle mi perfil a la cámara y tomar una muy estúpida selfie. Sin pensármelo dos veces, se la envié.
Súbela en Instagram, por favor, y explica brevemente la situación. Van a dejar de molestarte con los mensajes.
Tal vez sí soy un tanto narcisista, ¿pero ya vieron que no les mentí con lo de mis seguidores? Ellos eran fieles a rabiar y también mi relación más larga con otros seres humanos hasta la fecha. Aunque Evan le quitaba crédito al asunto porque en realidad no interactuaba con ellos, sino que solo los dejaba admirarme como el buen casi sociópata que soy.
¿Este es tu modo de mostrarme que te ves bien de perfil también?
No, es el modo que utilizo para que las mujeres admitan que me veo bien. Gracias por corroborarlo.
¡Vaya bobo!, ¿estás intentando coquetear conmigo?
¿Eres casada? ¿Mayor de dieciocho y menor de ochenta?
No soy casada. Y sí soy mayor de dieciocho y menor de ochenta.
Entonces, totalmente estoy intentando coquetear contigo.
Jajaja, tal vez no sea casada pero puedo estar en una relación, ¿sabes?
Si no dijiste que tienes un novio, es porque esa “relación” no significa mucho para ti. Así que no me preocupo.
De acuerdo, no tengo ningún tipo de relación. Pero puede que sea fea.
Eso me tocaría juzgarlo a mí, la gente no es objetiva sobre su propia belleza. Además tienes una conversación agradable, eso compensaría cualquier falta que podrías llegar a creer que tienes.
Que “podría llegar a creer”. ¿Qué significa eso? ¿Estás diciendo que la gente se imagina sus carencias estéticas?
Reí, presintiendo que acababa de hacerla picar el anzuelo.
No, la gente no.
¿Entonces?
Las mujeres.
Como sea…
¿Se había enfadado? Diablos, justo cuando esto comenzaba a ponerse bueno.
¿Por cuánto tiempo más tendré que atender a tus seguidores?
Solté un resoplido al leer su último mensaje, notando por el rabillo del ojo a Cole haciéndome señas desde el otro lado del puesto de salchichas. Suspiré, recordando amargamente que estaba allí para trabajar y que por mucho que me gustase la idea de documentar Alemania en fotografía o averiguar si la irlandesa estaba en realidad molesta, iba a tener que ponerme manos a la obra.
El viernes regreso y nos encontramos para el intercambio.
Le escribí a toda prisa, permaneciendo un largo minuto viendo la pantalla como estúpido en espera de su respuesta. No la hubo. Maldita sea, tal vez era otra cosa que enfado, tal vez la había asustado un poco al ser tan directo. Bueno, al demonio, todavía me quedaba el viernes para demostrarle cuán inofensivo podía ser cara a cara.
Capítulo III: Erin con “e”
Dimitri
Está bien, te lo has ganado… voy a demostrar mi generosidad y darte el 3%. ¿Qué te parece?
¿Quieres decir que el negocio salió bien? ¿Los alemanes depusieron las armas?
¡Fue una completa victoria ruso—americana!
OPD!
Reí ante su reacción tan efusiva, ella tenía una jodida facilidad para hacerme carcajear en los lugares menos apropiados.
Estoy tan feliz, parece como si yo acabara de cerrar el trato. No lo entiendo!
Bueno, somos socios… mis victorias son las tuyas.
Dimitri, deja de coquetear conmigo, ¿quieres?
Oh, vamos, secretamente lo disfrutas.
Ja ja ja ja (esa es una risa sarcástica)
No era necesario que lo aclarases.
Al ver que no respondía me serví dos dedos de whisky y decidí sentarme un rato en la silla de acero que había en mi pequeño balcón de hotel. La noche había caído hacía pocas horas, pero no había sido capaz de adaptar mi sueño al horario alemán así que decidí molestar a la irlandesa un poco hasta que fuera momento de ir al aeropuerto. Habíamos estado intercambiado algunos mensajes desde el martes, y no estaba seguro de cómo pero terminé contándole el motivo por el cual estaba en Alemania. A partir de eso la conversación simplemente fluyó entre ambos, era demasiado fácil hablar con ella y me encontré en más de una ocasión, diciéndole lo primero que cruzaba mi mente con el simple motivo de extender la plática.
¿Qué? ¿Acaso pensaban que solo las mujeres hacen tonterías como esas? Claro que no, señoritas, cuando yo disfruto de algo tiendo a hacerlo prevalecer y me entrego a ello por completo… al menos por el tiempo que dure la novedad. La cual nunca duraba mucho, si tengo que ser honesto.
Oh, lo siento, no quise matar el romanticismo de una forma tan atroz. ¡Aguarden! ¿A quién quiero engañar? Sí quise matar el romanticismo, ¿qué historia creen que están leyendo? Si quieren reflexiones de amor y cursis demostraciones sensibleras al final de todo el drama, lean a Austen. Yo no soy ninguna jodida versión moderna de Mr. Darcy. Lo que les voy a contar es la realidad y como tal, esta se presenta ante nosotros tan edulcorada como el culo de un mono, tomen nota de ello.
Pero para poner las cartas sobre la mesa desde ya, chicas, permítanme aclararles aquí y ahora que el 90% de los pensamientos que acontecen en la mente de un hombre están relacionados con el sexo y no con el idílico romance que muchas quieren. Aun así en el fortuito caso de que no estemos pensando en sexo, siempre vamos a buscar hacer esa relación porque al fin y al cabo es nuestro puerto seguro. No importa el tema del que se nos hable, solo llega a tener sentido para nosotros cuando podemos llevarlo a un nivel de comprensión básico macho/hembra —o macho/macho según estilen—. Así que para estar claros; si nos hablan de comida vamos a pensar en follarlas en la cocina. ¿Nos hablan de decorar? Follarlas contra la pared. ¿Arreglos florales? Follarlas en el jardín o cualquier lugar con flores. ¿El perro? Bueno, no voy a perder el estilo diciéndoles qué postura imaginamos con eso, ¿verdad? El punto es que sí podemos escucharlas, y lo hacemos de tanto en tanto. Pero hay cierta cantidad de palabras que los hombres podemos escuchar, antes de imaginarlas con su boca siendo ocupada por alguna parte de nuestra anatomía, de preferencia con ustedes vestidas con nada más que su traje de Eva. Somos así, la última cosa evolucionada que hemos aprendido terminó con nosotros orinando de parados y no siempre tenemos el mejor desempeño en ese campo tampoco. Pedir algo más allá de eso, sería como pedir a una amiga, ¿de acuerdo?
Pero regresando al tema que nos compete ahora. Podía admitir sin tapujos que me gustaba interactuar con la irlandesa, que tenía algo que llamaba mi atención aun cuando ni siquiera había visto una mísera fotografía de ella. El Dimitri primitivo sabía que era una hembra cualificada para cubrir mis necesidades y no había mucho que me importara más allá de eso. Pero no se apuren, me gustaron muchas cosas en el pasado. Soy algo así como un aficionado a tener intereses pasajeros, tuve una época en que fui vegetariano y también pintor, incluso logré convencer a mi vecina de posar desnuda para mí un par de veces. Pero aquello no prosperó, la pintura, digo, no el tema de mi vecina. Aquello sí prosperó, prosperó por alrededor de un mes y en cada habitación de mi departamento y el suyo. ¡Qué recuerdos! Nadie como Nadia para hacer que Dimitri se inspirara.
En fin…
De niño tuve intereses más complejos, hubo un tiempo en que realmente me apasioné con la idea de ser acróbata de circo. Culpen al Cirque du Soleil por eso. También se me dio por ser jugador de ping pong profesional —maldito Forrest Gump—, cocinero, pastelero, carnívoro, vegano, planta... y muchas otras cosas que me gustaron pero que no lograron calar en mí. Nada más que las guerras calaban en mí, y los nombres, yo tenía una jodida y extraña obsesión por la procedencia y significado de los nombres. Sepan que estos atributos nunca me hicieron muy popular en mi comunidad, por eso mamá se había empecinado tanto en encontrarme una actividad menos “llamativa” a los ojos del Señor y la sociedad en general. Siendo pequeño, no podía hablar con alguien que acababan de presentarme sin notificarle todo lo que sabía sobre su nombre. Era una costumbre bastante molesta, lo comprendo ahora, pero para el joven mí era normal y tenía que hacerlo como una obligación moral, ¿entienden? Con el tiempo y psicólogos, aprendí que a las personas generalmente les importa un cuerno ese tipo de cosas y dejé de hacerlo. Aunque en mi fuero interno sigo enumerando los datos y guardándolos en una lista mental, por si algún día alguien siente curiosidad al respecto. Nunca se sabe, ¿verdad?
Ese era el comportamiento más asperger que tenía, ¿ya ven por qué fue una opción por tanto tiempo? Lo peor es que lo reconocía, pero no podía hacer nada para evitarlo. Aún no puedo hacer nada.
Hablé con tu madre hoy.
Eso automáticamente logró reenfocar mi mente dispersa.
Oh, Dios…
Sí, eso fue lo que ella dijo cuando se dio cuenta de que una mujer tenía tu móvil.
Puse los ojos en blanco, si mamá hablaba con la irlandesa mataría cualquier posibilidad de avanzar sobre ella luego. No me permitiría acercarme a la chica hasta que ambos hubiésemos tomado juntos todos los sacramentos.
¿Qué tan malo fue?
Admito que pregunté con algo de recelo, la verdad es que no quería saber.
No fue tan malo, ella es muy agradable y amable. Solo quería saber por qué no respondías sus llamadas y mensajes, estaba preocupada por ti.
Seguramente. Mamá tiene un máster en preocupación y se ha licenciado en “Poner a prueba la paciencia de Dimitri”.
¿O sea que ya la dictan en la universidad? Me gustaría apuntarme a unas clases.
Sonreí, sacudiendo la cabeza y me empiné de un solo trago el contenido de mi vaso. Hora de dejar de hablar de mi madre, a los negocios, Dimo.
Así que mañana llego bastante tarde, pero tengo un plan.
¿Quieres que pregunte cuál es tu plan?
Sería muy amable que lo hicieras, porque si no siento que no te interesa y me cohíbo.
Eso sí que no me lo creo. ¿Cuál es tu plan, Dimitri?
Bastante simple. Tú, yo, mi móvil y cualquier restaurante que escojas.
Ella no respondió, por lo que supe que iba a tener que ser un poco más persuasivo. Sin opciones, ella y yo teníamos que vernos y la vería ese viernes.
Te voy a llevar a cenar, como parte de pago por haber cuidado de mi móvil y ser de vital ayuda para cerrar el trato con los alemanes. Debes, no, me corrijo, estás obligada a aceptar mi invitación, porque de lo contrario estarías golpeando mi honor ruso. Y los rusos tenemos en alta estima nuestro honor.
Sabrá Dios si eso era cierto o no, lo importante era que ella no lo supiera. Yo tenía de ruso el apellido y la sangre, por supuesto, pero no sabía nada de costumbres rusas. Dejé mi país natal teniendo menos de cuatro años, había aprendido el idioma por mis padres, pero nada más que eso. Y a decir verdad, ni siquiera luzco como el ruso que la mayoría imagina cuando piensa en rusos. Incluso cuando yo pienso en rusos, me viene a la cabeza alguien rubio, pálido, delgado con ojos claros y un gorro peludo alto. O sea, todo lo contrario a mí.
Bueno… tratándose de tu honor, supongo que cenaré contigo.
¡Vamos, irlandesa! Finge un poco de entusiasmo, el honor ruso se empieza a tambalear frente a tu falta de disimulo.
¿El honor o tu ego ruso?
Honor, ego… erección. Llámalo como quieras, nena, estás acabando con todo ello.
OPD! No puedo creer que hayas dicho eso!
Eres toda una santurrona, ¿nos vemos mañana?
Mañana.
Curiosamente, por un segundo no pude evitar dudar de su respuesta. ¿Por qué estaba tan reacia a reunirse conmigo? Solo estaba invitándola a cenar, no a una jodida orgía. Eso normalmente me lo reservo para la tercera cita.
Es broma, mentes perversas, es broma.
***
Cole y yo corrimos al aeropuerto una hora después de aquella conversación, nuestro avión salía en plena madrugada y Cole no podía salir a la calle sin hacer su tratamiento de belleza antes. Por lo que, obviamente, estábamos con el tiempo justo.
—¡Oye! —Su mano se precipitó a mi brazo, haciendo que mi laptop se desplazara peligrosamente hacia adelante—. No es un tratamiento de belleza, me gusta afeitar con cuidado mi piel…
—Y luego ponerle tres tipos de cremas distintas.
—Pues lo siento, no a todos nos agrada raspar como una lija. —Pasó su índice por mi mejilla, ganándose una mirada irritada por mi parte—. Deberías humectar tu piel después de afeitarte, solo digo que tus poros lo agradecerán el día de mañana.
—Y yo solo digo que deberías de arreglarte el tanga, porque sin duda está cortando la circulación a tus huevos.
Él soltó un bufido alejándose de mi asiento, pero no sin antes voltearse y hacerme un gesto con las manos sobre su rostro con el que supuse quería demostrarme cómo sus poros respiraban.
Jamás he tenido nada contra los homosexuales, pero los hombres y mujeres que no terminaban de definir qué rayos eran me confundían un poco. Para mí o eres heterosexual o eres homosexual, y hasta allí todo bien. Pero entonces el mundo se jodió cuando comenzaron a lanzar opciones ambiguas, hoy en día se podía ser de todo e incluso se podía tomar turnos para cada opción. Los había heterosexuales con ansias homosexuales que preferían definirse como bisexuales, pero que a decir verdad no querían tocar mujeres. Al menos que fuesen mujeres transexuales, que son algo así como mujeres atrapadas en cuerpos de hombres, los que a su vez quieren hombres heteros porque no son gays, solo les gusta ser mujeres a las que les gustan los hombres que le gustan a las mujeres que en realidad disfrutan del sexo con hombres y que en su fuero interno tienen una pequeña e indecisa atracción por su amiga y en la soledad de su cuarto, mientras son tocadas por sus novios se imaginan las manos de otra mujer.
¿Lo ven? Es un jodido caos y eso es solo por citar un ejemplo. Me sorprende que aún sepamos distinguir a las personas por las cuales debemos sentirnos atraídos, me sorprende sobre todo porque la gente sigue encontrando más fácil esconder quién es que lanzarse a decirlo claro y conciso de una maldita vez. Tal vez yo tenía un problema al necesitar que todo fuese lo más literal posible, pero creo que el mundo en general viviría mejor si tan solo se arriesgara a ser un poco más literal.
Sacudí la cabeza cuando mi nuevo y despreciado teléfono comenzó a vibrar dentro de mis pantalones, obligándome a hacer a un lado mi laptop para responder. Fue cuestión de dar una sola mirada a la pantalla para reconocer el número, incluso aunque mi memoria se negaba a almacenarlo mi cuerpo reaccionaba de forma instintiva.
—Hola, madre —contesté en tono apagado. Maldita irlandesa traidora, le había dado mi nuevo número. Solo como castigo, la llevaría a una orgía y al demonio la cena y la sutileza. ¡Y yo que pensaba ser caballero con ella!
—¿Por qué no me llamaste para decirme lo de tu móvil? He estado terriblemente preocupada por ti, Dimitri, estás en otro país y con ese chudak… —“Tipo raro” en ruso, así llama mamá a Cole y estoy inclinado a darle la razón—. Que solo sabe meterte en problemas.
—Tranquilícese, hermosa progenitora, el chudak se comportó y ya estamos por volver.
—No me importa nada de eso, ¿por qué no me hablaste apenas tuviste tu aparatito nuevo? —Cualquier cosa tecnológica para ella era un “aparatito”, maldigo aquel día de las madres en el que pensé que sería divertido darle un aparatito para que se entretuviera. Lo maldigo cada segundo de mi vida—. Gracias a Dios, esa muchachita dulce me ayudó a localizarte.
Rodé los ojos, ya que decir cualquier cosa sobre Erin sería alentarla en su locura y no me veía a mí mismo pisando el altar en ningún momento pronto. En ningún momento, para ser exacto.
—¿Cómo está Azrael?
—Oh, ese bicho… —resopló ella, indignada. El cambio de tema fue perfecto, casi y estuve tentado de palmear mi espalda—. Está vivo, me encargué de alimentarlo… pero no pienso sacarlo de su hábitat.
—Madre —dije a modo de regaño—. Azra necesita hacer sus ejercicios, no puede mantenerlo en el terrario por una semana, tiene que hacerlo tomar el sol.
—Pues hazlo tomar el sol cuando vengas, no pienso tocar ese bicho con mis manos. Lo alimenté como prometí y está vivo, es más de lo que puedes exigirme, jovencito.