cubiertaVarela.jpg

Julia VARELA y Fernando ÁLVAREZ-URIA (Eds.)

Conversaciones con Robert Castel

CabeceraLogo_Morata_Pag5.jpg

Fundada en 1920

Nuestra Señora del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes – Madrid - ESPAÑA

morata@edmorata.es – www.edmorata.es

© Julia VARELA y Fernando ÁLVAREZ-URIA (Eds.)

© Hélène y Philippe CASTEL

© Éditions L’Harmattan, 2015, de la entrevista a Robert Castel realizada por Vincent de Gaulejac publicada en Changement Social, 12, 2007 pp. 59-87.

© Éditions du Croquant, 2008, de la entrevista a Robert Castel realizada por Gérard Mauger, publicada con el título “Les dernières métamorphoses de la question sociale” en Savoir/Agir 2008, 1 (nº 3) pp. 59-74.

© L’ Humantié, 2013, de la entrevista a Robert Castel realizada por Pierre Chaillan publicada por L’Humanité el 14 de marzo de 2013.

© Ed. La Découverte, 2003, de la entrevista a Robert Castel realizada Marc Bessin, Bernard Doray y Jean-Paul Gaudillière publicada en Mouvements. Nº 27/28, mai-août 2003, pp. 177-185.

© Informations sociales, 2009, de la entrevista a Robert Castel realizada por Cyprien AVENEL y Sandrine DAUPHIN, Informations sociales, 2009/2
n° 152, p. 24-29.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Todas las direcciones de Internet que se dan en este libro son válidas en el momento en que fueron consultadas. Sin embargo, debido a la naturaleza dinámica de la red, algunas direcciones o páginas pueden haber cambiado o no existir. El autor y la editorial sienten los inconvenientes que esto pueda acarrear a los lectores pero, no asumen ninguna responsabilidad por tales cambios.

© EDICIONES MORATA, S. L. (2019)

Nuestra Sra. del Rosario, 14, bajo

28701 San Sebastián de los Reyes (Madrid)

www.edmorata.es-morata@edmorata.es

Derechos reservados

ISBNebook: 978-84-7112-932-1

Compuesto por: M. C. Casco Simancas

Imagen de la cubierta: Fotografía de Robert Castel. Agradecemos al Círculo de Bellas Artes su cesión y autorización.

Nota de la editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.

Por eso le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!

Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en comercial@edmorata.es o por teléfono en el 91 4480926.

ÍNDICE

PRÓLOGO. ¿SOCIOLOGÍA PARA QUÉ?

1. LO SUBJETIVO Y LO OBJETIVO

2. PIERRE BOURDIEU Y LA SOCIOLOGÍA CRÍTICA

3. CUESTIONAMIENTO SOCIOLÓGICO DE LA CULTURA PSICOLÓGICA

4. CENTRALIDAD DE LA CUESTIÓN SOCIAL

5. DE LA PSIQUIATRÍA A LA SOCIEDAD SALARIAL. Una socio-historia del presente

6. EL INDIVIDUO NO PUEDE EXISTIR SIN SOPORTES SOCIALES

7. LAS ÚLTIMAS METAMORFOSIS DE LA CUESTIÓN SOCIAL

8. DE LA MARGINACIÓN SOCIAL A LA INSERCIÓN. Los nuevos enclaves de las intervenciones sociales

9. LAS AMBIGÜEDADES DE LA INTERVENCIÓN SOCIAL FRENTE AL AUMENTO DE LAS INCERTIDUMBRES

10. FRENTE A LA RENTA BÁSICA, VINCULAR PROTECCIONES AL TRABAJO

11. UN NUEVO RÉGIMEN DEL CAPITALISMO

Anexo. A LA MEMORIA DE BUCHENWALD. Robert Castel

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS EN ESPAÑOL

BREVE REFERENCIA BIOGRÁFICA DE LOS ENTREVISTADORES

Prólogo

¿SOCIOLOGÍA, PARA QUÉ?

El libro que presentamos podría servir de introducción a la sociología de Robert Castel pues las conversaciones aquí recogidas constituyen un mapa de orientación para adentrase en la riqueza y complejidad de sus extensas y valiosas producciones sociológicas. Sus trabajos se inscriben en la senda abierta por la tradición de la sociología crítica y tienen como principal finalidad responder a demandas sociales de clarificación. De ahí que sus investigaciones sociológicas se centren en problemas candentes de hoy. De estos análisis, objetivamente fundados, no solo se derivan mejores explicaciones y una mayor comprensión de problemas acuciantes de la vida social, sino que, a la vez, contribuyen a crear condiciones intelectuales y prácticas para cambios sociales progresistas. Dicho en otros términos, el conocimiento de algunos mundos sociales abordados sociológicamente por Robert Castel no solo es un antídoto contra la ignorancia, sino que sirve también como una caja de herramientas para todos aquellos comprometidos en el perfeccionamiento social. El conocimiento sociológico se pone así al servicio de todos los que optemos por contribuir a una mayor profundización democrática de las sociedades en las que nos ha correspondido vivir.

Sociología crítica

La sociología requiere como precondición para su génesis y desarrollo una conciencia reflexiva de la sociedad. No existen seres humanos sin sociedad, pero existen sociedades en las que quienes las habitan carecen de una idea relativamente objetiva del funcionamiento social. La Revolución francesa, al reconocer que todos los hombres nacen libres, iguales y no sometidos a servidumbre, abrió el moderno espacio mental de la sociedad. Al institucionalizarse la sociedad esta se convirtió en el principal objeto de estudio de la nueva ciencia sociológica. La institucionalización de la sociedad de iguales hunde sus raíces en la moderna categoría de humanidad, de género humano. Emile Durkheim, en un ensayo titulado “La sociología en Francia en el siglo XIX”, señalaba que tras la tormenta de la Revolución Francesa la noción de ciencia social surgió como por arte de magia. El derrumbe del sistema social del Antiguo Régimen suscitó inmediatamente la necesidad de fundar una nueva ciencia, en un principio conocida como la fisiología social, un saber científico destinado a decir la verdad sobre el nuevo orden social en proceso de gestación. Saint-Simon, apodado por Durkheim el Cristóbal Colón de la sociología, consideraba que el malestar que reinaba en las sociedades europeas de su tiempo radicaba a la vez en la desorganización social e intelectual, por lo que se precisaba una ciencia nueva al servicio de la reorganización de un nuevo cuerpo social.

La ciencia de las sociedades estaba llamada, para Saint-Simon, a ser la más importante de todas las ciencias. Esta nueva ciencia, al igual que el resto de las ciencias, tenía que ser una fuente de verdad, pero, puesto que aún no existía, había que crearla sin dilación en función de un interés práctico. Durkheim señalaba que para Saint-Simon esta nueva ciencia, debía elevarse por encima del punto de vista nacional, que no puede ser más que descriptivo, y considerar ya no este o aquel pueblo en particular, sino a la humanidad en su conjunto, en su marcha progresiva y continua. Señalaba también que la revolución dio un gran empuje a la sociología francesa porque la sociología está reñida con el tradicionalismo: allí donde las tradiciones religiosas, políticas, jurídicas, han mantenido su rigidez y su autoridad, han frenado cualquier atisbo de cambio y, precisamente por esto, previenen el despertar de la reflexión; cuando se está habituado a creer que las cosas deben de permanecer en el estado en que se encuentran, no hay ninguna razón para preguntarse lo que deben ser, ni, por consiguiente, lo que son1.

Robert Castel pasó de ser un profesional de la filosofía, un filósofo universitario, llamado a la Universidad de Lille por el filósofo hegeliano Eric Weil, a convertirse en un sociólogo universitario, llamado al Centro de Sociología Europea de París por Pierre Bourdieu y Raymond Aron. En el tránsito de la filosofía a la sociología recibió un fuerte influjo del freudo-marxismo, y más, concretamente, la mediación de pensadores como Herbert Marcuse, uno de los grandes representantes de la Escuela de Fránkfort, y a la vez uno de los intelectuales que tuvo mayor incidencia en el movimiento social de mayo del 68. La traducción francesa del libro de Herbert Marcuse, Razón y revolución. Hegel y el nacimiento de la teoría social se publicó en las Ediciones de Minuit, en la colección Le sens commun dirigida por Pierre Bourdieu, en noviembre de 1968, con una Presentación de Robert Castel fechada en marzo de ese mismo año. En 1968 las Ediciones de Minuit publicaron también la traducción de El hombre unidimensional y unos años antes, en 1963, se publicaron en francés El marxismo soviético, así como Eros y civilización.

La versión original de Razón y revolución data de 1939 y en este libro, editado en francés por Castel, Herbert Marcuse levantaba acta de la crisis de la ideología revolucionaria y explicaba cómo se produjo la transición de la ideología filosófica hegeliana a la crítica social de Marx. En la segunda parte del libro, titulada “El nacimiento de la teoría social”, Marcuse mostraba cómo la primera sociología expresaba bien un fuerte contrate con las teorías filosóficas de la época, hasta el punto de que una primera sociología radical a la vez que defendía el retorno a los hechos representaba un ataque directo contra las concepciones religiosas y metafísicas que constituían el soporte ideológico del Antiguo Régimen2. Marcuse mostraba también cómo históricamente el rechazo de Hegel y de la dialéctica, junto con el nacimiento del neo-idealismo en Italia, asociado con un movimiento de unidad nacional y con otros procesos, favoreció el surgimiento de la ideología fascista. Como señaló Robert Castel en el Prólogo, Herbert Marcuse escribió conscientemente Razón y revolución en 1939 como una tentativa de respuesta al fascismo triunfante, porque percibió en el fascismo uno de los fenómenos dominantes de la historia social del siglo XX que impuso una redefinición autoritaria de la cultura. En Razón y revolución, un trabajo riguroso a la vez de historia social e intelectual, el análisis crítico operaba al servicio de una contracultura democrática.

La sociología crítica de Robert Castel es deudora de Marx y de los análisis realizados por algunos miembros de la Escuela de Fráncfort, pero se inscribe sobre todo en la vieja tradición republicana abierta por la revolución francesa, por lo que está muy próxima a los planteamientos de Emile Durkheim y su escuela, una escuela de pensamiento que estaba a su vez muy vinculada con las propuestas de socialismo, europeísmo e internacionalismo democrático defendidas con fuerza por Jean Jaurès. De hecho Émile Durkheim escribía explícitamente en el prefacio a la primera edición De la división del trabajo social, una de sus grandes obras, lo siguiente: Del hecho de que propongamos ante todo estudiar la realidad no se sigue que renunciemos a mejorarla: consideramos que nuestras investigaciones no merecerían ni tan siquiera una hora de esfuerzo si únicamente tuviesen un interés meramente especulativo. Si separamos cuidadosamente los problemas teóricos de los problemas prácticos no es porque nos olvidemos de estos últimos; más bien al contrario, es para ponernos en situación de resolverlos mejor3. Dicho en otros términos: la sociología crítica de Robert Castel estaría, al igual que la sociología realizada por los sociólogos integrados en la Escuela de Durkheim, al servicio de una profundización democrática de la sociedad.

Max Horkheimer, que desde 1931 fue director y principal impulsor del Instituto de Investigación Social en Fráncfort, señalaba en una conferencia que pronunció en Venecia en 1969 que la teoría crítica no solo pretendía la crítica de la sociedad y del conocimiento científico, sino que surgió de las ideas relativas a una sociedad mejor4. Como es bien sabido en 1933, con la llegada de Hitler al poder en Alemania, el Instituto fue clausurado y sus profesores e investigadores fueron condenados al silencio. En 1937 Horkheimer publicó un ensayo titulado Teoría tradicional y teoría crítica en el que defendía como principal objetivo de la sociología contribuir a liberar a los seres humanos de las condiciones que los esclavizan. Fue este espíritu el que estos profesores llevaron a América cuando se vieron obligados al exilio. En 1939 un sociólogo norteamericano, profesor en la Universidad de Columbia, precisamente en donde se habían refugiado algunos de los más conocidos representantes de la denominada Escuela de Fráncfort, y entre ellos Max Horkheimer y Herbert Marcuse, publicó un libro, que era el resultado de cuatro conferencias impartidas un año antes en Princeton. El libro se titulaba ¿Conocer, para qué? y llevaba por subtítulo El lugar de la ciencia social en la cultura americana. Esta obra de Lynd puede ser leída como un complemento de Razón y revolución de Marcuse. Cuando los efectos de la Gran Depresión golpeaban con fuerza a una América que se abría al gran experimento social del New Deal, Robert S. Lynd sostenía que la sociología, la ciencia social, lejos de ser un saber esotérico, que solo maneja y mantiene en secreto un reducido grupo de iniciados, más bien es una parte organizada de la cultura que existe para ayudar a los seres humanos a entender y reconstruir continuamente su cultura5.

Robert S. Lynd consideraba que existían dos grandes orientaciones en la ciencia social contemporánea que la dividían en dos bloques de sociólogos: los scholars y los technicians. Los dos grupos se desenvuelven bajo la protección de la libre investigación y los dos asumen que tratan de explorar lo desconocido, pero el hecho de que unos, vertidos a la especulación, se encuentren acantonados en una especie de torre de marfil, se pierdan en disquisiciones alambicadas, mientras que otros se agotan en fetichismos metodológicos y procedimientos tecnocráticos, provoca que las grandes cuestiones que afectan a la calidad de la vida social de nuestras sociedades queden olvidadas, o, en todo caso, relegadas. Y sin embargo, a juicio de Lynd, las ciencias sociales deben comprometerse en analizar los procesos de cambio, deben abordar las perplejidades existentes en nuestras modalidades de vivir la cultura que reclaman soluciones.

El papel de las ciencias sociales es mostrar la posibilidad del cambio en direcciones más adecuadas, un papel que se asemeja al del médico especializado: detectar los problemas inmediatos para prevenir nuestro presente de problemas crónicos con el fin de que no se conviertan en problemas aún más peligrosos. La sociología no puede ser ni tan pura ni tan neutral como tantas veces se preconiza. En nombre del rigor metodológico no faltan metodólogos tecnócratas que identifican a los sociólogos con aquel paciente neurótico de Sigmund Freud que se preocupaba constantemente de sacar brillo a los cristales de sus gafas para no ponérselas nunca.

El principal objetivo de un sociólogo consciente de sus responsabilidades sociales es contribuir con sus conocimientos a mejorar las condiciones de la vida de la gente. Como señala Lynd lo que constituye el marco de referencia que identifica lo que es significativo para las ciencias sociales son los valores de los seres humanos que viven juntos con el fin de hacer avanzar sus más profundos y persistentes propósitos. Los científicos sociales deben bajar a la arena y seleccionar y definir sus problemas en función del bien común. El verdadero problema que los sociólogos deberían asumir es todo aquello que resulta problemático para nuestra cultura6.

Pierre Bourdieu señaló con una cierta ironía que Paul Lazarsfeld, Robert K. Merton y Talcott Parsons, los tres grandes representantes de la sociología funcionalista en EE. UU., formaron en el siglo XX, la tríada capitolina de la sociología norteamericana, convertida tras la Segunda Guerra Mundial en el pensamiento sociológico hegemónico en el mundo. Hubo un tiempo en el que la sociología fue casi un pleonasmo de la sociología norteamericana, pero la sociología norteamericana no se agotó en el funcionalismo. De hecho uno de los grandes sociólogos norteamericanos críticos fue Charles Wright Mills, autor, entre otros muchos libros, de La imaginación sociológica. Este libro de Mills se publicó veinte años después de ¿Conocer, para que? de Robert S. Lynd, sin embargo parece retomar de Lynd la tipología de los sociólogos burocráticos como scholars y technicians cuando arremete contra la gran teoría de los primeros, representada sobre todo por Talcott Parsons, y contra el empirismo abstracto de los segundos, representado a su vez por Paul Lazarsfeld.

Mills, siguiendo la senda de Lynd, a quien elogia en La imaginación sociológica, defendió que si estos dos estilos de trabajo —empirismo abstracto y gran teoría— llegasen a gozar de una situación de “duopolio”, o aún a ser los estilos predominantes de trabajo, constituirían una grave amenaza para la promesa intelectual de la ciencia social y para la promesa política del papel de la razón en los asuntos humanos, tal como este papel ha sido concebido en la civilización de las sociedades occidentales. Por eso defendió con pasión que la sociología crítica no solo debía desenmascarar las diferentes ingenierías sociales que pretendían ejercer el monopolio de la ciencia social, sino que tenía que ser a la vez una sociología imaginativa, centrada en problemas sustantivos, al servicio del cambio social7.

Analizar las configuraciones problemáticas

A partir de los años sesenta, y más concretamente a partir de mayo del 68, algunos científicos sociales europeos, especialmente en Alemania y en Francia, abrieron nuevas líneas de pensamiento que se han convertido para los sociólogos de hoy en referentes teóricos y metodológicos de primer orden. Entre ellos destacan en Alemania los promotores de la Escuela de Fráncfort, Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Jurgen Habermas, Norbert Elias, y en Francia, sobre todo, las obras de Michel Foucault, las del propio Pierre Bourdieu y también las producciones sociológicas de Robert Castel. Foucault, Bourdieu y Castel, son tres grandes representantes del pensamiento crítico. Podríamos decir con ironía, emulando a Bourdieu, que los tres constituyen la tríada capitolina de la sociología francesa en el siglo XX. Los tres siguieron los pasos de los grandes sociólogos clásicos, pues prolongaron las tradiciones abiertas por Karl Marx, Max Weber y sobre todo por Émile Durkheim, a la vez que han tratado de hacer un diagnóstico de los problemas de su tiempo. Los tres, en el marco de la Europa social, han conseguido elaborar nuevas vías para la reflexión y para la acción, de modo que somos muchos los sociólogos del mundo que en la actualidad estamos en deuda con ellos. Tanto ellos como nosotros hemos heredado de la sociedad los capitales que nos hacen ser en buena medida lo que somos.

La obra de Robert Castel es coetánea, y a la vez está estrechamente vinculada con la obra de Michel Foucault y con la de Pierre Bourdieu8. Tanto Foucault, como Bourdieu y Castel, prepararon con éxito el concurso de la agrégation en filosofía, un concurso-oposición equivalente en España a las cátedras de Instituto. Los tres realizaron obras elaboradas en el marco de las ciencias sociales que tuvieron una importante resonancia social y fueron muy críticas con instituciones en las que existen relaciones desiguales de poder tales como las escuelas (Bourdieu y Passeron), las cárceles (Foucault), las instituciones psiquiátricas (Castel). Sus producciones intelectuales se entrecruzan, se complementan, y se enriquecen entre sí, quizás porque compartieron un tiempo y un espacio intelectual común. Los tres estaban unidos por una misma preocupación por hacer visibles y cuestionar las relaciones jerárquicas de poder, las desigualdades sociales, las formas de violencia institucionalizadas que perviven y se reproducen en nuestras sociedades. El conocimiento sociológico está en todo caso al servicio de neutralizar los efectos sociales que se derivan del desconocimiento del funcionamiento de nuestro mundo social. Y es que, como señaló con agudeza Pierre Bourdieu, el desconocimiento favorece el reconocimiento de lo establecido. En este sentido la sociología crítica puede y debe operar como un saber emancipador, un saber producido desde y para la libertad que, con conocimiento de causa, nos ayuda a tomar decisiones sobre la organización social en la que nos ha correspondido vivir y, al hacer esto, contribuye a la vez a favorecer los avances hacia sociedades más solidarias. La existencia de afinidades electivas entre los análisis de Foucault, Bourdieu y Castel no debería sin embargo servir para ocultar que son obras con especificidades propias, que responden a diferentes trayectorias intelectuales, y a diferentes sensibilidades teóricas y prácticas.

En un ciclo de conferencias titulado Pensar y resistir que tuvo lugar en Madrid en el Circulo de Bellas Artes entre los días 3 y 22 de marzo del 2004, Robert Castel participó con una intervención titulada “Crítica social. Radicalismo o reformismo político” y en ella expresó su concepción del pensamiento crítico precisamente en relación con las posiciones mantenidas por Michel Foucault y por Pierre Bourdieu. Podemos considerar a Michel Foucault, señaló, como el paradigma del pensamiento crítico radical. Para él pensar es, en efecto, impugnar globalmente y sin concesiones la organización de la sociedad. Foucault critica la sociedad no con la intención de mejorarla, sino para cuestionar las relaciones de poder que la estructuran. En ese sentido cabría establecer una analogía profunda entre la posición de Michel Foucault y la de Pierre Bourdieu. Es cierto que Foucault y Bourdieu construyeron sistemas de pensamiento muy diferentes, pero atribuyen la misma importancia a la comprensión de las relaciones de dominio —lo que Foucault llama “poder” y Bourdieu “violencia simbólica”—, que están omnipresentes. Para ellos pensar es resistir, no resignarse a este orden de cosas que refleja una injusticia inmensa. Por lo tanto pensar es también querer cambiar el orden social de forma radical. Para ellos la contrapartida del pensamiento crítico radical sería la práctica política revolucionaria. Sin embargo esta conclusión no se sigue necesariamente de sus premisas. Creo, de acuerdo con Foucault y Bourdieu, que el trabajo intelectual implica una dimensión profundamente crítica que consiste en gran medida en intentar poner al descubierto las relaciones de poder que estructuran la vida social, y de las que a menudo no somos conscientes de forma espontánea, y que, por lo tanto, el trabajo del pensamiento consiste en la denuncia de estas relaciones de poder y, por ende, en la resistencia. No obstante, esta inconformidad puede llevar también al deseo de mejorar el orden social del mundo, el deseo de reformarlo a falta de poder cambiarlo de forma definitiva9.

Robert Castel compartió con Foucault y con Bourdieu la función crítica del trabajo intelectual, sin embargo, a diferencia de ellos, consideraba que, en las condiciones actuales en las que se encuentran nuestras sociedades, optar por planteamientos extremistas, ultra-radicales, no dejaba de ser una falta de realismo, pues, a su parecer, las fuerzas sociales progresistas existentes son insuficientes para promover un cambio social revolucionario. Por esto Castel optó por una sociología crítica al servicio de un reformismo de izquierdas: El objetivo de un verdadero reformismo de izquierdas, señaló en la mencionada intervención en el Círculo de Bellas Artes, debería ser asegurar, más allá de la mera supervivencia, lo que se podría denominar una seguridad social mínima garantizada, entendida en el mismo sentido en el que se habla de un salario mínimo garantizado, es decir, el derecho a ser curado cuando se está enfermo, el derecho a un hogar en el que protegerse, el derecho a prestaciones en el caso del cese de la actividad laboral, derecho a la educación y a una formación permanente… Estas medidas constituyen una condición ineludible para formar parte de pleno derecho de una sociedad que se pretende desarrollada. Una sociedad únicamente puede ser democrática si sus miembros gozan no solo de una ciudadanía política, sino también de una ciudadanía social basada en una serie de derechos fundamentales10.

En un artículo publicado en el año 2000, sintetizaba una línea de respuesta a la pregunta que, siguiendo a Robert S. Lynd, se podría formular así: ¿Sociología, para qué?11. La pregunta parece especialmente urgente en España y en América Latina, en la medida en que los trabajos de sociología crítica no abundan en los países iberoamericanos, ni son suficientemente estimulados por los gobiernos ni por las instituciones universitarias y otras organizaciones, quizás, entre otras cosas, porque en estos países, las tradiciones religiosas, políticas, jurídicas, han mantenido su rigidez y su autoridad, con la connivencia de los Estados. En todo caso Robert Castel nos presenta en el citado artículo cómo él entiende y pone en práctica la sociología crítica. A diferencia de muchos sociólogos que presumen de sus investigaciones financiadas con millonarios fondos públicos, Castel tiende a elegir sus propios ámbitos de estudio y a financiar las investigaciones por su propia cuenta. No son estudios desinteresados, desvinculados del menor de los compromisos, sino que, más bien al contrario, a su juicio todo trabajo sociológico digno de este nombre es una tentativa de respuesta a una demanda social. Pero, ¿qué es una demanda social? Castel la define como el sistema de las expectativas de la sociedad respecto a los problemas cotidianos que la interpelan. En este sentido el objetivo principal, o al menos uno de los objetivos principales de la sociología, sería intentar comprender y asumir como propio aquello que plantea problemas a la gente. El sociólogo asume como propios los problemas de la gente, pero no de forma ingenua, sino para trabajarlos, de-construirlos y re-construirlos. Y es que en toda sociedad, y sin duda también en la nuestra en la actualidad, existe lo que se podría denominar configuraciones problemáticas, cuestiones que llaman la atención, y no solo la atención de los intelectuales, puesto que perturban la vida social, dislocan el funcionamiento de las instituciones, amenazan con la invalidación de categorías completas de sujetos sociales12. La demanda social es la demanda que determinados sujetos sociales, diferentemente configurados en el espacio social, plantean a la sociología. La principal tarea de los sociólogos consistiría precisamente en tratar de proporcionar respuestas a demandas que en ocasiones se expresan sin palabras, a través de revueltas. Castel sostiene que las configuraciones problemáticas no deberían nunca de dejar de ser a la vez el horizonte y la finalidad de toda investigación sociológica, hasta el punto de que explícitamente defiende que las investigaciones que no estuviesen demarcadas por esta problemática de la demanda social deberían sin duda tener derecho a la existencia, pero no deberían ser calificadas como investigaciones sociológicas. La metodología por la metodología, la epistemología por la epistemología, numerosos análisis de situaciones o de interacciones que permanecen siendo puramente formales, no son sociología13. Esto no quiere decir que Castel desprecie las contribuciones metodológicas o epistemológicas, sino que más bien subraya algo que los sociólogos no deberíamos olvidar porque constituye el objetivo principal de toda interrogación sociológica: tratar de comprender el presente.

La realidad social no es transparente, está atravesada por conflictos, contradicciones, racionalizaciones, espejismos, a la vez que están latentes los efectos heredados del pasado. Por ejemplo los sistemas coloniales y neocoloniales han establecido una bipolarización Norte/Sur que ha abierto una sima entre los países ricos hegemónicos y los países pobres dependientes que se ha visto ahondada por la marejada neoliberal. La realidad social presente es una realidad enraizada en la historia. La sociología crítica no puede renunciar a la historia. Como señalaba Theodor W. Adorno en el curso de sociología que impartió en 1968 la sociología dominante tiende a recortar la dimensión histórica, o peor aún, a ignorarla, pero la realidad social y las propias categorías sociológicas resultan incomprensibles sin referirse a procesos sociales de naturaleza histórica: la consideración histórica no es algo al margen de la sociología, sino algo central en ella14. Frente a las sociologías que niegan la historia, y se mueven en un constante presentismo, una fuerte afirmación sociológica de la historia, como la que realiza Robert Castel, no deja de abrir un cierto espacio para la esperanza pues el cambio social permanece abierto.

Pensar el presente

En una conferencia que Robert Castel pronunció en la Sociedad Francesa de Filosofía, (retomada más tarde en el libro Changements et pensées du changement), define la vocación de la sociología crítica como el intento de analizar el estado de la sociedad para dar cuenta de sus cambios. En ese texto, a la vez que nos presenta su trayectoria intelectual como sociólogo entre 1960 y 2010, trata de responder a las siguientes cuestiones: ¿Cómo abordó el pensamiento crítico el final del capitalismo industrial en los años sesenta y setenta? ¿Qué tipo de sociología habría que poner en práctica en la actualidad para poder dar plenamente cuenta del cambio social?

Tras la Segunda Guerra Mundial se había producido un desarrollo económico enorme en los países occidentales, hasta el punto de que durante los llamados treinta gloriosos la productividad de las empresas había triplicado, había aumentado de un modo importante el consumo de las familias, y también se habían triplicado las rentas salariales. La contradicción principal se situaba entre una sociedad que producía inmensas riquezas, y que se decía democrática, pero en la que, a la vez, se producían relaciones de explotación y de dominación marcadas por la violencia física y la violencia simbólica. En los años sesenta, hasta la llamada crisis del petróleo a mediados de los años setenta, hubo en Francia diferentes orientaciones de sociología crítica. Había una presencia fuerte del marxismo, pero también del psicoanálisis, una sociología de crítica de las instituciones, el desarrollo de teorías de la autogestión…, todo ello en relación con luchas anti-represivas, anti-institucionales, lo que generaba una relación bastante específica entre la crítica teórica y la militancia política. Sin embargo a mediados de los años setenta se produjo lo que podríamos denominar, siguiendo los hermosos análisis de Karl Polanyi, una gran transformación, una mutación profunda del capitalismo de modo que para pensar el cambio se necesita una nueva armadura conceptual pues lo que ha cambiado ya no se puede captar mediante el fácil recurso a las viejas categorías de análisis. Una conmoción profunda sacudió por entero la configuración del mundo económico y social: Hemos entrado en el nuevo régimen de un capitalismo más salvaje que juega con la concurrencia exacerbada en todo el planeta —lo que se denomina la mundialización— bajo la hegemonía creciente del capital financiero internacional15.

La globalización neoliberal ha vuelto a situar al mercado en el centro del mundo social en detrimento del Estado social y de la sociedad civil. La vieja clase obrera se ha fragmentado; el sistema productivo se ha trasformado con el desarrollo de las nuevas tecnologías; los avances del progreso social se han visto frenados y desestabilizados por la gran progresión del paro, la precariedad en el trabajo así como la desregulación de las protecciones sociales; la inmigración, en este marco de inestabilidad laboral, ha generado reacciones airadas bajo la forma de racismo popular a las que los partidos de la nueva derecha se han apresurado a dar cobijo; las relaciones de poder en el seno de la sociedad han cambiado profundamente de modo que hoy más que denunciar el poder del Estado hay que lamentar la relativa impotencia del Estado social.

Ante esta nueva situación la mayor parte de las sociologías se han limitado a recoger datos y a analizar las interacciones manteniéndose al margen de la historia. Esta postura presentista se expresa bajo diferentes orientaciones: el empirismo metodológico, el interaccionismo simbólico, la etno-metodología, el pragmatismo, los estudios cuantitativos, las encuestas de opinión… Estas aproximaciones a-históricas y a-críticas, escribe Castel, realizadas en nombre de la objetividad científica y de la neutralidad de la investigación, son ampliamente dominantes, ya se trate de sociología académica o de los innumerables usos sociales de la sociología que la decantan del lado de las actividades propias de expertos. No dejan de ser, sin embargo, formas truncadas de abordar el análisis de los hechos sociales. Y añade: Es cierto que el objeto de la sociología es ciertamente el estudio del estado presente de la sociedad a partir de la forma organizada o desorganizada que esta presenta en el presente. Pero el presente no se reduce a lo contemporáneo. Existe un espesor del presente porque lo que acontece hic et nunc se inscribe en una filiación, y está estructurado por esta herencia. (…) En esta perspectiva la especificidad de la sociología estriba precisamente en asumir el análisis de aquello que aparece como problemático en esta configuración actual de las relaciones sociales, para explicarlo a partir de su historia16. Hoy, más que nunca, los trabajos de sociología histórica y crítica son indispensables.

Han transcurrido ya más de cien años desde que se produjo la revolución de octubre de 1917 y los viejos ideales de justicia social, soñados por los demócratas del mundo, distan de haberse materializado en nuestras sociedades del siglo XXI. La Rusia soviética, nacida del derrocamiento del zarismo, fue en el primer tercio del siglo XX, para los trabajadores del mundo, un rayo de esperanza que anunciaba un futuro mejor para toda la humanidad. Al fin vendrían tiempos mejores para los trabajadores explotados y dominados, condenados a agotar sus vidas en trabajos alienantes, obligados a malvivir en condiciones de explotación y de miseria. Pero las esperanzas depositadas en la Revolución de Octubre no solo no se hicieron realidad sino que la Rusia que emprendió el camino hacia el socialismo en un solo país terminó por convertirse en un Estado totalitario. El estalinismo, el maoísmo, el castrismo, los jemeres rojos camboyanos, la Corea del Norte dirigida con mano de hierro por el Secretario General del Partido del Trabajo, el megalómano King Jon-un, así como otros regímenes comunistas, lejos de haber abierto un tiempo nuevo han instaurado regímenes dictatoriales, de excepción, o como mínimo autoritarios, regímenes que cuando no estuvieron envueltos en los crímenes y el horror, negaron en todo caso las libertades y los derechos humanos.

En el polo capitalista no faltaron regímenes dictatoriales como la España de Franco, el Portugal de Salazar, la Grecia de los coroneles, por no hablar del Chile de Pinochet o la Argentina sometida a la dictadura militar, regímenes que generaron violencia y sufrimiento. Movimientos sociales y partidos políticos que se reclaman del comunismo, el anarquismo, el socialismo democrático, que se reclaman en último término de la izquierda progresista, se han visto enfrentados, divididos, reclamando cada uno el monopolio de la verdad. En este marco el surgimiento tras la Segunda Guerra Mundial del reformismo democrático, del llamado espíritu del 45, que promovió el modelo europeo de Estado social keynesiano, supuso una ruptura y a la vez una propuesta para avanzar juntos en una senda de progreso. Durante treinta años una gran parte de países europeos conocieron avances muy significativos en la resolución de la cuestión social. Sin embargo desde mediados de los años setenta del siglo XX, con el paso tendencial del capitalismo industrial al capitalismo financiero, con la llamada globalización, el pacto social keynesiano que permitía a las familias de las clases trabajadoras soñar con un progresivo ascenso social, con la mejora de sus condiciones de vida, se ha vuelto problemático. Robert Castel ha sido el sociólogo que diagnosticó con mayor agudeza, especialmente en su libro Las metamorfosis de la cuestión social, la naturaleza de la crisis de la sociedad salarial, es decir, un cambio de régimen del capitalismo.

Tras la crisis de los mercados financieros en el año 2008 se acumulan los problemas en nuestras sociedades en donde destaca el ascenso de la precarización laboral, el desempleo, el crecimiento de las desigualdades sociales entre las naciones y en el interior de las naciones. Vivimos tiempos de incertidumbre en el marco de un capitalismo neoliberal globalizado, tiempos de enormes desigualdades sociales. Nadie posee una barita mágica que permita resolver los graves problemas sociales y políticos con los que nos enfrentamos. Los dramas cotidianos de la emigración, el ascenso de la nueva derecha y la desregulación del mercado de trabajo constituyen hoy algunos de los grandes problemas que nos interpelan, y que deben ser diseccionados por los sociólogos críticos. Cuando comienza a surgir una nueva formación social global movida por el capitalismo financiero y empujada por las nuevas tecnologías, algunas viejas categorías y conceptos que fueron útiles para pensar el pasado, pueden resultar obsoletos. Cuando no entendemos lo que está pasando a nuestro alrededor cunde la perplejidad y el desánimo, y con ellos el recurso fácil a soluciones apresuradas o a propuestas demagógicas.

Robert Castel, en sus lúcidos trabajos sociológicos, ha construido categorías de pensamiento que, a modo de lentes de aumento, nos permiten mirar con mayor agudeza las especificidades de nuestro tiempo. Conceptos innovadores como crisis de la sociedad salarial, precarización, vulnerabilidad, desafiliación, así como la reactualización de viejos conceptos como el de propiedad social, solidaridad, protecciones sociales, nos ayudan a entender mejor los retos del presente. Su sociología nos interpela en la medida en la que nos llama a acudir a la cita con los problemas actuales. Vivimos tiempos de incertidumbre, tiempos en los que una vez más las investigaciones de sociología crítica están llamadas a agruparse en torno a colegios de pensamiento y a establecer una alianza con los ciudadanos comprometidos con la justicia. En este sentido la sociología histórica, realizada de un modo artesanal, cuidado, afinado, por Robert Castel, resulta ejemplar. Este libro pretende contribuir a acercar sus análisis y su estilo de pensar a todos los que tratan de salir de la perplejidad. Y es que sus producciones sociológicas, realizadas con el máximo rigor científico, no solo son un modelo a seguir, sino que nos ayudan también a recordar que el oficio de sociólogo es un compromiso con la verdad para poder avanzar hacia sociedades de semejantes en los que los viejos ideales de la Revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad se hagan realidad.

Fernando Álvarez-Uría y Julia Varela

1 Cf. Émile DURKHEIM, “La sociologie en France au XIX siècle”, Revue bleu, t. XIII, nº 20, 1900, págs. 609-613 y 647-652.

2 Cf. Herbert MARCUSE, Raison et révolution. Hegel et la naissance de la théorie sociale. “Presentation” de Robert Castel, Minuit, Paris, 1968, pág. 389.

3 Véase Émile DURKHEIM, De la división du travail social, PUF, Paris, 1978, págs. XXXVIII-XXXIX

4 Cf. Max HORKHEIMER, “La teoría crítica ayer y hoy” en Max HORKHEIMER, Sociedad en transición: estudios de filosofía social, Planeta-Agostini, Barcelona, 1986, págs. 55-72.

5 Cf. Robert S. LYND, Knowledge for What? The Place of Social Science in American Culture, Princeton University Press, Princeton, 1939, pág. IX.

6 Cf. Robert S. LYND, Knowledge for What? The Place of Social Science in American Culture, Princeton University Press, Princeton, 1939, págs. 181-182 y pág. 189

7 Cf. C. Wright MILLS, La imaginación sociológica, FCE, México, 1961, pág. 133, Como mostró Eldridge, Wright Mills compartía con Lynd un gran interés por la obra de Th. Veblen, pero a la vez tomó el relevo de la perspectiva crítica de Lynd y de Marcuse en la Universidad de Columbia. Cf. John ELDRIDGE, C. Wright Mills, Tavistock Pub. Londres,1983, pág. 26.

8 Sobre la posición específica de la sociología de Robert Castel “entre la genealogía del poder y la sociología de los campos” cf. Julia VARELA, “Pour un diagnostique du temps présent. Le modèle sociologique d’analyse de Robert Castel”, en Robert CASTEL y Claude MARTIN (Dir.) Changements et pensées du changement. Ëchanges avec Robert Castel, La Decouverte, Paris, 2012, págs. 223-234.

9 Cf. Robert CASTEL, “Crítica social. Radicalismo o reformismo político” en VVAA, Pensar y resistir. La sociología crítica después de Foucault, Círculo de Bellas Artes, Madrid, 2006, págs. 7-34, pág. 9.

10 Cf. Robert CASTEL, “Crítica social. Radicalismo o reformismo político”, op. c. pág. 24.

11 Cf. Robert CASTEL, “La sociologie et la réponse à la demande sociale”, Sociologie du travail, vol 42, nº 2, avril-juin, 2000, págs. 281-287. El artículo ha sido retomado en el libro editado por Bernard LAHIRE (Ed.), A quoi sert la sociologíe?, La Découverte, Paris, 2002, págs. 67-77.

12 Cf. Robert CASTEL, “La sociologie et la réponse à la demande sociale” en Bernard LAHIRE (Ed.), A quoi sert la sociologíe?, La Découverte, Paris, 2002, págs. 70-71.

13 Cf. Robert CASTEL, “La sociologie et la réponse à la demande sociale” en Bernard LAHIRE (Ed.), A quoi sert la sociologíe?, op. c. pág. 72.

14 Cf. Theodor W. ADORNO, Introducción a la sociología (1968), Gedisa, Barcelona, 1996, pág. 190.

15 Cf. Robert CASTEL, “Penser le changement: le parcours des années 1960-2010” en Robert CASTEL y Claude MARTIN, Changement et pensées du changement. Ëchanges avec Robert Castel, La Découverte, Paris, 2012, págs. 29-30.

16 Cf. Robert CASTEL, “Penser le changement: le parcours des années 1960-2010” en Robert CASTEL y Claude MARTIN, Changement et pensées du changement. Ëchanges avec Robert Castel, op. c. págs. 37-38.